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Foro El secreto de Puente Viejo

La Biblioteca - Nueva Generación.

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Kumita23
Kumita23
15/03/2012 10:50
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RECOPILATORIO AyE NUEVA TEMPORADA. Actualizado a 08/01/2013
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Pinchad para descarga directa.
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El rincón de Cuquina
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Lo que el off nos llevóy Epílogo.
Noche de reyes


El rincón de Icmogo.
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Otra oportunidad., II, III y IV.
Una vuelta al pasado. Historia alternativa: Hasta el final de los tiempos.


El rincón de Iresila.
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Reencuentro I, II Y III.
Queridos Reyes Magos de Oriente
Noche de reyes., II, III



El rincón de Kumita
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Silencio./ De disputas y sorpresas./ El sabor de los sueños. / Expiación.
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Cicatrices.
Por el brillo de una estrella. (Todos en este hilo)

El rincón de Lilli
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Esperanza.
Rellenando los off- I, II., III., IV y V, VI, VII


El rincón de Musicintheair
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Poema de cómo debería ser el tema Paka en la boda de Sole y Olmo (pag. 3 de este hilo)
Poema Candela (pag. 3 de este hilo)
La perdida del cariño I y II.
30 - I, II, II, II
La Navidad Puenteviejera- I, II, III, IV, V, VIy VII
Momentos.

Hilos propios
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El rincón de Yolanada.
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Olvido.
Traición - I, II
#61
Kumita23
Kumita23
01/10/2012 10:43
Así que se dispuso a pagar a la chiquilla el precio de su esfuerzo. Un beso en la punta de su diminuta nariz para a continuación soplarle el rubio flequillo, despeinándola completamente y haciendo que la criatura rompiera a reír en estruendosas y muy contagiosas carcajadas, pataleando y revolviéndose. Alfonso se echó hacia atrás, rodando sobre su espalda y arrastro a la niña consigo, alzándola por el aire con los brazos extendidos. Ahora entre las risas, la pequeña lanzaba pequeños chillidos excitados, absolutamente encantada de tener toda la atención de su padre.

Yo también sonreía al verlos. Era una imagen tan hermosa que dolía, y al mismo tiempo aliviaba el alma. Pura contradicción que llenaba mi corazón de gozo.

Desde el siguiente recodo del rio nos llegaron las exclamaciones y las risas apagadas de los paisanos que habían tenido la misma idea que nosotros y estaban refrescándose con unos buenos chapuzones en el rio. A Alfonso se le iluminó la mirada pensando en imitarlos, y contempló a su hija evaluando sus posibilidades, antes de atreverse a proponérmelo. Volvió la cabeza despacio en mi dirección, sabiendo que ya habría adivinado sus intenciones y alzó una ceja por toda pregunta.

Aun me divertía comprobar como me pedía permiso casi sin darse cuenta y mantuve lo que pude el gesto serio, haciéndole rabiar. Pero me pudo la risa en cuanto le vi componer un gesto exagerado de desilusión. No perdió el tiempo, y en menos que canta un gallo estaba metido en el rio hasta la cintura, dejando todas las ropitas de la niña y las suyas esparcidas por la orilla. Remojaba con mucho cuidado las piernecillas de María, metiéndola en el agua despacito para que no le impresionara el cambio de temperatura, ni le cogiera miedo al agua.

La niña no tenía ningún miedo, aliviada de los calores, daba agudos chillidos de éxtasis, palmeando el agua y salpicando en todas direcciones hasta dejar a su padre tan empapado como ella.

Me levante con un suspiro, porque sabía Dios que tendrían que volver a casa en paños menores como no pusiera las ropas a buen recaudo. Mientras recogía perezosa un zapatito de mi hija, un aluvión de agua me empapó la blusa. Me giré furiosa en la dirección de la que provenía, pero Alfonso me recibió con una sonrisilla traviesa.

-¡¿Se puede saber que haces, bandido?! ¿Quieres que nos quedemos aquí hasta que se nos seque todas las ropas? Porque te advierto, Alfonso Castañeda. que no pienso pasearme por ahí de esta guisa y…..
-¡Emilia!-me cortó.- Deja de protestar, mujer. Extiende todo eso en ese zarzal que está al sol y estará listo en un periquete.
-Claro, ¡qué fácil! ¿Y qué hacemos con mi blusa?- le espeté enfurecida, colocando los brazos en jarras.
-Tu blusa también.-Y me guiño un ojo.

Lo inesperado de la respuesta me dejó sin réplica. Y me miré de arriba abajo como una tonta.

-Esta bien, ¡tu ganas!- Me rendí encogiéndome de hombros. Ya estaba mojada, que importaba un poco más de agua. Y ciertamente tenía un calor tremendo. Asi que me despojé de mis ropas, poniéndolas a buen recaudo en el zarzal mas próximo, eso si, antes de zambullirme en las frescas aguas del rio.

Alfonso siguió todos mis movimientos con deleite, mientras procuraba mantener la cabeza de María sobre el agua, por mucho que ella intentara flotar tanto como lo haría una piedra. La niña no se había impresionado, pero yo sí, y avancé despacio, hundiendo los pies en el lodo de la orilla, mientras la camisola se me arremolinaba empapada entre los muslos.

Para cuando llegué a su lado tenía la prenda empapada, pegada al cuerpo como una segunda piel y la mirada de mi esposo había cambiado.

-Que suerte tengo.-declaró solemne, imponiéndose a la trapisonda de chapoteos y alharacas de María.
-¿A si?¿y eso porqué?- le pregunté pensando que respondería alabando a su hija, pero con el secreta necesidad de ver mi coquetería recompensada. No me defraudó.

Dejó resbalar su mirada por toda mi persona, antes de dirigirla a regañadientes hacia su hija.

-Porque la mujer más hermosa del mundo ha tenido a bien decidir que soy digno de su amor, y para mayor dicha, me ha regalado una hija mas bonita que un lucero.

Siempre tuvo la virtud de dejarme sin palabras. Tragué saliva, intentando encontrar una respuesta, pero lo único que se me ocurrió fue.

-Y lista como ella sola.- Consciente de mi torpeza, esbocé una amplia sonrisa.
-Si, eso también- Asintió casi sin aliento. Vi relampaguear el deseo en lo profundo de su ojos, y como hiciera poco antes nuestra hija, alcé el rostro hacía él, buscando sus labios.

Me recibió, como siempre, cálido y dulce. Acogedor como el hogar al que siempre perteneciste.

Y como también hiciera él antes con la criatura, cubrió mi espalda con una de sus manos y me arrastro, sumergiéndonos todos en las tranquilas aguas hasta que solo permanecían sobre ellas nuestras tres cabezas solitarias.

Sin embargo, mi hija no iba a consentir ser ignorada de esa manera. De ningún modo, no señor. Y para captar toda la atención de sus despistados progenitores, recurrió a una artimaña que le procuraba no pocas atenciones y alabanzas.

-Pa…..-balbuceó- ¡Pa!-exclamó, esta vez con renovada firmeza. Pero como sus esfuerzos no eran recompensados, ni siquiera por la mas pequeña de las miradas, María tomo aliento y gritó a pleno pulmón, agitándose entre nuestros brazos como un rabo de lagartija.-¡¡PAPÁ!!

Ahora sí, Alfonso rompió el beso y se dirigió hacia su hija.

-¿Qué has dicho, María?
-Papá- repitió ella. Obedecía complaciente habiendo obtenido lo que pretendía.
-Emilia, ¿lo has oído?- susurró sin mirarme todavía- Es la primera vez que lo dice, ¿te das cuenta?-Ahora si, volvió sus ojos hacia los míos, y comprobé que habían cambiado nuevamente, se habían vuelto líquidos, la emoción los hacía profundos, como la boca de un pozo, como si pudieras tocarle el corazón con solo asomarte un poquito a su brocal.

Mis propias lágrimas acudieron a la llamada de las suyas, aunque solo fui consciente cuando me rozó la mejilla con las yemas de los dedos. Me volvió a besar, pero está vez olvidó mi boca para recorrer el salado camino que trazaron aquellas.

-¡Papá!¡Papá!¡Papá!-soltó María de sopetón, sin pararse a respirar. Completamente indignada por nuestra actitud. Pujando sin consuelo.

Reímos los dos, separándonos de nuevo.

-Hija mía, no te podemos quitar el ojo de encima ni un segundo, ¿no es así?
#62
Kumita23
Kumita23
01/10/2012 10:43
Alfonso la alzó de un tirón, lanzándola al aire sobre su cabeza, antes de que yo pudiera protestar. Eso es lo que la niña quería, y volvía a lanzar agudos chillidos y risotadas que llenaban el aire de la tarde. Él la recogió sin vacilar, la besó en su tripita descubierta, que me presentó para que yo hiciera lo propio, haciéndola reír aun mas, y volvió a lanzarla sin detenerse.

Y es entonces cuando el rasguño recién curado de su brazo, brilló con intensidad. Enmarcado por un rayo de sol que se cuela entre las ramas, como queriendo recordarme lo cerca que estuve de perderlo todo, de perderla a ella, pero también su amor.

Contengo el aliento para que ni el respirar me distraiga. Quiero almacenar en mi memoria todos los detalles de este momento perfecto. De una felicidad redonda e inmaculada. Ni siquiera el recuerdo de las visicitudes que le hicieron esa marca atormenta mi alma. Fueron olvidados a la vez que la cicatriz cerraba. Curada la una, la otra sanó sola.

El frescor del agua, la fragancia de las hierbas y las flores de ribera, el cielo perfectamente azul, el sol calentando con firmeza sobre nuestras cabezas. Las risas de una hija, la alegría de un padre, mi propia emoción de madre. El disfrute de nuestra familia. Alfonso se vuelve justo en ese momento, adivinado que lo estoy observando y me sonríe como pocas veces antes. Con una plenitud sin mácula, exultante de dicha. Una sonrisa que me para el corazón por un instante, para que luego retomar un latir atropellado.

Ese día, alargué la mano para acariciar la línea abultada dejó atrás la herida. Lo hice despacio, reteniendo su contorno entre mis dedos, él tomó mi mano entre las suyas, besándomela, y nos sacó a las dos del rió.

María rendida de tanta trapisonda, se durmió enseguida agazapada bajo el fresno, cubierta por la camisa de mi esposo. Y nosotros dejamos que nuestros cuerpos se secaran frotándose el uno contra el otro, escondidos a poca distancia, entre las matas. Alfonso me pidió que volviera a recorrer la cicatriz de la misma manera y él a cambio, cubrió mi cuerpo con sus labios, mientras en el zarzal más próximo se secaban sus prendas intimas y las mías.

……………………………………….

El sabor de su carne fresca y limpia, húmeda del agua inquieta, me inunda la boca como aquel día lejano, llenándose del sabor de su saliva. Siento el olor de su deseo y del mío, mezclado sobre la hierba. Extiendo la mano para recorrer una vez mas aquella línea que se quedó marcada a fuego entre mis dedos y que ahora, apenas se distingue entre el color de su carne.

Mas mi mano no llega a tocarle. Soy incapaz de enfrentarme al pozo oscuro de sus ojos y comprobar que en su alma las heridas están abiertas, como recién hechas. Mas puedo hacer algo para recrear aquel momento hermoso. Algo que descubrí por casualidad una de tantas noches pasadas a su lado.

Con cuidado acerco mis labios a su frente y le soplo despacio el flequillo, remedando sus cariños a nuestra hija, para luego susurrarle, acariciando con mi aliento lo que los dedos no se atreven.

-No sabes lo mucho que te quiero.

Al principio, no reacciona, pero poco a poco le nace de las comisuras de la boca una sonrisa tranquila. Como si lo hubiera escuchado. Como si siempre lo hubiera sabido, pero apreciara que se lo recordaran. Y la tensión que quedaba en sus hombros se relaja por completo.

Una sonrisa que tiene el poder de golpearme el corazón y necesito llevarme la mano al pecho, temerosa de que se rompa en mil pedazos, conteniendo entre mis dedos, el precario equilibrio de sus latidos. Un gesto que me recuerda que mis propias cicatrices no han sanado. Que siguen doliendo como el primer día.

-----Fin------------
#63
silviaxy
silviaxy
25/11/2012 23:18
Hola kumita!

Ya estoy aquí. Hoy ya no leeré pero prometo hacerlo a lo largo de los días. Poco a poco tataré de ir poniendome al día porque he visto que hay mil historias.

Muchisimas gracias por tu tiempo, por crear esta bibilioteca maravillosa, por escribir y por hacerme partícipe.

Gracias
#64
spoilerwoman
spoilerwoman
26/11/2012 10:54

Kumita23


Buenas, Silviaxy, rebienvenida...

Te aconsejo que para las historias de Alfonso y Emilia, te descargues los recopilatarios, así te evitarás tener que andar buscando los trocitos paginas tras pagina....

Los de la anterior etapa están completos.

Los de esta temporada, normalmente actualizo el recopilatorio los Lunes.

Para el resto de historias, las que tienen hilo propio solo hay que seguir su enlace, para las demás, como las Raipaquistas, tendrás que visitar su hilo.

Feliz Lectura¡¡

#65
Kumita23
Kumita23
26/11/2012 10:56
x
#66
Kumita23
Kumita23
05/12/2012 18:29

Sección - Recopilatorios Antigua Etapa



De Alfonso y Emilia

Todas las historias pequeñitas reunidas.
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Enlaces de Cuquina, Laia, Ngsha, Triestrellasara y Vicky
#67
Kumita23
Kumita23
05/12/2012 18:33

Sección - Recopilatorios Nueva Etapa

Actualizado a 5/12/2012

De Alfonso y Emilia.

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#68
Kumita23
Kumita23
16/01/2013 15:13

Por el brillo de una estrella.



“Plata”

Es la única palabra que se le ocurría para describir lo que veía.

El reflejo de la luna dibujaba el perfil de Emilia contra la oscuridad de la sala. Su pelo suelto atesoraba reflejos del astro entre sus hebras y el largo camisón lucía escarchado en argenta y añil. Se encontraba inmóvil frente a la ventana con la vista fija en algún lugar indeterminado del pedacito de cielo que desde allí se vislumbraba.

“Estará helada”

Echó un vistazo a los rescoldos de la chimenea, apagados desde hacía muchas horas. Ella no parecía notar el gélido aliento de la madrugada sobre la piel, perdida como estaba en lo profundo de sus pensamientos. Al menos esta vez no lloraba, demasiadas eran las ocasiones en que la encontraba encogida sobre si misma con las mejillas húmedas del desaliento y la pena.

Volvió sobre sus pasos, hacia la habitación que compartían, en busca del chal de lana gruesa que solía abandonar junto a la cama. No le fue difícil hallarlo, desmadejado sobre la silla del tocador. No podía hacer nada por aliviarla del dolor que la embargaba, pero al menos podía ayudar a que sus huesos no se resintieran.

De regreso, la contemplo un instante mas antes de decidirse a romper su calma, conteniendo el aliento. Estaba hermosa. Tan quieta y silenciosa, con el rostro levantado hacia la noche estrellada. La serenidad de sus facciones acrecentaba un encanto del que era completamente inconsciente y si cabe, por esa misma razón, mas irresistible.

Se acercó arrastrando los pies dentro de sus pantuflas, procurando no asustarla apareciendo de repente a su espalda. No quería ser inoportuno. Se limitó a dejar la prenda sobre sus hombros dispuesto a volver por donde había venido sin interrumpir sus pensamientos.

Sin embargo una mano sobre la suya le retuvo, agradeciéndole el cuidado que le prodigaba. El contacto se prolongó en una petición silenciosa para que la acompañase y él, obediente a su deseo, permaneció a su espalda, rodeando con ambos brazos su talle, sin pronunciar ninguna palabra todavía. Dispuesto a esperar el tiempo que ella necesitara.

Emilia permaneció muda un momento mas, luego suspiró y echó hacia atrás la cabeza para apoyarse en el hombro de su esposo, aun con la vista puesta en el firmamento.

“Cuando mi hermano Sebastián se fue a estudiar a Barcelona, yo era aun muy jovencita, ¿lo recuerdas? – comenzó a darle respuesta a la pregunta que no había hecho. Continuó sin esperar contestación alguna. – Lo echaba tanto de menos… no imaginas cuanto, Alfonso. Siempre habíamos estado juntos, los tres, unidos en lo bueno y en lo malo… sobre todo desde que mamá… murió. – Emilia hizo una pausa, rememorando aquellas penas lejanas. Alfonso simplemente ciñó mas su abrazo, pero a ella ya no le dolía hablar de ese pasado y las palabras volvieron a brotar teñidas de tristeza, pero sin dolor. - Nunca imaginé que se podía echar tanto en falta que te llamaran renacuaja… o que se burlaran de mis primeros intentos en la cocina… - Alfonso no veía su rostro, pero estaba seguro de que en ese momento sonreía a su recuerdo.- Mi padre adivinó lo que me pasaba y se sentó conmigo a las puertas de la Casa de Comidas. Me tomó las manos y juntos miramos un cielo muy parecido a este. – Entrelazó los dedos con los de su marido, como en otro tiempo lo hiciera con Raimundo.- Me dijo que cuando me pusiera triste por su ausencia mirara estas estrellas, que eran las mismas que guarecían a mi hermano allí donde estuviera, que estaba seguro que cuando él mirara hacia arriba se acordaría de nosotros. Alfonso, me dijo que debía alegrarme y dedicarles mi mejor sonrisa, que ellas se la harían llegar brillando con mas fuerza para él… “

Emilia giró el rostro hacía él, permitiéndole disfrutar de aquella curva dichosa, delicadamente dibujada sobre las sombras de la noche.

“También me dijo que le pediría que en la siguiente misiva me dedicara alguno de sus motes preferidos para mi persona”

Sus ojos permanecían a contraluz, oscuros como las profundidades de una cueva, pero Alfonso juraría que en ellos se había quedado atrapado el brillo de una estrella, regocijados por el recuerdo.

Ella le descubrió mirandola soñador, con las pupilas adornadas por los mil puntitos de luz que entraban por la ventana. Decidió que aquello era hermoso y quiso conservarlo para siempre. Alzó su rostro hasta alcanzar sus labios y permaneció anclada en ese beso hasta que la paz le invadió el alma entera. Luego se abrazó a su cuerpo, su refugio, el ancla a la felicidad. Sonrió para si, con la cara apretada contra su pecho y Alfonso apoyó la mejilla contra su cabello y cubrió su espalda con ambas manos.

“También a mi me hablaron una vez de las estrellas…”

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#69
Kumita23
Kumita23
16/01/2013 15:13
“… andaba yo amohinado porque cierta señorita, una rubita malencarada y deslenguada para mas señas, me había echado tremendo rapapolvo… ya no recuerdo que imperdonable error cometí aquella vez. - El cuerpo de Emilia vibraba contra él, conteniendo una carcajada - El caso es que la desazón me quitaba el sueño… y tampoco los ronquidos de Ramiro ayudaban demasiado, la verdad sea dicha. Andaba trasteando por esta misma habitación en busca de un vaso de agua y acabé despertando a mi madre. Ella debía saber lo que me pasaba, siempre lo sabía.- Sin darse cuenta había empezado a acariciar la larga melena de su esposa, enredando los dedos entre los mechones revueltos.-¿Sabes lo que me dijo? No me creerás, pero me preguntó: ¿Otra vez la de Ulloa? Ni siquiera esperó a que le respondiera. Me colocó frente a esta misma ventana, abrazándome como yo estoy abrazando a ti y me preguntó: ¿Qué es lo que más deseas del mundo entero? No ser tan tonto, le dije. Supongo que le hizo bastante gracia porque se sacudía como lo estás haciendo tu. – la separó un poco de sí y tomándola de la cintura la giró para que pudiera volver a mirar hacia el cielo nocturno.

- ¡Para, mujer! ¿Quieres que te lo cuente o no?
- Si, si... ya está, ya está… mira. Estoy seria– le mostró los labios firmemente fruncidos para que no se le escapara la risa – Sigue, por favor.
- Está bien, sigo. - aunque tras ver el travieso gesto a él mismo le costaba mantener la compostura.

“ Me dijo: Busca la estrella que mas brille, mi niño, y pídele tu deseo. Se lo tienes que pedir con todas tus ganas, porque de lo contrario no se cumplirá, me advirtió. Y eso hice, pedí y pedí con todas mis fuerzas. Luego mi madre me preguntó a cuál de todos los astros del cielo le había hecho mi ruego y alargó la mano como si pudiera cogerlo entre los dedos – Alfonso replicaba el gesto, pasando el brazo por delante de Emilia – Luego me llevó la mano aquí… – dijo señalando en el centro del pecho de su esposa, directo sobre el corazón – …y empujo la estrella dentro. Ahora todos tus deseos se cumplirán, me aseguró.”

- ¿Y se cumplió?- preguntó emocionada por la ternura de su suegra pero sin perder la oportunidad de chancearse un poquito mas de su esposo -¿dejaste de ser tan tonto, mi amor?

Pero Alfonso no se rió. Al contrario, quedó pensativo.

- No sé si se cumplió, no fue eso lo que pedí.
- ¿Y que fue?
- Deseé con todo mi corazón… - confesó dubitativo- … aprender como hacerte feliz.
- ¡Oh!...- fue todo lo que pudo articular Emilia, colocándose frente a él - …cariño… ¿Es que siempre has sido tan bueno? – No se le había borrado la sonrisa, pero ahora un par de lágrimas trataban de escapar de sus ojos. - ¿Qué habré hecho yo para merecerte? – Y sin mas, le besó poniendo todo su corazón en las manos de aquel hombre que seguía sorprendiéndola cada día con su entrega.

- ¿Y bien? – quiso saber luego - ¿lo conseguí?
- ¿El que, Alfonso?
- Pues, ya sabes…- se removió un poco, incomodo- …que seas feliz.
- ¿Acaso lo dudas? Me haces inmensamente dichosa, mi bien… - se abrazaron una vez mas, dejando que la emoción de sus últimas palabras acabara de filtrarse hacia sus alma. Luego ella le tomó de la mano y juntos volvieron hacia el lecho.

Cuando Alfonso ya estaba metido entre las sabanas, Emilia se excuso.

-Perdona un momento, amor. En seguida vuelvo, me he dejado algo en la sala. – y sin darle tiempo a protestar, salió al pasillo.

Emilia corrió hacia la ventana y buscó a toda prisa la luz que mas brillara de todo el firmamento. Cerro los parpados fuertemente recitando su deseo. Alargó la mano hacia ella y esta vez, en vez de dejarla sobre su corazón la posó sobre su vientre. Se demoró un momento abrazada sobre si misma, sonriéndole al cielo estrellado, esperanzada. Si funcionó una vez, bien podría hacerlo otra. Al fin y al cabo, su suegra siempre tenía razón.

Atravesó a la carrera toda la casa y aun seguía agitada al regresar a la cama.

- ¿Ya lo tienes todo, pitusa?- le preguntó arrebujándose contra ella.
- Si, cielo.- le respondió disfrutando del calor que le proporcionaba.- Todo lo que siempre deseé.

---FIN---
#70
Kumita23
Kumita23
21/01/2013 18:05
No sé si sabéis que hay una una incorporación a PV y me ha faltado tiempo para adjudicárselo a Mariana....

De momento, nada sabemos del personaje, asi que con toda libertad me lo invento....
Le podeis poner este físico.

http://rafacomin.files.wordpress.com/2009/04/598421_4252581479301_849057822_n.jpg
http://rafacomin.files.wordpress.com/2009/11/rafa-comin-mens-health.jpg

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Licor de guindas - Parte I.




-Señorita, ¿hay alguien ahí? ¡Señorita!, ¿me escucha alguien?- Mariana abandonó la seguridad de su cocina ante el alboroto. Alguien daba voces desde la puerta trasera sin atreverse a entrar.

La primera vez que puso los ojos sobre él, estaba cubierto de barro de pies a cabeza y para colmo olía terriblemente a cuadra y a sudor de caballo. “El nuevo mozo de las caballerizas”. Le dirigió una mirada ceñuda antes de responderle.

- ¿Señorita? Aquí no hay ninguna señorita, gañán. Eso déjalo para quien corresponda, la señorita Soledad, por ejemplo. – le espetó, poniendo retintín en la palabra en cuestión- Bueno… mozo, y a todo esto, ¿qué se le ofrece?- reclamó impaciente.

El hombre no se arredró ante semejante recibimiento, es mas, entre la mugre nació una amplia sonrisa.

- Como puede ver me he manchado un poco – ironizó- y los muchachos me han mandado aquí en busca de algo con lo que asearme…

Ella le estaba mirando suspicaz y de pronto lo comprendió, se estaban chanceando de él, los muy idiotas. Seguro que estaban esperando que volviera con el rabo entre las piernas y la compañía de una buena reprimenda de aquella cocinera tan resabiada... pero tan guapa. Ella debió llegar a la misma conclusión, pues no eran las pocas las veces que le mandaban a los nuevos trabajadores, con la esperanza de que su agrio carácter hiciera su trabajo, sobre todo desde que se propagó entre la servidumbre que había estado presa. Suspiró resignada, este por lo menos había tenido la precaución de no pisotear el impoluto suelo de su cocina. Solo por eso decidió prestarle ayuda.

-Ven, acompáñame. – le dijo a la vez que traspasaba el umbral, tomando camino hacia la esquina de la casa – Ahí tienes el pilón – Le indicó. De camino había recogido una de las palanganas que usaban en el lavadero y algo de jabón del que allí almacenaban y lo depositó en sus manos.- Voy a buscarte algo de ropa para que te quites eso que llevas puesto, algo tendremos por ahí. – Con este pensamiento, valoró el porte del hombre. Reparó en lo recio de su apostura, tenía pinta de ser bastante fuerte. El trabajo de las cuadras no eran lugar para pusilánimes. Carraspeo nerviosa al darse cuenta de lo que estaba mirando fijamente y se giró para que no notara su turbación.- Lo tendré listo en la cocina para cuando acabes – dicho lo cual, se dirigió al tendedero. “A ver donde encuentro yo algo que le quede bien… con esos hombros…”

- Espera – la retuvo y ella se quedó clavada en el sitio con esa simple palabra.

–Dime al menos como te llamas, muchacha… no quiero volver a errar en el tratamiento- Aunque ella no lo miraba, adivinó que el otro sonreía, perdonando el áspero recibimiento.

-Puedes llamarme Mariana. ¿Y yo? ¿con quién tengo el gusto?

-Soy Roberto. Roberto Espinosa, para servirla.

-Muy bien, Roberto. Dentro le espero y no tarde mucho en aviarse que tengo muchas cosas que hacer. En este lugar no hay descanso, ya se irá usted dando cuenta.

Mas tarde, se mordía los labios mientras buscaba entre la colada, incomoda por el ultimo exabrupto, al fin y al cabo, él… Roberto, había sido amable con ella. Desvió la vista hacia el pilón en el momento que el viento meció las sábanas y alcanzó a vislumbrar la espalda desnuda del hombre, que ajeno a su presencia, terminaba de refregarse el barro que lo cubría. Se sonrojó hasta la raíz del cabello, cogió la primera prenda que tenía a mano y corrió a refugiarse en la Casona.

Inmediatamente puso todo su empeño en picar las verduras necesarias para la comida del día, haciendo caso omiso al nerviosismo que se había apoderado de sus actos. Sin embargo, no pudo reprimir un respingo cuando escucho que la llamaban desde la puerta.

- Mariana... - Creyó detectar un matiz de dulzura entre las letras de su nombre.

-Tiene la ropa ahí, en la silla junto a la puerta - consiguió decir, sin atreverse a mirar por si volvía a ver mas piel de la debida... y la rojez la delataba. - Descálcese antes de entrar... haga el favor.

Roberto pensaba vestirse e irse por donde había venido, no sin antes agradecer las atenciones, pero no iba a desaprovechar la invitación que la mujer le hacía. La aspereza con la que lo trataba, en vez de repelerlo, le resultaba atractiva. Misteriosa. Tenía curiosidad por descubrir si había también ternura detrás de aquellos ojos tristes.
#71
Kumita23
Kumita23
21/01/2013 18:05
Hizo lo que se le pedía, sacudiendo las botas antes de colocarlas a un lado de la entrada y al fin, se atrevió a invadir el reino de aquella criatura deliciosa. Un reino en el que dominaba el perfecto orden… y un delicioso aroma llenaba cada rincón. Se sintió cómodo al instante, en aquel lugar y en aquella compañía. “Precioso nombre.”- pensó para sí.- “Preciosa mujer” Ella le indicó que se sentara y le colocó un caldo caliente entre las manos.

-Supongo que tendrá frío, ese agua sale helada en estas fechas.
-Pues si… gracias. Por esto – señaló la taza – y por esto también – prosiguió levantando un brazo, el atuendo le colgaba un poco, pero estaba limpio y abrigaba.

Ella asintió sin palabras. Seguía atareada, revoloteando de un lado al otro de la estancia. Roberto la dejó hacer, no en vano trataba con animales nerviosos todos los días, sabía que tanto a ellos como a las personas era mejor no obligarlas a nada… y quizás tratar de relajarlos hablando suavemente…. Para su sorpresa, no tuvo que buscar que decir, fue ella la que inició la conversación.

-¿Eres el nuevo mozo, no?
-Si y no – respondió divertido, esperó a que ella le mirara para aclararlo – Soy nuevo, pero en realidad me gusta mas el término palafrenero, ¿sabes? Cuido a los caballos, mas que a las cuadras– puntualizó –Y por eso estoy aquí… por el nuevo semental del Señor Mesía. Pero es un animal muy terco y nervioso…. y asi es como acabé con barro hasta en las orejas- explicó, inclinando la cabeza y fingiendo golpearse con una mano, para sacudir la mugre.- Mariana le recompenso la gracieta con una pequeña sonrisa.
-¿Y te gusta la Casona? – se interesó.

Roberto lo pensó un poco antes de responder, entreteniéndose en tomar su caldo.

-Si, creo que me gusta. Ese semental es un reto. El pueblo es tranquilo, pero muy bonito. Y las gentes… - prosiguió mirándola - …acogedoras. Aunque todavía no conozco a demasiadas personas aquí.
-Mientras cumplas no tendrás problemas con el Señor. Pero es implacable con los que le decepcionan, procura no hacerlo jamás. No consiente los errores. – ella consiguió, con mucho esfuerzo, no apartar la vista hasta acabar de decir esto.
-Lo tendré en cuenta – agradeció el consejo – Y ahora, dime… ¿siempre has trabajado aquí?

No pensó que una pregunta tan simple pudiera cambiar tanto el talante de la muchacha, pero así fue. Esquivó su mirada, visiblemente incomoda, y se envaró, cuando respondió, lo hizo en un susurro lleno de dolor.

- No siempre…. Llevo aquí toda una vida, pero hubo un tiempo…

No continuó y esta respuesta no hizo más que acrecentar el interés que empezaba a sentir por ella. Era pronto para creer que tenía derecho a seguir indagando y además había terminado la bebida, no tenía excusa para continuar allí, con ella, y bien que lo lamentaba, pero tampoco quería volver a contrariarla. Había conseguido que sonriera y por ahora, con eso bastaba.

- Ha sido un verdadero placer, Mariana. Pero el trabajo me reclama. - Se incorporó a regañadientes. - Espero tener ocasión de repetirlo.

Ella siguió en silencio, pero cabeceó, a medias asintiendo, a medias despidiéndose. Y observó como el hombre salía por la puerta y recogía sus botas.

Luego miró hacia el fregadero, allí estaba la taza, que había depositado cuidadosamente, antes de salir, junto a los otros cacharros por fregar.

Había descubierto una cosa que le gustaba de Roberto.
Aunque él nunca lo supo, ese día consiguió de Mariana dos sonrisas.

---Continuará---
#72
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28/07/2013 19:47
Parte II.

A los pocos días, en una de las sillas de la cocina, apareció un montoncito de ropa perfectamente limpio y doblado, coronado con una pequeña nota manuscrita y una camelia de un rosáceo intenso. No lo cupo dudo del depositario de aquel detalle. Ocultó la alegría tras los pétalos de la flor mientras leía el mensaje.

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“Mariana.

Vine a devolverte las ropas que me prestaste con la esperanza de retomar nuestra conversación.
Para mi desgracia no conseguí encontrarte y hube de marchar. Debes resarcirme de tamaña decepción, así que requiero de tu compañía cuando tengas a bien y tus obligaciones te lo permitan, ya sabes dónde encontrarme.
Deseo presentarte a alguien muy especial para mí, que creo será de tu agrado.

Te estaremos esperando.
Roberto”


Aquello la desconcertó enormemente, aquel hombre dejaba claro que quería verla otra vez y a la vez le hablaba de “personas especiales”. ¿Se estaría intentando burlar de ella? No le había dado esa impresión… quizás era ella la que quería leer demasiado en aquellas escasas líneas. Convenía ser sensata.

Se tomó unos cuantos días para rumiar que hacer con aquella invitación, mas unos cuantas variaciones en su comportamiento habitual le indicaban claramente que era lo que su corazón deseaba. Pequeñas cosas la delataban, como que al regresar de la compra tomara el camino que pasaba cerca de los establos o que al tender la colada, se le perdiera la vista en la esa misma dirección. Luego se reprendía a si misma por ilusa, pero al poco se encontraba removiendo el puchero mecánicamente elucubrando quien podía ser tan especial para Roberto, inventándole mil historias sobre su vida. “Ay, Marianita, ¿qué bicho te ha picado?” –hablaba consigo misma tratando de recordar si ya le había añadido sal a aquella olla.

Finalmente pudo mas la curiosidad que la prudencia, así que después de los almuerzos, mientras sobre la Casona caía el silencio de la hora de la siesta se atrevió a presentarse en el picadero, pues había atisbado que a esas horas solían andar trabajando con el semental del Mesía. Iba pertrechada de una cesta con merienda para utilizarla como excusa.

Mariana lo descubrió allí, tal como esperaba, haciendo que la bestia diera vueltas y más vueltas a su alrededor, mientras él permanecía quieto en el centro del recinto, nunca lo reconocería, pero verle trabajar, con esa seguridad y la firmeza que desprendía, acrecentó el interés que sentía por conocerlo mejor.

Cuando consideró que estaría bastante cansado, se acercó despacio, permitiendo que lo viera y que lo olisqueara, que le diera permiso, para luego abrazarse al poderoso cuello del animal. Para gran sorpresa de Mariana, el caballo respondió apoyando la quijada en el hombro de su cuidador. Fue un solo instante, porque notó su presencia antes que el hombre, cabeceando nervioso peligrosamente cerca de Roberto. Él no mostró miedo, pero se volvió buscando la causa de esa reacción. En cuanto la vio aquella amplia sonrisa de la que era poseedor volvió a aparecer.

- Mariana, has venido… -la saludó feliz.
-Si – ella se contemplaba la punta de la botas, azorada- Aquí estoy. – Levantó la cesta delante de ella – Y he traído un presente.
-Estupendo – se entusiasmó él, aquello significaba un buen rato de charla y compañía. No podía haber tenido una idea mejor.- Pero antes, te voy a presentar…

Mariana se alarmó, era muy pronto para conocer a nadie y ella no se había arreglado adecuadamente para relacionarse con desconocidos….

- ¡Bucéfaló! Ven, bonito. – vociferó cortando sus pensamientos. Roberto le puso un trozo de manzana en la mano.- Es muy goloso, ya verás.- Y se volvió para animarlo con un sonido repetitivo, muy parecido a un suave relincho.

Con que era eso, solo quería enseñarle a.. ¡Bucéfalo!. Suspiró aliviada, relajándose, con las vueltas que le había dado a quien sería esa misteriosa persona. El animal no las tenía todas consigo, y avanzó muy lentamente, paso a paso. Los dos guardaron silencio, esperaron pacientes a que se acercara a la mano extendida de Mariana. Antes de atrapar su premio, olisqueó a la extraña, clavándole una mirada recelosa desde unos ojos negros como el azabache. Ella se sintió a merced aquella mirada, traspasada y con el alma desnuda. Finalmente, Bucéfalo le dio su aprobación y tras recoger delicadamente la fruta de manos de la chica, se alejó satisfecho.

-Les has gustado. – Le hizo saber él, mientras la guiaba hasta el tronco caído de una chopera. Ella sintió que había superado con éxito una importante prueba.
-Bucéfalo, como el caballo de Alejandro Magno, ¿no? – el hombre le agradó que conociera aquel dato, pero no incidió sobre el tema, ya habría tiempo de eso.
-Si, un poco pretencioso, ¿no te parece? Belcebú sería más apropiado.- se chanceó.
-¿Y porque lo dices? – Consiguió articular con una media sonrisa colgada de los labios – Yo le he visto muy dócil contigo. Cariñoso incluso.
-Ah, eso. Lo que has visto es una simple imitación de su comportamiento natural. Esos pequeños resoplidos cerca de las orejas, palmearle el cuello… así es como le digo que soy su amigo. – desvió él la mirada hacia el animal – Pero en cuanto aparece el Mesía, se vuelve intratable. Ayer mismo le quiso morder cuando intentó acariciarlo y hasta le hizo perder el sombrero.

Mariana no pudo contenerse mas, imaginar aquella escena le hizo soltar una carcajada desinhibida.

-Sospecho que es por su culpa. – prosiguió el hombre viendo que aquella conversación la mantenía entretenida. – No tiene paciencia, y trata de doblegar la voluntad del animal a su capricho. No comprende que Bucéfalo es orgulloso. Sabe que es hermoso, que es poderoso, que estaba destinado para liderar a los suyos… y no va a permitir que le traten de cualquier manera. Va a ser una lucha interesante, si señor.
-Todo lo contrario al caballo de mi sobrina María, Miopía. – trató ella de desviar la conversación del espinoso asunto del carácter del señor, que tan acertadamente acababa de retratar, sin darse cuenta de la sorpresa que le produjo a Roberto saberla emparentada con la joven señorita. Prudentemente, se abstuvo de preguntar, esta vez no quería espantarla tratando temas que le fueran desagradables.
-Miopía es muy dócil, pero un poquito caprichosa…
-Exacta a la dueña – remató por él – Debe ser por eso por lo que se complementan bien.

Mariana sonreía llevando en el recuerdo las numerosas trastadas de su sobrina, que tan bien se sabía hacer perdonar y él asintió encantado. Todo estaba saliendo bien.

-Pero dejemos de hablar de caballos. – Mientras sacaba la merienda de la cesta, se atrevió a indagar – Cuéntame mejor cosas sobre ti…. Ni siquiera sé de dónde vienes…
- Pues soy de un pueblecito pequeñito, muy parecido a este, de Castilla la vieja… se llama…

Con estas palabras iniciaron la que fue una tarde deliciosa. Disfrutando de las viandas y del sol de la tarde. De aquel magnifico caballo que se sabía hermoso y recorría el prado a la carrera demostrandolo.
Disfrutando, sobre todo, de su mutua compañía.
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28/07/2013 19:48
Parte III.

Durante las siguientes semanas, Roberto no dejó de aprovechar cualquier escusa para pasar por las cocinas de la Casona y Mariana, poco a poco, se fue haciendo a la idea de que podía permitirse un poco de felicidad.

Ella descubrió un hombre que se mostraba tal como era, sin dobleces… y que le daba el tiempo que necesitaba. Más de una vez pensó que estaba usando con su persona la misma técnica que en la doma de los animales. Firmeza, solidez… pero también paciencia, mimo. Fue consciente del profundo amor que profesaba hacia los caballos de los que cuidaba, casi como a hijos propios y le relataba infinitos detalles sobre la personalidad y manías de cada uno de ellos. Fue testigo del malestar creciente que le embargaba al tener que soportar sin rechistar el trato que el de Mesía daba a sus corceles. Como de forma déspota y cruel les clavaba las espuelas o los fustigaba sin piedad con su látigo, devolviéndolos heridos y resabiados para que él los recompusiera, como si fueran juguetes que podía destrozar a su antojo. Y no hacía más que empeorar, pues Don Olmo, pagaba la frustración de los continuos rechazos y desprecios de Soledad con los nobles animales… más de una vez salió a cabalgar completamente ebrio, haciendo correr a su montura casi hasta la extenuación, a veces por terrenos abruptos, ciego de rabia.

Indago un poco en la vida de Roberto, que él, expansivo, no tenía ningún problema en desvelar. Era hijo de una familia grande y bien avenida. Su padre y gran parte de sus hermanos se habían dedicado siempre a los caballos, fue de su progenitor de quien aprendió el oficio. Tenía una hermana todavía muy pequeña a la que adoraba y de la que le describió la sonrisa, más de mil veces. Como a su propio hermano Ramiro, fue llamado a filas y hubo de separarse de los suyos, pero tuvo la mala suerte de ser destinado a Marruecos.

Hablar de aquellos tiempos le entristecía, pero aun así le contó sobre la corrupción y de las condiciones lamentables en las que vivían los soldados, casi todos forzados al reclutamiento. De lo mal que comían, del calor y del miedo. De cómo huían de los salvajes rifeños como de la peste, a veces calzados solo con alpargatas. De cómo algunos llegaban a estar tan desesperados por el hambre que vendían sus propias armas al enemigo. Solo sonreía cuando recordaba que precisamente su oficio le propició un puesto cuidando la caballería de los altos mandos, al menos a ellos no les faltaba de nada. “Y no sabes que animales tienen esas tribus de infieles… belleza en movimiento.”- con esta frase y una mirada evocadora que le hacía recuperar la sonrisa, terminaba siempre el recuerdo de aquellos días.

Al cabo de varios años le licenciaron y regresó, pero en su casa ya nada era igual, no había trabajo para nadie y las cosas andaban mal. Para no ser una carga para su familia decidió buscarse el pan lejos de ellos… y así era como había acabado allí. Una historia de tantas.

Él la trataba como si de un cervatillo asustado se tratase. Procuraba ser paciente y no desalentarse, pues por cada paso adelante que ella daba debía luchar con muchos atrás. Aprendió que debía rodear en sus conversaciones el tema de los años pasados fuera de la Casona y de los amoríos de Mariana. Apenas eran nombrados ella se sumía en un pesado silencio. Sin embargo, era poseedora de una inocencia que la llevaba a disfrutar con verdadera fruición de los pequeños placeres de la vida, lo mismo daba que fuera un día soleado, que un prado llenos de flores malvas, sus preferidas, que de los halagos a su buen hacer en la cocina o de una buena charla.

No es que no hubiera oído los rumores que sobre ella circulaban, sabía como todos de su estancia en prisión, pero le era imposible de creer que aquella mujer de alma delicada hubiera sido capaz de matar a nadie. Esperaba que cualquier día se sintiera lo bastante cómoda como para hablarle de aquello y confiarle su verdad.

Mientras siguió descubriendo cosas interesantes, su sobrina le profesaba un gran cariño y confianza, entre ellas se apeaban el tratamiento y era evidente su buena sintonía, sin embargo, todo aquello cambiaba en cuanto la señora aparecía en escena. Esta la trataba con insultos y desprecios, pero Mariana nunca se rebelaba, sus ojos reflejaban un profundo dolor, enterrado bajo capas y capas de resignación. Cuando preguntaba por los motivos de tanta sumisión ella siempre respondía que le debía demasiado a aquella mujer y esa era toda la explicación que conseguía. Cada vez que obtenía una respuesta le surgía mas preguntas, y aquel misterio le tenía atrapado.

Fue entrando en su mundo poco a poco, ella le contó sobre su familia, igual que hiciera él. Le habló de la bondad de su madre y del gran corazón de su hermano, de las alegrías y las penas que había pasado su cuñada Emilia y de la relación que mantenían todos ellos con aquella casa en la que ella servía. Incluso se llegaron juntos al establecimiento de regentaban y pudo comprobar en propias carnes de la amabilidad de los suyos y el cariño con que era recibida… aunque también recibió alguna mirada suspicaz, que preguntaba sin palabras que le unía exactamente a la muchacha.

Ojalá esa pregunta tuviera fácil respuesta, pues ni él lo sabía. Roberto no tenía dudas, Mariana le gustaba y en gordo. Su fragilidad y su inconsciente encanto, el bondadoso corazón que latía en su pecho y su sonrisa. Esa sonrisa que le iluminaba el alma. Nunca había visto nada igual.

Sin embargo ella se conducía prudente, si albergaba algún sentimiento que no fuera la de una simple amistad por su persona, no lo demostraba. Le recibía con amabilidad, pero sin excesiva emoción. Lo buscaba a veces, era cierto, pero nunca traspasaba el límite de lo correcto y lo establecido. Intuía que ella necesita seguridad y procuraba demostrársela. La espera lo estaba matando.

No sabía él que a Mariana solo la refrenaba el miedo. Todos sus amoríos habían acabo mal, terriblemente incluso. Le costaba mucho asimilar que esta vez pudiera ser diferente. Ni el hecho de sentirse feliz a su vera, de desear verlo cada día y disfrutar cada minuto que compartían la hacían apearse de ese sentimiento. Solo en sus sueños se atrevía a imaginar una vida diferente, colmada de ternura y de amor… incluso con hijos propios, pero era abrir los ojos y estas vanas ilusiones desaparecían bajo el peso de la culpa y el remordimiento.

Estaba convencida de que si alguna vez le contase lo que verdaderamente había pasado en aquellos años de los que no hablaba nunca, la despreciaría como la criminal asesina que era. Dejaría de mirarla de ese modo que parecía leer en sus entrañas. Y esa mirada le gustaba demasiado como para renunciar a ella.

Incluso, a veces, pensaba que era injusta y cruel. Por alentarlo a continuar visitándola, por no darle la oportunidad de conocer a alguien más digno, por desear que los minutos en que charlaban no acabaran jamás… y por no atreverse a hacer otra cosa que compartir esas palabras.

Se mantenían en este tira y afloja, ahora merendando en el tronco caído, ahora viéndose a lo lejos en sus respectivos quehaceres. Ese día sus caminos se habían encontrado en la vereda que subía del pueblo. Bucéfalo había galopado todo lo que había querido por el prado alto y ahora seguía dócilmente a Roberto, acomodándose al paso tranquilo del hombre, que apenas sujetaba entre los dedos el ronzal. Mariana regresaba de una breve visita al Jaral, aprovechando para ver a su madre entre los recados que allí la habían llevado. Para ambos fue una alegría encontrarse y emprendieron juntos el regreso a la Casona.
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28/07/2013 19:49
-¿Cómo estas caballito? – saludó ella palmeándole el cuello como Roberto le había enseñado. El animal hacía mucho que había aceptado su presencia, y resopló en sus cabellos, despeinándola, a modo de bienvenida. -¿Qué tal la carrera? – preguntó dirigiéndose al hombre mientras se recolocaba algunos mechones, últimamente Roberto estaba preocupado por una leve cojera que había detectado en el animal.
-Hoy se ha portado como un campeón, creo que no hay nada que temer – la tranquilizó - ¿de dónde sales tú?
-Pues no salgo, que entro – respondió vivaracha – Y tu quieto, bicho del demonio – apartó la cabeza del Bucéfalo que trataba de husmear en su cesta. – Lo que hay aquí dentro no es para ti.- advirtió azorada, pues el caballo la empujó suavemente y ella acabó chocando con el hombre – Vengo de encontrarme con mi madre y de paso de hacer unos recados – respondió recomponiéndose.
-Pues es una pena.
-¿Cómo? ¿Es una pena que vea a mi propia madre? – Mariana no salía de su asombro. -
Por supuesto que no, mujer – replicó divertido – Es que él si tiene algo para ti. Entonces le mostró un pequeño ramillete de pequeñas florecillas silvestres y ramitas olorosas que llevaba a la espalda – Tienes una suerte tremenda –replicó teatral – ha renunciado a comérselas solo por ti.

Mariana recibió el pequeño presente temblando como una hoja. Al recoger el ramito de sus manos, sus dedos se rozaron. Y aunque fue un contacto fugaz, bastó para que el calor inundara sus mejillas. Reacionó rápido con la esperanza de que Roberto no percibiera su rubor, con una gran aspaviento, tomó el bajó de su falda e inclinó la espalda en una profunda reverencia… dirigida hacía el animal.

- Tremendamente agradecida – de reojo observó que Roberto se deshacía en una franca carcajada. Sin embargo, al instante siguiente vió como tensaba el cuerpo y el gesto se torno serio mirando por encima de su hombro.
-Al fin te encuentro, mozo – D. Olmo estaba furioso y algo bebido – Debería haber supuesto que estarías perdiendo el tiempo… - dejó resbalar una mirada lleno de desprecio a lo largo del cuerpo de Mariana- …con sirvientuchas.
-Estaba entrenando a Bucéfalo, como es mi obligación- trató Roberto de defenderse – De regreso…
-¡Dejaté de tonterías! Dame las riendas y vete a hacer algo productivo – Mesía ya estaba montando torpemente.
-Pero señor… el caballo está cansado y tiene una pata delicada – No sabía que decir para evitar que el animal resultara dañado y aun sostenía el ronzal, intentando imponerse a los deseos del amo.
-¡Suéltalo, imbécil! ¡Aparta del camino! - tiró del brocal con tanta fuerza que obligo a Bucéfalo a alzarse sobre los cuartos trasero, para salir a galope tendido.

El cuerpo del animal golpeó a Roberto, haciéndole trastabillar fuera del camino. Mariana se había refugiado en el tronco de un álamo cercano, asustada por la violencia del señor. Vió como Roberto pedía el equilibrio y sin pensarlo, se adelantó. Lo recogió en sus brazos, y él refugió la cabeza en su hombro llevado por el propio impulso. Se quedaron un largo instante suspendidos en aquel abrazo, oyéndose respirar agitadamente expulsando el miedo pasado…. cogiendo fuerzas para lidiar con el temor que los embargaba en ese mismo instante.

Finalmente, Roberto alzó la cabeza, para posar los ojos directamente en los de ella. Mariana se sintió hipnotizada por aquella mirada cargada de ternura y deseo, incapaz de apartarse como siempre hacía, respirando agitadamente porque sentía que entre ambos no había bastante aire para llenar sus pulmones, pues él la consumía al mismo ritmo acelerado.

Roberto contemplo su nariz, luego sus labios y volvió a poseer su mirada. Alzó una mano para acariciarle la mejilla, tratando a la vez de calmarla y pedirle permiso. Luego posó la boca sobre la suya. Deslizo la mano de la mejilla a la nuca, acariciándola despacio y Mariana suspiró sin separase de sus labios. Roberto profundizó en su caricia, sintiendo que ella no se opondría, tomo su boca por completo, dueño absoluto de deseo. Mariana se dejó conquistar, recibiéndole y amándole mas a cada gesto y cada beso. Se sentía a su merced, sin pensarlo se encontró abrazándole con fuerza contra su pecho.

De pronto cayó en la cuenta de que lo que hacía y se separó asustada. Ni siquiera se detuvo en buscar una palabra de despedida, simplemente se perdió corriendo por el camino.

Roberto la vió alejarse confundido. La mano que había quedado en el aire, se traslado a su boca, acariciandola pensativo. Todavía sentía aquel beso latirle en los labios y ya le dolía su ausencia.
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28/07/2013 21:11
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Licor de guindas. Parte IV.

Su carrera acabó en el que siempre fue su hogar, la casa de su hermano. Y ahora, frente a frente con aquella puerta verde se preguntaba para que se había llegado hasta allí. A punto estuvo de dar media vuelta y buscar sosiego en otra parte pero Emilia apareció en el umbral, impidiendolo.

- ¡Mariana! ¿Qué haces aquí? La niña… - alarmada, pedía explicaciones, no era nada habitual que su cuñada se presentara en casa y menos a esas horas.
- No, no… Emilia… todo está bien. María está perfectamente, no te preocupes – procuró tranquilizarla.

Emilia casi suspiró del alivio, había visto a Mariana por la ventana, corriendo por el camino y no había podido evitar ponerse en lo peor.

-Pero algo te pasaba, estas agitada. – la miraba fijamente, frunciendo el ceño – Anda pasa y me cuentas.
-Pero…
-Ni peros ni peras, ahora mismo me vas a contar que es lo que te tiene así… y de paso de ayudas un poco, que no doy abasto con el licor de guindas.- la tentó.
-Bueno…eh… si insistes - como a su hermano, era fácil ganársela por el estomago.

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En la sala se había desatado el caos, toda superficie horizontal disponible se encontraba repleta de botellas de cristal de diversas formas y tamaños, saquitos de azúcar, ramitas de canela, garrafas de aguardiente y fuentes rebosantes de rojos frutos y de nuez moscada. Emilia reinaba en medio de aquella batahola ataviada con un blanco delantal. Con un gesto le indicó que se sentará frente a la una montaña de guindas a las que había que quitar el rabito.

Por su experiencia con los Castañeda, era mejor darles algo con lo que ocupar las manos mientras se decidían a soltar lo que les rondara la sesera, así que simplemente siguió filtrando el licor del año anterior, que ya había tomado aquel color rojo vibrante que lo caracterizaba. Por cada botella que rellenaba, incluía un puñado de las frutas, el resto las iba reservando, el tiempo pasado bañadas en licor las convertía en una delicia para incluir en diversos postres… casi al terminar con una segunda botella un par de de guindas resbaló sobre la mesa y ella miró pícara hacía Mariana, que vigilaba de reojo sus manejos, esperando precisamente ese momento.

-Sería un pecado desperdiciarlas, ¿verdad?- tomó una entre los dedos y le dio un pequeño lametón.
-Sería imperdonable – Mariana se metió el fruto entero en la boca mordiéndolo con ganas, haciendo que todo el sabor estallara a la vez, inundando sus sentidos. –Dios mío, ¡es gloria bendita! – se deleitó, relamiéndose.

Emilia decidió que era hora de hacerla hablar.

-¿Me vas a decir ahora a que has venido? Mariana, me tienes preocupada. – la observó arrancar unos cuantos rabitos con rapidez y precisión, nerviosa. Finalmente apartó la fuente a un lado y comenzó.
-¿Sabes… mi amigo… el hombre que os presente… eh… - tartamudeo intentando encontrar las palabras.
-Roberto Espinosa, si, ¿qué pasa con él?
-Pues Roberto… y yo… bueno, nosotros… - Emilia sonreía ahora, no podía imaginar cuanto se estaba pareciendo a Alfonso en estos momentos - …pues que nos hemos hecho muy amigos…
-Ajá, ¿y por una amistad te pones así? – empezaba a intuir por donde venían los tiros.
-Bueno… es que hoy ha pasado algo – Mariana retorcía la punta de un paño de cocina como si le fuera la vida en ello – me lo encontré de vuelta a casa, iba con el semental del Mesía, ese que está domando, charlamos y me regaló un ramo de flores… – las palabras salían cada vez mas atropelladas - …y entonces Don Olmo... me asusté y el caballo le empujó y casi se cae….
-Mariana, Mariana, ¡para!, que no me estoy enterando de nada – Trató Emilia detener aquel torrente – Al grano, ¿qué es lo que te ha hecho ese Roberto?

Mariana respiró profundamente, atrapó dos guindas del tazón que tenía mas a mano y con una en cada carrillo, confesó.

-Me besó…- Emilia quedó totalmente sorprendida pero opto por ser cauta.
-¿Y no te gustó? – Indagó - ¿Ese es el problema?
-¡No! No es eso… - No hacía falta que lo jurara, el brillo que se había apoderado de su mirada la delataba. – Me gustó, claro que me gustó. Deseaba que me besara, lo deseaba hacía mucho. Soñaba con ello todas las noches… y ese precisamente es el problema.
-¿Cuál, Mariana? Si es fantástico – estaba completamente ilusionada, su cuñada resplandecía, como en los mejores días de su juventud. Hacía 16 años que no le veía esa sonrisa y esa luz y se alegraba sinceramente por ella – Roberto parece un buen hombre, a tu hermano y a mí nos gustó cuando lo conocimos. Y si dices que te corresponde… Al fin, Mariana, a fin has encontrado a un hombre bueno que pueda hacerte feliz.
- No, Emilia, no. No puede ser… esto no está bien. Nada bien. Yo tengo muchos problemas… y él.. él no merece tener que lidiar con ellos – se había levantado y daba vueltas por el salón, demasiado angustiada para permanecer sentada.

Emilia se puso en pie a su vez, sujetó a su cuñada por los brazos tratando de tranquilizarla.
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28/07/2013 21:12
- Mariana, por favor. No te niegues la oportunidad de ser feliz. Mírame a mí, mira a Alfonso. Todo lo que llegamos a sufrir por pensar que le hacíamos un bien al otro. Yo también creía que no le merecía, que él no se merecía la vida que le esperaba a mi lado… no sabes lo que llore, no sabes la tortura que supuso alejarlo de mi lado… y a la agonía que representó para él. Todo lo que me arrepiento del tiempo que perdimos, cuando teníamos la felicidad tan cerca, al alcance de la mano. Esa felicidad que solo conseguimos atrapar cuando estamos juntos. Hazme caso, no seas tan tonta como yo. Escucha a tu corazón, ¿Qué es lo que te dice?
-Dice que lo quiero, Emilia. Que lo quiero con toda el alma. – dijo una Mariana entristecida.
-¿Y entonces?
-Emilia, yo… estoy muerta de miedo… - confesó hundiendo la cara entre las manos.

Emilia la obligó a sentarse a su lado, abrazándola. Luego le hizo un alegre mohín tratando de animarla y le señaló una de las fuentes. Aquellos consiguió hacer sonreír a la muchacha, y encogiéndose de hombros, alargó la mano hacia la guinda más grande.

..............................

Lo primero que escuchó fue unas risotadas femeninas saliendo de su casa. Ese día, al regresar del la posada, le recibió un rumor de enaguas blancas y dos felices mujeres. Su hermana y su esposa estaban sentadas en el suelo frente a la chimenea encendida, rodeadas por una infinidad de botellas, que a la luz de las velas reflejaban una preciosa luz color rubí por toda la estancia.

-¡Alfonso! ¡Hola, hermanito!– saludaron las dos a la vez, tratando de levantarse. Emilia lo consiguió a duras penas, ayudándose de los hombros de su cuñada y de la silla mas cercana, pero Mariana se piso el bajo de la falda y cayó al suelo llevándose un buen golpe en el trasero. -¡Alfonso, mi amor!
-Bien halladas, ¿Qué están haciendo mis mujeres favoritas? – Emilia dio una torpe carrerita y se dejó caer sobre su esposo, besándolo con frenesí.

No esperaba tal efusividad, pero no puso objeción alguna para recibir las atenciones de su entregada esposa. Le rodeó la cintura con sus brazos, no solo para acercarla a su cuerpo sino también para darle un poco de la estabilidad que le faltaba.

Alfonso consiguió mirar por encima de la cabeza de Emilia, mientras esta se bamboleaba colgada de su cuello. Su hermana había conseguido ponerse está vez a cuatro patas, mientras se frotaba las posaderas con una mano, trataba de gatear a lo alto de la mecedora, con escaso éxito.

Se llevó una mano a la frente, sorprendido del panorama y reparó en un par de cuencos repletos de los huesecitos de las frutas de las que, sin lugar a duda, habían dado buena cuenta aquellas dos golosas. Toda aquella situación acabó por divertirlo y lo demostró con una ancha sonrisa.

Emilia lo intentaba mirar fijamente, pero lo cierto era que bizqueaba. Ese movimiento errático de sus ojos no parecía molestarla porque se volvió a medias para gritarle a su cuñada

-¡Mariana! ¡Marianaaaaaaaaa, escucha!, ¿Sabes una cosa?
-Uff¡¡¡ - exclamó ella, coronando por fin su escalada al mueble - ¿queeeee?¿Qué pasa?
-Di si miento, ¿no es guapo mi maridito? - se volvió hacia él con una sonrisa bobalicona en los labios para decírselo frente a frente - ¡¡Guapo!! – procuró besarle la punta de la nariz, pero no conseguía enfocar la vista demasiado bien y acabó cubriéndole de besos toda la cara, allí donde iba pillando - ¡¡Mas que guapo!! ¡¡¡Requeteguapo!!
-¡Anda ya, mentirosa!… Mi Roberto sí que es guapo….¡hip!
-¿Qué has dicho, Mariana? ¡¿Cómo que tu Roberto?!... ¡Emilia! – susurró para que solo ella lo escuchara -… mi hermana, mujer, que está ahí mismo.
-¡Dejalá, hombre! Por si no te habías dado cuenta… – le advirtió llevándose un dedo a los labios, muerta de risa - …tu hermana pequeña está un poquito piripi. – sus manos emprendieron un camino descendente, haciéndole a su marido cosquillas alrededor de la cintura
- Igualito que tú, pequeñaja. – le atrapó las traviesas manos y ella compuso un gesto de fastidio que Alfonso borró mojándole la naricilla arrugada con un gran beso.
- No, igual, no, que ella ya está como un tronco… y yo todavía tengo ganas de fiesta. – consiguió liberar una mano y le palmeó el trasero antes de perderse camino del dormitorio - ¿te apuntas?

Alfonso la miró marchar, alzando una ceja. Si su mujer tenía ganas de jarana, por Dios que la iba a tener. Echó una ojeada a Mariana que dormía entre hipidos la cogorza, echa una maraña de ropas revueltas. Estaba tan serena que le dio pena moverla del asiento, así que buscó algo con que abrigarla. Emilia reapareció en la embocadura del pasillo, con la melena suelta y en enaguas.

-¿Viene o qué? – le azuzó- … y tráete una botellita de esas, anda.

Sonrió de medio lado, contento por el apremio de su esposa. Beso en al frente a su hermana, deseándole dulces sueños, y agarrando por el cuello la primera botella a su alcance, se apresuró en pos de Emilia. Le dio alcance en la puerta de la habitación, que esta había regado con toda su ropa.

Emilia se lanzó a sus brazos apenas dejó el licor al lado de unas medias que colgaban de la esquina de la cómoda, tironeando de las mangas de la chaqueta para quitársela deprisa. La emprendió después con los botones de su camisa, mientras le recorría el cuello con urgentes y apremiantes besos.

-Emilia, ¿Quién es ese Roberto? – la interrogó enterrado ya entre sus cabellos.
- El domador ese…. – contestó luchando ahora con el cierre de sus pantalones – Olvídalo, Alfonso. Tu a lo tuyo, cariño. No te me distraigas ahora.
-Un domador es lo que necesitas tú. – liberado al fin de su ropa, atrapó toda la redondez de las posaderas de su esposa entre sus manos, apretándola firmemente contra él - Mi potrilla salvaje.

La arrastró por la habitación recorriendo su cuerpo con toda una batería de caricias y arrumacos. Era tanta la necesidad y la exigencia del momento que tropezó con la pata de la cama y cayó sentado sobre el colchón. Sin saber como, Emilia consiguió mantener el equilibrio. Se entretuvo contemplándolo un instante, cargada de deseo, antes de alzar los brazos y deshacerse ella también de la ropa que le quedaba encima, revelando su plena desnudez.

Se inclinó para besarlo, mientras colocaba las rodillas a los lados de su cuerpo. De aquel beso nació una sonrisa revoltosa.

-De potrilla nada, en todo caso amazona.- Enderezó la espalda, fingiendo sostener las riendas de un imaginario corcel entre las manos. – Mi padre me contó como los vaqueros indianos espolean a sus caballos, ¿quieres saber lo que hacen? –preguntó traviesa.
-Ilustrame –concedió él, cuanto antes se lo dijera antes podría volver a poseer aquella boca que tan loco lo traía.

Emilia apretó las rodillas contra sus costados un par de veces y grito levantando un brazo por encima de la cabeza.

-¡Yijahhh!

La carcajada que soltó Alfonso hizo retumbar toda la casa y a punto estuvo de desmontar a su insigne jinete, sacudiéndose divertido, como un caballo nervioso. Acabó tumbado cuan largo era con Emilia encima suya retorciéndose de la risa, mas al poco tanta dicha fue sustituida por un nuevo afán, lleno de anhelo y a él se entregaron con empeño e infinito apetito.

Mientras en la sala, Mariana soñaba con los besos recién descubiertos de su Roberto. Entre cabezada y cabezada rememoraba el tacto y el sabor de aquellos labios que ya amaba, dejando escapar de cuando en cuando un escandaloso sonido por la boca.

-¡Hip!
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