Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

No Sebastian no puedes morirte. Eres mi hermano mayor. ¿Quien cuidara de mi? No, hermano, no me falles ahora..

Empezé a llorar justo cuando...

Salvador disparó pero la bala pasó rozando a Sebastián. Emilia fue a dar aviso al cuartel, que gran error cometió al decir esto, porque Salvador volvió a disparar y esta vez no erró el tiro.

Dio a Sebastián, que no dejaba de sangrar y mientras mi padre siguió apuntándome.

El malnacido de Salvador, aprovechando mi debilidad, se acercó hasta mí encañonándome y sujetando a Pepa. "¡Para que sepas quién manda Ulloa!" sus palabras fueron lo último que escuché antes de que me disparara en la pierna. Grité de dolor tanto como me dejó mi corazón. No paraba de sangrar.

Finalmente Salvador y Pepa salieron del consultorio.

Me sacó del consultorio apuntandome bajo la mirada de pánico de Tristán, que le suplicaba que no me hiciera nada, la de Emilia que estaba muerta de miedo, y la de Sebastián, que depsués de su tiro en la pierna se desangraba poco a poco. Era curioso, pero no sentía miedo. Me daba la sensación de haber visto a un Salvador que nadie conocía, uno que no me daba miedo.

Tristán me hizo un torniquete y me puso en la cama del consultorio. La herida era a la altura de la femoral así que sangraba mucho y no sabían que hacer. Emilia salió a buscar a Don Julián volando mientras que Tristán me animaba a aguantar.

Yo intenté tranquilizarme interiormente lo que me ayudó a respirar mejor aunque sin dejar de sentir dolor en el pecho.

Don Julián entró después de unos minutos informada por Emilia de lo que había pasado. En cuanto vio mi herida echó a Tristán del consultorio y dejó a Emilia a su lado ya que le había ayudado en una ocasión. Iba a necesitar mucha ayuda para operarme.

No podia mirar. Mi hermano, mi propio hermano estaba muriendose. Pedi permiso para salir a fuera, tenía la sensación de que si no me iba a desmayar. Justo entonces Sebastian...

Vi que Emilia se quería ir así que le cogí la mano y le supliqué que se quedara. No quería estar solo.

- No hermana. Quédate conmigo por favor.

-No quiero escaparme de ti.- respondí. –Es más, el que debería tener miedo de alguien aquí eres tú, y de mi.- añadí. Sonriendole. Viendo como él tambien lo hacia. –Y en cuanto a lo de…- se me hizo raro pronunciar aquello. –casarnos, - teminé pronunciando. Apartando la sonrisa de mi rostro.- no podemos.- me maldije a mí misma por dejar que la razón se apoderase de mí. –Salvador está vivo y, por mucho que me pese, yo sigo casada con él.- agaché la mirada. Meneando la cabeza. Buscando una forma de solucionar aquel entuerto.

Raimundo intentó refutar. Queriendo convencerme de que algo se nos ocurriría para resolverlo.

-No, Raimundo.- negué con la cabeza. –Él es mi marido y nada podemos hacer.- de nuevo mis palabras me dolieron más a mí que a nadie. –El destinos gusta de cebarse de nuevo con nosotros.- cerré los ojos cencida. Notando como el aferraba con fuerza mi mano. Indicándome que estaría junto a mí. Que nada nos separaría de nuevo. Ni siquiera el Castro que ahora resultaba ser su hermano.

Emilia accedió a quedarse conmigo lo que durara la operación. La herida no dejaba de sangrar. Don Julian cogió sus instrumentos para intentar cortar la hemorragia. Pero parecía imposible. Empecé a convulsionar. Si no cerraba la herida pronto podría sufrir un paro cardíaco. Oía a Emilia rogándome que aguantara pero yo cada vez tenía menos fuerzas.

Poco a poco oía las voces del doctor y de Emilia más lejanas y difusas... y acabé inconsciente.

Sebastian no respondia. Supe que se moría. Hice llamar a un mozuelo y le dije que se lo hiciera llegar a mi padre que estaba en la casona.

Me acerqué a la posada, porque el mozo me dijo que era allí donde se encontraba mi padre. ¡Pero menuda fue mi sorpresa al verlo junto a Francisca Montenegro!

-Padre, ¡Sebastián se esta muriendo!

Un apunte para futuros encontronazos, no me esteis haciendo disparar sin ton ni son cuando no pretendo hacerlo, qeu las balas son muy caras y los malos tb tenemos crisis!!!

Me hallaba sentado, frente a Pepa, perdido en mi dolor y en sus profundos ojos marrones, cuando de repente, todo comenzó a complicarse más de la cuenta.
Tristán seguido de aquel muchacho de Ulloa, Sebastián, entraron de golpe asustados por mi alarido. El instinto actuó antes que yo, un instinto domado por años de supervivencia, haciendo que tomase a Pepa que se hallaba ante mí usándola como escudo. Aquella muchacha era la primera persona en mucho tiempo que había logrado despertar en mí algún tipo de sentimiento, la verdad era que no quería dispararla, pero no podía anteponer su vida a la mía.
- Será mejor que retrocedáis sino queréis que vuestra amiguita sufra la misma suerte que tu padre, muchacho- le espeté.
Pero no me escuchó, siguieron allí, cercándome, atrapándome, yo estaba herido, era débil y vulnerable, pero ellos no podían saberlo, cual león herido que se encuentra apresado por su presa, rugí en un intento por ahuyentarlos disparando al aire. Lejos de conseguir mi propósito atraje a más gente, otra muchacha que planeaba dar parte a la policía. No tenía miedo, no me permito tener miedo, pero la situación era desesperada, me encontraba atrapado, sin más salida y necesitaba huir, no podía acabar así. Mi instinto de nuevo actuó por mí, disparando de nuevo, sin errar esta vez, no supe a quién di, al igual que no sabía a quién apuntaba, mi único objetivo era salir de allí, tenía que salir, escapar, huir. Me sobrepuse del desgarrador dolor que me invadía, saliendo de allí lo más rápido posible aprovechando el desconcierto que el disparo había causado, con Pepa todavía fuertemente sujeta. Tenía que alejarme de allí, lejos de aquellos peligros que sin saber cómo me acechaban, a mí, cómo me había visto en aquella situación, cómo había sido tan idiota de dejarme despistar por una muchacha, seguro que todo había sido una trampa, una maldita trampa. Me odiaba a mí mismo por haber caído como un mero niño en tan burda maquinación. Estúpido, me repetí, pero no quedaría así. Conseguí escabullirme, perdiéndome entre las sombras con Pepa, hasta llegar al bosque donde nadie podría detenerme, donde nada podía hacerme fallar.

Salvador me llevó hasta el bosque. No lo comprendía creo que ni el mismo entendía lo que estaba haciendo.

-¿Por qué lo has hecho?- le dije ¿Por qué has disparado a Sebastián?
-¿Esque no es suficiente todo el dáño que has causado?

- ¿Qué por qué lo he hecho? ¿Por qué lo he hecho?- Pasado el peligro, y sabiéndome de nuevo libre y a salvo, en mitad de ninguna parte, la valentía propia del animal en acorralado desapareció llevándose con ella la fuerza que me había impulsado y trayendo de nuevo las punzadas de dolor a mi pierna. – Ni yo lo sé- Pasé mis manos por la cabeza, dejando de apuntarla por un momento, casi podría decirse que confiaba en ella, o al menos en mí mismo para detenerla.- Dices que tú también has vivido muchas penurias, ya deberías saber que se hace cualquier cosa para sobrevivir. ¿Acaso tú no lo harías? ¿No lucharías por proteger tu vida si supieras que un niñato pretende matarte? Además- dije dándome cuenta- Era el hijo de mi hermanito ¿no? No hay inconveniente que no tenga un punto positivo. Pero, sé sincera…hija, sabiendo el estado de mi pierna, podías haberte soltado de mi yugo, haberme dejado totalmente desprotegido y no lo has hecho, ¿no me estarás cogiendo cariño? Porque te avisó que eso no puede traer nada bueno. Ya lo he vivido, y sé que nadie que se atreva a mirarme con una mirada distinta a la del odio puede salir bien parado.

-Sí, cierto es.-dije segura de mi misma. He pasado muchas penurias y he luchado por sobrevivir. Pero nunca, jamás acosta de hacer daño a alguien que no lo mereciera. ¿Cariño? ¿A ti? ¿Es que se le puede tener cariño al demonio?- le pregunté

Sus palabras fueron tranquilizadoras pero no me hicieron olvidar el problema. Meneé la cabeza tras escucharlo. Lo miré a los ojos. Y la seguridad, el amor y sobretodo las ganas de luchar que se vislumbraba en ellos, me hicieron sonreír.

-Te quiero, Raimundo.- le aseguré. Cerciorándome de que si algún resquicio de duda quedaba de ello este quedase cubierto por mi convencimiento. Lucharía por él. Por la felicidad que de joven me fue arrebatada. Lucharía junto a Raimundo. Sin separarme de él pues ahora no quería más compañía que la suya.

Me acerqué a sus labios y los besé dulcemente. Escuchamos de pronto el estruendo de la puerta al abrirse. Nos separamos casi por inercia y dirigimos nuestras miradas hacia una alterada Emilia. Que con escuetas palabras nos informó de que Sebastián se moría.

Miré a Raimundo sin entender nada. Viendo como el rostro de él empalidecía.

Claro, cómo podía haber llegado a pensar que ella podría llegar a… cómo había sido yo capaz de querer sentir algo…No, todo era mentira, todo era burdo, falso, absurdo. ¿Sentimientos? ¡Ja! Engaños de viejas y mujeres, rameras que querían tener a los hombres atados. Pero yo no, a mí no iban a engañarme de esa manera. ¿Qué había conseguido cada vez que había sentido algo? Dolor, más dolor, y más odio.
- ¿Un demonio? Sí, tal vez, demonio, diablo, monstruo…Sí ¿por qué no? ¿Pero qué puedo ser si no? Dices que no has hecho daño a nadie que no lo mereciese, pero y si sí lo mereciese ¿Acaso no merecía un castigo mi padre por abusar y apalearnos a mí y a mis hermanos, unos niños indefensos? ¿O mi madre, por dejarnos a nuestra suerte con él? ¿O el médico que se negó a tratarlos porque no teníamos dinero? ¿O tantas otras personas que a lo largo de mi vida se empeñaron en recordarme que era una escoria porque no tenía cuartos… hasta que los tuve? ¿No hubieras hecho tú lo mismo si hubieras podido? Si tuvieras aquí a mi hijastro, Carlos, que te maltrató, te quitó a tu hijo, ¿no lo castigarías? ¿No harías cualquier cosa por tu hijo y por vengar su muerte? Si no lo harías, es que no eres tan valiente como pareces, pero en el fondo sabes que sí lo harías, que con el estímulo adecuado, por algo que te importase de veras podrías incluso matar, ¿te convierte eso en un demonio como yo?

-No, no lo haría. A Carlos lo odio desde lo más profundo de mi alma. Pero no me merece la pena mancharme las manos de sangre por alguien como él, no merece la pena vivir pensando que he arrasado vidas, aunque lo merecieran. ¿Puedes creer que por un momento pensé que ese Salvador Castro cruel, despiadado y malevolo del que siempre habia oido hablar habia cambiado? ¿Puedes creer que antes al mirarte a los ojos sentí que me decían que deseabas dejar de ser así y calmar tu sed de venganza?

- ¿Qué deseaba dejar de ser así? ¿Cuándo no lo he deseado? No siempre fui así ¿sabes? No siempre fui un ser despreciable, hubo un tiempo en el que era inocente…pero la vida nos cambia, nos forma, juega con nosotros llevándonos por caminos que nunca nos creímos capaces de recorrer. Y sí, he segado vidas, muchas, tantas que he perdido la cuenta, tantas que a veces no consigo dormir porque escucho sus gritos y sus lamentos, y sus rostros pueblan mis pesadillas, y su dolor me invade… y trato de ahogarlos en alcohol, pero ese mágico elixir vuelve a despertar al monstruo que llevo dentro, y vuelvo a ahogar el dolor creando más dolor, y todo vuelve a empezar. A veces me siento enloquecer…pero sé que es mi locura lo que me hace fuerte, lo que me hace seguir. A veces, ahora, al verte…pienso en cambiar, pero las personas no cambian, no podemos, por más que queramos, por más que luchemos, no puedo cambiar toda una vida de maldad porque tú me sonrías y me recuerdes a mi madre, a los buenos tiempos. No, no, no- grité de pronto- Deja de confundirme, no puedo abandonar ahora que estoy tan cerca de lograr mi meta, de vengar a mis hermanos acabando con los que nos lo arrebataron todos, con madre …y Raimundo.

-¿Raimundo? ¿Que te ha hecho él? Ni sabia que erais hermanos. Él no es culpable de tu desdicha. Es un hombre bueno, generoso, justo y lo más parecido a un padre que he llegado a tener, por lo tanto lo quiero como tal.