El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0

08/06/2011 23:44
Vídeos FormulaTV
#721

17/08/2011 15:07
Mmm, buen título... Mi destino eres tú. Yo también estaba pensando algo así como... Amor más allá del tiempo.
¿Alguna sugerencia más?
¿Alguna sugerencia más?

#722

17/08/2011 16:34
Aquella mañana el Sol se elevó en el horizonte entre una fiesta de celestes y doradas luces, suaves melodías de ruiseñores y el aroma embriagador de las madreselvas. Francisca estaba demasiado atareada como para reparar en aquella belleza. Los invitados esperaban en el jardín para el bautizo y ella aún luchaba para ponerle el trajecito a la pequeña Natalia, que no se mostraba nada colaboradora. Francisca bufó por enésima vez. El pequeño Esteban, que ya estaba listo, no parecía perder detalle y una irresistible risita traviesa surgió de su preciosa boquita al ver el disgusto de su madre. Francisca le miró.
- ¿De qué te ríes tu, pequeño diablillo?- le preguntó entre enfadada y embobada por aquella preciosidad. El niño la miró sonriente. Dios bendito, parecía una fotocopia de Raimundo. Meneó la cabeza y volvió a la carga con su hija.- Natalia, como no te pares quieta de una vez…- empezó.
La niña resopló en un gesto tan sorprendentemente parecido al de su madre que Francisca apenas pudo contener la risa. Pero finalmente pareció capitular y Francisca pudo cerrar el vestidito a su espalda. La tomó en brazos, sonriéndole y haciéndole carantoñas hasta que la pequeña empezó a reír.
- Madre, al final acabaré poniéndome celoso.- Tristán surgió a su espalda y sonrió. Francisca le miró divertida.
- Desde luego… un valeroso capitán del ejército celoso por una criatura.- le contestó ella, irónica. Tristán sonrió y abrazó a su madre y a su hermana. Ella le acarició cariñosa la mejilla. – Bueno, este par ya está listo.
Tristán se volvió hacia su hermano. El pequeño Esteban estiró sus bracitos hacia él sonriente.
- Ven aquí, diablillo.- Tristán lo cogió cariñoso.- Pero mírate, pequeño caballero, lo guapo que estás.
Sebastián apareció también, sonriente, acompañado de Mariana.
- Bueno, ¿dónde está la niña más guapa de la Casona?- preguntó tierno. La pequeña Natalia sonrió al verlo y también estiró sus brazos hacia su padrino. Sebastián la cogió de los brazos de Francisca. Él y Mariana se deshicieron en mimos a su ahijada.
- Con tanta miel…- dijo Francisca maliciosa.- nos van a invadir las moscas. Dejad ya de poner esas caras de bobos y venga, que don Anselmo cobra por minutos.
Tristán y Sebastián se rieron mientras marchaban hacia el jardín, llevando a los pequeños. Francisca les siguió. Llegaron al lugar donde esperaban don Anselmo, Esteban, Pepa, Soledad, Juan, Emilia, Alfonso, los niños y Raimundo. Francisca tragó saliva al verle. Sí, el traje de ceremonia siempre le sentaba bien. Él le dirigió una hermosa sonrisa. La ceremonia fue muy emotiva y bella. A todos se les empañaron los ojos cuando don Anselmo los llamó con sus nombres completos. Y también todos sonrieron cuando los dos mellizos rompieron a llorar con todas sus fuerzas al sentir el agua sobre sus cabecitas.
- Madre de Dios, menudos pulmones.- dijo Pepa, meneando la cabeza.- Lo que les espera.- sonrió, mirando a sus suegros. Tristán la oyó y contuvo la risa.
Después de la ceremonia, la celebración, las risas, las charlas y la comida, finalmente todos se retiraron a sus respectivos hogares. Francisca soltó un suspiro de alivio. Las celebraciones familiares siempre eran un motivo de alegría, pero siendo francos, su paciencia para soportar estoicamente las chanzas combinadas del tío Esteban, Raimundo y el resto de los Ulloa había terminado hacía ya bastante tiempo. Se sentó en un rincón del jardín. Su rincón favorito. Desde allí se divisaba un hermoso paisaje, más bello todavía porque la puesta de Sol teñía todo de escarlata. Un cúmulo de sentimientos hizo palpitar su corazón. Cuando Salvador Castro vivía, aquel pequeño lugar era lo único que permitía aliviar su sufrimiento, lo único que podía hacerle olvidar su tortura diaria. No podía creer todo lo que había ocurrido. Se había resignado a que su vida sería un cúmulo de desgracias desde el día en que Raimundo le había dicho que no podía casarse con ella. Y sin embargo ahora…
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Así habría terminado su vida. Envuelta en sufrimiento. Sólo la infinita cabezonería de Raimundo había impedido ese trágico destino. Sólo esa tozudez inamovible… Raimundo se había empeñado en volver a atraparla, en robarle de nuevo el corazón, perforando obstinado ese muro que lo había rodeado. Aunque… realmente, no lo había vuelto a robar porque, sencillamente, su corazón siempre fue suyo. Desde que le vio por primera vez cuando tenía diez años.
Una suave mano se deslizó por su espalda, arrancándole mil escalofríos. Ella se giró. Raimundo la miraba.
- ¿En qué piensas, mi pequeña?
- En… nada.- dijo ella, procurando tragar su emoción.
- Mentirosa.- susurró él divertido, mientras acercaba sus labios a los suyos.
Francisca sonrió interiormente mientras él la besaba. Se separaron para mirarse a los ojos.
- Sólo estaba pensando en que… no puedo creer que mi vida haya cambiado… tanto. Y todo por tu culpa.
Raimundo sonrió tierno.
- Por mi grandísima culpa.- dijo irónico. Ella sonrió.
- Lo tenías todo planeado, ¿cierto?
Él alzó una ceja.
- ¿A qué te refieres?
- A todo esto. A… - acarició la alianza que brillaba en su dedo.-… atraparme de nuevo. ¿Desde cuándo…?
- Desde siempre, mi pequeña.- él la miró adorándola con los ojos.- En realidad, nunca he renunciado a ti. Ni siquiera cuando tuve que hacerlo. Siempre he sabido que mi vida te pertenecería para siempre. Aunque estuvieses casada con Salvador, en mi corazón me pertenecías. Aunque yo estuviese casado con Natalia, yo te pertenecía. Nada pudo ni podrá cambiar eso.
Francisca sintió que una lágrima afloraba en sus ojos. Recostó la cabeza en su pecho. Él la abrazó.
- No quiero interrumpir este momento mágico pero…- empezó él entre divertido y tierno.
- ¿Pero?
- Verás… hace casi tres semanas que has dado a luz y…
Francisca sintió que el corazón se le paraba al adivinar sus pensamientos. El pudor se mezcló con el anhelo, pero después una sonrisita malvada amenazó con aparecer en su rostro.
- ¿Y?- preguntó ella con una muy fingida inocencia.
Raimundo la miró.
- ¿No crees que… ya he pagado demasiada penitencia?- preguntó con cara de cachorrito abandonado.
Ella tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para mantener la seriedad. Por un momento, pensó en ceder. Al fin y al cabo, la penitencia también la había pasado ella. Pero aquello era demasiado divertido y decidió torturarle un poquito más.
- Raimundo, mi querido tabernero, estoy muy cansada. Este día ha sido demasiado largo.
Sin más, le besó sorpresivamente en los labios, se levantó y entró en la Casona. Raimundo se quedó paralizado.
- Odio que haga eso…- murmuró entre enfadado, divertido y apasionado.
- ¿De qué te ríes tu, pequeño diablillo?- le preguntó entre enfadada y embobada por aquella preciosidad. El niño la miró sonriente. Dios bendito, parecía una fotocopia de Raimundo. Meneó la cabeza y volvió a la carga con su hija.- Natalia, como no te pares quieta de una vez…- empezó.
La niña resopló en un gesto tan sorprendentemente parecido al de su madre que Francisca apenas pudo contener la risa. Pero finalmente pareció capitular y Francisca pudo cerrar el vestidito a su espalda. La tomó en brazos, sonriéndole y haciéndole carantoñas hasta que la pequeña empezó a reír.
- Madre, al final acabaré poniéndome celoso.- Tristán surgió a su espalda y sonrió. Francisca le miró divertida.
- Desde luego… un valeroso capitán del ejército celoso por una criatura.- le contestó ella, irónica. Tristán sonrió y abrazó a su madre y a su hermana. Ella le acarició cariñosa la mejilla. – Bueno, este par ya está listo.
Tristán se volvió hacia su hermano. El pequeño Esteban estiró sus bracitos hacia él sonriente.
- Ven aquí, diablillo.- Tristán lo cogió cariñoso.- Pero mírate, pequeño caballero, lo guapo que estás.
Sebastián apareció también, sonriente, acompañado de Mariana.
- Bueno, ¿dónde está la niña más guapa de la Casona?- preguntó tierno. La pequeña Natalia sonrió al verlo y también estiró sus brazos hacia su padrino. Sebastián la cogió de los brazos de Francisca. Él y Mariana se deshicieron en mimos a su ahijada.
- Con tanta miel…- dijo Francisca maliciosa.- nos van a invadir las moscas. Dejad ya de poner esas caras de bobos y venga, que don Anselmo cobra por minutos.
Tristán y Sebastián se rieron mientras marchaban hacia el jardín, llevando a los pequeños. Francisca les siguió. Llegaron al lugar donde esperaban don Anselmo, Esteban, Pepa, Soledad, Juan, Emilia, Alfonso, los niños y Raimundo. Francisca tragó saliva al verle. Sí, el traje de ceremonia siempre le sentaba bien. Él le dirigió una hermosa sonrisa. La ceremonia fue muy emotiva y bella. A todos se les empañaron los ojos cuando don Anselmo los llamó con sus nombres completos. Y también todos sonrieron cuando los dos mellizos rompieron a llorar con todas sus fuerzas al sentir el agua sobre sus cabecitas.
- Madre de Dios, menudos pulmones.- dijo Pepa, meneando la cabeza.- Lo que les espera.- sonrió, mirando a sus suegros. Tristán la oyó y contuvo la risa.
Después de la ceremonia, la celebración, las risas, las charlas y la comida, finalmente todos se retiraron a sus respectivos hogares. Francisca soltó un suspiro de alivio. Las celebraciones familiares siempre eran un motivo de alegría, pero siendo francos, su paciencia para soportar estoicamente las chanzas combinadas del tío Esteban, Raimundo y el resto de los Ulloa había terminado hacía ya bastante tiempo. Se sentó en un rincón del jardín. Su rincón favorito. Desde allí se divisaba un hermoso paisaje, más bello todavía porque la puesta de Sol teñía todo de escarlata. Un cúmulo de sentimientos hizo palpitar su corazón. Cuando Salvador Castro vivía, aquel pequeño lugar era lo único que permitía aliviar su sufrimiento, lo único que podía hacerle olvidar su tortura diaria. No podía creer todo lo que había ocurrido. Se había resignado a que su vida sería un cúmulo de desgracias desde el día en que Raimundo le había dicho que no podía casarse con ella. Y sin embargo ahora…
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Así habría terminado su vida. Envuelta en sufrimiento. Sólo la infinita cabezonería de Raimundo había impedido ese trágico destino. Sólo esa tozudez inamovible… Raimundo se había empeñado en volver a atraparla, en robarle de nuevo el corazón, perforando obstinado ese muro que lo había rodeado. Aunque… realmente, no lo había vuelto a robar porque, sencillamente, su corazón siempre fue suyo. Desde que le vio por primera vez cuando tenía diez años.
Una suave mano se deslizó por su espalda, arrancándole mil escalofríos. Ella se giró. Raimundo la miraba.
- ¿En qué piensas, mi pequeña?
- En… nada.- dijo ella, procurando tragar su emoción.
- Mentirosa.- susurró él divertido, mientras acercaba sus labios a los suyos.
Francisca sonrió interiormente mientras él la besaba. Se separaron para mirarse a los ojos.
- Sólo estaba pensando en que… no puedo creer que mi vida haya cambiado… tanto. Y todo por tu culpa.
Raimundo sonrió tierno.
- Por mi grandísima culpa.- dijo irónico. Ella sonrió.
- Lo tenías todo planeado, ¿cierto?
Él alzó una ceja.
- ¿A qué te refieres?
- A todo esto. A… - acarició la alianza que brillaba en su dedo.-… atraparme de nuevo. ¿Desde cuándo…?
- Desde siempre, mi pequeña.- él la miró adorándola con los ojos.- En realidad, nunca he renunciado a ti. Ni siquiera cuando tuve que hacerlo. Siempre he sabido que mi vida te pertenecería para siempre. Aunque estuvieses casada con Salvador, en mi corazón me pertenecías. Aunque yo estuviese casado con Natalia, yo te pertenecía. Nada pudo ni podrá cambiar eso.
Francisca sintió que una lágrima afloraba en sus ojos. Recostó la cabeza en su pecho. Él la abrazó.
- No quiero interrumpir este momento mágico pero…- empezó él entre divertido y tierno.
- ¿Pero?
- Verás… hace casi tres semanas que has dado a luz y…
Francisca sintió que el corazón se le paraba al adivinar sus pensamientos. El pudor se mezcló con el anhelo, pero después una sonrisita malvada amenazó con aparecer en su rostro.
- ¿Y?- preguntó ella con una muy fingida inocencia.
Raimundo la miró.
- ¿No crees que… ya he pagado demasiada penitencia?- preguntó con cara de cachorrito abandonado.
Ella tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para mantener la seriedad. Por un momento, pensó en ceder. Al fin y al cabo, la penitencia también la había pasado ella. Pero aquello era demasiado divertido y decidió torturarle un poquito más.
- Raimundo, mi querido tabernero, estoy muy cansada. Este día ha sido demasiado largo.
Sin más, le besó sorpresivamente en los labios, se levantó y entró en la Casona. Raimundo se quedó paralizado.
- Odio que haga eso…- murmuró entre enfadado, divertido y apasionado.
#723

17/08/2011 16:58
Que bonito, me encanta cuando están todos juntos y los niños son tan monos...
Me juego lo que quieras a que esos dos no pueden consumar sin interrupciones, entre Esteban que es tan puñetero como su padre y Natalia con la mala leche de su madre...menudos ratos van a pasar.
Presiento que la historia termina hoy, así que ¿por qué no sigues un poco más y la terminas de una vez? (con gran dolor de mi corazón)
Me juego lo que quieras a que esos dos no pueden consumar sin interrupciones, entre Esteban que es tan puñetero como su padre y Natalia con la mala leche de su madre...menudos ratos van a pasar.
Presiento que la historia termina hoy, así que ¿por qué no sigues un poco más y la terminas de una vez? (con gran dolor de mi corazón)
#724

17/08/2011 17:10
Jajajajaja madre mía con Rai, qué pasional, jajajajaja y qué mala nuestra Paca, haciéndole sufrir.
Me encantan estos momentos que nos regalas de mano del matrimonio Ulloa Montenegro, gracias!
Me encantan estos momentos que nos regalas de mano del matrimonio Ulloa Montenegro, gracias!
#725

17/08/2011 17:13
jajaja, Natalia con la misma mala leche que su madre, me encanta Ina.
#726

17/08/2011 18:42
- Odio que haga eso…- murmuró entre enfadado, divertido y apasionado.
Francisca apenas podía evitar reírse sola mientras subía las escaleras hacia su habitación. Pero de pronto, alguien la cogió de un brazo, obligándola a girarse. La sonrisa se le borró del rostro al ver a Raimundo, que la abrasaba con sus ojos.
- Raimundo…
- Creo que ya va siendo hora de que nos “divirtamos” los dos.
La besó acorralándola contra la pared, arrancándole un gemido ahogado. Ella intentó sobreponerse a su “ataque” pero finalmente se rindió. Abrieron la puerta como pudieron, mientras avanzaban casi a ciegas. Francisca tropezó y cayó sobre el colchón, quedando atrapada entre el lecho y Raimundo, que casi la aplastaba con su peso. La pasión era tan intensa que Raimundo literalmente le arrancó los irritantes botones del vestido.
- A este paso, no voy a ganar para la modista.- se quejó ella.
Raimundo emitió una risa involuntaria y atacó su cuello como si estuviese muriendo de hambre. Francisca jadeó sintiéndose morir de placer. En medio segundo, la camisa de Raimundo se reunió en el suelo con su vestido. De pronto, un llanto desconsolado les detuvo. La pequeña Natalia se había despertado y había roto a llorar. Su hermano no dudó en unirse por empatía. Raimundo, aún ardiendo de deseo, miró a Francisca.
- ¡Por todos los…!
Se miraron como si no pudiesen creer que aquello estuviese pasando. Francisca bufó.
- Deberíamos consolarlos, ¿no crees?
Raimundo se separó de Francisca con tanto esfuerzo como si se estuviese arrancando el corazón con sus manos. Se acercó resignado hacia la cuna y cogió a Natalia en brazos. Francisca se incorporó e hizo lo propio con su hermano. Finalmente, los dos mellizos acabaron por tranquilizarse y se durmieron. Raimundo y Francisca los acostaron de nuevo con sumo cuidado. Se quedaron inmóviles, asegurándose de que dormían.
- Bueno, ¿por dónde íbamos?
Raimundo se acercó apasionado. Francisca tembló, pero apoyó las manos en su pecho.
- ¿Y si se despiertan otra vez?- preguntó ella, entre temerosa y resignada.
Él resopló. Sí, Francisca tenía razón. Condenados mellizos…Se quedaron mirándose con cara de verdadera pena. ¿Por qué a ellos? Raimundo meneó la cabeza, desesperado.
- Francisca… adoro a esos diablillos, pero te juro que…- un latigazo de deseo le sacudió.- O acabamos lo que empezamos o me tiro al río, pero de cabeza.
- ¿Y qué vamos a hacer? Estoy por asegurar que esos dos vuelven a despertarse ante el menor ruido.
Si no fuese por la desesperación que les estaba invadiendo a ambos, no hubiesen dudado en romper a reír. La situación no podía ser más absurda. Pero en aquel momento, a ninguno de los dos les hacía ni pizca de gracia.
- ¿Y si procuramos ser silenciosos?- susurró él acercándose tierno y apasionado.
El conocido escalofrío hizo temblar a Francisca. Le miró con una mueca.
- ¿Silencioso tú? No me hagas reír.
- Claro, claro, como si tú lo fueses, mi ilustre y respetable cacique.
Francisca le atizó un leve golpe con la almohada, furiosa. Raimundo sonrió travieso. Detuvieron la batalla que se avecinaba al oír que la niña emitía un ruidito quejumbroso. Se quedaron absolutamente inmóviles, casi rezando. Finalmente, respiraron aliviados al comprobar que Natalia seguía durmiendo como una angelita. Raimundo alzó los ojos al cielo.
- Creo que me voy a tirar al río…- susurró.
Francisca apenas podía evitar reírse sola mientras subía las escaleras hacia su habitación. Pero de pronto, alguien la cogió de un brazo, obligándola a girarse. La sonrisa se le borró del rostro al ver a Raimundo, que la abrasaba con sus ojos.
- Raimundo…
- Creo que ya va siendo hora de que nos “divirtamos” los dos.
La besó acorralándola contra la pared, arrancándole un gemido ahogado. Ella intentó sobreponerse a su “ataque” pero finalmente se rindió. Abrieron la puerta como pudieron, mientras avanzaban casi a ciegas. Francisca tropezó y cayó sobre el colchón, quedando atrapada entre el lecho y Raimundo, que casi la aplastaba con su peso. La pasión era tan intensa que Raimundo literalmente le arrancó los irritantes botones del vestido.
- A este paso, no voy a ganar para la modista.- se quejó ella.
Raimundo emitió una risa involuntaria y atacó su cuello como si estuviese muriendo de hambre. Francisca jadeó sintiéndose morir de placer. En medio segundo, la camisa de Raimundo se reunió en el suelo con su vestido. De pronto, un llanto desconsolado les detuvo. La pequeña Natalia se había despertado y había roto a llorar. Su hermano no dudó en unirse por empatía. Raimundo, aún ardiendo de deseo, miró a Francisca.
- ¡Por todos los…!
Se miraron como si no pudiesen creer que aquello estuviese pasando. Francisca bufó.
- Deberíamos consolarlos, ¿no crees?
Raimundo se separó de Francisca con tanto esfuerzo como si se estuviese arrancando el corazón con sus manos. Se acercó resignado hacia la cuna y cogió a Natalia en brazos. Francisca se incorporó e hizo lo propio con su hermano. Finalmente, los dos mellizos acabaron por tranquilizarse y se durmieron. Raimundo y Francisca los acostaron de nuevo con sumo cuidado. Se quedaron inmóviles, asegurándose de que dormían.
- Bueno, ¿por dónde íbamos?
Raimundo se acercó apasionado. Francisca tembló, pero apoyó las manos en su pecho.
- ¿Y si se despiertan otra vez?- preguntó ella, entre temerosa y resignada.
Él resopló. Sí, Francisca tenía razón. Condenados mellizos…Se quedaron mirándose con cara de verdadera pena. ¿Por qué a ellos? Raimundo meneó la cabeza, desesperado.
- Francisca… adoro a esos diablillos, pero te juro que…- un latigazo de deseo le sacudió.- O acabamos lo que empezamos o me tiro al río, pero de cabeza.
- ¿Y qué vamos a hacer? Estoy por asegurar que esos dos vuelven a despertarse ante el menor ruido.
Si no fuese por la desesperación que les estaba invadiendo a ambos, no hubiesen dudado en romper a reír. La situación no podía ser más absurda. Pero en aquel momento, a ninguno de los dos les hacía ni pizca de gracia.
- ¿Y si procuramos ser silenciosos?- susurró él acercándose tierno y apasionado.
El conocido escalofrío hizo temblar a Francisca. Le miró con una mueca.
- ¿Silencioso tú? No me hagas reír.
- Claro, claro, como si tú lo fueses, mi ilustre y respetable cacique.
Francisca le atizó un leve golpe con la almohada, furiosa. Raimundo sonrió travieso. Detuvieron la batalla que se avecinaba al oír que la niña emitía un ruidito quejumbroso. Se quedaron absolutamente inmóviles, casi rezando. Finalmente, respiraron aliviados al comprobar que Natalia seguía durmiendo como una angelita. Raimundo alzó los ojos al cielo.
- Creo que me voy a tirar al río…- susurró.
#727

17/08/2011 18:59
JA JA Ina no ses mala y deja que consuman antes de terminar tu relato, que sea un chozoencuentro de despedida.
Miri, en el avance de hoy nada de nada así que sospecho que hasta el viernes no hay escena
Miri, en el avance de hoy nada de nada así que sospecho que hasta el viernes no hay escena
#728

17/08/2011 19:13
Por cierto, ¿habéis visto cómo está don Raimundo Ulloa sin camisa??? Por dioss, qué penita que tuviese la camiseta interior. Joee.
Ayyy, no veo el momento de saber qué ocurre la semana que vieneee!
Y tranquiiis, jeje, que Rai no se tirará al río, jajaja. Lo he estado pensando, y al final tu idea me ha convencido, Mariajo. El título de esta historia es "Mi destino eres tú"
Ayyy, no veo el momento de saber qué ocurre la semana que vieneee!
Y tranquiiis, jeje, que Rai no se tirará al río, jajaja. Lo he estado pensando, y al final tu idea me ha convencido, Mariajo. El título de esta historia es "Mi destino eres tú"

#729

17/08/2011 19:21
Jo Ina que penica me da que se termine y me alegro que te gustara el título, y que ganas de que llegue la semana que viene, sólo espero que nuestras esperanzas no se vean defraudadas, de momento creo que nos tendremos que conformar con esperar hasta el viernes, por que mañana no lo tengo claro, igual es que no quiero ilusionarme
#730

17/08/2011 19:28
Jajajajajajajajajaja Pobre Raimundo, se va a pasar más tiempo en el río que en el lecho xDDDD
#731

17/08/2011 19:40
Si que nos van a hacer esperar esta vez, para una escena entre Rai y la Paca.
#732

17/08/2011 19:49
Me encanta el título casi tanto como imaginarme al señor Ulloa queriéndose tirar al río por no poder consumar con su pequeña...
Dicen que lo bueno se hace esperar, pero en este caso, como eso se cumpla, nos va a dar un pipirijate a todas.
Dicen que lo bueno se hace esperar, pero en este caso, como eso se cumpla, nos va a dar un pipirijate a todas.
#733

17/08/2011 21:24
Chicas, todo lo bueno se acaba. Os agradezco en el alma que hayáis disfrutado con mi relato. Que os hayáis reído, emocionado y divertido con él. Me doy con un canto en los dientes si he logrado todo eso. Y ante todo, reitero, GRACIAAS por vuestros comentarios.
Va por ustedesss......
Al día siguiente, Pepa y Tristán se dispusieron a organizar una entrañable fiesta por el primer cumpleaños del pequeño Alfonso. Sebastián estaba recogiendo apresuradamente los últimos papeles en la conservera. Mariana se había aliado con Emilia para preparar la tarta de cumpleaños de su sobrino y le había prometido que le llevaría la mejor mermelada de frambuesa de la comarca.
- Toc, toc.
- Adelante.
Sebastián alzó la mirada para ver a su padre, que acababa de entrar.
- Sabía que te encontraría aquí. Sebastián, ¿qué haces aún así? Creo que eres el último que falta. Emilia me ha enviado para recordarte que tienes que recoger el regalo que viene en la diligencia de la Puebla. Ya sabes cómo es Emilia para estas cosas.
- Dioss, lo había olvidado. Emilia me matará.
- Todavía estás a tiempo si te apresuras.
Sebastián empezó a dar vueltas, recogiendo por el camino los papeles.
- Padre, escuche. Termine de amontonar esos pedidos y llévele esta confitura de frambuesa a Emilia. Marcho corriendo.
- Ve tranquilo, hijo.
El joven Ulloa salió precipitadamente. Raimundo empezó a ordenar los papeles y se agachó para guardar algunos documentos en la caja fuerte. De pronto, la puerta volvió a abrirse.
- Sebastián, ya deberías de estar…- empezó.
Se quedó sin habla al ver allí a Francisca.
- Francisca, ¿qué estás haciendo aquí?
- La condenada Pepa, que me ha suplicado y rogado que viniera a decirle a Sebastián que…
- Recogiese el regalo de Alfonso que viene en la diligencia de la Puebla.- terminó Raimundo por ella, ahogando una risa.
Ella le miró perpleja.
- ¿¡Será posible?! ¿Esa deslenguada partera me ha tomado el pelo?? ¡Es que la voy a matar!- dijo crispando las manos.
Raimundo estalló en carcajadas. Se acercó peligroso a ella.
- Bueno… yo creo que deberíamos estarles agradecidos.- dijo, acariciador.
- ¿A quiénes?
- A Pepa y a Emilia.- susurró.
Francisca advirtió enseguida esa mirada de deseo. Aquello parecía una repetición de… Retrocedió un paso mientras los escalofríos la recorrían.
- Raimundo…- casi jadeó.- No podemos…
- ¿No podemos?- preguntó él atravesándola con los ojos, sin dejar de acercarse.
- Sabes que tenemos que… ir a casa de Tristán y Pepa… Deben estar… ya casi todos allí…- Francisca retrocedía mientras él se acercaba. De pronto, la pared cortó su escapatoria.
Raimundo sonrió, acorralándola tan lentamente que arrancó un gemido de su garganta.
- Lo único que sé, es que ahora mismo, ni Natalia, ni Esteban, ni Don Anselmo, ni los jinetes del Apocalipsis podrán evitar que te haga mía.
Francisca gimió en un último intento de respirar, pero él la aprisionó contra la pared, pegando su cuerpo al suyo. Ella creyó morir. Raimundo sepultó el rostro en su clavícula, dejando un rastro de fuego con sus labios. Francisca sintió que las rodillas le fallaban. Pero antes de que pudiese caer al suelo, él la levantó en brazos, adueñándose de su boca. Avanzó con ella hacia el cuarto que estaba situado tras ellos. De nuevo estaban en el lugar en que por primera vez se habían rendido el uno al otro. Antes de que Francisca supiera cómo, Raimundo se había deshecho ya de los botones de su espalda y su mano se coló atrevida. Jadeó al sentir sus manos en su piel desnuda. El vestido acabó pronto en el suelo. La estaba enloqueciendo. La razón y el sentido común se esfumaron. Francisca le quitó la camisa como si le fuese la vida en ello. Pronto estuvieron los dos en igualdad de condiciones. Francisca tomó aire un momento y después fue ella la que contraatacó, deslizando su boca por el cuello de él.
- Francisca…- jadeó casi moribundo.
No pudo soportarlo más y se fundió con ella. De nuevo eran un solo corazón en dos cuerpos unidos. La pasión era tan cegadora que los llevó a límites insospechados. Los jadeos atravesaron las paredes de aquella conservera. Aquellas paredes que guardaban todos los secretos. Se rindieron finalmente, uno en brazos del otro. Permanecieron juntos, abrazados, piel con piel, como si no quisiesen separarse jamás.
- Esto es mucho mejor que tirarse al río.- bromeó él, mientras recobraba el aliento.
Francisca contuvo una risa. Transcurrieron varios minutos. Deseaba quedarse allí, con él, sintiendo el calor de su piel en la suya, pero el sentido común regresó.
- Deberíamos marcharnos. Llegaremos tarde al cumpleaños de nuestro nieto.
- Bueno… en realidad, por mucho que nos apresuremos, igualmente llegaremos tarde.
Ella resopló.
- ¿Qué se supone que vamos a decirles a todos?
- Pues que… simplemente, llevamos tres semanas sin poder disfrutar como Dios manda de nuestro matrimonio y… nos hemos dado un homenaje.
- ¡Raimundo!
Él rió.
- ¿Se te ocurre alguna excusa mejor?
Francisca meneó la cabeza enfadada. No, no se le ocurría ninguna excusa. Ni mejor, ni peor. Raimundo le guiñó un ojo travieso.
- No creo que ni nos pregunten… en cuanto te vean con el vestido arrugado y tu elegante moño deshecho… - sonrió pícaro.- … se harán una idea de qué hemos estado haciendo.
Ella iba a soltar veneno por su boca, pero él lo adivinó y la silenció con un beso apasionado. Francisca se separó con esfuerzo.
- Creo que… deberíamos marcharnos.- repitió.
- Está bien…- dijo Raimundo poco convencido.
Ambos se levantaron a regañadientes y empezaron a vestirse. Francisca le dedicó una mirada irritada, mientras intentaba abrocharse el traje al que le quedaban sólo cuatro botones en su sitio. Él le devolvió una sonrisa. Finalmente, salieron por la puerta. Afortunadamente, el camino de Puente Viejo estaba completamente desierto. Llegaron por fin a la casa de su hijo. Un sonriente Tristán les abrió la puerta, mientras Francisca notaba que la vergüenza le enrojecía hasta la punta de los cabellos.
- Buenas tardes, hijo…- Raimundo le miró sonriente y un poquito embarazado.- Sentimos el retraso…
- Lo dudo, padre.- Tristán le guiñó un ojo divertido.- No se preocupen. Y pasen, que todo el mundo les está esperando.
Entraron sintiéndose un poquito incómodos. Pero después la incomodidad desapareció. Toda la familia estaba allí. Martín saltó feliz a recibir a sus abuelos. Raimundo lo alzó en el aire en vilo, haciéndolo girar mientras el chiquillo se reía. El pequeño Alfonso y su prima Francisca también corrieron hasta ellos, felices. Raimundo casi temió acabar en el suelo mientras los niños se abrazaron a sus piernas. Francisca sonrió ante la hermosa escena.
- Abuelo, vamos, que todavía queda tarta.- le apuró Martín.
Los niños corrieron hacia la mesa de nuevo. Tristán les sonrió y marchó tras los pequeños. Raimundo se dispuso a seguirle, pero al ver que Francisca no se movía, se volvió hacia ella.
- ¿Ocurre algo?
Francisca le miraba sonriente. Él le devolvió la mirada, un tanto confuso y feliz, sin saber a qué venía aquella sonrisa sincera, libre de ironía, tierna y pura. Ella se acercó a él y le besó. Después volvió a mirarle.
- No ocurre nada. Sólo que te quiero con toda mi vida, condenado tabernero.
- Y yo a ti, mi pequeña.- susurró, adorándola con los ojos.- Y yo a ti…
FIN
Va por ustedesss......
Al día siguiente, Pepa y Tristán se dispusieron a organizar una entrañable fiesta por el primer cumpleaños del pequeño Alfonso. Sebastián estaba recogiendo apresuradamente los últimos papeles en la conservera. Mariana se había aliado con Emilia para preparar la tarta de cumpleaños de su sobrino y le había prometido que le llevaría la mejor mermelada de frambuesa de la comarca.
- Toc, toc.
- Adelante.
Sebastián alzó la mirada para ver a su padre, que acababa de entrar.
- Sabía que te encontraría aquí. Sebastián, ¿qué haces aún así? Creo que eres el último que falta. Emilia me ha enviado para recordarte que tienes que recoger el regalo que viene en la diligencia de la Puebla. Ya sabes cómo es Emilia para estas cosas.
- Dioss, lo había olvidado. Emilia me matará.
- Todavía estás a tiempo si te apresuras.
Sebastián empezó a dar vueltas, recogiendo por el camino los papeles.
- Padre, escuche. Termine de amontonar esos pedidos y llévele esta confitura de frambuesa a Emilia. Marcho corriendo.
- Ve tranquilo, hijo.
El joven Ulloa salió precipitadamente. Raimundo empezó a ordenar los papeles y se agachó para guardar algunos documentos en la caja fuerte. De pronto, la puerta volvió a abrirse.
- Sebastián, ya deberías de estar…- empezó.
Se quedó sin habla al ver allí a Francisca.
- Francisca, ¿qué estás haciendo aquí?
- La condenada Pepa, que me ha suplicado y rogado que viniera a decirle a Sebastián que…
- Recogiese el regalo de Alfonso que viene en la diligencia de la Puebla.- terminó Raimundo por ella, ahogando una risa.
Ella le miró perpleja.
- ¿¡Será posible?! ¿Esa deslenguada partera me ha tomado el pelo?? ¡Es que la voy a matar!- dijo crispando las manos.
Raimundo estalló en carcajadas. Se acercó peligroso a ella.
- Bueno… yo creo que deberíamos estarles agradecidos.- dijo, acariciador.
- ¿A quiénes?
- A Pepa y a Emilia.- susurró.
Francisca advirtió enseguida esa mirada de deseo. Aquello parecía una repetición de… Retrocedió un paso mientras los escalofríos la recorrían.
- Raimundo…- casi jadeó.- No podemos…
- ¿No podemos?- preguntó él atravesándola con los ojos, sin dejar de acercarse.
- Sabes que tenemos que… ir a casa de Tristán y Pepa… Deben estar… ya casi todos allí…- Francisca retrocedía mientras él se acercaba. De pronto, la pared cortó su escapatoria.
Raimundo sonrió, acorralándola tan lentamente que arrancó un gemido de su garganta.
- Lo único que sé, es que ahora mismo, ni Natalia, ni Esteban, ni Don Anselmo, ni los jinetes del Apocalipsis podrán evitar que te haga mía.
Francisca gimió en un último intento de respirar, pero él la aprisionó contra la pared, pegando su cuerpo al suyo. Ella creyó morir. Raimundo sepultó el rostro en su clavícula, dejando un rastro de fuego con sus labios. Francisca sintió que las rodillas le fallaban. Pero antes de que pudiese caer al suelo, él la levantó en brazos, adueñándose de su boca. Avanzó con ella hacia el cuarto que estaba situado tras ellos. De nuevo estaban en el lugar en que por primera vez se habían rendido el uno al otro. Antes de que Francisca supiera cómo, Raimundo se había deshecho ya de los botones de su espalda y su mano se coló atrevida. Jadeó al sentir sus manos en su piel desnuda. El vestido acabó pronto en el suelo. La estaba enloqueciendo. La razón y el sentido común se esfumaron. Francisca le quitó la camisa como si le fuese la vida en ello. Pronto estuvieron los dos en igualdad de condiciones. Francisca tomó aire un momento y después fue ella la que contraatacó, deslizando su boca por el cuello de él.
- Francisca…- jadeó casi moribundo.
No pudo soportarlo más y se fundió con ella. De nuevo eran un solo corazón en dos cuerpos unidos. La pasión era tan cegadora que los llevó a límites insospechados. Los jadeos atravesaron las paredes de aquella conservera. Aquellas paredes que guardaban todos los secretos. Se rindieron finalmente, uno en brazos del otro. Permanecieron juntos, abrazados, piel con piel, como si no quisiesen separarse jamás.
- Esto es mucho mejor que tirarse al río.- bromeó él, mientras recobraba el aliento.
Francisca contuvo una risa. Transcurrieron varios minutos. Deseaba quedarse allí, con él, sintiendo el calor de su piel en la suya, pero el sentido común regresó.
- Deberíamos marcharnos. Llegaremos tarde al cumpleaños de nuestro nieto.
- Bueno… en realidad, por mucho que nos apresuremos, igualmente llegaremos tarde.
Ella resopló.
- ¿Qué se supone que vamos a decirles a todos?
- Pues que… simplemente, llevamos tres semanas sin poder disfrutar como Dios manda de nuestro matrimonio y… nos hemos dado un homenaje.
- ¡Raimundo!
Él rió.
- ¿Se te ocurre alguna excusa mejor?
Francisca meneó la cabeza enfadada. No, no se le ocurría ninguna excusa. Ni mejor, ni peor. Raimundo le guiñó un ojo travieso.
- No creo que ni nos pregunten… en cuanto te vean con el vestido arrugado y tu elegante moño deshecho… - sonrió pícaro.- … se harán una idea de qué hemos estado haciendo.
Ella iba a soltar veneno por su boca, pero él lo adivinó y la silenció con un beso apasionado. Francisca se separó con esfuerzo.
- Creo que… deberíamos marcharnos.- repitió.
- Está bien…- dijo Raimundo poco convencido.
Ambos se levantaron a regañadientes y empezaron a vestirse. Francisca le dedicó una mirada irritada, mientras intentaba abrocharse el traje al que le quedaban sólo cuatro botones en su sitio. Él le devolvió una sonrisa. Finalmente, salieron por la puerta. Afortunadamente, el camino de Puente Viejo estaba completamente desierto. Llegaron por fin a la casa de su hijo. Un sonriente Tristán les abrió la puerta, mientras Francisca notaba que la vergüenza le enrojecía hasta la punta de los cabellos.
- Buenas tardes, hijo…- Raimundo le miró sonriente y un poquito embarazado.- Sentimos el retraso…
- Lo dudo, padre.- Tristán le guiñó un ojo divertido.- No se preocupen. Y pasen, que todo el mundo les está esperando.
Entraron sintiéndose un poquito incómodos. Pero después la incomodidad desapareció. Toda la familia estaba allí. Martín saltó feliz a recibir a sus abuelos. Raimundo lo alzó en el aire en vilo, haciéndolo girar mientras el chiquillo se reía. El pequeño Alfonso y su prima Francisca también corrieron hasta ellos, felices. Raimundo casi temió acabar en el suelo mientras los niños se abrazaron a sus piernas. Francisca sonrió ante la hermosa escena.
- Abuelo, vamos, que todavía queda tarta.- le apuró Martín.
Los niños corrieron hacia la mesa de nuevo. Tristán les sonrió y marchó tras los pequeños. Raimundo se dispuso a seguirle, pero al ver que Francisca no se movía, se volvió hacia ella.
- ¿Ocurre algo?
Francisca le miraba sonriente. Él le devolvió la mirada, un tanto confuso y feliz, sin saber a qué venía aquella sonrisa sincera, libre de ironía, tierna y pura. Ella se acercó a él y le besó. Después volvió a mirarle.
- No ocurre nada. Sólo que te quiero con toda mi vida, condenado tabernero.
- Y yo a ti, mi pequeña.- susurró, adorándola con los ojos.- Y yo a ti…
FIN
#734

17/08/2011 21:29
Qué bonito, Ina, me ha encantado, y te digo lo mismo que a las demás, encuaderna esto y que sea el primero de tus relatos, espero verte en la feria del libro de Madrid, firmando ejemplares.
#735

17/08/2011 22:02
Precioso sin lugar a duda :) Un relato hermoso, con dos protagonistas fantasticos, una escritora estupenda y un título que encaja a la perfección. Muchas gracias por habernos hecho disfrutar de esta manera, deleitandonos con todos y cada uno de tus relatos, y haciendo que nuestra espera de escenas se haga más amena.
#736

17/08/2011 22:04
Corazón que te voy a decir que no te haya dicho ya, que gracias, por emocionarme, por hacerme sufrir, por alegrarme y por hacerme feliz, he podido verlos, imaginármelos sin ningún problema.
No te voy a decir nada más, simplemente volver a darte unas enormes GRACIAS
No te voy a decir nada más, simplemente volver a darte unas enormes GRACIAS
#737

17/08/2011 22:09
Bravo, Ina, bravísimo. Ahora mismo siento la misma congoja que siento cuando se acaba una buena peli, un buen libro o cuando anuncian el fin de alguna serie de éxito.
Gracias por habernos tenido enganchadas a tu historia, a la historia del condenado tabernero y de la ilustre cacique.
Espero que pronto nos deleites con más relatos, aunque no tengan que ver con PV.
Gracias por habernos tenido enganchadas a tu historia, a la historia del condenado tabernero y de la ilustre cacique.
Espero que pronto nos deleites con más relatos, aunque no tengan que ver con PV.
#738

17/08/2011 22:19
Ina, la verdad es que yo empecé hará unos 4 días a leer tu historia desde el principio y no podía parar de leerla, es magnífica. Muchas gracias por hacernos disfrutar de verdad. Pedazo escritora estás hecha. Me he reido, me he emocionado... maravillosa.
#739

17/08/2011 22:40
Ina... no sé que decirte que no te haya dicho en otras ocasiones.
Eres una FENÓMENA escribiendo. Me ha encantado tu relato desde principio a fin. Me he emocionado con él, he reído, he llorado, he soñado.... y en muchas ocasiones tus palabras han hecho realidad los personajes ante mis ojos. tienes duende como escritora.
GRACIASSSSSSS Y FELICIDADEEEESSSS!!!!!
Eres una FENÓMENA escribiendo. Me ha encantado tu relato desde principio a fin. Me he emocionado con él, he reído, he llorado, he soñado.... y en muchas ocasiones tus palabras han hecho realidad los personajes ante mis ojos. tienes duende como escritora.
GRACIASSSSSSS Y FELICIDADEEEESSSS!!!!!
#740

18/08/2011 15:39
Gracias de nuevo a todas, chicas. Aiis, que penita me ha dado a mí también porque se terminase... pero mira, parece que he sugestionado telepáticamente a los guionistas con mi historia... porque ha sido poner "FIN" y parece que va a haber tomate con este par, jejje.
Que vivaa la mejor pareja de PV!
Que vivaa la mejor pareja de PV!
