El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon



Se levantó con esfuerzo. Al hacerlo reparó en algo que le dejó sin aire. Alejandro Montenegro se encontraba a unos pocos metros de distancia, clavándole la mirada con una expresión seria. Esteban tragó saliva.
- Yo…- bajó la cabeza, aún tragando las últimas lágrimas.- Lo siento… No quería…
Alejandro miró la hermosa gardenia.
- El cementerio es un lugar público.- dijo por fin.- Cualquier vecino de Puente Viejo puede entrar en él.- alzó la mirada para contemplarle de nuevo.- Pero poner flores en tumbas ajenas es ya otra cuestión.
Esteban sintió una puñalada en el corazón.
- Lo siento. En realidad…- soltó el aire casi con dolor.- … he venido aquí casi sin… darme cuenta.
Alejandro le miró. Siempre había considerado a aquel hombre el causante de un modo u otro del horrible final de su adorada hermana. Pero en ese momento, no pudo ver a nadie con un sufrimiento mayor encima. Sabía de sobras que los Ulloa eran condenadamente orgullosos y el hecho de que Esteban estuviese allí, llorando como un niño delante de él… simplemente era un hecho extraordinario. Por vez primera, el odio que siempre sintió hacia ese hombre cedió. Ese dolor puro en sus ojos… Recordó aquellas palabras tan lejanas de Esperanza. “-Hermano, Esteban me quiere de verdad, y yo a él…”
Esteban enjugó sus últimas lágrimas y sacudió la cabeza.
- Le pido nuevamente disculpas.- se inclinó y se giró, dispuesto a marcharse. Pero la voz de Alejandro lo detuvo.
- Esteban.
El aludido quedó inmóvil y volvió a mirarle. Alejandro se acercó.
- No tiene que… pedirme disculpas. En realidad, es un detalle que… todavía recuerde la fecha de…- Alejandro no pudo seguir, sintiendo que el dolor surgía en su pecho.
- ¿Cómo podría olvidarla?- preguntó Esteban. – Uno nunca olvida la fecha en que el corazón se rompe… para siempre.
Alejandro le miró.
- La quería de verdad…
- Más que a mi propia vida.- contestó Esteban.
Alejandro guardó silencio. Quería decir algo, pero simplemente, nada de lo que dijera podría servir en esa situación. No supo cómo, pero de pronto se sorprendió apoyando una mano reconfortante en el hombro de Esteban. Él le miró sorprendido. Por vez primera, el Montenegro y el Ulloa se miraron sin rastro de odio y rencor. Esteban esbozó una imperceptible sonrisa. No hicieron falta palabras. Alejandro pareció sentir que un peso enorme se perdía en la distancia. Dedicó una última mirada a la tumba de su hermana. Después se volvió de nuevo hacia Esteban.
- Parece ser que mi hija y su sobrino han hecho muy buenas migas.- dijo mientras caminaban hacia la salida del cementerio.
Esteban esbozó una leve sonrisa.
- Eso parece. Hoy su hija se presentó en nuestra casa. Es una muchacha muy despierta y simpática. Hacía bastante tiempo que no veía a Raimundo tan contento en compañía de nadie. Es un chico bastante solitario, sobre todo desde que murió su madre.
- Francisca también parece muy contenta con su amistad. En principio no me hizo mucha gracia, pero… creo que su sobrino es un buen muchacho. Y entiendo que Francisca necesita estar en la compañía de chicos de su edad. No tengo inconveniente en ello.
- Lo celebro.- Esteban le sonrió cortés.
Alejandro meneó la cabeza.
- No estoy tan seguro de que su hermano lo celebre de la misma manera.- añadió sagaz.
- Bueno… A mi hermano las celebraciones nunca se le han dado bien.- respondió entre irónico y diplomático.- Pero no creo que ponga demasiadas pegas. Raimundo es un muchacho y sólo faltaría que le prohibiese divertirse a su edad. Y si lo hace, se las verá conmigo.
Alejandro sonrió.
- Bueno, ha sido un placer.- estrechó cortés su mano.- Me alegro de que…- le miró astuto.- … Raimundo se parezca más a usted que a su padre.
Esteban le devolvió la sonrisa y el saludo. Los dos hombres se despidieron y cada uno tomó su camino.

Pero Ina ¿qué haces escribiendo?,¿no tendrías que estar preparando las maletas para Paris?








Lo de los avances también es un misterio para mi, basta que tengas mas ganas que nunca para que no los pongan, que asco

Una apacible tarde otoñal Francisca estaba sentada leyendo en un rincón junto al lago. Ya no era la revoltosa chiquilla que no paraba quieta un segundo. Al día siguiente cumpliría catorce años y se había convertido en una muchacha realmente hermosa. Su abundante cabellera oscura ya no se recogía en dos trenzas, sino que aparecía suelta a su espalda. Retiró el sombrero que cubría su cabeza y lo soltó mientras fruncía el ceño concentrada. Su rostro juvenil aparecía suavemente sonrosado y sus vivaces ojos oscuros no perdían detalle de la lectura.
El sombrero cayó sobre la cara de Raimundo, que dormitaba tumbado en el césped junto a ella. El muchacho también había cambiado. Ahora era un apuesto joven, cuyo cabello alborotado aparecía tan indomable como siempre y en sus hermosos ojos castaños brillaba ese destello de ironía y diversión tan típicos de él. Se sobresaltó ligeramente al sentir el sombrero sobre su rostro y emitió un gruñido de molestia. Levantó el sombrero, espiando a Francisca y sonrió malicioso al verla tan concentrada. Finalmente se sentó en el suelo.
- ¿Era necesario que me despertaras así?- le preguntó.
La chica pareció no oírle. Raimundo rió entre dientes y, finalmente, le quitó el libro. Eso sí pareció hacerla reaccionar.
- ¡Eh, oye, devuélvemelo!- exigió enfadada, procurando quitárselo ella misma.
Raimundo contuvo a Francisca como pudo, poniendo el libro fuera de su alcance mientras intentaba leer. Ella se dio cuenta y puso cara de horror. Se lanzó como una fiera a por él, pero el fuerte brazo del muchacho la mantenía apartada.
- “Tu pupila es azul y cuando ríes…”- empezó Raimundo. Sonrió.- Vayaa, no me digas que te has puesto romántica.- se burló.
Los ojos de Francisca empezaron a lanzar chispas preocupantes.
- ¡Devuélveme el libro, Raimundo!
- “Su claridad suave me recuerda…”- siguió él. No podía evitarlo. Adoraba hacerla rabiar y a decir verdad, se le daba extraordinariamente bien.
Francisca no soportó más la chanza y le dio un puntapié a Raimundo. Éste lanzó un quejido y empezó a saltar a la pata coja, aún sosteniendo las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
- Pues no…, decididamente no te has puesto romántica.- dijo el chico burlón, mientras intentaba aplacar el dolor de su espinilla. Meneó la cabeza.- Francisca, ¿cómo esperas que aparezca tu príncipe azul para salvarte? Le aporrearías después de decirle que tú no necesitas la ayuda de nadie.
Francisca le miró furiosa. Después sintió una burbuja de pena. Se giró, dándole la espalda. ¿Por qué demonios esas palabras de Raimundo le habían hecho tanto daño? Sabía que la estaba embromando. Lo conocía de sobra. Y sin embargo…
Raimundo detectó enseguida el cambio. La sonrisa se le borró de golpe de la cara.
- Francisca… - se acercó a ella.- Yo, lo siento. Sólo era una broma.- se colocó delante de ella y sintió un aguijón en su interior al verla tan triste.- De verdad.
Francisca le miró, sintiéndose de pronto tan estúpida que su orgullo la reprendió interiormente.
- Lo sé… Es que…- le miró.- ¿De veras crees que… soy tan… insoportable y horrible como para que…?
No terminó la frase. Tampoco hacía falta que lo hiciera. Raimundo meneó la cabeza.
- Oh, sí, eres espantosamente horrible.- le dijo tierno y burlón.- Tan horrible que tus ojos brillan más que las estrellas en verano, y tu cabello es como un río de azabache.- recitó teatrero. Francisca sintió que se ruborizaba. Raimundo sonrió.- Era una broma, Francisca. Bueno, es cierto que eres un poquito… orgullosa, tozuda y tienes un genio de mil diablos…- vio la cara de enfado que estaba poniendo ella.-…pero en el fondo… muy en el fondo…
Francisca le miró enfadada. Sin embargo, la divertida expresión de la cara de Raimundo hizo que su enfado se diluyera y a su pesar esbozó una sonrisa. Raimundo se la devolvió. Sin embargo, esa batalla aún no estaba decidida. En un descuido de él, Francisca saltó y atrapó el libro, riendo triunfante. Aterrizó en el suelo con el libro en la mano. Se giró y le sacó la lengua a un sorprendido Raimundo.
- Siempre he sido más rápida que tú, Ulloa.- le dijo desafiante.
- ¿Ah sí?
Francisca echó a correr entre risas y él no tardó en hacer lo mismo, persiguiéndola. Ambos corrieron con todas sus fuerzas, espoleados por el mismo inquebrantable orgullo. En un momento, Francisca echó un leve vistazo sobre su hombro para localizar a su perseguidor. Eso la hizo tropezar y caer. Intentó levantarse rápidamente, pero era tarde. Raimundo se dejó caer sobre ella, inmovilizándola. Francisca reía a carcajadas y en un descuido de él, le atizó con el libro en la cabeza. Raimundo atrapó sus dos muñecas y las sujetó contra el suave prado.
- ¡Serás…!
Las palabras murieron en los labios de Raimundo al advertir que estaba demasiado cerca de ella. Francisca seguía riendo. Él la miró. ¿Qué diablos le estaba pasando? De pronto sintió que su corazón golpeaba con todas sus fuerzas dentro de su pecho. No podía dejar de mirarla. Tragó saliva. ¿Desde cuándo Francisca era tan… hermosa…?


Las palabras murieron en los labios de Raimundo al advertir que estaba demasiado cerca de ella. Francisca seguía riendo. Él la miró. ¿Qué diablos le estaba pasando? De pronto sintió que su corazón golpeaba con todas sus fuerzas dentro de su pecho. No podía dejar de mirarla. Tragó saliva. ¿Desde cuándo Francisca era tan… hermosa…?
Francisca súbitamente dejó de reír al ver que él no reía con ella. Le miró y sin saber por qué, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Raimundo clavaba sus ojos en ella con una mirada que hasta ahora no conocía. Parecían echar fuego, pero no revelaban enfado. Tragó saliva. Se perdió en aquellos ojos tan extraordinariamente hermosos, aquellos ojos que tan bien conocía. Y sin saber por qué, le miró como si nunca antes le hubiese visto. Contempló su cabello alborotado y las perlas de sudor que adornaban su orgullosa frente. Deslizó su mirada por su nariz y sus ojos se quedaron fijos en su boca. Raimundo sintió una arrolladora fuerza más poderosa que él. Deseaba…besarla. Con toda su alma. Ese pensamiento le torturó. ¿Qué estaba ocurriendo?Francisca era su amiga… desde siempre. Pero no podía dejar de desear besarla, probar esa boca tentadora. Ella le miró temerosa.
- Raimundo…
Estaban demasiado cerca. Raimundo la miró a los ojos. Vio temor en ellos y eso hizo que su deseo cediera. No quería asustarla. Y lo estaba haciendo. Tragó saliva y apretó los dientes. Con un enorme esfuerzo se separó de ella, liberando sus muñecas. Francisca tomó aire, dándose súbita cuenta de que había estado sin respirar todo ese tiempo. No sabía por qué, pero cuando Raimundo se separó, sintió un horrible vacío. Le miró llena de confusión.
- Lo siento, Francisca.- dijo él con un esfuerzo.- Yo… no… pretendía…
-“¡Mentiroso!”- le reprendió su conciencia. Desde luego que lo había pretendido. Pero, ¿qué demonios iba a decirle? ¿Que había perdido el juicio de pronto y había deseado besarla con todo su ser? Sí, eso sería muy propio… sobre todo viendo la cara que tenía Francisca en ese momento. La chica pareció percibir su dilema y sacudió la cabeza.
- No… te preocupes. Al fin y al cabo, no ha pasado nada.
- Lo siento de verdad… - dijo con el rostro lleno de culpa y pena.
No sabía por qué, pero esas palabras hicieron que una burbuja de pena apareciera en su pecho. Él había estado a punto de besarla y ahora parecía muy arrepentido. Tragó saliva al darse cuenta de que lo que le dolía era ver que sentía tanto aquello. Ella… no lo sentía.
- Olvídalo.- dijo, con un deje de dolor en su voz.
Raimundo estiró una mano hacia ella y la ayudó a levantarse. Se quedaron en pie, mirándose mientras un escalofrío pasaba de uno al otro a través de sus manos entrelazadas. Ambos se soltaron como si hubiesen sufrido una descarga eléctrica. Francisca tuvo que apelar a todo su orgullo para no terminar gritando:-¡”Qué demonios está pasando aquí!”. Él la miró.
- Francisca yo… te aprecio demasiado.- dijo- Por eso quiero que sepas que…nunca podría hacer nada que… te ofendiese.
- Lo sé, Raimundo.- ella se contuvo. Quería gritarle que francamente, el hecho de que la besara no la ofendía. Pero se sintió horrorizada. ¿Qué clase de señorita haría eso? Y, ¿desde cuándo su conciencia se había vuelto tan poco escrupulosa?
- Entonces… ¿amigos?
Ella miró su mano extendida. Después le miró a los ojos. De nuevo sintió ese desconcertante escalofrío. Extendió su mano.
- Amigos.
Se estrecharon las manos mientras intentaban dominar el extraño impulso de abrazarse. Raimundo procuró aliviar la tensión y le sonrió.
- Vamos, te acompañaré a casa.
Ella le miró. Recorrieron el camino de vuelta mientras miles de sentimientos confusos invadían sus corazones.



Estaba tan sumido en su tortura interna que ni siquiera oyó a su tío, que acababa de entrar en el salón y le había saludado. Esteban se quedó mirándolo, con una sonrisa ladeada.
- Raimundo, ¿estás ahí o en otro planeta?
El muchacho levantó la mirada como si acabase de despertar. Intentó recobrar la compostura mientras su tío le miraba inquisidor.
- Buenas tardes, tío Esteban. Perdone pero… estaba leyendo y no le oí.
- Pues sí que tienes un enorme dominio de la lectura, porque leer un libro al revés no debe ser cosa fácil.- dijo Esteban mordaz.
Todos los colores se subieron al rostro de Raimundo cuando bajó la mirada al libro que sostenía en las manos. Efectivamente. Estaba del revés. Tragó saliva mientras su tío reía suavemente y se acercaba para sentarse frente a él. Esteban miró fijamente a su sobrino. Raimundo simplemente deseaba que se lo tragara la tierra.
- Muchacho, sabes que te aprecio como si fueses mi hijo. Hay algo que te reconcome desde hace unos días. Y me gustaría que supieras que te entiendo… perfectamente.- le dijo comprensivo.
- Se lo agradezco, tío, de verdad. Y no quiero parecer descortés pero…- el chico miró a su tío.- No creo que… entienda lo que me pasa… Sencillamente porque ni yo mismo lo sé.
- Pues es muy sencillo, Raimundo.- Esteban clavó su mirada en su sobrino.- Simplemente, estás enamorado hasta los huesos de Francisca. Y diría que ella también lo está de ti.- agregó guiñándole un ojo divertido.
Raimundo sintió que el corazón se le paraba.
- ¿Q…qué? ¿Qué está diciendo…? Eso no…es…
- Oh, vamos, sobrino.- le interrumpió Esteban. – Está visto que ven antes el humo los que están fuera que las llamas los que están dentro. Está más claro que el agua, muchacho. ¿O me vas a negar que no es así?
Raimundo meneó la cabeza desesperado y finalmente derrotado.
- No…- se rindió.- No… puedo… negarlo. Pero, esto es una locura. Francisca ha sido mi amiga desde…- se detuvo.- Bueno, desde que éramos unos críos.
- Pero ya no lo sois, Raimundo. Bueno, es cierto que aún sois muy jóvenes, pero ya no sois niños. Es lo más natural que pase esto.
- Pero… ¿qué voy a hacer? – dijo desesperado.
Esteban sonrió y apoyó una mano tranquilizadora en el hombro de su sobrino.
- Cualquier cosa salvo luchar contra ese sentimiento.- dijo su tío.- Si ese amor es verdadero, nada de lo que puedas hacer evitará que te venza. Pero no te preocupes. Tu propio corazón te dirá lo que debes hacer. Que no te quepa duda.
- Usted…- Raimundo le miró.- ¿Ha querido a alguien… así?
- Así es.- dijo Esteban con tristeza. Miró a los ojos a su sobrino. – Escúchame, Raimundo. El amor es el sentimiento más maravilloso que existe, pero también puede ser la mayor fuente de sufrimiento. Sin embargo, merece la pena incluso ese dolor. Nunca te rindas. Si amas de verdad, pase lo que pase, no te rindas. Eres un Ulloa, y los Ulloa somos valientes en todo. Incluso en el amor.
Raimundo miró a su tío. No sabía por qué, pero sentía que había una gran verdad en sus palabras. Apretó el puño firme como si hubiese tomado una determinación.
- No lo haré, tío. Le doy mi palabra.


Ina por fa, que se besen esta noche antes de irnos a dormir que sino la espera hasta que vuelvas se va a hacer muuuuuuuuuuuuy larga por fa por fa

- Y lo mejor de todo es que Rosario, con los nervios, tiró al suelo el puchero recién hecho.- se carcajeó.- Aunque bueno… mi madre le echó una soberana bronca.- meneó la cabeza. – La verdad, no me lo hubiera esperado de Rosario. Es siempre tan seria y responsable. – Francisca resopló con una graciosa mueca.- Parece que el amor vuelve idiota a la gente.
- Sí, eso parece.- murmuró Raimundo con un deje de ironía.
Francisca le miró un tanto extrañada. Después prosiguió.
- Yo, la verdad, no acabo de entenderlo.- dijo digna y orgullosa.- ¿Cómo se puede perder el juicio de esa forma?
- Tal vez cuando alguien te diga que no puede vivir sin ti, lo entiendas.
Francisca sintió un aleteo extraño en el estómago. Le miró desafiante.
- Ya, seguro. Si algún estúpido muchacho me dijera eso con cara de bobo enamorado, probablemente le atizaría un mamporro en la cabeza.- soltó venenosa.
Raimundo no pudo evitar una risa involuntaria. La miró malicioso.
- ¿Y si la que pone cara de boba enamorada eres tú?- le picó.
- ¿Yo? Sí, claro.- dijo ella burlona.- Eso no va a pasar ni pasará nunca.
- Nunca digas de esta agua no beberé.- dijo él desafiante.
Francisca le miró. No sabía por qué, pero Raimundo no parecía el mismo de siempre. Sabía que el cambio se había producido el día en que… Bueno, ese día. Desde ese día, Raimundo parecía más serio, más… diferente. Seguía embromándola, cierto, y sacándola de quicio, pero había un fuego peligroso en sus ojos cuando lo hacía. Un fuego… que hacía latir su corazón a toda velocidad y que provocaba que sus arrestos menguasen. Ahora mismo, Raimundo tenía esa mirada. Se sintió turbada y se enfureció consigo misma por ello. Él pareció advertirlo y sonrió.
- Vaya… veo que tu valor flaquea…Me pregunto por qué...
- No digas estupideces, Raimundo Ulloa.- ella le miró indignada, alzando la cabeza.
- No lo son.- él se acercó, calculando su reacción.- Te conozco, Francisca Montenegro. Y ahora mismo te veo turbada… Eso es curioso, cuando justo hace dos minutos proclamabas que nunca te verías en esa tesitura.
Francisca maldijo su corazón, que empezó a latir desaforado en su pecho al verle tan cerca. Deseaba mostrarse orgullosa y entera pero, por primera vez en su vida, no era capaz. ¿Qué estaba pasando? Como último recurso, su orgullo herido le hizo alzar el puño furiosa contra él, pero Raimundo atrapó su mano en el aire. Millones de escalofríos la recorrieron ante ese simple contacto. Él la atrajo infinitamente despacio. Francisca creyó morir.
- ¿Q… qué…estás haciendo…?
- Lo siento, Francisca pero… aún a riesgo de perder la vida… tengo que… besarte…
Francisca intentó hablar pero por primera vez una fuerza superior a ella la silenció. Raimundo posó sus labios en los suyos en un beso tierno, cargado de millones de sentimientos. Ella creyó morir. Ni siquiera supo qué hacer. Sin embargo, pronto Raimundo la guió en el beso, acariciando sus labios con los suyos, deslizando levemente su lengua por su labio inferior. Poco a poco, el inexperto beso fue mejorando hasta que él atrapó de nuevo su boca mientras sujetaba tierno su rostro y su cintura. Francisca le devolvió el beso, y sin saber cómo terminó aferrándose a él, rodeando su cuello con sus brazos.

Por favor!!! q historia más bonita la de estos dos




Sobre los spoilers
SPOILER (puntero encima para mostrar)Que razón tenais yo también me olia que al enterarse se iba para La Casona pero raudo y veloz :P lo mejor va a ser con la mala leche que va y como se le va a esfumar al ver a Francisca a punto de morir, si que VA A SER MUY GRANDE. Con la espera que llevamos, que nos dan una escena cada año, más le vale que le saquen todo el jugo posible.Aish que bien ;D, me fastidia que se vuelva a enfadar con Sebastián pero bueno que le vamos a hacer, si eso provoca (La muerte de Virtudes) que Francisa y él se acerquen porque le salva la vida bienvenido sea jajajaja,ay que mala soy, pero es asi.
También va a estar bien cuando Raimundo le explique a Sebas porque mato a la Virtuditas. Ya sabemos porque pero <3
Otra cosilla
SPOILER (puntero encima para mostrar)¿Cuando creeis que sera el salto temporal?Tiene que estar al caer ¿no?

Raimundo creyó morir mientras la miraba. Ese precioso rubor que cubría sus mejillas y esa boca deliciosa… Le estaba haciendo perder el juicio sin remedio. Dios… la quería. Se dio cuenta de que la quería con toda su alma, con todo su ser. Moriría por ella. Sin la menor duda. Ese sentimiento creció en su corazón hiriéndolo para siempre y causándole incluso dolor. La miró rebosante de amor.
- Francisca… yo…- susurró dolido.
- Ni se te ocurra.- le interrumpió ella sin pensar. Él la miró sin comprender.- Como digas que lo sientes… te mataré, Raimundo Ulloa.
El joven la miró entre sorprendido, feliz y travieso. Francisca pareció darse cuenta de las implicaciones de lo que acababa de decir y empezó a abrir la boca horrorizada.
- Quiero decir que…- empezó, rápida, intentando arreglarlo.
- Que te ha gustado…- terminó él, sonriéndole pícaro y tierno.
Ella le miró con una mezcla de turbación y orgullo herido que a él se le antojó deliciosa. Irguió la cabeza muy digna.
- Bueno… no ha estado mal, pero tampoco ha sido para tanto.- le espetó.
- ¿Ah no?- él la miró con el mismo desafío en sus ojos.- Pues para no haber sido para tanto, temblabas más que una hoja en otoño.- respondió burlón.
Francisca le fulminó con la mirada. Simplemente, no podía soportar que el orgullo de él quedase por encima del suyo. Era superior a sus fuerzas. Bufó furiosa, causando una risita divertida en Raimundo. Eso la enervó tanto que hizo lo primero que se le pasó por la cabeza para silenciarlo. Esta vez fue ella la que tomó su rostro con sus manos y le plantó un beso tan apasionado que le robó la respiración en un segundo. Después, sin más preámbulos, se separó, se deshizo de sus brazos y echó a andar con paso orgulloso. Raimundo se quedó paralizado en su sitio, procurando que a su corazón no le diera un infarto.
- Vaya…- fue lo único que pudo decir.
Vio cómo ella se alejaba. Ese diablo de muchacha le iba a volver loco. Bueno… en realidad, ya lo había hecho. Espoleado por esa locura, Raimundo se acercó hasta ella como un depredador a su presa y la detuvo, obligándola a girarse. Ella empezó a fulminarle con la mirada.
- Condenado…
No pudo decir nada más. Raimundo la estaba besando como si fuese lo último que pudiera hacer antes de morir. Millones de escalofríos la hicieron temblar y estuvo a punto de caer al suelo si no fuese porque él la atrapó entre sus brazos. Se rindió por completo a su boca y se besaron despacio, en una sucesión de caricias entre sus labios. Finalmente se separaron. Los ojos de Francisca por primera vez no brillaban desafiantes. Brillaban extraordinariamente hermosos, adornados por un sentimiento puro. Él la miró adorándola.
- Mi pequeña…- susurró.
Esas dos palabras pronunciadas con esa voz le causaron tantos escalofríos como el beso que habían compartido hacía unos momentos. Ella le miró.
- ¿Qué nos… está pasando?- preguntó vulnerable.
- A mí…- le acarició tierno la frente.- lo único que me pasa es que… - su mano descendió por su mejilla en una amorosa caricia.- …me has arrebatado el alma y el corazón.
Ella creyó morir. Raimundo la besó en la frente y luego la miró a los ojos.
- ¿Tienes idea de lo mucho que te amo?
Francisca intentó seguir respirando.
- Yo…- maldición, sí que se estaba comportando como una imbécil.- Yo…
Raimundo rió suavemente. Esa risa volvió a sembrar millones de escalofríos por todo su ser. Le miró. Se perdió en sus ojos castaños. Aquellos ojos que la comprendían, la tranquilizaban, la adoraban… Sintió que su corazón daba un vuelco. Le quería. No sabía desde cuando… pero en ese momento se dio cuenta de que le amaba con todas las fuerzas de su orgulloso ser.
- Te quiero…- susurró finalmente con la voz rota.
Él la miró. La abrazó, apretándola contra su corazón mientras creía morir de felicidad.
- Y yo a ti, mi pequeña… Y yo a ti…

Así que entre el miércoles y el jueves tenemos escenaaaaaaaa, que largo se me va a hacer.




Bueno chicas, sintiéndolo mucho... voy a estar una semanita fuera. Aunque el motivo es magnífico, jejeje. Por fiiiiiiiiiiiiin podré ver París. El Louvre, Notre Dame, Trocadero... AAAisss. Pero aunque no os lo creáis, os echaré de menos


Besitooos.