El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0
08/06/2011 23:44
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#241
23/07/2011 21:36
Tienes mucha razón Third, pero tranquila, que en mi historia ellos son los principales protagonistas, jeje. Procuraré no defraudar a tod@s l@s que me leéis. ;-) Y muchísimas gracias. no me habría decidido a continuarla de no ser por vosotr@s.
#242
23/07/2011 21:38
Tú contiúala que aunque comente poco te leo. A mí lo que más me fastidia es que Virtusosa y Cuernardo tiene más protagonismo que estos dos, y necima los otros tienen una trama sosísima y en cambio estos dos cuando se juntan te quedas pegada a la pantalla
#243
24/07/2011 11:54
Raimundo llegó a la conservera y llamó a la puerta.
- Adelante.
- Buenos días, Sebastián.
- Buenos días, padre. ¿En qué puedo ayudarle?
- Verás, necesitamos un pedido de tomates, berenjenas y espárragos. Dos cajas de cada hortaliza.
- Eso está hecho, padre.- Sebastián apuntó el pedido. - ¿Podría hacerme un favor? Voy a ausentarme un momento. Tengo que llevar el dinero de la caja al banco de la Puebla, que ya hay demasiado caudal para que esté aquí. ¿Le importaría quedarse un momento, por si viene algún proveedor o algún cliente? Procuraré no tardar mucho.
- Ve tranquilo, hijo, no te preocupes.
- Gracias padre.
Sebastián salió por la puerta. Al poco rato, alguien llamó. Raimundo vio que tras la puerta se encontraba Tristán.
- Raimundo, vaya, no esperaba encontrarle aquí.
- Buenos días Tristán.- Raimundo sonrió conciliador.- He venido a hacerle un pedido a mi hijo para la posada. Si buscas a Sebastián, ha salido hacia la Puebla para ingresar los fondos de la caja de caudales.
Tristán frunció el ceño.
- ¿Y se ha marchado él sólo? Eso no es muy prudente. El camino a la Puebla no es nada seguro cuando se lleva una faltriquera llena de cuartos.
Raimundo miró a Tristán. El chico tenía razón.
- Será mejor que vaya tras él. Puede que aún pueda alcanzarle. Siento tener que pedirle que se quede aquí. No podemos dejar esto solo. Y sé que usted ya tiene bastante con su negocio.
- No te preocupes por eso, Tristán. Los Castañeda están ayudando a mi Emilia. Marcha sin temor.
- Muchas gracias, Raimundo.
El joven Montenegro le dirigió una sonrisa de agradecimiento antes de desaparecer por la puerta. Raimundo se volvió, miró la mesa llena de papeles y el libro de cuentas. Echó un vistazo alrededor y no pudo evitar sentirse lleno de orgullo por lo que había logrado su hijo. Sonrió. Era un condenado cabezota, cierto, pero dentro de esa cabeza dura había también una brillante mente capaz de poner en marcha una próspera empresa. Contempló todas las facturas. Tal vez mataría mejor el tiempo si ordenaba un poco la mesa. Se dispuso a hacerlo cuando la puerta otra vez sonó. Antes de que pudiera contestar, se abrió.
- Buenos días, querido Sebast…¿¡Tú?!
Francisca Montenegro se quedó clavada en el sitio al verlo allí.
- Adelante.
- Buenos días, Sebastián.
- Buenos días, padre. ¿En qué puedo ayudarle?
- Verás, necesitamos un pedido de tomates, berenjenas y espárragos. Dos cajas de cada hortaliza.
- Eso está hecho, padre.- Sebastián apuntó el pedido. - ¿Podría hacerme un favor? Voy a ausentarme un momento. Tengo que llevar el dinero de la caja al banco de la Puebla, que ya hay demasiado caudal para que esté aquí. ¿Le importaría quedarse un momento, por si viene algún proveedor o algún cliente? Procuraré no tardar mucho.
- Ve tranquilo, hijo, no te preocupes.
- Gracias padre.
Sebastián salió por la puerta. Al poco rato, alguien llamó. Raimundo vio que tras la puerta se encontraba Tristán.
- Raimundo, vaya, no esperaba encontrarle aquí.
- Buenos días Tristán.- Raimundo sonrió conciliador.- He venido a hacerle un pedido a mi hijo para la posada. Si buscas a Sebastián, ha salido hacia la Puebla para ingresar los fondos de la caja de caudales.
Tristán frunció el ceño.
- ¿Y se ha marchado él sólo? Eso no es muy prudente. El camino a la Puebla no es nada seguro cuando se lleva una faltriquera llena de cuartos.
Raimundo miró a Tristán. El chico tenía razón.
- Será mejor que vaya tras él. Puede que aún pueda alcanzarle. Siento tener que pedirle que se quede aquí. No podemos dejar esto solo. Y sé que usted ya tiene bastante con su negocio.
- No te preocupes por eso, Tristán. Los Castañeda están ayudando a mi Emilia. Marcha sin temor.
- Muchas gracias, Raimundo.
El joven Montenegro le dirigió una sonrisa de agradecimiento antes de desaparecer por la puerta. Raimundo se volvió, miró la mesa llena de papeles y el libro de cuentas. Echó un vistazo alrededor y no pudo evitar sentirse lleno de orgullo por lo que había logrado su hijo. Sonrió. Era un condenado cabezota, cierto, pero dentro de esa cabeza dura había también una brillante mente capaz de poner en marcha una próspera empresa. Contempló todas las facturas. Tal vez mataría mejor el tiempo si ordenaba un poco la mesa. Se dispuso a hacerlo cuando la puerta otra vez sonó. Antes de que pudiera contestar, se abrió.
- Buenos días, querido Sebast…¿¡Tú?!
Francisca Montenegro se quedó clavada en el sitio al verlo allí.
#244
24/07/2011 11:58
Siento haber partido en dos el capítulo, pero no me dejaba publicarlo entero. Seguimos :-)
Francisca Montenegro se quedó clavada en el sitio al verlo allí.
- Vaya, vaya, dos encuentros con media hora de diferencia.- Repuso él burlón. – Parece que te gusta jugar al gato y al ratón. ¿Acaso me has estado siguiendo?
- No digas sandeces. ¿Qué diablos haces tú aquí? ¿Dónde está Sebastián?
- Se ha ido a la Puebla hace un rato, con todo el caudal de la caja fuerte para ingresarlo en el banco. Tristán ha marchado tras él.
- ¿Y te han dejado a ti de guardián? Dios bendito. No sé en qué están pensando estos dos muchachos… dejar a un tabernero de tres al cuarto en el despacho de una empresa a mi nombre. Habrase visto…- murmuró ella con voz venenosa.- En fin, ya vendré luego más tarde.
Francisca le dirigió una mueca altiva de desprecio antes de girar sobre sus talones, dispuesta a marcharse.
- Vaya, ¿y quién huye ahora, Francisca? – soltó él, mordaz.
- Yo no huyo de nadie, y mucho menos de ti. Simplemente, tengo cosas mucho más importantes que hacer que perder el tiempo con un indeseable como tú.
- ¿Indeseable? No lo parecía ayer, cuando me devolviste el beso. Más bien, los dos besos.
Francisca intentó mantener su orgullosa pose pero interiormente sintió un retortijón en el estómago. Pese a sus esfuerzos por ocultarlo, Raimundo sonrió, saboreando de antemano su victoria.
- ¿Acaso vas a negarlo?- preguntó, taladrándola con la mirada.
Ella le miró furiosa.
- Creo que le estás dando demasiada importancia a lo que ocurrió ayer. Para mí no significó nada. Además te recuerdo que fuiste tú quien me besaste a la fuerza. Y te aseguro que vas a pagar por ello.
- No me hagas reír, Francisca.- Raimundo se acercó.- Para no significar nada, tu corazón latía más rápido que el de un conejo asustado.
- ¡Eso es mentira!- exclamó roja de indignación.
Raimundo sonrió. Francisca esperaba alerta, sintiéndose súbitamente temerosa al pensar que estaban completamente solos en unos kilómetros a la redonda. Pero de repente, él se alejó de ella y volvió la mirada a su alrededor, paseando por el despacho. Francisca le miró con algo menos de rabia y un poco más de curiosidad.
- Es increíble cómo ha pasado el tiempo… - susurró él, de repente, mirando algún punto imaginario de la pared. - ¿Recuerdas cuando te descubrí trepando al viejo castaño que había en el patio? Sólo eras una mocosa, pero me quedé sorprendido al ver que trepabas mejor que muchos muchachos del pueblo.
Francisca se quedó sin habla. Las palabras de Raimundo despertaron un recuerdo extremadamente lejano. Se vio a sí misma con unos diez años, colgando de la rama del árbol, y a un sorprendido Raimundo de otros diez años mirándola.
- ¿Recuerdas? Te pregunté quién eras y qué demonios hacías allí. Y por toda respuesta, me atizaste con un erizo en toda la cabeza.
Francisca emitió una risa involuntaria. Lo recordaba perfectamente.
- Y después, yo trepé al árbol para vengarme de ti.- continuó él, risueño. – Y tú intentaste escapar mientras me lanzabas más erizos llenos de castañas. Fue una dura batalla.
- Es que trepabas fatal, Raimundo. Y por tu culpa, nos caímos los dos del árbol.
Raimundo sonrió.
- Recuerdo que yo me hice el muerto y tú empezaste a sacudirme para que me despertara. Y tanto tardé para hacerte rabiar que cuando abrí los ojos estabas llorando, pensando que me habías matado.
Raimundo y Francisca terminaron por reírse al recordar la escena. Poco a poco las risas se fueron apagando. Francisca sintió miles de recuerdos en su corazón. Recuerdos muy hermosos que le hacían sangrar el alma. Raimundo sintió su dolor y su alma sangró con la de ella. No permitió que esos recuerdos dolorosos siguieran torturándola y continuó hablando.
- ¿Y recuerdas cuando tu padre nos encontró aquí? En esa ocasión, sí temí seriamente por mi vida. – dijo burlón.
Francisca esbozó otra sonrisa.
- ¡Qué exagerado! Si sólo llevaba una escopeta de perdigones.
- ¿Exagerado? Todavía guardo la señal de uno.
Francisca le miró sorprendida. Raimundo se desabrochó la camisa. A nivel del abdomen, aparecía una minúscula cicatriz.
Como si tuviese vida propia, la mano de Francisca rozó con suavidad la marca. De repente, pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer. Retiró la mano y se volvió, horrorizada, dándole la espalda.
- Francisca…
- No digas nada, por Dios, Raimundo. Yo… será mejor que me vaya.
Quería huir, por primera vez en su vida. Y ni siquiera su orgullo podía impedírselo. No podía permanecer un segundo más allí… con él. Pero Raimundo no lo permitió. Cuando Francisca estaba abriendo la puerta, él se apoyó y la cerró de nuevo. Ambos estaban demasiado cerca el uno del otro.
- Raimundo…te…exijo que… me dejes.
- Y yo te exijo que… me beses.
Esta vez, ni el orgullo, ni el rencor ni todas las fuerzas del universo pudieron hacer nada. Francisca se aferró a él y le besó sin ninguna ceremonia. Le besó con odio, miedo, dolor. Raimundo la rodeó con sus brazos y acarició su cabello y su nuca. Sus manos se deslizaron por su cuerpo con infinita delicadeza y le devolvió el beso convirtiendo esas emociones negativas en amor, ternura y pasión. Los minutos se convirtieron en segundos. Finalmente, ambos tuvieron que separarse para poder respirar. Pero la separación duró apenas dos segundos. Raimundo finalmente se separó gradualmente de ella.
- Francisca.- dijo con la voz extremadamente ronca.- Será mejor que echemos el freno o tendré que confesarme ante Don Anselmo por haber pecado contra el sexto mandamiento.
Pese a la situación, Francisca no pudo reprimir una sonrisa.
- Y, ¿desde cuándo un ateo como tú se confiesa?- repuso ella.
Él la miró sonriente. Irremediablemente, volvieron a besarse, atraídos como dos imanes. La pasión estaba haciendo auténticos estragos en ambos. Francisca sabía que aquello era una locura y estaba mal pero, sencillamente, no había fuerza humana para resistirse. Él de nuevo comenzó a espaciar los besos hasta que se separaron.
- En serio, Francisca…Si esto sigue así… las cosas pueden tomar un cariz… preocupante. Te juro que no hay nada que desee más, pero este no es el momento ni el lugar adecuado.
Francisca sabía que tenía razón. De repente, su cerebro pareció meditar lo que acababa de ocurrir, como si antes no pudiese pensar con claridad. “¡Santo Dios!”- pensó. ¿En qué momento había perdido ella el juicio? Se sentía tan avergonzada que no podía ni mirarle. ¡Pero si se había lanzado a sus brazos sin ningún pudor! Raimundo advirtió que toda su lucha interna aparecía de nuevo en su rostro. Le levantó el mentón para obligarla a mirarle.
- Francisca, deja ya de luchar contra lo imposible. Yo ya lo hice hace mucho tiempo. Este amor nos ha vencido. A los dos.
Se miraron abrumados por los sentimientos. Pero de repente, el mágico momento se interrumpió cuando alguien abrió bruscamente la puerta.
Francisca Montenegro se quedó clavada en el sitio al verlo allí.
- Vaya, vaya, dos encuentros con media hora de diferencia.- Repuso él burlón. – Parece que te gusta jugar al gato y al ratón. ¿Acaso me has estado siguiendo?
- No digas sandeces. ¿Qué diablos haces tú aquí? ¿Dónde está Sebastián?
- Se ha ido a la Puebla hace un rato, con todo el caudal de la caja fuerte para ingresarlo en el banco. Tristán ha marchado tras él.
- ¿Y te han dejado a ti de guardián? Dios bendito. No sé en qué están pensando estos dos muchachos… dejar a un tabernero de tres al cuarto en el despacho de una empresa a mi nombre. Habrase visto…- murmuró ella con voz venenosa.- En fin, ya vendré luego más tarde.
Francisca le dirigió una mueca altiva de desprecio antes de girar sobre sus talones, dispuesta a marcharse.
- Vaya, ¿y quién huye ahora, Francisca? – soltó él, mordaz.
- Yo no huyo de nadie, y mucho menos de ti. Simplemente, tengo cosas mucho más importantes que hacer que perder el tiempo con un indeseable como tú.
- ¿Indeseable? No lo parecía ayer, cuando me devolviste el beso. Más bien, los dos besos.
Francisca intentó mantener su orgullosa pose pero interiormente sintió un retortijón en el estómago. Pese a sus esfuerzos por ocultarlo, Raimundo sonrió, saboreando de antemano su victoria.
- ¿Acaso vas a negarlo?- preguntó, taladrándola con la mirada.
Ella le miró furiosa.
- Creo que le estás dando demasiada importancia a lo que ocurrió ayer. Para mí no significó nada. Además te recuerdo que fuiste tú quien me besaste a la fuerza. Y te aseguro que vas a pagar por ello.
- No me hagas reír, Francisca.- Raimundo se acercó.- Para no significar nada, tu corazón latía más rápido que el de un conejo asustado.
- ¡Eso es mentira!- exclamó roja de indignación.
Raimundo sonrió. Francisca esperaba alerta, sintiéndose súbitamente temerosa al pensar que estaban completamente solos en unos kilómetros a la redonda. Pero de repente, él se alejó de ella y volvió la mirada a su alrededor, paseando por el despacho. Francisca le miró con algo menos de rabia y un poco más de curiosidad.
- Es increíble cómo ha pasado el tiempo… - susurró él, de repente, mirando algún punto imaginario de la pared. - ¿Recuerdas cuando te descubrí trepando al viejo castaño que había en el patio? Sólo eras una mocosa, pero me quedé sorprendido al ver que trepabas mejor que muchos muchachos del pueblo.
Francisca se quedó sin habla. Las palabras de Raimundo despertaron un recuerdo extremadamente lejano. Se vio a sí misma con unos diez años, colgando de la rama del árbol, y a un sorprendido Raimundo de otros diez años mirándola.
- ¿Recuerdas? Te pregunté quién eras y qué demonios hacías allí. Y por toda respuesta, me atizaste con un erizo en toda la cabeza.
Francisca emitió una risa involuntaria. Lo recordaba perfectamente.
- Y después, yo trepé al árbol para vengarme de ti.- continuó él, risueño. – Y tú intentaste escapar mientras me lanzabas más erizos llenos de castañas. Fue una dura batalla.
- Es que trepabas fatal, Raimundo. Y por tu culpa, nos caímos los dos del árbol.
Raimundo sonrió.
- Recuerdo que yo me hice el muerto y tú empezaste a sacudirme para que me despertara. Y tanto tardé para hacerte rabiar que cuando abrí los ojos estabas llorando, pensando que me habías matado.
Raimundo y Francisca terminaron por reírse al recordar la escena. Poco a poco las risas se fueron apagando. Francisca sintió miles de recuerdos en su corazón. Recuerdos muy hermosos que le hacían sangrar el alma. Raimundo sintió su dolor y su alma sangró con la de ella. No permitió que esos recuerdos dolorosos siguieran torturándola y continuó hablando.
- ¿Y recuerdas cuando tu padre nos encontró aquí? En esa ocasión, sí temí seriamente por mi vida. – dijo burlón.
Francisca esbozó otra sonrisa.
- ¡Qué exagerado! Si sólo llevaba una escopeta de perdigones.
- ¿Exagerado? Todavía guardo la señal de uno.
Francisca le miró sorprendida. Raimundo se desabrochó la camisa. A nivel del abdomen, aparecía una minúscula cicatriz.
Como si tuviese vida propia, la mano de Francisca rozó con suavidad la marca. De repente, pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer. Retiró la mano y se volvió, horrorizada, dándole la espalda.
- Francisca…
- No digas nada, por Dios, Raimundo. Yo… será mejor que me vaya.
Quería huir, por primera vez en su vida. Y ni siquiera su orgullo podía impedírselo. No podía permanecer un segundo más allí… con él. Pero Raimundo no lo permitió. Cuando Francisca estaba abriendo la puerta, él se apoyó y la cerró de nuevo. Ambos estaban demasiado cerca el uno del otro.
- Raimundo…te…exijo que… me dejes.
- Y yo te exijo que… me beses.
Esta vez, ni el orgullo, ni el rencor ni todas las fuerzas del universo pudieron hacer nada. Francisca se aferró a él y le besó sin ninguna ceremonia. Le besó con odio, miedo, dolor. Raimundo la rodeó con sus brazos y acarició su cabello y su nuca. Sus manos se deslizaron por su cuerpo con infinita delicadeza y le devolvió el beso convirtiendo esas emociones negativas en amor, ternura y pasión. Los minutos se convirtieron en segundos. Finalmente, ambos tuvieron que separarse para poder respirar. Pero la separación duró apenas dos segundos. Raimundo finalmente se separó gradualmente de ella.
- Francisca.- dijo con la voz extremadamente ronca.- Será mejor que echemos el freno o tendré que confesarme ante Don Anselmo por haber pecado contra el sexto mandamiento.
Pese a la situación, Francisca no pudo reprimir una sonrisa.
- Y, ¿desde cuándo un ateo como tú se confiesa?- repuso ella.
Él la miró sonriente. Irremediablemente, volvieron a besarse, atraídos como dos imanes. La pasión estaba haciendo auténticos estragos en ambos. Francisca sabía que aquello era una locura y estaba mal pero, sencillamente, no había fuerza humana para resistirse. Él de nuevo comenzó a espaciar los besos hasta que se separaron.
- En serio, Francisca…Si esto sigue así… las cosas pueden tomar un cariz… preocupante. Te juro que no hay nada que desee más, pero este no es el momento ni el lugar adecuado.
Francisca sabía que tenía razón. De repente, su cerebro pareció meditar lo que acababa de ocurrir, como si antes no pudiese pensar con claridad. “¡Santo Dios!”- pensó. ¿En qué momento había perdido ella el juicio? Se sentía tan avergonzada que no podía ni mirarle. ¡Pero si se había lanzado a sus brazos sin ningún pudor! Raimundo advirtió que toda su lucha interna aparecía de nuevo en su rostro. Le levantó el mentón para obligarla a mirarle.
- Francisca, deja ya de luchar contra lo imposible. Yo ya lo hice hace mucho tiempo. Este amor nos ha vencido. A los dos.
Se miraron abrumados por los sentimientos. Pero de repente, el mágico momento se interrumpió cuando alguien abrió bruscamente la puerta.
#245
24/07/2011 12:05
Espero que algún día tengamos algún escenón más entre estos dos personajes y espero que algún día la Paca diga la verdad sobre Tristán...vaya careto se le va a aquedar a más de uno.
#246
24/07/2011 14:38
Pues si Vero, la cara que se les quede va a ser impresionante jeje
#247
24/07/2011 18:12
oooh que emocion la historia!!!!! que ganas de que sigas!! quien sera que les interrumpe???? la paca se ha rendido, no ha podido, la supera!
me encanta
ojala pasara en verdad
y teneis razon, cuando se sepa lo de tristan sera buenisima la cara que pongan todos!que ganas de que ocurra
me encanta
ojala pasara en verdad
y teneis razon, cuando se sepa lo de tristan sera buenisima la cara que pongan todos!que ganas de que ocurra
#248
24/07/2011 18:30
¡Sigue, por Dios! ¡Qué bien escribes, puñetera! Sigue así! :)
#249
24/07/2011 22:22
Me desconecto una semana y madre mía lo que me encuentro, en primer lugar la pedazo de historia que estas escribiendo Inaeowyn maravillosa hasta decir basta es que son ellos de verdad los haces hablar y actuar como en la serie, eres una escritora fantástica, te pido por favor que no la dejes que quiero leer como Raimundo se entera que Tristán es su hijo y que por fin la doña y él son felices que después de treinta años ya va siendo hora, que sepas que tu relato me trae loca.
Luego la escena de la casa de comidas, o yo estoy mal o Francisca estaba ligando con Raimundo, esas miradas, esa sonrisita ese ponerse guapa...y ese Raimundo sin enterarse de nada, claro al fin y al cabo es un tío y esas cosas no las pillan. Y luego lo de que Paca denuncia a Sebastián NOOOOOOOOO, me huele a nuevo alejamiento, Rai no podrá perdonarle que denuncie a su hijo, guonistas POR QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE, por eso Inaeowin tu relato es necesario, para evitar suicidios, depresiones y asesinatos de guionistas que no tienen ni idea de como llevar una historia.
Luego la escena de la casa de comidas, o yo estoy mal o Francisca estaba ligando con Raimundo, esas miradas, esa sonrisita ese ponerse guapa...y ese Raimundo sin enterarse de nada, claro al fin y al cabo es un tío y esas cosas no las pillan. Y luego lo de que Paca denuncia a Sebastián NOOOOOOOOO, me huele a nuevo alejamiento, Rai no podrá perdonarle que denuncie a su hijo, guonistas POR QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE, por eso Inaeowin tu relato es necesario, para evitar suicidios, depresiones y asesinatos de guionistas que no tienen ni idea de como llevar una historia.
#250
24/07/2011 23:50
En primer lugar, muchísimas gracias, Mariajo, Arte, Marta y Miri. Sois geniales y disfruto sabiendo que os gusta cómo me he metido en la piel de este par de tórtolos. Hace que al ponerme a escribir, intente superarme más todavía que el relato anterior. GRACIAAAS. Os prometo que la historia no defraudará. Ahora que me he metido de lleno, como que me llamo Francisca Monten... huy, no, jeje, me equivoqué de nombre ;-D
Venga, otro trocito más de historia.
Se miraron abrumados por los sentimientos. Pero de repente, el mágico momento se interrumpió cuando alguien abrió bruscamente la puerta.
Francisca y Raimundo se quedaron muy sorprendidos al ver a Mauricio aparecer como una exhalación. Su rostro revelaba una mezcla de temor y preocupación que encendió todas las alarmas.
- Doña Francisca.- Dijo, sin siquiera darse cuenta de que ella y Raimundo aún permanecían bastante cerca el uno del otro.- Menos mal que la encuentro.
- ¿Qué ocurre, Mauricio?
El tosco capataz miró a su señora, sin atreverse a seguir hablando.
- Mauricio, responde o…te juro por Dios que no sales vivo de aquí.- Francisca avanzó un paso. Sentía que un miedo irracional se estaba apoderando de ella sin saber por qué. Raimundo apoyó una mano en su hombro.
- Señora… Mis hombres y yo estábamos batiendo los campos cuando hemos encontrado al señor Tristán y a Sebastián en el camino de la Puebla. Estaban siendo asaltados por una banda de maleantes.- Mauricio prosiguió ante la mirada aterrada de Francisca.- Echamos a correr hacia ellos para ayudarles, pero de repente, uno de los bandoleros empuñó el trabuco y disparó hacia Sebastián, que portaba la bolsa.
Raimundo sintió que esa bala le atravesaba el corazón. Avanzó hacia Mauricio, desesperado. Francisca se llevó una mano a la boca, horrorizada.
- ¿¡Qué le ha ocurrido a mi hijo?! – preguntó desesperado Raimundo, agarrando del cuello de la camisa a Mauricio y zarandeándolo con una fuerza inusitada que sorprendió al robusto capataz.
- Suélteme, Ulloa, y cálmese.- A su hijo… no le ha pasado nada.
Raimundo frunció el ceño y le soltó. Intercambió una mirada con Francisca.
- ¿Qué quieres decir? Aclárate.
- A Sebastián Ulloa no le ha ocurrido nada…- Mauricio hizo una pausa con el rostro grave.- porque en el momento del disparo, el señor Tristán se abalanzó sobre él y… el tiro le alcanzó en su lugar.
Raimundo sintió otra vez un balazo en el corazón, sin saber muy bien por qué. Se volvió a Francisca.
- Dios mío…- susurró ella, con el rostro lívido y desencajado de dolor.- No… no...Mi hijo no…¡Mi niño no!
- Francisca…
Raimundo avanzó hacia ella, creyendo que se desmayaría. La sujetó. Ella agarró un instante su brazo. Pero después se encaró de nuevo a Mauricio.
- Pero… ¿dónde está mi hijo?¡¡¿Cómo está?!!
- Lo hemos trasladado a la Casona, señora. Ahora mismo está siendo atendido por don Julián. Es todo lo que sé. He venido a avisarla en cuanto he podido.
Francisca sentía que el dolor iba a asfixiarla. Ahora mismo su hijo, su Tristán, podría estar agonizando. Viendo el estado en el que se encontraba, Raimundo decidió hacerse cargo de la situación.
- Mauricio, cierra la conservera y trae la calesa. Nos vamos ahora mismo a la Casona.
El capataz dudó ante una orden no pronunciada por su señora.
- ¿No me has oído? ¡Ahora!- dijo Raimundo perdiendo la paciencia.
Finalmente, el capataz salió por la puerta.
- Vamos, Francisca – ella le miró, sin aún poder hablar.- Todo saldrá bien, ya lo verás.
Francisca miró el brazo que él le ofrecía. Por vez primera en treinta años, se agarró nuevamente a ese brazo con firmeza.
Venga, otro trocito más de historia.
Se miraron abrumados por los sentimientos. Pero de repente, el mágico momento se interrumpió cuando alguien abrió bruscamente la puerta.
Francisca y Raimundo se quedaron muy sorprendidos al ver a Mauricio aparecer como una exhalación. Su rostro revelaba una mezcla de temor y preocupación que encendió todas las alarmas.
- Doña Francisca.- Dijo, sin siquiera darse cuenta de que ella y Raimundo aún permanecían bastante cerca el uno del otro.- Menos mal que la encuentro.
- ¿Qué ocurre, Mauricio?
El tosco capataz miró a su señora, sin atreverse a seguir hablando.
- Mauricio, responde o…te juro por Dios que no sales vivo de aquí.- Francisca avanzó un paso. Sentía que un miedo irracional se estaba apoderando de ella sin saber por qué. Raimundo apoyó una mano en su hombro.
- Señora… Mis hombres y yo estábamos batiendo los campos cuando hemos encontrado al señor Tristán y a Sebastián en el camino de la Puebla. Estaban siendo asaltados por una banda de maleantes.- Mauricio prosiguió ante la mirada aterrada de Francisca.- Echamos a correr hacia ellos para ayudarles, pero de repente, uno de los bandoleros empuñó el trabuco y disparó hacia Sebastián, que portaba la bolsa.
Raimundo sintió que esa bala le atravesaba el corazón. Avanzó hacia Mauricio, desesperado. Francisca se llevó una mano a la boca, horrorizada.
- ¿¡Qué le ha ocurrido a mi hijo?! – preguntó desesperado Raimundo, agarrando del cuello de la camisa a Mauricio y zarandeándolo con una fuerza inusitada que sorprendió al robusto capataz.
- Suélteme, Ulloa, y cálmese.- A su hijo… no le ha pasado nada.
Raimundo frunció el ceño y le soltó. Intercambió una mirada con Francisca.
- ¿Qué quieres decir? Aclárate.
- A Sebastián Ulloa no le ha ocurrido nada…- Mauricio hizo una pausa con el rostro grave.- porque en el momento del disparo, el señor Tristán se abalanzó sobre él y… el tiro le alcanzó en su lugar.
Raimundo sintió otra vez un balazo en el corazón, sin saber muy bien por qué. Se volvió a Francisca.
- Dios mío…- susurró ella, con el rostro lívido y desencajado de dolor.- No… no...Mi hijo no…¡Mi niño no!
- Francisca…
Raimundo avanzó hacia ella, creyendo que se desmayaría. La sujetó. Ella agarró un instante su brazo. Pero después se encaró de nuevo a Mauricio.
- Pero… ¿dónde está mi hijo?¡¡¿Cómo está?!!
- Lo hemos trasladado a la Casona, señora. Ahora mismo está siendo atendido por don Julián. Es todo lo que sé. He venido a avisarla en cuanto he podido.
Francisca sentía que el dolor iba a asfixiarla. Ahora mismo su hijo, su Tristán, podría estar agonizando. Viendo el estado en el que se encontraba, Raimundo decidió hacerse cargo de la situación.
- Mauricio, cierra la conservera y trae la calesa. Nos vamos ahora mismo a la Casona.
El capataz dudó ante una orden no pronunciada por su señora.
- ¿No me has oído? ¡Ahora!- dijo Raimundo perdiendo la paciencia.
Finalmente, el capataz salió por la puerta.
- Vamos, Francisca – ella le miró, sin aún poder hablar.- Todo saldrá bien, ya lo verás.
Francisca miró el brazo que él le ofrecía. Por vez primera en treinta años, se agarró nuevamente a ese brazo con firmeza.
#251
24/07/2011 23:58
Woooooooooww!! ¡Esto se pone interesante!! ¡Espero que no le pase nada a Tris! Sigue así y pronto, porfi!!
Por cierto, me reitero en lo que dije, D. Anselmo debería regalarle un vale a Tris para que lo gaste en extremas unciones...
Por cierto, me reitero en lo que dije, D. Anselmo debería regalarle un vale a Tris para que lo gaste en extremas unciones...
#252
25/07/2011 00:09
jooooooooooo pero no nos dejes así mujer, sigue un poquito más, por lo menos hasta la reaccion de Rai cuando francisca le diga que Tristán es su hijo, bueno igual a estas horas es mucho pedir pero no tardes mucho en continuar, adoro a esta pareja y tu historia es como tendría que ser en la serie, eres una fenómena
#253
25/07/2011 00:27
Dadme un rato. Estoy en plena faena escribiendo, jejjee
#254
25/07/2011 01:44
Recién salido del horno...
- Vamos, ¡deprisa!
Los hombres de Mauricio entraron apresuradamente en la Casona, llevando en volandas a un malherido Tristán. Rosario y Mariana, horrorizadas, prepararon docenas de toallas y agua hirviendo. Acostaron al joven Montenegro. La herida de bala, bajo la clavícula izquierda, manaba sangre sin parar. Don Julián, el médico, examinó ansiosamente al paciente.
- Esto no pinta bien…- murmuró.- Necesito ayuda. Que alguien vaya a avisar a la partera.
- No será necesario.- Sonó una voz.
Pepa y Sebastián acababan de entrar. La joven corrió hacia la cama del herido. Luchó por tragar las lágrimas y mantener la mente lúcida.
- Doctor…- alzó los ojos tras ver la herida.
Sebastián también miró angustiado al médico.
- Sí, Pepa, la herida es complicada. La bala se ha alojado en una costilla. Un poco más abajo y le habría alcanzado el corazón.
Un silencio profundo y doloroso se esparció por la estancia. De pronto, Francisca y Raimundo irrumpieron en la pieza.
- ¡Tristán!- sollozó Francisca. Sintió morir al ver la herida y el chorro de sangre que, pese a los esfuerzos de Rosario y Mariana con las toallas, no parecía remitir. Se volvió hacia el médico. – Por el amor de Dios, ¿¡cómo está!?
- Su situación es grave, doña Francisca. Tenemos que extraerle la bala. Pepa, tú me ayudarás. Esto le causará un gran dolor. Necesito que alguien le sujete. Si se mueve mientras intento sacarle la bala, las consecuencias podrían ser fatales.
- Yo lo haré.- se ofreció Sebastián de inmediato.
- Está bien. Los demás, por favor, salgan de la habitación. Hay demasiadas personas aquí.
Raimundo casi tuvo que arrastrar a Francisca para sacarla de allí. Finalmente salieron del dormitorio. Fueron al salón y allí se toparon con Don Anselmo, Emilia y los dos hermanos Castañeda.
- Doña Francisca.- Don Anselmo fue el primero en hablar.- ¿Cómo está Tristán?
- Van a… sacarle la bala.- dijo ella en un susurro quebrado por las lágrimas.
De pronto, unos terribles gritos rompieron el tenso silencio. Era la viva expresión del más puro dolor. Francisca se llevó la mano al corazón, como si se lo estuviesen atravesando con mil dardos. Todos los presentes quedaron inmóviles, intercambiando angustiosas miradas ante los desgarradores gritos. De pronto cesaron, sobreviniendo un silencio que parecía más espantoso si cabe.
Tras unos minutos que duraron como horas, bajaron al salón don Julián y Pepa.
- ¿Cómo está?- Preguntó Francisca, expresando en voz alta lo que tenían todos en mente.
Don Julián miró serio a la Montenegro.
- Doña Francisca, hemos podido extraer la bala. El problema es que en el proceso y como consecuencia de la herida, ha perdido… demasiada sangre.
Francisca sentía que el pánico en forma de serpiente estaba enroscándose en su garganta, asfixiándola sin tregua.
- ¿Q..Qué quiere… decir?
- Pues que, cualquier otro en su situación ya estaría muerto. No creo que sobreviva a esta noche.
Francisca se derrumbó en el asiento. No…no… ¡no!!! Aquello no podía estar pasando. Tenía que ser una pesadilla de la que despertaría en breve. Raimundo negó con la cabeza, como si no se lo creyera y se encaró al doctor.
- Doctor, debe haber alguna manera de salvar su vida.
- Bueno, hay una posibilidad. Su única salvación sería hacerle una transfusión de sangre, es decir, suministrarle la sangre perdida. Pero hay varios problemas.
- ¿Cuáles?- preguntó Francisca, levantándose de su asiento.
- En primer lugar, se necesita un tipo de sangre compatible con la del paciente. En este caso, eso es un problema, porque su hijo, señora, posee sangre tipo B, que no es precisamente la más común.
- ¿Mi sangre no serviría?- preguntó de nuevo la Doña.
- No señora. Necesitamos sangre tipo B. La suya es A.
- Pero no es posible. Es mi hijo. Tenemos que tener el mismo tipo de sangre, digo yo.
- Señora, el tipo de sangre es un rasgo hereditario, cierto, pero no me voy a poner a explicarle esto ahora. Es perfectamente posible que un hijo tenga el tipo de sangre distinto a uno de sus padres.
- ¿Y entonces…? ¿Qué propone?
- Es complicado encontrar un donante adecuado en un pueblo pequeño. Si estuviésemos en la capital, la transfusión podría hacerse ahora mismo. Pero si pido la sangre a Madrid, tardaría demasiado. Sería demasiado tarde.
Todos guardaron silencio. La vida de Tristán se extinguía sin que pudiesen hacer nada.
- Un momento…- dijo de repente Pepa, atrayendo la atención de todos.- doctor, ¿ha dicho sangre tipo B?
- Así es.
- Aquí hay una persona que tiene esa sangre.- Pepa se volvió, con los ojos iluminados como si se le hubiese aparecido el Altísimo.- ¿No lo recuerda, doctor? En el informe sobre la operación de Raimundo. Ahí estaba escrito que su sangre es de tipo B.
Raimundo se quedó paralizado.
- Es cierto…- dijo, al recordar. Raimundo miró al doctor.- Mi sangre es del mismo tipo.
El rostro del doctor pareció aliviarse, al igual que el de todos los presentes. Raimundo, presa de entusiasmo se acercó a Don Julián.
- ¿A qué espera? Ya tiene su donante. Cada segundo que pasa es crucial. Haga esa transfusión.
Francisca sintió una indescriptible punzada de alegría mezclada con temor, admiración y… algo más. No podía creerlo. Raimundo y… Tristán compartían el mismo tipo de sangre. Tragó saliva, esperando que nadie sacara conclusiones precipitadas. “Cálmate, Francisca”- se dijo, - “Nadie tiene por qué ver nada raro en eso” De pronto, sintió sobre ella la profunda mirada de Rosario. Ambas mujeres se miraron durante una fracción de segundo que pasó inadvertida a los presentes.
- Raimundo, su ofrecimiento le honra- el médico interrumpió los pensamientos de Francisca.- Pero hay otro inconveniente. Se precisa una cantidad alta de sangre, demasiado alta para un solo donante. Una transfusión así podría poner en peligro su vida. Y yo no puedo asumir esa responsabilidad.
- Usted no, pero yo si – repuso Raimundo, obstinado.- No permitiré que ese chico muera. Haga esa transfusión.
Los presentes se quedaron sin habla ante lo que estaba dispuesto a hacer Raimundo.
- Padre…- empezó Emilia.- Ya ha burlado una vez a la muerte. No tiente a la suerte, se lo ruego.
- Hija, tengo que hacerlo.
- Padre, por favor.- Emilia sonó desesperada.- Sé que lo hace porque su corazón se lo dicta, pero piense también en los que nos moriríamos si a usted le ocurriera algo. Por favor…
Raimundo acarició suavemente la mejilla de su hija.
- Emilia… He de hacerlo. Sé que lo comprendes. Además, no me voy a morir. No soy de los que se mueren por cualquier cosa.- susurró con una mezcla de ternura y humor. Se volvió hacia el médico.- Adelante, don Julián. Yo asumo toda la responsabilidad.
- ¿Está seguro de esto?
- Completamente.
- Está bien.
Raimundo, el médico y Pepa se encaminaron hacia la habitación de Tristán. Don Julián abrió la puerta y entraron él y la partera. Justo cuando Raimundo iba a entrar, sintió que una mano le cogía del brazo.
- G..gracias – Francisca sentía que apenas le podían salir las palabras.- Yo…
- No me lo agradezcas. No puedo hacer otra cosa. No me preguntes por qué, pero ya te dije una vez que Tristán significa mucho para mí. Juro que te lo devolveré.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Francisca. Raimundo la enjugó con infinita ternura. Después, sin poder evitarlo, se inclinó sobre ella y la besó tiernamente en los labios.
- Quiero que este sea mi último recuerdo… por si acaso.
- ¡No digas eso!...- Francisca sintió de nuevo el horror en su pecho.- Prométeme que… no te morirás.
Raimundo sonrió.
- Si Francisca Montenegro lo ordena, no creo que ni la de la guadaña ose desobedecerla.
Se miraron expresando en una mirada todo lo que no podían expresar en voz alta. Finalmente, Raimundo entró en la habitación y la puerta se cerró tras él.
- Vamos, ¡deprisa!
Los hombres de Mauricio entraron apresuradamente en la Casona, llevando en volandas a un malherido Tristán. Rosario y Mariana, horrorizadas, prepararon docenas de toallas y agua hirviendo. Acostaron al joven Montenegro. La herida de bala, bajo la clavícula izquierda, manaba sangre sin parar. Don Julián, el médico, examinó ansiosamente al paciente.
- Esto no pinta bien…- murmuró.- Necesito ayuda. Que alguien vaya a avisar a la partera.
- No será necesario.- Sonó una voz.
Pepa y Sebastián acababan de entrar. La joven corrió hacia la cama del herido. Luchó por tragar las lágrimas y mantener la mente lúcida.
- Doctor…- alzó los ojos tras ver la herida.
Sebastián también miró angustiado al médico.
- Sí, Pepa, la herida es complicada. La bala se ha alojado en una costilla. Un poco más abajo y le habría alcanzado el corazón.
Un silencio profundo y doloroso se esparció por la estancia. De pronto, Francisca y Raimundo irrumpieron en la pieza.
- ¡Tristán!- sollozó Francisca. Sintió morir al ver la herida y el chorro de sangre que, pese a los esfuerzos de Rosario y Mariana con las toallas, no parecía remitir. Se volvió hacia el médico. – Por el amor de Dios, ¿¡cómo está!?
- Su situación es grave, doña Francisca. Tenemos que extraerle la bala. Pepa, tú me ayudarás. Esto le causará un gran dolor. Necesito que alguien le sujete. Si se mueve mientras intento sacarle la bala, las consecuencias podrían ser fatales.
- Yo lo haré.- se ofreció Sebastián de inmediato.
- Está bien. Los demás, por favor, salgan de la habitación. Hay demasiadas personas aquí.
Raimundo casi tuvo que arrastrar a Francisca para sacarla de allí. Finalmente salieron del dormitorio. Fueron al salón y allí se toparon con Don Anselmo, Emilia y los dos hermanos Castañeda.
- Doña Francisca.- Don Anselmo fue el primero en hablar.- ¿Cómo está Tristán?
- Van a… sacarle la bala.- dijo ella en un susurro quebrado por las lágrimas.
De pronto, unos terribles gritos rompieron el tenso silencio. Era la viva expresión del más puro dolor. Francisca se llevó la mano al corazón, como si se lo estuviesen atravesando con mil dardos. Todos los presentes quedaron inmóviles, intercambiando angustiosas miradas ante los desgarradores gritos. De pronto cesaron, sobreviniendo un silencio que parecía más espantoso si cabe.
Tras unos minutos que duraron como horas, bajaron al salón don Julián y Pepa.
- ¿Cómo está?- Preguntó Francisca, expresando en voz alta lo que tenían todos en mente.
Don Julián miró serio a la Montenegro.
- Doña Francisca, hemos podido extraer la bala. El problema es que en el proceso y como consecuencia de la herida, ha perdido… demasiada sangre.
Francisca sentía que el pánico en forma de serpiente estaba enroscándose en su garganta, asfixiándola sin tregua.
- ¿Q..Qué quiere… decir?
- Pues que, cualquier otro en su situación ya estaría muerto. No creo que sobreviva a esta noche.
Francisca se derrumbó en el asiento. No…no… ¡no!!! Aquello no podía estar pasando. Tenía que ser una pesadilla de la que despertaría en breve. Raimundo negó con la cabeza, como si no se lo creyera y se encaró al doctor.
- Doctor, debe haber alguna manera de salvar su vida.
- Bueno, hay una posibilidad. Su única salvación sería hacerle una transfusión de sangre, es decir, suministrarle la sangre perdida. Pero hay varios problemas.
- ¿Cuáles?- preguntó Francisca, levantándose de su asiento.
- En primer lugar, se necesita un tipo de sangre compatible con la del paciente. En este caso, eso es un problema, porque su hijo, señora, posee sangre tipo B, que no es precisamente la más común.
- ¿Mi sangre no serviría?- preguntó de nuevo la Doña.
- No señora. Necesitamos sangre tipo B. La suya es A.
- Pero no es posible. Es mi hijo. Tenemos que tener el mismo tipo de sangre, digo yo.
- Señora, el tipo de sangre es un rasgo hereditario, cierto, pero no me voy a poner a explicarle esto ahora. Es perfectamente posible que un hijo tenga el tipo de sangre distinto a uno de sus padres.
- ¿Y entonces…? ¿Qué propone?
- Es complicado encontrar un donante adecuado en un pueblo pequeño. Si estuviésemos en la capital, la transfusión podría hacerse ahora mismo. Pero si pido la sangre a Madrid, tardaría demasiado. Sería demasiado tarde.
Todos guardaron silencio. La vida de Tristán se extinguía sin que pudiesen hacer nada.
- Un momento…- dijo de repente Pepa, atrayendo la atención de todos.- doctor, ¿ha dicho sangre tipo B?
- Así es.
- Aquí hay una persona que tiene esa sangre.- Pepa se volvió, con los ojos iluminados como si se le hubiese aparecido el Altísimo.- ¿No lo recuerda, doctor? En el informe sobre la operación de Raimundo. Ahí estaba escrito que su sangre es de tipo B.
Raimundo se quedó paralizado.
- Es cierto…- dijo, al recordar. Raimundo miró al doctor.- Mi sangre es del mismo tipo.
El rostro del doctor pareció aliviarse, al igual que el de todos los presentes. Raimundo, presa de entusiasmo se acercó a Don Julián.
- ¿A qué espera? Ya tiene su donante. Cada segundo que pasa es crucial. Haga esa transfusión.
Francisca sintió una indescriptible punzada de alegría mezclada con temor, admiración y… algo más. No podía creerlo. Raimundo y… Tristán compartían el mismo tipo de sangre. Tragó saliva, esperando que nadie sacara conclusiones precipitadas. “Cálmate, Francisca”- se dijo, - “Nadie tiene por qué ver nada raro en eso” De pronto, sintió sobre ella la profunda mirada de Rosario. Ambas mujeres se miraron durante una fracción de segundo que pasó inadvertida a los presentes.
- Raimundo, su ofrecimiento le honra- el médico interrumpió los pensamientos de Francisca.- Pero hay otro inconveniente. Se precisa una cantidad alta de sangre, demasiado alta para un solo donante. Una transfusión así podría poner en peligro su vida. Y yo no puedo asumir esa responsabilidad.
- Usted no, pero yo si – repuso Raimundo, obstinado.- No permitiré que ese chico muera. Haga esa transfusión.
Los presentes se quedaron sin habla ante lo que estaba dispuesto a hacer Raimundo.
- Padre…- empezó Emilia.- Ya ha burlado una vez a la muerte. No tiente a la suerte, se lo ruego.
- Hija, tengo que hacerlo.
- Padre, por favor.- Emilia sonó desesperada.- Sé que lo hace porque su corazón se lo dicta, pero piense también en los que nos moriríamos si a usted le ocurriera algo. Por favor…
Raimundo acarició suavemente la mejilla de su hija.
- Emilia… He de hacerlo. Sé que lo comprendes. Además, no me voy a morir. No soy de los que se mueren por cualquier cosa.- susurró con una mezcla de ternura y humor. Se volvió hacia el médico.- Adelante, don Julián. Yo asumo toda la responsabilidad.
- ¿Está seguro de esto?
- Completamente.
- Está bien.
Raimundo, el médico y Pepa se encaminaron hacia la habitación de Tristán. Don Julián abrió la puerta y entraron él y la partera. Justo cuando Raimundo iba a entrar, sintió que una mano le cogía del brazo.
- G..gracias – Francisca sentía que apenas le podían salir las palabras.- Yo…
- No me lo agradezcas. No puedo hacer otra cosa. No me preguntes por qué, pero ya te dije una vez que Tristán significa mucho para mí. Juro que te lo devolveré.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Francisca. Raimundo la enjugó con infinita ternura. Después, sin poder evitarlo, se inclinó sobre ella y la besó tiernamente en los labios.
- Quiero que este sea mi último recuerdo… por si acaso.
- ¡No digas eso!...- Francisca sintió de nuevo el horror en su pecho.- Prométeme que… no te morirás.
Raimundo sonrió.
- Si Francisca Montenegro lo ordena, no creo que ni la de la guadaña ose desobedecerla.
Se miraron expresando en una mirada todo lo que no podían expresar en voz alta. Finalmente, Raimundo entró en la habitación y la puerta se cerró tras él.
#255
25/07/2011 08:12
Me encanta tu historia!!! estoy enganchadísima. ojalá nos dieran más escenas de estos 2 y se dejaran de tantas tramas sin sentido.
#256
25/07/2011 10:31
ME MUEEEEEEEEEEEEEEEEEEROOOOOOOOOOOOOO que pasada, eres muy grande he llorado y todo, es que no se que comentarte por que todo me ha parecido genial pero el final es que es... cuando ella le dice que le prometa que no se morirá casi me da algo, por fa por fa siguelo cuanto antes, si por mi fuera te contrataba como guionista pero ya.
#257
25/07/2011 11:08
Dios de mi vida... Me quito el sombrero ante ti. Casi he podido verlo, he podido recordar con claridad la cara, los gestos de D. Julián, que desapareció hace tanto tiempo de la serie...
Te digo lo mismo que a verrego, si te plantearas escribir un libro, tendrías muchos lectores, servidora entre ellos.
Te digo lo mismo que a verrego, si te plantearas escribir un libro, tendrías muchos lectores, servidora entre ellos.
#258
25/07/2011 11:23
ooohh me deshago con tanto amooor!!!!! es increible la capacidad que tienes para que todas nos imaginemos exactamente lo que escribes!
gracias gracias y gracias por hacernos soñar que esto ocurre..!
el momento mirada de rosario ha sido increible! lo tenia en mi cabeza
bueno y el beso robado de raimundo ya..esque me encantan
gran historia de amor y gran escritora!!
gracias gracias y gracias por hacernos soñar que esto ocurre..!
el momento mirada de rosario ha sido increible! lo tenia en mi cabeza
bueno y el beso robado de raimundo ya..esque me encantan
gran historia de amor y gran escritora!!
#259
25/07/2011 12:18
Ina acabo de descubrir este hilo, impresionante historia es como si la estuviera viendo, me encanta otra escritora más en el foro. Sigue por favor, eres magnifica.
#260
25/07/2011 14:37
¿Alguien sabe cuándo van a volver a coincidir en alguna secuencia que sea algo más de un minuto o dos?
