Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca - Nueva Generación.




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RECOPILATORIO AyE NUEVA TEMPORADA. Actualizado a 08/01/2013

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El rincón de Cuquina

Lo que el off nos llevóy Epílogo.
Noche de reyes
El rincón de Icmogo.

Otra oportunidad., II, III y IV.
Una vuelta al pasado. Historia alternativa: Hasta el final de los tiempos.
El rincón de Iresila.

Reencuentro I, II Y III.
Queridos Reyes Magos de Oriente
Noche de reyes., II, III
El rincón de Kumita

Silencio./ De disputas y sorpresas./ El sabor de los sueños. / Expiación.
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Cicatrices.
Por el brillo de una estrella. (Todos en este hilo)
El rincón de Lilli

Esperanza.
Rellenando los off- I, II., III., IV y V, VI, VII
El rincón de Musicintheair

Poema de cómo debería ser el tema Paka en la boda de Sole y Olmo (pag. 3 de este hilo)
Poema Candela (pag. 3 de este hilo)
La perdida del cariño I y II.
30 - I, II, II, II
La Navidad Puenteviejera- I, II, III, IV, V, VIy VII
Momentos.
Hilos propios


El rincón de Yolanada.

Olvido.
Traición - I, II

Todo había salido bien al final, era verdad, y ahora tenían un chiquitina regordeta y luminosa como las estrellas que contemplaba. Sin embargo, ese momento en que creyó que Emilia se le moría en los brazos, se le había quedado clavado en el alma. Se estremecía hasta el tuétano al recordarlo. Era el grito desesperado que nunca llegó a salir de sus labios el que le despertaba por las noches.
Necesitó muchos cuidados para recuperarse y Pepa recomendó todo el sosiego y descanso que pudieran proporcionarle. Lo que le sirvió de acicate para acabar de decidirse.
Durante meses había ahorrado todo lo que pudo, buscando un hogar que pudiera permitirse en absoluto secreto. Cuando vio aquella casa, esta misma que le esperaba, cobijando a su familia, ya no tuvo dudas. Seria allí donde crecería su hija, donde la vería andar y correr, donde vería pasar la vida junto a su esposa. Y donde esperaba criar a unos cuantos niños mas.
Se sentó en el tocón que usaban para cortar leña, reafirmando con el gesto su pensamiento, disfrutando de la tranquilidad de esta hora de la noche.
No estaba muy seguro de que a Emilia le pareciera buena idea eso de andar gastando los cuartos que podía necesitar para la niña y quería preparar bien su alegato. Rumió durante semanas la mejor forma de decírselo, ensayando a solas sus argumentos. “Emilia, en mi casa somos demasiados”. “Demasiados y ruidosos”, pensó recordando el reciente enfurruñamiento de Mariana. “La niña y tu necesitareis tranquilidad, ¿cómo va alguien a conseguir dormir con tanta gente entrando y saliendo?”, este era uno de los que mas le gustaban.
Pero Alfonso sobre todo quería tener un hogar que nadie pudiera quitarles, darle a su hija la seguridad de que nadie los echaría de esa casa, porque era suya y de nadie más. Bastante había sufrido su madre luchando por mantener una casa que ni siquiera le pertenecía, e incluso Emilia se había visto desposeída del hogar de toda su vida cuando su padre lo perdió. No permitiría que volviera a pasar por eso, ni ella, ni la niña.
Sin embargo, se podría haber ahorrado tanto ensayo. Cuando Emilia se recupero lo suficiente como para abandonar la consulta, simplemente la condujo hasta la puerta de la casa nueva. Ella, por supuesto, pregunto a donde la llevaba, pero la mirada maravillada a su alrededor cuando se lo dijo fue suficiente para convencerlo de no haberse equivocado.
En los días que estuvo en cama atendida en todo momento por Pepa, él se entretuvo mudando sus cosas de sitio. Las mujeres le ayudaron, cosiendo cortinas y cojines y preparando las estancias para recibir a la criatura y a su esposa. Su madre reunió con mucho esfuerzo todo un surtido de ollas y pucheros, sabedora de que a su nuera le haría ilusión encontrar la cocina bien equipada y entre ella, Enriqueta y Mariana limpiaron y aviaron hasta el último rincón.
Los hombres se dedicaron a repasar el tejado, remozar algún que otro desconchón, cambiar cristales agrietados y hacer una provisión de leña cortada que les duraría dos inviernos por lo menos.
Juan incluso le sorprendió regalándole un carro con su mula “Para que mi sobrina no se canse al venir a visitar a su tio”, le dijo guiñándole un ojo, porque la distancia que mediaba entre las casas se recorría en apenas un par de zancadas.
Las estancias andaba un poco desangeladas y vacías, amen que le era imposible encontrar nada, recordó contemplando la colcha con la que se cubría, pero aun así estaba orgulloso de haber proporcionado este refugio a su familia. Se seguía desorientando cuando despertaba de sus pesadillas, siempre le costaba un poco recordar donde se encontraba, pero era un inconveniente por el que estaba dispuesto a pasar.
Emilia le acosaba con sus planes para la casa continuamente. A cada instante le sorprendía con nuevas propuestas, “Alfonso, creo que podemos poner un macizo de flores cerca de la entrada, ¿no quedarían bien allí, bajo esa ventana?” o “cuando me recupere iremos a buscar a la Casa de Comidas el antiguo arcón de mi madre, seguro que queda precioso en la sala” o “podemos plantar un pequeño huerto en la parte de atrás, sería muy fácil cuidarlo”. Él lo interpretaba como signos de felicidad, lo que bastaba para que le desbordara la dicha.
No era esta una empresa muy difícil, cada vez que regresaba a casa, ella le recibía con una sonrisa deliciosa y después le colocaba al bebe en los brazos, “para descansar un rato”, le decía, pero estaba seguro que a ella le gustaba verlo disfrutar de su hija, pues asomaba de vez en cuando por la puerta de la cocina. Y él lo disfrutaba de veras. El corazón le saltaba en el pecho cada vez que hundía la cara en la tripita redondeada de la criatura y aspiraba su olor. El olor a leche e inocencia.
Incluso le sorprendió con una propuesta inesperada. Después de darle muchas vueltas y rodeos, confesó que quería volver a la Casa de Comidas, volver a ser la cocinera, cuando estuviera recuperada del todo, por supuesto. Se notaba que ella también había preparado sus argumentos con cuidado, temerosa de quitarle el puesto a su cuñada. Temerosa de que Juan no quisiera verla por allí. Con miedo a que Alfonso no entendiera tanto cambio de opinión.
Habló de lo rara que estaba la situación en la Casona y de lo que la explotaba la Doña. Habló de que quería pasar todo el tiempo que pudiera con su bebé y que solo era posible si volvía a su antiguo puesto. Se explayó en detalles sobre cómo encajar con el trabajo que Mariana realizaba y en alabar su labor. Dio mil explicaciones sin darse cuenta de que Alfonso asentía desde la primera palabra. Él la quería a su lado, cuanto mas tiempo mejor, además aquello significaba que también tendría a su hija al alcance de la mano. Podrían estar siempre juntos. No había argumento mas convincente que ese.
Estas reflexiones terminaron por alejar los jirones de temor que le dejaban sus pesadillas, y decidió regresar a la cama con el ánimo recompuesto, en busca de un bien merecido descanso.

Resplandecía dentro de su blanco camisón a la escasa luz de la luna que se filtraba por las ventanas, absorta en la contemplación de la gozosa glotonería de su hija. Levanto la vista un momento al sentir la presencia de su marido en la puerta y extendió un brazo en su dirección, tendiéndole la mano para que se uniera a ellas.
Alfonso obedeció colocándose a su espalda, apoyado en el codo podía ver como la pequeña succionaba con fruición y disfrutar a la vez de la contemplación de la suave curva del cuello de Emilia y del olor de su pelo. Un pensamiento fugaz le cruzó la mente “Vive Dios que esta niña es tan tragona como yo” y aquello le hizo sonreír para si. Demasiado a menudo olvidaba que aquella niña, su hija, no era verdaderamente sangre de su sangre. Se encogió un poco de hombros cuando se reprendió a si mismo, “Bueno, pero eso no quita para que le guste comer tanto como al padre, ¿verdad?”. Emilia se hubiera reído si le hubiera visto mover la cabeza afirmativamente detrás suya, solo para si mismo.
En cambio, ella se removió y giró sobre si, trasladando a Elena, para colocarla entre los dos. Cambió a la niña de pecho y cuando esta, con gran solemnidad, retomó el trabajo de alimentarse, se dedicó a observar la expresión de su marido.
Podía leer en sus facciones las luces y sombras de la paternidad. El sentimiento de responsabilidad, la necesidad imperiosa de proteger a aquella delicada criatura que sostenía en brazos, el temor ante todos los peligros a los que habría de enfrentarse. El dolor de saber que no podría evitarle sufrir. La ternura que le invadía al mirarla, la felicidad contagiosa de ver una sonrisa desdentada en aquella carita sonrosada.
Los veía porque eran el reflejo de sus propios sentimientos.
En ese momento el bebé decidió que ya estaba satisfecho y era la hora de dormir, lo que llevó a cabo después de un sonoro erupto. Alfonso sonrió y le acaricio la sueva mejilla con una delicadeza que parecía impropia de sus grandes manos.
-¿Qué piensas?-Pregunto curiosa, al verlo tan concentrado.
Él levanto la mirada buscando el brillo de sus ojos y los suyos se tornaron soñadores.
-Pienso que decir “Te quiero”…. “Os quiero”…- se corrigió rápidamente- …se queda muy corto. No es suficiente para describir lo que siento por vosotras.
-A mi me pasa lo mismo- respondió ella, mirando de nuevo a su hija plácidamente dormida-Es como intentar resumir como es enamorarse en un par de palabras.
-Si, como describir a que saben los sueños cumplidos.
---FIN----


Tienes razón, el casado , casa quiere. Bien que la merecen.
Gracias


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Col Fiebre
Ni estos paños fríos parece que alivien tu piel ardiente... Alfonso aguanta, por lo que más quieras, no nos dejes... Quédate conmigo, amor.. no dejes que nada nos separe... yo no lo permití... por favor, ten fuerza...
Lo sé todo. Siempre lo supe. Adolfina no partió sin más. Dejó una carta tras de sí para mí. Y callé. Callé porque de haberte enfrentado no sé que hubiera hecho... y tu propia conciencia te hubiera impelido a marchar... No soy ajena a los instintos que en ocasiones mueven a los hombres... Fui testigo con Severiano, con tu hermano... me rompe el corazón pensarte... pero mi vida carecería de sentido si tú no estuvieras a mi lado...
Sé que me amas como yo te amo a ti, por encima de todo y de todos,... y desde que las fiebres te tienen atrapado no dejas de musitar...
"Emilia."

Expiación
Alfonso irrumpió en la sala con el rostro desencajado. Llevaba los ojos enrojecidos. Brillantes por las lágrimas que intentaban contener. Le cegaban lo suficiente para casi tropezar con Adolfina, que al escuchar a alguien entrar, había asomado a la puerta.
Ella arrullaba a su hija medio dormida con ternura, y esa imagen, que normalmente le hubiera reconfortado el alma, le produjo una dolorosa punzada en el pecho. La mujer lo miró alarmada al verlo llegar de esa guisa y reparar en su gesto desolado, pero no alzó la voz y se movió despacio, sin olvidar que portaba a un recién nacido entre los brazos.
Alfonso paseó la mirada por la estancia y señalo con la cabeza hacia las habitaciones, en muda pregunta por el paradero de su mujer.
Adolfina negó, “Todavía no ha regresado de la Casona”, contestó en voz queda. Se acercó, con intención de confortarlo. “¿Qué ha pasado, Alfonso?”
Alfonso apenas era capaz de sostenerle la mirada y el dolor le cerraba la garganta. Así que negó con el gesto. “No puedo….no puedo ni decirlo”…..“No puede ser verdad”…. “No puedo creer que sea cierto”….y sin embargo….
Ella lo miraba conmovida, muy grave tenía que ser el asunto para tener a Alfonso en ese estado. Con Emilia no tenía que ver, si no, él no hubiera preguntado por su esposa. Durante un fugaz segundo llegó a lamentarlo, pero enseguida desecho la idea. No era de buena cristiana desearle mal a nadie, se reprendió. ¿Entonces que sería? Ella no salía mucho de casa, ni estaba al tanto de los problemas familiares, sin embargo sabía que ellos llevaban días preocupados, aunque no atinaba muy a bien a saber porqué. Y había visto que los hombres aprestaban sus armas todas las noches. ¿Tendría algo que ver con ese hecho?
Adolfina desplazó el peso del bebe para poder liberar uno de sus brazos. Aunque los últimos días el esposo de su prima se había mostrado un tanto esquivo con ella, ahora no rechazaría su contacto como en otras ocasiones. Era su oportunidad para recuperar la complicidad que les unía y que nunca había perdido la esperanza de reencontrar. Solo necesitaba tiempo para darse cuenta de lo que de verdad le convenía y ella estaba dispuesta a darle todo el que necesitara.
Alzó la mano con la intención de posarla sobre el brazo del hombre y procurar que se serenase lo suficiente para conseguir hablar, cuando la puerta volvió a abriese, pues Emilia regresaba al fin.
Alfonso giró en redondo y con un par de zancadas fue a estrellarse contra el cuerpo de su mujer. Sin palabras. Se abrazó tan fuertemente a ella que casi la deja sin resuello, mientras escondía el rostro contra su hombro. Adolfina dejó caer la mano desilusionada, justo a tiempo, pues Emilia buscó enseguida los ojos de su prima “¿La niña?”, pero Adolfina negó, mostrándola felizmente dormida en sus brazos y acto seguido se encogió de hombros.
Emilia enlazó sus brazos alrededor de su marido, avanzando despacio por su espalda. Dudó un instante antes de hacer la siguiente pregunta,” ¿podría ser que…? ¡Dios mío, no sería….!...”. “¿Juan?”, se atrevió al fin a susurrarle al oído.
El gemido ahogado que escapó de la garganta de Alfonso le dio la respuesta, y ella se vio obligada a sostener a su marido. Se le estaba desmoronando entre los brazos y Emilia se apretó fuertemente contra su cuerpo para evitarlo. Muy despacio empezó a merecerse, en un arrullo universal al ser indefenso y desprotegido. Como si se hubiera convertido en un niño pequeño necesitado de cariño, él se dejó llevar y poco a poco las lágrimas abandonaron sus retinas para empapar el hombro que le daba consuelo.
Adolfina llevó a la niña dormida a su cuna, le irritaba contemplar como Alfonso se echaba en los brazos de su prima, en vez de en los suyos, y prefirió quitarse de en medio. Pensativa, observó la carita de María. Era una niña tan bonita y tan lista, que pena que su madre no la quisiera lo suficiente. Ni a su esposo. No tardaría mucho en hacérselo ver, decidió. Esta vez no se equivocaba, esta vez era la buena y nadie se interpondría en su amor. Ella era la mujer perfecta para él…y para la niña.

No necesitó de mas invitación que esa. Él necesitaba confundir su piel con la de ella, que las lagrimas que vertía empaparán también su rostro hasta olvidar su procedencia, que su aliento fuera uno, pues a él se le escapaba y debía confiar en que ella lo retuviera por los dos. Se sentía perdido, devastado, roto y solo el cuerpo al que se amoldaba, le retenía. Era tanta su tristeza, que olvidó las dudas que le corroían el pensamiento a cada instante y fue capaz de mirarla a los ojos.
Dolor, rabia, impotencia, desespero…también culpa…también vacio. Se clavaron en la retina de Emilia con furiosa intensidad, pero ella no apartó la mirada. En cambio, hundió las manos entre las hebras azabache de su pelo. La caricia consiguió romper la dura coraza de sus emociones y fue Alfonso quien cerró los ojos, rompiendo la tensión, para a continuación, enterrarse en su melena trigueña, fragante y plena de los aromas de cocina. Canela, vainilla, fruta y dulces, le llenaron los sentidos cuando al abrazarse mas estrechamente a ella, encajó su pena en su cuello acogedor. Reconfortante como pan recién horneado y aun caliente. Y entonces, lloró.
No se detuvo hasta que fue capaz de sentir algo diferente a la congoja que le aplastaba y reparó en que sus ojos irritados se negaban a verter mas lagrimas y estaba ronco de sollozar. Hasta que el cuerpo se rindió, aunque el alma siguiera atormentada.
Cuando los músculos de su esposo se relajaron, agotados del esfuerzo, para caer en un sueño intranquilo, pero sueño, al fin y al cabo, Emilia suspiró aliviada, pero permaneció despierta.
Ojalá sus problemas la consiguieran agotar también a ella. Lo suficiente para encontrar el descanso por rendición, en vez de pasar las noches recreando mil veces las pesadillas que también poblaban sus despertares. Por mucho que intentaba aplacar los avisos de su instinto, el monstruo de los celos porfiaba en advertirle del peligro. Miradas y gestos pasaban por su tamiz y no lograba discernir que estaba ocurriendo a su alrededor. Pero estaba segura de que algo ocurría.
Recorrió con la mirada por el hombre que la aprisionaba bajo su peso. De un tiempo a esta parte lo sentía extraño. Ajeno y esquivo. Lo conocía lo suficiente para saber que algo le rondaba. Y tenía miedo de lo que pudiera estar guardándose. Estaba siendo cobarde, lo sabía, y quizás no fuera el momento mas adecuado, pero no podía alargar la situación mucho mas. Por ella y por él. Por la niña. Debía reunir los arrestos necesarios para enfrentarse a cualquier respuesta que él pudiera ofrecerle.
No iba a ser esa noche. “Mañana, mañana hablaremos”, se prometió, y también ella se quedo dormida.
Tampoco fue tranquilo su sueño.
Continuará???

Seguro que reunes las fuerzas suficientes para continuar. No nos dejes así. Echabamos de menos tus relatos, esos encuentros tan bonitos de Alfonso y Emilia solo salen de tu inspiración-

Al fin he reunido fuerzas para seguir. Pero como todo va a velocidad de vértigo, he tenido que pasar por alto algunas cosas. Espero que aun asi, os guste lo que traigo.
Una advertencia, viene calentito
Expiación-Parte II.
Emilia dio por acabada la dura tarea de hacer la colada. Después de hervir la ropa blanca en el caldero grande, cuidar de removerla de vez en cuando y restregar las manchas mas pertinaces, tocó desplegar las prendas en los tendederos, para que el suave calor del incipiente verano las secara.
Ella misma volvió la cara hacia el sol y se permitió un descanso. Aliviada por la brisa que secaba los sudores del esfuerzo, decidió que era hora de sopesar sus sentimientos. Sentía la necesidad física de agarrarse a algo, a lo que fuera, para que el discurrir de los acontecimientos no acabara por arrastrarla también a ella, pero se contentó con apretar los pliegues de su falda entre las manos. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que le costaba asimilarlo todo.
El tremendo desagarro que la muerte de Juan había provocado en la familia de su esposo era comparable al que tenía en el corazón. La confesión de Alfonso sobre su desliz con Adolfina se le había quedado clavado en el alma como una espina.
No era que no perdonara los pocos besos que confesó arrepentido que le quemaban en la boca. Ni que no creyera en la sinceridad de su afecto. Tampoco ella tenía dudas de la profundidad del amor que albergaba en su propio pecho. Sin embargo, de resultas de ser enterada de lo que se cocía a sus espaldas, su confianza sí que había quedado lastimada.
Podía negarlo, pero lo cierto es que le saltaba el corazón en el pecho cada vez que enfrentaba la puerta de su hogar. Por el miedo a lo que pudiera estar pasando detrás. Prestaba oídos, conteniendo el aliento, si escuchaba la voz de Alfonso charlando con alguna mujer. Incluso si oía su nombre en una conversación cualquiera. Hasta se descubrió a si misma, preguntándose de que serian las manchas que descubría en sus camisas. Echo un último vistazo a las prendas que ondeaban plácidamente en sus cuerdas. Añoraba los días en que en su espíritu no percibía ninguna inquietud.
Por eso, cuando esa tarde, de camino al colmado, atisbó un brillo de cabellos rubios doblando una de las esquinas de los callejones de la Plaza, no dudó en atender a los impulsos de su corazón y corrió en pos de la mujer. Tuvo cuidado de no delatarse y actuó con precaución, manteniéndose oculta entre las sombras de las casas.
Su instinto no la engañaba. No tardó en tener a la vista a su prima. Adolfina todavía estaba en el pueblo, nunca se había marchado como prometiera. ¿Y que hacia agazapada en ese rincón? Los malos presentimientos se apoderaron de ella. Le pareció que hablaba con alguien pero no alcanzaba a escuchar las palabras. Debía averiguar mas y avanzó despacio pegada a la pared, se colocó lo bastante cerca como para reconocer la grave voz… de su marido.
Emilia se tuvo que obligar a morderse las ganas de plantarse en medio de esa conversación a escondidas para poder prestar oídos a lo que se estaban susurrando aquellos dos. Tenía que saber, tenía que comprobar el engaño…si eso era lo que estaba presenciando.
-…tu y yo sabemos que no la quieres.- lo primero que escuchó tuvo el poder de paralizarle el pulso- Que te quedas con ella por compromiso, por sentido de la responsabilidad…
-Eso no es así, yo…-balbuceó Alfonso, a todas luces desbordado.
-…y también por María, ya lo sé.-continuó Adolfina- Pero Alfonso, nosotros nos llevamos bien y cuando estamos juntos pasa algo entre nosotros. No te atrevas a negármelo. Veo como me miras. Sé que me deseas.-Emilia sentía los ojos arder llenos de lagrimas, el dolor era peor de lo que había supuesto. Su marido deseaba a su prima, incluso, “pasaba algo” mas entre ellos. De repente, se sintió muy estúpida por creerle cuando le juró que ella no significó nada para él. Por creer sus vanas palabras de amor y mas cuando Adolfina remató- Estamos hechos el uno para el otro…
-Yo no…
-¿Has pensado en lo que te propuse? ¿Te vendrás conmigo? Sería la solución a todos nuestros problemas, reconócelo. Y también sería lo mejor para María, nadie la va a querer como nosotros. Desde luego, Emilia no es una buena madre para ella.
Esto ya era el colmo. Encima que la traicionaban de mala manera, ¿le querían quitar a su hija? La sangre empezó a correr a toda velocidad por sus venas, recuperando el tiempo malgastado, inundándola de ira. A punto estuvo de irrumpir entre los dos y…y…bueno, no sabía muy bien que haría, pero algo se le ocurriría. Unas buenas frescas para cada uno para empezar. Alcanzó a dar el primer paso en su dirección cuando la voz enfurecida de Alfonso le llegó alta y clara.
-¡Pero, ¿no recuerdas lo que te dije la última vez que nos vimos? Dime, ¿tan mala cabeza tienes?!- le espetaba enojado a Adolfina. Había conseguido acabar con su paciencia.
-Las palabras se las lleva el viento, mi bien. Lo que importa es esto…-ella le colocó ambas manos en el pecho y pretendió alcanzarle los labios.
-…¿qué haces, mujer?- Alfonso se retiró antes de que el contacto se produjera, y tomando las manos de Adolfina las apartó de si de un tirón- ¿No te he dicho ya mil veces que no te quiero? Yo quiero a Emilia con todo mi ser. Es mi mujer y María nuestra hija. Y no pienso seguirte a ninguna parte. ¡Métetelo en la sesera de una vez!
Dos mujeres quedaron paralizadas ante estas declaraciones dichas casi a gritos. Una por la dicha que la invadía, otra por el desconcierto. Emilia tenía ganas de desvelarse otra vez, pero ahora para besar a su marido hasta que se le deshicieran los labios en su boca. Sin embargo, Adolfina todavía tenía bazas con las que jugar y continuó apenas titubeante.
-Dirás lo que quieras, pero bien que me buscabas cuando ella no estaba.- le retó, alzando el mentón.
-Faltas a la verdad y bien lo sabes.- Alfonso ya no podía mas y le replicó exasperado, gesticulando con ambas manos- Eras tú quien me buscaba a mí, yo nunca hice nada para que me besaras, ni te hice promesa alguna. Lo que si te dije fue que todo lo que había pasado había sido un error, ¿eso no lo escuchaste? Y que jamás se repetiría. Que le iba a ser fiel a mi esposa.- Tomó aire, tratando de calmarse y colocó los brazos en jarras antes de continuar- Además, ¿la ves por aquí? No, ¿verdad? Ahora no está presente y te sigo rechazando.

Y le quiso mas por ello.
-No lo entiendo, Alfonso. Habíamos hecho planes…- Adolfina trataba de asirle las manos.
-¿De qué hablas? ¡¡Quítate esas ideas de la cabeza!!-se sacudió él- Mi único plan para contigo es que te vayas de aquí de una santa vez. Te quiero lejos de nuestras vidas.- le contestó categórico.
-¿Por qué me tratas así?-preguntó extrañada, haciendo un mohín.
-¡¡Porque si a las buenas no te llega al entendimiento, tendrá que ser a las malas!!
Adolfina acusó el golpe que suponían estas palabras y perdió un poco de su confianza.
-Está bien, mi bien.-concedió, adoptando una expresión modosa y componiendo una sonrisa tan desacorde con la situación, que asustaba - Veo que no es el momento para aclarar las cosas contigo. Pero ten presente que no te libraras de mi tan fácilmente. Esa niña me necesita y no la voy a dejar abandonada. Tu me necesitas. Ya te darás cuenta, espero que para entonces no sea demasiado tarde…
-¿Qué quieres decir con….?- comenzó a preguntar Alfonso. Pero Adolfina había dado media vuelta y ya se estaba perdiendo calle arriba. Él no la siguió. En vez de ello, se llevó la mano a la frente, tratando de distinguir una amenaza velada entre líneas.
En esas se encontraba cuando le tocaron el hombro, sacándole de sus reflexiones de golpe. Casi saltó del susto, nerviosos como se encontraba todavía por todo lo acontecido. Y mas le saltó el corazón en el pecho al descubrir que era su esposa a quien pertenecía aquella mano, y que llevaba el rostro húmedo por las lagrimas derramadas.
-Emilia, yo…deja que te explique.- empezó, malinterpretando las emociones de su mujer y echando un vistazo en la dirección en que se había perdido Adolfina. – Ella y yo….
-Calla, no hace falta que me expliques nada…- contestó abrazándose a él – he escuchado suficiente.-Emilia lo miró con intensidad- Alfonso Castañeda…
El la contemplo tratando de decidir que significaba aquello. Tenía la cara húmeda y arrebolada, y le miraba fijamente, como queriendo traspasarlo, como queriendo leerle el alma. Juraría que estaba furiosa con él…si no fuera por aquellos brazos que le rodeaban….si no fuera por la sonrisa mas preciosa que jamás hubiera visto nacer de sus labios…
-Alfonso Castañeda. Te amo.
Y sin más lo besó, despejando cualquier duda que pudiera quedarle. Emilia se recreó en sus labios, que la acogieron primero, recelosos. Mas tarde, agradecidos, aliviados, reafirmados en su amor.
Por último, apremiantes.
Alfonso se removió al cabo de un instante, rompiendo el momento.
-Mi amor, ¿dónde está la niña? – quiso saber. La preocupación teñía sus palabras.
-Está con tu madre – Emilia frunció el ceño- ¿Crees que ella podría…?
-No. No creo que se atreva. Con mi madre estará mejor que con nadie. Nadie osaría jamás arrebatarle su nieta a Rosario. Lo pagaría con su vida.-distendió el ambiente con la chanza.
-No lo dudo, pero quizás debería ir a ver si….
-Ahora eres tu quien debe callar, esposa mía.- Susurró, afianzándose en su cintura.
-¿Ah, si? ¿y por qué? Si puede saberse.- se concentró otra vez en su esposo.
-Porque voy a besa a mi mujer y es mas fácil cuando colabora – explicó antes de lanzarse a su boca y retomar las caricias en el punto en que las habían dejado.
Ella rio sobre la sonrisa de sus labios, pero estos se volvieron rápidamente solemnes, complacientes y colaboradores, sin duda, concentrados en la tarea de revolver los sentimientos de ambos hasta marearlos. Ni siquiera se le ocurrió protestar cuando Alfonso la estrechó fuertemente entre sus brazos y la elevó del suelo, conduciéndola camino hacia las sombras de la esquina mas cercana. Si antes sirvieron para ocultar sus secretos, bien podían usarlas una vez mas con el mismo fin.
Detuvo su marcha, apoyando la espalda de Emilia contra la fría tapia encalada. Todavía prendido de su boca, cubrió el cuerpo de ella con el suyo, enredados los dos contra el muro, jugando a sostenerlo con la fuerza de su ímpetu. A resguardo de miradas curiosas, no pusieron coto a sus caricias.
Las manos buscaban abarcar toda la piel del otro de una sola vez.
Y al fallar, repetían el intento una vez y otra.
Probando en cada ensayo nuevas rutas.
Sin mapa ni plan, sin intención ni propósito.
Pero mas intensas y mas profundas a cada rato. Mas osadas.
Tan ardientes que nunca notaron la frescura de las penumbras que les dieron cobijo aquella larga tarde de verano.

Francisca: Hija, tengo una nueva pues nupcias contaeras
Soledad: Lo dudo madre, pues no me pienso casar.
F:¿No será que hay algun mozo que ocupa tu corazon?
S: No se preocupe madre en mi corazón solo mando yo.
F: Pues no entiendo por que no te quieres casar
S: Más porque no lo quiero, y jamás lo voy a amar
F: Pues serás desdichada si no haces la celebración
S: Más desdichada seré si dejo a Olmo mi corazón
F: Pues un sacrificio has de hacer para tener buena posición
S: Más prefiero yo ser libre y vivir en cualquier rincón
F: Es que no entiendo tu sesera ¿Cuala es la razon?
S: Pues que es un asesino, un mentiroso y un traidor
Y si quiere eso para mi ,madre, realmente le afectó lo de Salvador
Pues dudo que tenga usted tan malvado corazón
Y nada más que hablar del tema, se acabó la conversación
Si no quiere que diga con palabras lo que me produce de emoción
Y sin más me retiro a mi alcoba, que tengo que descansar
Más espero que usted pare con el tema, pues ya me empieza a molestar
Yo no soy muy tolerante y si no para de incordiar
Con Tristán me iré al Jaral, que él si que sabe respetar
Madre, Que tenga buenas noches
F: Soledad, te arrepentirás....
¿¿Que os parece???





CANDELA`
[/h1]Mientras ella esté nadie debe permanecer
sin una pasta, chocolate o un buen pastel
No sé como esta chica negocio hará
si regalando dulces siempre está
Todo lo hace por caer en gracia a Tristán
y no va desencaminada con ese pan
Tristán ya le ha cogido cariño
porque los dos en su vida han perdido a un niño
Si la chimenea se le estropea no dudará
en llamar a dos guapos, que de tonta no tiene na'
Ella es la alegria de la huerta
con una sonrisa siempre abre la puerta
Ella cree que feliz debe vivir
por eso aunque pene sabe sonreir
Es Candela, la nueva confitera
que con sus pasteles alegra la vida entera.


Cicatrices
Suspira dormido y yo lo hago a mi vez. Él tiene el sueño inquieto y el mío no acaba de encontrarme. Ambos sufriendo las consecuencias de nuestra última disputa. Distintas excusas para enzarzarnos, pero el motivo, siempre el mismo. Reclama respuestas que no puedo darle. A cambio, le brindo un silencio preñado de los reproches que no salen de la boca, pero que viven prendidos del espacio que nos distancia. Cada día que pasa, mas crecidos y mas tangibles, cimentando un muro que casi no nos permite vernos. Agrandado como la medida que le sobra a nuestra cama. Un palmo, dos palmos, tres palmos que, entre las sabanas, separan su cuerpo del mío.
Perdida la esperanza de caer rendida, entretengo el insomnio contemplándole a la escasa luz de nuestra alcoba. Todavía frunce el ceño queriendo apartar los malos humores. Pequeñas arrugas que apenas marcan en su rostro los años pasados, el tiempo le ha tratado bien. Son sus ojos los que se han llevado la peor parte, los que llevan la cuenta de lo sufrido. Siempre me pregunto qué verá él en los míos. ¿Qué será lo que le hace permanecer conmigo? …tanto tiempo….a pesar de todo…Rezo cada noche por no perder “eso”, sea lo que sea que le empuja a quererme. Soy egoísta, lo sé. Debería pedir por su felicidad. Pero es él quien completa la mía y no soy capaz de renunciar a ella. Es la única que me queda.
Rebulle nervioso todavía y se vuelve hasta quedarnos frente a frente, como si supiera que le estoy mirando y quisiera facilitármelo. Le tengo tan cerca que su aliento encrespa los vellos de mi brazo, tan cerca que noto el calor que desprende. Cerca como solo es posible cuando sus parpados permanecen cerrados. Es el único modo de que no me aceche la culpa al atisbar la pena que arrastra su alma.
Recorro sus facciones buscando indicios de tensión, la piel le brilla sudorosa. Sin embargo, parece más tranquilo, aunque serio. Ha relajado el mentón pero todavía aprieta los puños, tensando los músculos y entonces, reparo en la blanca cicatriz que adorna su brazo. Destaca en su carne con la fuerza de una vela en la noche cerrada….. y de pronto, he dejado de estar en la cama a la vera de mi marido.
Contemplo la misma marca sobre la misma carne. Pero bajo un sol de justicia. También le brilla la piel en esta ocasión, pero mojada por el agua.
………………………….
Después de recuperar a María de los brazos de Adolfina, ninguno de los dos podía permanecer mucho tiempo lejos de ella. Sin necesidad de acordarlo ni discutirlo, sacábamos tiempo de debajo de las piedras para disfrutar de la infancia de nuestra hija. Si algo habíamos aprendido de toda aquella desgracia, era a valorar cada minuto que estábamos juntos.
Ese día era domingo, y después de servir los almuerzos en la Casa de Comidas, habíamos dejado a mi padre al cargo. El calor del verano apretaba demasiado para permanecer encerrados en casa y nos encaminaron hacia la ribera del rio, buscando el alivio de su frescor.
Caminamos despacio bajo la pesada tarde, buscando las veredas mas frondosas hasta recalar bajo la tupida sombra del fresno grande. Descansamos apoyados en su fuerte tronco, mientras la niña gateaba de un lado a otro, descubriendo a cada rato nuevos tesoros que llevarse a la boca.
Alfonso refrena el impulso que me invade de levantarme a quitarle todo lo que coge, con el simple gesto de poner su mano sobre la mía.
-Deja, mujer. Vamos a darle ocupación a esta pequeña truhana – me tranquiliza, a la vez que se incorporaba sonriendo.- María, María deja eso. Ven con papá.- llamó la atención de la niña.
Su hija levantó los ojos al instante, olvidando la intensa contemplación del hormiguero que acababa de descubrir. Jugar con papá era mucho más divertido y alzó las manitas en su dirección, con un manojo de hojas verdes y mugrosas todavía agarradas con fuerza, entregándose a la nueva diversión.
Alfonso le sonrió desde las alturas, pero no alzó a la niña del suelo. En cambio se sentó frente a ella cruzando las piernas y le enseño las manos, extendiéndolas en su dirección. María palmeó desmañadamente. Conocía este juego y le encantaba.
-Vamos, María.-la animó él- Papá te está esperando.- y acercó un poco las manos al cuerpecito regordete. A ella no le hizo falta ni una palabra mas. Gorgojeando alegremente intentaba levantarse sobre sus temblorosas piernecitas. Sonrió triunfante cuando, tras mucho esfuerzo, estuvo en pie, pero enseguida perdió el precario equilibrio y empezó a caer hacia atrás lanzando una mirada de pánico a su padre.
Alfonso estaba atento a cada movimiento de su hija y no permitió que tocara el suelo, simplemente se estiró un poco y le colocó una mano en la espalda. María se mostró perpleja un leve instante, pero ahora tenía la cara de su padre a pocos centímetros de la suya, y aprovecho el momento para echarle los brazos al cuello impulsándose hacia delante desde el firme apoyo de su mano salvadora.
Él rió con la niña colgada de su cuello y me miró por encima de su cabecita, dichoso. También reía yo al ver como las zalamerías de la pequeña, rendían al padre. Mas le hice un mohín, alentándolo a volver a intentarlo y el asintió.
Con cuidado, separó a su hija de su cuerpo y la deposito en el suelo a muy poca distancia. Comprobó que ella se mantenía sobre sus piernas de nuevo y la soltó, aunque las manos permanecieron a la altura de las de la niña.
María adoptó una expresión seria, llegaría hasta su padre aunque fuera por pura cabezonería. Un gesto tan parecido al mío, que luego Alfonso me confesó que se le clavó en el alma.
La niña arrastró un pie, llevándose con él toda la hojarasca de la orilla, absolutamente inconsciente de lo que había removido en su corazón. Vacilante, arrastró el siguiente….un solo paso mas y podría dejarse caer en brazos de papa. La niña lo miró, calculando la distancia, y ahora sí, sin miedo a nada, avanzó firme en su dirección. Alfonso la recogió, abrazándola con fuerza, “Muy bien, mi niña. Muy bien. De aquí a nada no habrá quien te gane corriendo, cariño mío.” La niña se dejó querer, tremendamente complacida, mas en seguida, hizo fuerza con los bracitos para separase del padre.
-¿Qué pasa, mi bien? ¿Papá te apretaba demasiado?- repasaba sus miembros preocupado, consciente de que a veces no controlaba su fuerza, sobre todo cuando la emoción le embargaba.
La niña alzó la carita hacía él, por toda respuesta.
-Por supuesto, ¡como he podido ser tan tonto!-rió sorprendido- Mi niña quiere su premio.