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Foro El secreto de Puente Viejo

La Biblioteca - Nueva Generación.

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#0
Kumita23
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15/03/2012 10:50
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RECOPILATORIO AyE NUEVA TEMPORADA. Actualizado a 08/01/2013
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Noche de reyes., II, III



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Poema de cómo debería ser el tema Paka en la boda de Sole y Olmo (pag. 3 de este hilo)
Poema Candela (pag. 3 de este hilo)
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30 - I, II, II, II
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Olvido.
Traición - I, II
#21
Kumita23
Kumita23
13/04/2012 17:46

<<<<<<<<<<Silencio>>>>>>>>>>




Parlotea entusiasmada, complacida y ajena. La Doña ha cedido a sus condiciones, y ella confía en la vigencia de su trato, por mucho que los demás la prevengamos de la crueldad apenas escondida del corazón de la patrona. Hoy solo tiene ojos para un futuro que se le promete halagüeño, como una fábula en el que los males no osan rozarle la piel y el amor, la dicha y el sosiego se alían para entretejer un ajuar para nuestro hijo.

Mejor así, que ella conquiste todos los silencios que mi boca desatiende, porque mi mente está ofuscada y a oscuras, tan negro el pensamiento como la noche descolorida en que se me resquebrajó la vida. Descompuesta en tantos fragmentos que me considero incapaz de volver a reunirlos todos. Quiero evitar que mis faltas rezumen por las grietas, pero encharcan mi sombra sin remedio, amenazando con alcanzarla también a ella. Y eso no puedo permitirlo.

Me pregunta si no quiero mas comida y yo, que siempre procuro contentar la gula de mis tripas con los guisos que salen de sus manos, no puedo albergar ni una migaja de pan. El miedo anida cobijado en mis entrañas y siento como invade mis adentros, retorciéndose palpitante, haciéndose mas hueco. Le oculto su espantosa cara regalándole a cambio una alabanza, que ella recoge liviana, y me devuelve en forma de una sonrisa con el poder de aliviar mi alma.

Indaga en los males de mi hermana, y entonces el temor no encuentra coto y se desborda por mi boca, hiriente y afilado como el recuerdo que lo provoca. Punzante como el filo de la navaja en la garganta de Mariana, desgarrado como las ropas deshechas en el ataque, desesperado como la mirada violentada de sus ojos redondos, horrorizados, impotentes y quebrados.

“¡Bueno, ¿acaso ella no ha estado trabajando durante años sin desmayo en la Casona? Emilia, no le busques tres pies al gato. En cuanto se rehaga volverá al tajo!.”

Debo enmendar lo dicho, no por las palabras sino por el tono con que las pronuncio. Ella no tiene culpa de nada, son mis nervios que me traicionan.Temo que el delito que mancha mis manos deje una marca indeleble en su piel cuando la toque, y que ella al darse cuenta, aborrezca su contacto tanto como yo aborrezco el contemplarlas. Pero tengo que detenerla, y extiendo el brazo cuando ya está a punto de huir, espantada.

Suavizo mi aspereza evocando la buena ventura de su estado. Y en el intento reparo que no es mi piel la que mancilla su pureza, que es la de ella la que borra las faltas de la mía. Que es su calor, el mismo que sirve de abrigo y protección a nuestro niño, el que deshace mi amargura. Siempre supe que no dejaría que nada les pasase, ahora tengo la certeza de que sería capaz de cualquier cosa por protegerles. Necesito mantener a salvo lo único que en mi vida permanece intacto.

“Pronto tendremos una boquita mas que alimentar. Y a ti también habrá que cuidarte, y yo estoy deseando hacerlo. ¿Lo sabes?”

Ella asiente confiada, iluminada la mirada y su legua se entretiene en idear preparativos para recibir al retoño. Yo ya hace tiempo que no escucho, solo quiero mecerme en la curva de sus labios y dejar que su aliento acune los latidos de mi corazón lloroso. Arrullado por su pulso acompasado hasta que se aplaquen los sollozos, adormecido en el olvido gozoso de su cuerpo caliente, agotado y satisfecho. O hasta que las lágrimas hayan arrastrado el universo entero en pos de su sal y solo quede parpadeante en el firmamento mi amor por ellos.

"Te quiero mucho, Emilia. Escúchame, quiero que sepas que tú y esta criatura sois lo más importante de mi vida y que jamás haría nada a propósito que pudiera lastimaros."

Imprimo tanta firmeza a las palabras, que rasgan el fino velo de mi calma. Y ella, siempre curiosa, no tarda en buscar lo que escondo, vislumbrando sombras entre las costuras vencidas de la tela. Así que engalano mi mentira con el disfraz más apropiado, una verdad distinta de la que muerde en este instante mi cordura. Es un ropaje que a ella no sorprende porque le resulta conocido.

"…es solo que hemos estado tan alejados que todavía me desasosiega pensar que podría perderte. Y por nada del mundo me gustaría que pasara tal cosa."

Y ella, que conoce el amargor de mis inseguridades, le aplica el remedio que mejor funciona. Un “nos queremos” confiado y firme, y el dulce bálsamo de su saliva llenando mi boca. Como si fuera necesario, refuerza su callado consuelo con una idea que pretenden ser tan mullida y reconfortante como el lecho que acoge nuestros deseos, pero que alcanzan mis oídos como si se tratara de metralla. “No alcanzo a imaginar que es lo que nos podría separar”.

Por desgracia, a mí no me hace falta imaginar nada.

................................................

Se que este fic no aporta nada nuevo, pero me sentía inspirada por esas miradas que tanto cuentan sin palabras. Las echaba de menos. Siempre son preciosas, como cuando temía perderla por la vuelta del Innombrable.
#22
musicintheair13
musicintheair13
13/04/2012 20:44
Preciosa historia.si Y siempre, siempre, siempre, tu aportas algo nuevo... `bravo
#23
martileo
martileo
15/04/2012 21:41
Kumita nadie mejor que tú para plasmar en un fic lo que siente por dentro Alfonso. Es justamente esos sentimientos lo que transmite el personaje con la mirada (por cierto, gran interpretación de Fernando. Cada día me parece mejor actor). Gracias!!
#24
Kumita23
Kumita23
17/04/2012 20:11

De disputas y sorpresas.




-¡Emilia, ¿pero se puede saber que haces?!

Pepa demandaba una respuesta mirándola incrédula. Emilia había irrumpido en su consulta a la carrera y ahora atisbaba, agachada entre las cortinas, hacia el patio de la Casa de Comidas, pidiendo que callara con un dedo en los labios. Cuando al fin se irguió, parecía satisfecha y enseguida cumplimentó el requerimiento de su amiga.

-Pepa, que Alfonso está muy raro…
-¿Y por eso te metes aquí como conejo en madriguera? ¿Y si llego a estar con alguna preñada?
-Pues ya seriamos dos, Pepa. No se iba a espantar –Emilia se acaricio la abultada tripa y una sonrisa picara afloró en sus labios- aunque si viera el tamaño que estoy alcanzando…
-Lo normal para lo avanzado de tu estado. – Pepa unió sus manos a las de su amiga, reposadas en el vientre del que hablaban – Pero, a ver, que es eso de Alfonso que me cuentas.
-Que estoy segura que me está escondiendo algo, Pepa. No quiere que compre el ajuar para este de aquí dentro. – presionó un poco las manos de ambas sobre su futuro hijo, antes de soltarlas y comenzar a pasear – ¡Y no me quiere dar ninguna explicación!
-Hombre, Emilia, algo ha tenido que decirte…- Pepa hacia esfuerzos por comprender la situación.
-No sé qué de unos gastos inesperados…-manoteó Emilia frustrada.
-Pues ahí lo tienes, algo que tendrá que componer en la Taberna entonces.
-¿Y no sería más fácil decirme eso?- Emilia rondaba por el cuarto, poniendo su inquietud en movimiento- ¡Que no, Pepa, que no!, que me está dando largas.
-Alfonso siempre ha sido un hombre reservado, no querrá preocuparte con sus cosas.-trataba de tranquilizarla su amiga – Además, ¿Qué otra cosa podría ser?
-Eso es lo que me inquieta- Emilia se detuvo a los pies de la cama para preguntar - ¿Y si se ha metido en algún lio por culpa de Juan? Pepa, mira que se lo advertí, que estar a la vera de su hermano le iba a provocar más de un quebradero de cabeza.
-Anda, Emilia, no te me pongas en lo peor.
-Es que mi padre y Rosario también creen que le pasa algo, a él y a sus hermanos.-negaba Emilia preocupada.
-Emilia, no te preocupes tanto. Tú piensa en esto, ¿desde cuanto hace que lo conoces?
-De toda la vida, ya lo sabes.- La miraba extrañada.
-¿Y en cuantos problemas le has visto meterse?-insistió la partera.
-En muy pocos, por no decir ninguno – concedió Emilia.
-¿Lo ves, mujer? – Pepa le echó una ojeada a la ventana antes de seguir preguntando - ¿Y por eso espiabas el patio?
-Pues si – confesó Emilia un poco avergonzada - pero solo le he visto ir a la Posada y volver.
-Anda, deja de calentarte la cabeza, que no puedes tener un marido mejor, ya te contará lo que te tenga que contar en su momento, dale tiempo.
-Si, pero este niño mío no espera- replico Emilia no muy convencida, volviendo a tomar las manos de su amiga – Y de seguir así no voy a tener ni un triste pañal que ponerle- se lamentó.
-Mira por donde, aquí tienes el primero - la consoló su amiga poniéndole uno de los paños de la consulta en la palma con una gran sonrisa – Y de donde vino este hay muchos más…

La broma consiguió aliviar la tensión que pesaba sobre Emilia, y se encaminó mas relajada hacia la puerta, despidiéndose.

Sin embargo al pasar por el umbral alcanzo a distinguir a su marido cuchicheando con Juan en la barra y sus sospechas renacieron con mas fuerza. Se quedó clavada en el patio sopesando sus opciones y decidió que echar un vistazo en la Posada que acaba de abandonar su esposo no la mataría, quizás incluso descubriera alguna pista que acabara con tanto desasosiego.

Disimuló tomando la dirección de su antigua habitación, así se aseguraba que si alguien la veía creyera que iba a buscar alguna de sus pertenencias olvidadas. No bien traspaso la puerta, giró hacia las habitaciones de los huéspedes en vez de subir la escalera. Tendría que darse prisa si quería que no la descubrieran, así que recorrió presurosa el pasillo buscando algo que le llamara la atención.

No veía nada nuevo y aquello empezaba a parecerle absurdo, se estaba poniendo demasiado nerviosa y tenía que pensar en regresar a la Casona. En cualquier momento una de esas puertas se abriría y alguno de los inquilinos la pillaría fisgando. Sin embargo al llegar junto a la última de las habitaciones descubrió un poco de serrín en el suelo. Que ella supiera, esa alcoba estaba vacía y al ser la del final del pasillo era difícil que otro ocupante de la Posada lo hubiera llevado hasta allí.

Abrió la habitación despacio, temiendo encontrar algo indebido detrás de la puerta. No sabía muy bien que podría ser, y eso le daba aun más miedo. Al primer vistazo no vio nada fuera de lugar, pero eso no la desalentó, si ella escondiera algo, no lo dejaría a la vista tampoco. Con dificultad se arrodillo y miró debajo de cama, allí tampoco había rastro de nada. Ni en el pequeño mueble del lavamanos, ni dentro del armario.

Suspiró aliviada. No había nada de nada, Alfonso no estaba escondiéndole ninguna cosa y sería solo parte de su discreción, como le decía Pepa. Pero al llevar la vista hacia arriba agradeciendo al cielo haberse equivocado, vislumbró la esquina de un paquete envuelto en tela en lo alto del ropero, tan al fondo que si no hubiera sido por la mano del azahar, nunca lo habría encontrado.

Le costó alcanzarlo, haciendo equilibrios sobre una silla con su vientre lastrando sus movimientos, pero consiguió bajarlo y lo colocó sobre la cama. Era un bulto mas grande de lo que le pareció en un principio. Antes de abrirlo tuvo un momento de duda, por lo que aquel acto decía sobre la confianza que tenía en su marido, pero había llegado demasiado lejos como para detenerse ahora.

Pero no estaba en absoluto preparada para lo que encontró dentro. Envueltas con mimo, encontró las piezas para armar la cuna que había soñado para su hija. Necesitaban unas manos de barniz para darlas por acabadas, pero allí estaban todas. Y no solo eso, también encontró algunos juguetes y ropitas entre las piezas de la cuna. Incluso descubrió una pequeña muñequita de trapo, sin duda cosecha de su suegra, que esperaba como ella que fuera una niña.

Abrazó aquel pequeño agasajo que tanto significaba para ella. Y repasó las molduras de la suave madera lijada con las yemas de los dedos, mientras las lágrimas nublaban sus ojos amenazando con inundar las mejillas. Hipó, intentando contenerse, no quería estropear de ningún modo aquellos regalos para su criatura. Para su hija y también para ella, cayó en la cuenta de pronto.

Era eso lo que Alfonso le ocultaba, le estaba intentando dar una sorpresa y ella dudando de sus intenciones. ¡Como podía ser tan lela! Jamás tendría que haber desconfiado de él.

Dio un último beso a la muñeca que aun sostenía y envolvió todo de nuevo cuidadosamente, mientras una idea tomaba forma en su cabeza. Antes de abandonar la alcoba echó un último vistazo alrededor. Esperaba que nadie notara su presencia allí, era necesario para lo que se había propuesto.

Abandonó rauda la Casa de Comidas, evitando mirar hacia el interior. Si lo hacía y le veía, peor aún, si él la veía a ella, no podría contenerse. Volvería a llorar y no podría evitar un interrogatorio exhaustivo. Pero fue una sonrisa la que adorno sus labios cuando puso el pie en la plaza. De momento todo iba bien.


---continuará---
#25
musicintheair13
musicintheair13
17/04/2012 21:08
Preciosa historia!! Me encanta Kumita!! ;)
#26
yolanada
yolanada
20/04/2012 00:35
Kumi has dado en el clavo...
Pero no pienses que te han "reventao "la continuidad del fic, si en la serie la sorpresa fué preciosa, tu versión le dará 1000 vueltas, estoy segura.
La aguardamos con afán-
Besicos
#27
Kumita23
Kumita23
20/04/2012 16:17
Gracias chicas por los comentarios, sois unos soletes.

Yolanada, es que fué una escena tan bonita que es muy difícil igualar algo así y dentro del mismo tema ser original ademas, pero prometo intentarlo. Y casi di en el clavo, si (y sin haber visto el adelanto, eh?, que si llego a verlo no lo escribo.)

De disputas y sorpresas. Parte II.



A Emilia le faltó tiempo para poner en marcha su plan y lo primero era evitar que Alfonso descubriera que ella sabía de la sorpresa que estaba preparando.

Así que fue a visitar a Romero, el carpintero. Le insistió para encargar la cuna que quería y el pobre hombre no sabía que excusa inventar para evitarlo. Tuvo que hacer gala de toda su fuerza de persuasión para conseguir que aceptara el encargo, incluso tuvo que asegurarle que ella tenía sus propios cuartos para asumir el gasto y le ofreció un adelanto, que no fue aceptado con la excusa de la confianza. No en vano había sido él mismo quien se encargó de los trabajo en madera de la ampliación de la Posada.

Sonrió aliviada al cumplir su cometido y espero escondida en la esquina del callejón próximo. Si sus previsiones se cumplían, Romero no tardaría en avisar a su esposo de los manejos que se traía entre manos. Y estaba en lo cierto, el hombre pronto apareció en la puerta de la carpintería y tras otear la plaza asegurándose de no cruzársela, tomo camino de la Taberna. Emilia esperó a verlo cruzar el umbral antes de abandonar su puesto. Su primer movimiento había salido muy bien.

Su siguiente cometido no le iba a resultar tan fácil. Se había propuesto despistar a Rosario, ahora que sabía que ella también estaba implicada, pero le iba a costar no delatarse trabajando todo el día codo con codo con ella. Busco la oportunidad para abordarla cuando preparaban la merienda.

-Déjeme eso a mí, Rosario. Deje que la ayude.- Se ofreció a cargar con la pesada lechera.
-Está bien Emilia, está bien. Pero mejor compartimos peso que no estás tú tampoco para cargar.- Le dijo ofreciéndole una de las asas del recipiente y la oportunidad para iniciar la conversación que le interesaba.
-Pues a su hijo bien poco que le importa - aventuró mirando de reojo a su suegra mientras ponía una cazuela a calentar en la lumbre – que ni el ajuar me deja preparar.
-No te hagas mala sangre, Emilia. Sus razones tendrá. – Trató de contentarla.

Emilia observó divertida como la mujer ocultaba la angustia de creerla enojada con Alfonso, afanándose en preparar las pastas en un platillo, igual que ella escondía la sonrisa que amenazaba con escaparse. Era hora de tensar la cuerda un poquito mas.

-Pues sabe lo que le digo, que voy a reunir las cosas por mi cuenta. – fingió indignación lo mejor que supo – Y me da lo mismo lo que diga Alfonso, que para eso gano yo mis cuartos.
-Pero, mujer, ¿Cómo se te ocurre? – se alarmó Rosario – Que es tu marido y en los matrimonios estas cosas se comparten.
- Mire, Rosario, su hijo a mi no me quiere contar para que necesita los cuartos, así que yo puedo hacer lo que quiera sin consultárselo tampoco, ¿no cree? – le dio la espalda mientras vertía la leche caliente en una jarrilla para no delatarse.
- Pero, Emilia… - buscaba un argumento para aplacarla, pero ella no la dejó intentarlo siquiera.
- Que no, Rosario, que no. Aquí cada perro a su hueso, ¿no? – Bajó la voz para hacerle la confidencia – Además, ya he apalabrado la cuna con el carpintero. ¡Ya verá!¡Es preciosa!

Esta vez su suegra no puedo disimular la mueca de inquietud, y ella se entretuvo colocando servilletas y cucharillas junto a los dulces, haciendo como que no se daba cuenta.

-Me ayudará, ¿verdad Rosario? Ya sabe que yo no me doy maña con las agujas y he visto una madeja preciosa donde la tejedora.
-Claro, hija, como no… - le contestó apenas la mujer perdida en sus pensamientos.

Recogió el servicio para doña Francisca y emprendió la subida de las escaleras cargada con la bandeja, a medio camino, alzó la voz para que Rosario la escuchara bien.

-Podemos reunir unos retales y coser también una muñequita para mi niña, ¿no le parece?

Por el rabillo del ojo vió como su suegra alzaba la mano, tapándose la boca, y ella tuvo que subir el último tramo a la carrera, para poder soltar la carcajada que pugnaba por salir de sus labios.
#28
musicintheair13
musicintheair13
20/04/2012 16:23
Precioso!! K gran inteligencia la de Emilia ;)
#29
Kumita23
Kumita23
20/04/2012 16:25
Que la Emilia es mucho Emilia¡¡¡ Pero esta vez ademas va a ser mas tierna que...

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#30
Kumita23
Kumita23
24/04/2012 11:30

De disputas y sorpresas. Parte III (Desenlace).




De momento había conseguido aparentar no tener ni idea de lo que le estaban preparando, había decidido evitar en lo posible a Alfonso porque temía delatarse. Se le enternecía el corazón cada vez que recordaba aquella cuna primorosamente envuelta en la que estaba invirtiendo un tiempo que no tenía. Se suponía que estaba enfadada con él y tenía que seguir pareciéndolo. De este modo también le sería más fácil preparar a su vez un agasajo para él.

Este último paso no revistió mayor problema, su marido llegó demasiado tarde y ella ya se había dormido y tampoco le vio por la mañana. Tanto mejor, no quería discutir y de seguro Alfonso estaría muy inquieto con las noticias del carpintero y de su madre. Por una vez se alegró al faltarle su presencia.

Tendría que apresurarse, no creía que tardaran demasiado en mostrarle los regalos, mas cuando la creían reuniendo cosas por su cuenta. Por suerte tenia cuanto necesitaba a buen recaudo, solo le faltaban unos cuantos detalles más y lo tendría todo listo.

Esa tarde llegó pronto a casa, Doña Francisca le permitió salir antes, no sin antes preguntarle si el pánfilo de su marido le había dado alguna alegría, dado el despiste y la sonrisa que gastaba, como ella lo negó y no atinó a dar ningún motivo como excusa, la instó a irse y descansar, que en ese estado no le era de ninguna utilidad. Perfecto para sus planes.

Aguardó la llegada de la familia ocupada entre cocinar la cena para todos y disponer algunos detalles en su alcoba, como preludio y compañía del verdadero presente. Solo esperaba que Alfonso apreciara lo que le tenía preparado, era sencillo, pero muy especial para ella.

Cuando lo oyó llegar, cerró la puerta de la habitación y salió al comedor. Alfonso trató de entrar a dejar la chaqueta, pero ella le cortó el paso y recogió la prenda de sus manos e invitándole a sentarse. Él la miro extrañado por tanta amabilidad, pero se dejó hacer.

Andaba nervioso, pendiente de la puerta y en cuanto su madre asomó a la ventana haciéndole una seña, pidió a Emilia un poco de queso del que guardaban en la fresquera. Y cuando ella regresó a la sala, la familia en pleno la esperaba, sonriendo de oreja a oreja.

Ella copio la sonrisa, sabiendo lo que ocultaban, pero hizo su papel y pregunto qué pasaba. Entonces se apartaron descubriendo el ajuar completo para su hija y ella ni siquiera tuvo que fingir, porque la cuna montada, barnizada y vestida con unas primorosas sabanas y mantitas de lana blanca fue en verdad una sorpresa, mucho más bonita de lo que ella había imaginado cuando descubrió el paquete con las piezas inacabadas.

Las lágrimas que acumulaba desde aquel día, ya no encontraron razón para permanecer escondidas y ni la sonrisa satisfecha de Alfonso, ni los arrumacos de su suegra consiguieron frenarlas del todo. Era tanto el amor que le tenían que estaba segura que no podría criar a su hijo en mejor compañía, y cuando así lo dijo, consiguió emocionar a todos. Rosario rompió a llorar, Mariana también e incluso le pareció que Paquito se limpiaba las mejillas disimuladamente, refugiado en una esquina. A Alfonso le brillaban los ojos, pero consiguió contenerse y en cambio la cubrió de besos emocionados y enternecidos.

Al poco dieron cuenta de la cena, improvisando una celebración y brindando por la criatura que vendría al mundo con un pan bajo el brazo. Su padre no permitiría que fuera de otra manera. Disfrutaron aquella fiesta inesperada, haciendo chanzas sobre la inquietud del carpintero y la impulsividad de Emilia, hasta que la familia se retiró a descansar y ellos pudieron quedar por fin a solas.

Entonces compuso un mohín travieso, tan amplio, que Alfonso acabó preguntando que era lo que pasaba.

-Yo también tengo algo para ti. – Acabó confesando.
-¿Para mí? – Pregunto Alfonso incrédulo- Yo creía que estabas de morros conmigo.
-Y así era, pero después se me pasó. – Contestó Emilia levantándose – Aguarda un momento, que tengo que preparar algo.

Desapareció en el pasillo, dejando a su esposo asombrado e inquieto por tanto misterio, tanto que cuando volvió a buscarlo al cabo de un minuto se lo encontró embocando el corredor.

-Ven, impaciente – le dijo tomándole la mano – Cierra los ojos.
-Pero, Emilia…-protestó
-Alfonso, deja de rezongar y obedece.- le instó ella guiándole al interior de la alcoba.- Solo será un momento, hombre.

Lo dejó en centro de la habitación y el sintió la falda de su esposa revolotear a su alrededor.

-¡Listo!¡Abre los ojos! – exclamó Emilia emocionada.

Había decorado la habitación con velas y flores aromáticas, que desprendían una fragancia embriagadora por toda la habitación. Sobre el lecho estaban esparcidos un montón de pétalos y justo en el centro había dispuesto una caja de buen tamaño.

-¿Y esto, Emilia?- acertó a preguntar.
-¿Te gusta? – Preguntó temerosa – Lo he hecho para ti, porque un marido tan bueno como tú, se lo merece.
-Es precioso…no sé qué decir…- y en vez de buscar más palabras, la besó, recreándose en sus labios.-Me gustaría cualquier cosa que viniera de ti, gracias. – declaró ronco de la emoción y tomando sus labios de nuevo.
-Espera, que todavía tengo algo mas – le dijo guiándole hacia la cama y mostrándole su presente – Adelante, ábrelo. – aclaró al ver la duda en su mirada.

Ambos tomaron asiento en la cama, uno frente a otro y Alfonso destapó aquella caja intrigado. Al principio no reconoció nada de lo que allí había, le lanzó una mirada desconfiada a Emilia, pero ella le sonrió tan dulcemente, que borró todas sus dudas.

Revolvió en el contenido, y de pronto encontró algo que conocía. Lo tomó entre sus manos, acariciándolo y una sonrisa nació en sus labios.

-Los anillos de Paquito…los has guardado- se sorprendió Alfonso.
-Claro, es una caja de recuerdos…Y ese es uno importante- le aseguro ella.

Él asintió, comenzando a comprender el significado de todo aquello, y volvió a centrarse en el interior.

-Este pañuelo es uno de los míos – aseveró sacando la prenda- ¿Cómo es que lo tienes tu?
-Te lo dejaste olvidado el día que fuiste a buscarme flores con Hipólito, ¿te acuerdas? Debiste de quitártelo, porque cuando lo encontré todavía estaba húmedo–dijo Emilia, acercándoselo a la nariz para aspirar su aroma- Todavía huele a ti. No sabes la de noches que dormí con él cuando te fuiste a Lerche.
-Nunca me lo dijiste….-se impresionó Alfonso, la voz a punto de estrangularse en la garganta - …no lo sabía…

Recordó aquellos días tan amargos para él, tan lejos de todo lo que amaba, de su tierra, de su familia y sobre todo de ella. Las lagrimas que vertió en sus muchas noches de insomnio, extrañándola como nunca, recordando aquel beso fugaz que tanto le quemaba los labios.
#31
Kumita23
Kumita23
24/04/2012 11:31
-Muchas noches lo dejaba tan empapado como lo encontré. – Le reveló ella, como si hubiera escuchado sus pensamientos.

Él le acarició una mejilla como queriendo borrar con el gesto aquellos pesares lejanos, los de ella y también los propios. Saber que le había echado tanto de menos le aligeraba el alma y le hizo sonreír, aunque escondió su emoción centrándose de nuevo en el contenido del regalo.

Entonces, encontró algo que no reconocía y se lo mostró encarnando una ceja. Era un pequeño ovillito de hilo marrón, atado con un lazo de raso. Emilia lo tomo entre las yemas de los dedos y enrojeció visiblemente.

-Es hilo… -comenzó azorada – del día que vine a pedirte consejo sobre..sobre….
-Severiano… – Alfonso lo pronunció por ella, confundido –… y te cosiste la falda…- Alfonso nunca olvidaría la turbación que le invadió cuando al tomar el bajo deshecho, le mostró sin querer parte de su pierna. Aquel recuerdo pobló su mente mas tiempo del que nunca reconocería.
-Hice como que la cosía, solo fue una excusa para verte..-confesó.
-¿Y luego guardaste este trozo de hilo? – Alfonso estaba perplejo – No lo entiendo, andábamos a la gresca y tu festejabas con ese ingrato, ¿por qué…?
-Siempre nos unión una amistad especial – se explico Emilia – algo a lo que nunca supe que nombre darle. Supongo que ya entonces te quería aunque no me diera cuenta. Así que lo guardé....porque era tuyo.
-Incluso entonces… - susurró apenas, sin poder creerlo.
-Incluso entonces. – afirmó ella con ardor.

Aquella confesión removió algo en el interior de Alfonso, algo que siempre había pesado en sus entrañas, algo que de pronto desapareció y fue sustituido por una dicha sin parangón. Tanto que había luchado para colarse en el corazón de Emilia, y descubría que lo había conseguido mucho antes de lo que nunca pudo imaginar. Absorto en su felicidad, Emilia tuvo que instarle a seguir hurgando entre los tesoros que guardaba y él acarició la tapa de un libro que conocía.

-La novela de mi admirador secreto… – comentó ella pícara.

Alfonso asintió, sin levantar la vista, aun recordaba el día que lo dejo escondido para que ella lo encontrara y lo radiante que estaba al recibirlo, como le contó lo que le hacía sentir, sin saber aun que era él quien se escondía detrás de esos regalos.

-Me hizo muy feliz.- le aseguró.
-También a mi – Alfonso la miro tierno – Por ver tu sonrisa te hubiera regalo cien libros más.
-Solo necesito que estés a mi lado – Y sus labios formaron el gesto que más le gustaba a él.
-Bueno, entonces no sabía cómo conseguir que me quisieras como yo te quería a ti, los regalitos fue lo único que se me ocurrió.- dijo encogiéndose de hombros disculpándose.
-Y a mí me encantaron- lo tranquilizó ella- Estaba claro que era alguien que me conocía muy bien….y que no me quería mal – Emilia lo empujo suavemente con su propio hombro y él la refugió en su brazo.

Emilia se apoyo en él, fijando para siempre aquellos momentos en su memoria. Luego ella misma revolvió en el interior de la caja para extraer un pequeño hatillo, que desenvolvió con cuidado.

-¿Sabes qué es esto?- preguntó.
-Parecen semillas – respondió Alfonso desconcertado..
-Si…eso es – le explicó – el primer día que tu padre te llevó a faenar al bancal, me trajiste un manojo de espigas de trigo. Te había dicho que aquello era lo más valioso que daba aquella tierra, que por ese tesoro era por lo que trabajarías a partir de entonces. Y quisiste regalarme un poco de esa fortuna. Aun recuerdo lo orgulloso que te sentías de colaborar en el sustento de tu casa y lo satisfecho que parecías cuando me entregaste tu particular “ramo”.
-¡Dios mío, Emilia!, pero si entonces debías ser apenas una mocosa que no levantabas dos palmos del suelo –se admiró.
-¡Oye! – Se quejó ella – Si tú eras apenas un poco más grande que yo, todavía no habías alcanzado toda tu altura... – y acomodándose aun mas en su hombro le dijo - …ni toda tu anchura.

Él le rio la ocurrencia, abrazándola con fuerza.

-Creo que ya entonces estaba enamorado de ti. Y por eso te agasajaba. Entonces era tan fácil e inocente…tan sencillo…-rememoró.
-Y yo guardaba como un tesoro todo lo que me dabas, ¿qué dice eso de mis sentimientos?- reflexionó ella.

Guardaron ambos silencio, tomando conciencia de lo arraigado que estaba en sus vidas el afecto que se tenían. Como todos aquellos pequeños objetos, las piezas que formaban el puzle de sus vidas, contaban mucho mas de su historia de lo que podrían hacerlo una multitud de palabras. Era admirable que ella los hubiera conservado a lo largo de todos estos años. El gesto desprendía mas amor del que Alfonso creyó ser nunca merecedor. Ni en sus mejores sueños.

No podía haberle hecho mejor regalo, ni con la pieza más exclusiva del colmado, ni con lo mejor que se pudiera encontrar en la capital, hubiera conseguido hacerle más feliz. Alfonso se dio cuenta de todo lo que necesitaba que ella le quisiera así, como se lo estaba demostrando en ese instante, tan profunda e inexorablemente como lo hacía él. Con un sentimiento que le había acompañado a lo largo de toda la vida y que le daba sentido a su existencia. La emoción le robaba las palabras. Por suerte no resultaban necesarias.

Justo al fondo, entre pequeños juguetes de la infancia y trocitos de madera tallada que querían ser animalitos, pero que se quedaron en el intento, estaba enterrado el más antiguo de los tesoros almacenados.

Alfonso lo tomó entre sus dedos y no tardó en reconocerlo. Su mente voló hacia una tarde muy lejana.
#32
Kumita23
Kumita23
24/04/2012 11:33
Una tarde sentado en el patio de la Casa de Comidas, alrededor de una mesa en la que también estaba Juan, Sebastián y Emilia. Raimundo les estaba enseñando a escribir a todos y los niños se aplicaban dibujando las primeras letras en sus cuadernos. El hombre les había prometido una merienda a base de chocolate y picatostes si eran capaces de llenar la primera pagina con las vocales, él les había escrito la primera línea a todo ellos y los chicos se afanaban en replicarla una y otra vez, con trazos torpes y titubeantes.

Sebastián un poco más acostumbrado a los libros que manejaba su padre, terminó pronto y se burló de la torpeza de los demás hasta que se aburrió y marchó a incordiar a la cocina, en busca de su recompensa. Juan parecía haberle encontrado gusto a aquel lápiz que le habían prestado y no contento con rellenar solo una página, dibujaba garabatos que se iba inventando en la parte de atrás.

Emilia y Alfonso, sentados muy juntos, trataban de completar la tarea. Aunque los separaban unos cuantos años, en lo que se refería a los estudios, estaban igualados y trataban de ayudarse uno al otro.

-Mira….esta es la “A” de Alfonso- le decía ella con la voz aguda de la niñez, replicando la letra por cuarta vez, sacando la lengua por el esfuerzo.
-¿Y esta cual era? – Trataba de recordar él, señalando otra.
-¡Esa es la “E”, tonto! – le espetó sabionda, pero rectificó al ver la expresión desolada del niño. – La “E” de Emilia.- le explico.
-La “E” de Emilia… ya no me olvidaré – le aseguró y se aplicó en su cuaderno.
-¡Te ha salido muy fea! – se burló ella al ver su intento.

A él no le gustó que se chanceara, y cubrió la hoja con el otro brazo para que no mirara.

-Déjame ver, Alfonso- se quejó ella, arrugando la nariz en un mohín disgustado.
-Si te vas a reír, no te lo enseño. – le dijo serio y molesto.

No soportaba que su amigo se enfadara con ella y le animó con una promesa, tal como había hecho su padre con ellos un instante antes.

-Si la siguiente es más bonita, te doy un beso.

Alfonso estuvo largo rato en la misma postura, escribiendo cuidadosamente las letras mientras evitaba los intentos de Emilia por descubrir lo que hacía. Finalmente se dio por satisfecho y volvió el trabajo hacia ella para que pudiera leerlo.

Ella arrugó el entrecejo, esforzándose en reconocer las letras y leyó con voz vacilante.

-…a…i…e…-estaba escrito con letra inexperta pero clara, envueltas por un circulo achatado.
- Alfonso y Emilia – asintió ufano.

Le miró con los ojos abiertos como platos, admirada con la proeza, pero en ese instante Raimundo irrumpió con la bandeja de la merienda y ella olvido su promesa.

Alfonso repasó aquellas primeras letras desmañadas con las yemas de los dedos, recordando todo aquello. Casi le parecía estar viendo como ella le enseñaba a coger el lápiz correctamente, poniendo su mano sobre la de él. Replico el recuerdo, cobijando las manos de su esposa entre las suyas. Una lágrima solitaria le recorrió el rostro, imposible de contener.

-Creo que me debo usted un beso, esposa mía.- consiguió decir con voz estrangulada. Levantó entonces la mirada, esbozando una sonrisa para ella. Porque lloraba sí, pero de alegría.
-Te daré todos los necesarios para pagar mi deuda con intereses.

Emilia también sonrió antes de entregarse a sus labios, estaba satisfecha, compartir aquella caja de recuerdos, que con tanto mimo guardó a lo largo de los años, había sido un acierto. Suspiró aliviada sobre la boca de su marido. Había conseguido verle feliz como pocas veces antes. Era lo que más deseaba en el mundo. Eso y que no tuviera dudas de lo dichosa que la hacía sentir.

Tomó el cuaderno de manos de su esposo, abandonó el cobijo de su abrazo y escogió una de las flores que adornaban la estancia para guárdala entre sus páginas, luego lo dejo en su lugar y apartó la caja.

-Hagamos que esta noche sea un momento digno de pertenecer a nuestros recuerdos.

Alfonso no tuvo nada que objetar, dedicaría toda su atención al empeño. Esa noche y todas las que le restaran de compartir con ella.


---Fin---


Bueno, aquí está la versión alternativa del momento cuna, espero que la disfrutéis. He hecho todo lo que estaba en mi mano para que fuera tan bonita como la que se vio en la serie, ya me diréis si lo he conseguido.
#33
musicintheair13
musicintheair13
24/04/2012 12:03
P-R-E-C-I-O-S-A!!!!! Preciosa historia... Me encanta!!! ( estoy a punto de llorar de emoción!!!)
#34
Kumita23
Kumita23
01/05/2012 17:32
#35
Kumita23
Kumita23
17/05/2012 11:24
Coloco aquí juntitos los tres minis de colgada.

Colgada


Limpio

Si me quieres tanto como dices habrás de confiar en mí, Emilia... y punto en boca. Me voy a la cama.

-oOo-

A la cama porque dudo que pueda dormir... me cubro la boca con la mano para no gritar de rabia e impotencia... Huele a los untes con que le he hecho las friegas, a limpio... como debería seguir todo. No puedo soportar la idea de ensuciarla con vilezas como la sangre, el dolor o la muerte... ella que lleva una vida en su vientre no debería escuchar jamás tales palabras. No de mi boca. Quizá sea cierto, y continúe a mi lado tras contárserlo. Pero con sólo el atisbo de una duda en sus ojos, de extrañeza al mirarme, me rompería el alma.

Y al fin no podría reprochárselo, ya que ni yo mismo me reconozco en aquellas manos que empuñaban un cuchillo...
......................................................................................


Vivo

No Alfonso, yo... prefiero ir sola.

-oOo-

¡Por dios, padre, dónde se ha metido! ¡Qué está usted haciendo!... Anochece y aún no sé dónde para. ¿Pero no se da cuenta de que nos tiene en un ay? Si hasta he dudado de las acciones de mi marido... Por dios... yo no... no quería esto para él...

Estoy agotada de patear los caminos. Poco se imaginaba la Doña que ocuparía la tarde para descansar en estos menesteres. ¿Dónde está, padre?

Padre... padre... no se deje llevar por su orgullo herido... ¿no ve que si no hubiera sucedido lo que sucedió ahora estaríamos lamentando otras pérdidas?

Alfonso,... cuánto has cargado solo sobre tus hombros... ¿Por qué? ¿Por qué no confiaste en mí para compartir la carga? No soy una niña, no me voy a romper por tus palabras, son tus silencios los que me resquebrajan.

¡Gracias al cielo que estás vivo!
...................................................................................

Silencio

Me aterra que las calamidades que han ocurrido acaben pasándonos factura... y acaben por herir de muerte nuestro matrimonio...

-oOo-

-Conozco estas manos como si fuesen las mias... cada nudo, pliegue y cicatriz. Recuerdo cuando te hiciste ésta... aquel verano, rescatando a un cachorrillo asustado de la corriente del río. Te lo agradeció con un mordisco. Y tú ni siquiera te diste cuenta hasta que viste mi cara de espanto cuando me acercaste el cachorrito para que lo secara.

-Tú misma me curaste aquella herida.

-Sí, y mil más te curaría... pero no me pidas que hable ahora. Son mis manos las que sueño ensangrentadas. Quisiera gritar... contra Dios, contra la suerte, contra el destino o contra la vida que te puso ante el dilema de matar o morir... pero es inútil. Alfonso, no temas... sólo déjame estar a tu lado en silencio.

#36
Kumita23
Kumita23
27/05/2012 14:14

El sabor de los sueños.




Se despertó y se sentó en la cama en el mismo impulso. No podría decir que sucedió antes y que después. Y gritó. O eso creía. Tenía la garganta tensa del esfuerzo y en sus oídos aun resonaran las voces con que trataba de espantar las pesadillas.

Desorientado, trató desesperadamente de reconocer el lugar donde se encontraba mientras el corazón le golpeaba con fuerza dentro del pecho. Echó un vistazo entre las sombras que le rodeaban, sin conseguir ubicarse, jadeando, tomaba aire a bocanadas rápidas y superficiales que quedaron interrumpidas de pronto, permitiendo que la calma volviera a tomar posesión de su trasnochado reinado.

Un sueño, solo había sido un sueño, comprendió al vislumbrar el bulto que formaba su esposa, yaciendo envuelta en su blanco camisón, a su lado en el lecho. Soltó el aliento despacio. No debía de haber hecho demasiado ruido, porque Emilia no había despertado, aunque últimamente se encontraba tan agotada que una vez se tumbaba mas parecía muerta que dormida, ajena a las quejas angustiadas de su esposo.

Estaba empapado en sudor y la piel se le erizó. Las húmedas sabanas no resultaban un refugio tentador. Pensó, por un momento, en buscar el cuerpo de su esposa, abrazarse a ella y dejar que su calidez los cobijara a los dos, que su presencia le librara de los temores, pero no quería interrumpir su placido dormitar. Pepa le había instado a hacerla descansar todo lo posible, necesitaba recuperarse después del duro trance por el que había tenido que pasar.

La contempló un instante, buscando en su rostro signos de fatiga, pero la encontró tan serena como siempre. Mas bonita que nunca bajo aquella luz difusa que contorneaba su perfil. Respiraba tranquila. Se separó con esfuerzo de aquella visión, apartó la tela muy despacio y abandonó el lecho. Buscó a tientas por la habitación alguna prenda de ropa que echarse por encima.

Preocupado por el revuelo que estaba montando, contempló la muda cuna que descansaba en un rincón. Finalmente alcanzó una fina colcha, envolviéndose en ella antes de salir al fresco de la noche. Una leve brisa le peinó el cabello empapado y consiguió arrastrar consigo las últimas hebras del sueño.

Aquello le hacía bien.

Permaneció en pie, con la mirada vuelta hacia el cielo estrellado, dejando que el viento le rodeara. Ni siquiera notaba el batir de los extremos de la tela sobre las piernas desnudas.

En cuanto cerraba los ojos, los malos recuerdos le acosaban. Mas desdibujados que al principio, pero igual de aterradores.

Recordaba los ojos desencajados de Lucio mirándole acusadores e incrédulos, la sangre derramada empapando las tablas del suelo, el peso del cuchillo que portaba. Lo fácilmente que se abrió paso su afilada punta en las entrañas del desgraciado, la pequeña resistencia, al dar contra algún hueso, que detuvo el mortal avance.

El sonido, nadie le había hablado nunca del mullido ruido que produce el metal atravesando carne, casi un susurro mezclado con el aliento de vida que se escapa por la herida.
Y el olor, el metálico y pegajoso olor de la sangre caliente llenando el ambiente. Y también otros, el de la tierra fría al ser removida en medio la noche, el de la prisa y la culpa. El olor del miedo.

Sacudió la cabeza, tratando de apartar estos lúgubres pensamientos. Los sueños estaban cambiando, su mente se entretenía en tejer finales diferentes para lo que pasó. A veces, era su hermano quien moría o era otra mano completamente diferente quien acababa con la vida de Lucio. A veces el hombre se revolvía y le atacaba, y entonces debía luchar por salvarse con uñas y dientes. Y no siempre lo conseguía.

Estas piezas desencajadas le daban vueltas en la cabeza, sin conseguir formar un relato claro, mezclándose unas con otras, jugando con sus miedos y su cordura.

Sus miedos.

Desde unos días atrás, nuevas imágenes competían con las anteriores para robarle el sosiego.
El parto de Emilia le había impresionado vivamente, de tanta complicación que hubo de presenciar.

Se dio cuenta de que tenía el puño cerrado con demasiada fuerza en torno a la tela que sostenía, y abrió un poco la mano entumecida del esfuerzo, recolocando el improvisado abrigo sobre los hombros antes de perderse de nuevo en sus pensamientos.

---continua---
#37
Kumita23
Kumita23
27/05/2012 18:45
De por sí, fue angustioso ver sufrir a la mujer que amaba sin otra manera de ayudarla que mantenerse a su lado. Pero las horas pasaban, ella se estaba agotando y la criatura no acababa de llegar.

Ninguno de los dos sabía si tanto esfuerzo era lo normal en todas las mujeres o no. Pepa no abandonó las palabras de ánimo, vigilando estrechamente la evolución del parto, pero el gesto se tornaba más serio y concentrado a cada minuto que pasaba. Emilia, traspasada de dolor, no tenia animo de estudiar las emociones que su amiga se empeñaba en esconderle, pero él si notó la preocupación de la partera.

Así que cuando lo mandó a por compresas y agua fresca para refrescar los sudores de su mujer, supo que era una excusa para poder hablar con él a solas y desobedeciendo el mandato la esperó junto a la puerta de la consulta, en el patio. Se lo cortó el aliento cuando al poco la vio salir, confirmando su sospecha.

-Alfonso, no voy a andar con paños calientes. Escúchame atentamente, no tengo mucho tiempo, no puedo dejar a Emilia sola mas que unos pocos minutos.-Pepa tenía una expresión tan solemne que asustaba, y debió de darse cuenta, porque alargo una mano para posarla en su brazo, procurándole animo suficiente para escuchar lo que seguía.- El parto se ha complicado, el niño no viene bien colocado y los dos están exhaustos a estas alturas.
-¿No se puede hacer nada para ayudarles? ¡Pepa, tenemos que hacer algo!-Alfonso tragó con dificultad-¡Lo que sea!

Pepa había visto muchas veces esa expresión de angustia y desolación que la cara de Alfonso reflejaba, en muchos otros alumbramientos complicados. También ese brillo de esperanza en sus ojos, bebiendo de sus palabras, esperando que un milagro saliera de sus manos. Ella asintió despacio.

-Todavía no he agotado todos mis recursos, pero Alfonso, tienes que estar preparado.- lo tomó de las manos antes de decirle- Dios no lo quiera, pero puede que Emilia no logré superarlo y tampoco el bebé. Necesito que me des tu permiso para hacer lo que sea necesario por salvar al niño si es que…si es que, Emilia…no pudiera… salvarse.

Vió como el hombre perdía el color de las mejillas y se aferraba con fuerza a sus manos. Ella resistió el apretón sin rechistar, sentía ganas de gritar de desesperación y ese dolor aplacaba el de su alma. Podía perder a su amiga, la única que había tenido en toda su vida y no sabía cómo sería capaz de superar otra pena de ese calibre. Entendía perfectamente todo lo que pasaba por la cabeza de Alfonso en esos momentos, pero era algo que tenía que preguntarle.

Pero no tenía ni idea de que Alfonso sabía que no sobreviviría si a Emilia le ocurriera algo, todo dejaría de tener sentido para él, su mundo dejaría de moverse, por eso asintió apenas, dando su permiso. No tenía sentido preguntarle por algo así. Ella se movió, pretendiendo regresar al interior de la consulta, pero él la retuvo un instante mas.

-No dejes que lleguemos a ese punto, Pepa.-le rogó, le imploró.- No podría…no sabría…no sabría como….
-Haré todo lo que esté en mis manos, Alfonso. No lo dudes.-le interrumpió ella, sabiendo a que se refería- Pide a Dios por ellos, tú qué crees en El.-le recomendó- Y procura darle a Emilia el aliento que precisa. Ahora te necesita. Los dos te necesitan.

Esperó que se recompusiera un poco antes de soltarse, y se dirigió al umbral.

-No olvides el agua fresca- le recordó, perdiéndose en la habitación. Con la tarea le daba un poco de tiempo para buscar el animo adecuado para presentarse ante su esposa.


--continuará---
#38
musicintheair13
musicintheair13
28/05/2012 14:47
Tu si que eres una gran artistaa!! Precioso Kumi!!
#39
Kumita23
Kumita23
28/05/2012 17:11
El sabor de los sueños-Parte II.

Alfonso cumplió el encargo como sonámbulo, contestando apenas a los requerimientos de su madre y su suegro para que les diera las nuevas. Poco sintió el abrazo de su madre, ni el apoyo de su suegro cuando les informó, ni las palabras de aliento de sus hermanos. Pero tuvo la presencia de ánimo suficiente para trasladarles el consejo de Pepa, “Recen por nosotros”. Sin reparar, por esta vez, en la falta de fe de su suegro.

Se detuvo un momento en la puerta antes de entrar, respiró hondo y traspasó el umbral decidido. Pasara lo que pasase, tenía que estar con ellos. Jamás podría perdonarse si fuera de otra manera.

Lo que siguió fueron horas de angustia creciente, con una Emilia cada vez más debilitada entre sus brazos. De vez en cuando dirigía miradas que preguntaban por si solas a Pepa y ella le respondía con casi imperceptibles negaciones. Las contracciones seguían siendo muy espaciadas y no había dilatado lo suficiente. Pepa notaba los debilitados latidos de la criatura repasando mentalmente su arsenal de hierbas y preparados.

El inconveniente residía en dar con la proporción adecuada, pues si bien algunos de sus remedios alentaban los trabajos del parto, eran peligrosos para las hemorragias, y si llegado el caso, esta se producía, sería casi imposible hacer nada por detenerlas, ni siquiera la doctora sería capaz de parar el flujo de sangre. Y no estaba dispuesta a correr mas riesgos de los necesarios mientras el bebe siguiera moviéndose en el vientre.

Emilia incluso llegó a dormitar del agotamiento, no tardaba en animarse al sentir las contracciones, pero descansaba en los intervalos. Alfonso se asustó mucho ante esta reacción, temiéndose lo peor, pero Pepa le dijo que en el caso de partos muy largos no era tan raro.

Casi rayaba el alba cuando todo estuvo preparado, con su última reserva de energías y guiada por Pepa, Emilia empujó con todas sus fuerza y su primer hijo vino al mundo. Se desarrollo entonces una actividad frenética en torno a la criatura, Pepa le limpio la carita y le metió los dedos en la boca, luego aplicó sus propios labios sobre la diminuta nariz y la delicada boquita y sopló. Hecho lo cual, la apartó para observar su reacción.

Alfonso por su parte contenía la respiración, esperando, cuando sintió que Emilia se quedaba inerte entre sus brazos. Alarmado, la sacudió un poco intentando que reaccionara y buscó la atención de la partera.

Ella estaba pellizcando el pie del bebé, que reaccionó estremeciéndose. La primera protesta indignada de la criatura rompió el silencio que se había instalado en la habitación. Alzó la vista con una gran sonrisa cuando se percató de la laxitud de Emilia y la creciente congoja de su esposo. Con imperioso gesto la depositó en brazos de su padre, “es niña”, fue lo único que le dijo antes de dedicarse por completo a su amiga.

Alfonso repartió su atención entre las manipulaciones de Pepa y el pequeño bulto que se agitaba entre sus brazos, que en ese momento gesticulaba con evidente desagrado, sin duda, por el brusco recibimiento que había tenido. Comprobó con sorpresa que replicaba con exactitud la expresión de su madre y en ese momento, sollozó, apretándola un poco contra su pecho.

No se detuvo más en la inspección, el bebe parecía estar bien aunque tenía un color extraño, pero Emilia seguía inerte. La cama estaba empapada de sudor y sangre, y el suelo lleno de los líquidos del alumbramiento. Pepa se afanaba entre las piernas de su mujer, haciendo Dios sabía qué. Tenía que hacer algo para ayudar, he hizo lo único que se le ocurrió. Con cuidado, deposito a la criatura bocaabajo sobre el corazón de su madre y él cobijó a las dos entre sus brazos.

-Emilia, escucha-le susurró al oído- hemos tenido una niña, como querías. Tienes que abrir los ojos para conocerla. Es tan preciosa como la madre. Te enamoras de ella al primer vistazo, eso lo ha heredado de ti.- Alfonso tomó las manos de su esposa y las colocó contra la tierna espaldita desnuda de la niña-¿La sientes? ¿Sientes su corazón? ¡Emilia, tienes que luchar!…por ella...por mi. No nos dejes, por favor. ¡Vuelve!, vuelve con nosotros. Ella te necesita, Emilia. Yo te necesito. No puedes dejar a esta criatura sin el cariño de su madre. Emilia, ¿me oyes?, te quiero. Los dos te queremos.

Nunca sabría si fue por sus palabras, por la pericia de Pepa o por mediación del altísimo, pero en ese momento, las manos de ella se estremecieron bajo las suyas y Emilia abrió los ojos.

Como si solo hubiera estado dormida, tanteo primero el pequeño peso de su hija depositada sobre su pecho y la miró largamente antes de hablar, arrullando al bebé con sus palabras.

-Hola, Elena. Bienvenida.- le dijo y luego buscó los ojos de Alfonso.- Mira, mi bien, este es papá. Alfonso, ¿no es preciosa?-le preguntó con una gran sonrisa que borraba el agotamiento de sus facciones.
-Es un milagro.-Asintió él, con el corazón apretado en su pecho, por la dicha de verla sonreír. Por la inmensa alegría de contemplarla con su pequeña en brazos.
-Nuestro pequeño milagro.-Se dirigió ella de nuevo a su hija y después volvió a cerrar los ojos.

Espantado, Alfonso creyó que la perdía para siempre. Y las lágrimas se le agolparon detrás de los ojos, dispuestas a salir. Pero Pepa se apresuró a tranquilizarlo al ver su expresión.

-Está dormida, Alfonso. Dormida de puro agotamiento, no te preocupes, todo está bien. Ya ha expulsado la placenta y aunque veas tanta sangre, es lo normal en estos casos.-Alfonso suspiró de puro alivio, sintiendo que el corazón se le ponía de nuevo en movimiento. Se removió incomodo sin saber muy bien que hacer a continuación.-Anda, ve a presentar a esa preciosidad al resto de su familia, Emilia necesita descansar. Yo me ocupo de adecentar todo esto.
-¿Seguro que está bien, Pepa?-le dijo mientras repasaba la expresión de felicidad que presentaba el rostro de Emilia
-Seguro, ve tranquilo.
-¿Y Elena? No te ha dado mucho tiempo de verla- le respondió él temeroso de tocarla, de lo frágil que parecía.- Está un poco morada….
-No te preocupes, es solo el esfuerzo de venir al mundo. Dentro de unas horas estará mas recuperada, pero respira bien, reacciona con normalidad y aunque un poco pequeña, está completamente sana.-Pepa tomó a la chiquitina en brazos y con mano experta la envolvió en una toquilla antes de devolvérsela a su padre que se dispuso a salir de la habitación.
-Alfonso- lo llamó.
-¿Si, Pepa?-contestó volviéndose a medias, esperando alguna recomendación sobre la criatura.
-¡Enhorabuena!- lo abrazó emocionada, dejando a la niña entre los dos-¡Eres padre de una niña preciosa¡
-..gracias…-respondió azorado- Es tan bonita como su madre-miró a la niña que se perdía entre sus grandes manos-… y como su tía, a la que tanto debemos…- levantó los ojos para sonreír dichoso.

Pepa le vio abandonar la habitación completamente sorprendida por el inesperado halago y porque hasta ese momento no había reparado en que aquella niña no era solo la hija de su mejor amiga, su hermana de corazón, sino que también seria en breve parte de su familia con todas la de la ley. Su propia familia.

Las expresiones de júbilo que le llegaban del patio, la sacaron de su ensimismamiento. Sacudió la cabeza y con su mejor sonrisa, se dispuso a arreglar el desaguisado que la rodeaba.
#40
musicintheair13
musicintheair13
28/05/2012 18:50
Bueno!! Costó pero salió bien!!
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