El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0
08/06/2011 23:44
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#281
27/07/2011 19:46
Gracias Ina.... es que leyéndote me parece oir hablar a los personajes. Has captado perfectamente sus palabras, sus tonos, sus gestos, sus matices..... Es una delicia leerte.
#282
27/07/2011 21:40
- No tan deprisa madre. Usted y yo tenemos una conversación pendiente.
Francisca se volvió. Intentó rebatir, pero la mirada de determinación que le estaba echando su hijo la hizo vacilar. Tragó saliva y levantó el mentón, procurando no mostrar nada de lo que se bullía en su cabeza.
- Está bien, hijo. Pasemos al despacho.
Madre e hijo entraron a la biblioteca. Tristán cerró las puertas correderas a su espalda. Francisca se encaminó a su escritorio.
- Espere, madre. Lo que tengo que hablar con usted no tiene nada que ver con los negocios. Sentémonos en el sofá.
- ¿Qué más da un sitio que otro? – replicó ella.- No entiendo que…
- Madre, deje ya todas sus barreras. No le sirven de nada. Ni su tono de voz, ni su pose… Y tampoco le servirá de nada esconderse tras esa mesa.
- ¿Esconderme… yo?- dijo ella, sin abandonar su férreo orgullo.
- Sí, madre, esconderse usted. La conozco muy bien, no sé si lo sabe. Y está claro que los asuntos personales de cada uno son eso… personales. Pero creí que tenía más confianza en mí. Al fin y al cabo soy su hijo.- Tristán se acercó a Francisca, clavando sus ojos en ella.- ¿Por qué no me dijo nunca lo de Raimundo?
Francisca sintió que su corazón saltaba en el pecho.
- ¿Lo de… Raimundo?- repitió, intentando con poco éxito que su voz sonara firme. - ¿A qué te refieres?
- Madre, por el amor de Dios, deje ya la interpretación. Es evidente que se le da muy bien, pero admítalo. Yo le conté hace ya mucho tiempo que Pepa era la mujer de mi vida. ¿Tanto le cuesta a usted hacer lo mismo?
- Ah, te refieres a eso.- dijo Francisca, un tanto aliviada.
Tristán levantó una ceja.
- ¿A qué más debería referirme?- preguntó extrañado.
- A nada, a nada.- dijo ella.
Tristán examinó a su madre. Francisca intentó con todas sus fuerzas mantener su rostro imperturbable.
- Madre…- hizo una pausa.- Usted ama a Raimundo, ¿me equivoco?
Francisca hizo enormes esfuerzos por mantener su compostura como si tal cosa. Pero le estaba costando horrores. Tristán le cogió tiernamente de la mano.
- Madre, por favor. ¿Por qué no lo admite? El otro día cuando desperté, los encontré abrazados como sólo se abrazan los que se aman con locura. Y es evidente que Raimundo la corresponde hasta el punto de dejarse casi la vida porque usted no sufriera la pérdida de un hijo. ¿No se da cuenta, madre? ¿Qué es lo que le impide gritar ese amor a los cuatro vientos?
Francisca se irguió y empezó a pasear nerviosamente por la biblioteca. Tristán se levantó también y la siguió.
- Tú no lo entiendes…
- ¿Qué tengo que entender? Madre, es usted la que se empeña en hacer las cosas difíciles.
- Él es… un Ulloa.
- Él es el hombre que no ha dejado de amarla en treinta años. ¿Qué problema tiene, madre?
Francisca detuvo su ir y venir. Se volvió a su hijo y le miró.
- Está bien, de acuerdo. Sí, le quiero pero… - se le quebró la voz.
- ¿Pero qué?- Tristán preguntó desesperado.
- Es demasiado tarde para nosotros….- Francisca intentó retener las lágrimas.- Hemos perdido demasiado tiempo. Ya no somos dos jóvenes. Ante el resto del mundo somos…
- ¡Por el amor de Dios, madre! ¿Es eso?? ¡Olvídese de una condenada vez del resto del mundo! ¡Olvídese de lo que digan, piensen o hablen los demás! ¡Olvídese de todos esos absurdos convencionalismos sociales que tantas amarguras nos han traído a todos! ¿Cuándo aprenderá que las personas somos todas iguales, que todos nacemos de la misma manera y de la misma manera moriremos? ¿Cree acaso usted que Pepa es inferior a cualquier estúpida dama de sangre azul? ¿Cree usted acaso que Raimundo no tiene más nobleza que todos los que presumen de tenerla?
Francisca miró sorprendida a su hijo ante su arranque. Los ojos de Tristán relampagueaban de rabia y determinación. Sin saber por qué, le recordó muchísimo a Raimundo.
- Madre…- prosiguió más calmado.- Lo único que importa es que Raimundo Ulloa, un hombre que es la nobleza y la justicia personificadas, la ama hasta la locura. Y da la casualidad de que es correspondido. ¿Cuál es el problema? Si hasta a Martín le encantaría tener un abuelo como él. Y desde luego… yo pagaría porque…
Francisca miró a su hijo, preocupada al ver que se le había apagado la voz. Tristán parecía de repente abatido al recordar.
- ¿Sabe, madre? Nunca le he dicho esto pero… siempre envidié a Sebastián.
- ¿Por qué...?
- Porque su padre era Raimundo y el mío…- se le quebró nuevamente la voz.
Francisca sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos al ver el sufrimiento de su hijo. Por vez primera, tragó todo su orgullo y se acercó a él para acariciarle el rostro.
- Mi niño…- susurró.- No… debes envidiar a Sebastián. Porque tu padre… también te quiere muchísimo.
Tristán la miró sin entender.
- ¿Qué está diciendo, madre? Padre era un…maldito…
- No… Tristán. Ese… maldito, no te dio su sangre. Tu verdadero padre… sí te la dio. Una vez, dos veces y… lo haría un millón de veces más.
Tristán sintió que se formaba un nudo en su garganta.
- Madre…
- Sí, Tristán. Tus apellidos no son Castro Montenegro sino… Ulloa Montenegro.
Francisca se volvió. Intentó rebatir, pero la mirada de determinación que le estaba echando su hijo la hizo vacilar. Tragó saliva y levantó el mentón, procurando no mostrar nada de lo que se bullía en su cabeza.
- Está bien, hijo. Pasemos al despacho.
Madre e hijo entraron a la biblioteca. Tristán cerró las puertas correderas a su espalda. Francisca se encaminó a su escritorio.
- Espere, madre. Lo que tengo que hablar con usted no tiene nada que ver con los negocios. Sentémonos en el sofá.
- ¿Qué más da un sitio que otro? – replicó ella.- No entiendo que…
- Madre, deje ya todas sus barreras. No le sirven de nada. Ni su tono de voz, ni su pose… Y tampoco le servirá de nada esconderse tras esa mesa.
- ¿Esconderme… yo?- dijo ella, sin abandonar su férreo orgullo.
- Sí, madre, esconderse usted. La conozco muy bien, no sé si lo sabe. Y está claro que los asuntos personales de cada uno son eso… personales. Pero creí que tenía más confianza en mí. Al fin y al cabo soy su hijo.- Tristán se acercó a Francisca, clavando sus ojos en ella.- ¿Por qué no me dijo nunca lo de Raimundo?
Francisca sintió que su corazón saltaba en el pecho.
- ¿Lo de… Raimundo?- repitió, intentando con poco éxito que su voz sonara firme. - ¿A qué te refieres?
- Madre, por el amor de Dios, deje ya la interpretación. Es evidente que se le da muy bien, pero admítalo. Yo le conté hace ya mucho tiempo que Pepa era la mujer de mi vida. ¿Tanto le cuesta a usted hacer lo mismo?
- Ah, te refieres a eso.- dijo Francisca, un tanto aliviada.
Tristán levantó una ceja.
- ¿A qué más debería referirme?- preguntó extrañado.
- A nada, a nada.- dijo ella.
Tristán examinó a su madre. Francisca intentó con todas sus fuerzas mantener su rostro imperturbable.
- Madre…- hizo una pausa.- Usted ama a Raimundo, ¿me equivoco?
Francisca hizo enormes esfuerzos por mantener su compostura como si tal cosa. Pero le estaba costando horrores. Tristán le cogió tiernamente de la mano.
- Madre, por favor. ¿Por qué no lo admite? El otro día cuando desperté, los encontré abrazados como sólo se abrazan los que se aman con locura. Y es evidente que Raimundo la corresponde hasta el punto de dejarse casi la vida porque usted no sufriera la pérdida de un hijo. ¿No se da cuenta, madre? ¿Qué es lo que le impide gritar ese amor a los cuatro vientos?
Francisca se irguió y empezó a pasear nerviosamente por la biblioteca. Tristán se levantó también y la siguió.
- Tú no lo entiendes…
- ¿Qué tengo que entender? Madre, es usted la que se empeña en hacer las cosas difíciles.
- Él es… un Ulloa.
- Él es el hombre que no ha dejado de amarla en treinta años. ¿Qué problema tiene, madre?
Francisca detuvo su ir y venir. Se volvió a su hijo y le miró.
- Está bien, de acuerdo. Sí, le quiero pero… - se le quebró la voz.
- ¿Pero qué?- Tristán preguntó desesperado.
- Es demasiado tarde para nosotros….- Francisca intentó retener las lágrimas.- Hemos perdido demasiado tiempo. Ya no somos dos jóvenes. Ante el resto del mundo somos…
- ¡Por el amor de Dios, madre! ¿Es eso?? ¡Olvídese de una condenada vez del resto del mundo! ¡Olvídese de lo que digan, piensen o hablen los demás! ¡Olvídese de todos esos absurdos convencionalismos sociales que tantas amarguras nos han traído a todos! ¿Cuándo aprenderá que las personas somos todas iguales, que todos nacemos de la misma manera y de la misma manera moriremos? ¿Cree acaso usted que Pepa es inferior a cualquier estúpida dama de sangre azul? ¿Cree usted acaso que Raimundo no tiene más nobleza que todos los que presumen de tenerla?
Francisca miró sorprendida a su hijo ante su arranque. Los ojos de Tristán relampagueaban de rabia y determinación. Sin saber por qué, le recordó muchísimo a Raimundo.
- Madre…- prosiguió más calmado.- Lo único que importa es que Raimundo Ulloa, un hombre que es la nobleza y la justicia personificadas, la ama hasta la locura. Y da la casualidad de que es correspondido. ¿Cuál es el problema? Si hasta a Martín le encantaría tener un abuelo como él. Y desde luego… yo pagaría porque…
Francisca miró a su hijo, preocupada al ver que se le había apagado la voz. Tristán parecía de repente abatido al recordar.
- ¿Sabe, madre? Nunca le he dicho esto pero… siempre envidié a Sebastián.
- ¿Por qué...?
- Porque su padre era Raimundo y el mío…- se le quebró nuevamente la voz.
Francisca sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos al ver el sufrimiento de su hijo. Por vez primera, tragó todo su orgullo y se acercó a él para acariciarle el rostro.
- Mi niño…- susurró.- No… debes envidiar a Sebastián. Porque tu padre… también te quiere muchísimo.
Tristán la miró sin entender.
- ¿Qué está diciendo, madre? Padre era un…maldito…
- No… Tristán. Ese… maldito, no te dio su sangre. Tu verdadero padre… sí te la dio. Una vez, dos veces y… lo haría un millón de veces más.
Tristán sintió que se formaba un nudo en su garganta.
- Madre…
- Sí, Tristán. Tus apellidos no son Castro Montenegro sino… Ulloa Montenegro.
#283
27/07/2011 21:46
Ojalá todo esto pasase en la serie... que grandes tus relatos!!
#284
27/07/2011 23:14
- Sí, Tristán. Tus apellidos no son Castro Montenegro sino… Ulloa Montenegro.
El corazón de Tristán se detuvo un instante para golpear después con toda su fuerza contra sus costillas. El joven capitán se quedó en silencio, sintiendo un millón de emociones indescriptibles. Ahora empezaba a comprender muchas cosas. Ahora entendía por qué sentía a Sebastián como un hermano. Porque…¡Lo era! Ahora sabía de dónde venía su admiración por el carácter de Raimundo, pese a que en su casa siempre se habían echado pestes sobre él. Tras toda esa abrumadora carga, de repente sintió una salvaje alegría. Raimundo… ¡Raimundo era su padre! No el desgraciado de Salvador Castro. No aquella mala bestia que tanto daño hizo a su madre, a él y a Soledad. Sintió tanta alegría que, en un impulso repentino, se acercó a su madre, la abrazó con toda su alma y la levantó del suelo, girándola en volandas por toda la biblioteca.
- ¡Tristán, espera…!.- Francisca se aferró a él asustada, temiendo acabar aterrizando en el suelo por el arranque del joven. - ¿Te has vuelto loco?
Tristán se tranquilizó y dejó a su madre en el suelo.
- Perdóneme, madre.- le dijo, sin poder disimular una sonrisa de oreja a oreja.- Pero es que… es la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo. Raimundo es… mi padre.
Francisca se quedó sorprendida. Jamás hubiera imaginado que se alegrara tanto de saberlo. Aunque… pensándolo bien, a cualquier persona con un mínimo de sentido común le hubiese alegrado saber que Salvador Castro no era su padre. Tristán volvió a mirarla.
- Madre… ¿Cómo es posible que…?
- Al poco tiempo de que Raimundo me… abandonase.- Francisca tomó aire. Nunca dejaría de sentir ese dolor cada vez que recordaba aquello.- descubrí que estaba embarazada. Por eso me casé con Salvador y te hice pasar por hijo suyo. Si hubiera descubierto la verdad…
No había necesidad de terminar la frase. Tristán meneó la cabeza. Pero dejó de lado cualquier sentimiento negativo. Se inclinó sobre ella, le besó la frente y se encaminó presuroso hacia la puerta.
- ¿A dónde vas, hijo?
- ¿Usted qué cree, madre? A darle las gracias a alguien muy querido… para ambos.- dijo travieso antes de desaparecer.
______________________________________________________
Raimundo se encontraba recogiendo la última mesa del día. Sin embargo, sus pensamientos estaban bastante lejos de allí. Sólo hacía dos días que no veía a Francisca y se sentía como un condenado en prisión. Dios, la necesitaba. Necesitaba verla aunque no fuese más que para pelear. “Mentiroso”- le dijo su conciencia. “- No quieres verla sólo para discutir”. Resopló. Sí, vale, era cierto. Aunque también adoraba sus disputas con ella, lo que deseaba era bien distinto…
- ¿En qué piensas, amigo?
Raimundo se sobresaltó y la jarra de vino que tenía entre las manos se escurrió y estrelló contra el suelo.
- Don Anselmo, ¿será posible? ¿Quiere que me dé un infarto?
El honrado párroco le miró como si pudiese leerle la mente.
- Raimundo, no me eches a mí la culpa. Llevas en las nubes toda la santa tarde. Algo bastante importante debe rondarte la sesera. Y por eso aquí me tienes.
- Vamos, padre, que no me confieso desde que tenía diez años…- dijo Ulloa mordaz.- ¿Qué le hace pensar que voy a hacerlo ahora?
- No te estoy diciendo que lo hagas, hereje. Sólo te estoy diciendo que, como amigo tuyo que soy, me tienes para escucharte o para lo que necesites.
Raimundo cerró un momento los ojos. Sí, sería muy interesante decirle a don Anselmo, -“pues verá, padre, resulta que estoy enamorado como un chiquillo de esa loba que es Francisca Montenegro, y llevo así unos treinta años. Y, afortunadamente, ella por fin parece que se ha rendido. Así que lo que me ronda la sesera es cómo acabar… de rematar la faena.”
- Don Anselmo, se lo agradezco, de veras, pero no es nada… importante.
El sacerdote le miró fijamente.
- Raimundo, te conozco. Si no me quieres decir nada no lo digas. Pero cualquiera diría que…
- ¿Cualquiera diría que…?- continuó Raimundo, nervioso.
- Pues que pareces un zagal que ha cometido una travesura o que ya la ha cometido y no sabe cómo ocultarlo.- terminó el sagaz párroco.
Raimundo recordó la escena de la plaza. “-Condenado don Anselmo”- pensó. Sabía que aquel viejo zorro debió notar algo raro aquel día. Pues se iba a quedar con las ganas de saberlo…
Antes de que pudiese replicar, otra presencia les interrumpió. Raimundo se volvió y vio que Tristán entraba en la casa de comidas. Sintió una sacudida en su corazón.
- Buenas noches.- saludó cortés.- Don Anselmo. Raimundo.- miró al dueño de la posada sin pestañear.
- Buenas noches, Tristán, ¿qué se te ofrece?- preguntó Raimundo.
- Pues, si no es mucha molestia, me gustaría hablar con usted… en privado.- dijo el joven capitán.
- Bueno, señores, les dejo. Queden con Dios. Buenas noches.- se despidió Don Anselmo.
Raimundo despidió a los últimos parroquianos y, finalmente, cerró la casa de comidas.
- ¿Te apetece tomar algo?- preguntó a Tristán.
- No gracias.- contestó cortés el aludido.
Raimundo tomó asiento frente al él.
- Me alegro de saber que ya estás completamente restablecido.
- Y yo me alegro de saber que usted también lo está.
Raimundo sonrió.
- Bueno, dime. ¿De qué tenías que hablarme?
Tristán contempló a su padre. ¡Su padre! Sentía que le costaba demasiado hablar. Lo único que quería era abrazarle.
- ¿Qué te ocurre, Tristán?- preguntó Raimundo preocupado, apoyando una reconfortante mano en su brazo. Tristán tragó saliva antes de hablar, procurando dominar el temblor que le estaba asaltando.
- ¿Puedo…pedirle un favor?
- Por supuesto.-contestó Raimundo, de inmediato.
- ¿Podría… darme un… abrazo?
Raimundo se quedó de piedra ante la petición. Tristán ya no parecía el orgulloso capitán Montenegro, sino que le recordaba mucho a aquel niño sensible, de enormes ojos castaños, que jugaba con Sebastián y al que de vez en cuando consolaba después de que se escapara de las palizas de su padre. Sintió que hervía de rabia ante el dolor de su hijo. No dijo ni una palabra. Raimundo se levantó con tanto ímpetu que tiró la silla al suelo. Se acercó a Tristán y lo abrazó con todas sus fuerzas.
- Padre… - musitó Tristán en un susurro ahogado por la emoción.
Raimundo sintió las lágrimas acumularse en sus ojos al oír que le llamaba por primera vez así. Lo abrazó más fuerte si cabe, procurando no tocar la herida de su pecho. Sobraban las palabras. Tristán se aferró a él y, por primera vez en mucho tiempo, dejó escapar sus lágrimas amargas para llorar lágrimas de felicidad.
El corazón de Tristán se detuvo un instante para golpear después con toda su fuerza contra sus costillas. El joven capitán se quedó en silencio, sintiendo un millón de emociones indescriptibles. Ahora empezaba a comprender muchas cosas. Ahora entendía por qué sentía a Sebastián como un hermano. Porque…¡Lo era! Ahora sabía de dónde venía su admiración por el carácter de Raimundo, pese a que en su casa siempre se habían echado pestes sobre él. Tras toda esa abrumadora carga, de repente sintió una salvaje alegría. Raimundo… ¡Raimundo era su padre! No el desgraciado de Salvador Castro. No aquella mala bestia que tanto daño hizo a su madre, a él y a Soledad. Sintió tanta alegría que, en un impulso repentino, se acercó a su madre, la abrazó con toda su alma y la levantó del suelo, girándola en volandas por toda la biblioteca.
- ¡Tristán, espera…!.- Francisca se aferró a él asustada, temiendo acabar aterrizando en el suelo por el arranque del joven. - ¿Te has vuelto loco?
Tristán se tranquilizó y dejó a su madre en el suelo.
- Perdóneme, madre.- le dijo, sin poder disimular una sonrisa de oreja a oreja.- Pero es que… es la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo. Raimundo es… mi padre.
Francisca se quedó sorprendida. Jamás hubiera imaginado que se alegrara tanto de saberlo. Aunque… pensándolo bien, a cualquier persona con un mínimo de sentido común le hubiese alegrado saber que Salvador Castro no era su padre. Tristán volvió a mirarla.
- Madre… ¿Cómo es posible que…?
- Al poco tiempo de que Raimundo me… abandonase.- Francisca tomó aire. Nunca dejaría de sentir ese dolor cada vez que recordaba aquello.- descubrí que estaba embarazada. Por eso me casé con Salvador y te hice pasar por hijo suyo. Si hubiera descubierto la verdad…
No había necesidad de terminar la frase. Tristán meneó la cabeza. Pero dejó de lado cualquier sentimiento negativo. Se inclinó sobre ella, le besó la frente y se encaminó presuroso hacia la puerta.
- ¿A dónde vas, hijo?
- ¿Usted qué cree, madre? A darle las gracias a alguien muy querido… para ambos.- dijo travieso antes de desaparecer.
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Raimundo se encontraba recogiendo la última mesa del día. Sin embargo, sus pensamientos estaban bastante lejos de allí. Sólo hacía dos días que no veía a Francisca y se sentía como un condenado en prisión. Dios, la necesitaba. Necesitaba verla aunque no fuese más que para pelear. “Mentiroso”- le dijo su conciencia. “- No quieres verla sólo para discutir”. Resopló. Sí, vale, era cierto. Aunque también adoraba sus disputas con ella, lo que deseaba era bien distinto…
- ¿En qué piensas, amigo?
Raimundo se sobresaltó y la jarra de vino que tenía entre las manos se escurrió y estrelló contra el suelo.
- Don Anselmo, ¿será posible? ¿Quiere que me dé un infarto?
El honrado párroco le miró como si pudiese leerle la mente.
- Raimundo, no me eches a mí la culpa. Llevas en las nubes toda la santa tarde. Algo bastante importante debe rondarte la sesera. Y por eso aquí me tienes.
- Vamos, padre, que no me confieso desde que tenía diez años…- dijo Ulloa mordaz.- ¿Qué le hace pensar que voy a hacerlo ahora?
- No te estoy diciendo que lo hagas, hereje. Sólo te estoy diciendo que, como amigo tuyo que soy, me tienes para escucharte o para lo que necesites.
Raimundo cerró un momento los ojos. Sí, sería muy interesante decirle a don Anselmo, -“pues verá, padre, resulta que estoy enamorado como un chiquillo de esa loba que es Francisca Montenegro, y llevo así unos treinta años. Y, afortunadamente, ella por fin parece que se ha rendido. Así que lo que me ronda la sesera es cómo acabar… de rematar la faena.”
- Don Anselmo, se lo agradezco, de veras, pero no es nada… importante.
El sacerdote le miró fijamente.
- Raimundo, te conozco. Si no me quieres decir nada no lo digas. Pero cualquiera diría que…
- ¿Cualquiera diría que…?- continuó Raimundo, nervioso.
- Pues que pareces un zagal que ha cometido una travesura o que ya la ha cometido y no sabe cómo ocultarlo.- terminó el sagaz párroco.
Raimundo recordó la escena de la plaza. “-Condenado don Anselmo”- pensó. Sabía que aquel viejo zorro debió notar algo raro aquel día. Pues se iba a quedar con las ganas de saberlo…
Antes de que pudiese replicar, otra presencia les interrumpió. Raimundo se volvió y vio que Tristán entraba en la casa de comidas. Sintió una sacudida en su corazón.
- Buenas noches.- saludó cortés.- Don Anselmo. Raimundo.- miró al dueño de la posada sin pestañear.
- Buenas noches, Tristán, ¿qué se te ofrece?- preguntó Raimundo.
- Pues, si no es mucha molestia, me gustaría hablar con usted… en privado.- dijo el joven capitán.
- Bueno, señores, les dejo. Queden con Dios. Buenas noches.- se despidió Don Anselmo.
Raimundo despidió a los últimos parroquianos y, finalmente, cerró la casa de comidas.
- ¿Te apetece tomar algo?- preguntó a Tristán.
- No gracias.- contestó cortés el aludido.
Raimundo tomó asiento frente al él.
- Me alegro de saber que ya estás completamente restablecido.
- Y yo me alegro de saber que usted también lo está.
Raimundo sonrió.
- Bueno, dime. ¿De qué tenías que hablarme?
Tristán contempló a su padre. ¡Su padre! Sentía que le costaba demasiado hablar. Lo único que quería era abrazarle.
- ¿Qué te ocurre, Tristán?- preguntó Raimundo preocupado, apoyando una reconfortante mano en su brazo. Tristán tragó saliva antes de hablar, procurando dominar el temblor que le estaba asaltando.
- ¿Puedo…pedirle un favor?
- Por supuesto.-contestó Raimundo, de inmediato.
- ¿Podría… darme un… abrazo?
Raimundo se quedó de piedra ante la petición. Tristán ya no parecía el orgulloso capitán Montenegro, sino que le recordaba mucho a aquel niño sensible, de enormes ojos castaños, que jugaba con Sebastián y al que de vez en cuando consolaba después de que se escapara de las palizas de su padre. Sintió que hervía de rabia ante el dolor de su hijo. No dijo ni una palabra. Raimundo se levantó con tanto ímpetu que tiró la silla al suelo. Se acercó a Tristán y lo abrazó con todas sus fuerzas.
- Padre… - musitó Tristán en un susurro ahogado por la emoción.
Raimundo sintió las lágrimas acumularse en sus ojos al oír que le llamaba por primera vez así. Lo abrazó más fuerte si cabe, procurando no tocar la herida de su pecho. Sobraban las palabras. Tristán se aferró a él y, por primera vez en mucho tiempo, dejó escapar sus lágrimas amargas para llorar lágrimas de felicidad.
#285
27/07/2011 23:36
joooooooooooo ha sido precioso, he llorado de emoción, por fin padre e hijo reunidos y falta que Sebastián se entere que eso ya será la bomba y mi Francisca...que terca que es por favor, tengo ganas de leer como se las apaña Raimundo para que ella se rinda del todo y sin condiciones, yo creo , por si no lo ha dicho nadie que un CHOZOENCENTRO en condiciones allanaría mucho el camino.
sigue un poquito más por fis andaaaaaaaaaaa
sigue un poquito más por fis andaaaaaaaaaaa
#286
28/07/2011 01:12
Chicas, el chozoencuentro Ray-Paca no se hará esperar mucho, ¡lo prometo!, jeje. Me despido hasta mañana con otra escenita que me encantaría ver en la serie.
------------------------------------------
Permanecieron inmóviles y abrazados durante unos cuantos minutos. Finalmente, Tristán se removió. Su padre se separó a regañadientes. Se miraron todavía incapaces de hablar.
- Tu madre… ¿Te lo dijo?- preguntó al fin, Raimundo.
Tristán asintió.
- Vaya, es todo un detalle… de su parte.
- Padre… sé que usted la ama. Y ella también le ama. Pero es que… a veces me gustaría atizarle un buen mamporro a la cabeza dura que tiene mi madre, para ver si así se le ablanda de una vez.
Raimundo reprimió una carcajada.
- No te preocupes por la cabeza dura de tu madre, muchacho. Yo la tengo más dura que ella, si cabe.- le guiñó un ojo, travieso. Después le revolvió el alborotado cabello en una tierna caricia. – No te imaginas la felicidad que supone para mí saber que eres mi hijo… mi muchacho… Tristán.- susurró.
Tristán tragó saliva, embargado por la felicidad.
- El sentimiento es mutuo.
Estaban mirándose, emocionados, cuando Emilia entró, proveniente de la cocina.
- Padre, ¿ha termina…?
Se quedó sorprendida al ver allí a Tristán.
- Emilia, hija. Ve a buscar a tu hermano Sebastián.
- ¿Ocurre algo?
- Tráelo y lo sabrás.
Tristán intercambió una mirada feliz y cómplice con Raimundo. Al poco, apareció nuevamente Emilia, esta vez con Sebastián.
- Tristán, amigo.- se acercó y apoyó las manos en los hombros del joven capitán. – No sabes cuánto me alegro de que ya estés completamente bien.
Tristán miró a Sebastián… a su hermano. También miró a Emilia.
- ¿Qué te ocurre, Tristán?- le preguntó el joven. Emilia también le miraba sin comprender.
- Sentaos un momento, hijos.- dijo Raimundo.
Todos obedecieron. Raimundo inspiró.
- Sebastián, Emilia… vosotros ya sabéis lo que hubo entre… Francisca y yo. Y Tristán también está enterado.
- Sí padre, pero no hable en pasado, que nos conocemos.- dijo la joven Ulloa con algo de resquemor. Le miró,- ¿Qué ocurre, padre? No nos tenga más en ascuas…
- Veréis… Cuando Tristán estaba aún recuperándose, Francisca y yo tuvimos una pequeña… charla.
- ¿En serio se dedicaron sólo a charlar?- preguntó Sebastián fingiendo una sorpresa pícara. Intercambió una mirada con Tristán y los dos hermanos reprimieron la risa. Emilia les fulminó con los ojos. – Perdone, padre.- dijo Sebastián un tanto arrepentido, pero aún intentando no sonreír.
- La cuestión es…- continuó Raimundo, taladrando con los ojos a su hijo menor– que me enteré de… algo. Francisca me contó que, al poco de que yo la abandonase, supo que estaba… embarazada. Inmediatamente después, se casó con Castro e hizo pasar a su primogénito como su hijo.
Sebastián y Emilia se quedaron momentáneamente sin respiración.
- Pero no lo era…- concluyó Tristán, mirando a sus dos hermanos.- Gracias a Dios, no lo era.
Sebastián se levantó. Tragó saliva. Miró a su padre y luego a su… hermano.
- Tristán…
Los que fueron mejores amigos se acercaron el uno al otro y se abrazaron con fuerza, con cariño, como verdaderos hermanos. Otra vez, Tristán sintió una avalancha de emociones. Se separaron.
- Siempre supe que eras mi hermano del alma, Sebastián, pero ahora… no sólo del alma. Sino de sangre.
Tristán sonrió entre las lágrimas. Después se volvió a Emilia.
- Nunca creí tener dos hermanos tan… maravillosos.
- Tristán..- Emilia se abrazó a su recién descubierto hermano. Se les unió Sebastián. Mientras tanto, Raimundo, presa de una incontenible emoción, les miraba. Finalmente se separaron.
- Bienvenido a la familia, hijo.- dijo Raimundo.
- Eso – secundó Sebastián.- Bienvenido, Tristán Ulloa Montenegro.
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Permanecieron inmóviles y abrazados durante unos cuantos minutos. Finalmente, Tristán se removió. Su padre se separó a regañadientes. Se miraron todavía incapaces de hablar.
- Tu madre… ¿Te lo dijo?- preguntó al fin, Raimundo.
Tristán asintió.
- Vaya, es todo un detalle… de su parte.
- Padre… sé que usted la ama. Y ella también le ama. Pero es que… a veces me gustaría atizarle un buen mamporro a la cabeza dura que tiene mi madre, para ver si así se le ablanda de una vez.
Raimundo reprimió una carcajada.
- No te preocupes por la cabeza dura de tu madre, muchacho. Yo la tengo más dura que ella, si cabe.- le guiñó un ojo, travieso. Después le revolvió el alborotado cabello en una tierna caricia. – No te imaginas la felicidad que supone para mí saber que eres mi hijo… mi muchacho… Tristán.- susurró.
Tristán tragó saliva, embargado por la felicidad.
- El sentimiento es mutuo.
Estaban mirándose, emocionados, cuando Emilia entró, proveniente de la cocina.
- Padre, ¿ha termina…?
Se quedó sorprendida al ver allí a Tristán.
- Emilia, hija. Ve a buscar a tu hermano Sebastián.
- ¿Ocurre algo?
- Tráelo y lo sabrás.
Tristán intercambió una mirada feliz y cómplice con Raimundo. Al poco, apareció nuevamente Emilia, esta vez con Sebastián.
- Tristán, amigo.- se acercó y apoyó las manos en los hombros del joven capitán. – No sabes cuánto me alegro de que ya estés completamente bien.
Tristán miró a Sebastián… a su hermano. También miró a Emilia.
- ¿Qué te ocurre, Tristán?- le preguntó el joven. Emilia también le miraba sin comprender.
- Sentaos un momento, hijos.- dijo Raimundo.
Todos obedecieron. Raimundo inspiró.
- Sebastián, Emilia… vosotros ya sabéis lo que hubo entre… Francisca y yo. Y Tristán también está enterado.
- Sí padre, pero no hable en pasado, que nos conocemos.- dijo la joven Ulloa con algo de resquemor. Le miró,- ¿Qué ocurre, padre? No nos tenga más en ascuas…
- Veréis… Cuando Tristán estaba aún recuperándose, Francisca y yo tuvimos una pequeña… charla.
- ¿En serio se dedicaron sólo a charlar?- preguntó Sebastián fingiendo una sorpresa pícara. Intercambió una mirada con Tristán y los dos hermanos reprimieron la risa. Emilia les fulminó con los ojos. – Perdone, padre.- dijo Sebastián un tanto arrepentido, pero aún intentando no sonreír.
- La cuestión es…- continuó Raimundo, taladrando con los ojos a su hijo menor– que me enteré de… algo. Francisca me contó que, al poco de que yo la abandonase, supo que estaba… embarazada. Inmediatamente después, se casó con Castro e hizo pasar a su primogénito como su hijo.
Sebastián y Emilia se quedaron momentáneamente sin respiración.
- Pero no lo era…- concluyó Tristán, mirando a sus dos hermanos.- Gracias a Dios, no lo era.
Sebastián se levantó. Tragó saliva. Miró a su padre y luego a su… hermano.
- Tristán…
Los que fueron mejores amigos se acercaron el uno al otro y se abrazaron con fuerza, con cariño, como verdaderos hermanos. Otra vez, Tristán sintió una avalancha de emociones. Se separaron.
- Siempre supe que eras mi hermano del alma, Sebastián, pero ahora… no sólo del alma. Sino de sangre.
Tristán sonrió entre las lágrimas. Después se volvió a Emilia.
- Nunca creí tener dos hermanos tan… maravillosos.
- Tristán..- Emilia se abrazó a su recién descubierto hermano. Se les unió Sebastián. Mientras tanto, Raimundo, presa de una incontenible emoción, les miraba. Finalmente se separaron.
- Bienvenido a la familia, hijo.- dijo Raimundo.
- Eso – secundó Sebastián.- Bienvenido, Tristán Ulloa Montenegro.
#287
28/07/2011 01:14
eres muy grande escribiendo esto y que todas nos emocionemos, de verdad.
te felicito, muchas gracias lnaeowyn por este magnifico relato, cada vez me dejas mas sin palabras!! sigue siiiigueee
te felicito, muchas gracias lnaeowyn por este magnifico relato, cada vez me dejas mas sin palabras!! sigue siiiigueee
#288
28/07/2011 01:54
Me quito el sombrero. Sabes captar a la perfección la forma de hablar y de actuar de cada uno de ellos, y las escenas han sido tan tiernas, tan graciosas pero tan intensas... Chapó.
#289
28/07/2011 11:45
Me encanta tu historia, escribes genial. ya podían tomar nota los guionistas porque últimamente la serie deja bastante que desear...
#290
28/07/2011 13:58
#291
28/07/2011 14:00
Edito
#292
28/07/2011 16:23
Diooos, Thirrd, me encanta esa footooo, jajajaja. Cada cuál con pose más orgullosa. La Paca dándole la espalda y Ray con cara de... "no me importa". Es una foto genial. A ver si llega el día en que tenemos otra foto digamos... algo así: Raimundo acorralándola e intentando besarla, y ella intentando escapar, jajajaja.
Voy a ponerme con mi relato... que creo que me ha venido la inspiración. ;-)
Voy a ponerme con mi relato... que creo que me ha venido la inspiración. ;-)
#293
28/07/2011 16:27
Ojala ojala ponto tengamos una escena o foto así
#294
28/07/2011 18:26
Ya falta menos... ;-)
A la tarde siguiente, Tristán y Sebastián se encontraban en la conservera, revisando papeles y haciendo el inventario de la semana. Desde que habían descubierto que eran hermanos, apenas se separaban. Tristán se encontraba feliz como nunca lo había sido. Siempre que podía, se escabullía de la Casona para acercarse a la casa de comidas para charlar con su padre y su hermana Emilia. Aquel mismo día, sin ir más lejos, había comido con ellos, sintiéndose por primera vez en familia. Incluso Soledad, cuando se enteró, se sintió extremadamente feliz por él. La pobre muchacha le felicitó, aunque no podía evitar sentirse triste al pensar que ella no era tan afortunada como su hermano. Pero Raimundo, en un arranque de nobleza al intuir los pensamientos de la joven, le aseguró que ella también pertenecía a la familia. Emilia se encargó de cumplirlo, y cuando sus deberes se lo permitían, ella y Pepa siempre acompañaban a Soledad.
Tristán dejó un momento de remover los papeles.
- Sebastián.
- Dime, hermano.
- Llevo varios días dándole vueltas a un asunto en la cabeza.
El Ulloa más joven levantó la cabeza del escritorio.
- Tristán, que te conozco. No me digas que andas otra vez con la idea de meterte en los asuntos de padre y doña Francisca.
Tristán sonrió. Su hermano puso los ojos en blanco.
- Sólo estaba pensando en darles un pequeño… empujoncito.- dijo Tristán.
- ¿Un pequeño empujoncito?- repitió Sebastián, alzando una ceja.
- Yo creo que lo que necesitan es un poco de intimidad.
La mandíbula de Sebastián se descolgó involuntariamente. Tristán reprimió una risa al ver la cara con la que le estaba mirando.
- Tristán… dime que no estás pensando hacer lo que creo que estás pensando.
- Vamos, hermano.- replicó el joven capitán.- ¿Acaso no es cierto? Cualquier pareja de enamorados necesita… espacio. Y más ellos, que llevan casi treinta años sin…
Sebastián se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Tristán, que son nuestros padres! ¿Cómo puedes hablar de algo así con tanto… desparpajo??
Los dos hermanos se miraron. Pese a su intento de mostrarse escandalizado, Sebastián admitió que Tristán tenía bastante razón. Finalmente, acabaron por echarse a reír.
- Y, dime – continuó Sebastián. - ¿Hay alguna idea que te ronda la cabeza para solucionar… este asunto?- preguntó, conspirador.
- Vaya, parece que ahora al casto Sebastián le parece bien la idea…- replicó Tristán burlón.- bajó la cabeza para esquivar la bola de papel que le lanzó su hermano en represalia.
- Bueno, admito que tienes razón. Pero… ¿no crees que ya se las apañarán ellos para encontrar algo de… intimidad?
- Me gustaría saber cómo…- replicó su hermano.- En la Casona hay espacio, cierto, pero entre el servicio, don Anselmo, que se presenta allí sin avisar, el alcalde, Martín…
- Sí, lo he captado. Y la casa de comidas… tampoco es una buena idea. Emilia siempre está allí y si los pilla… Es que no quiero ni imaginarlo.
Se quedaron pensativos.
- Oye, ¿y aquí, en la conservera? – sugirió Sebastián.
A Tristán se le iluminó el rostro.
- Sí, es una gran idea. Aquí casi nunca hay nadie. Los braceros están en el campo, lejos, con Mauricio…
- Y los clientes y proveedores nunca vienen por la tarde..- terminó Sebastián.
Tristán sonrió como un niño a punto de hacer una travesura. Sebastián le imitó, pero después sintió remordimientos.
- Tristán… ¿Estás seguro de que… esto es una buena idea?
- Por supuesto que lo es. Mi madre tiene la cabeza tan dura como el pedernal. Pero estoy seguro de que una noche romántica podrá ablandársela un poco. Tenemos que organizarnos. Yo le diré a padre que tú le estás esperando aquí, que necesitas hablar con él. Y tú irás a junto de mi madre para decirle que yo quiero hablar con ella, aquí.
- ¿Por qué tengo que ir yo a avisar a tu madre y no a padre?- preguntó Sebastián con cara de “no es justo” – Enseguida sabrá que estoy tramando algo.
- Lo sabrá antes si se lo digo yo. Es mi madre, hermano, y te aseguro que puede leer mejor mi rostro que el tuyo. Procura decírselo sin muchos rodeos, porque si te enreda en una conversación, estamos perdidos.
- Está bien…- resopló Sebastián.
Los dos hermanos guardaron los papeles y salieron, cerrando la puerta.
A la tarde siguiente, Tristán y Sebastián se encontraban en la conservera, revisando papeles y haciendo el inventario de la semana. Desde que habían descubierto que eran hermanos, apenas se separaban. Tristán se encontraba feliz como nunca lo había sido. Siempre que podía, se escabullía de la Casona para acercarse a la casa de comidas para charlar con su padre y su hermana Emilia. Aquel mismo día, sin ir más lejos, había comido con ellos, sintiéndose por primera vez en familia. Incluso Soledad, cuando se enteró, se sintió extremadamente feliz por él. La pobre muchacha le felicitó, aunque no podía evitar sentirse triste al pensar que ella no era tan afortunada como su hermano. Pero Raimundo, en un arranque de nobleza al intuir los pensamientos de la joven, le aseguró que ella también pertenecía a la familia. Emilia se encargó de cumplirlo, y cuando sus deberes se lo permitían, ella y Pepa siempre acompañaban a Soledad.
Tristán dejó un momento de remover los papeles.
- Sebastián.
- Dime, hermano.
- Llevo varios días dándole vueltas a un asunto en la cabeza.
El Ulloa más joven levantó la cabeza del escritorio.
- Tristán, que te conozco. No me digas que andas otra vez con la idea de meterte en los asuntos de padre y doña Francisca.
Tristán sonrió. Su hermano puso los ojos en blanco.
- Sólo estaba pensando en darles un pequeño… empujoncito.- dijo Tristán.
- ¿Un pequeño empujoncito?- repitió Sebastián, alzando una ceja.
- Yo creo que lo que necesitan es un poco de intimidad.
La mandíbula de Sebastián se descolgó involuntariamente. Tristán reprimió una risa al ver la cara con la que le estaba mirando.
- Tristán… dime que no estás pensando hacer lo que creo que estás pensando.
- Vamos, hermano.- replicó el joven capitán.- ¿Acaso no es cierto? Cualquier pareja de enamorados necesita… espacio. Y más ellos, que llevan casi treinta años sin…
Sebastián se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Tristán, que son nuestros padres! ¿Cómo puedes hablar de algo así con tanto… desparpajo??
Los dos hermanos se miraron. Pese a su intento de mostrarse escandalizado, Sebastián admitió que Tristán tenía bastante razón. Finalmente, acabaron por echarse a reír.
- Y, dime – continuó Sebastián. - ¿Hay alguna idea que te ronda la cabeza para solucionar… este asunto?- preguntó, conspirador.
- Vaya, parece que ahora al casto Sebastián le parece bien la idea…- replicó Tristán burlón.- bajó la cabeza para esquivar la bola de papel que le lanzó su hermano en represalia.
- Bueno, admito que tienes razón. Pero… ¿no crees que ya se las apañarán ellos para encontrar algo de… intimidad?
- Me gustaría saber cómo…- replicó su hermano.- En la Casona hay espacio, cierto, pero entre el servicio, don Anselmo, que se presenta allí sin avisar, el alcalde, Martín…
- Sí, lo he captado. Y la casa de comidas… tampoco es una buena idea. Emilia siempre está allí y si los pilla… Es que no quiero ni imaginarlo.
Se quedaron pensativos.
- Oye, ¿y aquí, en la conservera? – sugirió Sebastián.
A Tristán se le iluminó el rostro.
- Sí, es una gran idea. Aquí casi nunca hay nadie. Los braceros están en el campo, lejos, con Mauricio…
- Y los clientes y proveedores nunca vienen por la tarde..- terminó Sebastián.
Tristán sonrió como un niño a punto de hacer una travesura. Sebastián le imitó, pero después sintió remordimientos.
- Tristán… ¿Estás seguro de que… esto es una buena idea?
- Por supuesto que lo es. Mi madre tiene la cabeza tan dura como el pedernal. Pero estoy seguro de que una noche romántica podrá ablandársela un poco. Tenemos que organizarnos. Yo le diré a padre que tú le estás esperando aquí, que necesitas hablar con él. Y tú irás a junto de mi madre para decirle que yo quiero hablar con ella, aquí.
- ¿Por qué tengo que ir yo a avisar a tu madre y no a padre?- preguntó Sebastián con cara de “no es justo” – Enseguida sabrá que estoy tramando algo.
- Lo sabrá antes si se lo digo yo. Es mi madre, hermano, y te aseguro que puede leer mejor mi rostro que el tuyo. Procura decírselo sin muchos rodeos, porque si te enreda en una conversación, estamos perdidos.
- Está bien…- resopló Sebastián.
Los dos hermanos guardaron los papeles y salieron, cerrando la puerta.
#295
28/07/2011 21:25
Sebastián tomó aire y llamó a la puerta de la Casona. El rostro de Mariana apareció tras la puerta y al verle, enrojeció de inmediato.
- Sebastián…
Por un momento, el joven olvidó a qué había venido. Recordó el beso interrumpido por doña Francisca. El muchacho tragó saliva.
- Mariana, yo… yo…quería decirte que…
“Eres la locuacidad en persona, amigo”- le dijo una voz dentro de él. Sacudió la cabeza. Mariana sonrió. Sin poder evitarlo y por primera vez en su vida, dejó a un lado la timidez, se acercó al joven, le abrazó con muchísima ternura y se separó. Tras mirarle a los ojos, acarició su rostro y sin más, le besó dulcemente. Tristán sintió que estallaban fuegos artificiales en su corazón. La abrazó y le devolvió el beso. Pero antes de que el peligro de ser descubiertos apareciese, Mariana se apartó con suavidad.
- ¿Ya recuerdas mejor lo que ibas a decir?- preguntó la chica con una sonrisa.
- Yo…- de repente, pareció acordarse de su propósito de acercarse a la Casona a aquellas horas.- Mariana…tengo que… hablar con doña Francisca y…
La muchacha pareció algo alicaída tras la respuesta.
- Ahora mismo se lo diré.- dijo. Antes de que se diera la vuelta, apesadumbrada, Sebastián miró a derecha e izquierda, la tomó de la mano y la besó apasionadamente. Cuando se separaron, Mariana, tremendamente sofocada pero mucho más feliz, corrió al despacho.
- Toc, toc.
- Adelante.
Francisca levantó la mirada al ver a una extrañamente ruborizada Mariana.
- Señora, lamento molestarla, pero tiene visita.
- Déjame adivinar…- dijo Francisca, malvada.- ¿Sebastián Ulloa?
- S..sí señora.- Francisca intentó contener una sonrisa al ver que el rostro de la joven adquiría el color de las granadas.
- ¿Y qué le trae a estas horas por aquí?- murmuró, más para sí misma que para Mariana,.- Hazle pasar.
Sebastián tragó saliva en cuanto Francisca Montenegro alzó la mirada hacia él. Sabía que estaba metido en un buen lío… del que no sabía cómo salir. –“Voy a matar a Tristán”- pensó.
- Querido Sebastián, ¿a qué debemos el placer de tu visita a casi la hora de la cena?
- Buenas noches, doña Francisca.- dijo el joven.- Yo sólo venía a informarle de que Tristán quiere hablar con usted y…un proveedor. Están esperándola en la conservera.
Francisca alzó una ceja.
- ¿Ahora? ¿Desde cuándo se presentan proveedores a estas horas?- preguntó, desconfiada.
- “Piensa, Sebastián, por tu padre, piensa”- Sebastián mantuvo imperturbable el rostro ante la inquisidora mirada de la Doña. – Tiene razón, pero este proveedor es un cliente alemán, que se encuentra de viaje hacia Madrid. Pernoctará esta noche en la Puebla y allí le han hablado de nuestra empresa. Al parecer se encuentra bastante interesado en importar nuestro género, especialmente las hortalizas. Está dispuesto a pagar considerablemente bien.
Francisca escuchó atentamente a Sebastián. Cualquier sospecha pareció haberse esfumado de su mente al oír la última frase.
- Vaya, eso es una gran noticia. Muy bien, ahora mismo me acercaré. Gracias, Sebastián.
Sebastián se inclinó, cortésmente.
- Buenas noches.
El joven Ulloa abandonó la Casona precipitadamente, tras darle un beso igual de precipitado a una sorprendida Mariana. Sólo cuando estuvo en el camino de Puente Viejo, dejó escapar el aire que había estado conteniendo.
Mientras tanto, en la casa de comidas, Tristán se devanaba los sesos intentando pensar una coartada certera para que Raimundo saliese de allí justo cuando más clientes había. Emilia había ido a buscar a su padre después de que él se lo pidiese. Podía ver en el semblante de su hermana que ella misma barruntaba algo. “-Espero que a Sebastián se le esté dando mejor”- pensó.
- Tristán, hijo, ¿qué ocurre?
El aludido se giró.
- Pues verá, padre, Sebastián quiere hablar con usted.- dijo, sin pensárselo.
Raimundo alzó una ceja.
- ¿Sobre algún tema en particular?
- Pues…- “Vamos, vamos, ¡piensa algo!- Creo que es un tema…personal.
- ¿Se ha metido en algún lío?- preguntó, algo preocupado.
- No, no es eso, quede tranquilo. Pero…a decir verdad… yo creo que hay una muchacha de por medio. Creo que está enamorado. Y me preocupa, porque, aunque le he preguntado, nada quiere contarme.
Raimundo alzó la otra ceja.
- Pero si contigo tiene muchísima confianza… Dudo que si no te lo quiere contar a ti, quiera contármelo a mí.
- La cuestión es que allá esta, en la conservera, esperándole. Me dijo que viniera a decírselo.
- ¿En la conservera? ¿A estas horas?- Raimundo meneó la cabeza.- Este muchacho tiene mermelada en la sesera…No puedo dejar la casa de comidas ahora. La pobre Emilia no da abasto. Dile que mañana hablaré con él.
- ¡No!...- Tristán intentó callarse demasiado tarde.- Es que… tiene que ser ahora.
Raimundo miró fijamente a su hijo mayor. –“Idiota, idiota, idiota, seguro que sospecha algo”- se recriminó a sí mismo Tristán. Su padre seguía mirándole cuidadosamente.
- ¿Tan importante es que vaya?- preguntó sagaz.
- Importantísimo.- respondió el joven.
- Muy bien.- se quitó el delantal y se lo dio a un sorprendido Tristán.- Emilia, marcho un momento. Tristán se quedará en mi lugar.
- ¿Cómo?- preguntó un atónito Tristán.- Pero padre, yo no…
- No te preocupes, muchacho. Tú sólo obedece a tu hermana… sin rechistar.- dijo, guiñándole un ojo.
Raimundo Ulloa desapareció tras la puerta de la casa de comidas antes de que Tristán o Emilia pudiesen replicar.
- Sebastián…
Por un momento, el joven olvidó a qué había venido. Recordó el beso interrumpido por doña Francisca. El muchacho tragó saliva.
- Mariana, yo… yo…quería decirte que…
“Eres la locuacidad en persona, amigo”- le dijo una voz dentro de él. Sacudió la cabeza. Mariana sonrió. Sin poder evitarlo y por primera vez en su vida, dejó a un lado la timidez, se acercó al joven, le abrazó con muchísima ternura y se separó. Tras mirarle a los ojos, acarició su rostro y sin más, le besó dulcemente. Tristán sintió que estallaban fuegos artificiales en su corazón. La abrazó y le devolvió el beso. Pero antes de que el peligro de ser descubiertos apareciese, Mariana se apartó con suavidad.
- ¿Ya recuerdas mejor lo que ibas a decir?- preguntó la chica con una sonrisa.
- Yo…- de repente, pareció acordarse de su propósito de acercarse a la Casona a aquellas horas.- Mariana…tengo que… hablar con doña Francisca y…
La muchacha pareció algo alicaída tras la respuesta.
- Ahora mismo se lo diré.- dijo. Antes de que se diera la vuelta, apesadumbrada, Sebastián miró a derecha e izquierda, la tomó de la mano y la besó apasionadamente. Cuando se separaron, Mariana, tremendamente sofocada pero mucho más feliz, corrió al despacho.
- Toc, toc.
- Adelante.
Francisca levantó la mirada al ver a una extrañamente ruborizada Mariana.
- Señora, lamento molestarla, pero tiene visita.
- Déjame adivinar…- dijo Francisca, malvada.- ¿Sebastián Ulloa?
- S..sí señora.- Francisca intentó contener una sonrisa al ver que el rostro de la joven adquiría el color de las granadas.
- ¿Y qué le trae a estas horas por aquí?- murmuró, más para sí misma que para Mariana,.- Hazle pasar.
Sebastián tragó saliva en cuanto Francisca Montenegro alzó la mirada hacia él. Sabía que estaba metido en un buen lío… del que no sabía cómo salir. –“Voy a matar a Tristán”- pensó.
- Querido Sebastián, ¿a qué debemos el placer de tu visita a casi la hora de la cena?
- Buenas noches, doña Francisca.- dijo el joven.- Yo sólo venía a informarle de que Tristán quiere hablar con usted y…un proveedor. Están esperándola en la conservera.
Francisca alzó una ceja.
- ¿Ahora? ¿Desde cuándo se presentan proveedores a estas horas?- preguntó, desconfiada.
- “Piensa, Sebastián, por tu padre, piensa”- Sebastián mantuvo imperturbable el rostro ante la inquisidora mirada de la Doña. – Tiene razón, pero este proveedor es un cliente alemán, que se encuentra de viaje hacia Madrid. Pernoctará esta noche en la Puebla y allí le han hablado de nuestra empresa. Al parecer se encuentra bastante interesado en importar nuestro género, especialmente las hortalizas. Está dispuesto a pagar considerablemente bien.
Francisca escuchó atentamente a Sebastián. Cualquier sospecha pareció haberse esfumado de su mente al oír la última frase.
- Vaya, eso es una gran noticia. Muy bien, ahora mismo me acercaré. Gracias, Sebastián.
Sebastián se inclinó, cortésmente.
- Buenas noches.
El joven Ulloa abandonó la Casona precipitadamente, tras darle un beso igual de precipitado a una sorprendida Mariana. Sólo cuando estuvo en el camino de Puente Viejo, dejó escapar el aire que había estado conteniendo.
Mientras tanto, en la casa de comidas, Tristán se devanaba los sesos intentando pensar una coartada certera para que Raimundo saliese de allí justo cuando más clientes había. Emilia había ido a buscar a su padre después de que él se lo pidiese. Podía ver en el semblante de su hermana que ella misma barruntaba algo. “-Espero que a Sebastián se le esté dando mejor”- pensó.
- Tristán, hijo, ¿qué ocurre?
El aludido se giró.
- Pues verá, padre, Sebastián quiere hablar con usted.- dijo, sin pensárselo.
Raimundo alzó una ceja.
- ¿Sobre algún tema en particular?
- Pues…- “Vamos, vamos, ¡piensa algo!- Creo que es un tema…personal.
- ¿Se ha metido en algún lío?- preguntó, algo preocupado.
- No, no es eso, quede tranquilo. Pero…a decir verdad… yo creo que hay una muchacha de por medio. Creo que está enamorado. Y me preocupa, porque, aunque le he preguntado, nada quiere contarme.
Raimundo alzó la otra ceja.
- Pero si contigo tiene muchísima confianza… Dudo que si no te lo quiere contar a ti, quiera contármelo a mí.
- La cuestión es que allá esta, en la conservera, esperándole. Me dijo que viniera a decírselo.
- ¿En la conservera? ¿A estas horas?- Raimundo meneó la cabeza.- Este muchacho tiene mermelada en la sesera…No puedo dejar la casa de comidas ahora. La pobre Emilia no da abasto. Dile que mañana hablaré con él.
- ¡No!...- Tristán intentó callarse demasiado tarde.- Es que… tiene que ser ahora.
Raimundo miró fijamente a su hijo mayor. –“Idiota, idiota, idiota, seguro que sospecha algo”- se recriminó a sí mismo Tristán. Su padre seguía mirándole cuidadosamente.
- ¿Tan importante es que vaya?- preguntó sagaz.
- Importantísimo.- respondió el joven.
- Muy bien.- se quitó el delantal y se lo dio a un sorprendido Tristán.- Emilia, marcho un momento. Tristán se quedará en mi lugar.
- ¿Cómo?- preguntó un atónito Tristán.- Pero padre, yo no…
- No te preocupes, muchacho. Tú sólo obedece a tu hermana… sin rechistar.- dijo, guiñándole un ojo.
Raimundo Ulloa desapareció tras la puerta de la casa de comidas antes de que Tristán o Emilia pudiesen replicar.
#296
28/07/2011 21:28
En la conservera, una furiosa Francisca Montenegro se paseaba por el despacho donde se suponía que la estarían esperando Tristán y el proveedor alemán. –“Voy a matar a Sebastián”- Pensó. ¿Cómo había osado hacerla salir de su casa a aquellas horas para encontrarse con… nada? ¿Qué clase de broma era aquella? De pronto, una puerta entreabierta llamó su atención. Se acercó y la empujó. Al otro lado había una pequeña habitación con una vela prendida. Frunció el ceño. Había una hermosa rosa roja en el centro del lecho. Y bajo la rosa había una carta que reconoció inmediatamente. Era una de las cartas de Raimundo. Pero…¿Cómo demonios había llegado hasta allí esa carta? Ella las había quemado todas.
- ¿Qué demonios significa todo esto?- se preguntó, totalmente confundida.
Salió del cuarto, cerrando la puerta. De pronto, alguien llamó a la puerta del despacho. Se sintió aliviada, pensando que tal vez se tratase de Tristán y el proveedor.
- Adelante.
La puerta se abrió. Francisca sintió que la boca se le abría y el corazón se le paraba al ver a…
- ¡Raimundo!
Él la miró, sin comprender.
- Francisca, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está Sebastián?
- Eso me gustaría saber a mí. Cuando le encuentre…¡le retorceré el pescuezo!
Raimundo la miró alzando una ceja. Ella le devolvió la mirada.
- Tu queridísimo hijo vino hasta mi casa a decirme que Tristán me esperaba aquí, para negociar con un “importantísimo” proveedor alemán que estaba dispuesto a pagar generosamente.- explicó, indignada.
- Y claro, tú al oír hablar de cuartos, pues pies para qué os quiero…- dijo Raimundo burlón.
Francisca le echó una mirada asesina.
- Qué curioso…- murmuró Raimundo, paseándose por la estancia.
- ¿Qué es tan curioso?- preguntó ella.
- Tristán se presentó en la casa de comidas para decirme que Sebastián quería hablar conmigo ahora mismo, y que me esperaba en la conservera.
Francisca y Raimundo se miraron con el ceño fruncido. Raimundo finalmente esbozó una sonrisa, que, de pronto se convirtió en risa. Por el contrario, Francisca empezó a poner cara de horror.
- ¡Voy a … matarlos!- exclamó la Montenegro, roja de indignación, dirigiéndose rauda hacia la puerta. Intentó abrirla con tanta furia que el maltrecho pestillo se desencajó. Ella miró con horror la puerta.
Raimundo no aguantó más y estalló en carcajadas.
- Deja de reírte, maldito tabernero- le fulminó con la mirada.- Y ayúdame…
- ¿Ayudarte? Has destrozado la cerradura, Francisca. Por mucho que forcejees, no se va a abrir.
Francisca maldijo a la cerradura.
- En cuanto salga de aquí, te juro que esos dos… - la rabia le impidió seguir hablando.
- Pues yo, en cuanto salga de aquí, creo que les daré las gracias.- dijo Raimundo, acercándose.
Francisca sintió que el temor y…algo más se arremolinaba en su estómago al verle acercarse. Intentó luchar contra ese sentimiento.
- No.. podemos quedarnos aquí toda la noche.- dijo.- ¿Qué vamos a hacer?
- Se me están ocurriendo algunas ideas bastante… buenas.
Antes de que ella pudiese escapar, Raimundo la acorraló contra la pared. Francisca tragó saliva al verse atrapada entre sus brazos y el muro. Cerró un instante los ojos, esperando el beso avasallador, pero éste no llegó. Abrió los ojos con curiosidad. Raimundo estaba a cinco centímetros de ella, estudiando su rostro y clavando en sus ojos los suyos.
- ¿Qué demonios significa todo esto?- se preguntó, totalmente confundida.
Salió del cuarto, cerrando la puerta. De pronto, alguien llamó a la puerta del despacho. Se sintió aliviada, pensando que tal vez se tratase de Tristán y el proveedor.
- Adelante.
La puerta se abrió. Francisca sintió que la boca se le abría y el corazón se le paraba al ver a…
- ¡Raimundo!
Él la miró, sin comprender.
- Francisca, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está Sebastián?
- Eso me gustaría saber a mí. Cuando le encuentre…¡le retorceré el pescuezo!
Raimundo la miró alzando una ceja. Ella le devolvió la mirada.
- Tu queridísimo hijo vino hasta mi casa a decirme que Tristán me esperaba aquí, para negociar con un “importantísimo” proveedor alemán que estaba dispuesto a pagar generosamente.- explicó, indignada.
- Y claro, tú al oír hablar de cuartos, pues pies para qué os quiero…- dijo Raimundo burlón.
Francisca le echó una mirada asesina.
- Qué curioso…- murmuró Raimundo, paseándose por la estancia.
- ¿Qué es tan curioso?- preguntó ella.
- Tristán se presentó en la casa de comidas para decirme que Sebastián quería hablar conmigo ahora mismo, y que me esperaba en la conservera.
Francisca y Raimundo se miraron con el ceño fruncido. Raimundo finalmente esbozó una sonrisa, que, de pronto se convirtió en risa. Por el contrario, Francisca empezó a poner cara de horror.
- ¡Voy a … matarlos!- exclamó la Montenegro, roja de indignación, dirigiéndose rauda hacia la puerta. Intentó abrirla con tanta furia que el maltrecho pestillo se desencajó. Ella miró con horror la puerta.
Raimundo no aguantó más y estalló en carcajadas.
- Deja de reírte, maldito tabernero- le fulminó con la mirada.- Y ayúdame…
- ¿Ayudarte? Has destrozado la cerradura, Francisca. Por mucho que forcejees, no se va a abrir.
Francisca maldijo a la cerradura.
- En cuanto salga de aquí, te juro que esos dos… - la rabia le impidió seguir hablando.
- Pues yo, en cuanto salga de aquí, creo que les daré las gracias.- dijo Raimundo, acercándose.
Francisca sintió que el temor y…algo más se arremolinaba en su estómago al verle acercarse. Intentó luchar contra ese sentimiento.
- No.. podemos quedarnos aquí toda la noche.- dijo.- ¿Qué vamos a hacer?
- Se me están ocurriendo algunas ideas bastante… buenas.
Antes de que ella pudiese escapar, Raimundo la acorraló contra la pared. Francisca tragó saliva al verse atrapada entre sus brazos y el muro. Cerró un instante los ojos, esperando el beso avasallador, pero éste no llegó. Abrió los ojos con curiosidad. Raimundo estaba a cinco centímetros de ella, estudiando su rostro y clavando en sus ojos los suyos.
#297
28/07/2011 22:17
Antes de que ella pudiese escapar, Raimundo la acorraló contra la pared. Francisca tragó saliva al verse atrapada entre sus brazos y el muro. Cerró un instante los ojos, esperando el beso avasallador, pero éste no llegó. Abrió los ojos con curiosidad. Raimundo estaba a cinco centímetros de ella, estudiando su rostro y clavando en sus ojos los suyos.
- ¿Qué..- susurró.- ¿Qué estás haciendo?
- Mirándote.- contestó él, en un susurro suave.- Mirándote para convencerme de que esto… es real. Para convencerme de que… estás otra vez en mis brazos.
Francisca tragó saliva al verle tan cerca. Se dio cuenta de que le necesitaba. Necesitaba dolorosamente que la besara. Pero él, ahí estaba, mirándola simplemente con adoración.
Se acercaron otro centímetro.
- ¿Sabías que…- susurró Raimundo, con la voz ronca de deseo.- lo que se hace esperar es lo más placentero?
- Creo que ahora el que habla demasiado… eres tú.
Raimundo sonrió. Como si una fuerza superior a ellos les empujara, el espacio dejó de existir. Se besaron con ternura, pero luego la ternura dio paso a la pasión. Raimundo bebió de sus labios como si estuviese a punto de morir deshidratado. Francisca le devolvía el beso con el mismo ímpetu. Aquello era una batalla. En toda regla. Y los contendientes estaban muy igualados.
Raimundo se separó para tomar aire, pero de nuevo volvieron los besos, las caricias. Esta vez, el ritmo fue un poco más lento. Raimundo recorrió la espalda de Francisca mientras la besaba, apasionado, tierno, transmitiéndole todo el amor que guardaba dentro de él para ella. Francisca le acarició la nuca, profundizando el beso. En cierto momento, él la cogió en brazos sin dejar de besarla. Abrió la puerta y descubrió la habitación secreta. Entró y, sin dejar de besarla, depositó a Francisca el lecho. Una de las espinas de la rosa que había en él le rozó el brazo, pero ni se enteró. Recobraron un instante el aliento, apoyando frente con frente. Raimundo la miró con infinito amor.
- Mi pequeña…- la besó.- Si deseas que… pare…
- Te mataré si lo haces, Raimundo Ulloa.
Raimundo sonrió y atacó el cuello de ella. Ambos se fundieron en un abrazo indisoluble. El amor y la pasión los dominó. Raimundo desabrochó la hilera de botones que había a la espalda de Francisca y ella le quitó el chaleco y la camisa. La ropa estorbaba demasiado. Él la acarició como si la idolatrase, sin dejar de besarla. Francisca creyó morir de felicidad al sentir de nuevo el amor puro y verdadero. Por primera vez, después de tanto dolor, sufrimiento, odio, rencor… por primera vez después de veintiocho años, volvían a ser uno. Se fundieron el uno en el otro, y se dieron cuenta de que nada había cambiado. De que ese amor era indestructible, de que encajaban perfectamente y de que sus corazones pertenecían al otro. El amor los llevó a la plenitud. Francisca se aferró a él con todas sus fuerzas y Raimundo la apretó contra sí como si nunca jamás pudieran separarse.
- Te quiero.- dijo Francisca.
- Te quiero, mi pequeña.- dijo Raimundo.
Ambos permanecieron abrazados mientras afuera, una hermosa noche estrellada cubría Puente Viejo.
- ¿Qué..- susurró.- ¿Qué estás haciendo?
- Mirándote.- contestó él, en un susurro suave.- Mirándote para convencerme de que esto… es real. Para convencerme de que… estás otra vez en mis brazos.
Francisca tragó saliva al verle tan cerca. Se dio cuenta de que le necesitaba. Necesitaba dolorosamente que la besara. Pero él, ahí estaba, mirándola simplemente con adoración.
Se acercaron otro centímetro.
- ¿Sabías que…- susurró Raimundo, con la voz ronca de deseo.- lo que se hace esperar es lo más placentero?
- Creo que ahora el que habla demasiado… eres tú.
Raimundo sonrió. Como si una fuerza superior a ellos les empujara, el espacio dejó de existir. Se besaron con ternura, pero luego la ternura dio paso a la pasión. Raimundo bebió de sus labios como si estuviese a punto de morir deshidratado. Francisca le devolvía el beso con el mismo ímpetu. Aquello era una batalla. En toda regla. Y los contendientes estaban muy igualados.
Raimundo se separó para tomar aire, pero de nuevo volvieron los besos, las caricias. Esta vez, el ritmo fue un poco más lento. Raimundo recorrió la espalda de Francisca mientras la besaba, apasionado, tierno, transmitiéndole todo el amor que guardaba dentro de él para ella. Francisca le acarició la nuca, profundizando el beso. En cierto momento, él la cogió en brazos sin dejar de besarla. Abrió la puerta y descubrió la habitación secreta. Entró y, sin dejar de besarla, depositó a Francisca el lecho. Una de las espinas de la rosa que había en él le rozó el brazo, pero ni se enteró. Recobraron un instante el aliento, apoyando frente con frente. Raimundo la miró con infinito amor.
- Mi pequeña…- la besó.- Si deseas que… pare…
- Te mataré si lo haces, Raimundo Ulloa.
Raimundo sonrió y atacó el cuello de ella. Ambos se fundieron en un abrazo indisoluble. El amor y la pasión los dominó. Raimundo desabrochó la hilera de botones que había a la espalda de Francisca y ella le quitó el chaleco y la camisa. La ropa estorbaba demasiado. Él la acarició como si la idolatrase, sin dejar de besarla. Francisca creyó morir de felicidad al sentir de nuevo el amor puro y verdadero. Por primera vez, después de tanto dolor, sufrimiento, odio, rencor… por primera vez después de veintiocho años, volvían a ser uno. Se fundieron el uno en el otro, y se dieron cuenta de que nada había cambiado. De que ese amor era indestructible, de que encajaban perfectamente y de que sus corazones pertenecían al otro. El amor los llevó a la plenitud. Francisca se aferró a él con todas sus fuerzas y Raimundo la apretó contra sí como si nunca jamás pudieran separarse.
- Te quiero.- dijo Francisca.
- Te quiero, mi pequeña.- dijo Raimundo.
Ambos permanecieron abrazados mientras afuera, una hermosa noche estrellada cubría Puente Viejo.
#298
28/07/2011 23:27
Buenoooooooooooooo xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD!!!!! Lnaeowyn, ¡mira! hasta he hecho el esfuerzo de memorizar tu nick...... porque ¡chica, TÚ LO VALESSS!!!!.
Lo que he llorado en las escenas de la taberna con Rai, Tris, Sebas y Emi descubriendo el parentesco entre ellos.... por no decir cuando Tris ha cogido a su madre en volandas de la alegría que sentía.... madre, lo que he llorado. GRACIAS.
Otro momentazo: TRIS CON EL MANDIL TRAS EL MOSTRADOR DE LA TABERNAAAAA y con la orden de no rechistarle a la Emiliaaaa,ja,ja,ja,ja
Y bueno, esos momentos de complicidad entre los dos hermanossss. Te aseguro que la felicidad de Tristán traspasa la pantalla.
Y remate final..... el encuentro..... UNA MARAVILLLLAAAAA.
Lo que he llorado en las escenas de la taberna con Rai, Tris, Sebas y Emi descubriendo el parentesco entre ellos.... por no decir cuando Tris ha cogido a su madre en volandas de la alegría que sentía.... madre, lo que he llorado. GRACIAS.
Otro momentazo: TRIS CON EL MANDIL TRAS EL MOSTRADOR DE LA TABERNAAAAA y con la orden de no rechistarle a la Emiliaaaa,ja,ja,ja,ja
Y bueno, esos momentos de complicidad entre los dos hermanossss. Te aseguro que la felicidad de Tristán traspasa la pantalla.
Y remate final..... el encuentro..... UNA MARAVILLLLAAAAA.
#299
28/07/2011 23:39
Muchísimas gracias, Miri, Lau, y todas las que me leéis.
Me alegro de que el momento álgido os haya gustado. A decir verdad, al principio me ha costado, pero después pensé en el amor tan maravilloso que tienen este par y lo demás vino rodado. Me gustan las escenas emotivas, cierto, pero también me gusta aderezarlas con puntillos de humor y también me encanta que Paca... no se rinda totalmente. Como dijo una de vosotras, sólo se rinde cuando está entre la espada y la pared o entre Rai y el colchón, jaja.
Yo creo que por eso esta pareja nunca caerá en el aburrimiento. Se pican, se lanzan pullas, hacen las paces vencidos por el amor y vuelta a emperzar.
Esto no ha acabado, chicaas. Recordad que los tortolitos están... encerrados en la conserveraaa....
Me alegro de que el momento álgido os haya gustado. A decir verdad, al principio me ha costado, pero después pensé en el amor tan maravilloso que tienen este par y lo demás vino rodado. Me gustan las escenas emotivas, cierto, pero también me gusta aderezarlas con puntillos de humor y también me encanta que Paca... no se rinda totalmente. Como dijo una de vosotras, sólo se rinde cuando está entre la espada y la pared o entre Rai y el colchón, jaja.
Yo creo que por eso esta pareja nunca caerá en el aburrimiento. Se pican, se lanzan pullas, hacen las paces vencidos por el amor y vuelta a emperzar.
Esto no ha acabado, chicaas. Recordad que los tortolitos están... encerrados en la conserveraaa....

#300
28/07/2011 23:45
Es que de verdad que no tengo palabras, es que, uf, que emocionada estoy, es que es todo tan bonito, tan dulce es como si la felicidad de los personajes saltara la pantalla, me encuentro no se...como blandita por dentro, vamos que le voy a pegar un achuchón a mi chico de agárrate y no te menees, y es que los dos hermanos juntos, geniales y Sebas y Mariana que son adorables y Tris que por fin tiene a una familia que lo quiere y a una mujer que lo adora y el encuentro que ha sido...despues de tantos sufrimientos verlos juntos y felices....es que jo, ha sido simplemente perfecto
Francisca ya se habrá rendido del todo, ¿no?, por que si después de una noche así aun tiene dudas es que me quedo a Rai para mi.
Síguelo lo más pronto que puedas (¿tal vez un último capítulo antes de irte a dormir...?)
Francisca ya se habrá rendido del todo, ¿no?, por que si después de una noche así aun tiene dudas es que me quedo a Rai para mi.
Síguelo lo más pronto que puedas (¿tal vez un último capítulo antes de irte a dormir...?)