El Rincón de Francisca y Raimundo:ESTE AMOR SE MERECE UN YACIMIENTO (TUNDA TUNDA) Gracias María y Ramon
#0
08/06/2011 23:44
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#2201
17/09/2011 16:23
Que grande Lna! Yo la verdad es que en la serie echo mucho de menos a Don Anselmo, que cada vez lo sacan menos y siempre tiene que ver con el tontolaba de Juan cuando sale. Esas antiguas meriendas en casa de la Doña... ays
Quiero continuación!!! A ver no solo la cara de Rai cuando vea la estatua, sino también la de la Doña
Quiero continuación!!! A ver no solo la cara de Rai cuando vea la estatua, sino también la de la Doña
#2202
17/09/2011 16:35
El sagaz párroco la evaluó disimuladamente, siguiendo la dirección a la que ella miraba... para acabar tropezando con la imagen de Raimundo, que se encontraba casi enfrente de ellos, junto a los Castañeda, Sebastián, Emilia y Tristán. Don Anselmo meneó la cabeza pero no dijo nada.
- Queridos convecinos, nos hemos reunido hoy aquí...- empezó Pedro Mirañar.
- A este hombre sólo le falta oficiar bodas.- soltó Raimundo burlón en voz baja. Esa frase del sagaz tabernero provocó las carcajadas de todos los que pudieron oírle, entre ellos los Castañeda, Emilia, Sebastián y Tristán.
Pedro Mirañar miró enfadado hacia el grupito que se encontraba a la puerta de la casa de comidas. Los muchachos parecieron advertirlo y las risas cesaron. Pero el alcalde, simplemente, no soportaba que le interrumpieran cuando estaba en pleno discurso. Miró a Raimundo.
- ¿Tiene algo qué decir, Raimundo?- le preguntó casi con desafío.- Por que si es así, hable ahora...
- Sí... sí que parece esto una boda.- dijo entre dientes Raimundo, arrancando nuevas carcajadas de los chicos. Miró a Pedro.- Discúlpeme, don Pedro. Ya sabe cómo son los muchachos.- un brillo malicioso y risueño bailó en sus ojos.- No tengo nada que decir... Y por favor, continúe con su excelso discurso.
Pedro pareció mirar con mala cara a Raimundo. En la plaza se oyeron unas últimas risitas. Francisca se había quedado inmóvil ante ese pequeño incidente. Estaba claro que los desarrapados de ese pueblo no tenían un mínimo de educación. Pero todos sus pensamientos se borraron al ver a Raimundo, contestando al alcalde con una fina ironía tan afilada como un estoque. Comprobó con horror que él la miraba con esa expresión que... Maldición. Sentía que le temblaban las rodillas. Raimundo se deleitó con ese nerviosismo que apreció en ella, a pesar de que su conciencia le reprendió interiormente. -”Recuerda que es tu enemiga”- le recordó esa puñetera vocecita interior. Sí, su peor enemiga. Su peor, obstinada, orgullosa y... deliciosa enemiga. No pudo evitar devorarla con los ojos. ¿Cómo podía aparecer tan hermosa ante ellos, con ese irresistible orgullo, con ese mohín de enfado en esa boca que no sabía cuando callarse? - “¡Por todos los...! Contrólate, Raimundo”...
La voz del alcalde pareció sacarles de su mundo y hacerles aterrizar en la realidad.
- Hoy es el glorioso día en el que rendiremos homenaje a una de las personalidades más ilustres que ha dado nuestro estimado pueblo. Nadie podría merecer más el honor de presidir nuestra plaza que la persona a quien va dedicada este humilde detalle. La estatua le hará honor, aunque evidentemente no se podrá comparar con su original.
Francisca resopló ante tanta adulación por parte del alcalde. De pronto, detuvo su abanico. Una terrible idea empezó a formarse en su cabeza. Pedro Mirañar sólo era tan... arrastradamente condescendiente con...
- Y ahora, queridos convecinos, descubramos la estatua, dedicada a nuestra más ilustre vecina: Doña Francisca Montenegro.
La aludida sintió que el abanico se le escurría de la mano. Retiraron el lienzo. Una... peculiar imagen de Francisca apareció tallada en bronce. Todos los presentes ahogaron una exclamación. La réplica de Francisca estaba totalmente erguida, con una perfecta expresión de furia en sus ojos de bronce y los puños apretados. Sí, desde luego, el artista había reflejado a la perfección el orgullo Montenegro. Pedro se quedó tan asustado como un conejo al ver la estatua. Tragó saliva. Le había dicho al escultor que debía representar a una Francisca en plan heroína magnánima... y aquello... no se parecía en nada a su petición.
Todo el mundo estaba asombrado. Tristán y Sebastián contemplaban la estatua con la mandíbula casi descolgada, al igual que Emilia, Pepa y los Castañeda. Raimundo parpadeó perplejo. Francisca sintió que no podía soportarlo más. El pobre alcalde deseó morir cuando una indignada Montenegro se plantó frente a él. Sus ojos despedían tal furia que la hasta ahora amenazante estatua parecía una imagen angelical.
- ¿¡Se puede... saber qué diablos... significa ésto!?- Francisca pronunció las palabras en voz baja, causándole un escalofrío de terror a Pedro. Dolores, su mujer, que estaba a su lado, retrocedió disimuladamente.
- Do...Doña...Fran... Francisca... yo... yo...
PD: Ufff, cómo está el señor Ulloa....
- Queridos convecinos, nos hemos reunido hoy aquí...- empezó Pedro Mirañar.
- A este hombre sólo le falta oficiar bodas.- soltó Raimundo burlón en voz baja. Esa frase del sagaz tabernero provocó las carcajadas de todos los que pudieron oírle, entre ellos los Castañeda, Emilia, Sebastián y Tristán.
Pedro Mirañar miró enfadado hacia el grupito que se encontraba a la puerta de la casa de comidas. Los muchachos parecieron advertirlo y las risas cesaron. Pero el alcalde, simplemente, no soportaba que le interrumpieran cuando estaba en pleno discurso. Miró a Raimundo.
- ¿Tiene algo qué decir, Raimundo?- le preguntó casi con desafío.- Por que si es así, hable ahora...
- Sí... sí que parece esto una boda.- dijo entre dientes Raimundo, arrancando nuevas carcajadas de los chicos. Miró a Pedro.- Discúlpeme, don Pedro. Ya sabe cómo son los muchachos.- un brillo malicioso y risueño bailó en sus ojos.- No tengo nada que decir... Y por favor, continúe con su excelso discurso.
Pedro pareció mirar con mala cara a Raimundo. En la plaza se oyeron unas últimas risitas. Francisca se había quedado inmóvil ante ese pequeño incidente. Estaba claro que los desarrapados de ese pueblo no tenían un mínimo de educación. Pero todos sus pensamientos se borraron al ver a Raimundo, contestando al alcalde con una fina ironía tan afilada como un estoque. Comprobó con horror que él la miraba con esa expresión que... Maldición. Sentía que le temblaban las rodillas. Raimundo se deleitó con ese nerviosismo que apreció en ella, a pesar de que su conciencia le reprendió interiormente. -”Recuerda que es tu enemiga”- le recordó esa puñetera vocecita interior. Sí, su peor enemiga. Su peor, obstinada, orgullosa y... deliciosa enemiga. No pudo evitar devorarla con los ojos. ¿Cómo podía aparecer tan hermosa ante ellos, con ese irresistible orgullo, con ese mohín de enfado en esa boca que no sabía cuando callarse? - “¡Por todos los...! Contrólate, Raimundo”...
La voz del alcalde pareció sacarles de su mundo y hacerles aterrizar en la realidad.
- Hoy es el glorioso día en el que rendiremos homenaje a una de las personalidades más ilustres que ha dado nuestro estimado pueblo. Nadie podría merecer más el honor de presidir nuestra plaza que la persona a quien va dedicada este humilde detalle. La estatua le hará honor, aunque evidentemente no se podrá comparar con su original.
Francisca resopló ante tanta adulación por parte del alcalde. De pronto, detuvo su abanico. Una terrible idea empezó a formarse en su cabeza. Pedro Mirañar sólo era tan... arrastradamente condescendiente con...
- Y ahora, queridos convecinos, descubramos la estatua, dedicada a nuestra más ilustre vecina: Doña Francisca Montenegro.
La aludida sintió que el abanico se le escurría de la mano. Retiraron el lienzo. Una... peculiar imagen de Francisca apareció tallada en bronce. Todos los presentes ahogaron una exclamación. La réplica de Francisca estaba totalmente erguida, con una perfecta expresión de furia en sus ojos de bronce y los puños apretados. Sí, desde luego, el artista había reflejado a la perfección el orgullo Montenegro. Pedro se quedó tan asustado como un conejo al ver la estatua. Tragó saliva. Le había dicho al escultor que debía representar a una Francisca en plan heroína magnánima... y aquello... no se parecía en nada a su petición.
Todo el mundo estaba asombrado. Tristán y Sebastián contemplaban la estatua con la mandíbula casi descolgada, al igual que Emilia, Pepa y los Castañeda. Raimundo parpadeó perplejo. Francisca sintió que no podía soportarlo más. El pobre alcalde deseó morir cuando una indignada Montenegro se plantó frente a él. Sus ojos despedían tal furia que la hasta ahora amenazante estatua parecía una imagen angelical.
- ¿¡Se puede... saber qué diablos... significa ésto!?- Francisca pronunció las palabras en voz baja, causándole un escalofrío de terror a Pedro. Dolores, su mujer, que estaba a su lado, retrocedió disimuladamente.
- Do...Doña...Fran... Francisca... yo... yo...
PD: Ufff, cómo está el señor Ulloa....
#2203
17/09/2011 16:44
Todos estaban mirando la escena sin perder detalle. Algunos conteniendo la risa y otros compadeciéndose del pobre alcalde, que miraba a la Doña como si estuviese viendo frente a él a la muerte con la guadaña. Raimundo meneó la cabeza. Ese pobre hombre... no sabía la que se le avecinaba. Adelantó un paso.
- Cálmese, alcalde, o le dará un vahído.- le dió una palmada tranquilizadora. Después se volvió hasta quedar frente a Francisca.- Tampoco es para ponerse así.- añadió.
- ¿Qué?- Francisca le fulminó con los ojos.- ¿Que no es para ponerse así???- sintió que se la llevaban todos los demonios. Raimundo esbozó una sonrisa ladeada.
- Bueno, yo creo que el artista ha hecho un buen trabajo.- echó un leve vistazo a la estatua.- No tienes motivos para despotricar de esa forma. Al menos tú no verás esa estatua todos los días frente a tu propia casa, nada más levantarte.- añadió con un burlón resoplido.
Se oyeron unas leves risitas mezcladas con algunas exclamaciones en voz baja. Tristán miraba atónito la escena, pero tras las palabras de Raimundo tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no estallar en carcajadas. Francisca estaba tan indignada que temblaba. Apretó los puños, igual que su estatua. Jamás se había sentido poseída de tal furia, ni siquiera cuando su hijo le pidió a la partera que se casase con él. Pareció olvidarse que estaban en medio de la plaza. Avanzó hacia Raimundo con intención de matarle.
- ¡Eres un...!
Alzó las manos, pero Raimundo la atrapó por las muñecas. El enfrentamiento dejó a todos los presentes con la boca abierta. Pedro miraba la escena con horror. Aquello le superaba... ¡Dios Santo!... Él sólo era un pacífico alcalde que intentaba gobernar como mejor podía. Dolores le miró.
- Haz algo, Pedro, antes de que se maten entre ellos.- le apremió en un susurro. - Tienes que intervenir.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- Y ¿por qué no intervienes tú?- le preguntó entre asustado y enfadado.
Interrumpieron la conversación. Francisca forcejeaba para soltarse del agarre de Raimundo.
- ¡Maldito tabernero, desgraciado, inútil, cobarde!- ella zafó una mano e intentó golpearle con el puño, pero él volvió a atraparla con fuerza.
- Cierra esa bocaza, condenada cacique.- le advirtió mirándola peligroso.- O seré yo el que la cierre.
La furia pareció evaporarse de pronto al oír sus palabras y darse cuenta de que estaba... demasiado cerca de él. Raimundo la tenía asida con fuerza, pero a la vez con delicadeza. En su enfrentamiento habían quedado a menos de un palmo de distancia. El aire estaba tan cargado que todos parecieron notarlo. Tristán miraba atónito el panorama.
- Será mejor que haga algo...- empezó a decir.
- Yo en tu lugar... no me metería.- dijo Sebastián con un extraño tono de voz.- Es mejor que resuelvan ellos sus... diferencias.
Nadie pestañeaba ante aquel extraordinario enfrentamiento. Sería algo que recordarían para siempre entre cotilleos. Raimundo Ulloa y Francisca Montenegro peleándose en el centro de la plaza del pueblo, a los ojos de todos. Nadie perdía un detalle. Francisca sabía que estaban montando un espectáculo que se convertiría en leyenda popular, pero en ese momento no podía pensar en eso. Lo único que podía pensar era que él estaba tan cerca de ella que sentía su ardiente aliento en su piel. Raimundo respiraba procurando disimular el jadeo que ahogaba sus pulmones. Dios, si seguía viéndola tan cerca acabaría cometiendo una locura. La atmósfera entre ellos hervía. Francisca necesitaba todo su orgullo para no desvanecerse frente a él y Raimundo recurrió al suyo para dominar el torturante deseo que le recorría y no atraparla, llevársela de allí, arrancarle la ropa y hacerla suya hasta llevarla a la locura.
- Cálmese, alcalde, o le dará un vahído.- le dió una palmada tranquilizadora. Después se volvió hasta quedar frente a Francisca.- Tampoco es para ponerse así.- añadió.
- ¿Qué?- Francisca le fulminó con los ojos.- ¿Que no es para ponerse así???- sintió que se la llevaban todos los demonios. Raimundo esbozó una sonrisa ladeada.
- Bueno, yo creo que el artista ha hecho un buen trabajo.- echó un leve vistazo a la estatua.- No tienes motivos para despotricar de esa forma. Al menos tú no verás esa estatua todos los días frente a tu propia casa, nada más levantarte.- añadió con un burlón resoplido.
Se oyeron unas leves risitas mezcladas con algunas exclamaciones en voz baja. Tristán miraba atónito la escena, pero tras las palabras de Raimundo tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no estallar en carcajadas. Francisca estaba tan indignada que temblaba. Apretó los puños, igual que su estatua. Jamás se había sentido poseída de tal furia, ni siquiera cuando su hijo le pidió a la partera que se casase con él. Pareció olvidarse que estaban en medio de la plaza. Avanzó hacia Raimundo con intención de matarle.
- ¡Eres un...!
Alzó las manos, pero Raimundo la atrapó por las muñecas. El enfrentamiento dejó a todos los presentes con la boca abierta. Pedro miraba la escena con horror. Aquello le superaba... ¡Dios Santo!... Él sólo era un pacífico alcalde que intentaba gobernar como mejor podía. Dolores le miró.
- Haz algo, Pedro, antes de que se maten entre ellos.- le apremió en un susurro. - Tienes que intervenir.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- Y ¿por qué no intervienes tú?- le preguntó entre asustado y enfadado.
Interrumpieron la conversación. Francisca forcejeaba para soltarse del agarre de Raimundo.
- ¡Maldito tabernero, desgraciado, inútil, cobarde!- ella zafó una mano e intentó golpearle con el puño, pero él volvió a atraparla con fuerza.
- Cierra esa bocaza, condenada cacique.- le advirtió mirándola peligroso.- O seré yo el que la cierre.
La furia pareció evaporarse de pronto al oír sus palabras y darse cuenta de que estaba... demasiado cerca de él. Raimundo la tenía asida con fuerza, pero a la vez con delicadeza. En su enfrentamiento habían quedado a menos de un palmo de distancia. El aire estaba tan cargado que todos parecieron notarlo. Tristán miraba atónito el panorama.
- Será mejor que haga algo...- empezó a decir.
- Yo en tu lugar... no me metería.- dijo Sebastián con un extraño tono de voz.- Es mejor que resuelvan ellos sus... diferencias.
Nadie pestañeaba ante aquel extraordinario enfrentamiento. Sería algo que recordarían para siempre entre cotilleos. Raimundo Ulloa y Francisca Montenegro peleándose en el centro de la plaza del pueblo, a los ojos de todos. Nadie perdía un detalle. Francisca sabía que estaban montando un espectáculo que se convertiría en leyenda popular, pero en ese momento no podía pensar en eso. Lo único que podía pensar era que él estaba tan cerca de ella que sentía su ardiente aliento en su piel. Raimundo respiraba procurando disimular el jadeo que ahogaba sus pulmones. Dios, si seguía viéndola tan cerca acabaría cometiendo una locura. La atmósfera entre ellos hervía. Francisca necesitaba todo su orgullo para no desvanecerse frente a él y Raimundo recurrió al suyo para dominar el torturante deseo que le recorría y no atraparla, llevársela de allí, arrancarle la ropa y hacerla suya hasta llevarla a la locura.
#2204
17/09/2011 17:43
JajAja sigueeee.... Ver eso no tiene precio!!!
#2205
17/09/2011 18:45
Hola chicas. Mariajo tíaaaaaaaa que soy una tocaya tuya. Que estudio historia y ya he pasado por asignaturas de archivística y diplomática. De hecho tengo otra este año que se llama paleografía y diplomática. Me voy a acordar tanto de ti. Por cierto, soy de alicante. Que me quedaba por decir para terminar de presentarme XD.
Franrai tía qué bonito ese encuentro en el árbol. Ina, Kera, como siempre increíbles. Va estar super bien ver esa reconquista de Raimundo. Y Miri, no me olvido de ti. Que cuando te arrancas también sacas cosas increíbles. De verdad que con lo bien que escribís a una se la ponéis muy difícil para sorprenderos. Habéis escrito tantos momentos románticos y tantos loqueseaencuentro que espero no defraudaros con el mío. Aunque creo que todavía os dejaré con la miel en los labios jejejejeje. Pero con esto preparo el encuentro.
Raimundo se levantó sintiendo que el mundo se le venía encima. No consiguió dormir nada en toda la noche pensando en qué le diría a Francisca y cómo lo haría. Parecía un adolescente antes de declararse por primera vez. Quería encontrar el momento adecuado, el momento en que estuviera sola y pudiera hablar con ella sin el servicio cerca. Además, la Casona ejercía una fuerza contra él que no podía soportar. Le traía malos recuerdos. Necesitaba un lugar que le trajera paz. Se quedó trabajando con Emilia pensando en cuál sería el momento y el lugar adecuado.
Mientras, Carmen se sentía con una felicidad inmensa. Sabía que el regalo que acababa de comprar iba a encantarle a Raimundo. Había conseguido su libro favorito de Rosalía de Castro con tapas de piel.
Llegó feliz a la casa de comidas y ahí estaba Raimundo. “Tan apuesto y sonriente como siempre.” – pensó.
-Buenas tardes Raimundo. – dijo Carmen dirigiéndose a una mesa.
-Buenas tardes Carmen. ¿Has tenido algún encargo hoy?
-Pues sí. Parece que en la Puebla se están vendiendo bien mis obras – dijo Carmen sonriente.- Parece que a la gente le gusta mi trabajo.
Carmen sentía que el corazón estaba a punto de estallarle. O se lo daba ya o reventaría.
-Raimundo, ¿puedo hablar un momento con usted? – dijo Carmen con dificultad
-Sí claro.
Los dos fueron al vestíbulo de la posada.
-Quería darte un regalo por tu hospitalidad – dijo Carmen.
Raimundo cogió el libro con emoción. Nunca pensó que tendría un libro con tapas de piel y encima de Rosalía de Castro. Lo acarició como si fuera el mayor tesoro del mundo.
-G… gracias. – dijo Raimundo.
Carmen no podía aguantar más y se acercó a él poniendo una mano en su hombro. Al acariciarle, Carmen se estremeció. “Dios santo, eres tan hermoso Raimundo.” – pensó Carmen.
-Te mereces todo lo mejor Raimundo. Eres el hombre más bueno y comprensivo que he conocido.
-Pues se ve que no conoces a demasiada gente. – dijo Raimundo divertido.
Raimundo entonces vio cómo Carmen le miraba y recordó lo que le dijo Pepa hace tiempo y él no vio. Carmen le miraba con amor. Raimundo vio como se acercaba y retrocedió. Se maldijo por no haber visto eso antes. Estaba tan acostumbrado a tratar con la gente que nunca pensó que algo así podía ocurrir.
-Carmen… es sólo un sueño lo que amas. Nunca quise dar pie a que sintieras eso por mí.- dijo Raimundo con cierto pesar. Le dolió haber dicho eso porque significaba romperle el corazón. Pero tenía que hacerlo.
Carmen se retiró y sintió que sus ojos amenazaban con llorar. Raimundo se sinceró:
-Carmen, eres una buena mujer que se ha portado muy bien conmigo. Nunca pensé que podía volver a sentirme bien con una mujer pero nunca quise esto. Te lo digo de corazón. – dijo un Raimundo apesadumbrado. – No puedo darte lo que anhelas. Sé que parece de locos pero quiero a Francisca desde niño. Y todo el daño que nos hemos hecho ha sido fruto de la desesperanza de no poder estar juntos. Siento no habértelo dicho antes.
-¿Después de todo este tiempo? ¿Después de todo lo que has vivido con ella? ¿La sigues queriendo?- dijo Carmen con lágrimas en los ojos.
-Siempre la he querido. – dijo Raimundo casi en un susurro.
-Entonces prométeme una cosa. Como amigos. – dijo Carmen intentando sonreír ante esa palabra. – Prométeme que serás feliz con ella. Que no vivirás la angustia de no poder estar a su lado ni un día más. No podría vivir sabiendo que sigues sufriendo.
-Te lo prometo.- dijo Raimundo con una sonrisa tierna.
Después de esto Carmen cerró los ojos y medio sonriendo se despidió de Raimundo. Cuando atravesó la puerta para ir a su habitación Raimundo por fin supo qué era lo que tenía que hacer. Iría al primer lugar que fue testigo de su amor. “Tal vez allí encontraré las fuerzas.”- pensó. Y sin pensarlo más partió a la conservera.
Cuando llegó fue directamente al cobertizo. A ese cobertizo que fue testigo del amor entre él y Francisca. Ahí fue su primera vez. Recorrió la estancia acariciando cada rincón que le traía recuerdos. El cobertizo tenía algunos trastos pero, en general, la habitación estaba tal y como la recordaba aunque con un poco más de polvo. Le traía tan buenos recuerdos… Se quitó la chaqueta y, dejándola a un lado, se acostó en la cama. No dejaban de venir recuerdos a su cabeza: sus encuentros con Francisca, cuando encontró aquí a su prima y al padre de Francisca… Millones de recuerdos llenos de felicidad que le hicieron sonreír y emocionarse. Con ese último recuerdo se rió. “La verdad es que fue una situación divertida. Nunca olvidaré la cara de Alejandro Montenegro cuando le pillé con Alicia.”- se dijo para sí mismo. Ese lugar estaba lleno de amor. Cerró los ojos para visualizar más claramente los recuerdos con Francisca. Se esforzó en recordar cada sonrisa, cada beso, cada caricia, cada palabra… Realmente no le resultó demasiado difícil. Esos recuerdos estaban grabados en su alma. Y con esos recuerdos de Francisca en su cabeza, Raimundo se sumió en un pacífico y placentero sueño.
Franrai tía qué bonito ese encuentro en el árbol. Ina, Kera, como siempre increíbles. Va estar super bien ver esa reconquista de Raimundo. Y Miri, no me olvido de ti. Que cuando te arrancas también sacas cosas increíbles. De verdad que con lo bien que escribís a una se la ponéis muy difícil para sorprenderos. Habéis escrito tantos momentos románticos y tantos loqueseaencuentro que espero no defraudaros con el mío. Aunque creo que todavía os dejaré con la miel en los labios jejejejeje. Pero con esto preparo el encuentro.
Raimundo se levantó sintiendo que el mundo se le venía encima. No consiguió dormir nada en toda la noche pensando en qué le diría a Francisca y cómo lo haría. Parecía un adolescente antes de declararse por primera vez. Quería encontrar el momento adecuado, el momento en que estuviera sola y pudiera hablar con ella sin el servicio cerca. Además, la Casona ejercía una fuerza contra él que no podía soportar. Le traía malos recuerdos. Necesitaba un lugar que le trajera paz. Se quedó trabajando con Emilia pensando en cuál sería el momento y el lugar adecuado.
Mientras, Carmen se sentía con una felicidad inmensa. Sabía que el regalo que acababa de comprar iba a encantarle a Raimundo. Había conseguido su libro favorito de Rosalía de Castro con tapas de piel.
Llegó feliz a la casa de comidas y ahí estaba Raimundo. “Tan apuesto y sonriente como siempre.” – pensó.
-Buenas tardes Raimundo. – dijo Carmen dirigiéndose a una mesa.
-Buenas tardes Carmen. ¿Has tenido algún encargo hoy?
-Pues sí. Parece que en la Puebla se están vendiendo bien mis obras – dijo Carmen sonriente.- Parece que a la gente le gusta mi trabajo.
Carmen sentía que el corazón estaba a punto de estallarle. O se lo daba ya o reventaría.
-Raimundo, ¿puedo hablar un momento con usted? – dijo Carmen con dificultad
-Sí claro.
Los dos fueron al vestíbulo de la posada.
-Quería darte un regalo por tu hospitalidad – dijo Carmen.
Raimundo cogió el libro con emoción. Nunca pensó que tendría un libro con tapas de piel y encima de Rosalía de Castro. Lo acarició como si fuera el mayor tesoro del mundo.
-G… gracias. – dijo Raimundo.
Carmen no podía aguantar más y se acercó a él poniendo una mano en su hombro. Al acariciarle, Carmen se estremeció. “Dios santo, eres tan hermoso Raimundo.” – pensó Carmen.
-Te mereces todo lo mejor Raimundo. Eres el hombre más bueno y comprensivo que he conocido.
-Pues se ve que no conoces a demasiada gente. – dijo Raimundo divertido.
Raimundo entonces vio cómo Carmen le miraba y recordó lo que le dijo Pepa hace tiempo y él no vio. Carmen le miraba con amor. Raimundo vio como se acercaba y retrocedió. Se maldijo por no haber visto eso antes. Estaba tan acostumbrado a tratar con la gente que nunca pensó que algo así podía ocurrir.
-Carmen… es sólo un sueño lo que amas. Nunca quise dar pie a que sintieras eso por mí.- dijo Raimundo con cierto pesar. Le dolió haber dicho eso porque significaba romperle el corazón. Pero tenía que hacerlo.
Carmen se retiró y sintió que sus ojos amenazaban con llorar. Raimundo se sinceró:
-Carmen, eres una buena mujer que se ha portado muy bien conmigo. Nunca pensé que podía volver a sentirme bien con una mujer pero nunca quise esto. Te lo digo de corazón. – dijo un Raimundo apesadumbrado. – No puedo darte lo que anhelas. Sé que parece de locos pero quiero a Francisca desde niño. Y todo el daño que nos hemos hecho ha sido fruto de la desesperanza de no poder estar juntos. Siento no habértelo dicho antes.
-¿Después de todo este tiempo? ¿Después de todo lo que has vivido con ella? ¿La sigues queriendo?- dijo Carmen con lágrimas en los ojos.
-Siempre la he querido. – dijo Raimundo casi en un susurro.
-Entonces prométeme una cosa. Como amigos. – dijo Carmen intentando sonreír ante esa palabra. – Prométeme que serás feliz con ella. Que no vivirás la angustia de no poder estar a su lado ni un día más. No podría vivir sabiendo que sigues sufriendo.
-Te lo prometo.- dijo Raimundo con una sonrisa tierna.
Después de esto Carmen cerró los ojos y medio sonriendo se despidió de Raimundo. Cuando atravesó la puerta para ir a su habitación Raimundo por fin supo qué era lo que tenía que hacer. Iría al primer lugar que fue testigo de su amor. “Tal vez allí encontraré las fuerzas.”- pensó. Y sin pensarlo más partió a la conservera.
Cuando llegó fue directamente al cobertizo. A ese cobertizo que fue testigo del amor entre él y Francisca. Ahí fue su primera vez. Recorrió la estancia acariciando cada rincón que le traía recuerdos. El cobertizo tenía algunos trastos pero, en general, la habitación estaba tal y como la recordaba aunque con un poco más de polvo. Le traía tan buenos recuerdos… Se quitó la chaqueta y, dejándola a un lado, se acostó en la cama. No dejaban de venir recuerdos a su cabeza: sus encuentros con Francisca, cuando encontró aquí a su prima y al padre de Francisca… Millones de recuerdos llenos de felicidad que le hicieron sonreír y emocionarse. Con ese último recuerdo se rió. “La verdad es que fue una situación divertida. Nunca olvidaré la cara de Alejandro Montenegro cuando le pillé con Alicia.”- se dijo para sí mismo. Ese lugar estaba lleno de amor. Cerró los ojos para visualizar más claramente los recuerdos con Francisca. Se esforzó en recordar cada sonrisa, cada beso, cada caricia, cada palabra… Realmente no le resultó demasiado difícil. Esos recuerdos estaban grabados en su alma. Y con esos recuerdos de Francisca en su cabeza, Raimundo se sumió en un pacífico y placentero sueño.
#2206
17/09/2011 18:58
Francisca se había pasado todo el día inquieta. Había mandado al mastuerzo de Mauricio a por noticias y no había vuelto. No sabía nada de Raimundo y sentía que se la llevaban los demonios. Necesitaba saber qué había dicho y si había firmado. A estas alturas ya todo el pueblo debía de estar al tanto de sus últimas acciones. O al menos eso pensaba.
De pronto Mauricio entró al comedor.
-Hace horas que te espero Mauricio. ¿Traes noticias?
-Sí señora. Los Ulloa ya saben lo de su decisión. Todo apunta a que van a aceptarla. En cuanto a los jornaleros, nadie se lo acaba de creer. – dijo Mauricio.
Francisca sonrió para sí misma. Raimundo ya sabía lo que había hecho. Ahora sólo cabía esperar su reacción.
-Muy bien. Manda preparar la calesa Mauricio. Tengo que ir a la conservera a tratar unos asuntos con Sebastián urgentes. – dijo Francisca.
-Sí señora.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Sebastián se encontraba absorto en su trabajo cuando Francisca llegó.
-Doña Francisca, siempre es un placer verla. – dijo Sebastián intentando parecer cortés.
-No estoy para ironías en este momento Sebastián. Vayamos al grano. ¿Tu padre ha firmado el documento?- dijo Francisca ansiosa por conocer la noticia.
-Así es señora. Aquí lo tiene. ¿Puedo preguntarle por qué lo ha hecho? – dijo Sebastián.
-Puedes pero no debes porque no es asunto tuyo. ¿Tienes los contratos con los proveedores?
-Aquí señora. – dijo Sebastián entregándole los documentos.
-Bien. ¿Algún asunto más que debamos tratar?
-No señora. Todo parece que sigue el camino correcto.
-En ese caso me marcho. Tengo otras cosas que hacer. Dile a tu padre que si quiere tratar conmigo cualquier cosa que estaré en la Casona. Adiós, Ulloa.- dijo Francisca sin creer que de verdad había dicho eso.
Y se fue de allí dejando a Sebastián con la mandíbula descolocada. Cuando salió de allí fue realmente consciente de lo que acababa de decir. Se reprendió a sí misma. “Se ha notado demasiado, Francisca.” – se dijo. Antes de subir a la calesa divisó la conservera de lejos y recordó lo vivido ahí. En ese caserón conoció al amor de su vida. Y, por una extraña fuerza que no supo identificar, dirigió su mirada al cobertizo. Ese cobertizo que tantos secretos había guardado: sus encuentros con Raimundo, los encuentros de su padre con Alicia. Su padre. Francisca le adoraba y le compadecía. “No nos dejaron ser felices padre. Las mismas personas nos destrozaron la vida.” Por un instante, Francisca sintió la necesidad de ir allí. De volver a recordar esos encuentros tan llenos de amor y felicidad, esos encuentros que llenaron de sentido su vida. Dejó partir la calesa y se dirigió al cobertizo.
Cuando abrió la puerta sintió un escalofrío. Ese lugar no había cambiado nada desde que lo vio por última vez salvo algunos trastos más de la conservera y algo de polvo. Estuvo un rato dirigiendo su vista por todo el cobertizo hasta que se posó en la cama y lo que vio le dejó sin respiración.
De pronto Mauricio entró al comedor.
-Hace horas que te espero Mauricio. ¿Traes noticias?
-Sí señora. Los Ulloa ya saben lo de su decisión. Todo apunta a que van a aceptarla. En cuanto a los jornaleros, nadie se lo acaba de creer. – dijo Mauricio.
Francisca sonrió para sí misma. Raimundo ya sabía lo que había hecho. Ahora sólo cabía esperar su reacción.
-Muy bien. Manda preparar la calesa Mauricio. Tengo que ir a la conservera a tratar unos asuntos con Sebastián urgentes. – dijo Francisca.
-Sí señora.
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Sebastián se encontraba absorto en su trabajo cuando Francisca llegó.
-Doña Francisca, siempre es un placer verla. – dijo Sebastián intentando parecer cortés.
-No estoy para ironías en este momento Sebastián. Vayamos al grano. ¿Tu padre ha firmado el documento?- dijo Francisca ansiosa por conocer la noticia.
-Así es señora. Aquí lo tiene. ¿Puedo preguntarle por qué lo ha hecho? – dijo Sebastián.
-Puedes pero no debes porque no es asunto tuyo. ¿Tienes los contratos con los proveedores?
-Aquí señora. – dijo Sebastián entregándole los documentos.
-Bien. ¿Algún asunto más que debamos tratar?
-No señora. Todo parece que sigue el camino correcto.
-En ese caso me marcho. Tengo otras cosas que hacer. Dile a tu padre que si quiere tratar conmigo cualquier cosa que estaré en la Casona. Adiós, Ulloa.- dijo Francisca sin creer que de verdad había dicho eso.
Y se fue de allí dejando a Sebastián con la mandíbula descolocada. Cuando salió de allí fue realmente consciente de lo que acababa de decir. Se reprendió a sí misma. “Se ha notado demasiado, Francisca.” – se dijo. Antes de subir a la calesa divisó la conservera de lejos y recordó lo vivido ahí. En ese caserón conoció al amor de su vida. Y, por una extraña fuerza que no supo identificar, dirigió su mirada al cobertizo. Ese cobertizo que tantos secretos había guardado: sus encuentros con Raimundo, los encuentros de su padre con Alicia. Su padre. Francisca le adoraba y le compadecía. “No nos dejaron ser felices padre. Las mismas personas nos destrozaron la vida.” Por un instante, Francisca sintió la necesidad de ir allí. De volver a recordar esos encuentros tan llenos de amor y felicidad, esos encuentros que llenaron de sentido su vida. Dejó partir la calesa y se dirigió al cobertizo.
Cuando abrió la puerta sintió un escalofrío. Ese lugar no había cambiado nada desde que lo vio por última vez salvo algunos trastos más de la conservera y algo de polvo. Estuvo un rato dirigiendo su vista por todo el cobertizo hasta que se posó en la cama y lo que vio le dejó sin respiración.
#2207
17/09/2011 19:06
Gluuups, Nataalia, aay que bueno... jejeje... ese cortijo tiene más historiaaa. Jajaja, gracias por esos guiños que haces en tu relato a "Eres mi verdad". Gracias guapísima y siguee.
Bueno... yo sigo con esta ida de olla de la estatua... jejeje.
_____________________
- Señores... por Dios, que haya paz.- intervino la afable pero preocupada voz de Don Anselmo.- Este no es el momento para...- el pobre hombre intentó buscar la palabra adecuada.-... airear su enemistad.
Raimundo y Francisca volvieron a aterrizar en el mundo real. Miraron al párroco y después advirtieron las decenas de inquisidores ojos que estaban posados sobre ellos. Se separaron con un esfuerzo considerable y al hacerlo pudieron comprobar que se respiraba mucho mejor. Francisca se irguió amenazadora, intentando controlar la furia y... la tensión que existía aún.
- Disculpe, Don Anselmo.- pudo decir.- Pero la desfachatez de ciertas personas... puede conmigo.- sus ojos se posaron en Raimundo, echando nuevamente chispas.
- Qué curioso... a mí me pasa exactamente lo mismo.- replicó Raimundo mordaz.
- Está bien, está bien.- Don Anselmo se interpuso entre ellos, intuyendo otra nueva catástrofe. Miró a su amigo.- Raimundo, deja de sembrar cizaña hombre de Dios...- dijo como si abroncase a un chiquillo.
La ardiente mirada de Raimundo se desvió de Francisca y se clavó en el cura, con una mezcla de indignación e incredulidad. Abrió la boca pero Don Anselmo le interrumpió.
- Bueno, y ahora, ¿qué tal si aprovechamos este momento de celebración para confraternizar con nuestros vecinos y Emilia saca unas raciones de esas maravillas que hace en el puchero?
Francisca también miró al párroco con perplejidad.
- Pero... ¿qué celebración ni qué ocho cuartos?- espetó.- Aquí, lo único que hay que celebrar es que quiten esa... estatua de la plaza. Es una afrenta contra mi persona.
- Sin que sirva de precedente, estoy totalmente de acuerdo.- Raimundo esbozó una irónica sonrisa.- Y he de añadir, que también es una afrenta para mi humilde persona. Sólo falta que también pongan al lado y frente a mi casa la imagen de un cristo crucificado...
Don Anselmo alzó los ojos al cielo. Francisca fulminó de nuevo con la mirada a Raimundo.
- Nadie te ha pedido tu maldita opinión, condenado tabernero.
- Deberías lavarte esa venenosa boca con agua y jabón.- él clavó su mirada en sus labios, arrancándole un escalofrío.
- Por Dios, señores, ya es suficiente.- Don Anselmo les miró serio.- ¿Quieren comportarse de una vez como personas adultas y no como dos... críos?- Francisca y Raimundo le miraron, un tanto avergonzados. Don Anselmo continuó.- Y usted, Pedro... si a Doña Francisca no le gusta ese... homenaje, será mejor que lo saque de aquí.
- S...sí... Don Anselmo. Es una... excelente.... sugerencia.- pudo decir el alcalde.
Pedro Mirañar ordenó a la cuadrilla que había traído la estatua que la colocasen de nuevo en el carro. Algunos miraban la escena entre curiosidad y consternación. Pero había muchos más ojos pendientes de Raimundo y Francisca. El cura pareció darse cuenta.
- Bueno, señores, no se les ha perdido nada aquí. Así que, vuelvan a sus quehaceres.- dijo apremiándoles.
A regañadientes, la gente acabó abandonando la plaza. Tras varios minutos todo volvió a su cotidiana normalidad. Tristán, Sebastián, Alfonso y Ramiro desaparecieron en el interior de la casa de comidas, dispuestos a tomar un chato de vino. Emilia se dirigió presta a su puesto tras la barra. Pedro y Dolores se disculparon por enésima vez frente a una Francisca que no les estaba haciendo ni caso y se esfumaron tras la puerta del colmado, arrastrando con ellos a Hipólito. Al fin, quedaron solos Raimundo, Francisca y Don Anselmo. Ella les miró un tanto incómoda. Se irguió.
- Yo... aprovecharé que he... bajado hasta aquí para dar un paseo. Señores... buenas tardes.
Se marchó a toda prisa, pero sin perder un ápice esa tan típica pose orgullosa. Don Anselmo meneó la cabeza.
- Bueno, Raimundo. Yo también debo marcharme. Queda con Dios, hereje.- le dijo propinándole una cariñosa palmada en la espalda.
Raimundo esbozó una sonrisa a su amigo, pero sus ojos se perdieron de nuevo en la esquina de la plaza por la que había desaparecido Francisca. Sintió de nuevo que se lo llevaban todos los demonios. Apretó los puños. -”¿Así que un paseo? - pensó.- “Creo que yo también necesito uno.” Sin más echó a andar peligroso tras los pasos de aquella tortura llamada Francisca Montenegro.
Bueno... yo sigo con esta ida de olla de la estatua... jejeje.
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- Señores... por Dios, que haya paz.- intervino la afable pero preocupada voz de Don Anselmo.- Este no es el momento para...- el pobre hombre intentó buscar la palabra adecuada.-... airear su enemistad.
Raimundo y Francisca volvieron a aterrizar en el mundo real. Miraron al párroco y después advirtieron las decenas de inquisidores ojos que estaban posados sobre ellos. Se separaron con un esfuerzo considerable y al hacerlo pudieron comprobar que se respiraba mucho mejor. Francisca se irguió amenazadora, intentando controlar la furia y... la tensión que existía aún.
- Disculpe, Don Anselmo.- pudo decir.- Pero la desfachatez de ciertas personas... puede conmigo.- sus ojos se posaron en Raimundo, echando nuevamente chispas.
- Qué curioso... a mí me pasa exactamente lo mismo.- replicó Raimundo mordaz.
- Está bien, está bien.- Don Anselmo se interpuso entre ellos, intuyendo otra nueva catástrofe. Miró a su amigo.- Raimundo, deja de sembrar cizaña hombre de Dios...- dijo como si abroncase a un chiquillo.
La ardiente mirada de Raimundo se desvió de Francisca y se clavó en el cura, con una mezcla de indignación e incredulidad. Abrió la boca pero Don Anselmo le interrumpió.
- Bueno, y ahora, ¿qué tal si aprovechamos este momento de celebración para confraternizar con nuestros vecinos y Emilia saca unas raciones de esas maravillas que hace en el puchero?
Francisca también miró al párroco con perplejidad.
- Pero... ¿qué celebración ni qué ocho cuartos?- espetó.- Aquí, lo único que hay que celebrar es que quiten esa... estatua de la plaza. Es una afrenta contra mi persona.
- Sin que sirva de precedente, estoy totalmente de acuerdo.- Raimundo esbozó una irónica sonrisa.- Y he de añadir, que también es una afrenta para mi humilde persona. Sólo falta que también pongan al lado y frente a mi casa la imagen de un cristo crucificado...
Don Anselmo alzó los ojos al cielo. Francisca fulminó de nuevo con la mirada a Raimundo.
- Nadie te ha pedido tu maldita opinión, condenado tabernero.
- Deberías lavarte esa venenosa boca con agua y jabón.- él clavó su mirada en sus labios, arrancándole un escalofrío.
- Por Dios, señores, ya es suficiente.- Don Anselmo les miró serio.- ¿Quieren comportarse de una vez como personas adultas y no como dos... críos?- Francisca y Raimundo le miraron, un tanto avergonzados. Don Anselmo continuó.- Y usted, Pedro... si a Doña Francisca no le gusta ese... homenaje, será mejor que lo saque de aquí.
- S...sí... Don Anselmo. Es una... excelente.... sugerencia.- pudo decir el alcalde.
Pedro Mirañar ordenó a la cuadrilla que había traído la estatua que la colocasen de nuevo en el carro. Algunos miraban la escena entre curiosidad y consternación. Pero había muchos más ojos pendientes de Raimundo y Francisca. El cura pareció darse cuenta.
- Bueno, señores, no se les ha perdido nada aquí. Así que, vuelvan a sus quehaceres.- dijo apremiándoles.
A regañadientes, la gente acabó abandonando la plaza. Tras varios minutos todo volvió a su cotidiana normalidad. Tristán, Sebastián, Alfonso y Ramiro desaparecieron en el interior de la casa de comidas, dispuestos a tomar un chato de vino. Emilia se dirigió presta a su puesto tras la barra. Pedro y Dolores se disculparon por enésima vez frente a una Francisca que no les estaba haciendo ni caso y se esfumaron tras la puerta del colmado, arrastrando con ellos a Hipólito. Al fin, quedaron solos Raimundo, Francisca y Don Anselmo. Ella les miró un tanto incómoda. Se irguió.
- Yo... aprovecharé que he... bajado hasta aquí para dar un paseo. Señores... buenas tardes.
Se marchó a toda prisa, pero sin perder un ápice esa tan típica pose orgullosa. Don Anselmo meneó la cabeza.
- Bueno, Raimundo. Yo también debo marcharme. Queda con Dios, hereje.- le dijo propinándole una cariñosa palmada en la espalda.
Raimundo esbozó una sonrisa a su amigo, pero sus ojos se perdieron de nuevo en la esquina de la plaza por la que había desaparecido Francisca. Sintió de nuevo que se lo llevaban todos los demonios. Apretó los puños. -”¿Así que un paseo? - pensó.- “Creo que yo también necesito uno.” Sin más echó a andar peligroso tras los pasos de aquella tortura llamada Francisca Montenegro.
#2208
17/09/2011 19:19
Natalia!!! cobertizoencuentro
#2209
17/09/2011 19:35
Miri
Natalia... Cobertizoencuentro!
Lourdes... Caminoencuentro!
Venga que en un ratico me voy de juerga y así me voy con marchaaaaaaaaaaa
y añado Kera reconocimientoencuentro
#2210
17/09/2011 20:30
Pues nada... que no se diga. Acabaré ardiendo en el infierno...
Francisca caminó con paso rápido por el sendero que se perdía en la distancia. De pronto, advirtió que más que andar, parecía correr. -”¿De qué diablos estás huyendo, Francisca?”. Tragó saliva. Bien que lo sabía su maldita conciencia. Quería huir de aquella plaza... de aquella tensión... de aquellos ojos que la abrasaban. De nuevo estaba corriendo. Se detuvo y meneó la cabeza obstinada. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué se sentía morir sólo por ver los ojos de Raimundo posarse en los suyos? A su mente volvieron aquellas palabras de él... -”Lo que debería matar es... los sentimientos que todavía me inspiras”. Emitió un jadeo, sin saber muy bien si era debido a su alocado paso o a que su corazón le iba a salir por la boca. Raimundo la desquiciaba sin remedio. Le salvaba la vida, le decía que seguían siendo enemigos, la atacaba con ese orgullo tan parecido al suyo... y la derretía con su mirada. Sí, la iba a volver loca... suponiendo que no lo estuviera ya. -”Ya lo estás, Francisca.”- le espetó su irónica conciencia.-”Llevas loca por él desde hace treinta y ocho años...”
Se apoyó agotada contra un árbol, intentando que sus pulmones dejasen de tomar aire erráticamente. Por Dios, ¿Por qué diablos hacía tanto calor en aquella maldita tarde de otoño? El cuello cerrado de aquella blusa la ahogaba. Recordó el consejo de la doctora, de que debía salir a andar con ropa cómoda. Sí... muy cómoda. Resopló y maldijo mientras se desabrochaba los cuatro primeros botones de la blusa. Suspiró de alivio al sentir la suave brisa de la tarde en su cuello. Esbozó una irónica sonrisa al pensar qué diría su rígida y estirada madre si la viera allí, recostada contra el tronco de un árbol y luciendo un nada apropiado escote. Su sonrisa se convirtió en una mueca de indignación. Mandó al diablo por enésima vez a su madre y a toda la panda de desgraciados que había tropezado en su vida. En un arrebato rebelde, cerró los ojos y sacudió la cabeza con furia hasta deshacer el incómodo moño. Su hermosa cabellera negra se desparramó por su espalda como una cascada. Soltó el aire, sintiéndose mucho mejor. Abrió los ojos y se dispuso a emprender el camino de vuelta a la Casona cuando, de pronto, se sintió morir. Raimundo Ulloa estaba frente a ella, con el rostro mortalmente serio y clavándole una mirada con la que muy bien podría volatilizar cualquier cosa en la que se posase.
- ¿Q... q...qué estás... haciendo tú aquí?- preguntó sin saber cómo podían salirle las palabras.
- La pregunta es...- Raimundo se acercó peligroso.- ¿Qué diablos... - su ardiente mirada la recorrió por entero.- … haces... así?- el desquiciante deseo le iba a matar. Pero aún así pudo seguir hablando con un susurro extremadamente sensual, ronco e irónico.- ¿No se te ha... ocurrido pensar que... hay muchos maleantes que... podrían... asaltarte?
Francisca se separó del tronco del árbol con tal esfuerzo que pensó que acabaría por caerse al suelo. Apeló a todo su orgullo.
- Gracias por tu preocupación, pero sé defenderme perfectamente.- le contestó apretando los puños.
- No lo dudo... pobres maleantes.- Raimundo esbozó una sonrisa tan irónica como irresistible, acercándose.
Francisca se separó automáticamente.
- Todavía... no me has dicho, qué haces aquí.
- Teníamos pendiente... una conversación... que interrumpió Don Anselmo.- él volvió a acercarse.
- No estábamos... conversando. Estábamos peleando.- ella retrocedió otro paso. Raimundo sonrió como un depredador. Aquella persecución le estaba volviendo loco.
- En nuestro caso... es lo mismo... una cosa que la otra.- él se acercó de nuevo, obstinado y peligroso.
Francisca intentó separarse otra vez pero al hacerlo su espalda chocó contra el tronco del árbol. Sintió un latigazo de temor y millones de escalofríos al ver que él se acercaba devorándola con los ojos.
- No... tenemos... nada de... qué … hablar.- intentó que su voz sonase lo más normal posible, pero falló estrepitosamente. Cada palabra parecía un jadeo moribundo. Él apoyó una mano en el tronco del árbol, a un lado de su cabeza, acorralándola. Ella se sobresaltó ante el gesto.- ¿Q.. qué estás... haciendo... condenado tabernero?
- Antes te dije que deberías lavarte esa boca con agua y jabón...- le susurró mirándola peligroso.- Creo que ya va siendo hora de que alguien lo haga...
Ella abrió la boca para replicar pero él la silenció asfixiándola con un beso devastador. Francisca jadeó ante la inmensa pasión con la que Raimundo la acorraló contra el árbol, presionando todo su cuerpo contra el suyo. Creyó desmayarse pero él la levantó, apoyándola sobre él, mientras atrapaba su nuca para absorber su alma de sus labios.
- Raimundo...- jadeó cuando él introdujo una mano bajo su blusa, acariciando la piel de su espalda.
Él estaba completamente enloquecido. De un tirón arrancó los botones que quedaban prendidos en su blusa y atacó cada centímetro cuadrado de su cuerpo con su boca. Los jadeos de Francisca rasgaban el aire. Las manos de ella tantearon la tela de la camisa de él y como si tuvieran voluntad propia también le rompieron los botones. Raimundo la soltó un segundo para deshacerse de la camisa y volvió a atraparla, acariciando su espalda y su pecho con tal maestría que le arrancó de nuevo su nombre a esa boca deliciosa.
- Raimundo... estamos... en medio del... camino.- gimió ella en un desesperado e inútil intento de leve cordura.
- Eso tiene fácil arreglo.
La cargó en brazos, sin dejar de besarla y se internó con ella en pleno bosque hasta llegar a un claro cubierto por una suave y verde hierba. La tumbó en el suelo con delicadeza y a la vez con desesperación. Acarició cada centímetro de su ser. Ella deslizó sus manos por su pecho hasta su cuello, acariciando su nuca hasta matarlo de deseo. No pudo soportarlo más. Descendió sobre ella y la hizo suya. Francisca gritó su nombre y él la acalló con otro beso demoledor. Se retiró despacio para volver a entrar en ella. Los jadeos llenaron el aire a cada acometida. Las embestidas aumentaron su intensidad y ritmo, sumergiéndolos en una espiral de pasión y deseo incontrolables.
- Mi... pequeña... - jadeó Raimundo, mientras le hacía el amor de tal forma que ella pensaba que no sobreviviría. Se aferró a él sintiendo que la pasión les haría explotar. Ambos gritaron el nombre del otro cuando el placer los derrotó definitivamente. Raimundo cayó sobre ella, intentando apoyarse para no aplastarla con su peso. Se abrazaron desesperados. Como si hubiesen vuelto a nacer.

Francisca caminó con paso rápido por el sendero que se perdía en la distancia. De pronto, advirtió que más que andar, parecía correr. -”¿De qué diablos estás huyendo, Francisca?”. Tragó saliva. Bien que lo sabía su maldita conciencia. Quería huir de aquella plaza... de aquella tensión... de aquellos ojos que la abrasaban. De nuevo estaba corriendo. Se detuvo y meneó la cabeza obstinada. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué se sentía morir sólo por ver los ojos de Raimundo posarse en los suyos? A su mente volvieron aquellas palabras de él... -”Lo que debería matar es... los sentimientos que todavía me inspiras”. Emitió un jadeo, sin saber muy bien si era debido a su alocado paso o a que su corazón le iba a salir por la boca. Raimundo la desquiciaba sin remedio. Le salvaba la vida, le decía que seguían siendo enemigos, la atacaba con ese orgullo tan parecido al suyo... y la derretía con su mirada. Sí, la iba a volver loca... suponiendo que no lo estuviera ya. -”Ya lo estás, Francisca.”- le espetó su irónica conciencia.-”Llevas loca por él desde hace treinta y ocho años...”
Se apoyó agotada contra un árbol, intentando que sus pulmones dejasen de tomar aire erráticamente. Por Dios, ¿Por qué diablos hacía tanto calor en aquella maldita tarde de otoño? El cuello cerrado de aquella blusa la ahogaba. Recordó el consejo de la doctora, de que debía salir a andar con ropa cómoda. Sí... muy cómoda. Resopló y maldijo mientras se desabrochaba los cuatro primeros botones de la blusa. Suspiró de alivio al sentir la suave brisa de la tarde en su cuello. Esbozó una irónica sonrisa al pensar qué diría su rígida y estirada madre si la viera allí, recostada contra el tronco de un árbol y luciendo un nada apropiado escote. Su sonrisa se convirtió en una mueca de indignación. Mandó al diablo por enésima vez a su madre y a toda la panda de desgraciados que había tropezado en su vida. En un arrebato rebelde, cerró los ojos y sacudió la cabeza con furia hasta deshacer el incómodo moño. Su hermosa cabellera negra se desparramó por su espalda como una cascada. Soltó el aire, sintiéndose mucho mejor. Abrió los ojos y se dispuso a emprender el camino de vuelta a la Casona cuando, de pronto, se sintió morir. Raimundo Ulloa estaba frente a ella, con el rostro mortalmente serio y clavándole una mirada con la que muy bien podría volatilizar cualquier cosa en la que se posase.
- ¿Q... q...qué estás... haciendo tú aquí?- preguntó sin saber cómo podían salirle las palabras.
- La pregunta es...- Raimundo se acercó peligroso.- ¿Qué diablos... - su ardiente mirada la recorrió por entero.- … haces... así?- el desquiciante deseo le iba a matar. Pero aún así pudo seguir hablando con un susurro extremadamente sensual, ronco e irónico.- ¿No se te ha... ocurrido pensar que... hay muchos maleantes que... podrían... asaltarte?
Francisca se separó del tronco del árbol con tal esfuerzo que pensó que acabaría por caerse al suelo. Apeló a todo su orgullo.
- Gracias por tu preocupación, pero sé defenderme perfectamente.- le contestó apretando los puños.
- No lo dudo... pobres maleantes.- Raimundo esbozó una sonrisa tan irónica como irresistible, acercándose.
Francisca se separó automáticamente.
- Todavía... no me has dicho, qué haces aquí.
- Teníamos pendiente... una conversación... que interrumpió Don Anselmo.- él volvió a acercarse.
- No estábamos... conversando. Estábamos peleando.- ella retrocedió otro paso. Raimundo sonrió como un depredador. Aquella persecución le estaba volviendo loco.
- En nuestro caso... es lo mismo... una cosa que la otra.- él se acercó de nuevo, obstinado y peligroso.
Francisca intentó separarse otra vez pero al hacerlo su espalda chocó contra el tronco del árbol. Sintió un latigazo de temor y millones de escalofríos al ver que él se acercaba devorándola con los ojos.
- No... tenemos... nada de... qué … hablar.- intentó que su voz sonase lo más normal posible, pero falló estrepitosamente. Cada palabra parecía un jadeo moribundo. Él apoyó una mano en el tronco del árbol, a un lado de su cabeza, acorralándola. Ella se sobresaltó ante el gesto.- ¿Q.. qué estás... haciendo... condenado tabernero?
- Antes te dije que deberías lavarte esa boca con agua y jabón...- le susurró mirándola peligroso.- Creo que ya va siendo hora de que alguien lo haga...
Ella abrió la boca para replicar pero él la silenció asfixiándola con un beso devastador. Francisca jadeó ante la inmensa pasión con la que Raimundo la acorraló contra el árbol, presionando todo su cuerpo contra el suyo. Creyó desmayarse pero él la levantó, apoyándola sobre él, mientras atrapaba su nuca para absorber su alma de sus labios.
- Raimundo...- jadeó cuando él introdujo una mano bajo su blusa, acariciando la piel de su espalda.
Él estaba completamente enloquecido. De un tirón arrancó los botones que quedaban prendidos en su blusa y atacó cada centímetro cuadrado de su cuerpo con su boca. Los jadeos de Francisca rasgaban el aire. Las manos de ella tantearon la tela de la camisa de él y como si tuvieran voluntad propia también le rompieron los botones. Raimundo la soltó un segundo para deshacerse de la camisa y volvió a atraparla, acariciando su espalda y su pecho con tal maestría que le arrancó de nuevo su nombre a esa boca deliciosa.
- Raimundo... estamos... en medio del... camino.- gimió ella en un desesperado e inútil intento de leve cordura.
- Eso tiene fácil arreglo.
La cargó en brazos, sin dejar de besarla y se internó con ella en pleno bosque hasta llegar a un claro cubierto por una suave y verde hierba. La tumbó en el suelo con delicadeza y a la vez con desesperación. Acarició cada centímetro de su ser. Ella deslizó sus manos por su pecho hasta su cuello, acariciando su nuca hasta matarlo de deseo. No pudo soportarlo más. Descendió sobre ella y la hizo suya. Francisca gritó su nombre y él la acalló con otro beso demoledor. Se retiró despacio para volver a entrar en ella. Los jadeos llenaron el aire a cada acometida. Las embestidas aumentaron su intensidad y ritmo, sumergiéndolos en una espiral de pasión y deseo incontrolables.
- Mi... pequeña... - jadeó Raimundo, mientras le hacía el amor de tal forma que ella pensaba que no sobreviviría. Se aferró a él sintiendo que la pasión les haría explotar. Ambos gritaron el nombre del otro cuando el placer los derrotó definitivamente. Raimundo cayó sobre ella, intentando apoyarse para no aplastarla con su peso. Se abrazaron desesperados. Como si hubiesen vuelto a nacer.
#2211
17/09/2011 20:49
Me descuido una tarde entro y me encuentro descricipciones de momentos-encuentros que queremos, relatos para deleitarme con la parejita junta teniendo encuentros. Definitivamente aquí se vive mejor
#2212
17/09/2011 20:57
Total,si ya vamos a ir al infierno,porqué vamos a privarnos de todos los AQUITEPILLOAQUITEMATO y SEXENCUENTROS que nos de la gana 
Lourdes,de nuevo me descubro ante ti...la pequeña saltamontes es una mísera aprendiz a tu lado...MAESTRA,me inclino ante usted
ahora quiero que Raimundo me asalte en el camino.Y que sea lo que sea!

Lourdes,de nuevo me descubro ante ti...la pequeña saltamontes es una mísera aprendiz a tu lado...MAESTRA,me inclino ante usted
ahora quiero que Raimundo me asalte en el camino.Y que sea lo que sea!
#2213
17/09/2011 22:09
Bueno, aquí os dejo con el encuentro entre estos dos. Disfrutad. Lo pongo en dos partes porque es un poco largo el encuentro.
Francisca se acercó despacio a la cama para ver si lo que había visto era real. ¡Vaya que si lo era! Raimundo dormía con una expresión tan dulce en su rostro que Francisca creyó que se derretiría.
Sus pies adquirieron vida propia y se acercaron cada vez más a él. Le pareció el hombre más hermoso del mundo. Estaba tan atractivo durmiendo… Se arrodilló hasta quedar a centímetros de él y sentir su olor. Su olor… Francisca cerró los ojos para sentir ese olor que le provocaba escalofríos en todo el cuerpo. Nunca pensó que lo echaba tanto de menos. Acercó su mano a él con la intención de acariciarle pero a escasos milímetros de él, paró. Recordó que Raimundo le dijo que seguían siendo enemigos y, apelando a toda su fuerza de voluntad, retrocedió aunque sin apartar sus ojos de él. Se esforzó por contener el deseo de besarle y abrazarle. No podía permitir que le viera así. Se recompuso como pudo y tosió intentando despertarle.
- Ejem… ejem. – carraspeó Francisca a lo que Raimundo respondió removiéndose para acurrucarse mejor. Francisca creó morir de amor. Volvió a apelar a su fuerza de voluntad.
- Ejem… ejem. – Francisca casi gritó esta vez. Raimundo se despertó algo sobresaltado.
- F… Francisca. – dijo Raimundo intentando recomponerse. – No pensé encontrarte aquí.
- Ya veo que enseguida tomas posesión de las cosas. – dijo Francisca sin siquiera mirarle. Creyó morir de deseo cuando le vio arreglarse con cierta vergüenza. Cielos santo, cuánto le deseaba…
Raimundo no contestó. No estaba preparado para que Francisca le pillara así. Intentó apelar a su orgullo Ulloa para no huir.
- ¿Qué hace alguien como tú en un cobertizo como este? – dijo Raimundo.
- Pasaba por aquí. – Ni Francisca se creía lo que acababa de decir. “Bravo Francisca ¿No tenías otra cosa mejor que decir?” – se dijo.
- Ya… Precisamente por aquí. – dijo Raimundo un tanto burlón.
- Todavía tengo poder en esta conservera, puedo ir donde me plazca condenado tabernero. ¿Y tú? ¿No tenías que estar en la taberna? – dijo Francisca intentando atacar.
- Sí, pero necesitaba venir aquí. – dijo Raimundo volviendo a pasearse por el cobertizo.- Necesitaba poner en orden… ciertas cosas después de… un incidente que hemos tenido.
- ¿Has vuelto a discutir con Emilia? – dijo Francisca con cierta curiosidad.
- No exactamente. – dijo Raimundo mirándola. – Hoy me he dado cuenta de que… Carmen quería algo conmigo. – Raimundo no se creía lo que acababa de decir. Había algo en aquel lugar que le ayudaba a ser sincero, a desahogarse.
Francisca creyó morir ante ese ataque. Sentía como el mundo se le venía encima. Se giró y dijo con toda dificultad:
- Tú… ¿la quieres? – Francisca cerró los ojos para recibir la respuesta.
Raimundo se acercó a ella lentamente y deslizó sus manos por sus hombros hasta acabó cogiéndole las manos y abrazándola. Francisca creyó que el corazón se le saldría por la boca. El contacto con Raimundo le dejaba sin fuerzas, sin aire. Raimundo deslizó sus labios por su cuello y le susurró al oído:
- ¿De verdad crees… que en algún momento... he dejado de amarte? ¿Crees… que podría amar a otra mujer… que no fueras tú?
Francisca, haciendo un esfuerzo titánico con los ojos llorosos, se zafó de Raimundo.
- ¿Qué pasa Francisca?
- ¡¿Qué qué me pasa?! ¡¿Cómo puedes decirme eso después de haberte visto feliz con otra?! ¡¿De verdad piensas que voy a creerte después de haberme dejado a merced de…?! – dijo Francisca sin poder pronunciar ese maldito nombre que tanto daño le había hecho.
- Tiene gracia que me acuses de eso cuando estás haciendo lo mismo con tus hijos. – Francisca le fulminó con la mirada.- Sí, Francisca. Estás haciendo con tus hijos lo mismo que nuestros padres hicieron con nosotros. Imponer los criterios de la sociedad independientemente de su felicidad. ¿O acaso no es eso lo que haces con Tristán y Pepa?
- ¡¿Te atreves a escudarte en eso maldito cobarde?! – dijo Francisca.
- Sí, me atrevo porque así podrás saber cómo me sentía. No te imaginas lo que fue para mí ver que el amor de mi vida, aquella persona a la que le entregué mi alma y mi corazón ni siquiera me daba una oportunidad. En lugar de eso creíste a tu madre. Esa mujer que siempre fue en contra de nosotros. ¡¿Cómo crees que me sentí ante eso?! Me hundí cada vez más en el alcohol por saber que el amor de mi vida sufría como nadie con ese hombre y yo no podía hacer nada. ¡Nada! Volviste fría y con todo el odio del mundo. Nunca me dejaste… acercarme a ti. – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos.
- Cuando llegó Natalia me sentía destrozado, abandonado por todos.- dijo Raimundo mirando por la ventana sin dejar de llorar.- Me dejaron a merced de mi padre. Me sentí el más desgraciado de todos. A nadie le importaba mi felicidad. Natalia me liberó pero siempre supo que yo no la amaría. Ella me ayudó a salir del alcohol y me dio dos hijos. La quise, sí. Pero nunca la amé. Nunca dejé de pensar en ti… En todo lo que vivimos. Pero se acabó. Tengo que acabar con esto.
Cuando Raimundo se giró vio a Francisca sentada en la cama llorando. No soportó verla así y se acercó rápido a ella. Le cogió la mano y la atrajo hasta él. Le cogió el mentón hasta que se miraron mutuamente.
- Raimundo… - dijo Francisca.- Siempre fuiste el hombre de mi vida. Cuando me enteré de que te casabas yo… Iba a decirte que… estaba embarazada.
Raimundo se quedó paralizado ante semejante noticia.
- No te odiaba a ti. Me odiaba a mí misma por no haber sido fuerte y defender a ese hijo. Era lo único que me quedaba de ti. Salvador no fue mi mayor infierno con sus maltratos… En uno de esos días me quedé embarazada de Soledad – Raimundo reaccionó con un gesto de odio hacia Salvador - . En realidad mi mayor infierno fue el estar lejos de ti. Al menos con nuestras peleas… podía volver a estar cerca de ti. – añadió Francisca apoyando su frente en la de él, cerrando los ojos y aferrándose a su camisa.
Raimundo deslizó sus brazos por su cintura.
- Entonces… Tristán…
- Es tu hijo. – dijo Francisca.
En ese momento, Raimundo la miró con todo ese amor que guardaba para ella. Amor y admiración para su pequeña.
- Francisca… perdóname. – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos.
Francisca pasó su mano por los labios de Raimundo en señal de que callara. Después le acarició el rostro y le atrajo hasta ella. Cuando sus labios quedaron a un centímetro de distancia Francisca susurró:
- Bésame.
Francisca se acercó despacio a la cama para ver si lo que había visto era real. ¡Vaya que si lo era! Raimundo dormía con una expresión tan dulce en su rostro que Francisca creyó que se derretiría.
Sus pies adquirieron vida propia y se acercaron cada vez más a él. Le pareció el hombre más hermoso del mundo. Estaba tan atractivo durmiendo… Se arrodilló hasta quedar a centímetros de él y sentir su olor. Su olor… Francisca cerró los ojos para sentir ese olor que le provocaba escalofríos en todo el cuerpo. Nunca pensó que lo echaba tanto de menos. Acercó su mano a él con la intención de acariciarle pero a escasos milímetros de él, paró. Recordó que Raimundo le dijo que seguían siendo enemigos y, apelando a toda su fuerza de voluntad, retrocedió aunque sin apartar sus ojos de él. Se esforzó por contener el deseo de besarle y abrazarle. No podía permitir que le viera así. Se recompuso como pudo y tosió intentando despertarle.
- Ejem… ejem. – carraspeó Francisca a lo que Raimundo respondió removiéndose para acurrucarse mejor. Francisca creó morir de amor. Volvió a apelar a su fuerza de voluntad.
- Ejem… ejem. – Francisca casi gritó esta vez. Raimundo se despertó algo sobresaltado.
- F… Francisca. – dijo Raimundo intentando recomponerse. – No pensé encontrarte aquí.
- Ya veo que enseguida tomas posesión de las cosas. – dijo Francisca sin siquiera mirarle. Creyó morir de deseo cuando le vio arreglarse con cierta vergüenza. Cielos santo, cuánto le deseaba…
Raimundo no contestó. No estaba preparado para que Francisca le pillara así. Intentó apelar a su orgullo Ulloa para no huir.
- ¿Qué hace alguien como tú en un cobertizo como este? – dijo Raimundo.
- Pasaba por aquí. – Ni Francisca se creía lo que acababa de decir. “Bravo Francisca ¿No tenías otra cosa mejor que decir?” – se dijo.
- Ya… Precisamente por aquí. – dijo Raimundo un tanto burlón.
- Todavía tengo poder en esta conservera, puedo ir donde me plazca condenado tabernero. ¿Y tú? ¿No tenías que estar en la taberna? – dijo Francisca intentando atacar.
- Sí, pero necesitaba venir aquí. – dijo Raimundo volviendo a pasearse por el cobertizo.- Necesitaba poner en orden… ciertas cosas después de… un incidente que hemos tenido.
- ¿Has vuelto a discutir con Emilia? – dijo Francisca con cierta curiosidad.
- No exactamente. – dijo Raimundo mirándola. – Hoy me he dado cuenta de que… Carmen quería algo conmigo. – Raimundo no se creía lo que acababa de decir. Había algo en aquel lugar que le ayudaba a ser sincero, a desahogarse.
Francisca creyó morir ante ese ataque. Sentía como el mundo se le venía encima. Se giró y dijo con toda dificultad:
- Tú… ¿la quieres? – Francisca cerró los ojos para recibir la respuesta.
Raimundo se acercó a ella lentamente y deslizó sus manos por sus hombros hasta acabó cogiéndole las manos y abrazándola. Francisca creyó que el corazón se le saldría por la boca. El contacto con Raimundo le dejaba sin fuerzas, sin aire. Raimundo deslizó sus labios por su cuello y le susurró al oído:
- ¿De verdad crees… que en algún momento... he dejado de amarte? ¿Crees… que podría amar a otra mujer… que no fueras tú?
Francisca, haciendo un esfuerzo titánico con los ojos llorosos, se zafó de Raimundo.
- ¿Qué pasa Francisca?
- ¡¿Qué qué me pasa?! ¡¿Cómo puedes decirme eso después de haberte visto feliz con otra?! ¡¿De verdad piensas que voy a creerte después de haberme dejado a merced de…?! – dijo Francisca sin poder pronunciar ese maldito nombre que tanto daño le había hecho.
- Tiene gracia que me acuses de eso cuando estás haciendo lo mismo con tus hijos. – Francisca le fulminó con la mirada.- Sí, Francisca. Estás haciendo con tus hijos lo mismo que nuestros padres hicieron con nosotros. Imponer los criterios de la sociedad independientemente de su felicidad. ¿O acaso no es eso lo que haces con Tristán y Pepa?
- ¡¿Te atreves a escudarte en eso maldito cobarde?! – dijo Francisca.
- Sí, me atrevo porque así podrás saber cómo me sentía. No te imaginas lo que fue para mí ver que el amor de mi vida, aquella persona a la que le entregué mi alma y mi corazón ni siquiera me daba una oportunidad. En lugar de eso creíste a tu madre. Esa mujer que siempre fue en contra de nosotros. ¡¿Cómo crees que me sentí ante eso?! Me hundí cada vez más en el alcohol por saber que el amor de mi vida sufría como nadie con ese hombre y yo no podía hacer nada. ¡Nada! Volviste fría y con todo el odio del mundo. Nunca me dejaste… acercarme a ti. – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos.
- Cuando llegó Natalia me sentía destrozado, abandonado por todos.- dijo Raimundo mirando por la ventana sin dejar de llorar.- Me dejaron a merced de mi padre. Me sentí el más desgraciado de todos. A nadie le importaba mi felicidad. Natalia me liberó pero siempre supo que yo no la amaría. Ella me ayudó a salir del alcohol y me dio dos hijos. La quise, sí. Pero nunca la amé. Nunca dejé de pensar en ti… En todo lo que vivimos. Pero se acabó. Tengo que acabar con esto.
Cuando Raimundo se giró vio a Francisca sentada en la cama llorando. No soportó verla así y se acercó rápido a ella. Le cogió la mano y la atrajo hasta él. Le cogió el mentón hasta que se miraron mutuamente.
- Raimundo… - dijo Francisca.- Siempre fuiste el hombre de mi vida. Cuando me enteré de que te casabas yo… Iba a decirte que… estaba embarazada.
Raimundo se quedó paralizado ante semejante noticia.
- No te odiaba a ti. Me odiaba a mí misma por no haber sido fuerte y defender a ese hijo. Era lo único que me quedaba de ti. Salvador no fue mi mayor infierno con sus maltratos… En uno de esos días me quedé embarazada de Soledad – Raimundo reaccionó con un gesto de odio hacia Salvador - . En realidad mi mayor infierno fue el estar lejos de ti. Al menos con nuestras peleas… podía volver a estar cerca de ti. – añadió Francisca apoyando su frente en la de él, cerrando los ojos y aferrándose a su camisa.
Raimundo deslizó sus brazos por su cintura.
- Entonces… Tristán…
- Es tu hijo. – dijo Francisca.
En ese momento, Raimundo la miró con todo ese amor que guardaba para ella. Amor y admiración para su pequeña.
- Francisca… perdóname. – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos.
Francisca pasó su mano por los labios de Raimundo en señal de que callara. Después le acarició el rostro y le atrajo hasta ella. Cuando sus labios quedaron a un centímetro de distancia Francisca susurró:
- Bésame.
#2214
17/09/2011 22:36
Francisca pasó su mano por los labios de Raimundo en señal de que callara. Después le acarició el rostro y le atrajo hasta ella. Cuando sus labios quedaron a un centímetro de distancia Francisca susurró:
- Bésame.
Y los dos se fundieron en un beso abrasador. Un beso que les hizo renacer. Las lágrimas brotaban de sus ojos en una mezcla de dolor y felicidad. Dolor por tanto rencor y odio acumulado y felicidad porque volvían a estar juntos. La pasión prendió en sus corazones sin que pudieran evitarlo. Raimundo la abrazó con fuerza y la acorraló contra la pared pegando totalmente su cuerpo al de Francisca. Ella sólo podía aferrarse a él y devolverle sus besos con toda esa pasión contenida. Sus manos adquirieron vida propia y empezó a acariciarle el pecho y a desabrocharle la camisa mientras que Raimundo atacaba su cuello. Él, con desesperación y con pasión desmedida, empezó a desabrochar el vestido de Francisca sin dejar de besarla. Raimundo paró un momento para ver cómo el vestido de Francisca se deslizaba por su cuerpo hasta acabar en el suelo. Los dos jadeaban por la pasión. Francisca invirtió los papeles y acorraló a Raimundo contra la pared y, deslizando las manos por el pecho de Raimundo, empezó a quitarle el pantalón mientras atacaba su cuello. Raimundo creyó enloquecer:
- Francisca… - susurró Raimundo quitando la poca ropa que le quedaba a Francisca.
Cuando los dos estuvieron desnudos Raimundo la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Francisca sintió que su corazón y su alma estallaban de felicidad al volver a tener el amor de su vida entre sus brazos. Francisca miró a Raimundo con los ojos velados por el amor y le susurró al oído:
- Ámame Raimundo….
Raimundo entonces reaccionó llenando de besos y caricias el cuerpo de Francisca. Se sentía sediento de ella, hambriento. Francisca cerró los ojos y se aferró a él luchando por resistir. Sentía que con cada caricia se desvanecía el dolor de su corazón. Ya no había dolor ni odio, sólo quedaba Raimundo. Sentía que cada centímetro de su piel se estremecía al contacto con su cuerpo, con sus labios. Los dos sentían como el fuego de la pasión empezaba a consumirles.
Y sin más preámbulos, Raimundo la hizo suya sin dejar de acariciarla. Deseaba poseerla y hacer que olvidara todo el dolor. Deslizó su mano derecha por el brazo de Francisca hasta alcanzar su mano que cogió con fuerza. Nada volvería a separarles. La pasión y los jadeos invadieron el lugar.
- Raimundo… - casi gritó ella.
Raimundo la silenció con un beso demoledor. El éxtasis finalmente les llevó a cotas insospechadas.
- Te amo mi pequeña. Siempre te he amado.
- Te amo Raimundo. Nunca he dejado de ser tuya.
Y ambos se rindieron en brazos del otro. Raimundo se dejó caer sobre Francisca acomodándose en su pecho. Francisca le abrazó con ternura. Después de tanto tiempo la paz invadió sus almas ya que por fin estaban donde tenían que estar… en brazos del otro.
- Bésame.
Y los dos se fundieron en un beso abrasador. Un beso que les hizo renacer. Las lágrimas brotaban de sus ojos en una mezcla de dolor y felicidad. Dolor por tanto rencor y odio acumulado y felicidad porque volvían a estar juntos. La pasión prendió en sus corazones sin que pudieran evitarlo. Raimundo la abrazó con fuerza y la acorraló contra la pared pegando totalmente su cuerpo al de Francisca. Ella sólo podía aferrarse a él y devolverle sus besos con toda esa pasión contenida. Sus manos adquirieron vida propia y empezó a acariciarle el pecho y a desabrocharle la camisa mientras que Raimundo atacaba su cuello. Él, con desesperación y con pasión desmedida, empezó a desabrochar el vestido de Francisca sin dejar de besarla. Raimundo paró un momento para ver cómo el vestido de Francisca se deslizaba por su cuerpo hasta acabar en el suelo. Los dos jadeaban por la pasión. Francisca invirtió los papeles y acorraló a Raimundo contra la pared y, deslizando las manos por el pecho de Raimundo, empezó a quitarle el pantalón mientras atacaba su cuello. Raimundo creyó enloquecer:
- Francisca… - susurró Raimundo quitando la poca ropa que le quedaba a Francisca.
Cuando los dos estuvieron desnudos Raimundo la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Francisca sintió que su corazón y su alma estallaban de felicidad al volver a tener el amor de su vida entre sus brazos. Francisca miró a Raimundo con los ojos velados por el amor y le susurró al oído:
- Ámame Raimundo….
Raimundo entonces reaccionó llenando de besos y caricias el cuerpo de Francisca. Se sentía sediento de ella, hambriento. Francisca cerró los ojos y se aferró a él luchando por resistir. Sentía que con cada caricia se desvanecía el dolor de su corazón. Ya no había dolor ni odio, sólo quedaba Raimundo. Sentía que cada centímetro de su piel se estremecía al contacto con su cuerpo, con sus labios. Los dos sentían como el fuego de la pasión empezaba a consumirles.
Y sin más preámbulos, Raimundo la hizo suya sin dejar de acariciarla. Deseaba poseerla y hacer que olvidara todo el dolor. Deslizó su mano derecha por el brazo de Francisca hasta alcanzar su mano que cogió con fuerza. Nada volvería a separarles. La pasión y los jadeos invadieron el lugar.
- Raimundo… - casi gritó ella.
Raimundo la silenció con un beso demoledor. El éxtasis finalmente les llevó a cotas insospechadas.
- Te amo mi pequeña. Siempre te he amado.
- Te amo Raimundo. Nunca he dejado de ser tuya.
Y ambos se rindieron en brazos del otro. Raimundo se dejó caer sobre Francisca acomodándose en su pecho. Francisca le abrazó con ternura. Después de tanto tiempo la paz invadió sus almas ya que por fin estaban donde tenían que estar… en brazos del otro.
#2215
17/09/2011 22:47
este hilo si el Rai y la Paca no se lo montan,dejaría de ser taaaaaaaaannnn divertido...
Enhorabuena Natalia.Ni se la de veces que lo han hecho estos dos esta tarde
y mañana mas!!
Enhorabuena Natalia.Ni se la de veces que lo han hecho estos dos esta tarde

y mañana mas!!
#2216
17/09/2011 23:27
Bravooo Nataliaaa.
Joer... aquí la Paca y el Rai no se aburren... madre míaa. Jejee... venga. ¿A quién le toca ahora escribir un loqueseaencuentro? jajajajajaa.
Joer... aquí la Paca y el Rai no se aburren... madre míaa. Jejee... venga. ¿A quién le toca ahora escribir un loqueseaencuentro? jajajajajaa.
#2217
18/09/2011 00:03
Natalia enhorabuena.. Estos dos no pierden el tiempo. estos aprovechan cualquier momento del día para divertirse y divertirnos a nosotras
#2218
18/09/2011 00:34
Sigue Miriiiii, que está geniaal
#2219
18/09/2011 00:55
Aiis, siguee por Dioss que está mu interesanteee
#2220
18/09/2011 01:00
jajaja, lna lo que me he reído con la estatua!!!! imaginándome la cara de todos, del alcalde, de Francisca, de Raimundo...jajajaja!!! vaya escenita!!!....y el final, no pudo ser mejor.
Natalia!!!! me ha encantado. Q bonito......sigue escribiendo lo que sea hija, que se te da de maravilla.
Miri!!!!!!!!!!! si es que a ti te sobra talento....cuando te arrancas a escribir nos dejas fascinadas!!! Sigue please que está muyyy pero que muyyy interesante.
Natalia!!!! me ha encantado. Q bonito......sigue escribiendo lo que sea hija, que se te da de maravilla.
Miri!!!!!!!!!!! si es que a ti te sobra talento....cuando te arrancas a escribir nos dejas fascinadas!!! Sigue please que está muyyy pero que muyyy interesante.
