El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
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08/06/2011 23:44
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#461

05/08/2011 21:51
Emilia Ulloa estaba removiendo pensativa el puchero en la cocina de la casa de comidas. No dejaba de darle vueltas en la cabeza la preciosa escena que había visto en el cementerio al amanecer. Una sonrisa emocionada volvió a cruzar su cara. Su padre era el hombre más maravilloso del mundo. Bueno… tal vez estuviese empatado con Alfonso, Sebastián y Tristán, pensó sonriente. Suspiró. Sí que era afortunada doña Francisca. Aquella historia de amor parecía de película. Rió nerviosa. Estaba segura de que su padre no tardaría en dar el gran paso. Merecían ser por fin felices.
Meneó la cabeza. Quería hacer algo por ellos. Recordó el detalle de Francisca, cuando le regaló su vestido de novia… aquel vestido que por el maldito destino no pudo ser usado. De pronto, una idea luminosa surgió en su mente.
- ¡Alfonso!- gritó, mientras se quitaba apresuradamente el delantal.
Su marido apareció en la cocina.
- Toma.- dijo, entregándole la cuchara del puchero.- Tengo que ir a casa de Pepa un momento. Enseguida vuelvo.
- Pero cariño, allá fuera Raimundo me necesita…- miró la cuchara nada convencido.- Y además, sabes que a mí se me da bien comer, no cocinar. ¿A santo de qué esas prisas? ¿Tan urgente es ir ahora donde Pepa?
- Urgentísimo. No tardaré.- se dispuso a irse apresurada. Pero se volvió.- Si padre pregunta por mí, dile que… he ido un momento al colmado… a donde sea, pero que no sospeche nada, ¿entendido?
- Entendido.
Emilia sonrió a su marido, le besó apresuradamente y salió sigilosa por la puerta de la cocina hacia la taberna. Procuró que nadie la viese salir y desapareció por la puerta.
Cruzó presurosa la plaza y enseguida estuvo delante de la puerta de su cuñada. La golpeó un tanto impaciente. Se sorprendió al ver que Soledad le abría.
- Soledad, vaya, no esperaba… encontrarte aquí.- dijo. Sin embargo, puede que aquella idea que tenía en mente también debiera involucrarla a ella. Sí, debía involucrarla.
- Pasa Emilia. Me he quedado un momento con los niños mientras Pepa salía a atender un parto.
Emilia hizo un mohín.
- Vaya… ¿sabes si tardará mucho?
- No creo. Dijo que sería breve. Herminia tiene una facilidad increíble para dar a luz. Pero… ¿a qué esa urgencia? Si en algo puedo ayudarte… cuenta conmigo.
Emilia sonrió a su casi hermana.
- Lo sabrás, Soledad. Es algo fantástico. Pero prefiero que también esté Pepa. Necesito ayuda de las dos.
Como si sus palabras hubieran sido escuchadas, la puerta se abrió y Pepa apareció tras ella.
- Vaya, pues sí que es rápida esta Herminia.- dijo Emilia risueña.
Pepa sonrió.
- Desde luego. Parece que en vez de tener que empujar, los hijos se le caen.- dijo sonriendo divertida. – Todo ha salido perfectamente.- miró a Emilia.- Y, ¿qué haces tú aquí, señorita, escaqueándote del trabajo cuando más faena hay?
- Tengo que contaros algo.- sonrió de oreja a oreja.
Y eso hizo. Les contó cómo había seguido a su padre aquella mañana hasta el cementerio y todo lo que allí vio y escuchó. El relato era tan maravillosamente romántico que la sensible Soledad sintió que sus ojos se humedecían. Incluso Pepa, que se jactaba de no perder el tiempo con sensiblerías, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta.
- Vaya… pobre mi suegro. Ahora entiendo por qué estaba tan serio estos días.- dijo Pepa.- Menudo dilema le corroía el cuerpo.
- Es… maravilloso.- suspiró Soledad.- ¿Tú crees que… le pedirá a mi madre que se case con él?
- ¿Que si lo creo?- dijo Emilia.- Vamos, como que me llamo Emilia Ulloa. Por eso he estado pensando. Quiero corresponder a Francisca por el regalo que me hizo cuando me casé. Y ¿qué mejor regalo hacerle que un vestido de novia?
Pepa y Soledad se miraron sorprendidas y luego miraron a una entusiasta Emilia.
- Emilia…Es un detalle realmente precioso pero…¿No crees que te estás precipitando? Raimundo aún no se lo ha pedido… y ella aún no ha contestado.- dijo Pepa.
- Pero qué precipitado ni qué niño muerto, Pepa.- repuso Emilia, aflorando la cabezonería marca Ulloa.- ¿Qué crees? ¿Qué después de treinta años penando ahora nuestra doña Francisca le va a decir que no?
Soledad sonrió a Pepa, quien pareció darse cuenta de que su cuñada tenía toda la razón.
- ¿Y tienes pensado cómo lo vas a hacer sin que mi madre se entere?- inquirió Soledad.- Te recuerdo que tiene oídos por todas partes.
Emilia sonrió.
- Esta tarde, aprovechando que hay feria en la Puebla, me acercaré hasta allí con mi vestido. Le encargaré a Remedios, la costurera, que me cosa un modelo parecido. Y luego tú, Soledad, te encargarás de los adornos y bordados. Quiero que quede lo más parecido al original.
Pepa sonrió.
- Vaya ideas que se te ocurren, pero… ¿Cómo va a coser ese vestido? Necesitamos las medidas de mi suegra.
- Es cierto.- dijo Emilia, un tanto preocupada.- No se me había ocurrido.
Las tres jóvenes se miraron pensativas. De pronto, a Soledad se le iluminó el rostro.
- Chicas, creo que lo tengo. Rosario se sabe sus medidas. Es ella la que encarga todos los trajes a mi madre. Se lo preguntaré ahora mismo.
Emilia y Pepa no pudieron ni darle las gracias por la brillante idea. Soledad salió hecha un vendaval hacia la Casona. Sin embargo, tuvo suerte y se la encontró por el camino. Venía de la hacienda de los Montenegro a hacer sus compras al colmado. La buena mujer alzó una ceja inquisidora ante la pregunta de su nuera. Pero sin hacer ni una pregunta, le sonrió cariñosamente y le contestó. Soledad, la abrazó cariñosa y, sin perder ni un segundo, volvió a casa de Pepa.
- Lo tengo.- dijo, entrando por la puerta.
- Rediez, muchacha, sí que eres rápida.- dijo Pepa.
- Me he encontrado a Rosario al lado del colmado.- explicó risueña la joven Montenegro. Le tendió un papel a Emilia.- Toma, Emilia, aquí tienes.
Emilia tomó el papel. Las tres muchachas se miraron y sonrieron cómplices.
Meneó la cabeza. Quería hacer algo por ellos. Recordó el detalle de Francisca, cuando le regaló su vestido de novia… aquel vestido que por el maldito destino no pudo ser usado. De pronto, una idea luminosa surgió en su mente.
- ¡Alfonso!- gritó, mientras se quitaba apresuradamente el delantal.
Su marido apareció en la cocina.
- Toma.- dijo, entregándole la cuchara del puchero.- Tengo que ir a casa de Pepa un momento. Enseguida vuelvo.
- Pero cariño, allá fuera Raimundo me necesita…- miró la cuchara nada convencido.- Y además, sabes que a mí se me da bien comer, no cocinar. ¿A santo de qué esas prisas? ¿Tan urgente es ir ahora donde Pepa?
- Urgentísimo. No tardaré.- se dispuso a irse apresurada. Pero se volvió.- Si padre pregunta por mí, dile que… he ido un momento al colmado… a donde sea, pero que no sospeche nada, ¿entendido?
- Entendido.
Emilia sonrió a su marido, le besó apresuradamente y salió sigilosa por la puerta de la cocina hacia la taberna. Procuró que nadie la viese salir y desapareció por la puerta.
Cruzó presurosa la plaza y enseguida estuvo delante de la puerta de su cuñada. La golpeó un tanto impaciente. Se sorprendió al ver que Soledad le abría.
- Soledad, vaya, no esperaba… encontrarte aquí.- dijo. Sin embargo, puede que aquella idea que tenía en mente también debiera involucrarla a ella. Sí, debía involucrarla.
- Pasa Emilia. Me he quedado un momento con los niños mientras Pepa salía a atender un parto.
Emilia hizo un mohín.
- Vaya… ¿sabes si tardará mucho?
- No creo. Dijo que sería breve. Herminia tiene una facilidad increíble para dar a luz. Pero… ¿a qué esa urgencia? Si en algo puedo ayudarte… cuenta conmigo.
Emilia sonrió a su casi hermana.
- Lo sabrás, Soledad. Es algo fantástico. Pero prefiero que también esté Pepa. Necesito ayuda de las dos.
Como si sus palabras hubieran sido escuchadas, la puerta se abrió y Pepa apareció tras ella.
- Vaya, pues sí que es rápida esta Herminia.- dijo Emilia risueña.
Pepa sonrió.
- Desde luego. Parece que en vez de tener que empujar, los hijos se le caen.- dijo sonriendo divertida. – Todo ha salido perfectamente.- miró a Emilia.- Y, ¿qué haces tú aquí, señorita, escaqueándote del trabajo cuando más faena hay?
- Tengo que contaros algo.- sonrió de oreja a oreja.
Y eso hizo. Les contó cómo había seguido a su padre aquella mañana hasta el cementerio y todo lo que allí vio y escuchó. El relato era tan maravillosamente romántico que la sensible Soledad sintió que sus ojos se humedecían. Incluso Pepa, que se jactaba de no perder el tiempo con sensiblerías, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta.
- Vaya… pobre mi suegro. Ahora entiendo por qué estaba tan serio estos días.- dijo Pepa.- Menudo dilema le corroía el cuerpo.
- Es… maravilloso.- suspiró Soledad.- ¿Tú crees que… le pedirá a mi madre que se case con él?
- ¿Que si lo creo?- dijo Emilia.- Vamos, como que me llamo Emilia Ulloa. Por eso he estado pensando. Quiero corresponder a Francisca por el regalo que me hizo cuando me casé. Y ¿qué mejor regalo hacerle que un vestido de novia?
Pepa y Soledad se miraron sorprendidas y luego miraron a una entusiasta Emilia.
- Emilia…Es un detalle realmente precioso pero…¿No crees que te estás precipitando? Raimundo aún no se lo ha pedido… y ella aún no ha contestado.- dijo Pepa.
- Pero qué precipitado ni qué niño muerto, Pepa.- repuso Emilia, aflorando la cabezonería marca Ulloa.- ¿Qué crees? ¿Qué después de treinta años penando ahora nuestra doña Francisca le va a decir que no?
Soledad sonrió a Pepa, quien pareció darse cuenta de que su cuñada tenía toda la razón.
- ¿Y tienes pensado cómo lo vas a hacer sin que mi madre se entere?- inquirió Soledad.- Te recuerdo que tiene oídos por todas partes.
Emilia sonrió.
- Esta tarde, aprovechando que hay feria en la Puebla, me acercaré hasta allí con mi vestido. Le encargaré a Remedios, la costurera, que me cosa un modelo parecido. Y luego tú, Soledad, te encargarás de los adornos y bordados. Quiero que quede lo más parecido al original.
Pepa sonrió.
- Vaya ideas que se te ocurren, pero… ¿Cómo va a coser ese vestido? Necesitamos las medidas de mi suegra.
- Es cierto.- dijo Emilia, un tanto preocupada.- No se me había ocurrido.
Las tres jóvenes se miraron pensativas. De pronto, a Soledad se le iluminó el rostro.
- Chicas, creo que lo tengo. Rosario se sabe sus medidas. Es ella la que encarga todos los trajes a mi madre. Se lo preguntaré ahora mismo.
Emilia y Pepa no pudieron ni darle las gracias por la brillante idea. Soledad salió hecha un vendaval hacia la Casona. Sin embargo, tuvo suerte y se la encontró por el camino. Venía de la hacienda de los Montenegro a hacer sus compras al colmado. La buena mujer alzó una ceja inquisidora ante la pregunta de su nuera. Pero sin hacer ni una pregunta, le sonrió cariñosamente y le contestó. Soledad, la abrazó cariñosa y, sin perder ni un segundo, volvió a casa de Pepa.
- Lo tengo.- dijo, entrando por la puerta.
- Rediez, muchacha, sí que eres rápida.- dijo Pepa.
- Me he encontrado a Rosario al lado del colmado.- explicó risueña la joven Montenegro. Le tendió un papel a Emilia.- Toma, Emilia, aquí tienes.
Emilia tomó el papel. Las tres muchachas se miraron y sonrieron cómplices.
#462

05/08/2011 22:09
Nada que no hay escenas! Aparecerá la Paca por el Baile de Hipólito? Bailará la Paca con el Ray? Ganas tengo de que el Ray sepa la verdad sobre Sebastián y vaya a la Casonaaaaaaaaaaaaa!!! La Paca se va a quedar flipá no sólo ve sino que va a la Casona para hablar con ella sobre Sebastián.
Me veo la frase. Los Ulloa tropezamos siempre en la misma piedra. El Amor. Yo me casé con otra para que a tí mi padre no te hiciera nada y mi hijo carga con un robo no cometido por Virtudes.
Ya estoy viendo la cara de la Paca
!
Y que esto algo así no lo escuche Tristán Tiene DELITO!!! Joder que Tristán no sabe que su madre y el Ulloa fueron novios de Jóvenes Emilia y Sebastián no le contaron NADA!!! Me muero de ganas por algo así y que Tristán vaya a hablar con Emilia o Sebastián y les pregunte y éstos le cuenten lo que saben. De ahí a que se sepa que el Ulloa es el padre de Tristán un paso
!!!
Me veo la frase. Los Ulloa tropezamos siempre en la misma piedra. El Amor. Yo me casé con otra para que a tí mi padre no te hiciera nada y mi hijo carga con un robo no cometido por Virtudes.
Ya estoy viendo la cara de la Paca

Y que esto algo así no lo escuche Tristán Tiene DELITO!!! Joder que Tristán no sabe que su madre y el Ulloa fueron novios de Jóvenes Emilia y Sebastián no le contaron NADA!!! Me muero de ganas por algo así y que Tristán vaya a hablar con Emilia o Sebastián y les pregunte y éstos le cuenten lo que saben. De ahí a que se sepa que el Ulloa es el padre de Tristán un paso

#463

05/08/2011 22:32
Perdona, Miri, que le he dado antes de tiempo al botón de "añadir respuesta". Debe ser la emoción, jajajajaja.
#464

05/08/2011 23:06
- Toc, toc.
Francisca levantó la mirada de las cuentas de la conservera para posarla en la puerta de su despacho.
- Adelante.
- Siento interrumpirla, señora, pero… han dejado esta carta para usted.- dijo Mariana, inclinándose respetuosa.
Francisca alzó una ceja.
- ¿Y quién la envía?
- No lo sé, señora. No pone remitente. Sólo está escrito su nombre en el sobre. La encontré en la entrada. Alguien ha debido haberla empujado por debajo de la puerta.
Francisca tomó la carta. En cuanto vio su nombre escrito con aquella inconfundible letra, sintió que su corazón iba a saltar del pecho. La joven se preocupó, viendo cómo le temblaban las manos.
- ¿Le ocurre algo, señora?
- N..no, nada.- dijo, procurando mostrarse digna.- Gracias, Mariana. Puedes retirarte.
La muchacha obedeció. Francisca todavía seguía mirando la carta, temblorosa. Hacía casi treinta años que no recibía una carta de… Raimundo. Casi sollozó de la alegría. Sin embargo, de pronto sintió una agobiante preocupación. ¿Por qué le había escrito? Si algo debía decirle, no entendía por qué no lo hacía en persona. ¿Acaso era algo lo bastante… preocupante como para escribirlo por carta? Tragó saliva. Sin pararse a buscar el abrecartas, rompió el sobre como si le fuese la vida en ello.
“Querida Francisca… mi Francisca.”
“Te sorprenderá que te escriba, después de tanto tiempo … Pero es menester que lo haga. No para decirte que te amo, porque eso ya lo sabes. Ambos lo sabemos… desde los diez años. Mi motivo es otro. Necesito reunirme contigo, esta tarde, cuando el Sol se oculte tras el lago. Lo recuerdas ¿verdad? Nuestro lugar secreto… El lugar que nos pertenecía y en el que te dije por primera vez que te quería. Necesito que estés allí esta tarde… Te prometo que todas tus dudas se resolverán para siempre.”
R.
Francisca sintió que el corazón le iba a salir del cuerpo. Tragó saliva.”-Cálmate, Francisca, ni que tuvieras quince años, por Dios”- se reprendió. Pero no podía evitarlo. Realmente se sentía como si los tuviera.
Francisca levantó la mirada de las cuentas de la conservera para posarla en la puerta de su despacho.
- Adelante.
- Siento interrumpirla, señora, pero… han dejado esta carta para usted.- dijo Mariana, inclinándose respetuosa.
Francisca alzó una ceja.
- ¿Y quién la envía?
- No lo sé, señora. No pone remitente. Sólo está escrito su nombre en el sobre. La encontré en la entrada. Alguien ha debido haberla empujado por debajo de la puerta.
Francisca tomó la carta. En cuanto vio su nombre escrito con aquella inconfundible letra, sintió que su corazón iba a saltar del pecho. La joven se preocupó, viendo cómo le temblaban las manos.
- ¿Le ocurre algo, señora?
- N..no, nada.- dijo, procurando mostrarse digna.- Gracias, Mariana. Puedes retirarte.
La muchacha obedeció. Francisca todavía seguía mirando la carta, temblorosa. Hacía casi treinta años que no recibía una carta de… Raimundo. Casi sollozó de la alegría. Sin embargo, de pronto sintió una agobiante preocupación. ¿Por qué le había escrito? Si algo debía decirle, no entendía por qué no lo hacía en persona. ¿Acaso era algo lo bastante… preocupante como para escribirlo por carta? Tragó saliva. Sin pararse a buscar el abrecartas, rompió el sobre como si le fuese la vida en ello.
“Querida Francisca… mi Francisca.”
“Te sorprenderá que te escriba, después de tanto tiempo … Pero es menester que lo haga. No para decirte que te amo, porque eso ya lo sabes. Ambos lo sabemos… desde los diez años. Mi motivo es otro. Necesito reunirme contigo, esta tarde, cuando el Sol se oculte tras el lago. Lo recuerdas ¿verdad? Nuestro lugar secreto… El lugar que nos pertenecía y en el que te dije por primera vez que te quería. Necesito que estés allí esta tarde… Te prometo que todas tus dudas se resolverán para siempre.”
R.
Francisca sintió que el corazón le iba a salir del cuerpo. Tragó saliva.”-Cálmate, Francisca, ni que tuvieras quince años, por Dios”- se reprendió. Pero no podía evitarlo. Realmente se sentía como si los tuviera.
#465

06/08/2011 00:10
acabo de ver el video de Paca y Rai y simplemente maravilloso,me ha encantado, que pasada.
que bonito todo lo que le ha dicho Rai a su esposa muerta, pero en el corazón nadie manda, jo como me gusta esta historia, sigue ya por fa que quiero saber que pasa en el lago, uf, voy a volver a ver el video, que estoy muy emocionada
que bonito todo lo que le ha dicho Rai a su esposa muerta, pero en el corazón nadie manda, jo como me gusta esta historia, sigue ya por fa que quiero saber que pasa en el lago, uf, voy a volver a ver el video, que estoy muy emocionada
#466

06/08/2011 01:07
Raimundo Ulloa sentía que las rodillas le temblaban. Por enésima vez, apretó con fuerza la cajita que guardaba en el bolsillo del pantalón. Miró el hermoso paisaje. Parecía que la madre naturaleza se compinchaba con él para que todo luciera bellísimo. La tarde caía y el Sol se había tornado casi escarlata, proporcionando una increíble luz sobre los campos, prados y bosque. Sintió que retrocedía en el tiempo. Estaba exactamente en el mismo lugar que cuando… le hizo aquella pregunta por primera vez. Inspiró y soltó el aire despacio. Si no se relajaba un poco, acabaría dándole un infarto allí mismo… y eso no era nada adecuado para sus planes.
De pronto, sintió una presencia inconfundible a su espalda. Se volvió. Francisca estaba allí, con su vestido malva suave, uno de los más hermosos que tenía. Tragó saliva. Se miraron como si no pudieran hacer otra cosa. Raimundo alargó su mano hacia ella. Francisca la tomó. Él besó caballeroso su mano.
- Gracias por venir.- le susurró.
Francisca no sabía qué decir. Se sentía como una jovencita ante la primera declaración de amor. Su orgullo peleó consigo misma.
- ¿Por qué… me has citado aquí?- preguntó por fin.
- Porque quiero explicarte el motivo de que haya estado algo… raro estos días.
Ella le miró, súbitamente angustiada. Sólo podía mirarle. Tenía la sensación de que su vida dependía en ese momento de las palabras que él dijera a continuación. Raimundo la miró, perdiéndose en sus ojos.
- Francisca, hace días que… quiero con toda mi alma hacer algo. En realidad, no hace días… sino años… largos años. Pero en lo más hondo de mi ser mi conciencia me mortificaba. Hoy por fin, la he calmado.
- ¿De qué… demonios estás hablando?- preguntó ella, sorprendiéndose de que le saliera la voz.
Raimundo respiró hondo sin apartar sus pupilas de las de ella.
- Esta mañana, muy temprano, he ido al cementerio.
Francisca creyó morir.
- ¿Al… cementerio?
Sintió como si volviesen a dispararle una bala al corazón. Ahora lo entendía todo. Raimundo había ido a ver la tumba de su esposa. Ese era su remordimiento… lo que le había estado atormentando. Y decía que ya había calmado su conciencia. Eso sólo podía significar… De pronto, se sintió igual que hacía veintiocho años, cuando él le dijo que no podían casarse… que la dejaba. Un dolor la desgarró y las lágrimas arrasaron su alma y sus ojos. Raimundo, al verla así de repente, sintió una garra afilada en su corazón.
- Francisca… - dijo preocupado, acercándose. Ella se alejó, mirándole otra vez con el mismo odio de aquel desgraciado día.
- ¡No te acerques!- gritó. Se estaba deshaciendo en lágrimas mientras Raimundo la miraba aterrado.- Así que…era eso. Sentías remordimientos por estar… conmigo y por eso fuiste a… tranquilizar tu maldita conciencia a la tumba de tu amada esposa. ¿Cómo eres capaz de citarme… aquí para decirme eso? ¿Para decirme que… vas a ser fiel a la memoria de tu esposa?
- Pero… ¿qué diablos estás diciendo?- preguntó él, totalmente atónito. Se quedó de piedra al darse cuenta del giro interpretativo que le había dado Francisca a aquello. Meneó la cabeza, desesperado.- Francisca, ¡por todos los…! estás muy equivocada.
Raimundo avanzó un paso hacia ella.
- ¡Te he dicho que no te acerques!
Él la ignoró. La miró serio y sin más la acorraló entre sus brazos. Francisca intentó liberarse, golpeándolo en el pecho, pero él la tenía abrazada con fuerza y no aflojó la presa. Finalmente, Francisca se derrumbó agotada, sollozando en su pecho. Sin embargo, su orgullo férreo hizo que dejara de llorar. No le iba a dar el gusto de llorar delante de él.
- Francisca, mírame.
Ella mantuvo la mirada apartada. Raimundo resopló.
- Mírame.- le levantó el mentón hasta que sus ojos quedaron alineados.- ¿Cómo demonios ha podido pasar esa loca idea por tu imaginación, Francisca?
- Acabas de decir…- empezó ella.
- Sé lo que acabo de decir. Que he ido esta mañana al cementerio. Pero no me has dado tiempo de nada más. Podría haber ido a ponerle flores a mi madre o incluso a meditar sobre la fugacidad de la existencia…- dijo, con un deje divertido.
- No tiene ninguna gracia…- dijo ella, con la voz temblorosa, pero algo más tranquila. Sin saber por qué, de pronto empezaba a sentir una arrolladora oleada de vergüenza ante el numerito que acababa de montar.- Además, ¿acaso no has ido a ver a tu esposa?
- Sí, es cierto. Y antes de que me asesines con tus manos, mi queridísima y celosísima pequeña, te diré que necesitaba estar un momento frente a su tumba para no sentir remordimientos ante lo que voy a hacer.- la miró, devorándola con la mirada.
- ¿Q... qué vas a hacer?- preguntó, ruborizándose sin remedio.
Raimundo leyó lo que acababa de pasar por su mente y se echó a reír.
- Bueno… eso que estás pensando también pienso hacerlo. – dijo pícaro.- Pero ya estoy harto de que no podamos amarnos libremente, y de andar escondiéndonos. A nuestra edad, ya no estamos para saltar por las ventanas.- sonrió.
Francisca sintió un cúmulo muy extraño de emociones. Anhelo, sospecha, temor, esperanza y en medio de todo aquello, también se sintió divertida por lo que acababa de decir Raimundo. Él apagó poco a poco la sonrisa y la miró con una seriedad apasionada. Se acercó y posó sus labios ardientes sobre los de ella, haciéndola derretirse. Después la miró.
- ¿Recuerdas la pregunta que te hice aquí hace veintiocho años?
Francisca le miró. No… no podía… ser. Él le acarició el rostro con una sonrisa. Se llevó la mano al bolsillo y sacó algo. Era una pequeña cajita. La colocó en su mano.
- Dios mío…- susurró Francisca.
Temía abrirla, como si dentro hubiese una bomba. Pero no pudo soportarlo más. La abrió. Las lágrimas manaron a raudales de los ojos de Francisca. Era el anillo de compromiso que le había regalado hacía veintiocho años. Y estaba tan hermoso y brillante como siempre… como si el tiempo jamás hubiese transcurrido. Un sollozo involuntario escapó de su boca.
- Cásate conmigo mi pequeña.- susurró Raimundo, haciéndola estremecer.- Cásate conmigo o… arráncame el corazón que no desea vivir si no es contigo.- murmuró.
Francisca creyó morir de la felicidad. ¿Estaba soñando? Estaba en shock. No podía ni hablar. Sólo podía mirarle y luchar por seguir respirando. Él tomó el anillo. Lo besó y se lo colocó en el dedo. La miró anhelante, pero ella seguía sin poder reaccionar.
- Francisca… - dijo entre torturado e irónico.- No es que… quiera apresurarte… pero te agradecería que no tuviera que esperar unos cuantos años más por la respuesta.
Ella rió involuntariamente a la vez que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Le miró. ¿Cómo podía amarle tan desesperadamente? ¿Cómo podía sentir que el corazón algún día volviera a latirle con normalidad? Moriría de un infarto por él. Pero era la muerte más dulce posible. Miró el anillo en su mano. Después, sin más preámbulos, se abalanzó sobre él, tirándolo al suelo y robándole la respiración con un beso ardiente. Raimundo creyó morir de felicidad. Empezó a devolverle el beso como si el mundo se acabase. Francisca logró separarse con esfuerzo.
- Esper…espera- jadeó.- Eso era un sí.
- Ya me había dado cuenta, Francisca.- repuso él con sorna. Le guiñó un ojo.- Y esto…- añadió, situándose sobre ella y atrapándola bajo su cuerpo.- es un “me alegro muchísimo”.
Antes de que ella reaccionase, la besó hasta enloquecer.
De pronto, sintió una presencia inconfundible a su espalda. Se volvió. Francisca estaba allí, con su vestido malva suave, uno de los más hermosos que tenía. Tragó saliva. Se miraron como si no pudieran hacer otra cosa. Raimundo alargó su mano hacia ella. Francisca la tomó. Él besó caballeroso su mano.
- Gracias por venir.- le susurró.
Francisca no sabía qué decir. Se sentía como una jovencita ante la primera declaración de amor. Su orgullo peleó consigo misma.
- ¿Por qué… me has citado aquí?- preguntó por fin.
- Porque quiero explicarte el motivo de que haya estado algo… raro estos días.
Ella le miró, súbitamente angustiada. Sólo podía mirarle. Tenía la sensación de que su vida dependía en ese momento de las palabras que él dijera a continuación. Raimundo la miró, perdiéndose en sus ojos.
- Francisca, hace días que… quiero con toda mi alma hacer algo. En realidad, no hace días… sino años… largos años. Pero en lo más hondo de mi ser mi conciencia me mortificaba. Hoy por fin, la he calmado.
- ¿De qué… demonios estás hablando?- preguntó ella, sorprendiéndose de que le saliera la voz.
Raimundo respiró hondo sin apartar sus pupilas de las de ella.
- Esta mañana, muy temprano, he ido al cementerio.
Francisca creyó morir.
- ¿Al… cementerio?
Sintió como si volviesen a dispararle una bala al corazón. Ahora lo entendía todo. Raimundo había ido a ver la tumba de su esposa. Ese era su remordimiento… lo que le había estado atormentando. Y decía que ya había calmado su conciencia. Eso sólo podía significar… De pronto, se sintió igual que hacía veintiocho años, cuando él le dijo que no podían casarse… que la dejaba. Un dolor la desgarró y las lágrimas arrasaron su alma y sus ojos. Raimundo, al verla así de repente, sintió una garra afilada en su corazón.
- Francisca… - dijo preocupado, acercándose. Ella se alejó, mirándole otra vez con el mismo odio de aquel desgraciado día.
- ¡No te acerques!- gritó. Se estaba deshaciendo en lágrimas mientras Raimundo la miraba aterrado.- Así que…era eso. Sentías remordimientos por estar… conmigo y por eso fuiste a… tranquilizar tu maldita conciencia a la tumba de tu amada esposa. ¿Cómo eres capaz de citarme… aquí para decirme eso? ¿Para decirme que… vas a ser fiel a la memoria de tu esposa?
- Pero… ¿qué diablos estás diciendo?- preguntó él, totalmente atónito. Se quedó de piedra al darse cuenta del giro interpretativo que le había dado Francisca a aquello. Meneó la cabeza, desesperado.- Francisca, ¡por todos los…! estás muy equivocada.
Raimundo avanzó un paso hacia ella.
- ¡Te he dicho que no te acerques!
Él la ignoró. La miró serio y sin más la acorraló entre sus brazos. Francisca intentó liberarse, golpeándolo en el pecho, pero él la tenía abrazada con fuerza y no aflojó la presa. Finalmente, Francisca se derrumbó agotada, sollozando en su pecho. Sin embargo, su orgullo férreo hizo que dejara de llorar. No le iba a dar el gusto de llorar delante de él.
- Francisca, mírame.
Ella mantuvo la mirada apartada. Raimundo resopló.
- Mírame.- le levantó el mentón hasta que sus ojos quedaron alineados.- ¿Cómo demonios ha podido pasar esa loca idea por tu imaginación, Francisca?
- Acabas de decir…- empezó ella.
- Sé lo que acabo de decir. Que he ido esta mañana al cementerio. Pero no me has dado tiempo de nada más. Podría haber ido a ponerle flores a mi madre o incluso a meditar sobre la fugacidad de la existencia…- dijo, con un deje divertido.
- No tiene ninguna gracia…- dijo ella, con la voz temblorosa, pero algo más tranquila. Sin saber por qué, de pronto empezaba a sentir una arrolladora oleada de vergüenza ante el numerito que acababa de montar.- Además, ¿acaso no has ido a ver a tu esposa?
- Sí, es cierto. Y antes de que me asesines con tus manos, mi queridísima y celosísima pequeña, te diré que necesitaba estar un momento frente a su tumba para no sentir remordimientos ante lo que voy a hacer.- la miró, devorándola con la mirada.
- ¿Q... qué vas a hacer?- preguntó, ruborizándose sin remedio.
Raimundo leyó lo que acababa de pasar por su mente y se echó a reír.
- Bueno… eso que estás pensando también pienso hacerlo. – dijo pícaro.- Pero ya estoy harto de que no podamos amarnos libremente, y de andar escondiéndonos. A nuestra edad, ya no estamos para saltar por las ventanas.- sonrió.
Francisca sintió un cúmulo muy extraño de emociones. Anhelo, sospecha, temor, esperanza y en medio de todo aquello, también se sintió divertida por lo que acababa de decir Raimundo. Él apagó poco a poco la sonrisa y la miró con una seriedad apasionada. Se acercó y posó sus labios ardientes sobre los de ella, haciéndola derretirse. Después la miró.
- ¿Recuerdas la pregunta que te hice aquí hace veintiocho años?
Francisca le miró. No… no podía… ser. Él le acarició el rostro con una sonrisa. Se llevó la mano al bolsillo y sacó algo. Era una pequeña cajita. La colocó en su mano.
- Dios mío…- susurró Francisca.
Temía abrirla, como si dentro hubiese una bomba. Pero no pudo soportarlo más. La abrió. Las lágrimas manaron a raudales de los ojos de Francisca. Era el anillo de compromiso que le había regalado hacía veintiocho años. Y estaba tan hermoso y brillante como siempre… como si el tiempo jamás hubiese transcurrido. Un sollozo involuntario escapó de su boca.
- Cásate conmigo mi pequeña.- susurró Raimundo, haciéndola estremecer.- Cásate conmigo o… arráncame el corazón que no desea vivir si no es contigo.- murmuró.
Francisca creyó morir de la felicidad. ¿Estaba soñando? Estaba en shock. No podía ni hablar. Sólo podía mirarle y luchar por seguir respirando. Él tomó el anillo. Lo besó y se lo colocó en el dedo. La miró anhelante, pero ella seguía sin poder reaccionar.
- Francisca… - dijo entre torturado e irónico.- No es que… quiera apresurarte… pero te agradecería que no tuviera que esperar unos cuantos años más por la respuesta.
Ella rió involuntariamente a la vez que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Le miró. ¿Cómo podía amarle tan desesperadamente? ¿Cómo podía sentir que el corazón algún día volviera a latirle con normalidad? Moriría de un infarto por él. Pero era la muerte más dulce posible. Miró el anillo en su mano. Después, sin más preámbulos, se abalanzó sobre él, tirándolo al suelo y robándole la respiración con un beso ardiente. Raimundo creyó morir de felicidad. Empezó a devolverle el beso como si el mundo se acabase. Francisca logró separarse con esfuerzo.
- Esper…espera- jadeó.- Eso era un sí.
- Ya me había dado cuenta, Francisca.- repuso él con sorna. Le guiñó un ojo.- Y esto…- añadió, situándose sobre ella y atrapándola bajo su cuerpo.- es un “me alegro muchísimo”.
Antes de que ella reaccionase, la besó hasta enloquecer.
#467

06/08/2011 20:31
Chicas, en breve, el gran bodorrioooo de PV, jejejeje. Tengo que exprimir al máximo la sesera para que me quede digno de tal ceremonia. Espero no defraudar

#468

06/08/2011 22:06
Francisca caminaba feliz como una chiquilla, alzando su mano para ver los hermosos destellos que lanzaba el anillo. Raimundo, tras ella, sonreía entre tierno y burlón. Ambos recorrían de vuelta el camino a Puente Viejo.
- Muy típico de ti, Francisca. Tu debilidad es el dinero… y cualquier cosa que valga bastante cantidad de él.- se burló.
Francisca sonrió, perversa, mientras le miraba de reojo.
- Y menos mal que este anillo lo compraste antes de ser un tabernero de tres al cuarto, que si no… Me habrías dado un anillo de latón como regalo de compromiso.
- Siempre has sido una malcriada mocosa consentida.- dijo él, deteniéndola.- Que no ha dudado en exprimir a quien fuese como buena cacique Montenegro.- la miró orgulloso, irguiéndose en toda su estatura, intentando mantener la seriedad.
Francisca sintió que sus ojos relampagueaban.
- Y tú siempre has sido un pusilánime al que no me costó nada arrebatarle todas sus posesiones.- añadió ella, encarándose también a él orgullosa.
- No te creas vencedora, mi pequeña. Porque al final yo también te robé algo.
- ¿El qué?- preguntó ella, entre curiosa y desafiante.
- Tu corazón.- dijo clavando sus ojos en los suyos.
- También yo robé el tuyo.- rebatió ella, sin ceder un ápice.
Raimundo reprimió una sonrisa. Allí estaban, frente a frente como siempre, peleándose medio en broma, medio en serio. Adoraba hacerla rabiar.
- Cierto, pero… mi querida y futura señora de Ulloa, ahora seré yo el cabeza de familia… y eso significa que ya no serás tú la que mande. – le costó muchísimo decir eso sin soltar una carcajada.
Francisca sintió que se la llevaban todos los demonios. Se acercó tan furiosa que quedaron a dos centímetros de distancia. La sonrisa de Raimundo desapareció. La miró devorándola con los ojos.
- Eres un… condenado… tabernero.
- Y tú una… cacique… tirana.
La tensión era tan intensa que les robó la respiración. Sin más, Raimundo se lanzó a por Francisca y la besó devastador. Ella tomó su rostro, profundizando más aún el beso, como si quisiese absorber toda su alma. El ambiente de pronto pareció caldearse demasiado. “-Dios bendito”, pensó Francisca. ¿Qué demonios les ocurría? ¿Era normal que cada dos por tres la pasión los consumiese? De pronto, parecieron volver a la realidad. Justo frente a ellos estaban Tristán y Sebastián, montados en sus caballos y con la boca totalmente abierta. Francisca creyó morir. ¿Desde cuándo estaban disfrutando del espectáculo? Y lo que era peor, ¿cómo era posible que ni ella ni Raimundo hubiesen escuchado los cascos de los caballos?
- Buenas tardes, hijos.- dijo Raimundo como si tal cosa.
- Y tan buenas…- susurró Tristán burlón por lo bajo. Sebastián le dirigió una mirada reprobadora, pero en el fondo le costó no sonreír.
- Buenas tardes, padre.- contestó Sebastián, cortés, bajando del caballo. Se volvió e inclinó la cabeza.- Doña Francisca.
- ¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?- preguntó Francisca, procurando sonar firme.
- Venimos de la conservera, madre.- contestó Tristán, apeándose también. – Y ¿ustedes?...- les miró con sorna, disfrutando del sonrojo de su madre y del gesto de su padre.
- Nosotros… estábamos dando un paseo y… charlando.- dijo Francisca muy digna.
Tristán rió por lo bajo.
- ¿Charlando? No dudo que sus bocas no estuviesen ocupadas, pero no en charlar, precisamente.
- ¡Tristán!- su madre le miró tremendamente azorada. Sebastián se llevó una mano a los ojos y Raimundo intentaba no echarse a reír ante la franqueza de su hijo.
- Vamos, madre, que ya no somos críos, ni nosotros ni ustedes tampoco. ¿Por qué demonios tienen que andar escondiéndose? Deberían disfrutar su amor sin trabas.
Raimundo sonrió.
- Tienes mucha razón, hijo. Pero no te preocupes, que ya no nos esconderemos nunca más.
Sebastián y Tristán intercambiaron una rápida mirada. De pronto, Tristán reparó en algo que le dejó sin respiración.
- Madre… - le tomó la mano, alzándola. El anillo brilló radiante.- ¿Qué es… esto?
Francisca tragó saliva y miró a su hijo. El rostro de Tristán expresaba una sorpresa mezclada con… ¿esperanza?
- Es… mi felicidad.- dijo, con la voz velada por la emoción.
Raimundo se acercó a Francisca y la tomó por la cintura, mirándola con adoración. Después se volvió a los sorprendidos jóvenes.
- Hijos, queríamos decíroslo a todos esta noche, pero nos habéis estropeado la sorpresa.- dijo risueño.
- ¿Decirnos…? – dijeron a la vez Tristán y Sebastián.
- Después de veintiocho años…- empezó Raimundo, con la voz quebrada.- Después de veintiocho años, por fin voy a casarme con la mujer que me ha robado todo, incluido el corazón.- le guiñó un ojo a Francisca. Ella le sonrió y se besaron tiernamente.
Sebastián y Tristán descolgaron involuntariamente sus mandíbulas. Una salvaje alegría empezó a aparecer en sus rostros.
- Madre…- Tristán la miró, como si hubiese hecho un loable acto heroico.
Francisca sonrió nerviosamente a su hijo. Tristán no lo pudo evitar y, henchido de dicha, abrazó tan fuerte a su madre que le cortó la respiración. Después la levantó en volandas del suelo mientras ella reía. Sebastián y Raimundo miraban contentos la hermosa escena.
- Espera, Tristán, ¡para…!- exclamó ella, feliz pero asustada.
- No sabe la felicidad que esto supone para mí.- dijo Tristán, mirándola con lágrimas en los ojos. Francisca, emocionada, le acarició tiernamente la mejilla.
Sebastián abrazó a su padre. Raimundo lo apretó contra su corazón.
- Enhorabuena, padre. Me alegro muchísimo.- dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Tristán se separó por fin de su madre y se volvió hacia su padre. Raimundo le sonrió. No hicieron falta palabras. Se abrazaron con todas sus fuerzas.
- Muy típico de ti, Francisca. Tu debilidad es el dinero… y cualquier cosa que valga bastante cantidad de él.- se burló.
Francisca sonrió, perversa, mientras le miraba de reojo.
- Y menos mal que este anillo lo compraste antes de ser un tabernero de tres al cuarto, que si no… Me habrías dado un anillo de latón como regalo de compromiso.
- Siempre has sido una malcriada mocosa consentida.- dijo él, deteniéndola.- Que no ha dudado en exprimir a quien fuese como buena cacique Montenegro.- la miró orgulloso, irguiéndose en toda su estatura, intentando mantener la seriedad.
Francisca sintió que sus ojos relampagueaban.
- Y tú siempre has sido un pusilánime al que no me costó nada arrebatarle todas sus posesiones.- añadió ella, encarándose también a él orgullosa.
- No te creas vencedora, mi pequeña. Porque al final yo también te robé algo.
- ¿El qué?- preguntó ella, entre curiosa y desafiante.
- Tu corazón.- dijo clavando sus ojos en los suyos.
- También yo robé el tuyo.- rebatió ella, sin ceder un ápice.
Raimundo reprimió una sonrisa. Allí estaban, frente a frente como siempre, peleándose medio en broma, medio en serio. Adoraba hacerla rabiar.
- Cierto, pero… mi querida y futura señora de Ulloa, ahora seré yo el cabeza de familia… y eso significa que ya no serás tú la que mande. – le costó muchísimo decir eso sin soltar una carcajada.
Francisca sintió que se la llevaban todos los demonios. Se acercó tan furiosa que quedaron a dos centímetros de distancia. La sonrisa de Raimundo desapareció. La miró devorándola con los ojos.
- Eres un… condenado… tabernero.
- Y tú una… cacique… tirana.
La tensión era tan intensa que les robó la respiración. Sin más, Raimundo se lanzó a por Francisca y la besó devastador. Ella tomó su rostro, profundizando más aún el beso, como si quisiese absorber toda su alma. El ambiente de pronto pareció caldearse demasiado. “-Dios bendito”, pensó Francisca. ¿Qué demonios les ocurría? ¿Era normal que cada dos por tres la pasión los consumiese? De pronto, parecieron volver a la realidad. Justo frente a ellos estaban Tristán y Sebastián, montados en sus caballos y con la boca totalmente abierta. Francisca creyó morir. ¿Desde cuándo estaban disfrutando del espectáculo? Y lo que era peor, ¿cómo era posible que ni ella ni Raimundo hubiesen escuchado los cascos de los caballos?
- Buenas tardes, hijos.- dijo Raimundo como si tal cosa.
- Y tan buenas…- susurró Tristán burlón por lo bajo. Sebastián le dirigió una mirada reprobadora, pero en el fondo le costó no sonreír.
- Buenas tardes, padre.- contestó Sebastián, cortés, bajando del caballo. Se volvió e inclinó la cabeza.- Doña Francisca.
- ¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?- preguntó Francisca, procurando sonar firme.
- Venimos de la conservera, madre.- contestó Tristán, apeándose también. – Y ¿ustedes?...- les miró con sorna, disfrutando del sonrojo de su madre y del gesto de su padre.
- Nosotros… estábamos dando un paseo y… charlando.- dijo Francisca muy digna.
Tristán rió por lo bajo.
- ¿Charlando? No dudo que sus bocas no estuviesen ocupadas, pero no en charlar, precisamente.
- ¡Tristán!- su madre le miró tremendamente azorada. Sebastián se llevó una mano a los ojos y Raimundo intentaba no echarse a reír ante la franqueza de su hijo.
- Vamos, madre, que ya no somos críos, ni nosotros ni ustedes tampoco. ¿Por qué demonios tienen que andar escondiéndose? Deberían disfrutar su amor sin trabas.
Raimundo sonrió.
- Tienes mucha razón, hijo. Pero no te preocupes, que ya no nos esconderemos nunca más.
Sebastián y Tristán intercambiaron una rápida mirada. De pronto, Tristán reparó en algo que le dejó sin respiración.
- Madre… - le tomó la mano, alzándola. El anillo brilló radiante.- ¿Qué es… esto?
Francisca tragó saliva y miró a su hijo. El rostro de Tristán expresaba una sorpresa mezclada con… ¿esperanza?
- Es… mi felicidad.- dijo, con la voz velada por la emoción.
Raimundo se acercó a Francisca y la tomó por la cintura, mirándola con adoración. Después se volvió a los sorprendidos jóvenes.
- Hijos, queríamos decíroslo a todos esta noche, pero nos habéis estropeado la sorpresa.- dijo risueño.
- ¿Decirnos…? – dijeron a la vez Tristán y Sebastián.
- Después de veintiocho años…- empezó Raimundo, con la voz quebrada.- Después de veintiocho años, por fin voy a casarme con la mujer que me ha robado todo, incluido el corazón.- le guiñó un ojo a Francisca. Ella le sonrió y se besaron tiernamente.
Sebastián y Tristán descolgaron involuntariamente sus mandíbulas. Una salvaje alegría empezó a aparecer en sus rostros.
- Madre…- Tristán la miró, como si hubiese hecho un loable acto heroico.
Francisca sonrió nerviosamente a su hijo. Tristán no lo pudo evitar y, henchido de dicha, abrazó tan fuerte a su madre que le cortó la respiración. Después la levantó en volandas del suelo mientras ella reía. Sebastián y Raimundo miraban contentos la hermosa escena.
- Espera, Tristán, ¡para…!- exclamó ella, feliz pero asustada.
- No sabe la felicidad que esto supone para mí.- dijo Tristán, mirándola con lágrimas en los ojos. Francisca, emocionada, le acarició tiernamente la mejilla.
Sebastián abrazó a su padre. Raimundo lo apretó contra su corazón.
- Enhorabuena, padre. Me alegro muchísimo.- dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Tristán se separó por fin de su madre y se volvió hacia su padre. Raimundo le sonrió. No hicieron falta palabras. Se abrazaron con todas sus fuerzas.
#469

06/08/2011 23:28
Jajaja momentazooo xD queremos bodorriooo yaa! Jejjj
Por cierto lna después de la boda seguirás con mas tramas ¿? Dime que siiii jajajajaj
Por cierto lna después de la boda seguirás con mas tramas ¿? Dime que siiii jajajajaj
#470

06/08/2011 23:36
Aquella noche había cena familiar en la casona. Y lo que se suponía que era una sorpresa… pues no lo fue en absoluto. Tristán estaba tan feliz de que sus padres se casasen que se lo dijo a Pepa y ella se lo contó a Emilia y a Soledad. Su mujer se rió, al ver que ya todos sabían la noticia.
- Creo que tus padres te van a matar.- le dijo risueña, mientras caminaban hacia la Casona con Martín y el pequeño Alfonso.- Y concretamente, creo que será tu madre la que lo haga.- concluyó divertida.
Tristán le sonrió, sintiéndose bastante culpable.
- Ya sé que debería haberme callado, pero es que… ¡Dios, que se van a casar, Pepa!
La abrazó desde atrás, meciéndola de alegría mientras ella se echaba a reír. Martín y su hermano también se rieron.
- Soldado, como sigas repitiéndolo, se va a enterar hasta el alcalde. Y entonces sí que mi suegra no te lo perdona.
- ¿Perdonar qué?- preguntó en ese momento Emilia, que les salía al paso junto con Alfonso.
Pepa miró a su cuñada y hermana del alma.
- ¿Qué ha de ser? A tu querido hermano no se le ha ocurrido otra cosa que contarnos a todos que Raimundo y Francisca se han prometido. Ya verás qué sorpresa más grande cuando nos lo digan y nadie se sorprenda. Será digno de verse.- Emilia se carcajeó a gusto, contagiando a Pepa.
- Sí que la has hecho buena, Tristán.- dijo Emilia.- La Doña te mata. ¿Cómo se te ha ocurrido decírselo a Pepa? Sabes que si Pepa lo sabe, yo lo sé y Soledad también.
Tristán se sintió acorralado por las chicas.
- Simplemente, no pude contenerme. Es que… tenía que decírselo a alguien.- dijo con cara de arrepentimiento.
- No te preocupes, hombre.- intervino Alfonso, palmeando en el hombro a su cuñado.- No les hagas caso a estas dos, que tienen más peligro que la Doña.- dijo, mientras Emilia le sacaba traviesa la lengua.
Tristán sonrió agradecido a Alfonso. Después se volvió a las jóvenes.
- ¿Qué pasa, es que vosotras sabéis guardar mejor los secretos? Porque tú, mi querida esposa, no mantuviste la boca cerrada ni dos segundos y te faltó tiempo para correr a contárselo a Emilia.
- Yo sé guardar muy bien mis secretos, soldado.- dijo ella orgullosa.- Lo cual no quiere decir que tenga que hacer lo mismo con los secretos de los demás.- terminó burlona.
- A fe mía que así es.- dijo Emilia, intercambiando una mirada cómplice con Pepa.
Llegaron finalmente a la Casona. Sebastián, Mariana y Soledad ya estaban allí. Todos se saludaron con besos y abrazos. Raimundo y Francisca se sentían verdaderamente felices al ver a toda la familia reunida. Se sentaron a la mesa y disfrutaron de una hermosa velada. Finalmente, terminado el postre, Raimundo y Francisca se miraron y se levantaron. Todos les miraron intercambiando miradas de emoción.
- Queridos… hijos.- empezó.- El motivo por el que…
Francisca se interrumpió. Alzó la ceja al ver la cara de Tristán, que en ese momento intercambiaba un significativo gesto con Sebastián y Emilia. Tragó saliva y clavó su mirada en Soledad, Emilia y Pepa. Después intercambió una mirada con Raimundo. Él meneó la cabeza, intentando evitar la risa.
- Lo saben.- susurró Raimundo.
Se oyeron tenues risitas. Francisca volvió la mirada hacia los chicos, furiosa. Todos callaron de inmediato. Paseó su mirada por Pepa, quien se la sostuvo, como siempre. Después miró a Emilia, que también le devolvió la mirada. –“Condenadas muchachas”-pensó. Su mirada se posó en Sebastián, quien le dirigía sus ojos azules con cara de no haber roto un plato. Resopló. Finalmente, clavó los ojos en Tristán. Su hijo no pudo aguantarle la mirada ni dos segundos.
- ¡Tristán Ulloa Montenegro!- exclamó.
El aludido tragó saliva. Aquello pintaba muy mal. Desde que era un crío, cada vez que su madre le llamaba con su nombre completo, la situación era como para echar a correr. Pepa y Emilia sonrieron traviesas.
- Ay, Pepa, que te quedas viuda.- susurró por lo bajo una divertida Emilia.
Tristán la oyó pero ni siquiera pudo fulminar con la mirada a su hermana.
- Tristán, mírame.- exigió su madre.
El joven capitán, famoso por su valor en el campo de batalla, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para levantar la cabeza y mirar a su madre.
- ¿Cómo demonios has podido…? ¿Es que no sabes ni guardar un secreto?
- Madre…- intervino Soledad, conciliadora.- No es para tanto…
- No te metas, Soledad.- la miró seria.- Y sí es para tanto.- se volvió a su hijo.- ¿Cómo has podido contarles a todos que Raimundo y yo nos vamos a casar??
En ese momento, el sonido de un plato al estrellarse contra el suelo les hizo sobresaltarse. La pobre Mariana estaba de piedra, tan sorprendida ante lo que acababa de oír que no pudo ni balbucear una disculpa. Francisca resopló.
- Vaya, al menos Sebastián sí sabe guardar secretos.- dijo irónica.- ¿Podrías aprender un poco de tu hermano, no crees?- le increpó a Tristán.- Aunque por esta vez… casi me hubiera dado igual que se lo hubieses dicho a tu esposa, Sebastián.- miró a Mariana con irritación.- Ese plato era de la vajilla de mi madre.
- Lo… lo siento muchísimo, doña Francisca.- dijo por fin la muchacha.
Francisca meneó la cabeza, suspirando como si no le llegase la paciencia. Raimundo sonrió.
- Bueno.- dijo risueño.- ahora que tu querida madre ya ha desahogado ese explosivo carácter, haré oficial lo que ya todos saben extraoficialmente. Francisca y yo vamos a casarnos.- la besó tierno en la frente.
Todos aplaudieron y prorrumpieron en gritos de júbilo. Francisca, finalmente, dejó de lado su mohín y sonrió. Vio que Tristán todavía estaba algo apesadumbrado. Sintió remordimientos por haberle echado la bronca delante de todos como si tuviese diez años. Al fin y al cabo, sabía que si su hijo no había guardado el secreto, era porque le hacía tan feliz que sus padres se casasen que, simplemente, no pudo contenerse. Sonrió.
- Tristán.- le llamó, suavemente.
Su hijo la miró, algo temeroso.
- ¿Qué, madre?
- Pues… que sería la mujer más feliz sobre la tierra si fueses tú quien me llevase al altar.
Tristán tragó saliva, mientras los demás sonreían.
- ¿Quiere que sea su padrino?- preguntó, sorprendido.
- Por supuesto que quiero.
El joven capitán sonrió y abrazó feliz a su madre.
- Será un verdadero honor.
Raimundo sonrió.
- Bueno… ya tenemos al padrino. En cuanto a la madrina…Tampoco creo que haya muchas dudas.- dijo, mirando cariñoso a Emilia.
Emilia tragó saliva.
- ¿Yo?- preguntó, con la voz quebrada.
- No… estaba pensando en Dolores Mirañar.- repuso su padre, burlón.- ¿Quién si no tú, mi niña?
Emilia rió en medio de las lágrimas y abrazó con fuerza a su padre.
- Creo que tus padres te van a matar.- le dijo risueña, mientras caminaban hacia la Casona con Martín y el pequeño Alfonso.- Y concretamente, creo que será tu madre la que lo haga.- concluyó divertida.
Tristán le sonrió, sintiéndose bastante culpable.
- Ya sé que debería haberme callado, pero es que… ¡Dios, que se van a casar, Pepa!
La abrazó desde atrás, meciéndola de alegría mientras ella se echaba a reír. Martín y su hermano también se rieron.
- Soldado, como sigas repitiéndolo, se va a enterar hasta el alcalde. Y entonces sí que mi suegra no te lo perdona.
- ¿Perdonar qué?- preguntó en ese momento Emilia, que les salía al paso junto con Alfonso.
Pepa miró a su cuñada y hermana del alma.
- ¿Qué ha de ser? A tu querido hermano no se le ha ocurrido otra cosa que contarnos a todos que Raimundo y Francisca se han prometido. Ya verás qué sorpresa más grande cuando nos lo digan y nadie se sorprenda. Será digno de verse.- Emilia se carcajeó a gusto, contagiando a Pepa.
- Sí que la has hecho buena, Tristán.- dijo Emilia.- La Doña te mata. ¿Cómo se te ha ocurrido decírselo a Pepa? Sabes que si Pepa lo sabe, yo lo sé y Soledad también.
Tristán se sintió acorralado por las chicas.
- Simplemente, no pude contenerme. Es que… tenía que decírselo a alguien.- dijo con cara de arrepentimiento.
- No te preocupes, hombre.- intervino Alfonso, palmeando en el hombro a su cuñado.- No les hagas caso a estas dos, que tienen más peligro que la Doña.- dijo, mientras Emilia le sacaba traviesa la lengua.
Tristán sonrió agradecido a Alfonso. Después se volvió a las jóvenes.
- ¿Qué pasa, es que vosotras sabéis guardar mejor los secretos? Porque tú, mi querida esposa, no mantuviste la boca cerrada ni dos segundos y te faltó tiempo para correr a contárselo a Emilia.
- Yo sé guardar muy bien mis secretos, soldado.- dijo ella orgullosa.- Lo cual no quiere decir que tenga que hacer lo mismo con los secretos de los demás.- terminó burlona.
- A fe mía que así es.- dijo Emilia, intercambiando una mirada cómplice con Pepa.
Llegaron finalmente a la Casona. Sebastián, Mariana y Soledad ya estaban allí. Todos se saludaron con besos y abrazos. Raimundo y Francisca se sentían verdaderamente felices al ver a toda la familia reunida. Se sentaron a la mesa y disfrutaron de una hermosa velada. Finalmente, terminado el postre, Raimundo y Francisca se miraron y se levantaron. Todos les miraron intercambiando miradas de emoción.
- Queridos… hijos.- empezó.- El motivo por el que…
Francisca se interrumpió. Alzó la ceja al ver la cara de Tristán, que en ese momento intercambiaba un significativo gesto con Sebastián y Emilia. Tragó saliva y clavó su mirada en Soledad, Emilia y Pepa. Después intercambió una mirada con Raimundo. Él meneó la cabeza, intentando evitar la risa.
- Lo saben.- susurró Raimundo.
Se oyeron tenues risitas. Francisca volvió la mirada hacia los chicos, furiosa. Todos callaron de inmediato. Paseó su mirada por Pepa, quien se la sostuvo, como siempre. Después miró a Emilia, que también le devolvió la mirada. –“Condenadas muchachas”-pensó. Su mirada se posó en Sebastián, quien le dirigía sus ojos azules con cara de no haber roto un plato. Resopló. Finalmente, clavó los ojos en Tristán. Su hijo no pudo aguantarle la mirada ni dos segundos.
- ¡Tristán Ulloa Montenegro!- exclamó.
El aludido tragó saliva. Aquello pintaba muy mal. Desde que era un crío, cada vez que su madre le llamaba con su nombre completo, la situación era como para echar a correr. Pepa y Emilia sonrieron traviesas.
- Ay, Pepa, que te quedas viuda.- susurró por lo bajo una divertida Emilia.
Tristán la oyó pero ni siquiera pudo fulminar con la mirada a su hermana.
- Tristán, mírame.- exigió su madre.
El joven capitán, famoso por su valor en el campo de batalla, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para levantar la cabeza y mirar a su madre.
- ¿Cómo demonios has podido…? ¿Es que no sabes ni guardar un secreto?
- Madre…- intervino Soledad, conciliadora.- No es para tanto…
- No te metas, Soledad.- la miró seria.- Y sí es para tanto.- se volvió a su hijo.- ¿Cómo has podido contarles a todos que Raimundo y yo nos vamos a casar??
En ese momento, el sonido de un plato al estrellarse contra el suelo les hizo sobresaltarse. La pobre Mariana estaba de piedra, tan sorprendida ante lo que acababa de oír que no pudo ni balbucear una disculpa. Francisca resopló.
- Vaya, al menos Sebastián sí sabe guardar secretos.- dijo irónica.- ¿Podrías aprender un poco de tu hermano, no crees?- le increpó a Tristán.- Aunque por esta vez… casi me hubiera dado igual que se lo hubieses dicho a tu esposa, Sebastián.- miró a Mariana con irritación.- Ese plato era de la vajilla de mi madre.
- Lo… lo siento muchísimo, doña Francisca.- dijo por fin la muchacha.
Francisca meneó la cabeza, suspirando como si no le llegase la paciencia. Raimundo sonrió.
- Bueno.- dijo risueño.- ahora que tu querida madre ya ha desahogado ese explosivo carácter, haré oficial lo que ya todos saben extraoficialmente. Francisca y yo vamos a casarnos.- la besó tierno en la frente.
Todos aplaudieron y prorrumpieron en gritos de júbilo. Francisca, finalmente, dejó de lado su mohín y sonrió. Vio que Tristán todavía estaba algo apesadumbrado. Sintió remordimientos por haberle echado la bronca delante de todos como si tuviese diez años. Al fin y al cabo, sabía que si su hijo no había guardado el secreto, era porque le hacía tan feliz que sus padres se casasen que, simplemente, no pudo contenerse. Sonrió.
- Tristán.- le llamó, suavemente.
Su hijo la miró, algo temeroso.
- ¿Qué, madre?
- Pues… que sería la mujer más feliz sobre la tierra si fueses tú quien me llevase al altar.
Tristán tragó saliva, mientras los demás sonreían.
- ¿Quiere que sea su padrino?- preguntó, sorprendido.
- Por supuesto que quiero.
El joven capitán sonrió y abrazó feliz a su madre.
- Será un verdadero honor.
Raimundo sonrió.
- Bueno… ya tenemos al padrino. En cuanto a la madrina…Tampoco creo que haya muchas dudas.- dijo, mirando cariñoso a Emilia.
Emilia tragó saliva.
- ¿Yo?- preguntó, con la voz quebrada.
- No… estaba pensando en Dolores Mirañar.- repuso su padre, burlón.- ¿Quién si no tú, mi niña?
Emilia rió en medio de las lágrimas y abrazó con fuerza a su padre.
#471

06/08/2011 23:50
Me encanta como a lo largo del relato que nos estás regalando hoy, la alegría y felicidad de Tristán es capaz de romper el caparazón de la doñaaaa..... sin olvidar claro esta, al mismo Raimundo que acaba llevándose el gato al agua, ja.ja.
... y lo que me he llegado a reír cuando se le ha caído el plato a Mariana, si hasta he llegado a oir cómo se estrellaba contra el sueloooooo, y ese "Pepa que te quedas viuda de Emilia", ja,ja.
Lo dicho chica tienes duende como escritora!!!
... y lo que me he llegado a reír cuando se le ha caído el plato a Mariana, si hasta he llegado a oir cómo se estrellaba contra el sueloooooo, y ese "Pepa que te quedas viuda de Emilia", ja,ja.
Lo dicho chica tienes duende como escritora!!!
#472

07/08/2011 15:54
Francisca se paseaba por la biblioteca, nerviosa y extrañada. Nerviosa, porque desde que Raimundo le había colocado aquel anillo en su dedo, no había dejado de estarlo. Se sentía flotar de nerviosismo y felicidad. Y extrañada porque había llamado a Rosario y todavía no estaba allí. En treinta y pico años de leal servicio, Rosario nunca se había demorado más que un par de segundos en aparecer cuando se la requería. Se estaba impacientando. Había demasiadas cosas por hacer. ¡Se casaba con Raimundo en un par de semanas!… y ni siquiera tenía vestido de novia. Además, había que preparar el banquete, la ceremonia, mandar invitaciones… Bufó irritada. Raimundo, al contrario que ella, estaba la mar de tranquilo. A él lo mismo le daba que Don Anselmo los casase en la catedral de Notre Dame o en pajar de los Castañeda. Meneó la cabeza, entre enfadada y divertida. “-Probablemente, la idea del pajar le resultaría fantástica”- pensó.
La puerta se abrió por fin a sus espaldas. Francisca se dio la vuelta.
- Por el amor de Dios, Rosario, ya era hora… ¿Por qué diablos…?
Se quedó con la palabra en la boca cuando vio que no era Rosario la que acababa de entrar. Allí, frente a ella, se encontraban Emilia, Soledad y Pepa, que sonreían. Francisca alzó una ceja inquisidora.
- Buenos días, querida suegra. – la saludó Pepa con desparpajo.
Francisca la miró y después sus ojos fueron de Emilia a Soledad.
- ¿Qué clase de... encerrona es esta?- preguntó, suspicaz. Las chicas se miraron cómplices intercambiando una sonrisa que alertó aún más a Francisca. Que Emilia y Pepa estuvieran compinchadas no le hizo ninguna gracia. - ¿Qué estáis tramando?
- No se apure, madre.- la tranquilizó Soledad, con una sonrisa bondadosa en su hermoso rostro. – Lo que tramamos no es nada que deba preocuparla.
Francisca se relajó un poco. Sabía que si Soledad estaba involucrada, el asunto no debía ser tan serio. Pero de aquel par de orgullosas que eran Pepa y Emilia, se podía una esperar cualquier travesura que no le haría ni pizca de gracia. Siguió mirándolas.
- Todavía no me habéis dicho qué demonios estáis haciendo aquí las tres.- dijo ella, con un deje autoritario en la voz.
- Vamos, doña Francisca, alísese las alborotadas plumas y no se enfade.- dijo una divertida Emilia. Francisca la fulminó con la mirada.- Venimos en son de paz.- siguió la chica.- Y estamos aquí para decirle que nosotras seremos las encargadas oficiales de preparar tan magno acontecimiento en Puente Viejo. Así que, no se preocupe, que nosotras nos ocuparemos de todo.- terminó, satisfecha.
Francisca miró a Emilia como si le acabase de decir que podía volar agitando los brazos.
- ¿Que vosotras… qué? Por todos los…- meneó la cabeza. Sin saber por qué, sintió ganas a partes iguales de echarse a reír y de soltar una impertinencia. No pudo evitarlo y sonrió, maliciosa.- Mi queridísima Emilia, agradezco infinitamente tu ofrecimiento, pero no creo que la posada sea el lugar más adecuado para… oficiar la ceremonia.
Pepa y Soledad sintieron que saltaban todas las alarmas al ver que los ojos de Emilia empezaban a soltar chispas.
- ¡Es usted peor que… la madrastra de Blancanieves!- estalló el carácter Ulloa. Después la miró con aquel gesto tan parecido al de Raimundo cuando contraatacaba, sabiéndose ganador.- ¿Así que nuestra posada no le parece bien? Pues no creo que tenga ninguna queja. Juraría que la última vez que estuvo allí la encontró… muy cómoda.
Francisca creyó que toda la sangre se le subía a la cabeza. ¿Sería posible que…? Tragó saliva. Claro que podía ser posible. Raimundo y ella procuraron tener el mayor cuidado posible de que nadie los viera, en la noche de la celebración de la doble boda. Pero estaba claro que esa condenada muchacha parecía tener cien ojos. Las dos se miraron, mientras Soledad intentaba poner paz y Pepa luchaba por no echarse a reír.
- Madre, no sea así.- la aplacó la dulce Soledad.- Emilia le ha ofrecido su ayuda con la mejor intención. No sea mala.- la regañó con dulzura, como si se lo dijese a su traviesa hijita.
Francisca resopló, sabiéndose derrotada por su hija. Miró a la joven Ulloa.
- Lo siento, Emilia.- dijo, sin creer que estuviera diciéndolo.- Agradezco vuestro ofrecimiento.
Emilia sonrió pícara.
- ¿Perdón… cómo ha dicho? Es que no la había oído..
Francisca la fulminó con la mirada.
- No te pases de la raya conmigo, muchacha.
Emilia soltó una risita.
- Está bien, está bien. No se sulfure. Antes decía muy en serio lo de encargarnos de los preparativos. De hecho… Nos hemos tomado la libertad de ocuparnos de algo muy importante en una boda.- dijo la joven Ulloa, misteriosa.
Francisca miró a la joven sin comprender. Emilia se volvió hacia Pepa y ésta asintió. La joven partera salió del despacho y volvió en un par de minutos, trayendo consigo una enorme caja de cartón blanco. Francisca miró inquieta. Pepa le entregó la caja a Emilia.
- Esto es por… el detalle que tuvo usted conmigo el día de mi boda.- dijo Emilia, con una sonrisa, colocando el paquete sobre la mesa.
Francisca miró a la chica y tragó saliva. No podía ser lo que imaginaba.
- Vamos, ábralo, madre.- la apremió una emocionada Soledad.
Lo hizo con manos temblorosas. Sintió que se quedaba sin aire y que las lágrimas se amontonaban en sus ojos. Era… su vestido. Bueno, casi, porque éste era completamente nuevo y hecho a su medida. Pero era idéntico al que no pudo estrenar. Acarició los bellísimos bordados de encaje, tan primorosos que sólo la mano de Soledad pudo hacerlos. Intentó que las lágrimas no salieran de sus ojos, pero la emoción pudo con ella.
- Es… bellísimo. ¿Pero… cómo…?
- Ha sido cosa de Emilia, suegra.- dijo Pepa.- Nos dijo que quería regalarle el vestido de novia y tuvo la fantástica idea de que fuese lo más parecido posible al original. Por eso fue hasta la Puebla, para encargarlo.
Francisca miró a Emilia. La chica sin saber por qué, empezó a sentir un rastro de timidez.
- Pero… ¿Cómo sabíais mis medidas?
- Eso fue cosa de Soledad. Se las preguntó a Rosario.
Francisca paseó su mirada desde el traje hasta las jóvenes. No podía creer que hubiesen tenido semejante detalle con ella. Meneó la cabeza y, en un gesto de cariño al que no estaban acostumbradas, las abrazó a las tres. Pepa pensó que le daba un pasmo. Siempre se lo daba las rarísimas veces que su suegra la abrazaba.
- Yo… no sé qué decir…- admitió Francisca, embargada por la emoción.
- Pues eso sí que es una novedad.- dijo Pepa, burlona.
Francisca no pudo evitar la sonrisa y miró a Pepa fingiendo enfado.
- No diga nada y pruébeselo.- dijo Emilia entusiasta.
- ¿Cómo? ¿Ahora?- Francisca la miró atónita.
Emilia sonrió y tomó el vestido, sacándolo de la caja.
- Pues claro. Debe probárselo. Nosotras le ayudaremos.- dijo Emilia, presa de la emoción.
- Pero…
La puerta se abrió por fin a sus espaldas. Francisca se dio la vuelta.
- Por el amor de Dios, Rosario, ya era hora… ¿Por qué diablos…?
Se quedó con la palabra en la boca cuando vio que no era Rosario la que acababa de entrar. Allí, frente a ella, se encontraban Emilia, Soledad y Pepa, que sonreían. Francisca alzó una ceja inquisidora.
- Buenos días, querida suegra. – la saludó Pepa con desparpajo.
Francisca la miró y después sus ojos fueron de Emilia a Soledad.
- ¿Qué clase de... encerrona es esta?- preguntó, suspicaz. Las chicas se miraron cómplices intercambiando una sonrisa que alertó aún más a Francisca. Que Emilia y Pepa estuvieran compinchadas no le hizo ninguna gracia. - ¿Qué estáis tramando?
- No se apure, madre.- la tranquilizó Soledad, con una sonrisa bondadosa en su hermoso rostro. – Lo que tramamos no es nada que deba preocuparla.
Francisca se relajó un poco. Sabía que si Soledad estaba involucrada, el asunto no debía ser tan serio. Pero de aquel par de orgullosas que eran Pepa y Emilia, se podía una esperar cualquier travesura que no le haría ni pizca de gracia. Siguió mirándolas.
- Todavía no me habéis dicho qué demonios estáis haciendo aquí las tres.- dijo ella, con un deje autoritario en la voz.
- Vamos, doña Francisca, alísese las alborotadas plumas y no se enfade.- dijo una divertida Emilia. Francisca la fulminó con la mirada.- Venimos en son de paz.- siguió la chica.- Y estamos aquí para decirle que nosotras seremos las encargadas oficiales de preparar tan magno acontecimiento en Puente Viejo. Así que, no se preocupe, que nosotras nos ocuparemos de todo.- terminó, satisfecha.
Francisca miró a Emilia como si le acabase de decir que podía volar agitando los brazos.
- ¿Que vosotras… qué? Por todos los…- meneó la cabeza. Sin saber por qué, sintió ganas a partes iguales de echarse a reír y de soltar una impertinencia. No pudo evitarlo y sonrió, maliciosa.- Mi queridísima Emilia, agradezco infinitamente tu ofrecimiento, pero no creo que la posada sea el lugar más adecuado para… oficiar la ceremonia.
Pepa y Soledad sintieron que saltaban todas las alarmas al ver que los ojos de Emilia empezaban a soltar chispas.
- ¡Es usted peor que… la madrastra de Blancanieves!- estalló el carácter Ulloa. Después la miró con aquel gesto tan parecido al de Raimundo cuando contraatacaba, sabiéndose ganador.- ¿Así que nuestra posada no le parece bien? Pues no creo que tenga ninguna queja. Juraría que la última vez que estuvo allí la encontró… muy cómoda.
Francisca creyó que toda la sangre se le subía a la cabeza. ¿Sería posible que…? Tragó saliva. Claro que podía ser posible. Raimundo y ella procuraron tener el mayor cuidado posible de que nadie los viera, en la noche de la celebración de la doble boda. Pero estaba claro que esa condenada muchacha parecía tener cien ojos. Las dos se miraron, mientras Soledad intentaba poner paz y Pepa luchaba por no echarse a reír.
- Madre, no sea así.- la aplacó la dulce Soledad.- Emilia le ha ofrecido su ayuda con la mejor intención. No sea mala.- la regañó con dulzura, como si se lo dijese a su traviesa hijita.
Francisca resopló, sabiéndose derrotada por su hija. Miró a la joven Ulloa.
- Lo siento, Emilia.- dijo, sin creer que estuviera diciéndolo.- Agradezco vuestro ofrecimiento.
Emilia sonrió pícara.
- ¿Perdón… cómo ha dicho? Es que no la había oído..
Francisca la fulminó con la mirada.
- No te pases de la raya conmigo, muchacha.
Emilia soltó una risita.
- Está bien, está bien. No se sulfure. Antes decía muy en serio lo de encargarnos de los preparativos. De hecho… Nos hemos tomado la libertad de ocuparnos de algo muy importante en una boda.- dijo la joven Ulloa, misteriosa.
Francisca miró a la joven sin comprender. Emilia se volvió hacia Pepa y ésta asintió. La joven partera salió del despacho y volvió en un par de minutos, trayendo consigo una enorme caja de cartón blanco. Francisca miró inquieta. Pepa le entregó la caja a Emilia.
- Esto es por… el detalle que tuvo usted conmigo el día de mi boda.- dijo Emilia, con una sonrisa, colocando el paquete sobre la mesa.
Francisca miró a la chica y tragó saliva. No podía ser lo que imaginaba.
- Vamos, ábralo, madre.- la apremió una emocionada Soledad.
Lo hizo con manos temblorosas. Sintió que se quedaba sin aire y que las lágrimas se amontonaban en sus ojos. Era… su vestido. Bueno, casi, porque éste era completamente nuevo y hecho a su medida. Pero era idéntico al que no pudo estrenar. Acarició los bellísimos bordados de encaje, tan primorosos que sólo la mano de Soledad pudo hacerlos. Intentó que las lágrimas no salieran de sus ojos, pero la emoción pudo con ella.
- Es… bellísimo. ¿Pero… cómo…?
- Ha sido cosa de Emilia, suegra.- dijo Pepa.- Nos dijo que quería regalarle el vestido de novia y tuvo la fantástica idea de que fuese lo más parecido posible al original. Por eso fue hasta la Puebla, para encargarlo.
Francisca miró a Emilia. La chica sin saber por qué, empezó a sentir un rastro de timidez.
- Pero… ¿Cómo sabíais mis medidas?
- Eso fue cosa de Soledad. Se las preguntó a Rosario.
Francisca paseó su mirada desde el traje hasta las jóvenes. No podía creer que hubiesen tenido semejante detalle con ella. Meneó la cabeza y, en un gesto de cariño al que no estaban acostumbradas, las abrazó a las tres. Pepa pensó que le daba un pasmo. Siempre se lo daba las rarísimas veces que su suegra la abrazaba.
- Yo… no sé qué decir…- admitió Francisca, embargada por la emoción.
- Pues eso sí que es una novedad.- dijo Pepa, burlona.
Francisca no pudo evitar la sonrisa y miró a Pepa fingiendo enfado.
- No diga nada y pruébeselo.- dijo Emilia entusiasta.
- ¿Cómo? ¿Ahora?- Francisca la miró atónita.
Emilia sonrió y tomó el vestido, sacándolo de la caja.
- Pues claro. Debe probárselo. Nosotras le ayudaremos.- dijo Emilia, presa de la emoción.
- Pero…
#473

07/08/2011 15:55
Ni siquiera le dieron tiempo a rechistar. Soledad se situó tras su madre y le desabotonó el vestido. Pepa y Emilia le echaron una mano para colocarle el traje y cuadrar la falda. Finalmente, ajustaron el cierre de la espalda. Francisca se quedó con la boca abierta. Aquel bellísimo vestido se le ajustaba a la perfección.
- Sí señor, ya sabía yo que Remedios no tiene precio con la aguja. ¡Le sienta como un guante!- dijo Emilia, casi aplaudiendo.
- Está guapísima, madre.- convino Soledad, mirándola con una sonrisa de oreja a oreja.
De pronto, alguien abrió las puertas correderas. Las tres chicas se quedaron heladas. Como un resorte, se colocaron frente a los recién llegados, ocultando a Francisca.
- ¡Padre!, Tristán - exclamó Emilia.- ¿Qué están haciendo aquí?
Francisca creyó morir. Si Raimundo la veía vestida de novia antes de la boda… Siempre pensó que aquella idea era una soberana estupidez, pero en ese momento no se lo parecía. Nada que pudiera estropear aquella boda le parecía una nimiedad. Sin pensarlo ni un segundo, se escondió detrás del sofá de la biblioteca. Raimundo miró a su hija.
- ¿Y vosotras? ¿Qué estáis haciendo las tres aquí?- preguntó él a su vez suspicaz.
Las tres chicas casi lo acorralaban, como si estuviesen ocultando algo.
- ¿Nosotras? Pues estábamos…- empezó Pepa.
Tristán miró sin comprender. De pronto, vio un rastro de hermosa tela blanca tras el sofá. Tragó saliva mientras la luz se hizo en su cerebro.
- ¿Estábais…?- inquirió Raimundo a su nuera.
- Estaban esperándome.- acudió al rescate Tristán. Raimundo miró a su hijo con una ceja arqueada.- Emilia me dijo que tenían que reunirse conmigo para… organizar los preparativos.
- Pero…- empezó a decir Raimundo.
- Pero nada, padre.- le interrumpió Tristán, tomándole por los hombros y girándolo suavemente hacia la puerta.- Debemos ponernos a ello. Usted no se preocupe que lo tenemos todo controlado. Ah, y se me olvidaba. Madre me ha dicho que le esperaba en la casa de comidas. Quería decirle… no sé qué.
Toda duda que pudiese haber tenido Raimundo ante la extraña situación se esfumó ante la última frase de su hijo. Contuvo la sonrisa que empezaba a asomar.
- Está bien. Marcho entonces.
La puerta se cerró tras Raimundo. Sólo entonces se dieron cuenta todos que habían estado conteniendo la respiración. Francisca salió entre temerosa e irritada de su escondite.
- ¡Menudas ideas que se os ocurren…!- dijo enfadada, echando chispas por los ojos mientras miraba a las muchachas.
Tristán sonrió.
- Vamos, madre, no se enfade… que se pone más guapa aún de lo que ya está.- dijo zalamero el joven capitán.
Francisca miró un tanto enfadada a su hijo. Pero de pronto, pasado el peligro, se dio cuenta de que la situación había sido bastante divertida. Reprimió una sonrisa mientras las chicas y Tristán se reían.
- Sí señor, ya sabía yo que Remedios no tiene precio con la aguja. ¡Le sienta como un guante!- dijo Emilia, casi aplaudiendo.
- Está guapísima, madre.- convino Soledad, mirándola con una sonrisa de oreja a oreja.
De pronto, alguien abrió las puertas correderas. Las tres chicas se quedaron heladas. Como un resorte, se colocaron frente a los recién llegados, ocultando a Francisca.
- ¡Padre!, Tristán - exclamó Emilia.- ¿Qué están haciendo aquí?
Francisca creyó morir. Si Raimundo la veía vestida de novia antes de la boda… Siempre pensó que aquella idea era una soberana estupidez, pero en ese momento no se lo parecía. Nada que pudiera estropear aquella boda le parecía una nimiedad. Sin pensarlo ni un segundo, se escondió detrás del sofá de la biblioteca. Raimundo miró a su hija.
- ¿Y vosotras? ¿Qué estáis haciendo las tres aquí?- preguntó él a su vez suspicaz.
Las tres chicas casi lo acorralaban, como si estuviesen ocultando algo.
- ¿Nosotras? Pues estábamos…- empezó Pepa.
Tristán miró sin comprender. De pronto, vio un rastro de hermosa tela blanca tras el sofá. Tragó saliva mientras la luz se hizo en su cerebro.
- ¿Estábais…?- inquirió Raimundo a su nuera.
- Estaban esperándome.- acudió al rescate Tristán. Raimundo miró a su hijo con una ceja arqueada.- Emilia me dijo que tenían que reunirse conmigo para… organizar los preparativos.
- Pero…- empezó a decir Raimundo.
- Pero nada, padre.- le interrumpió Tristán, tomándole por los hombros y girándolo suavemente hacia la puerta.- Debemos ponernos a ello. Usted no se preocupe que lo tenemos todo controlado. Ah, y se me olvidaba. Madre me ha dicho que le esperaba en la casa de comidas. Quería decirle… no sé qué.
Toda duda que pudiese haber tenido Raimundo ante la extraña situación se esfumó ante la última frase de su hijo. Contuvo la sonrisa que empezaba a asomar.
- Está bien. Marcho entonces.
La puerta se cerró tras Raimundo. Sólo entonces se dieron cuenta todos que habían estado conteniendo la respiración. Francisca salió entre temerosa e irritada de su escondite.
- ¡Menudas ideas que se os ocurren…!- dijo enfadada, echando chispas por los ojos mientras miraba a las muchachas.
Tristán sonrió.
- Vamos, madre, no se enfade… que se pone más guapa aún de lo que ya está.- dijo zalamero el joven capitán.
Francisca miró un tanto enfadada a su hijo. Pero de pronto, pasado el peligro, se dio cuenta de que la situación había sido bastante divertida. Reprimió una sonrisa mientras las chicas y Tristán se reían.
#474

07/08/2011 16:08
Ja,ja, casi las pilla Raimundoooo. ¡Qú bonito gesto por parte de Sole, Emi y Pepa.
Y hay que ver lo que ha espabilado el capitán que desde que dejo el caballo llega a todoooooo y está en todas partes al quite!!! ja,ja
Y hay que ver lo que ha espabilado el capitán que desde que dejo el caballo llega a todoooooo y está en todas partes al quite!!! ja,ja
#475

07/08/2011 17:29
Chicaas, lamento que me esté tomando con calma el esperadísimo instante... pero es que lo estoy saboreando, jejejejee. Todo llegará...
El tiempo transcurrió sin pausa y a su ritmo. Finalmente, después de veintiocho años, millones de sufrimientos y desdichas, dudas, desengaños y dolor, llegó el día tan esperado por todos, el momento que se creyó perdido para siempre. Raimundo pensó que no sobreviviría a aquel día, debido a las emociones que le recorrían todo el cuerpo. “-Sería lo que me faltase”- pensó irónico.-“Que después de toda la vida luchando por este día, no sobreviviera a él”. Sonrió y sacudió la cabeza. Francisca no había logrado acabar con él cuando era su peor enemiga. Si había superado eso indemne, también sobreviviría a estar casado con ella.
Se contempló en el espejo, sonriente, mientras Emilia a su lado le miraba tan plena de orgullo que no cabía en su hermoso traje de flamante madrina. La verdad es que el traje de novio le quedaba impecable.
- Padre… está…- no le salían las palabras. Colocó por séptima vez las solapas de la elegante chaqueta negra, a la vez que ajustaba el ya ajustado lazo que cerraba el cuello de la nívea camisa. Le miró rebosante de amor filial.- …está guapísimo. Parece un príncipe… Parece… un grande de España.
Raimundo rió y acarició tierno la mejilla de su hija.
- Exagerada… ahora me dirás que parezco el príncipe Alfonso XIII.- dijo burlón.
- Ya le gustaría a nuestro príncipe ser la tercera parte de guapo que usted.- repuso ella, sonriente.- Padre yo…- se le quebró la voz.
Raimundo miró a su hija con un atisbo de preocupación.
- ¿Qué ocurre, mi niña?
Emilia respiró hondo.
- Le seguí cuando… fue al cementerio. Y escuché todo lo que le dijo a madre.
Raimundo sintió un latigazo en el corazón. Emilia le acarició el rostro.
- Sólo quería decirle que… no hay ningún hombre como usted, Don Raimundo Ulloa, y que nadie merece más la felicidad que usted. Y vuelvo a reiterar que Francisca es la mujer más afortunada sobre la tierra.
Él la miró, con el corazón rebosante de amor, y abrazó con toda su alma a su niña, su madrina, su Emilia. Finalmente, se separaron. Él le ofreció el brazo y Emilia lo tomó. Ambos se encaminaron hacia la iglesia de Puente Viejo.
_________________________________
Francisca Montenegro pensaba que acabaría por no poder sostenerse en sus pies. A su alrededor, Pepa y Soledad terminaban de prepararla para el mágico día. Pepa intentó por quinta vez abrocharle el cierre trasero del vestido, pero era como intentar atrapar una anguila con las manos. Su suegra no le estaba haciendo nada fácil la tarea. Finalmente, el carácter de Pepa Balmes salió a relucir en todo su esplendor.
- ¡Por todos los santos del cielo! ¿Quiere estarse quieta de una condenada vez, señora? Porque si no lo está, le juro que la ataré al dosel del lecho.
Soledad y Mariana miraron aterradas el arranque de Pepa. Ya estaban esperando la hecatombe cuando, de pronto, Francisca se quedó inmóvil.
- Lo siento, Pepa.- dijo, con la voz tan nerviosa como ella misma.
Las dos chicas se quedaron con la boca abierta. Soledad meneó la cabeza. Finalmente, Pepa enganchó el cierre. Mariana y Soledad terminaron de arreglarla. Las tres la miraron y sonrieron apreciativamente. Francisca las miró expectante. Después se volvió hacia el espejo. Se quedó sorprendida al ver el resultado. El maravilloso vestido se ajustaba perfectamente y caía majestuoso en una hermosa cola. No llevaba velo y eso hacía que su espléndida cabellera cayera en un semi-recogido en suaves ondas como una brillante cascada azabache sobre su espalda. Las únicas joyas que llevaba eran el anillo de compromiso y una pequeña tiara de diamantes patrimonio de los Montenegro. Se irguió, en su característica pose orgullosa, mientras sonreía satisfecha.
- Madre… está guapísima.- dijo Soledad, acercándose para abrazarla. Francisca sonrió cariñosa a su hija y ambas se fundieron en un emotivo abrazo. Después se volvió hacia Pepa y Mariana.
- Gracias…- dijo con esfuerzo, apretándoles cariñosamente las manos. Pepa y Mariana sonrieron.
En ese momento la puerta se abrió para dar paso a un guapísimo Tristán, ya vestido con su impecable traje de padrino. Sonrió feliz, orgulloso y tierno al ver a su madre.
- Madre…- se inclinó caballero, tomó su mano y la besó.- … está bellísima. La novia más hermosa de Puente Viejo… bueno, una de las más hermosas.- sonrió a su Pepa.
Francisca acarició tierna el rostro de su hijo y después, tomando su brazo, subieron a la calesa, acompañados por Pepa, Mariana, Soledad y Rosario.
El tiempo transcurrió sin pausa y a su ritmo. Finalmente, después de veintiocho años, millones de sufrimientos y desdichas, dudas, desengaños y dolor, llegó el día tan esperado por todos, el momento que se creyó perdido para siempre. Raimundo pensó que no sobreviviría a aquel día, debido a las emociones que le recorrían todo el cuerpo. “-Sería lo que me faltase”- pensó irónico.-“Que después de toda la vida luchando por este día, no sobreviviera a él”. Sonrió y sacudió la cabeza. Francisca no había logrado acabar con él cuando era su peor enemiga. Si había superado eso indemne, también sobreviviría a estar casado con ella.
Se contempló en el espejo, sonriente, mientras Emilia a su lado le miraba tan plena de orgullo que no cabía en su hermoso traje de flamante madrina. La verdad es que el traje de novio le quedaba impecable.
- Padre… está…- no le salían las palabras. Colocó por séptima vez las solapas de la elegante chaqueta negra, a la vez que ajustaba el ya ajustado lazo que cerraba el cuello de la nívea camisa. Le miró rebosante de amor filial.- …está guapísimo. Parece un príncipe… Parece… un grande de España.
Raimundo rió y acarició tierno la mejilla de su hija.
- Exagerada… ahora me dirás que parezco el príncipe Alfonso XIII.- dijo burlón.
- Ya le gustaría a nuestro príncipe ser la tercera parte de guapo que usted.- repuso ella, sonriente.- Padre yo…- se le quebró la voz.
Raimundo miró a su hija con un atisbo de preocupación.
- ¿Qué ocurre, mi niña?
Emilia respiró hondo.
- Le seguí cuando… fue al cementerio. Y escuché todo lo que le dijo a madre.
Raimundo sintió un latigazo en el corazón. Emilia le acarició el rostro.
- Sólo quería decirle que… no hay ningún hombre como usted, Don Raimundo Ulloa, y que nadie merece más la felicidad que usted. Y vuelvo a reiterar que Francisca es la mujer más afortunada sobre la tierra.
Él la miró, con el corazón rebosante de amor, y abrazó con toda su alma a su niña, su madrina, su Emilia. Finalmente, se separaron. Él le ofreció el brazo y Emilia lo tomó. Ambos se encaminaron hacia la iglesia de Puente Viejo.
_________________________________
Francisca Montenegro pensaba que acabaría por no poder sostenerse en sus pies. A su alrededor, Pepa y Soledad terminaban de prepararla para el mágico día. Pepa intentó por quinta vez abrocharle el cierre trasero del vestido, pero era como intentar atrapar una anguila con las manos. Su suegra no le estaba haciendo nada fácil la tarea. Finalmente, el carácter de Pepa Balmes salió a relucir en todo su esplendor.
- ¡Por todos los santos del cielo! ¿Quiere estarse quieta de una condenada vez, señora? Porque si no lo está, le juro que la ataré al dosel del lecho.
Soledad y Mariana miraron aterradas el arranque de Pepa. Ya estaban esperando la hecatombe cuando, de pronto, Francisca se quedó inmóvil.
- Lo siento, Pepa.- dijo, con la voz tan nerviosa como ella misma.
Las dos chicas se quedaron con la boca abierta. Soledad meneó la cabeza. Finalmente, Pepa enganchó el cierre. Mariana y Soledad terminaron de arreglarla. Las tres la miraron y sonrieron apreciativamente. Francisca las miró expectante. Después se volvió hacia el espejo. Se quedó sorprendida al ver el resultado. El maravilloso vestido se ajustaba perfectamente y caía majestuoso en una hermosa cola. No llevaba velo y eso hacía que su espléndida cabellera cayera en un semi-recogido en suaves ondas como una brillante cascada azabache sobre su espalda. Las únicas joyas que llevaba eran el anillo de compromiso y una pequeña tiara de diamantes patrimonio de los Montenegro. Se irguió, en su característica pose orgullosa, mientras sonreía satisfecha.
- Madre… está guapísima.- dijo Soledad, acercándose para abrazarla. Francisca sonrió cariñosa a su hija y ambas se fundieron en un emotivo abrazo. Después se volvió hacia Pepa y Mariana.
- Gracias…- dijo con esfuerzo, apretándoles cariñosamente las manos. Pepa y Mariana sonrieron.
En ese momento la puerta se abrió para dar paso a un guapísimo Tristán, ya vestido con su impecable traje de padrino. Sonrió feliz, orgulloso y tierno al ver a su madre.
- Madre…- se inclinó caballero, tomó su mano y la besó.- … está bellísima. La novia más hermosa de Puente Viejo… bueno, una de las más hermosas.- sonrió a su Pepa.
Francisca acarició tierna el rostro de su hijo y después, tomando su brazo, subieron a la calesa, acompañados por Pepa, Mariana, Soledad y Rosario.
#476

07/08/2011 18:12
Miri1309 te he dejado un mensaje en el hilo de los avances!!!!
#477

07/08/2011 18:38
jo me he ido un segundito y ya estamos saliendo pa la iglesia.....
lna, digo como Miri... acaba hoy la ceremonia, porfa, que mañana me voy de vacas y ¡¡¡¡me tendrás en vilo toda una semana????
lna, digo como Miri... acaba hoy la ceremonia, porfa, que mañana me voy de vacas y ¡¡¡¡me tendrás en vilo toda una semana????
#478

07/08/2011 19:35
Jo que historia más preciosa, es que me gusta toda, la petición de mano un puntazo y esas broncas tan sexis que tienen y el detallazo del vestido y ese Rai que debe de estar como un queso vestido de novio, y esos nervios y....y....
por fa sigue, quiero leerlos casados ya o me da algoooooooooo
por fa sigue, quiero leerlos casados ya o me da algoooooooooo
#479

07/08/2011 21:28
Chicas, va por vosotras....
Don Anselmo estaba en pie, de espaldas al altar, sonriendo y dando ánimos a un histérico Raimundo Ulloa, que aguardaba frente al honrado párroco. Tragó saliva por enésima vez. Si aquello no era una tortura… no sabía qué podía serlo. Emilia y Sebastián intercambiaron una sonrisa y pusieron los ojos en blanco.
- Cálmese, padre, que le va a dar un vahído.- dijo Emilia, entre preocupada y divertida.
- ¿Por qué demonios tarda tanto?- Raimundo sentía que la desesperación hablaba por él.
- Padre, que ha esperado veintiocho años, hombre. No se va a morir por esperar cinco minutos.- le chanceó su hija.
- Yo no estaría tan seguro…
De pronto, las puertas de la iglesia se abrieron y todos los invitados volvieron los curiosos y expectantes rostros. El corazón de Raimundo se paró. Allí estaba, su pequeña, su Francisca, tan extraordinariamente hermosa que no había palabras para describirla.
- Dios mío…- jadeó en un susurro.
El cura le miró sorprendido. Era la primera vez que oía a Raimundo Ulloa mentar al Altísimo. Emilia miraba emocionada la hermosa escena.
Francisca sintió que las piernas le temblaban al entrar en la iglesia, del firme brazo de su hijo. Y creyó que se desmayaría sin remedio al ver a Raimundo, esperándola en el altar. Estaba… Estaba guapísimo. Verlo allí, con aquella cara de radiante sorpresa, adorándola con la mirada a cada paso que daba, hizo que tuviera que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarse del brazo de Tristán, recogerse las faldas y echar a correr hacia él en un loco impulso.
La comitiva de la novia llegó finalmente al altar. Nunca aquel trayecto había parecido tan largo. Tristán, emocionado, soltó el brazo de su madre, besando su mano. Francisca sonrió a su hijo, acariciándole, con lágrimas en los ojos, y le besó dulcemente la mejilla. Después, Tristán se giró hacia su padre. Se miraron incapaces de decirse nada y se abrazaron con fuerza. Raimundo acarició una última vez la cabeza de Tristán antes de liberarle. El joven capitán se situó finalmente en su lugar, al lado de su madre, y le dirigió una sonrisa cómplice a su hermana, la radiante madrina.
Flanqueados por sus hijos, Raimundo y Francisca finalmente se atrevieron a mirarse. Ella creyó morir de la emoción. Él la adoró y la hizo temblar sólo con mirarla. Le tomó tierno la mano.
- Estás preciosa, mi pequeña.- le dijo en un susurro velado por la emoción y el amor.
- Tú también…- contestó ella, sin pensar, perdiéndose en sus ojos.
Raimundo soltó una suave risita, aliviando la enorme carga emocional. Francisca reparó en lo que acababa de decir. Sintió que el rostro le ardía, a pesar de que también tenía ganas de echarse a reír.
- Quiero decir que…- intentó arreglarlo.
- Sé lo que quieres decir, amor.- susurró él por lo bajo. La miró apasionado.- Y deja de ruborizarte, que me estás causando pensamientos pecaminosos y no es lo apropiado en este momento.
Francisca no pudo evitar una risa involuntaria, que se apagó de inmediato al ver la mirada severa de Don Anselmo. El buen hombre meneó la cabeza, sonriendo al fin y al cabo a aquel par. Después, la ceremonia dio por fin comienzo.
- Queridos hermanos y amigos, nos hemos reunido aquí para unir en santo Matrimonio a dos de nuestros más queridos y respetables vecinos. Su historia merece una mención especial. Dios los unió en sus corazones desde niños pero las adversidades e infortunios pusieron muy duramente a prueba ese amor. Pero el amor es fruto de nuestro Señor, y como tal es irrompible. Es más fuerte que nosotros. Y así ha quedado demostrado en este día de gozo y celebración.
Todos escuchaban emocionados las hermosas palabras de Don Anselmo. Pero Francisca y Raimundo se estaban enterando más bien de poco. Lo único que podían hacer era mirarse embelesados mientras permanecían con las manos entrelazadas. Emilia lo advirtió. Puso los ojos en blanco y dio un ligero codazo a su padre para que despertara. Raimundo enseguida se recompuso, mirando a Don Anselmo como si estuviera contando lo más interesante del mundo. Francisca también pareció retornar a tierra e imitó a Raimundo.
La ceremonia prosiguió hermosa y muy emotiva. En cierto momento, Tristán subió al altar y dedicó unas palabras cargadas de intensos sentimientos a los novios. Francisca no pudo soportarlo y una lágrima se deslizó por su rostro. No podía creer que aquello estuviera pasando. No podía creer que se estuviera casando con Raimundo, con el único hombre al que había amado en toda su vida y al que amaba más que a su vida. Él la miró, sintiendo que de un momento a otro el corazón le saldría del cuerpo. Alzó su mano y enjugó la lágrima de su pequeña como si tocar su rostro fuese sagrado.
Concluida la homilía, Don Anselmo se dirigió por fin a los contrayentes. Raimundo tomó la mano de Francisca con fuerza. El párroco colocó en el anular del novio la alianza. Después Raimundo tomó la alianza de la bandeja de Martín y se la puso a Francisca. Permanecieron con las manos entrelazadas, sin poder soltarse y sin poder dejar de mirarse. Don Anselmo tuvo que carraspear para poder llamar su atención.
- Raimundo Ulloa, ¿quieres a Francisca Montenegro como tu legítima esposa para amarla y respetarla en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
Raimundo miró a Francisca. ¡Menuda pregunta! Se perdió en sus ojos, adorándola.
- Sí quiero.- contestó con suavidad, mientras acariciaba la mano que tenía entre las suyas.
Francisca creyó morir de la felicidad.
- Francisca Montenegro, ¿quieres a Raimundo Ulloa como tu legítimo esposo para amarlo y respetarlo en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
La novia sentía que el latido de su corazón no la dejaba hablar. Inspiró.
- Sí quiero.- dijo, con la voz velada por la emoción.
Raimundo la miró derritiéndola con sus ojos.
- Si alguno de los presentes considera que estas dos personas no pueden unirse en santo matrimonio, que hable ahora o que guarde silencio para siempre.
Hubo un silencio de emoción contenida. Francisca no pudo evitar mirar a su alrededor, con cara de matar a cualquiera que osara decir algo en aquel momento. Raimundo tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no reír. Pepa y Tristán, Emilia y Alfonso, Sebastián y Mariana y todas las demás parejas se miraron felices recordando sus propias bodas. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, se oyó de nuevo la voz de Don Anselmo.
- Por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer. Raimundo, puedes besar a la novia.- dijo un feliz Anselmo.
Raimundo sonrió a su viejo amigo. Después su sonrisa se fue borrando al ver a Francisca frente a él. Su pequeña… su… esposa. Ella le miraba con las lágrimas a punto de explotar de sus ojos. Raimundo no lo soportó más. La atrajo arrebatador por la cintura y atrapó su boca en un beso pleno de amor, pasión y ternura. Francisca se apretó contra él, acariciando el hermoso lazo que cerraba su camisa y devolviéndole el beso con el mismo ardor. Todos prorrumpieron en gritos, aplausos y vítores de alegría que se volvieron ensordecedores. Don Anselmo sonreía, pero de pronto, se sintió tremendamente embarazado al ver que los novios no daban señales de separarse y que aquello no se parecía en nada a un casto beso de recién casados.
- Por el Cielo, que estamos en la casa de Dios…- dijo casi santiguándose.- Raimundo, hereje, resérvate para más tarde.- le reprochó el sagaz párroco.
Raimundo sonrió, rompiendo el beso, y miró divertido a su viejo amigo. En cambio, Francisca miraba al cura con cara de no haberle hecho demasiada gracia la interrupción. Tristán se acercó, radiante, para abrazar inmensamente feliz a sus padres y, tras él, lo hicieron todos los demás.
Don Anselmo estaba en pie, de espaldas al altar, sonriendo y dando ánimos a un histérico Raimundo Ulloa, que aguardaba frente al honrado párroco. Tragó saliva por enésima vez. Si aquello no era una tortura… no sabía qué podía serlo. Emilia y Sebastián intercambiaron una sonrisa y pusieron los ojos en blanco.
- Cálmese, padre, que le va a dar un vahído.- dijo Emilia, entre preocupada y divertida.
- ¿Por qué demonios tarda tanto?- Raimundo sentía que la desesperación hablaba por él.
- Padre, que ha esperado veintiocho años, hombre. No se va a morir por esperar cinco minutos.- le chanceó su hija.
- Yo no estaría tan seguro…
De pronto, las puertas de la iglesia se abrieron y todos los invitados volvieron los curiosos y expectantes rostros. El corazón de Raimundo se paró. Allí estaba, su pequeña, su Francisca, tan extraordinariamente hermosa que no había palabras para describirla.
- Dios mío…- jadeó en un susurro.
El cura le miró sorprendido. Era la primera vez que oía a Raimundo Ulloa mentar al Altísimo. Emilia miraba emocionada la hermosa escena.
Francisca sintió que las piernas le temblaban al entrar en la iglesia, del firme brazo de su hijo. Y creyó que se desmayaría sin remedio al ver a Raimundo, esperándola en el altar. Estaba… Estaba guapísimo. Verlo allí, con aquella cara de radiante sorpresa, adorándola con la mirada a cada paso que daba, hizo que tuviera que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarse del brazo de Tristán, recogerse las faldas y echar a correr hacia él en un loco impulso.
La comitiva de la novia llegó finalmente al altar. Nunca aquel trayecto había parecido tan largo. Tristán, emocionado, soltó el brazo de su madre, besando su mano. Francisca sonrió a su hijo, acariciándole, con lágrimas en los ojos, y le besó dulcemente la mejilla. Después, Tristán se giró hacia su padre. Se miraron incapaces de decirse nada y se abrazaron con fuerza. Raimundo acarició una última vez la cabeza de Tristán antes de liberarle. El joven capitán se situó finalmente en su lugar, al lado de su madre, y le dirigió una sonrisa cómplice a su hermana, la radiante madrina.
Flanqueados por sus hijos, Raimundo y Francisca finalmente se atrevieron a mirarse. Ella creyó morir de la emoción. Él la adoró y la hizo temblar sólo con mirarla. Le tomó tierno la mano.
- Estás preciosa, mi pequeña.- le dijo en un susurro velado por la emoción y el amor.
- Tú también…- contestó ella, sin pensar, perdiéndose en sus ojos.
Raimundo soltó una suave risita, aliviando la enorme carga emocional. Francisca reparó en lo que acababa de decir. Sintió que el rostro le ardía, a pesar de que también tenía ganas de echarse a reír.
- Quiero decir que…- intentó arreglarlo.
- Sé lo que quieres decir, amor.- susurró él por lo bajo. La miró apasionado.- Y deja de ruborizarte, que me estás causando pensamientos pecaminosos y no es lo apropiado en este momento.
Francisca no pudo evitar una risa involuntaria, que se apagó de inmediato al ver la mirada severa de Don Anselmo. El buen hombre meneó la cabeza, sonriendo al fin y al cabo a aquel par. Después, la ceremonia dio por fin comienzo.
- Queridos hermanos y amigos, nos hemos reunido aquí para unir en santo Matrimonio a dos de nuestros más queridos y respetables vecinos. Su historia merece una mención especial. Dios los unió en sus corazones desde niños pero las adversidades e infortunios pusieron muy duramente a prueba ese amor. Pero el amor es fruto de nuestro Señor, y como tal es irrompible. Es más fuerte que nosotros. Y así ha quedado demostrado en este día de gozo y celebración.
Todos escuchaban emocionados las hermosas palabras de Don Anselmo. Pero Francisca y Raimundo se estaban enterando más bien de poco. Lo único que podían hacer era mirarse embelesados mientras permanecían con las manos entrelazadas. Emilia lo advirtió. Puso los ojos en blanco y dio un ligero codazo a su padre para que despertara. Raimundo enseguida se recompuso, mirando a Don Anselmo como si estuviera contando lo más interesante del mundo. Francisca también pareció retornar a tierra e imitó a Raimundo.
La ceremonia prosiguió hermosa y muy emotiva. En cierto momento, Tristán subió al altar y dedicó unas palabras cargadas de intensos sentimientos a los novios. Francisca no pudo soportarlo y una lágrima se deslizó por su rostro. No podía creer que aquello estuviera pasando. No podía creer que se estuviera casando con Raimundo, con el único hombre al que había amado en toda su vida y al que amaba más que a su vida. Él la miró, sintiendo que de un momento a otro el corazón le saldría del cuerpo. Alzó su mano y enjugó la lágrima de su pequeña como si tocar su rostro fuese sagrado.
Concluida la homilía, Don Anselmo se dirigió por fin a los contrayentes. Raimundo tomó la mano de Francisca con fuerza. El párroco colocó en el anular del novio la alianza. Después Raimundo tomó la alianza de la bandeja de Martín y se la puso a Francisca. Permanecieron con las manos entrelazadas, sin poder soltarse y sin poder dejar de mirarse. Don Anselmo tuvo que carraspear para poder llamar su atención.
- Raimundo Ulloa, ¿quieres a Francisca Montenegro como tu legítima esposa para amarla y respetarla en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
Raimundo miró a Francisca. ¡Menuda pregunta! Se perdió en sus ojos, adorándola.
- Sí quiero.- contestó con suavidad, mientras acariciaba la mano que tenía entre las suyas.
Francisca creyó morir de la felicidad.
- Francisca Montenegro, ¿quieres a Raimundo Ulloa como tu legítimo esposo para amarlo y respetarlo en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
La novia sentía que el latido de su corazón no la dejaba hablar. Inspiró.
- Sí quiero.- dijo, con la voz velada por la emoción.
Raimundo la miró derritiéndola con sus ojos.
- Si alguno de los presentes considera que estas dos personas no pueden unirse en santo matrimonio, que hable ahora o que guarde silencio para siempre.
Hubo un silencio de emoción contenida. Francisca no pudo evitar mirar a su alrededor, con cara de matar a cualquiera que osara decir algo en aquel momento. Raimundo tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no reír. Pepa y Tristán, Emilia y Alfonso, Sebastián y Mariana y todas las demás parejas se miraron felices recordando sus propias bodas. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, se oyó de nuevo la voz de Don Anselmo.
- Por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer. Raimundo, puedes besar a la novia.- dijo un feliz Anselmo.
Raimundo sonrió a su viejo amigo. Después su sonrisa se fue borrando al ver a Francisca frente a él. Su pequeña… su… esposa. Ella le miraba con las lágrimas a punto de explotar de sus ojos. Raimundo no lo soportó más. La atrajo arrebatador por la cintura y atrapó su boca en un beso pleno de amor, pasión y ternura. Francisca se apretó contra él, acariciando el hermoso lazo que cerraba su camisa y devolviéndole el beso con el mismo ardor. Todos prorrumpieron en gritos, aplausos y vítores de alegría que se volvieron ensordecedores. Don Anselmo sonreía, pero de pronto, se sintió tremendamente embarazado al ver que los novios no daban señales de separarse y que aquello no se parecía en nada a un casto beso de recién casados.
- Por el Cielo, que estamos en la casa de Dios…- dijo casi santiguándose.- Raimundo, hereje, resérvate para más tarde.- le reprochó el sagaz párroco.
Raimundo sonrió, rompiendo el beso, y miró divertido a su viejo amigo. En cambio, Francisca miraba al cura con cara de no haberle hecho demasiada gracia la interrupción. Tristán se acercó, radiante, para abrazar inmensamente feliz a sus padres y, tras él, lo hicieron todos los demás.
#480

07/08/2011 21:36
Ahhhhhhhh.... lna, qué..... qué.....
qué momento tan bonito: VIVAN LOS NOVIOSSS!!!!!!!!
Bueno, ya parece que están todos felices y comiendo perdices... y Martín con pluriempleo,ja,ja, que con tanta boda no da abasto para repartir anillossss!!!!.
EDITO: Gracias por no dejarme ansiosa toda la semana, je,je. Gracias.
Pero tú sigue escribiendo que yo cuando vuelva lo leo todito.
qué momento tan bonito: VIVAN LOS NOVIOSSS!!!!!!!!
Bueno, ya parece que están todos felices y comiendo perdices... y Martín con pluriempleo,ja,ja, que con tanta boda no da abasto para repartir anillossss!!!!.
EDITO: Gracias por no dejarme ansiosa toda la semana, je,je. Gracias.
Pero tú sigue escribiendo que yo cuando vuelva lo leo todito.