El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0

08/06/2011 23:44
Vídeos FormulaTV
#321

30/07/2011 00:15
Veo un problema en todas las historias, que prácticamente coinciden en las parejas, las futuras generaciones no podrán emparejarse, serían todos primos con primos. jajajaj
Es una broma, siempre podemos incluir nuevos extras.
Es una broma, siempre podemos incluir nuevos extras.
#322

30/07/2011 00:17
Jajajaja Dios, no me hagas esto... estoy en casa de mis suegros, yo sola en el salón, y estoy ahogando la risa para no despertar a nadie...
Sigue así, Ina, que me encanta! Has sabido dibujar muy bien a esta pareja, y me encanta la opción de Ramiro para Emilia, (aunque Ramiro también me gusta mucho, como pudiste leer en mi guión alternativo)
Lo dicho, sigue así!!
Sigue así, Ina, que me encanta! Has sabido dibujar muy bien a esta pareja, y me encanta la opción de Ramiro para Emilia, (aunque Ramiro también me gusta mucho, como pudiste leer en mi guión alternativo)
Lo dicho, sigue así!!
#323

30/07/2011 01:08
Pepa recogió todos sus bártulos mientras Soledad se cubría.
- Todo marcha perfectamente, Soledad. El niño está bien y, si todo sigue así, podrás hacer vida normal dentro de poco. Calculo que en unos dos meses saldrás de cuentas.
- No sabes cuánto me alegro.- Dijo ella. Miró cariñosamente a su cuñada.- Bueno y… ¿Cómo se siente descubrir que tienes a Sebastián y a Emilia como cuñados?
Pepa esbozó una sonrisa.
- Pues ya puedes imaginártelo. Para mí, Emilia ya era una hermana antes de saberlo. Tristán está como loco de contento.- la sonrisa de Pepa se ensanchó.- Parece un niño cada vez que está con Raimundo. Y Martín…- la luz apareció en los ojos de la hermosa partera.- está como loco con su “abuelo”.
Soledad sonrió.
- No sabes cuánto me alegro por esa criatura y por Tristán, Pepa.- la sonrisa se desdibujó de su rostro.- Puede parecer que soy una hermana horrible, pero no puedo evitar… envidiarle.
Pepa apoyó una mano reconfortante en el hombro de la joven.
- No eres la única. Yo también le envidio. Ya me gustaría a mí tener un padre como Raimundo. Aunque… también tiene que llevar sobre los hombros tener a una madre como Francisca Montenegro.- dijo guiñándole un ojo.
- Por desgracia, yo sólo tengo el inconveniente y no la ventaja.- dijo Soledad con pesar.
- Vamos, mujer, que estoy segura de que a Raimundo no le cuesta nada adoptarnos a las dos.
Las dos muchachas rieron.
- Bueno… y cuéntame. – Soledad le miró pícara.- ¿Cuándo pensáis hacerme tía otra vez Tristán y tú?
- No vayas tan rápido, cuñada.- le dijo Pepa.- Tristán y yo queremos hacer las cosas bien. No es cuestión de precipitarse.
De pronto, la puerta sonó. Soledad abrió y Tristán y Martín aparecieron tras ella.
- Buenos días. ¿Cómo está mi hermana favorita?- preguntó cariñoso, abrazando a Soledad.
- Perfectamente, pero como Emilia te oiga, te atiza con un vaso en la cabeza.- le respondió risueña la aludida.
- He venido porque al pequeño soldado le hacía ilusión ver a su tía Soledad, ¿verdad que sí, Martín? – preguntó, volviéndose hacia su hijo.
El niño corrió hacia ellos. Antes de darle un abrazo a Soledad, no pudo evitar abrazarse a la falda de Pepa, que seguía trajinando con sus cosas. Después abrazó a Soledad.
- Mira, tía Soledad, le he traído un regalo a mi primo. Es uno de mis soldados.- dijo, mostrándoselo orgulloso.
- Es precioso Martín.- dijo su tía, acariciándole la cabeza.- Pero… ¿Y si es una niña?
- Entonces yo la defenderé junto con mis soldados.- dijo el niño muy seguro.
Soledad sonrió. Después miró un momento a Tristán y Pepa antes de dedicarle toda su atención a su sobrino.
- ¿Me enseñas fuera cómo diriges a tus soldados, pequeño capitán?
Martín asintió. Los dos salieron al pequeño patio. Tristán sonrió al verles marchar. Después se acercó por la espalda a Pepa y la abrazó, tierno.
- Las manos quietas, capitán, que vas a hacer que tire todo lo que estoy recogiendo.- dijo Pepa fingiendo enfado.
Tristán sonrió y enterró la cara en la abundante cabellera de ella.
- Pepa.- la hizo volverse suavemente.- Tengo que hablar contigo. Necesito preguntarte algo.
- Dime.- le miró- ¿Ocurre algo?
- Pues, la verdad es que sí. Es algo grave que sólo tú puedes solucionar.
Pepa alzó una ceja, sintiéndose repentinamente inquieta.
- ¿Qué ocurre, Tristán?
- Pues…- le acarició el rostro casi con devoción.- que mi corazón…- susurró besándola.- está herido de muerte…- le besó el mentón.- y sólo tú puedes curarlo…- le besó la punta de la nariz.- pero… el problema es que..- volvió a besarla en los labios.- necesito tratamiento de por vida.
- Serás zalamero…- sonrió Pepa, devolviéndole el beso en medio de una sonrisa.- Mira que se te dan bien las palabras para lograr lo que quieres, ¿eh?
- Lo que quiero…- susurró.- eres tú.- Tristán se llevó una mano al bolsillo mientras seguía besándola. Antes de que Pepa pudiese reaccionar, le colocó una cajita en la mano.
Pepa rompió el beso y miró la cajita.
- ¿Qué.. qué es esto?- preguntó temerosa.
- La cura de mi enfermedad.- dijo Tristán, besándola con los ojos.
Pepa abrió temblorosa la caja. Dentro había un anillo de oro que sostenía engarzada una esmeralda verde como los prados de Puente Viejo. Pepa sintió que el corazón se le paraba. Le miró, incapaz de pronunciar palabra. Tristán la besó en la frente.
- Cásate conmigo, Pepa Balmes.
La burbuja de alegría estalló en el pecho de Pepa. Sostuvo el anillo, admirándolo. Tristán lo tomó y se lo colocó en el dedo. Incapaz de resistirlo, Pepa se abalanzó sobre Tristán con tanto ímpetu que acabaron los dos cayendo al suelo.
- ¿Esto es un sí?
- ¿Tú qué crees, soldado?- rió ella.
Tristán Ulloa Montenegro se sintió el hombre más feliz sobre la faz de la tierra mientras besaba a Pepa Balmes. Afuera, los rostros sonrientes de Martín y Soledad les contemplaban.
- Todo marcha perfectamente, Soledad. El niño está bien y, si todo sigue así, podrás hacer vida normal dentro de poco. Calculo que en unos dos meses saldrás de cuentas.
- No sabes cuánto me alegro.- Dijo ella. Miró cariñosamente a su cuñada.- Bueno y… ¿Cómo se siente descubrir que tienes a Sebastián y a Emilia como cuñados?
Pepa esbozó una sonrisa.
- Pues ya puedes imaginártelo. Para mí, Emilia ya era una hermana antes de saberlo. Tristán está como loco de contento.- la sonrisa de Pepa se ensanchó.- Parece un niño cada vez que está con Raimundo. Y Martín…- la luz apareció en los ojos de la hermosa partera.- está como loco con su “abuelo”.
Soledad sonrió.
- No sabes cuánto me alegro por esa criatura y por Tristán, Pepa.- la sonrisa se desdibujó de su rostro.- Puede parecer que soy una hermana horrible, pero no puedo evitar… envidiarle.
Pepa apoyó una mano reconfortante en el hombro de la joven.
- No eres la única. Yo también le envidio. Ya me gustaría a mí tener un padre como Raimundo. Aunque… también tiene que llevar sobre los hombros tener a una madre como Francisca Montenegro.- dijo guiñándole un ojo.
- Por desgracia, yo sólo tengo el inconveniente y no la ventaja.- dijo Soledad con pesar.
- Vamos, mujer, que estoy segura de que a Raimundo no le cuesta nada adoptarnos a las dos.
Las dos muchachas rieron.
- Bueno… y cuéntame. – Soledad le miró pícara.- ¿Cuándo pensáis hacerme tía otra vez Tristán y tú?
- No vayas tan rápido, cuñada.- le dijo Pepa.- Tristán y yo queremos hacer las cosas bien. No es cuestión de precipitarse.
De pronto, la puerta sonó. Soledad abrió y Tristán y Martín aparecieron tras ella.
- Buenos días. ¿Cómo está mi hermana favorita?- preguntó cariñoso, abrazando a Soledad.
- Perfectamente, pero como Emilia te oiga, te atiza con un vaso en la cabeza.- le respondió risueña la aludida.
- He venido porque al pequeño soldado le hacía ilusión ver a su tía Soledad, ¿verdad que sí, Martín? – preguntó, volviéndose hacia su hijo.
El niño corrió hacia ellos. Antes de darle un abrazo a Soledad, no pudo evitar abrazarse a la falda de Pepa, que seguía trajinando con sus cosas. Después abrazó a Soledad.
- Mira, tía Soledad, le he traído un regalo a mi primo. Es uno de mis soldados.- dijo, mostrándoselo orgulloso.
- Es precioso Martín.- dijo su tía, acariciándole la cabeza.- Pero… ¿Y si es una niña?
- Entonces yo la defenderé junto con mis soldados.- dijo el niño muy seguro.
Soledad sonrió. Después miró un momento a Tristán y Pepa antes de dedicarle toda su atención a su sobrino.
- ¿Me enseñas fuera cómo diriges a tus soldados, pequeño capitán?
Martín asintió. Los dos salieron al pequeño patio. Tristán sonrió al verles marchar. Después se acercó por la espalda a Pepa y la abrazó, tierno.
- Las manos quietas, capitán, que vas a hacer que tire todo lo que estoy recogiendo.- dijo Pepa fingiendo enfado.
Tristán sonrió y enterró la cara en la abundante cabellera de ella.
- Pepa.- la hizo volverse suavemente.- Tengo que hablar contigo. Necesito preguntarte algo.
- Dime.- le miró- ¿Ocurre algo?
- Pues, la verdad es que sí. Es algo grave que sólo tú puedes solucionar.
Pepa alzó una ceja, sintiéndose repentinamente inquieta.
- ¿Qué ocurre, Tristán?
- Pues…- le acarició el rostro casi con devoción.- que mi corazón…- susurró besándola.- está herido de muerte…- le besó el mentón.- y sólo tú puedes curarlo…- le besó la punta de la nariz.- pero… el problema es que..- volvió a besarla en los labios.- necesito tratamiento de por vida.
- Serás zalamero…- sonrió Pepa, devolviéndole el beso en medio de una sonrisa.- Mira que se te dan bien las palabras para lograr lo que quieres, ¿eh?
- Lo que quiero…- susurró.- eres tú.- Tristán se llevó una mano al bolsillo mientras seguía besándola. Antes de que Pepa pudiese reaccionar, le colocó una cajita en la mano.
Pepa rompió el beso y miró la cajita.
- ¿Qué.. qué es esto?- preguntó temerosa.
- La cura de mi enfermedad.- dijo Tristán, besándola con los ojos.
Pepa abrió temblorosa la caja. Dentro había un anillo de oro que sostenía engarzada una esmeralda verde como los prados de Puente Viejo. Pepa sintió que el corazón se le paraba. Le miró, incapaz de pronunciar palabra. Tristán la besó en la frente.
- Cásate conmigo, Pepa Balmes.
La burbuja de alegría estalló en el pecho de Pepa. Sostuvo el anillo, admirándolo. Tristán lo tomó y se lo colocó en el dedo. Incapaz de resistirlo, Pepa se abalanzó sobre Tristán con tanto ímpetu que acabaron los dos cayendo al suelo.
- ¿Esto es un sí?
- ¿Tú qué crees, soldado?- rió ella.
Tristán Ulloa Montenegro se sintió el hombre más feliz sobre la faz de la tierra mientras besaba a Pepa Balmes. Afuera, los rostros sonrientes de Martín y Soledad les contemplaban.
#324

30/07/2011 11:41
que gusto da leer cosas tan bonitas, me alegras la mañana, que bonito ha sido lo de Alfonso y Emilia y por fin Tris y Pepa se casaaaaaaaaan, ja ja ahí va la primera prueba para la doña, poner buena cara cuando se entere de la noticia, y para colmo va a ir de madrina.
Ja ja Paca lo que hace el amor, quien te ha visto y quien te ve y lo peor es que es como la vida misma, te enamoras y eres capaz de todo por esa persona, hay que fastidiarse, cosas que pensabas que nunca harías las haces y además encantada, hay que jo...erse.
Lo que si que me mata de curiosidad es saber la venganza de Paca, por que enamorada y todo y cediendo (lo que hace una buena noche por Dios) eso es una cuenta pendiente, así que Rai, prepárate
Ja ja Paca lo que hace el amor, quien te ha visto y quien te ve y lo peor es que es como la vida misma, te enamoras y eres capaz de todo por esa persona, hay que fastidiarse, cosas que pensabas que nunca harías las haces y además encantada, hay que jo...erse.
Lo que si que me mata de curiosidad es saber la venganza de Paca, por que enamorada y todo y cediendo (lo que hace una buena noche por Dios) eso es una cuenta pendiente, así que Rai, prepárate
#325

30/07/2011 11:58
lnaeowyn...me encanta, me encanta, me encantaaaaaaaaaaaaaaaa jajajaja
¿¿¿porque los guionistas no aprenden de ti??? jolin....cuanto amor se respira en tus historias!
ayyyyyyyyyyyyy ojalá veamos algo parecido en la serie...
a este paso en tu historia se nos casan todos a la vez xD
mmmm....una sugerencia....deberias abrir un hilo como han hecho otras "escritoras" para tener ahí tu historia toda seguida! y poder comentarte allí....bueno como veais...
gracias por hacernos disfrutar con tu historia!!!!!!!!!!!!!
¿¿¿porque los guionistas no aprenden de ti??? jolin....cuanto amor se respira en tus historias!
ayyyyyyyyyyyyy ojalá veamos algo parecido en la serie...
a este paso en tu historia se nos casan todos a la vez xD
mmmm....una sugerencia....deberias abrir un hilo como han hecho otras "escritoras" para tener ahí tu historia toda seguida! y poder comentarte allí....bueno como veais...
gracias por hacernos disfrutar con tu historia!!!!!!!!!!!!!
#326

30/07/2011 13:12
Muchas gracias, como siempre, chicas. Sois estupendas.
En cuanto a lo de abrir un hilo con esta historia... pues no sé. Si os parece lo mejor, puedo hacerlo, pero no me importa colgar en el rincón de Rai y Paca mi historia. No quiero que este hilo se pierda y... ¿qué mejor manera? jejeje.
Venga, dedicado a vosotras.
- ¿Te falta mucho, hija?- preguntó Raimundo, mientras cerraba las contraventanas de la casa de comidas.
- No padre, ya estoy.
Emilia se quitó el delantal y se puso los pendientes que le había regalado Alfonso. Se miró en el cristal de una ventana, mientras se acicalaba y colocaba el cuello de su camisa. Raimundo sonrió al ver una muestra de coquetería bastante extraña en ella. Desde que Alfonso la había besado, la joven parecía otra. Sus ojos tenían más brillo si cabe y no sólo sus ojos. Emilia siempre había sido la alegría de la huerta, pero ahora parecía derrocharla por todas partes. Raimundo meneó la cabeza mientras él también se quitaba el delantal y se ponía la chaqueta.
- Deja de admirarte tanto, criatura.- le dijo burlón.
- ¿Cómo estoy?- le preguntó ella, volviéndose hacia su padre.
- Más bonita que un sol.- le contestó él.- Pero como sigas así, llegaremos tarde.
Finalmente, salieron por la puerta y cerraron la casa de Comidas. Emilia se agarró del brazo de su padre y echaron a andar en dirección a la Casona. Por el camino se encontraron a Soledad, que les aguardaba a la puerta de su casa.
- Buenas tardes, Soledad.- le saludaron padre e hija.
- Buenas tardes.- contestó ella.
- Disculpa el retraso.- dijo Raimundo.- pero algunas tardan demasiado en… acicalarse.
Soledad sonrió al ver la mirada que Emilia le dedicó a su padre.
- No se preocupe, Raimundo.
Él le sonrió y ofreció a la más joven de los Montenegro el brazo que le quedaba libre. Soledad lo tomó complacida y reanudaron el camino a la Casona. Mientras caminaban, Raimundo miró suavemente a Soledad.
- Veo que has decidido acudir a la cita de Tristán.
- Nunca dejaría de hacerlo.- dijo ella, con firmeza.- A pesar de que… no ardo en deseos de ver a la que se supone que es mi madre.
Raimundo y Emilia intercambiaron una rápida mirada.
- Bueno, ya verás como todo… se desarrolla mejor de lo que piensas.- dijo Raimundo.
- Le agradezco sus buenas intenciones, Raimundo, pero… lo dudo. Con mi madre nada bueno se puede esperar.- la chica advirtió que se había expresado con dureza delante del hombre que amaba a su madre y le miró, un tanto azorada.- Disculpe, Raimundo, pero…- sacudió la cabeza.
Raimundo sonrió.
- ¿Pero… qué?
- Pues… que no entiendo cómo un hombre como usted ame a una arpía como mi madre.
Soledad respiró hondo, como si se hubiese librado un gran peso de encima al decir eso. Raimundo se echó a reír. Emilia les miraba. Finalmente, Raimundo miró de nuevo a Soledad.
- Chiquilla, me parece que no conoces completamente a tu madre. Pero no te preocupes, que eso te aseguro que va a cambiar.- concluyó, misterioso.
Las dos jóvenes le miraron con curiosidad pero Raimundo no dijo una palabra más. Emilia meneó la cabeza. Después inició de nuevo la conversación.
- ¿Para qué nos habrá citado Tristán en la Casona?- preguntó.
Soledad esbozó una sonrisa un tanto delatora.
- ¡Tú lo sabes!- dijo Emilia, señalándola. – Vengaa, Soledad, dínoslo, por favor.
- No puedo decir nada, Emilia.- se rió al ver el puchero que empezaba a asomar en el rostro de la joven Ulloa.
- Deja en paz a Soledad, Emilia.- intervino su padre.- Eres peor que un perro de presa siguiendo una pista. Ya nos enteraremos dentro de poco.
Finalmente, llegaron a la Casona. Mariana les abrió la puerta. Pasaron al salón. Allí se encontraban ya sentados dos sonrientes Tristán y Sebastián, una expectante pero feliz Pepa y una nada sonriente Francisca, que procuraba disimular que no se la llevaban los demonios al ver a la partera con un sospechoso anillo en el dedo. Francisca alzó la mirada, olvidándose momentáneamente de su disgusto al ver a Raimundo. Él le dirigió una casi imperceptible sonrisa. Francisca procuró que su corazón latiese a un ritmo normal. Después tragó saliva al ver a Soledad.
- Padre, hermanas.- Tristán se levantó y los abrazó cariñosamente.
- Lamentamos el retraso, hijo- Raimundo devolvió el abrazo a Tristán con infinita ternura.
- Sentaos, por favor.
Todos lo hicieron. Tristán se volvió hacia Pepa y alargó una mano. Ella la tomó y se levantó, colocándose a su lado.
- Os hemos citado a todos porque… tenemos algo importante que deciros.- Tristán miró a Pepa, perdiéndose amoroso en sus ojos. Después se volvió a su familia. Sintió un escalofrío al ver cómo le estaba mirando su madre, pero se tranquilizó sobremanera al ver la sonrisa que le estaba dirigiendo su padre.- Sabéis que amo a esta mujer más que a nada en el mundo, y por más que el destino se ha empeñado en separarnos, jamás he podido renunciar a lo que siento. Ninguno de los dos puede…luchar contra esto. Sé que algunos me comprendéis…
Francisca tragó saliva al ver que su hijo la miraba. Raimundo miró a Tristán, sintiendo un enorme orgullo por ese hijo que tenía. Tristán continuó.
- Bueno, no voy a dar más rodeos.- sonrió.- Sólo deseo compartir con las personas que más quiero mi felicidad. Pepa y yo estamos prometidos. Ella… ha accedido a hacerme el hombre más feliz del universo casándose conmigo.
En cuanto a lo de abrir un hilo con esta historia... pues no sé. Si os parece lo mejor, puedo hacerlo, pero no me importa colgar en el rincón de Rai y Paca mi historia. No quiero que este hilo se pierda y... ¿qué mejor manera? jejeje.
Venga, dedicado a vosotras.
- ¿Te falta mucho, hija?- preguntó Raimundo, mientras cerraba las contraventanas de la casa de comidas.
- No padre, ya estoy.
Emilia se quitó el delantal y se puso los pendientes que le había regalado Alfonso. Se miró en el cristal de una ventana, mientras se acicalaba y colocaba el cuello de su camisa. Raimundo sonrió al ver una muestra de coquetería bastante extraña en ella. Desde que Alfonso la había besado, la joven parecía otra. Sus ojos tenían más brillo si cabe y no sólo sus ojos. Emilia siempre había sido la alegría de la huerta, pero ahora parecía derrocharla por todas partes. Raimundo meneó la cabeza mientras él también se quitaba el delantal y se ponía la chaqueta.
- Deja de admirarte tanto, criatura.- le dijo burlón.
- ¿Cómo estoy?- le preguntó ella, volviéndose hacia su padre.
- Más bonita que un sol.- le contestó él.- Pero como sigas así, llegaremos tarde.
Finalmente, salieron por la puerta y cerraron la casa de Comidas. Emilia se agarró del brazo de su padre y echaron a andar en dirección a la Casona. Por el camino se encontraron a Soledad, que les aguardaba a la puerta de su casa.
- Buenas tardes, Soledad.- le saludaron padre e hija.
- Buenas tardes.- contestó ella.
- Disculpa el retraso.- dijo Raimundo.- pero algunas tardan demasiado en… acicalarse.
Soledad sonrió al ver la mirada que Emilia le dedicó a su padre.
- No se preocupe, Raimundo.
Él le sonrió y ofreció a la más joven de los Montenegro el brazo que le quedaba libre. Soledad lo tomó complacida y reanudaron el camino a la Casona. Mientras caminaban, Raimundo miró suavemente a Soledad.
- Veo que has decidido acudir a la cita de Tristán.
- Nunca dejaría de hacerlo.- dijo ella, con firmeza.- A pesar de que… no ardo en deseos de ver a la que se supone que es mi madre.
Raimundo y Emilia intercambiaron una rápida mirada.
- Bueno, ya verás como todo… se desarrolla mejor de lo que piensas.- dijo Raimundo.
- Le agradezco sus buenas intenciones, Raimundo, pero… lo dudo. Con mi madre nada bueno se puede esperar.- la chica advirtió que se había expresado con dureza delante del hombre que amaba a su madre y le miró, un tanto azorada.- Disculpe, Raimundo, pero…- sacudió la cabeza.
Raimundo sonrió.
- ¿Pero… qué?
- Pues… que no entiendo cómo un hombre como usted ame a una arpía como mi madre.
Soledad respiró hondo, como si se hubiese librado un gran peso de encima al decir eso. Raimundo se echó a reír. Emilia les miraba. Finalmente, Raimundo miró de nuevo a Soledad.
- Chiquilla, me parece que no conoces completamente a tu madre. Pero no te preocupes, que eso te aseguro que va a cambiar.- concluyó, misterioso.
Las dos jóvenes le miraron con curiosidad pero Raimundo no dijo una palabra más. Emilia meneó la cabeza. Después inició de nuevo la conversación.
- ¿Para qué nos habrá citado Tristán en la Casona?- preguntó.
Soledad esbozó una sonrisa un tanto delatora.
- ¡Tú lo sabes!- dijo Emilia, señalándola. – Vengaa, Soledad, dínoslo, por favor.
- No puedo decir nada, Emilia.- se rió al ver el puchero que empezaba a asomar en el rostro de la joven Ulloa.
- Deja en paz a Soledad, Emilia.- intervino su padre.- Eres peor que un perro de presa siguiendo una pista. Ya nos enteraremos dentro de poco.
Finalmente, llegaron a la Casona. Mariana les abrió la puerta. Pasaron al salón. Allí se encontraban ya sentados dos sonrientes Tristán y Sebastián, una expectante pero feliz Pepa y una nada sonriente Francisca, que procuraba disimular que no se la llevaban los demonios al ver a la partera con un sospechoso anillo en el dedo. Francisca alzó la mirada, olvidándose momentáneamente de su disgusto al ver a Raimundo. Él le dirigió una casi imperceptible sonrisa. Francisca procuró que su corazón latiese a un ritmo normal. Después tragó saliva al ver a Soledad.
- Padre, hermanas.- Tristán se levantó y los abrazó cariñosamente.
- Lamentamos el retraso, hijo- Raimundo devolvió el abrazo a Tristán con infinita ternura.
- Sentaos, por favor.
Todos lo hicieron. Tristán se volvió hacia Pepa y alargó una mano. Ella la tomó y se levantó, colocándose a su lado.
- Os hemos citado a todos porque… tenemos algo importante que deciros.- Tristán miró a Pepa, perdiéndose amoroso en sus ojos. Después se volvió a su familia. Sintió un escalofrío al ver cómo le estaba mirando su madre, pero se tranquilizó sobremanera al ver la sonrisa que le estaba dirigiendo su padre.- Sabéis que amo a esta mujer más que a nada en el mundo, y por más que el destino se ha empeñado en separarnos, jamás he podido renunciar a lo que siento. Ninguno de los dos puede…luchar contra esto. Sé que algunos me comprendéis…
Francisca tragó saliva al ver que su hijo la miraba. Raimundo miró a Tristán, sintiendo un enorme orgullo por ese hijo que tenía. Tristán continuó.
- Bueno, no voy a dar más rodeos.- sonrió.- Sólo deseo compartir con las personas que más quiero mi felicidad. Pepa y yo estamos prometidos. Ella… ha accedido a hacerme el hombre más feliz del universo casándose conmigo.
#327

30/07/2011 14:46
hola buenos tardes chic@s!! tenemos a una gran guionista entre nosotras!!!!! es LNAEOWYN!!!!!!!tenemos un maravilloso problema!! nos esta gustando tanto como escribes que puede pasar que nos guste mas que lo que nos tienen preparado los guionistas de la serie!!! a mi se me ha escapado unas lagrimitas cuando La Paca le dice lo del amor verdadero con su padre, a Emilia!!!l La verdad es que te podrian plagiar!!!claro con tu permiso!!!y que te contratren, por fa!!!!!!
#328

30/07/2011 15:14
Me vas a sacar los coloreees, falleretabarea, glups'... X-D Un millón de gracias. Parece que esta tarde estoy inspirada.
Por cierto... ¿sabéis que ya van 83 páginas de relato... como quien no quiere la cosa?? Y todo gracias a vosotras. 
__________________
- Bueno, no voy a dar más rodeos.- sonrió.- Sólo deseo compartir con las personas que más quiero mi felicidad. Pepa y yo estamos prometidos. Ella… ha accedido a hacerme el hombre más feliz del universo casándose conmigo.
Soledad y Emilia sintieron que las lágrimas aparecían en sus ojos. La emoción se palpaba en el ambiente. Raimundo sonrió feliz. Se levantó de su asiento, se acercó a la pareja y apoyó las manos en los hombros de su hijo. Tristán sintió un nudo de emoción en la garganta. Su padre le abrazó y Tristán no pudo evitar derrumbarse bajo la abrumadora carga de sentimientos. Padre e hijo se abrazaron con todas sus fuerzas.
- Enhorabuena, capitán.- dijo Raimundo.
Se separaron. Raimundo agarró cariñosamente la nuca del joven. Después se volvió a Pepa. Esta, con los ojos humedecidos, procuraba tragarse la emoción tras su orgullo.
- No me haga llorar, Raimundo, por lo que más quiera.- dijo con voz temblorosa.
- Ven aquí, demonio de muchacha.- le dijo. Pepa emitió una risa involuntaria y le abrazó con todas sus fuerzas.
Todos los demás se acercaron a los novios. Sebastián, Emilia y Soledad abrazaron a la vez a su hermano, casi asfixiándole mientras reían. Pepa y Raimundo también reían por la escena. Después, le tocó el turno a Pepa de casi morir asfixiada.
- Enhorabuena, cuñada.- le dijo cariñosamente Emilia.
Francisca contemplaba la emotiva escena sin poder evitar sentirse también emocionada. Renegó de ese sentimiento. Pero poco a poco, el amor por su hijo parecía ganar la batalla a su orgullo. Jamás había visto a Tristán tan embargado por la felicidad. Tragó saliva. Ese muchacho, mal que le pesara, era su mayor debilidad. Sintió una poderosa mirada sobre ella. Raimundo le estaba clavando sus ojos en un significativo gesto. Se maldijo. No sólo Tristán era su mayor debilidad.
Francisca Montenegro se levantó, irguiéndose orgullosa. Todos guardaron silencio al ver que se acercaba a su hijo. Tristán no pudo evitar sentir un nervioso cosquilleo. Su madre le miraba sin pestañear. –“Me va a matar”- pensó el joven soldado. De repente, ocurrió algo que les dejó a todos sin respiración. Francisca alzo su mano derecha, intentando mostrarse firme, pero sin poder evitar que le temblara. La apoyó suavemente en la mejilla de Tristán, en una amorosa caricia.
- Enhorabuena… condenado… cabezota.- le dijo con voz ahogada.
Tristán sintió que de nuevo, la emoción le derrumbaba. No pudo aguantar más y se abrazó a su madre, aferrándose a ella con todas sus fuerzas. Francisca sintió que le cortaba de repente la respiración pero no le importó. Le abrazó apretándolo más contra su pecho mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Todos se miraron presa de una incontenible emoción ante semejante momento. Soledad sintió un nudo en la garganta. Finalmente, madre e hijo se separaron con esfuerzo. Tristán besó a su madre en la frente y ella sonrió, un tanto avergonzada. Pero pronto, Francisca se irguió con su férrea voluntad. Se volvió hacia Pepa.
Pepa la miró, sin mostrar ningún tipo de amedrentamiento. Allí estaban, las dos mujeres con más arrestos de todo Puente Viejo. Clavándose la mirada en un duelo silencioso, sin ceder ninguna de ambas. Finalmente, Francisca habló.
- Siempre he admirado tu valor, Pepa Balmes.
- Y yo el suyo, Francisca Montenegro.
Los demás estaban totalmente inmóviles ante ese particular duelo. Francisca emitió una imperceptible sonrisa que no pasó desapercibida a Pepa.
- Te doy mi enhorabuena, Pepa. Si alguien puede tenerme de suegra, esa eres tú. Pero voy a advertirte que… si haces sufrir a mi hijo de alguna manera, te aseguro que recordarás el día en el que te cruzaste en mi camino.
- Lo considero muy justo.- dijo ella.- Y por eso yo también le advierto que si hace sufrir a Raimundo de alguna manera, también se acordará del día en que usted se cruzó en el mío.
Francisca fulminó con la mirada a la osada partera. Raimundo también la miró sorprendido. Tristán meneó la cabeza admirado por ese valor y adorando con sus ojos a Pepa. Finalmente, Francisca sonrió abiertamente. Esa muchacha tenía más coraje que todos los estúpidos generales de la Armada Española. Y estaba claro que amaba a Tristán con todo su ser. Eso era suficiente para ella. Ante la mirada atónita de los presentes, se acercó a Pepa y le tendió la mano. Ella la estrechó e incluso se inclinó en una leve reverencia. Pero Francisca la detuvo.
- No te inclines, muchacha. Nunca bajes tu mirada. Tienes motivos para no hacerlo.
Pepa se irguió y devolvió la sonrisa a su futura suegra. Francisca se volvió a todos los presentes.
- Bueno, supongo que este acontecimiento exige una celebración. Rosario- Llamó. Enseguida apareció la honrada mujer.- Tendrás que cocinar algo más. Esta noche tenemos invitados.
- Descuide señora- le contestó Rosario, sonriente.- Estoy haciendo un guiso como para chuparse los dedos.
- ¿Quiere que la ayude, Rosario?- preguntó solícita Emilia.
- Por Dios, muchacha, eres una invitada, ¿cómo vas a ayudarme?- sonrió cariñosamente a su recién estrenada nuera.- Todo estará preparado a la hora acostumbrada, señora.- dijo.
- Muy bien.- contestó Francisca.


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- Bueno, no voy a dar más rodeos.- sonrió.- Sólo deseo compartir con las personas que más quiero mi felicidad. Pepa y yo estamos prometidos. Ella… ha accedido a hacerme el hombre más feliz del universo casándose conmigo.
Soledad y Emilia sintieron que las lágrimas aparecían en sus ojos. La emoción se palpaba en el ambiente. Raimundo sonrió feliz. Se levantó de su asiento, se acercó a la pareja y apoyó las manos en los hombros de su hijo. Tristán sintió un nudo de emoción en la garganta. Su padre le abrazó y Tristán no pudo evitar derrumbarse bajo la abrumadora carga de sentimientos. Padre e hijo se abrazaron con todas sus fuerzas.
- Enhorabuena, capitán.- dijo Raimundo.
Se separaron. Raimundo agarró cariñosamente la nuca del joven. Después se volvió a Pepa. Esta, con los ojos humedecidos, procuraba tragarse la emoción tras su orgullo.
- No me haga llorar, Raimundo, por lo que más quiera.- dijo con voz temblorosa.
- Ven aquí, demonio de muchacha.- le dijo. Pepa emitió una risa involuntaria y le abrazó con todas sus fuerzas.
Todos los demás se acercaron a los novios. Sebastián, Emilia y Soledad abrazaron a la vez a su hermano, casi asfixiándole mientras reían. Pepa y Raimundo también reían por la escena. Después, le tocó el turno a Pepa de casi morir asfixiada.
- Enhorabuena, cuñada.- le dijo cariñosamente Emilia.
Francisca contemplaba la emotiva escena sin poder evitar sentirse también emocionada. Renegó de ese sentimiento. Pero poco a poco, el amor por su hijo parecía ganar la batalla a su orgullo. Jamás había visto a Tristán tan embargado por la felicidad. Tragó saliva. Ese muchacho, mal que le pesara, era su mayor debilidad. Sintió una poderosa mirada sobre ella. Raimundo le estaba clavando sus ojos en un significativo gesto. Se maldijo. No sólo Tristán era su mayor debilidad.
Francisca Montenegro se levantó, irguiéndose orgullosa. Todos guardaron silencio al ver que se acercaba a su hijo. Tristán no pudo evitar sentir un nervioso cosquilleo. Su madre le miraba sin pestañear. –“Me va a matar”- pensó el joven soldado. De repente, ocurrió algo que les dejó a todos sin respiración. Francisca alzo su mano derecha, intentando mostrarse firme, pero sin poder evitar que le temblara. La apoyó suavemente en la mejilla de Tristán, en una amorosa caricia.
- Enhorabuena… condenado… cabezota.- le dijo con voz ahogada.
Tristán sintió que de nuevo, la emoción le derrumbaba. No pudo aguantar más y se abrazó a su madre, aferrándose a ella con todas sus fuerzas. Francisca sintió que le cortaba de repente la respiración pero no le importó. Le abrazó apretándolo más contra su pecho mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Todos se miraron presa de una incontenible emoción ante semejante momento. Soledad sintió un nudo en la garganta. Finalmente, madre e hijo se separaron con esfuerzo. Tristán besó a su madre en la frente y ella sonrió, un tanto avergonzada. Pero pronto, Francisca se irguió con su férrea voluntad. Se volvió hacia Pepa.
Pepa la miró, sin mostrar ningún tipo de amedrentamiento. Allí estaban, las dos mujeres con más arrestos de todo Puente Viejo. Clavándose la mirada en un duelo silencioso, sin ceder ninguna de ambas. Finalmente, Francisca habló.
- Siempre he admirado tu valor, Pepa Balmes.
- Y yo el suyo, Francisca Montenegro.
Los demás estaban totalmente inmóviles ante ese particular duelo. Francisca emitió una imperceptible sonrisa que no pasó desapercibida a Pepa.
- Te doy mi enhorabuena, Pepa. Si alguien puede tenerme de suegra, esa eres tú. Pero voy a advertirte que… si haces sufrir a mi hijo de alguna manera, te aseguro que recordarás el día en el que te cruzaste en mi camino.
- Lo considero muy justo.- dijo ella.- Y por eso yo también le advierto que si hace sufrir a Raimundo de alguna manera, también se acordará del día en que usted se cruzó en el mío.
Francisca fulminó con la mirada a la osada partera. Raimundo también la miró sorprendido. Tristán meneó la cabeza admirado por ese valor y adorando con sus ojos a Pepa. Finalmente, Francisca sonrió abiertamente. Esa muchacha tenía más coraje que todos los estúpidos generales de la Armada Española. Y estaba claro que amaba a Tristán con todo su ser. Eso era suficiente para ella. Ante la mirada atónita de los presentes, se acercó a Pepa y le tendió la mano. Ella la estrechó e incluso se inclinó en una leve reverencia. Pero Francisca la detuvo.
- No te inclines, muchacha. Nunca bajes tu mirada. Tienes motivos para no hacerlo.
Pepa se irguió y devolvió la sonrisa a su futura suegra. Francisca se volvió a todos los presentes.
- Bueno, supongo que este acontecimiento exige una celebración. Rosario- Llamó. Enseguida apareció la honrada mujer.- Tendrás que cocinar algo más. Esta noche tenemos invitados.
- Descuide señora- le contestó Rosario, sonriente.- Estoy haciendo un guiso como para chuparse los dedos.
- ¿Quiere que la ayude, Rosario?- preguntó solícita Emilia.
- Por Dios, muchacha, eres una invitada, ¿cómo vas a ayudarme?- sonrió cariñosamente a su recién estrenada nuera.- Todo estará preparado a la hora acostumbrada, señora.- dijo.
- Muy bien.- contestó Francisca.
#329

30/07/2011 19:32
Lnaeowyn... ¡cómo me encanta!!!! ¡me gustaaa!! ¡¡¡¡¡ me emocionaaa!!!!!
Yo también estoy de acuerdo y secundo la idea de que te contraten para la serie. ¡Ya te lo dije en otra ocasión, ja,ja!.... y veo que no soy yo sola.
Pepa y Tristán son mi debilidad, por todo el sufrimiento que acarrean y espero que acaben con ese bonito final feliz que tú ya les preparas. Y siempre me ha parecido que la historia de ellos es la repetición de la de Paca y Raimundo, así que seguro que tendrán también una bonita boda en ciernes ¿no? Lna.
GRACIAS por "tu encanto", Lna.
Yo también estoy de acuerdo y secundo la idea de que te contraten para la serie. ¡Ya te lo dije en otra ocasión, ja,ja!.... y veo que no soy yo sola.
Pepa y Tristán son mi debilidad, por todo el sufrimiento que acarrean y espero que acaben con ese bonito final feliz que tú ya les preparas. Y siempre me ha parecido que la historia de ellos es la repetición de la de Paca y Raimundo, así que seguro que tendrán también una bonita boda en ciernes ¿no? Lna.
GRACIAS por "tu encanto", Lna.
#330

30/07/2011 20:18
La velada transcurría feliz y tranquila en la Casona. Tristán no daba crédito a sus ojos. Realmente, era la primera vez que sentía que cenaba en familia allí, en la que siempre había sido su casa. Todos estaban charlando y disfrutando de la magnífica comida de Rosario. Evidentemente, el tema de conversación giró en torno al esperado enlace.
- Bueno.- empezó Emilia.- ¿Y ya tenéis fecha para la boda?
- Pues, no aún.- respondió Pepa.- Pero en cuánto se hagan los preparativos, habrá boda.- dijo, intercambiando sonrisas con su amiga.
- Preparar una ceremonia así no se hace de la noche a la mañana.- dijo Francisca.- Por lo menos, hasta dentro de un mes no se podrá fijar la fecha.- Tristán la miró, alzando una ceja.- No me mires así, hijo.- le replicó su madre.- Tu boda ha de hacerse como corresponde a tu posición. No creas que voy a permitir que te cases en medio del campo con dos testigos improvisados.
Guardaron silencio al ver que el rostro de Soledad había adquirido una expresión entre dolida y enfadada. Raimundo fulminó con la mirada a Francisca. Ella tragó saliva.
- Lo que… quiero decir, Tristán, es que quiero que vuestra boda sea lo mejor que se pueda celebrar y lo mejor que se haya visto en Puente Viejo.- dijo, intentando enmendar el daño hecho.
- Nuestro enlace será la ceremonia más maravillosa sencillamente porque me caso con la mujer que amo.- dijo Tristán.- Pero está bien, madre, tendrá la boda que desee.
- Y, siguiendo con los preparativos, me gustaría que tú, Emilia, y tú, Soledad, fueseis mis damas de honor.- dijo Pepa, tomando la mano de cada una. Se volvió hacia Mariana, que estaba sirviendo en la mesa.- Mariana, también tú serás mi dama de honor.
La joven Castañeda se sintió tremendamente feliz. Francisca meneó la cabeza. Iba a soltar una impertinencia cuando recordó el trato que había hecho con Raimundo. Se mordió la lengua. Raimundo sonrió, deleitándose enormemente con el momento, mientras no quitaba ojo de las reacciones de su pequeña. Francisca sintió que se la llevaban los demonios. –“Sigue disfrutando, Raimundo Ulloa… mientras puedas”.
- Padre- soltó de repente el pequeño Martín.- ¿Y yo? ¿Qué voy a hacer yo?
- Tú llevarás las alianzas, hijo.- dijo Tristán revolviéndole el cabello. Se volvió hacia sus padres.- Madre, padre, ya que hemos sacado el tema, Pepa y yo hemos estado dándole muchas vueltas al asunto. Queremos que ustedes sean nuestros padrinos.
Francisca y Raimundo se miraron. Raimundo miró emocionado a los jóvenes prometidos.
- Yo… No merezco tal honor, hijos.- dijo el noble tabernero.
Pepa le tomó cariñosamente de las manos.
- Raimundo, usted ha sido como un padre para mí desde que llegué a este pueblo. Nadie más que usted puede ser mi padrino de bodas.
Raimundo sonrió a Pepa, acariciándole la mejilla en un gesto paternal.
- Entonces, así será- aceptó.- Acompañaré al altar a la novia más hermosa de Puente Viejo. Bueno… mejor dicho – aclaró, guiñándole un ojo a Emilia.- a una de las novias más hermosas de Puente Viejo.
Todos sonrieron ante la zalamería de Raimundo. Concluido el postre se dispusieron a retirarse a sus casas. Soledad se levantó cuando, repentinamente, un intenso dolor la atravesó por la mitad. Francisca sintió que el corazón se le paraba al ver la cara de sufrimiento de su hija.
- ¡Soledad!
Vieron con horror que una mancha de sangre aparecía a los pies de la joven. Soledad se abrazó el vientre, con lágrimas en los ojos, mientras procuraba ahogar el dolor que sentía. Tristán la abrazó, impidiendo que cayera al suelo.
- Dios mío.- susurró Pepa. Se acercó como un rayo.- Tristán, acuéstala. Rápido.
- ¿Qué le pasa a la tía Soledad?- preguntó Martín, preocupado.
- Nada cariño.- le contestó Pepa, mientras se arremangaba y lavaba frenéticamente las manos.- Ve con la tía Emilia.
Emilia se llevó al niño. Pepa empezó a examinar a Soledad. Los demás la miraban conteniendo la respiración. La joven partera cerró los ojos con fuerza.
- ¿Qué.. qué ocurre, Pepa?- preguntó Tristán.
- Se le ha adelantado el parto.- dijo ella, gravemente.
- Pero si todavía le faltaban…- empezó Francisca.
Pepa miró a su futura suegra.
- Ése es el problema. El niño no está completamente formado. Es un parto muy arriesgado. Tanto para la madre como para el hijo.
- ¿Qué.. quieres decir?- preguntó Francisca, sintiendo que el pánico empezaba a robarle el aire.
- Pepa… - gimió una débil Soledad.- Por favor… tienes que… salvar a mi hijo. Por favor… No me importa lo que pueda pasarme, pero tienes que… salvarlo.
Pepa la miró.
- Deja de decir bobadas. Claro que salvaré a tu hijo. Y tú vivirás para verlo crecer.- se volvió, decidida.- Es necesario acostarla en su cama, con muchísimo cuidado.- Tristán asintió y tomó en brazos a su hermana como si fuese de cristal.- Rosario.- llamó Pepa.- Prepárame ahora mismo una tisana de hierbabuena, menta y valeriana. Y tú, Mariana, hierve un caldero de agua y trae todas las toallas que encuentres.
Tristán subió las escaleras con su hermana en brazos. Rosario y Mariana se precipitaron a la cocina. Sebastián y Emilia se encargaron de distraer a Martín. Pepa preparó todos sus útiles y salió corriendo hacia las escaleras. Francisca se quedó paralizada en el salón, viendo con horror el charco de sangre que había en el suelo. Raimundo se acercó a ella y puso una mano reconfortante sobre su hombro. Ella se volvió y sin más, se derrumbó llorando sobre el pecho de él.
- Bueno.- empezó Emilia.- ¿Y ya tenéis fecha para la boda?
- Pues, no aún.- respondió Pepa.- Pero en cuánto se hagan los preparativos, habrá boda.- dijo, intercambiando sonrisas con su amiga.
- Preparar una ceremonia así no se hace de la noche a la mañana.- dijo Francisca.- Por lo menos, hasta dentro de un mes no se podrá fijar la fecha.- Tristán la miró, alzando una ceja.- No me mires así, hijo.- le replicó su madre.- Tu boda ha de hacerse como corresponde a tu posición. No creas que voy a permitir que te cases en medio del campo con dos testigos improvisados.
Guardaron silencio al ver que el rostro de Soledad había adquirido una expresión entre dolida y enfadada. Raimundo fulminó con la mirada a Francisca. Ella tragó saliva.
- Lo que… quiero decir, Tristán, es que quiero que vuestra boda sea lo mejor que se pueda celebrar y lo mejor que se haya visto en Puente Viejo.- dijo, intentando enmendar el daño hecho.
- Nuestro enlace será la ceremonia más maravillosa sencillamente porque me caso con la mujer que amo.- dijo Tristán.- Pero está bien, madre, tendrá la boda que desee.
- Y, siguiendo con los preparativos, me gustaría que tú, Emilia, y tú, Soledad, fueseis mis damas de honor.- dijo Pepa, tomando la mano de cada una. Se volvió hacia Mariana, que estaba sirviendo en la mesa.- Mariana, también tú serás mi dama de honor.
La joven Castañeda se sintió tremendamente feliz. Francisca meneó la cabeza. Iba a soltar una impertinencia cuando recordó el trato que había hecho con Raimundo. Se mordió la lengua. Raimundo sonrió, deleitándose enormemente con el momento, mientras no quitaba ojo de las reacciones de su pequeña. Francisca sintió que se la llevaban los demonios. –“Sigue disfrutando, Raimundo Ulloa… mientras puedas”.
- Padre- soltó de repente el pequeño Martín.- ¿Y yo? ¿Qué voy a hacer yo?
- Tú llevarás las alianzas, hijo.- dijo Tristán revolviéndole el cabello. Se volvió hacia sus padres.- Madre, padre, ya que hemos sacado el tema, Pepa y yo hemos estado dándole muchas vueltas al asunto. Queremos que ustedes sean nuestros padrinos.
Francisca y Raimundo se miraron. Raimundo miró emocionado a los jóvenes prometidos.
- Yo… No merezco tal honor, hijos.- dijo el noble tabernero.
Pepa le tomó cariñosamente de las manos.
- Raimundo, usted ha sido como un padre para mí desde que llegué a este pueblo. Nadie más que usted puede ser mi padrino de bodas.
Raimundo sonrió a Pepa, acariciándole la mejilla en un gesto paternal.
- Entonces, así será- aceptó.- Acompañaré al altar a la novia más hermosa de Puente Viejo. Bueno… mejor dicho – aclaró, guiñándole un ojo a Emilia.- a una de las novias más hermosas de Puente Viejo.
Todos sonrieron ante la zalamería de Raimundo. Concluido el postre se dispusieron a retirarse a sus casas. Soledad se levantó cuando, repentinamente, un intenso dolor la atravesó por la mitad. Francisca sintió que el corazón se le paraba al ver la cara de sufrimiento de su hija.
- ¡Soledad!
Vieron con horror que una mancha de sangre aparecía a los pies de la joven. Soledad se abrazó el vientre, con lágrimas en los ojos, mientras procuraba ahogar el dolor que sentía. Tristán la abrazó, impidiendo que cayera al suelo.
- Dios mío.- susurró Pepa. Se acercó como un rayo.- Tristán, acuéstala. Rápido.
- ¿Qué le pasa a la tía Soledad?- preguntó Martín, preocupado.
- Nada cariño.- le contestó Pepa, mientras se arremangaba y lavaba frenéticamente las manos.- Ve con la tía Emilia.
Emilia se llevó al niño. Pepa empezó a examinar a Soledad. Los demás la miraban conteniendo la respiración. La joven partera cerró los ojos con fuerza.
- ¿Qué.. qué ocurre, Pepa?- preguntó Tristán.
- Se le ha adelantado el parto.- dijo ella, gravemente.
- Pero si todavía le faltaban…- empezó Francisca.
Pepa miró a su futura suegra.
- Ése es el problema. El niño no está completamente formado. Es un parto muy arriesgado. Tanto para la madre como para el hijo.
- ¿Qué.. quieres decir?- preguntó Francisca, sintiendo que el pánico empezaba a robarle el aire.
- Pepa… - gimió una débil Soledad.- Por favor… tienes que… salvar a mi hijo. Por favor… No me importa lo que pueda pasarme, pero tienes que… salvarlo.
Pepa la miró.
- Deja de decir bobadas. Claro que salvaré a tu hijo. Y tú vivirás para verlo crecer.- se volvió, decidida.- Es necesario acostarla en su cama, con muchísimo cuidado.- Tristán asintió y tomó en brazos a su hermana como si fuese de cristal.- Rosario.- llamó Pepa.- Prepárame ahora mismo una tisana de hierbabuena, menta y valeriana. Y tú, Mariana, hierve un caldero de agua y trae todas las toallas que encuentres.
Tristán subió las escaleras con su hermana en brazos. Rosario y Mariana se precipitaron a la cocina. Sebastián y Emilia se encargaron de distraer a Martín. Pepa preparó todos sus útiles y salió corriendo hacia las escaleras. Francisca se quedó paralizada en el salón, viendo con horror el charco de sangre que había en el suelo. Raimundo se acercó a ella y puso una mano reconfortante sobre su hombro. Ella se volvió y sin más, se derrumbó llorando sobre el pecho de él.
#331

30/07/2011 21:15
me encanta !!!sigue!ayy nuestra pepa salva sole !jeje
#332

30/07/2011 21:29
Me encanta como escribes
Espero que sigas mucho tiempo porque me tienes completamente enganchada a esta historia ;)
Ya podían los guionistas aprender un poco xD
Espero que sigas mucho tiempo porque me tienes completamente enganchada a esta historia ;)
Ya podían los guionistas aprender un poco xD
#333

30/07/2011 22:58
Pepa trabajaba frenéticamente mientras Rosario y Mariana la ayudaban. Soledad, exhausta y sudorosa, se retorcía presa de un dolor insoportable.
- Soledad, ¡escúchame, Soledad!- dijo Pepa.- Tienes que empujar con todas tus fuerzas.
- ¡Mi niño… mi niño!
- Por lo que más quieras, Soledad. El niño aún está vivo. Si no lo haces, morirá dentro de ti. Tienes que empujar. Vamos, respira y… ¡Empuja!
Soledad empujó con todas sus fuerzas, sintiendo que sus entrañas se desgarraban. El dolor era tan insoportable que creyó morir.
- ¡No… puedo…No puedo!- gimió, mientras gritaba de dolor.
- Sí que puedes Soledad. Vamos. Le tengo la cabeza. Vamos cuñada, puedes hacerlo.
Soledad emitió un desgarrador grito. Pepa sacó las manos ensangrentadas, sosteniendo a una criatura recién nacida. Era una niña. La partera la envolvió en una toalla limpia y la examinó. No respiraba.
- No… vamos pequeña, tienes que respirar. Vamos…
Le dio una ligera palmada en las nalgas, pero la recién nacida no reaccionó. Desesperada, Pepa se recostó un momento en el mismo suelo. Se abrió la camisa y acostó a la criatura contra su pecho desnudo. Después, le masajeó con infinita delicadeza el diminuto tórax. Mientras, Soledad gemía agónica.
- ¡Mi niña.. mi niña…!
Mariana y Rosario contemplaban mudas de horror la escena. Los segundos se alargaron…
- Vamos… - dijo Pepa, con lágrimas en los ojos. No se perdonaría si la criatura moría en su pecho.
De pronto, la pequeña se sacudió en un espasmo y empezó a llorar con toda la fuerza de sus pulmones. Pepa lloró pero esta vez de felicidad. Se levantó del suelo, con la niña en brazos.
- ¡Pepa…!- la aludida alzó la mirada ante la temblorosa voz de Rosario. Se quedó sin respiración. Soledad estaba inmóvil en la cama, tan inmóvil…
- Dios mío…¡Soledad!
Entregó la pequeña a Mariana y se hincó de rodillas a la cabecera de la cama. La joven aparecía tremendamente pálida y sudorosa. Colocó su mano en la frente.
- Está ardiendo…- dijo con horror.- Rápido, colocadle paños frescos en la cabeza, en las muñecas y los tobillos. Hay que bajarle esta fiebre como sea.
Abajo en el salón, Francisca todavía seguía abrazada por Raimundo cuando sintió que un horrible presentimiento se cernía sobre su alma. Levantó la cabeza.
- Mi… niña.
Sin más, se separó de Raimundo y echó a correr escaleras arriba. Raimundo la siguió. Francisca irrumpió en la habitación. Las lágrimas manaron a raudales de sus ojos al ver a su hija acostada, mortalmente pálida y empapada en sudor, mientras Pepa, igual de empapada, colocaba un lienzo mojado tras otro en la frente de Soledad.
- ¿Qué… ha ocurrido?...¡Qué ha ocurrido!
Pepa la miró. Se levantó y se dirigió a Francisca.
- El parto ha sido… muy complicado. Ha tenido desgarros. Como si fuese un… aborto.
- ¿Un aborto?- preguntó ella, con horror.
- No se preocupe. La criatura está bien. Le costó empezar a respirar, pero ahora ya está bien. Tiene una hermosa nieta.
Francisca miró a la pequeña que descansaba en los brazos de Mariana.
- Pero…¿y… Soledad?
Pepa tomó aire. Procuró dominar su pánico para evitar que a Francisca le diera un infarto allí mismo.
- Tiene… fiebres. Suele ser normal tras un parto así.
- ¿Fiebres?- Francisca se sintió morir. Sabía que aquello en una mujer recién parida significaba casi una condena a muerte.
- Doña Francisca, no debemos ponernos en lo peor. Si la fiebre no le sube más, podrá sobrevivir esta noche. Estamos haciendo lo imposible para que le baje. No debemos perder las esperanzas.
- Yo… yo me quedaré con ella.- dijo Francisca.
- Doña Francisca…
- He dicho que me quedaré con ella.- dijo, mirando fijamente a la partera.
Pepa asintió. Dirigió una mirada a Rosario y Mariana. Ellas se fueron.
- Voy a acercarme al consultorio de don Julián. Estaré aquí en un minuto.
Se marcharon. Francisca se arrodilló a la cabecera de la cama de su hija. Raimundo sintió un enorme dolor al ver su sufrimiento. Se dio cuenta de que tal vez quisiera estar a solas con su hija. Se retiró silencioso. Francisca lo advirtió pero ni siquiera pudo darle las gracias. Lo único que podía hacer era llorar mientras agarraba la ardiente mano de la joven.
- Soledad... Mi Soledad…- sollozó.- Mi hermoso ángel… no puedes irte aún al cielo. Mi niña…Sé que… no te merezco como hija. Lo sé. Nunca jamás podré perdonarme a mí misma por todo… yo…- se le quebró la voz. Besó la mano mientras lloraba como si le acuchillasen el alma.- No quiero que… te vayas pensando que tu madre no te quiere… porque no es así. No tienes ni idea de… lo muchísimo que te quiero. Igual que a Tristán. Sois lo más… sagrado para mí. Es cierto que… no fuiste el fruto del amor pero…tú misma eres el amor, Soledad. Y… me duele en el alma saber que crees que te odio. ¡Mi Soledad! ¿Cómo podría…? Jamás he hecho otra cosa que quererte. A quien odiaba era a mí misma. Por ser tan cobarde como para permitir que…
No pudo terminar la frase. Lloró desgarradora como no creía que era capaz de llorar. Lloró hasta que se le acabaron las lágrimas y el agotamiento la venció.
- Soledad, ¡escúchame, Soledad!- dijo Pepa.- Tienes que empujar con todas tus fuerzas.
- ¡Mi niño… mi niño!
- Por lo que más quieras, Soledad. El niño aún está vivo. Si no lo haces, morirá dentro de ti. Tienes que empujar. Vamos, respira y… ¡Empuja!
Soledad empujó con todas sus fuerzas, sintiendo que sus entrañas se desgarraban. El dolor era tan insoportable que creyó morir.
- ¡No… puedo…No puedo!- gimió, mientras gritaba de dolor.
- Sí que puedes Soledad. Vamos. Le tengo la cabeza. Vamos cuñada, puedes hacerlo.
Soledad emitió un desgarrador grito. Pepa sacó las manos ensangrentadas, sosteniendo a una criatura recién nacida. Era una niña. La partera la envolvió en una toalla limpia y la examinó. No respiraba.
- No… vamos pequeña, tienes que respirar. Vamos…
Le dio una ligera palmada en las nalgas, pero la recién nacida no reaccionó. Desesperada, Pepa se recostó un momento en el mismo suelo. Se abrió la camisa y acostó a la criatura contra su pecho desnudo. Después, le masajeó con infinita delicadeza el diminuto tórax. Mientras, Soledad gemía agónica.
- ¡Mi niña.. mi niña…!
Mariana y Rosario contemplaban mudas de horror la escena. Los segundos se alargaron…
- Vamos… - dijo Pepa, con lágrimas en los ojos. No se perdonaría si la criatura moría en su pecho.
De pronto, la pequeña se sacudió en un espasmo y empezó a llorar con toda la fuerza de sus pulmones. Pepa lloró pero esta vez de felicidad. Se levantó del suelo, con la niña en brazos.
- ¡Pepa…!- la aludida alzó la mirada ante la temblorosa voz de Rosario. Se quedó sin respiración. Soledad estaba inmóvil en la cama, tan inmóvil…
- Dios mío…¡Soledad!
Entregó la pequeña a Mariana y se hincó de rodillas a la cabecera de la cama. La joven aparecía tremendamente pálida y sudorosa. Colocó su mano en la frente.
- Está ardiendo…- dijo con horror.- Rápido, colocadle paños frescos en la cabeza, en las muñecas y los tobillos. Hay que bajarle esta fiebre como sea.
Abajo en el salón, Francisca todavía seguía abrazada por Raimundo cuando sintió que un horrible presentimiento se cernía sobre su alma. Levantó la cabeza.
- Mi… niña.
Sin más, se separó de Raimundo y echó a correr escaleras arriba. Raimundo la siguió. Francisca irrumpió en la habitación. Las lágrimas manaron a raudales de sus ojos al ver a su hija acostada, mortalmente pálida y empapada en sudor, mientras Pepa, igual de empapada, colocaba un lienzo mojado tras otro en la frente de Soledad.
- ¿Qué… ha ocurrido?...¡Qué ha ocurrido!
Pepa la miró. Se levantó y se dirigió a Francisca.
- El parto ha sido… muy complicado. Ha tenido desgarros. Como si fuese un… aborto.
- ¿Un aborto?- preguntó ella, con horror.
- No se preocupe. La criatura está bien. Le costó empezar a respirar, pero ahora ya está bien. Tiene una hermosa nieta.
Francisca miró a la pequeña que descansaba en los brazos de Mariana.
- Pero…¿y… Soledad?
Pepa tomó aire. Procuró dominar su pánico para evitar que a Francisca le diera un infarto allí mismo.
- Tiene… fiebres. Suele ser normal tras un parto así.
- ¿Fiebres?- Francisca se sintió morir. Sabía que aquello en una mujer recién parida significaba casi una condena a muerte.
- Doña Francisca, no debemos ponernos en lo peor. Si la fiebre no le sube más, podrá sobrevivir esta noche. Estamos haciendo lo imposible para que le baje. No debemos perder las esperanzas.
- Yo… yo me quedaré con ella.- dijo Francisca.
- Doña Francisca…
- He dicho que me quedaré con ella.- dijo, mirando fijamente a la partera.
Pepa asintió. Dirigió una mirada a Rosario y Mariana. Ellas se fueron.
- Voy a acercarme al consultorio de don Julián. Estaré aquí en un minuto.
Se marcharon. Francisca se arrodilló a la cabecera de la cama de su hija. Raimundo sintió un enorme dolor al ver su sufrimiento. Se dio cuenta de que tal vez quisiera estar a solas con su hija. Se retiró silencioso. Francisca lo advirtió pero ni siquiera pudo darle las gracias. Lo único que podía hacer era llorar mientras agarraba la ardiente mano de la joven.
- Soledad... Mi Soledad…- sollozó.- Mi hermoso ángel… no puedes irte aún al cielo. Mi niña…Sé que… no te merezco como hija. Lo sé. Nunca jamás podré perdonarme a mí misma por todo… yo…- se le quebró la voz. Besó la mano mientras lloraba como si le acuchillasen el alma.- No quiero que… te vayas pensando que tu madre no te quiere… porque no es así. No tienes ni idea de… lo muchísimo que te quiero. Igual que a Tristán. Sois lo más… sagrado para mí. Es cierto que… no fuiste el fruto del amor pero…tú misma eres el amor, Soledad. Y… me duele en el alma saber que crees que te odio. ¡Mi Soledad! ¿Cómo podría…? Jamás he hecho otra cosa que quererte. A quien odiaba era a mí misma. Por ser tan cobarde como para permitir que…
No pudo terminar la frase. Lloró desgarradora como no creía que era capaz de llorar. Lloró hasta que se le acabaron las lágrimas y el agotamiento la venció.
#334

30/07/2011 23:06
por Dios sigue no nos dejes así que angustia, que bonito todo lo que Francisca le dice a su hija, se tienen que reconciliar para disfrutar juntas de esa niña, sigueeeeeee
#335

30/07/2011 23:37
La tenue claridad de la mañana acarició la Casona. El trino de un pájaro despertó a Francisca. Parpadeó. Ya no se encontraba arrodillada. Estaba recostada cómodamente en una butaca y alguien la había arropado con una delgada manta. La angustia se adueñó de ella al recordar. Se levantó de un salto y corrió hasta la cama de su hija. Soledad estaba tranquila y parecía dormir. Francisca alargó temblorosa una mano hasta su frente. Su corazón dio un vuelco. No tenía fiebre.
- Dios mío…- susurró. -¡Dios mío!
Se levantó. No sabía si reír, llorar, desmayarse o salir corriendo. En un impulso, decidió hacer lo último. Abrió la puerta y se abalanzó hacia el pasillo. En ese mismo instante, Raimundo aparecía por el umbral de la puerta. No pudo ni frenar. Raimundo acabó en el suelo y Francisca sobre él.
- Buenos días a ti también.- dijo él con un retintín irónico. Después el rostro se le cubrió de preocupación.- ¿Ha ocurrido algo, Francisca?
- Soledad…Soledad…
- ¡Soledad qué!!
- No tiene fiebre…¡No tiene fiebre!
Francisca sintió tal salvaje alegría que aferró del cuello de la camisa a Raimundo y le dio un inesperado beso que le dejó sin aliento. Después, se puso en pie, dejando tirado en el suelo a un sorprendido Raimundo y echó a correr escaleras abajo.
Llegó al salón sin resuello. Pepa en ese momento despertó, irguiéndose de los brazos de un dormido Tristán. Ambos se despejaron totalmente al ver irrumpir a la Doña.
- ¿Soledad?!
Antes de que Francisca recobrase el aliento, Pepa subió las escaleras de dos en dos y se precipitó al cuarto de la joven. Los demás la siguieron. La partera tomó la temperatura a la chica y la examinó.
------------------------
Chicas, luego continúo. Prometo solucionar esto antes de acostarme, jejejee.
- Dios mío…- susurró. -¡Dios mío!
Se levantó. No sabía si reír, llorar, desmayarse o salir corriendo. En un impulso, decidió hacer lo último. Abrió la puerta y se abalanzó hacia el pasillo. En ese mismo instante, Raimundo aparecía por el umbral de la puerta. No pudo ni frenar. Raimundo acabó en el suelo y Francisca sobre él.
- Buenos días a ti también.- dijo él con un retintín irónico. Después el rostro se le cubrió de preocupación.- ¿Ha ocurrido algo, Francisca?
- Soledad…Soledad…
- ¡Soledad qué!!
- No tiene fiebre…¡No tiene fiebre!
Francisca sintió tal salvaje alegría que aferró del cuello de la camisa a Raimundo y le dio un inesperado beso que le dejó sin aliento. Después, se puso en pie, dejando tirado en el suelo a un sorprendido Raimundo y echó a correr escaleras abajo.
Llegó al salón sin resuello. Pepa en ese momento despertó, irguiéndose de los brazos de un dormido Tristán. Ambos se despejaron totalmente al ver irrumpir a la Doña.
- ¿Soledad?!
Antes de que Francisca recobrase el aliento, Pepa subió las escaleras de dos en dos y se precipitó al cuarto de la joven. Los demás la siguieron. La partera tomó la temperatura a la chica y la examinó.
------------------------
Chicas, luego continúo. Prometo solucionar esto antes de acostarme, jejejee.
#336

30/07/2011 23:52
Te tomo la palabra ;)
#337

30/07/2011 23:56
pues entonces no me acuesto, me quedo a la espera de la megareconciliación, ¿por cierto ya tienes pensado el nombre de la niña?
#338

31/07/2011 01:13
Antes de que Francisca recobrase el aliento, Pepa subió las escaleras de dos en dos y se precipitó al cuarto de la joven. Los demás la siguieron. La partera tomó la temperatura a la chica y la examinó. Todos esperaban con el corazón en un puño.
- ¿Cómo está…?- Francisca formuló la pregunta que todos tenían en mente.
Pepa cerró los ojos un momento y sonrió, aliviada.
- Duerme plácidamente y la fiebre ha desaparecido. Su pulso y su respiración son normales. Creo incluso que no tardará en despertar.
En la habitación resonó el suspiro de alivio de todos los presentes. Tristán y su madre se abrazaron. Francisca derramó lágrimas de alivio en la camisa del joven. En ese momento, Juan Castañeda entró en la habitación. Rosario miró preocupada a su hijo.
- Juan, hijo, ¿qué te ha pasado?- preguntó, viendo la herida que tenía en un costado.
- No es nada, madre. No se preocupe. Me herí tratando de esquivar a Mauricio para lograr entrar. Pero estoy bien. ¿Cómo está Soledad?- preguntó ansioso.
- Bien, no te angusties.- respondió Pepa.- Está fuera de peligro. Y…- Pepa se inclinó y tomó a la pequeña de la cuna cercana.- enhorabuena. Tenéis una preciosa niña.
Juan tragó saliva nervioso y cogió a la pequeña como si temiera que se fuese a romper.
- Dios mío… es… preciosa.
Tristán se acercó sonriente. Apoyó un brazo en el hombro de Juan.
- Sí que lo es.
- Juan…
Todos se volvieron. Soledad estaba despierta. Francisca sintió tal alivio que creyó que las piernas no la sostendrían. Juan se acercó con la pequeña en brazos.
- Soledad… mi amor.- le besó con infinita ternura la frente y depositó a la niña en los brazos de su madre. Las lágrimas se acumularon en los ojos de Soledad y rodaron por sus mejillas para caer en la cabecita de la pequeña.
- Es… como un angelito…- susurró la joven madre. Jamás pensó que podría sentir algo así. Adoraba a Juan, a Tristán y a todos sus seres queridos. Pero lo que sentía por aquella criaturita que intentaba buscar su pecho no podía ser expresado con palabras.
Pepa se acercó.
- Soledad, antes de que le des el pecho, debes recobrarte completamente. No debes abusar de tus fuerzas. Mientras tanto, la niña mamará de Remedios, que ha sido madre la semana pasada y tiene leche de sobra para dos niños. No te preocupes, sólo será cuestión de dos días. Después, podrás alimentarla tú.
- Tú mandas, Pepa.- le dijo ella.- No sé cómo agradecerte…- Soledad se quedó sin palabras. – Te debo mi vida y la de mi hija.
- Es mi trabajo, así que no me lo agradezcas.- le sonrió. – Pero el que estés aquí ahora con nosotros es más mérito de tu madre que mío.
Soledad enmudeció. Francisca miró sorprendida a Pepa. Esa chica nunca podría tener la boca cerrada.
- Ella se quedó toda la noche a tu lado, luchando porque te bajara la fiebre.- dijo la partera.
Todos guardaron silencio. Francisca por una vez en su vida, no supo qué decir. Soledad miró a su madre.
- Bueno, creo que hay demasiada gente aquí.- dijo Tristán. – Deberíamos dejar descansar a la madre y a la hija.
Pepa, Tristán, Raimundo, Francisca, Juan, Rosario y Mariana se dispusieron a marcharse. Antes de que todos salieran por la puerta, Soledad se incorporó.
- Madre… ¿Puede… quedarse un momento?
Francisca se quedó clavada en su sitio, incapaz de moverse. Los demás salieron y cerraron la puerta. Madre e hija se miraron durante lo que pareció una eternidad.
- ¿Por qué lo ha hecho?- preguntó, finalmente Soledad.
- ¿Me crees capaz de…?- no pudo terminar la frase. Por supuesto que la creía capaz de lo peor. Y razones no le faltaban. Francisca sintió otra vez un zarpazo en su corazón. Soledad jamás la perdonaría. Y lo tenía bien merecido.
Soledad estudiaba a su madre cuidadosamente. Jamás había visto tanto dolor en su rostro. Bueno… sí… sí que lo había visto. A su mente vinieron imágenes de su padre, Salvador Castro, abusando de ella y maltratando a su madre. Era el mismo rostro de dolor. Soledad sintió esa misma tortura. Tragó saliva, borrando esos espantosos recuerdos. Volvió a mirar a su madre.
- ¿Es… cierto todo lo que… me dijo anoche?
Francisca se quedó sin aire.
- ¿Pudiste… escucharme?
Soledad asintió.
- Al principio creí que estaba delirando y que… sólo estaba ocurriendo en mi imaginación.- dijo la muchacha.- Pero después sentí que me cogía la mano. Yo… jamás pensé que unas palabras tan llenas de amor podrían salir de… su boca. ¿De verdad lo sentía como lo decía?- indagó.
Francisca sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
- En realidad… me quedé corta. Hubiera dado mi vida un millón de veces antes que…- su voz firme se quebró. Miró a la hermosa criatura, su nieta, que dormía acurrucada contra el pecho de su madre.- Ahora… ya es más fácil para ti comprender lo que siente una madre por… sus hijos.
Soledad sentía que una burbuja de emoción empezaba a crecer en su pecho. Francisca alzó la cabeza, intentando dominar sus emociones.
- Sé que nunca podrás perdonarme y… lo entiendo. Es una cruz que me he ganado y… que me acompañará hasta que me muera.
- Madre…
- Y entiendo que no quieras saber nada de…
- ¡Madre!
Francisca la miró, un tanto sobresaltada. Soledad se incorporó. Tomó a su hija en brazos y la tendió hacia su madre. Francisca se quedó perpleja.
- ¿No quiere conocer a su nieta?- le preguntó con cierta timidez.
Francisca alargó los brazos y la cogió como si se fuese a romper. La niña abrió los ojos y se quedó mirándola fijamente. Francisca sintió una indescriptible oleada de cariño hacia semejante preciosidad. Sonrió en medio de las lágrimas.
- Es… se parece muchísimo a tí cuando… naciste.
Soledad se quedó observando semejante escena. Su madre… no parecía la Francisca que conocía. Sin saber por qué, sintió una oleada de empatía y amor hacia ella como jamás pensó sentir. Intentó ahogar las lágrimas que amenazaban con brotar. Saber que su madre la quería, como quería a Tristán, la estaba ahogando de felicidad. Francisca alzó la mirada.
- ¿Qué te ocurre, hija?- preguntó, preocupada al verla deshecha en lágrimas.
- Nada… es sólo que…
No dijo nada más. Sólo se inclinó y recostó su cabeza sobre el regazo de su madre, mientras la abrazaba. Francisca se quedó sin respiración. Colocó a la pequeña en la cama y acarició la cabeza de su hija para después, abrazarla con todas sus fuerzas. Permanecieron inmóviles, sin decir palabra. Finalmente, Soledad alzó la cabeza y la miró.
- Madre… Ya sé cómo se va a llamar mi niña.
Su madre parpadeó.
- ¿Cómo?
- Francisca.- dijo Soledad.- Francisca Castañeda Montenegro.
Francisca sintió una indescriptible alegría. Madre e hija compartieron una sonrisa y volvieron a abrazarse.
- ¿Cómo está…?- Francisca formuló la pregunta que todos tenían en mente.
Pepa cerró los ojos un momento y sonrió, aliviada.
- Duerme plácidamente y la fiebre ha desaparecido. Su pulso y su respiración son normales. Creo incluso que no tardará en despertar.
En la habitación resonó el suspiro de alivio de todos los presentes. Tristán y su madre se abrazaron. Francisca derramó lágrimas de alivio en la camisa del joven. En ese momento, Juan Castañeda entró en la habitación. Rosario miró preocupada a su hijo.
- Juan, hijo, ¿qué te ha pasado?- preguntó, viendo la herida que tenía en un costado.
- No es nada, madre. No se preocupe. Me herí tratando de esquivar a Mauricio para lograr entrar. Pero estoy bien. ¿Cómo está Soledad?- preguntó ansioso.
- Bien, no te angusties.- respondió Pepa.- Está fuera de peligro. Y…- Pepa se inclinó y tomó a la pequeña de la cuna cercana.- enhorabuena. Tenéis una preciosa niña.
Juan tragó saliva nervioso y cogió a la pequeña como si temiera que se fuese a romper.
- Dios mío… es… preciosa.
Tristán se acercó sonriente. Apoyó un brazo en el hombro de Juan.
- Sí que lo es.
- Juan…
Todos se volvieron. Soledad estaba despierta. Francisca sintió tal alivio que creyó que las piernas no la sostendrían. Juan se acercó con la pequeña en brazos.
- Soledad… mi amor.- le besó con infinita ternura la frente y depositó a la niña en los brazos de su madre. Las lágrimas se acumularon en los ojos de Soledad y rodaron por sus mejillas para caer en la cabecita de la pequeña.
- Es… como un angelito…- susurró la joven madre. Jamás pensó que podría sentir algo así. Adoraba a Juan, a Tristán y a todos sus seres queridos. Pero lo que sentía por aquella criaturita que intentaba buscar su pecho no podía ser expresado con palabras.
Pepa se acercó.
- Soledad, antes de que le des el pecho, debes recobrarte completamente. No debes abusar de tus fuerzas. Mientras tanto, la niña mamará de Remedios, que ha sido madre la semana pasada y tiene leche de sobra para dos niños. No te preocupes, sólo será cuestión de dos días. Después, podrás alimentarla tú.
- Tú mandas, Pepa.- le dijo ella.- No sé cómo agradecerte…- Soledad se quedó sin palabras. – Te debo mi vida y la de mi hija.
- Es mi trabajo, así que no me lo agradezcas.- le sonrió. – Pero el que estés aquí ahora con nosotros es más mérito de tu madre que mío.
Soledad enmudeció. Francisca miró sorprendida a Pepa. Esa chica nunca podría tener la boca cerrada.
- Ella se quedó toda la noche a tu lado, luchando porque te bajara la fiebre.- dijo la partera.
Todos guardaron silencio. Francisca por una vez en su vida, no supo qué decir. Soledad miró a su madre.
- Bueno, creo que hay demasiada gente aquí.- dijo Tristán. – Deberíamos dejar descansar a la madre y a la hija.
Pepa, Tristán, Raimundo, Francisca, Juan, Rosario y Mariana se dispusieron a marcharse. Antes de que todos salieran por la puerta, Soledad se incorporó.
- Madre… ¿Puede… quedarse un momento?
Francisca se quedó clavada en su sitio, incapaz de moverse. Los demás salieron y cerraron la puerta. Madre e hija se miraron durante lo que pareció una eternidad.
- ¿Por qué lo ha hecho?- preguntó, finalmente Soledad.
- ¿Me crees capaz de…?- no pudo terminar la frase. Por supuesto que la creía capaz de lo peor. Y razones no le faltaban. Francisca sintió otra vez un zarpazo en su corazón. Soledad jamás la perdonaría. Y lo tenía bien merecido.
Soledad estudiaba a su madre cuidadosamente. Jamás había visto tanto dolor en su rostro. Bueno… sí… sí que lo había visto. A su mente vinieron imágenes de su padre, Salvador Castro, abusando de ella y maltratando a su madre. Era el mismo rostro de dolor. Soledad sintió esa misma tortura. Tragó saliva, borrando esos espantosos recuerdos. Volvió a mirar a su madre.
- ¿Es… cierto todo lo que… me dijo anoche?
Francisca se quedó sin aire.
- ¿Pudiste… escucharme?
Soledad asintió.
- Al principio creí que estaba delirando y que… sólo estaba ocurriendo en mi imaginación.- dijo la muchacha.- Pero después sentí que me cogía la mano. Yo… jamás pensé que unas palabras tan llenas de amor podrían salir de… su boca. ¿De verdad lo sentía como lo decía?- indagó.
Francisca sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
- En realidad… me quedé corta. Hubiera dado mi vida un millón de veces antes que…- su voz firme se quebró. Miró a la hermosa criatura, su nieta, que dormía acurrucada contra el pecho de su madre.- Ahora… ya es más fácil para ti comprender lo que siente una madre por… sus hijos.
Soledad sentía que una burbuja de emoción empezaba a crecer en su pecho. Francisca alzó la cabeza, intentando dominar sus emociones.
- Sé que nunca podrás perdonarme y… lo entiendo. Es una cruz que me he ganado y… que me acompañará hasta que me muera.
- Madre…
- Y entiendo que no quieras saber nada de…
- ¡Madre!
Francisca la miró, un tanto sobresaltada. Soledad se incorporó. Tomó a su hija en brazos y la tendió hacia su madre. Francisca se quedó perpleja.
- ¿No quiere conocer a su nieta?- le preguntó con cierta timidez.
Francisca alargó los brazos y la cogió como si se fuese a romper. La niña abrió los ojos y se quedó mirándola fijamente. Francisca sintió una indescriptible oleada de cariño hacia semejante preciosidad. Sonrió en medio de las lágrimas.
- Es… se parece muchísimo a tí cuando… naciste.
Soledad se quedó observando semejante escena. Su madre… no parecía la Francisca que conocía. Sin saber por qué, sintió una oleada de empatía y amor hacia ella como jamás pensó sentir. Intentó ahogar las lágrimas que amenazaban con brotar. Saber que su madre la quería, como quería a Tristán, la estaba ahogando de felicidad. Francisca alzó la mirada.
- ¿Qué te ocurre, hija?- preguntó, preocupada al verla deshecha en lágrimas.
- Nada… es sólo que…
No dijo nada más. Sólo se inclinó y recostó su cabeza sobre el regazo de su madre, mientras la abrazaba. Francisca se quedó sin respiración. Colocó a la pequeña en la cama y acarició la cabeza de su hija para después, abrazarla con todas sus fuerzas. Permanecieron inmóviles, sin decir palabra. Finalmente, Soledad alzó la cabeza y la miró.
- Madre… Ya sé cómo se va a llamar mi niña.
Su madre parpadeó.
- ¿Cómo?
- Francisca.- dijo Soledad.- Francisca Castañeda Montenegro.
Francisca sintió una indescriptible alegría. Madre e hija compartieron una sonrisa y volvieron a abrazarse.
#339

31/07/2011 01:28
bua que pasada que emoción, jo es que ya no se que escribirte, yo veo esto en la serie y me muero, cuando Soledad apoya la cabeza en el regazo de su madre me he emocionado mogollón y que la niña lleve el nombre de la abuela me encanta, solo esperar que no salga con su mala leche sino pobres padres.
#340

31/07/2011 01:35
Lna ha merecido la pena esperarte..... ¡ me he puesto a llorar con ellas! y...
¡ lo sabíiia!!!!! ¡¡¡¡sabía yo que ibas a llamarla Franciscaaaaaa!!!!!!!
¡Qué bonito Lna! FELICIDADES.
¡ lo sabíiia!!!!! ¡¡¡¡sabía yo que ibas a llamarla Franciscaaaaaa!!!!!!!
¡Qué bonito Lna! FELICIDADES.