El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0

08/06/2011 23:44
Vídeos FormulaTV
#761

19/08/2011 09:19
ups perdona Ina no me había dado cuenta de que la historia ya tenía título...
#762

19/08/2011 10:31
El título que yo había pensado para la historia es "Eres mi verdad"... Pero, bueno, no es definitivo. Si os gusta más la propuesta de Miri "Desde que te conocí", lo cambio

#763

19/08/2011 12:06
Ina cualquiera de los dos títulos me gusta, tú eres la genio así que el que decidas estará bien.
Ay Miri, amiga, que ganitas, y yo lo veré 4 horas más tarde que vosotras, que angustia, y tienes razón, con el genio con el que se va Rai después de hablar con Mirañar, en la casona puede arder Troya, las dos escenas que han sacado en los avances me han encantado, en una la Doña acojonada y en la otra toda orgullosa como es ella. Tengo unas paranoias malísimas por que no se por que presiento (y es una locura, lo se), que esta escena va a ser como la declaración de Darcy en Orgullo y Prejuicio, que se ponen a discutir y casi casi se dan un beso y sólo su tremendo orgullo evita que se morreen a lo bestia. Pues igualico me lo imagino, por favor que mal estoy
Ay Miri, amiga, que ganitas, y yo lo veré 4 horas más tarde que vosotras, que angustia, y tienes razón, con el genio con el que se va Rai después de hablar con Mirañar, en la casona puede arder Troya, las dos escenas que han sacado en los avances me han encantado, en una la Doña acojonada y en la otra toda orgullosa como es ella. Tengo unas paranoias malísimas por que no se por que presiento (y es una locura, lo se), que esta escena va a ser como la declaración de Darcy en Orgullo y Prejuicio, que se ponen a discutir y casi casi se dan un beso y sólo su tremendo orgullo evita que se morreen a lo bestia. Pues igualico me lo imagino, por favor que mal estoy
#764

19/08/2011 13:16
lna yo también creo que el título debes escogerlo tú. Me gustan los dos.....pero si tengo que decantarme por uno elijo "Eres mi verdad"...quizás porque es algo que le dice la Paca a Rai y como ese capítulo aún me hace llorar...... :D El que decidas bien decidido estará
#765

19/08/2011 16:39
- ¿Qué… estás haciendo tú aquí?- le preguntó la chiquilla.
Raimundo alzó una ceja, sorprendido.
- Eso debería preguntártelo yo, ¿no crees?
La muchacha pareció un tanto desconcertada ante la respuesta. Raimundo la contempló fijamente. Era una señorita de bien, de eso no cabía duda. Su vestido lo revelaba. Pero el hecho de que estuviese balanceándose ágilmente en la rama del castaño no cuadraba en absoluto con su imagen. La chiquilla parecía de repente algo incómoda, pero después frunció graciosamente el entrecejo. Raimundo reprimió la sonrisa ante el gesto y siguió mirándola esta vez más divertido que sorprendido.
- Pues yo… estoy… - la muchacha inspiró irguiéndose con toda su dignidad.- Simplemente, me pareció un árbol muy hermoso y quería…
- ¿Robar castañas?- terminó el chico, con un deje de ironía.
Francisca le fulminó con la mirada. Ya no parecía tan triste como cuando lo vio sentado cabizbajo justo bajo su rama. Ahora un brillo travieso bailaba en sus grandes ojos oscuros mientras la miraba esbozando una ligera sonrisa. Ella alzó la cabeza.
- No me dedico precisamente a robar castañas.- contestó mordaz.- En mi casa hay cientos de árboles que dan muchas más castañas que este.
- Lo dudo.- replicó el muchacho. Ella volvió a mirarle con mala cara. El chico le devolvió la mirada, entre divertido y retador.- Este árbol tiene casi cien años. Apuesto a que en tu casa no hay ninguno así.
Francisca bufó. Se puso en pie en la rama y avanzó un paso. Al hacerlo, la mirada del muchacho descendió involuntariamente. Ella lo advirtió y de pronto, pareció echar fuego por los ojos.
- ¿Se puede saber qué estás mirando?- preguntó furiosa.
- ¿Yo..? Nada.- Raimundo tragó saliva al ver el soberano enfado que había en el rostro de la muchacha. Alzó las manos en un gesto entre defensivo e inocente.- Te juro que no estaba mirando nada.
- ¡Mentiroso! Miraste por debajo de mi falda. ¡Te he visto!- Francisca se sintió entre rabiosa y extrañamente ruborizada.
- Te juro que no…
Antes de que Raimundo pudiera terminar la frase, Francisca cogió uno de los erizos llenos de castañas y lo lanzó hacia su cabeza. El puntiagudo erizo dio de lleno en su coronilla, arrancándole un gemido de dolor.
- ¡Oye, espera, eso duele!- se frotó la cabeza. De pronto, vio que la chica se había armado con media docena de erizos. Apenas esquivó el primero. Aquella condenada chiquilla tenía una puntería realmente buena.- ¿Te has vuelto loca?? ¡Para!
El enfado de Francisca casi se había evaporado. Aquello era demasiado divertido. Tomó con cuidado unos cuantos erizos más y los envolvió en su falda. Después empezó a dispararle uno tras otro. Raimundo esquivaba a duras penas aquella avalancha. Se fue acercando al tronco del árbol como pudo. Otro erizo le dio de lleno en la cabeza.
- ¡Para ya!- era inútil. La muchacha no parecía dispuesta a una tregua. Raimundo la miró furioso y trepó a la rama más baja del árbol.- Verás como te coja…- amenazó.
Francisca siguió tirándole un erizo tras otro, pero el chico también era bastante hábil en manejarse por las ramas. Antes de que pudiese darse cuenta, ya estaba a su lado. Un último erizo impactó contra Raimundo. Francisca retrocedió y saltó a una rama más alta. Él la siguió y antes de que pudiese reanudar la batalla, la cogió de un brazo.
- ¡Suéltame!- exigió ella, procurando liberarse.
- Lo haré en cuanto te deshagas de toda esa munición.- dijo Raimundo, señalando los erizos que le quedaban.
La muchacha se revolvió rabiosa. De pronto, en el forcejeo, Raimundo trastabilló, perdió el equilibrio y se precipitó desde una considerable altura, arrastrando también a Francisca. Los dos muchachos cayeron al suelo. Francisca levantó la cabeza algo aturdida. El chico había amortiguado su caída. Se miró el vestido y descubrió con horror que estaba completamente hecho un desastre. Su madre la mataría. De pronto, otra inquietud la invadió. Miró al muchacho. Estaba tumbado boca arriba e inconsciente. Se acercó.
- Oye… despierta.- dijo, sacudiéndolo suavemente de los hombros.
El chico no reaccionó. Un terror desconocido empezó a invadir a Francisca. Le sacudió con más fuerza.
- Eh, eh! ¡Despierta!- era inútil. Francisca vio que había un golpe bastante feo en su cabeza. Tragó saliva.- Dios mío, ¡le he matado!- le aferró desesperada.- Despierta, por favor, despierta. Perdóname, - suplicó casi llorando.- Por favor, despierta.
Raimundo se lo estaba pasando de lo lindo mientras fingía que estaba inconsciente… hasta que por el rabillo del ojo vio que los ojos de la muchacha estaban inundados de lágrimas. El remordimiento le atenazó la garganta. Quería darle su merecido por lo de los erizos, pero tal vez se había pasado un poco. El muchacho abrió los ojos mientras ella sollozaba cubriéndose la cara con las manos.
- Oye, cálmate, que estoy bien.- le susurró, apoyando una mano en su hombro.- Sólo era una broma.
Francisca lanzó una mirada entre aliviada y furiosa.
- ¿¡Una broma?!!- casi gritó.- ¡Una broma! ¡Te voy a…!
Raimundo intentó detenerla, pero ella logró golpearle en el pecho con rabia. Esa muchacha no era una señorita de bien. Era una verdadera fierecilla. Finalmente, Francisca logró calmarse.
- Pensé que estabas muerto.- dijo ella, mirándolo rencorosa.
- Ya me di cuenta. Estabas llorando como en un funeral.- respondió Raimundo risueño. Después la miró un poquito arrepentido.- Lo siento. No quería asustarte tanto. Sólo un poquito.- terminó divertido.
- ¿Asustarme?- repuso ella, muy digna.- Yo no me asusto.
- Entonces, ¿por qué llorabas?- preguntó el muchacho con un brillo astuto en los ojos.
- Simplemente porque… no me gustaría ir a la cárcel por haber matado a un… chico que ni siquiera sabe trepar.- contestó desafiante.
Raimundo se echó a reír.
- ¿Te estás riendo de mí?- pregunto ella, nuevamente furiosa.
- No, no exactamente.- el chico la miró.- Eres una chica muy poco común. Vas vestida como una mocosa repelente y consentida, pero sabes trepar y tienes buena puntería, tanto con los erizos como con las palabras.- le sonrió.- Me has caído bien.
Ella le miró sintiéndose confusa. La había insultado llamándola mocosa repelente y consentida y después había alabado todas esas cualidades que a su madre le parecían espantosas. Era muy extraño.
- Tú tampoco te pareces a los demás muchachos.- dijo, casi sin pensar.
- ¿Ah, no? – el chico alzó una ceja esbozando una sonrisa.- ¿Por qué?
- Porque los demás son imbéciles.- contestó ella sin rodeos.
Raimundo rió de nuevo. Francisca también sonrió. Le gustaba la risa fresca y sincera de aquel muchacho. El chico la miró y extendió una mano.
- Todavía no me he presentado. Me llamo Raimundo Ulloa.
Ella se quedó sin respiración al oír el apellido. Era un Ulloa. Decididamente, ese día había hecho absolutamente todo lo que su madre le había prohibido. Se había escapado a dar un paseo clandestino, había trepado a un árbol, había puesto perdido el vestido y para más inri, no sólo se había acercado a la propiedad de los Ulloa, sino que además acababa de conocer a su hijo. Le miró un tanto inquieta. Raimundo alzó una ceja interrogante.
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?- la apremió, aún estirando su mano hacia ella.
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
Raimundo alzó una ceja, sorprendido.
- Eso debería preguntártelo yo, ¿no crees?
La muchacha pareció un tanto desconcertada ante la respuesta. Raimundo la contempló fijamente. Era una señorita de bien, de eso no cabía duda. Su vestido lo revelaba. Pero el hecho de que estuviese balanceándose ágilmente en la rama del castaño no cuadraba en absoluto con su imagen. La chiquilla parecía de repente algo incómoda, pero después frunció graciosamente el entrecejo. Raimundo reprimió la sonrisa ante el gesto y siguió mirándola esta vez más divertido que sorprendido.
- Pues yo… estoy… - la muchacha inspiró irguiéndose con toda su dignidad.- Simplemente, me pareció un árbol muy hermoso y quería…
- ¿Robar castañas?- terminó el chico, con un deje de ironía.
Francisca le fulminó con la mirada. Ya no parecía tan triste como cuando lo vio sentado cabizbajo justo bajo su rama. Ahora un brillo travieso bailaba en sus grandes ojos oscuros mientras la miraba esbozando una ligera sonrisa. Ella alzó la cabeza.
- No me dedico precisamente a robar castañas.- contestó mordaz.- En mi casa hay cientos de árboles que dan muchas más castañas que este.
- Lo dudo.- replicó el muchacho. Ella volvió a mirarle con mala cara. El chico le devolvió la mirada, entre divertido y retador.- Este árbol tiene casi cien años. Apuesto a que en tu casa no hay ninguno así.
Francisca bufó. Se puso en pie en la rama y avanzó un paso. Al hacerlo, la mirada del muchacho descendió involuntariamente. Ella lo advirtió y de pronto, pareció echar fuego por los ojos.
- ¿Se puede saber qué estás mirando?- preguntó furiosa.
- ¿Yo..? Nada.- Raimundo tragó saliva al ver el soberano enfado que había en el rostro de la muchacha. Alzó las manos en un gesto entre defensivo e inocente.- Te juro que no estaba mirando nada.
- ¡Mentiroso! Miraste por debajo de mi falda. ¡Te he visto!- Francisca se sintió entre rabiosa y extrañamente ruborizada.
- Te juro que no…
Antes de que Raimundo pudiera terminar la frase, Francisca cogió uno de los erizos llenos de castañas y lo lanzó hacia su cabeza. El puntiagudo erizo dio de lleno en su coronilla, arrancándole un gemido de dolor.
- ¡Oye, espera, eso duele!- se frotó la cabeza. De pronto, vio que la chica se había armado con media docena de erizos. Apenas esquivó el primero. Aquella condenada chiquilla tenía una puntería realmente buena.- ¿Te has vuelto loca?? ¡Para!
El enfado de Francisca casi se había evaporado. Aquello era demasiado divertido. Tomó con cuidado unos cuantos erizos más y los envolvió en su falda. Después empezó a dispararle uno tras otro. Raimundo esquivaba a duras penas aquella avalancha. Se fue acercando al tronco del árbol como pudo. Otro erizo le dio de lleno en la cabeza.
- ¡Para ya!- era inútil. La muchacha no parecía dispuesta a una tregua. Raimundo la miró furioso y trepó a la rama más baja del árbol.- Verás como te coja…- amenazó.
Francisca siguió tirándole un erizo tras otro, pero el chico también era bastante hábil en manejarse por las ramas. Antes de que pudiese darse cuenta, ya estaba a su lado. Un último erizo impactó contra Raimundo. Francisca retrocedió y saltó a una rama más alta. Él la siguió y antes de que pudiese reanudar la batalla, la cogió de un brazo.
- ¡Suéltame!- exigió ella, procurando liberarse.
- Lo haré en cuanto te deshagas de toda esa munición.- dijo Raimundo, señalando los erizos que le quedaban.
La muchacha se revolvió rabiosa. De pronto, en el forcejeo, Raimundo trastabilló, perdió el equilibrio y se precipitó desde una considerable altura, arrastrando también a Francisca. Los dos muchachos cayeron al suelo. Francisca levantó la cabeza algo aturdida. El chico había amortiguado su caída. Se miró el vestido y descubrió con horror que estaba completamente hecho un desastre. Su madre la mataría. De pronto, otra inquietud la invadió. Miró al muchacho. Estaba tumbado boca arriba e inconsciente. Se acercó.
- Oye… despierta.- dijo, sacudiéndolo suavemente de los hombros.
El chico no reaccionó. Un terror desconocido empezó a invadir a Francisca. Le sacudió con más fuerza.
- Eh, eh! ¡Despierta!- era inútil. Francisca vio que había un golpe bastante feo en su cabeza. Tragó saliva.- Dios mío, ¡le he matado!- le aferró desesperada.- Despierta, por favor, despierta. Perdóname, - suplicó casi llorando.- Por favor, despierta.
Raimundo se lo estaba pasando de lo lindo mientras fingía que estaba inconsciente… hasta que por el rabillo del ojo vio que los ojos de la muchacha estaban inundados de lágrimas. El remordimiento le atenazó la garganta. Quería darle su merecido por lo de los erizos, pero tal vez se había pasado un poco. El muchacho abrió los ojos mientras ella sollozaba cubriéndose la cara con las manos.
- Oye, cálmate, que estoy bien.- le susurró, apoyando una mano en su hombro.- Sólo era una broma.
Francisca lanzó una mirada entre aliviada y furiosa.
- ¿¡Una broma?!!- casi gritó.- ¡Una broma! ¡Te voy a…!
Raimundo intentó detenerla, pero ella logró golpearle en el pecho con rabia. Esa muchacha no era una señorita de bien. Era una verdadera fierecilla. Finalmente, Francisca logró calmarse.
- Pensé que estabas muerto.- dijo ella, mirándolo rencorosa.
- Ya me di cuenta. Estabas llorando como en un funeral.- respondió Raimundo risueño. Después la miró un poquito arrepentido.- Lo siento. No quería asustarte tanto. Sólo un poquito.- terminó divertido.
- ¿Asustarme?- repuso ella, muy digna.- Yo no me asusto.
- Entonces, ¿por qué llorabas?- preguntó el muchacho con un brillo astuto en los ojos.
- Simplemente porque… no me gustaría ir a la cárcel por haber matado a un… chico que ni siquiera sabe trepar.- contestó desafiante.
Raimundo se echó a reír.
- ¿Te estás riendo de mí?- pregunto ella, nuevamente furiosa.
- No, no exactamente.- el chico la miró.- Eres una chica muy poco común. Vas vestida como una mocosa repelente y consentida, pero sabes trepar y tienes buena puntería, tanto con los erizos como con las palabras.- le sonrió.- Me has caído bien.
Ella le miró sintiéndose confusa. La había insultado llamándola mocosa repelente y consentida y después había alabado todas esas cualidades que a su madre le parecían espantosas. Era muy extraño.
- Tú tampoco te pareces a los demás muchachos.- dijo, casi sin pensar.
- ¿Ah, no? – el chico alzó una ceja esbozando una sonrisa.- ¿Por qué?
- Porque los demás son imbéciles.- contestó ella sin rodeos.
Raimundo rió de nuevo. Francisca también sonrió. Le gustaba la risa fresca y sincera de aquel muchacho. El chico la miró y extendió una mano.
- Todavía no me he presentado. Me llamo Raimundo Ulloa.
Ella se quedó sin respiración al oír el apellido. Era un Ulloa. Decididamente, ese día había hecho absolutamente todo lo que su madre le había prohibido. Se había escapado a dar un paseo clandestino, había trepado a un árbol, había puesto perdido el vestido y para más inri, no sólo se había acercado a la propiedad de los Ulloa, sino que además acababa de conocer a su hijo. Le miró un tanto inquieta. Raimundo alzó una ceja interrogante.
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?- la apremió, aún estirando su mano hacia ella.
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
#766

19/08/2011 19:22
Me encantas Lna, volver al pasado es una idea brillante sin duda. Me alegro mucho de que sigas compartiendo con nosotras tu talento :)
#767

19/08/2011 19:52
Ina me encantan tus relatos, son muy emocionante. Es increible pero la Paca ha hecho callar a Rai, me ha gustado, ha empezado la secuencia pidiendole que haga algo por su hijo y acusándola si tenia algo que ver, para terminar con broche con la secuencia de Rai, Paca y Tristan, no se si es la primera secuencia de los tres, pero me ha encantado, ya tengo mas claro que Tristan es hijo de Rai.
#768

19/08/2011 20:59
Gracias, chicas
, en breve continúo.
Madre mía, qué buena la escenita de Paca, Rai y luego con Tristán. Lo que me pude reír cuando Raimundo irrumpió en la biblioteca como Pedro por su casa y Francisca al verlo se puso más nerviosa que una quinceañera. ¡Si hasta casi tartamudeaba!, jajajajajajajaa, por Dios. Y mi madre, a mi lado diciendo: "¡Ay, qué nerviosa se ha puesto!" Buenísimo,



. Después, el enfado de Raimundo que luego acabó diluyéndose en una mirada que... glupss. ¿Eran imaginaciones mías o estos dos han estado hoy más cerca el uno del otro mientras "charlaban"? También me ha encantado la escena con Tristán, cómo le tendió la mano a Raimundo. ¡Qué cara puso la Paca al verlos! Tenía la expresión de..."- Ay, madre, si estos dos supieran..."
En definitiva, muy buena. Tal vez he echado de menos un poquito más de "apasionamiento" a la hora de discutir y me sorprendí al ver que Rai se iba "con el rabo entre las piernas"... Aunque no sé, le ha echado unas miradas a Francisca que no parecían de odio... precisamente.

Madre mía, qué buena la escenita de Paca, Rai y luego con Tristán. Lo que me pude reír cuando Raimundo irrumpió en la biblioteca como Pedro por su casa y Francisca al verlo se puso más nerviosa que una quinceañera. ¡Si hasta casi tartamudeaba!, jajajajajajajaa, por Dios. Y mi madre, a mi lado diciendo: "¡Ay, qué nerviosa se ha puesto!" Buenísimo,





En definitiva, muy buena. Tal vez he echado de menos un poquito más de "apasionamiento" a la hora de discutir y me sorprendí al ver que Rai se iba "con el rabo entre las piernas"... Aunque no sé, le ha echado unas miradas a Francisca que no parecían de odio... precisamente.
#769

19/08/2011 22:12
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
Esta vez fue el turno de Raimundo de quedarse sin respiración.
- ¿Eres… la hija de Alejandro Montenegro?- preguntó sorprendido.
La muchacha asintió.
- Vaya…- repuso Raimundo.- Esto sí que es… una sorpresa. Me parece que esta vez mi padre sí que me va a matar.- dijo más para sí que para Francisca.
- ¿Por qué?- preguntó ella, curiosa.
- Bueno, no te ofendas pero…- el muchacho meneó la cabeza.- A mi padre no le caen precisamente bien los Montenegro.
- Al mío tampoco le caen nada bien los Ulloa.- repuso ella.
Los muchachos se miraron, al principio un poco preocupados. Francisca resopló.
- Francamente, estoy hasta las narices de tener que obedecer en todo lo que me dicen.- dijo como si tal cosa.
Raimundo rió al ver una gran verdad expresada de una forma tan contundente.
- No puedo estar más de acuerdo contigo.- dijo él.
De pronto, una voz les hizo sobresaltarse. Una voz nada agradable.
- ¡Raimundo! ¡Raimundo Ulloa! ¡Ven aquí ahora mismo, dondequiera que estés! ¡Como no aparezcas ya, tendrás un verdadero motivo para llorar!
Francisca tragó saliva. Raimundo no perdió un momento y la tomó de un brazo. Se ocultaron tras el enorme tronco del castaño.
- Es mi padre.- susurró el chico.- Como nos descubra, estamos muertos.
Francisca le miró atemorizada. Raimundo alzó un momento la cabeza. Después la miró.
- ¿Crees que podrías llegar a esa rama sin hacer ruido?- le preguntó.
- Está demasiado alta.- susurró ella.
Raimundo se agachó.
- Súbete a mi espalda.
Ella dudó un instante, pero finalmente lo hizo. Raimundo le tendió una mano y ella se agarró. El muchacho se incorporó con extremo cuidado mientras Francisca permanecía en pie sobre sus hombros. Finalmente, la muchacha alcanzó la rama y trepó hasta ella. Desde su posición podía ver como un hombre alto y con cara de pocos amigos iba directo hacia el castaño. Ella se escondió entre las hojas.
- ¡Vamos…!- la apremió Raimundo en un susurro. – ¡Corre!
- ¿Y tú…?- ella dirigió una mirada entre asustada y preocupada hacia el hombre.
- No te preocupes por mí, al fin y al cabo, soy su único heredero y no puede matarme.- le guiñó un ojo a una aterrorizada Francisca.- Venga, Francisca, vete ya.
Ella se volvió, pero después le miró de nuevo.
- Raimundo.- le llamó.
El muchacho alzó la mirada.
- Gracias.- le dijo, un tanto incómoda.
Raimundo sonrió. En ese momento, un furioso Fernando Ulloa apareció amenazante junto al muchacho. Le cogió de la oreja nada delicadamente mientras Raimundo procuraba soportar el dolor.
- ¿Cuántas veces te he dicho que cuando llamo me gusta que me contesten de inmediato?
- Lo siento… padre.- dijo Raimundo con un esfuerzo.
- Lo vas a sentir, pero de verdad.
Su padre se dispuso a llevarlo a rastras de la oreja cuando, de pronto, un erizo impactó con sorprendente fuerza en la cabeza de Fernando Ulloa. El punzante dolor hizo que soltase a Raimundo.
- ¡Por todos los…!- Fernando miró hacia el castaño, furioso.- ¿Qué demonios ha sido eso?
Raimundo miró preocupado el árbol. Disimuladamente, respiró aliviado al comprobar que no había nadie.
- Los erizos, que empiezan a estar maduros y caen solos, padre.- dijo el muchacho.
Su padre le miró con mala cara, pero finalmente lo llevó casi a rastras hacia el interior de la mansión sin decir una palabra más. Raimundo volvió levemente la cabeza al percibir un ligero movimiento en el follaje del castaño. Con un esfuerzo, evitó la sonrisa que amenazaba aparecer en su rostro.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
Esta vez fue el turno de Raimundo de quedarse sin respiración.
- ¿Eres… la hija de Alejandro Montenegro?- preguntó sorprendido.
La muchacha asintió.
- Vaya…- repuso Raimundo.- Esto sí que es… una sorpresa. Me parece que esta vez mi padre sí que me va a matar.- dijo más para sí que para Francisca.
- ¿Por qué?- preguntó ella, curiosa.
- Bueno, no te ofendas pero…- el muchacho meneó la cabeza.- A mi padre no le caen precisamente bien los Montenegro.
- Al mío tampoco le caen nada bien los Ulloa.- repuso ella.
Los muchachos se miraron, al principio un poco preocupados. Francisca resopló.
- Francamente, estoy hasta las narices de tener que obedecer en todo lo que me dicen.- dijo como si tal cosa.
Raimundo rió al ver una gran verdad expresada de una forma tan contundente.
- No puedo estar más de acuerdo contigo.- dijo él.
De pronto, una voz les hizo sobresaltarse. Una voz nada agradable.
- ¡Raimundo! ¡Raimundo Ulloa! ¡Ven aquí ahora mismo, dondequiera que estés! ¡Como no aparezcas ya, tendrás un verdadero motivo para llorar!
Francisca tragó saliva. Raimundo no perdió un momento y la tomó de un brazo. Se ocultaron tras el enorme tronco del castaño.
- Es mi padre.- susurró el chico.- Como nos descubra, estamos muertos.
Francisca le miró atemorizada. Raimundo alzó un momento la cabeza. Después la miró.
- ¿Crees que podrías llegar a esa rama sin hacer ruido?- le preguntó.
- Está demasiado alta.- susurró ella.
Raimundo se agachó.
- Súbete a mi espalda.
Ella dudó un instante, pero finalmente lo hizo. Raimundo le tendió una mano y ella se agarró. El muchacho se incorporó con extremo cuidado mientras Francisca permanecía en pie sobre sus hombros. Finalmente, la muchacha alcanzó la rama y trepó hasta ella. Desde su posición podía ver como un hombre alto y con cara de pocos amigos iba directo hacia el castaño. Ella se escondió entre las hojas.
- ¡Vamos…!- la apremió Raimundo en un susurro. – ¡Corre!
- ¿Y tú…?- ella dirigió una mirada entre asustada y preocupada hacia el hombre.
- No te preocupes por mí, al fin y al cabo, soy su único heredero y no puede matarme.- le guiñó un ojo a una aterrorizada Francisca.- Venga, Francisca, vete ya.
Ella se volvió, pero después le miró de nuevo.
- Raimundo.- le llamó.
El muchacho alzó la mirada.
- Gracias.- le dijo, un tanto incómoda.
Raimundo sonrió. En ese momento, un furioso Fernando Ulloa apareció amenazante junto al muchacho. Le cogió de la oreja nada delicadamente mientras Raimundo procuraba soportar el dolor.
- ¿Cuántas veces te he dicho que cuando llamo me gusta que me contesten de inmediato?
- Lo siento… padre.- dijo Raimundo con un esfuerzo.
- Lo vas a sentir, pero de verdad.
Su padre se dispuso a llevarlo a rastras de la oreja cuando, de pronto, un erizo impactó con sorprendente fuerza en la cabeza de Fernando Ulloa. El punzante dolor hizo que soltase a Raimundo.
- ¡Por todos los…!- Fernando miró hacia el castaño, furioso.- ¿Qué demonios ha sido eso?
Raimundo miró preocupado el árbol. Disimuladamente, respiró aliviado al comprobar que no había nadie.
- Los erizos, que empiezan a estar maduros y caen solos, padre.- dijo el muchacho.
Su padre le miró con mala cara, pero finalmente lo llevó casi a rastras hacia el interior de la mansión sin decir una palabra más. Raimundo volvió levemente la cabeza al percibir un ligero movimiento en el follaje del castaño. Con un esfuerzo, evitó la sonrisa que amenazaba aparecer en su rostro.
#770

19/08/2011 23:30
Francisca soportó estoicamente la perorata de su madre, una vez más. Sin embargo, en aquella ocasión, su mente estaba todavía más lejos de allí de lo que solía estarlo cada vez que Elena Montenegro la reprendía. No dejaba de pensar en aquel muchacho. Raimundo Ulloa. Procuró evitar la sonrisa que amenazaba con brotar en su rostro. Ese chico le resultó simpático, después de todo. Y a pesar de que al principio se habían peleado, reconoció que su primera opinión había sido errónea. Él no la había juzgado por verla trepando a un árbol, sino que había mostrado su admiración. Y además, la había ayudado a escapar. No podía imaginarse qué habría ocurrido si el señor Ulloa la hubiera sorprendido allí.
- ¿Puedes decirme cómo es posible que te pusieras así el vestido?- preguntó su madre, colmándosele la paciencia.
- Trepé a un árbol.- dijo la chica, armándose de valor.- Y me caí de él.
Su madre se santiguó horrorizada. Alejandro Montenegro alzó una ceja imperceptiblemente.
- ¡Dios mío!- la ilustre dama la tomó de los hombros.- ¿Qué clase de… comportamiento es éste?
Francisca no respondió. Aguantó la firme mirada de su madre.
- Esto es… lo más inadmisible que jamás hubiese visto.- la miró muy gravemente.- Y exige un correctivo. Estira tu mano, Francisca.
- Elena…- empezó Alejandro.
- No te metas en esto.- le advirtió. Clavó de nuevo la mirada en su hija.- Si tengo que repetírtelo, el castigo será doble.
La muchacha tragó saliva. Pero, a pesar de que interiormente sentía un temor atroz, alzó la cabeza con todas las fuerzas de su orgullo y estiró la mano. Su madre tomó la vara y le golpeó cinco veces el dorso de la mano. El dolor hizo que las lágrimas apareciesen en los ojos de Francisca, pero apretó el puño de su otra mano y las tragó. Jamás lloraría delante de su madre. Jamás.
- Ahora, vete a tu habitación y hasta que no sientas verdadero arrepentimiento por lo que has hecho, no saldrás de allí.- dijo su madre.
Francisca salió del salón y subió las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y entró. Antes de que pudiera cerrarla, alguien apareció tras ella. Francisca se quedó inmóvil al ver a su padre en el umbral.
- Francisca, ¿realmente es cierto lo que has dicho?- preguntó suavemente.
La chiquilla tragó saliva.
- Lo es. Me caí del árbol.
- No dudo que así fuese pero me sorprende que con la habilidad que tienes para ello, cayeras de ese árbol.
Francisca procuró calmar el aleteo de inquietud. Ella confiaba en su padre, pero sabía que aquello jamás podría contárselo. Alejandro miró a su hija fijamente.
- Hija, soy tu padre y no deberías mentirme. ¿A qué árbol fuiste a trepar?
Ella creyó no poder soportar esa tortura. Nunca mentía. Prefería enfrentarse a cualquier situación, pero mentir… se le daba fatal.
- Al castaño… de los… Ulloa.
El rostro de Alejandro Montenegro pasó de una palidez mortal a una furia a duras penas contenida.
- Francisca, ¿qué te he dicho acerca de esa familia?
- Lo sé, padre, pero…
- ¡Pero nada!- Francisca tembló. Las broncas de su padre le dolían infinitamente más que las de su madre. Tal vez porque a su padre lo quería más. Alejandro pareció ver el temor de su hija y procuró dominarse.- Escucha hija, esa familia… hizo mucho daño a la nuestra. Más del que puedas imaginar. Cuando seas mayor… lo entenderás. No debes acercarte a ellos.- la tomó por un brazo.- ¿Me has entendido?
La chica asintió. Alejandro pareció aliviarse un poco. La miró.
- Francisca, hija, tienes que comprender que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti. Y ya va siendo hora de que te des cuenta de que… la vida es mucho más dura de lo que piensas. Llegado el día, tú heredarás todo esto y deberás luchar por ello, por lo que nuestros antepasados han luchado. Sé que eres aún muy joven, pero también sé que me entiendes, ¿verdad?
Francisca volvió a asentir. Su padre la miró fijamente.
- Ahora cumple con el castigo de tu madre.- le dolía ser estricto con ella, pero sabía que debía serlo. Ningún Montenegro había sido pusilánime y su hija no sería la excepción. – Más tarde, Rosario te traerá la cena y, si te arrepientes de tu comportamiento, te levantaremos el castigo.
Alejandro se marchó, sin más, después de dirigir una última mirada seria a su hija. Cerró la puerta. Francisca se quedó sola, sentada en su lecho, sintiendo que una burbuja de pena iba a explotar en su interior. Le dolía la mano, le dolían las palabras de su padre, le dolía su orgullo herido. Se sentía furiosa consigo misma por mostrar esa debilidad en sus lágrimas. Pero lo que más le dolía era que alguien a quien por primera vez podía llamar amigo, debía ser su enemigo.
- ¿Puedes decirme cómo es posible que te pusieras así el vestido?- preguntó su madre, colmándosele la paciencia.
- Trepé a un árbol.- dijo la chica, armándose de valor.- Y me caí de él.
Su madre se santiguó horrorizada. Alejandro Montenegro alzó una ceja imperceptiblemente.
- ¡Dios mío!- la ilustre dama la tomó de los hombros.- ¿Qué clase de… comportamiento es éste?
Francisca no respondió. Aguantó la firme mirada de su madre.
- Esto es… lo más inadmisible que jamás hubiese visto.- la miró muy gravemente.- Y exige un correctivo. Estira tu mano, Francisca.
- Elena…- empezó Alejandro.
- No te metas en esto.- le advirtió. Clavó de nuevo la mirada en su hija.- Si tengo que repetírtelo, el castigo será doble.
La muchacha tragó saliva. Pero, a pesar de que interiormente sentía un temor atroz, alzó la cabeza con todas las fuerzas de su orgullo y estiró la mano. Su madre tomó la vara y le golpeó cinco veces el dorso de la mano. El dolor hizo que las lágrimas apareciesen en los ojos de Francisca, pero apretó el puño de su otra mano y las tragó. Jamás lloraría delante de su madre. Jamás.
- Ahora, vete a tu habitación y hasta que no sientas verdadero arrepentimiento por lo que has hecho, no saldrás de allí.- dijo su madre.
Francisca salió del salón y subió las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y entró. Antes de que pudiera cerrarla, alguien apareció tras ella. Francisca se quedó inmóvil al ver a su padre en el umbral.
- Francisca, ¿realmente es cierto lo que has dicho?- preguntó suavemente.
La chiquilla tragó saliva.
- Lo es. Me caí del árbol.
- No dudo que así fuese pero me sorprende que con la habilidad que tienes para ello, cayeras de ese árbol.
Francisca procuró calmar el aleteo de inquietud. Ella confiaba en su padre, pero sabía que aquello jamás podría contárselo. Alejandro miró a su hija fijamente.
- Hija, soy tu padre y no deberías mentirme. ¿A qué árbol fuiste a trepar?
Ella creyó no poder soportar esa tortura. Nunca mentía. Prefería enfrentarse a cualquier situación, pero mentir… se le daba fatal.
- Al castaño… de los… Ulloa.
El rostro de Alejandro Montenegro pasó de una palidez mortal a una furia a duras penas contenida.
- Francisca, ¿qué te he dicho acerca de esa familia?
- Lo sé, padre, pero…
- ¡Pero nada!- Francisca tembló. Las broncas de su padre le dolían infinitamente más que las de su madre. Tal vez porque a su padre lo quería más. Alejandro pareció ver el temor de su hija y procuró dominarse.- Escucha hija, esa familia… hizo mucho daño a la nuestra. Más del que puedas imaginar. Cuando seas mayor… lo entenderás. No debes acercarte a ellos.- la tomó por un brazo.- ¿Me has entendido?
La chica asintió. Alejandro pareció aliviarse un poco. La miró.
- Francisca, hija, tienes que comprender que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti. Y ya va siendo hora de que te des cuenta de que… la vida es mucho más dura de lo que piensas. Llegado el día, tú heredarás todo esto y deberás luchar por ello, por lo que nuestros antepasados han luchado. Sé que eres aún muy joven, pero también sé que me entiendes, ¿verdad?
Francisca volvió a asentir. Su padre la miró fijamente.
- Ahora cumple con el castigo de tu madre.- le dolía ser estricto con ella, pero sabía que debía serlo. Ningún Montenegro había sido pusilánime y su hija no sería la excepción. – Más tarde, Rosario te traerá la cena y, si te arrepientes de tu comportamiento, te levantaremos el castigo.
Alejandro se marchó, sin más, después de dirigir una última mirada seria a su hija. Cerró la puerta. Francisca se quedó sola, sentada en su lecho, sintiendo que una burbuja de pena iba a explotar en su interior. Le dolía la mano, le dolían las palabras de su padre, le dolía su orgullo herido. Se sentía furiosa consigo misma por mostrar esa debilidad en sus lágrimas. Pero lo que más le dolía era que alguien a quien por primera vez podía llamar amigo, debía ser su enemigo.
#771

19/08/2011 23:34
oooooooooooohhhhhhhh que dulces son ya de chiquitines, ha sido un puntazo lo de Francisca defendiendo a Rai a su manera, ha sido muy divertido.
En cuanto a la escena la he comentado en el otro hilo y para resumir....no se ni frio ni calor ahora mismo la voy a volver a ver, por que no se...
En cuanto a la escena la he comentado en el otro hilo y para resumir....no se ni frio ni calor ahora mismo la voy a volver a ver, por que no se...
#772

19/08/2011 23:37
lnaeowyn decirte que me he leido ya tu historia unas tres o cuatro veces y no sabes cuanto me alegra que nos deleites con otra :D. Es que tienes un don hija, no se puede escribir más maravillosamente a estos dos, tan en personaje, es una delicia leerte. ¿Se les puede enviar por correo urgente la historia a los guionistas? Porque ya les vale xD que con lo actorazos que son los tienen muy desaprovechados....
Por cierto, cada vez que no meten una escena de Raimundo/Francisca (esas pocas que nos dan) en los mejores momentos de Antena3 me ofendo xDD ¬¬ Como hoy....¿pero esto que es??¿?¿¿¿ Hombre que quiero darle al play y ver directamente otra vez (sin tener que andar buscando por el capitulo) como Raimundo entra a sus anchas por La Casona y como la Paca disimula haciendo como que ni le va ni le viene su visita, con lo nerviosa que se ha puesto la mujer que ya no sabia ni que papeles firmaba ni dejaba de firmar jajaja. Mucha tensión no resuelta veo yo aqui, por resolver ;). En fin, a ver que tal la semana que viene, la cosa promete.
Por cierto, cada vez que no meten una escena de Raimundo/Francisca (esas pocas que nos dan) en los mejores momentos de Antena3 me ofendo xDD ¬¬ Como hoy....¿pero esto que es??¿?¿¿¿ Hombre que quiero darle al play y ver directamente otra vez (sin tener que andar buscando por el capitulo) como Raimundo entra a sus anchas por La Casona y como la Paca disimula haciendo como que ni le va ni le viene su visita, con lo nerviosa que se ha puesto la mujer que ya no sabia ni que papeles firmaba ni dejaba de firmar jajaja. Mucha tensión no resuelta veo yo aqui, por resolver ;). En fin, a ver que tal la semana que viene, la cosa promete.
#773

20/08/2011 01:32
Francisca estaba muerta de aburrimiento en su alcoba, mientras daba una puntada en el bastidor. Se clavó la aguja por tercera vez y por tercera vez maldijo por lo bajo. Todavía seguía encerrada en su habitación, pese a que había intentado mostrarse arrepentida a su madre. Sin embargo, ella no se fiaba ni un pelo de sus supuestos remordimientos. Suspiró. Tenía que idear algo para salir de allí o acabaría enloqueciendo.
Repentinamente, un golpe en la ventana llamó su atención. Parpadeó sorprendida. Había sonado como si alguien hubiese tirado algo al cristal. Se levantó y abrió la ventana. Al hacerlo, una castaña se coló por ella y cayó al suelo. Tomó la castaña y miró afuera. Se quedó helada en el sitio.
- ¡Raimundo!
El muchacho estaba subido al muro que cerraba el jardín de los Montenegro. La saludó con una sonrisa.
- Buenas tardes, Francisca.
La chica se quedó de piedra. Miró nerviosa a todas partes, temerosa de que alguien descubriera aquel entuerto.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? Si te ven…
- No lo harán.- el muchacho caminó un par de pasos acercándose a la ventana.- Está todo el mundo durmiendo la siesta. He venido por si te apetecía venir a dar un paseo y a pescar.
Los ojos de Francisca se iluminaron en el primer instante. Pero después, su rostro se apagó al recordar las palabras de su padre. Compuso una expresión seria.
- Yo… no puedo. Y tampoco debo. Estoy castigada.
- Eso explica el “no puedo”. Pero no explica el “no debo”.- dijo Raimundo sagaz.
Francisca bufó por lo bajo, pagando su frustración con él.
- Simplemente, no debo juntarme con ningún Ulloa. – le miró desafiante.- Es una orden y punto.
Raimundo la miró cuidadosamente. Meneó la cabeza.
- Al parecer estaba equivocado contigo.
- ¿Qué… qué quieres decir?- preguntó la chica.
- Pensé que eras una muchacha valiente y distinta, pero está visto que no es así. Prefieres quedarte en casa haciendo algo que odias en vez de decidir por ti misma. ¿No dijiste que estabas harta de que te dijeran lo que tenías que hacer?- el muchacho la miró escéptico.- Creía que tenías más valor.
Francisca le miró enfadada.
- Lo tengo.
- Entonces deja ese estúpido bastidor y ven conmigo.
La muchacha le miró. Ella no era ninguna cobarde. Se quedó pensativa y después volvió su atención a Raimundo.
- Espérame en el camino.
El chico la miró sin comprender, pero finalmente obedeció. Francisca cerró la ventana y salió de su habitación. Bajó al salón componiendo su más lograda cara de abatimiento. Su padre fue el primero en advertir su presencia.
- ¿Qué ocurre, Francisca?
- Padre, madre…- la muchacha les miró acongojada.- No puedo soportar más este cargo de conciencia que me corroe por dentro. Lamento muchísimo haber actuado como lo hice.
Alejandro miró a su esposa. Ésta examinó cuidadosamente a su hija. Francisca pensó en la desgracia que supondría seguir encerrada en su cuarto y su expresión de pesar fue tan lograda que convenció a su austera madre.
- Está bien, Francisca. Veo que has aprendido la lección.
- Madre, la he aprendido. Y le suplico que me permita ir a la iglesia. Necesito confesarme.- rogó desesperada.
Elena se sintió realmente complacida.
- Ve hija, ve. Celebro que lo hayas comprendido de verdad.
- Gracias madre.- dijo la muchacha, inclinándose.
Francisca se volvió y salió por la puerta de la Casona. Atravesó el jardín, haciendo verdaderos esfuerzos para que su paso se mantuviera recatado. Por fin dejó atrás su hogar. Respiró aliviada, aunque a decir verdad, sintió un poquito de culpa por el teatro que acababa de representar. Todas sus cuitas se esfumaron cuando vio a Raimundo en un recodo del camino. El muchacho se acercó, entre sorprendido y risueño.
- Vaya, pensaba que no vendrías. Parece que no eres tan cobarde como creí.- la miró, un tanto extrañado.- ¿Cómo te han dado permiso para salir?
- Porque les dije que estaba tan arrepentida por todo que necesitaba confesarme.- respondió ella un tanto embarazada.
Raimundo la miró con la boca abierta. Después se echó a reír a carcajadas.
- Sí que vas a tener que confesarte, Francisca. Cuando lo hagas de verdad, estarás un día entero castigada rezando.- dijo divertido.
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
Repentinamente, un golpe en la ventana llamó su atención. Parpadeó sorprendida. Había sonado como si alguien hubiese tirado algo al cristal. Se levantó y abrió la ventana. Al hacerlo, una castaña se coló por ella y cayó al suelo. Tomó la castaña y miró afuera. Se quedó helada en el sitio.
- ¡Raimundo!
El muchacho estaba subido al muro que cerraba el jardín de los Montenegro. La saludó con una sonrisa.
- Buenas tardes, Francisca.
La chica se quedó de piedra. Miró nerviosa a todas partes, temerosa de que alguien descubriera aquel entuerto.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? Si te ven…
- No lo harán.- el muchacho caminó un par de pasos acercándose a la ventana.- Está todo el mundo durmiendo la siesta. He venido por si te apetecía venir a dar un paseo y a pescar.
Los ojos de Francisca se iluminaron en el primer instante. Pero después, su rostro se apagó al recordar las palabras de su padre. Compuso una expresión seria.
- Yo… no puedo. Y tampoco debo. Estoy castigada.
- Eso explica el “no puedo”. Pero no explica el “no debo”.- dijo Raimundo sagaz.
Francisca bufó por lo bajo, pagando su frustración con él.
- Simplemente, no debo juntarme con ningún Ulloa. – le miró desafiante.- Es una orden y punto.
Raimundo la miró cuidadosamente. Meneó la cabeza.
- Al parecer estaba equivocado contigo.
- ¿Qué… qué quieres decir?- preguntó la chica.
- Pensé que eras una muchacha valiente y distinta, pero está visto que no es así. Prefieres quedarte en casa haciendo algo que odias en vez de decidir por ti misma. ¿No dijiste que estabas harta de que te dijeran lo que tenías que hacer?- el muchacho la miró escéptico.- Creía que tenías más valor.
Francisca le miró enfadada.
- Lo tengo.
- Entonces deja ese estúpido bastidor y ven conmigo.
La muchacha le miró. Ella no era ninguna cobarde. Se quedó pensativa y después volvió su atención a Raimundo.
- Espérame en el camino.
El chico la miró sin comprender, pero finalmente obedeció. Francisca cerró la ventana y salió de su habitación. Bajó al salón componiendo su más lograda cara de abatimiento. Su padre fue el primero en advertir su presencia.
- ¿Qué ocurre, Francisca?
- Padre, madre…- la muchacha les miró acongojada.- No puedo soportar más este cargo de conciencia que me corroe por dentro. Lamento muchísimo haber actuado como lo hice.
Alejandro miró a su esposa. Ésta examinó cuidadosamente a su hija. Francisca pensó en la desgracia que supondría seguir encerrada en su cuarto y su expresión de pesar fue tan lograda que convenció a su austera madre.
- Está bien, Francisca. Veo que has aprendido la lección.
- Madre, la he aprendido. Y le suplico que me permita ir a la iglesia. Necesito confesarme.- rogó desesperada.
Elena se sintió realmente complacida.
- Ve hija, ve. Celebro que lo hayas comprendido de verdad.
- Gracias madre.- dijo la muchacha, inclinándose.
Francisca se volvió y salió por la puerta de la Casona. Atravesó el jardín, haciendo verdaderos esfuerzos para que su paso se mantuviera recatado. Por fin dejó atrás su hogar. Respiró aliviada, aunque a decir verdad, sintió un poquito de culpa por el teatro que acababa de representar. Todas sus cuitas se esfumaron cuando vio a Raimundo en un recodo del camino. El muchacho se acercó, entre sorprendido y risueño.
- Vaya, pensaba que no vendrías. Parece que no eres tan cobarde como creí.- la miró, un tanto extrañado.- ¿Cómo te han dado permiso para salir?
- Porque les dije que estaba tan arrepentida por todo que necesitaba confesarme.- respondió ella un tanto embarazada.
Raimundo la miró con la boca abierta. Después se echó a reír a carcajadas.
- Sí que vas a tener que confesarte, Francisca. Cuando lo hagas de verdad, estarás un día entero castigada rezando.- dijo divertido.
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
#774

20/08/2011 12:37
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
- Te echo una carrera hasta el río.- dijo Francisca divertida. – A la de tres. Uno… dos…
De pronto la muchacha salió corriendo a toda velocidad, mientras reía traviesa. Raimundo se quedó boquiabierto durante un segundo.
- ¡Eh! ¡Espera, tramposa!!
El chico salió corriendo tras ella, maldiciendo por lo bajo. No iba a permitir que una mocosa consentida le ganase una carrera… ni siquiera aunque hiciese trampas. Pero había que reconocer que, a pesar de su juego sucio, Francisca corría endiabladamente rápido. A cualquier otra chica ya la habría alcanzado. Su orgullo le espoleó y aceleró.
Francisca abandonó el camino en su precipitada carrera y atravesó un prado. Por el rabillo del ojo advirtió que Raimundo estaba ganando terreno rápidamente. Ella apretó los puños y aceleró en un esfuerzo tal que sentía que el corazón latía en su garganta, en sus oídos y en sus sienes. De pronto, una mano atrapó su brazo.
- ¡Te cogí, tramposa!- exclamó un orgulloso Raimundo.
Agotada por la carrera, Francisca se dejó caer sobre la verde hierba, tirando también a Raimundo. Los dos muchachos rodaron felices por el prado hasta acabar acostados y sin aliento por las risas. Francisca giró la cabeza hacia él.
- Corres como una niña.- se burló.- Casi te gano.
- ¿Casi me ganas?- él la miró medio enfadado. Después, una maliciosa sonrisa apareció en su rostro. Hizo un cómico gesto como si apuntase notas en un papel imaginario.- Veamos: invades una propiedad privada, mientes a tu madre, la desobedeces y haces trampas en una carrera. En total, don Remigio te hará rezar como penitencia cincuenta padrenuestros y cincuenta Avemarías.
Francisca le miró con mala cara, pero no pudo evitar echarse a reír. Aquel chico desde luego era simpático. Raimundo volvió a apuntar en el papel imaginario.
- Y además… te importan un rábano todas tus fechorías.- meneó la cabeza.- Creo que para ganarte la absolución, tendrás que pasar una temporada en el purgatorio.
Ella le sacó la lengua. Después le miró maliciosa.
- Sí que se te da bien sermonear.- dijo ella.- ¿Acaso de mayor vas a ser cura?- le chanceó.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- ¡Sí, claro…! Y mi querido padre me crucificaría como a Cristo. Además… - la miró meneando la cabeza.- No se lo digas a don Remigio, pero cada vez que tengo que ir a misa por obligación, se me remueven todas las tripas.
Francisca sintió que se le descolgaba la mandíbula.
- Eres un hereje.- le increpó ella, incrédula.- ¿Y dices que yo voy a ir al purgatorio? Pues tú irás al infierno.- dijo muy digna. Le miró reprobadora.- No debería… hacer amistad con un Ulloa que aún por encima reniega de la fe.
- Pues no lo hagas.- le contestó él medio en broma, medio desafiante.- Estoy seguro que pasar el tiempo bordando y rezando es infinitamente más divertido.- se burló.
Raimundo se levantó del suelo, dirigiéndole una mirada retadora. Después sonrió travieso.
- Bueno, mientras rezas por tu alma, creo que me voy a ir a pescar. Si cambias de idea, ya sabes donde estoy.
El muchacho se giró ocultando la sonrisa y dio un paso. Estaba seguro de que antes de que contase hasta tres, una voz le detendría. Uno… dos…T
- Raimundo…
El aludido sonrió triunfante. Enseguida borró la sonrisa y se volvió lentamente hacia la chica, mirándola con mal disimulada seriedad.
- ¿Sí?
La muchacha remedó un puchero y en su rostro se reflejó la lucha que sostenía entre su conciencia y sus deseos. Se levantó del suelo y alzó la orgullosa cabeza.
- Yo no le diré nada a don Remigio de que eres un hereje… si tú me enseñas a pescar y… me guardas el secreto.- dijo ella seria.
- ¿Me pides dos cosas a cambio de una?- el chico meneó la cabeza.- No es un trato muy justo, ¿no crees?
Ella resopló. Condenado muchacho…
- Está bien. También… seré tu amiga… si tú quieres.- dijo ella, un tanto avergonzada.
Raimundo la miró cuidadosamente. En su interior ya había tomado una decisión, pero era demasiado divertido ver la cara de impaciencia que estaba poniendo. Esperó un poquito más, aguantando la risa, hasta que finalmente sonrió.
- Trato hecho.- dijo, extendiendo su mano hacia ella.
Francisca la estrechó mirándolo un tanto tímida. Raimundo tomó su mano y le guiñó un ojo.
- Y ahora, vas a ver cómo se pescan las mejores truchas que has visto en tu vida.
Ella sonrió y sin más, corrieron hacia la orilla del río.
- Te echo una carrera hasta el río.- dijo Francisca divertida. – A la de tres. Uno… dos…
De pronto la muchacha salió corriendo a toda velocidad, mientras reía traviesa. Raimundo se quedó boquiabierto durante un segundo.
- ¡Eh! ¡Espera, tramposa!!
El chico salió corriendo tras ella, maldiciendo por lo bajo. No iba a permitir que una mocosa consentida le ganase una carrera… ni siquiera aunque hiciese trampas. Pero había que reconocer que, a pesar de su juego sucio, Francisca corría endiabladamente rápido. A cualquier otra chica ya la habría alcanzado. Su orgullo le espoleó y aceleró.
Francisca abandonó el camino en su precipitada carrera y atravesó un prado. Por el rabillo del ojo advirtió que Raimundo estaba ganando terreno rápidamente. Ella apretó los puños y aceleró en un esfuerzo tal que sentía que el corazón latía en su garganta, en sus oídos y en sus sienes. De pronto, una mano atrapó su brazo.
- ¡Te cogí, tramposa!- exclamó un orgulloso Raimundo.
Agotada por la carrera, Francisca se dejó caer sobre la verde hierba, tirando también a Raimundo. Los dos muchachos rodaron felices por el prado hasta acabar acostados y sin aliento por las risas. Francisca giró la cabeza hacia él.
- Corres como una niña.- se burló.- Casi te gano.
- ¿Casi me ganas?- él la miró medio enfadado. Después, una maliciosa sonrisa apareció en su rostro. Hizo un cómico gesto como si apuntase notas en un papel imaginario.- Veamos: invades una propiedad privada, mientes a tu madre, la desobedeces y haces trampas en una carrera. En total, don Remigio te hará rezar como penitencia cincuenta padrenuestros y cincuenta Avemarías.
Francisca le miró con mala cara, pero no pudo evitar echarse a reír. Aquel chico desde luego era simpático. Raimundo volvió a apuntar en el papel imaginario.
- Y además… te importan un rábano todas tus fechorías.- meneó la cabeza.- Creo que para ganarte la absolución, tendrás que pasar una temporada en el purgatorio.
Ella le sacó la lengua. Después le miró maliciosa.
- Sí que se te da bien sermonear.- dijo ella.- ¿Acaso de mayor vas a ser cura?- le chanceó.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- ¡Sí, claro…! Y mi querido padre me crucificaría como a Cristo. Además… - la miró meneando la cabeza.- No se lo digas a don Remigio, pero cada vez que tengo que ir a misa por obligación, se me remueven todas las tripas.
Francisca sintió que se le descolgaba la mandíbula.
- Eres un hereje.- le increpó ella, incrédula.- ¿Y dices que yo voy a ir al purgatorio? Pues tú irás al infierno.- dijo muy digna. Le miró reprobadora.- No debería… hacer amistad con un Ulloa que aún por encima reniega de la fe.
- Pues no lo hagas.- le contestó él medio en broma, medio desafiante.- Estoy seguro que pasar el tiempo bordando y rezando es infinitamente más divertido.- se burló.
Raimundo se levantó del suelo, dirigiéndole una mirada retadora. Después sonrió travieso.
- Bueno, mientras rezas por tu alma, creo que me voy a ir a pescar. Si cambias de idea, ya sabes donde estoy.
El muchacho se giró ocultando la sonrisa y dio un paso. Estaba seguro de que antes de que contase hasta tres, una voz le detendría. Uno… dos…T
- Raimundo…
El aludido sonrió triunfante. Enseguida borró la sonrisa y se volvió lentamente hacia la chica, mirándola con mal disimulada seriedad.
- ¿Sí?
La muchacha remedó un puchero y en su rostro se reflejó la lucha que sostenía entre su conciencia y sus deseos. Se levantó del suelo y alzó la orgullosa cabeza.
- Yo no le diré nada a don Remigio de que eres un hereje… si tú me enseñas a pescar y… me guardas el secreto.- dijo ella seria.
- ¿Me pides dos cosas a cambio de una?- el chico meneó la cabeza.- No es un trato muy justo, ¿no crees?
Ella resopló. Condenado muchacho…
- Está bien. También… seré tu amiga… si tú quieres.- dijo ella, un tanto avergonzada.
Raimundo la miró cuidadosamente. En su interior ya había tomado una decisión, pero era demasiado divertido ver la cara de impaciencia que estaba poniendo. Esperó un poquito más, aguantando la risa, hasta que finalmente sonrió.
- Trato hecho.- dijo, extendiendo su mano hacia ella.
Francisca la estrechó mirándolo un tanto tímida. Raimundo tomó su mano y le guiñó un ojo.
- Y ahora, vas a ver cómo se pescan las mejores truchas que has visto en tu vida.
Ella sonrió y sin más, corrieron hacia la orilla del río.
#775

20/08/2011 13:19
YUPIII, YUPIII, un vídeo de la Paca y Rai 

Esperaré impaciente


Esperaré impaciente

#776

20/08/2011 13:32
ayyyyy ya me he puesto al dia de todo!!!!!!!!
lna que pena que se acabara tu historia...y que bien que ahora escribas otra!!!!
la idea de retroceder en el tiempo ha sido fabulosa, ademas me pasa como a Miri, me imagino que fue asi de verdad. GRACIAS!!!
en cuanto a la escena...bajo mi punto de vista lo mejor fue la entrada al despacho, que arte! que guapo que estaba Raimundo ayer, no entiendo como la paca no se deshace! y la discusion....ESTABAN MUY CERCA! y luego fuera del despacho cuando el pasa por delante de ella al irse me imagine como en el relato de lna cuando dice ' Francisca se quedó sin respiración' jajajaja estaba nerviosa ella! me encantó
venga vaa que queda menos para el escenon de la semana que viene, que pinta MUY BIEN, aunque un poco confuso...
que ganas de ver tu video Miri!
lna sigue cuando puedas, que me tienen embobada estos chiquillos son una monada
lna que pena que se acabara tu historia...y que bien que ahora escribas otra!!!!
la idea de retroceder en el tiempo ha sido fabulosa, ademas me pasa como a Miri, me imagino que fue asi de verdad. GRACIAS!!!
en cuanto a la escena...bajo mi punto de vista lo mejor fue la entrada al despacho, que arte! que guapo que estaba Raimundo ayer, no entiendo como la paca no se deshace! y la discusion....ESTABAN MUY CERCA! y luego fuera del despacho cuando el pasa por delante de ella al irse me imagine como en el relato de lna cuando dice ' Francisca se quedó sin respiración' jajajaja estaba nerviosa ella! me encantó
venga vaa que queda menos para el escenon de la semana que viene, que pinta MUY BIEN, aunque un poco confuso...
que ganas de ver tu video Miri!
lna sigue cuando puedas, que me tienen embobada estos chiquillos son una monada
#777

20/08/2011 14:18
Aiss, no he podido evitar subir estas foticos de nuestro Rai... Jopee, qué guapísimo es. No entiendo como la Paca se resiste... ¡Vaya mirada!







#778

20/08/2011 15:36
AY QUE BONITOOOOOOOOOOOO por favor, me ha conmovido un montón la canción y ese flashback protagonizado por Sebastián y Soledad. Me encanta Miri :D
#779

20/08/2011 16:32
Diooos, Miri, qué preciosidad... qué maravilla... qué... Me he quedado sin palabras. El papel de Sebas y Sole en el flashback precioso.
Bravísimoo
Bravísimoo

#780

20/08/2011 16:35
El vídeo de Miri me ha inspirado, jejeje...
La tarde transcurrió apacible y feliz. Francisca descubrió que aquello de pescar podía ser muy divertido, especialmente cuando Raimundo en su ansia por atrapar una escurridiza trucha acabó cayendo de cabeza a un remanso del río. La muchacha casi se murió de la risa mientras un enfadado y empapado Raimundo la miraba reprobador.
- ¡No le veo la gracia!- le espetó.- Te dije que sujetases la caña con fuerza mientras yo le quitaba el anzuelo a la trucha.
- Lo siento…- intentó poner cara de pena, pero enseguida las carcajadas se apoderaron de ella. Retrocedió sujetándose el estómago mientras reía.
Raimundo suspiró. Sí, la situación era muy graciosa… especialmente porque no era ella la que estaba empapada. Tiritó levemente. Si seguía con aquella ropa mojada encima, cogería una pulmonía. Sin más, se sacó con rapidez el chaleco y la camisa. Francisca dejó de reírse automáticamente mientras sentía una oleada de pudor.
- ¿Qué estás haciendo?- preguntó.
- ¿Tú qué crees? No voy a pescar una pulmonía sólo porque a ti no te dio la gana de hacer lo que te dije.- repuso mientras se disponía a quitarse los pantalones.
- ¡No puedes… hacer eso delante de una señorita!- replicó ella, sintiendo que la vergüenza le subía al rostro.
- ¿Una señorita?- el muchacho la miró y después miró a su alrededor.- Yo no veo ninguna.
Raimundo rió interiormente. Después se quitó los pantalones, quedándose en polainas. Recogió toda su ropa y empezó a tenderla en las ramas de un árbol vecino como si fuese lo más natural del mundo, ignorando totalmente a Francisca. La chica le observó confusa. Desde luego, ese muchacho era un sinvergüenza, un ateo y un caradura. No parecía avergonzarse por nada. Ella se sintió a partes iguales enfadada y un tanto envidiosa. Le gustaría hacer lo mismo. Despreocuparse de las opiniones de los demás y ser un poquito más libre. Finalmente, meneó la cabeza. Ya no se sentía tan indignada. A decir verdad, si había que elegir entre una pulmonía y el decoro… A riesgo de que a su madre le diese un infarto, en lo más profundo de su mente reconocía que Raimundo tenía razón.
Sin embargo, se irritó de nuevo al recordar que Raimundo había dicho que ella no era una señorita. Se acercó a él.
- Yo soy una señorita.- recalcó adoptando su típica pose orgullosa.
Raimundo terminó de colgar toda su ropa y se giró hacia ella, meneando la cabeza.
- Claro… una señorita que trota por el campo, trepa a los árboles y tiene una estupenda puntería. Pero señorita al fin y al cabo.- terminó irónico.
Por vez primera, Francisca se quedó sin palabras. Se enfureció consigo misma. Raimundo sonrió.
- No te preocupes por eso, Francisca. Las señoritas son demasiado aburridas. Además, es una soberana tontería eso de que las chicas tienen que bordar y los chicos tienen que trepar. Si te sirve de consuelo… mi pasatiempo favorito no es precisamente el más acorde para un chico.- dijo un poco incómodo.
Ella le miró presa de una irrefrenable curiosidad.
- ¿Cuál es?
- Leer.
Francisca le miró.
- Cuando estabas sentado al pie del castaño, estabas cabizbajo pero no estabas leyendo.
Raimundo sonrió con tristeza.
- No, no lo hacía. Mi padre odia que lea. No le parece una actividad suficientemente “viril” para el futuro heredero Ulloa.- dijo con sarcasmo.- Encontró mi libro favorito, “Veinte mil leguas de viaje submarino”.- la sonrisa del chico se apagó, sustituida por una expresión de dolor.- Lo arrojó a la chimenea. Ese libro me lo regaló mi madre cuando me enseñó a leer.
Francisca sintió que la tristeza también la invadía a ella. No sabía por qué, pero no le gustaba ver a Raimundo con ese dolor tan patente en su cara. Sin pensarlo, apoyó suavemente la mano en su brazo, intentando reconfortarlo.
- Lo siento.- susurró.
Raimundo sacudió la cabeza con una sonrisa triste, procurando restarle importancia. Miró la mano que se posaba en su brazo y al hacerlo su expresión cambió.
- ¿Qué te ha ocurrido en la mano?- preguntó preocupado. La tomó con cuidado examinando las rojas marcas que había en el dorso. Francisca procuró retirarla pero él la retuvo y la miró.
- No es nada… Mi madre… me castigó ayer por llegar con el vestido roto.- Francisca parecía súbitamente tímida.- En serio, no es nada.
El chico sintió que la cólera hervía en sus venas. Meneó la cabeza, desesperado.
- Francisca… no sé si esto es una buena idea.
- ¿A qué te refieres?- preguntó ella inquieta.
- A que tú y yo seamos amigos. No quiero meterte en problemas. Y si seguimos siendo amigos, los tendrás. Los Montenegro y los Ulloa se odian desde que tengo memoria.
La chica se estremeció. Sabía que tenía razón. Se acordó de las palabras de su padre. Le miró triste.
- Tú… ¿no quieres que seamos amigos?- preguntó con una burbuja de pena en su pecho.
- Por supuesto que quiero.- respondió él.- Lo que no quiero es que…- respiró hondo.- …por mi culpa te castiguen.- meneó la cabeza, desesperado.- Mírate… otra vez con el vestido hecho un desastre y hasta mojado.
Francisca sintió una indescriptible alegría al ver la cara de preocupación que estaba poniendo él. En un impulso, le echó los brazos al cuello y le dio un sorpresivo beso en la mejilla. Después se separó de él y se levantó a toda prisa.
- Vamos, coge tu ropa y vístete. Se me acaba de ocurrir una idea fantástica.- dijo entusiasmada.
Sin más preámbulos, Francisca Montenegro dio media vuelta y empezó a andar. Raimundo se quedó en su sitio totalmente paralizado. Sentía un extraño cosquilleo en su mejilla y un nudo en la garganta. Se llevó la mano al rostro.
- ¿Qué demonios…?
Vio que Francisca estaba ya muy lejos. Se levantó como un resorte y recogió toda su ropa. Intentó ponerse los pantalones con tanta prisa que tropezó y cayó de cabeza al suelo. Gruñó por lo bajo. Al menos su ropa estaba casi seca. Terminó de vestirse y corrió tras ella.
La tarde transcurrió apacible y feliz. Francisca descubrió que aquello de pescar podía ser muy divertido, especialmente cuando Raimundo en su ansia por atrapar una escurridiza trucha acabó cayendo de cabeza a un remanso del río. La muchacha casi se murió de la risa mientras un enfadado y empapado Raimundo la miraba reprobador.
- ¡No le veo la gracia!- le espetó.- Te dije que sujetases la caña con fuerza mientras yo le quitaba el anzuelo a la trucha.
- Lo siento…- intentó poner cara de pena, pero enseguida las carcajadas se apoderaron de ella. Retrocedió sujetándose el estómago mientras reía.
Raimundo suspiró. Sí, la situación era muy graciosa… especialmente porque no era ella la que estaba empapada. Tiritó levemente. Si seguía con aquella ropa mojada encima, cogería una pulmonía. Sin más, se sacó con rapidez el chaleco y la camisa. Francisca dejó de reírse automáticamente mientras sentía una oleada de pudor.
- ¿Qué estás haciendo?- preguntó.
- ¿Tú qué crees? No voy a pescar una pulmonía sólo porque a ti no te dio la gana de hacer lo que te dije.- repuso mientras se disponía a quitarse los pantalones.
- ¡No puedes… hacer eso delante de una señorita!- replicó ella, sintiendo que la vergüenza le subía al rostro.
- ¿Una señorita?- el muchacho la miró y después miró a su alrededor.- Yo no veo ninguna.
Raimundo rió interiormente. Después se quitó los pantalones, quedándose en polainas. Recogió toda su ropa y empezó a tenderla en las ramas de un árbol vecino como si fuese lo más natural del mundo, ignorando totalmente a Francisca. La chica le observó confusa. Desde luego, ese muchacho era un sinvergüenza, un ateo y un caradura. No parecía avergonzarse por nada. Ella se sintió a partes iguales enfadada y un tanto envidiosa. Le gustaría hacer lo mismo. Despreocuparse de las opiniones de los demás y ser un poquito más libre. Finalmente, meneó la cabeza. Ya no se sentía tan indignada. A decir verdad, si había que elegir entre una pulmonía y el decoro… A riesgo de que a su madre le diese un infarto, en lo más profundo de su mente reconocía que Raimundo tenía razón.
Sin embargo, se irritó de nuevo al recordar que Raimundo había dicho que ella no era una señorita. Se acercó a él.
- Yo soy una señorita.- recalcó adoptando su típica pose orgullosa.
Raimundo terminó de colgar toda su ropa y se giró hacia ella, meneando la cabeza.
- Claro… una señorita que trota por el campo, trepa a los árboles y tiene una estupenda puntería. Pero señorita al fin y al cabo.- terminó irónico.
Por vez primera, Francisca se quedó sin palabras. Se enfureció consigo misma. Raimundo sonrió.
- No te preocupes por eso, Francisca. Las señoritas son demasiado aburridas. Además, es una soberana tontería eso de que las chicas tienen que bordar y los chicos tienen que trepar. Si te sirve de consuelo… mi pasatiempo favorito no es precisamente el más acorde para un chico.- dijo un poco incómodo.
Ella le miró presa de una irrefrenable curiosidad.
- ¿Cuál es?
- Leer.
Francisca le miró.
- Cuando estabas sentado al pie del castaño, estabas cabizbajo pero no estabas leyendo.
Raimundo sonrió con tristeza.
- No, no lo hacía. Mi padre odia que lea. No le parece una actividad suficientemente “viril” para el futuro heredero Ulloa.- dijo con sarcasmo.- Encontró mi libro favorito, “Veinte mil leguas de viaje submarino”.- la sonrisa del chico se apagó, sustituida por una expresión de dolor.- Lo arrojó a la chimenea. Ese libro me lo regaló mi madre cuando me enseñó a leer.
Francisca sintió que la tristeza también la invadía a ella. No sabía por qué, pero no le gustaba ver a Raimundo con ese dolor tan patente en su cara. Sin pensarlo, apoyó suavemente la mano en su brazo, intentando reconfortarlo.
- Lo siento.- susurró.
Raimundo sacudió la cabeza con una sonrisa triste, procurando restarle importancia. Miró la mano que se posaba en su brazo y al hacerlo su expresión cambió.
- ¿Qué te ha ocurrido en la mano?- preguntó preocupado. La tomó con cuidado examinando las rojas marcas que había en el dorso. Francisca procuró retirarla pero él la retuvo y la miró.
- No es nada… Mi madre… me castigó ayer por llegar con el vestido roto.- Francisca parecía súbitamente tímida.- En serio, no es nada.
El chico sintió que la cólera hervía en sus venas. Meneó la cabeza, desesperado.
- Francisca… no sé si esto es una buena idea.
- ¿A qué te refieres?- preguntó ella inquieta.
- A que tú y yo seamos amigos. No quiero meterte en problemas. Y si seguimos siendo amigos, los tendrás. Los Montenegro y los Ulloa se odian desde que tengo memoria.
La chica se estremeció. Sabía que tenía razón. Se acordó de las palabras de su padre. Le miró triste.
- Tú… ¿no quieres que seamos amigos?- preguntó con una burbuja de pena en su pecho.
- Por supuesto que quiero.- respondió él.- Lo que no quiero es que…- respiró hondo.- …por mi culpa te castiguen.- meneó la cabeza, desesperado.- Mírate… otra vez con el vestido hecho un desastre y hasta mojado.
Francisca sintió una indescriptible alegría al ver la cara de preocupación que estaba poniendo él. En un impulso, le echó los brazos al cuello y le dio un sorpresivo beso en la mejilla. Después se separó de él y se levantó a toda prisa.
- Vamos, coge tu ropa y vístete. Se me acaba de ocurrir una idea fantástica.- dijo entusiasmada.
Sin más preámbulos, Francisca Montenegro dio media vuelta y empezó a andar. Raimundo se quedó en su sitio totalmente paralizado. Sentía un extraño cosquilleo en su mejilla y un nudo en la garganta. Se llevó la mano al rostro.
- ¿Qué demonios…?
Vio que Francisca estaba ya muy lejos. Se levantó como un resorte y recogió toda su ropa. Intentó ponerse los pantalones con tanta prisa que tropezó y cayó de cabeza al suelo. Gruñó por lo bajo. Al menos su ropa estaba casi seca. Terminó de vestirse y corrió tras ella.