Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

-Hambre no tengo alguna, mas daría lo que fuese por verte preparando una tortilla a tantas de la noche.- contesté a su ofrecimiento con una amplia sonrisa entre mis labios.

Raimundo también sonrió. Y tras dedicarme algunas palabras bajamos hacia la cocina. Sentándome entonces en una de las sillas y observando como empezaba a buscar en las estanterías, en los cajones y en la misma despensa, aquello que necesitase.

Una pequeña risa escapó entre mis labios al ver expresión de concentración.

Me vio reír y me amonestó cómicamente por hacerlo. Tachándome de cruel y asegurándome de que me arrepentiría de chancearme de él. Reprimí entonces mi sonrisa y continué mirándolo mientras terminaba con su ardua tarea.


Al terminar de hacer la tortilla se acercó a mí. Dejando el plato sobre la mesa y tendiéndome un tenedor. Haciendo alarde de su experiencia como tabernero. Y yo, sabiendo que me miraba expectante por saber mi valoración, tomé con tranquilidad el tenedor y, tras cortar un trozo, probé la tortilla. Saboreándola lentamente. Provocando aún más su impaciencia pues mi rostro no mostraba encanto alguno.

-No está mal.- dije al fin. Meneando a su vez la cabeza de un lado a otro. –Quizás le falte algo de sal para mi gusto.- añadí seria. Encontrando el gesto desencajado de Raimundo. Agaché la cabeza en un intento de contener la risa, mas me fue imposible y al visualizar la tortilla terminé explotando en carcajadas.

Raimundo sonrió y creyendo que no había visto su sonrisa decidió mostrarse mosqueado conmigo. Hablando sobre mi actitud y dirigiendose hacia el otro extremo de la cocina. Decidí entonces seguirle la corriente.

-Vamos, Raimundo…- le dije mientras me levantaba. Acercándome mientras él bufaba. –Era broma, mi amor.- llevé mi mano hacia su rostro haciendo un irresistible puchero al que Raimundo no se pude negar. Destensó el rostro y aproveché para darle sonoro beso en la mejilla. –La tortilla está muy buena.- pronuncié. –Exquisita, la mejor que había probado nunca.- me corregí viendo como me mostraba una amplia sonrisa.

Acorté la distancia que separaba nuestras bocas. Y atrapé su labio inferior entre los míos, en un tierno beso.

-Te quiero.- le susurré al separarme. Tomando después su mano y acercándome con él a la mesa. - Y ahora ven, siéntate conmigo mientras termino de degustar este maravilloso plato.- terminé diciendo con una sonrisa.

Ro que bueno que olviste

Me miraba embelesado mientras yo terminaba de comer la tortilla. Lo miré perdiéndome en su mirada y sonriendo con un rastro de rubor en las mejillas.

-¿Estás seguro de que no quieres probarla siquiera?- le dije, pues apenas unos trozos quedaban. Él negó con la cabeza. Diciéndome que no tenía apetito alguno. Me encogí de hombros. -Tu allá, pero no pienses que si te entra hambre en mitad de la noche voy a ponerme ha hacerte una tortilla.- lo advertí. Encontrando una sonrisa y una zalamera respuesta a la que no pude sino menear la cabeza.

Comí con ganas lo que quedaba de tortilla, pues realmente estaba muy rica y había conseguido despertar mi apetito. Al terminar retiré el plato y estiré mi espalda mostrándome agotada.

Me acarició el vientre asegurando que sería una niña y sonrió ilusionado antes de dirigirnos hacia la alcoba.

Una vez que llegamos, no tardé en despojarme del pesado vestido y ponerme uno de mis camisones. Peinándome después, mi oscura cabellera y enredándola en una trenza. Al terminar me acomodé en la cama. Esperando a que Raimundo hiciese lo propio.
Y poco tiempo derrochó en hacerlo. Se metió en el catre exagerando sobre el tiempo que llevábamos separados y besando tiernamente mis labios, antes de tumbarse por completo a mi lado.

Me giré entonces hacia él. Rodeándolo con mi brazo y apoyando mi cabeza en su mecho. Mientras mis piernas buscaban las suyas.

-Toda mi fortuna hubiese dado por dormir cada noche entre tus brazos. - pronuncié una vez que ambos encontramos la postura más cómoda. –Disfrutar de tu calor, de tu aroma…- susurré.

Él me dio las buenas noches y sonreí al tiempo que el depositaba un tierno beso en mi frente. –Y yo.- respondí ante sus últimas palabras. Besé amorosamente su pecho viendo cómo iba cerrando los ojos para quedar sumido en el más profundo sueño. Y suspiré agotada antes de acomodarme de nuevo en sus brazos. Cerrando mis ojos presa del cansancio y del sueño.

Habían pasado aproximadamente 6 meses desde que Pepa, rotundamente y sin lugar a dudas, me había anunciado que estaba embarazada. 6 meses desde que Raimundo me pidió matrimonio y Pepa y Tristán nos anunciaron que de igual forma iban a enlazar sus vidas. Poco después de aquellas maravillosas nuevas, nos enteramos de que Salvador había sido disparado y, aunque vivo, había caído en coma. Hecho que aproveché para pedir a Don Anselmo que iniciase los tramitas para pedir la nulidad. Y por sus palabras, ya poco quedaría para obtenerla.

En ese mismo tiempo, Emilia había dado a luz a una preciosa criatura. La cual se había convertido en el centro de atención de la familia.
Cerré los ojos y acaricié mí ya abultado vientre. Aun me quedaba para poder tener entre mis brazos a aquel niño y me podía la impaciencia. Raimundo, más deseoso que yo incluso, había pasado todos estos meses desviviéndose porque yo y el pequeño, el cual él se empeñaba en que sería niña, nos encontrásemos a las mil maravillas.

Sonreí. Lo amaba. Simple y llanamente, lo amaba. Adoraba pasar mis días junto a él. Acurrucarme entre sus brazos por las noches. Mirarlo mientras cogía a su nieta y pensar que aquello que tantas veces soñé con Tristán pronto se haría realidad.

Rosario entró en la estancia interrumpiendo mis pensamientos. Diciéndome que traía el desayuno para Raimundo y para mí, pues los jóvenes habían salido bien temprano.

-Gracias, Rosario.- le agradecí. Ella sonrió y se dispuso a marcharse. –Espera.- la paré. -¿Hay fresas?- le pregunté. La criada frunció el ceño, quizás tratando de hacer memoria, y negó con la cabeza. Asentí y tras mi gesto salió de la estancia.

Me recosté hacia atrás en el sofá. Esperando a que Raimundo llegase. Lo había dejado dormido. La noche se me había hecho eterna y en cuanto vi los primeros rayos de sol no dudé en levantarme. Cierto era que me tentaron las ganas de despertarlo, pero dormía tan plácidamente que, tras dejar un tierno beso en su frente, lo dejé descansar.


-Raimundo.- lo llamé desde el mismo lugar en el que me encontraba al ver que no llegaba. La paciencia no era algo que hubiese florecido en estos meses, más bien al contrario. El embarazo me iba calmando el humor a su antojo y tan pronto me mostraba cariñosa y comprensiva como arisca y alterable. Algunas veces tenía la sensación de que resultaba insoportable incluso para Raimundo. Aunque él siempre trataba de llevar mis pataletas con aguante y una forzada sonrisa.


Tardó poco más de cinco minutos en hacer acto de presencia en el salón. Haciendo alarde de toda su galantería y preguntándome él motivo por el que lo había llamado.

-Rosario ha traído el desayuno y el café se te iba a enfriar.- respondí esbozándole una sonrisa. Raimundo suspiró aliviado porque solo fuese eso. Y se acercó. Besando dulcemente mis labios.

Se sentó después a mi lado. Tomando la taza y bebiendo un sorbo de su contenido. Yo tomé una de las galletas de Rosario, mordiéndola sin ganas.


-Como sigas si, hoy no llegarás a trabajar.- le dije. Pues realmente se estaba demorando en el desayuno. O al menos, esa era mi percepción. Él me sonrió, bebiendo entonces otro sorbo y diciéndome que era temprano. –Pues… -me mordí en labio sin saber cómo pedírselo. –Raimundo, ¿podrías ir a por fresas?- pronuncié.

Sonreí ante su reacción. Soltó el café, haciendo referencia a mi anterior antojo. E informándome con voz resignada de que iría en la Calesa, las compraría y las mandaría con el cochero.

-De acuerdo.- respondí. Asintiendo a su vez con la cabeza.

Raimundo se dispuso a levantarse, suspirando pues acababa de fastidiarle su tranquilo desayuno. Llevé mis dedos a la comisura de mis labios. Recordando algo que no haría demasiada gracia al Ulloa.

-Pero…- pronuncié haciendo que me mirase. –Verás…- pensaba como decírselo. –Pepa y Tristán salieron al pueblo esta mañana y al parecer… tuvieron que ir a pie pues la Calesa no estaba disponible.- le dije. -El cochero tuvo ayer un pequeño accidente, así que... tendrás que ir andando.- le dediqué la mejor mirada que tenía esperando que él no protestase demasiado.

Esperé paciente a que regresara. Tuve la intención de revisar algunas cuentas de la finca. Pero, después de haber pasado la noche en vela tratando de encontrar una postura cómoda y conciliar el sueño, aquello me parecía imposible. Y no era extraño pues con el embarazo algún día que otro me resultaba una ardua tarea tener que encerrarme en el despacho para cuadrar cuentas, cerrar acuerdos con compradores y demás.

El reloj sonó dando las once. Sonreí al pensar en Raimundo. Quien en ese instante había de estar recorriendo los caminos para traerme las fresas que aquella mañana se me habían antojado irremediablemente. Mas, mi sonrisa se tornó en preocupación al verlo llegar. Con el pantalón rajado, lleno de barro y una bolsa nada generosa.

Dejó las fresas sobre la mesa y, tras decir lo estrictamente necesario, se encaminó hacia las escaleras.

-Raimundo,- lo llamé pasada la sorpresa inicial. Dirigiéndome hacia el recibidor pues él se encontraba en las escaleras. -¿qué te ha pasado para que vengas así?- le pregunté preocupada. Él comenzó a explicarme su odisea. Y no pude evitar mirar la bolsa, viendo las 7 fresas que habían sobrevivido a todo lo que me contaba. Dolorido subió las escaleras. Mientras yo, con la bolsa de fresas en la mano, me dirigí hacía el salón. Sentándome en el sofá y tomando una fresa que me supo a gloria.

Casi terminé con todas las que Raimundo había traído antes de que él bajase una vez aseado. Entró en el salón diciéndome que ya se marchaba hacia la Casa de Comidas.

-¿Vendrás a la hora del almuerzo?- le pregunté esperando que su respuesta fuese positiva. Pero no lo fue. Y suspiré al saber que pasaría gran parte del día sin él. –Está bien, pero cuando regreses tráeme algunas fresas más, por favor.- le pedí. Pronunciando aquellas últimas dos palabras en un tono especial.

Él asintió. Depositando después un dulce beso en mis labios.

-Te quiero, amor.-le susurré antes de que se separarse. Viendo entonces como, tras regalarme una sonrisa, tomaba rumbo hacia la puerta.

Volví de la Puebla con Laura, mi niña en brazos. Le acababamos de venir de comprar un precioso vestido de volantes, Nada más entrar a la habitación, llamaron a la puerta. Nos encontramos delante de la puerta con Francisca, la mismisima Francisca Montenegro.

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Laura, foreros. Foreros, Laura. Esta va a ser la niña de Emilia ;)

Me mecía en la mecedora sin poder concentrarme en la lectura. Después de comer había subido a la alcoba a descansar. Y tras pasar un rato en la cama decidí coger un libro para matar el tiempo. El cual se me hacía eterno pues, a excepción de las criadas, nadie había en la Casona.

Suspiré al tiempo que cerraba el libro. Dejándolo, al igual que los anteojos, en la mesita que tenía a mi derecha. Continué meciéndome. Observando la habitación. Encontrándome con los pequeños patucos que estaban a los pies de la cama. Y que yo misma el día anterior había hecho.

Agarré con las manos los posabrazos, ayudándome a levantarme de la mecedora. Acercándome a la ventana y viendo como el sol aún no había empezado a caer. Dejé salir otro suspiro. Si me quedaba allí más tiempo moriría de aburrimiento.

Decidí coger algo de abrigo y dar un paseo hasta el pueblo. Al llegar me detuve en los puestos. Fijándome en las fresas por las que había mandado a Raimundo hasta allí aquella misma mañana.

Entré en la Casa de Comidas, parándome un instante en el umbral de la puerta. Viendo como dedicaba a los parroquianos la misma sonrisa que a mí me alegraba los días.

-Buenas tardes, Raimundo.- lo saludé una vez que se dio cuenta de mi presencia.

Se acercó a mí. Tomándome de la mano y saliendo ambos hacia el patio. Acariciando mi vientre antes de rodearme por la cintura, provocando que yo llevase mis manos hacia su pecho para separarlo pues estaba segura de que todos nos miraban.

-No aguantaba más tiempo sola en la Casona.- respondí a su pregunta. – No sé dónde habrán ido Tristán y Pepa, pero no volvieron a comer y con Rosario faenando, ya me dirás que entretenimiento tenía allí.- protesté. Encontrándome con la peculiar sonrisa de Raimundo. –Además, -pronuncié. –necesitaba verte.- le confesé en un susurro.

Miré hacia los lados buscando los ojos curiosos de algún pueblerino, y al no encontrarlos acorté la distancia que nos separaba. Tomando sus labios tan tierna como cálidamente.

-Voy a ver si tu hija está en su habitación y después… ¿no podrías salir hoy un rato antes?- le supliqué. Él sonrió diciéndome que haría lo posible. Sonreí también y besé fugazmente sus labios. –Nos vemos dentro de un rato.- me despedí antes de dirigirme hacia la habitación de Emilia, con la que había entablado una buena relación a lo largo de los meses.

Llamé a la puerta. Y tras, escuchar un “adelante”, entré.

-Buenas, Emilia.- dije al tiempo que le esbozaba una sonrisa.

-Buenas Francisca.- Le acerqué a Laura, que la recibió con los brazos abiertos.-¿La quiere cojer?

Me ofreció tomar a la pequeña en brazos. Y asentí de mil amores. Emilia se acercó entonces y la pequeña Laura extendió sus brazos hacia mí. Le sonreí cariñosa mientras la cogía. Aquella niña no era sangre de mi sangre pero de igual forma la quería, pues a fin de cuentas era la nieta del amor de mi vida y padre de mis hijos.

-Es preciosa.- pronuncié una vez que la tuve entre mis brazos.

Tras aquella conversación con mi amor, Tristán y yo decidimos que si nuestro pequeño era chico lo llamaríamos como él, y si era chica, la llamaríamos Alba.

Pasaron 6 meses, probablemente de los más hermosos de mi vida. Finalmente decidimos ocntarle a Francisca de mi embarazo, y lo aceptó bastante bien. Emilia dio a luz a una niña preciosa, a la que llamó Laura. Salvador acabó en coma, y lo sigue estando, no tenemos garantías de que algún día vaya a despertar. Francisca también contó lo de su embarazo y su boda con Raimundo y así lo hicimos Tristán y yo, aunque preferimos dejar nuestro enlace para después del parto.

Y yo ya estaba embarazada de 8 meses y algunos días, y enamorada como nunca. Martín pudo venirse con nosotros a la Casona, y se quedó a vivir, con su familia, con quién debía estar.

Los primeros rayos de luz me hicieron despertar. Abrí los ojos y nada más hacerlo, vi a Tristán mirandome atentamente, sonriendo.

-Eres tan bella- me dijo

-No se yo si estaré tan bella, después de 8 meses de embarazo- le sonreí

-Te equivocas, cada día estas más y más hermosa- me dijo dandome un dulce beso

-Si... Yo también lo pensé cuando la ví... No puede imaginarse como me siento... Bueno, realmente si lo sabe, usted tuvo a Tristán y a Soledad... Es una sensación rara, diferente... Y no se puede imaginar como la quieren todos... Su padre la malcria. Va a ser una niña consentida. Lo sé. Pero...

Francisca me interrumpió sin dejarme terminar...

Emilia comenzó a hablar. Diciéndome lo que ya sabía. Que Laura se había convertido en el centro de atención de la familia y que Alfonso se deshacía en atenciones para con ella.

-No tienes nada de lo que quejarte.- la interrumpí. -Esta niña es preciosa y que mejor que tener un padre que la mime con esmero.- proseguí. Meciendo a la pequeña entre mis brazos. -¿Sabes?- pronuncié. -Salvador nunca tuvo nunca un buen gesto con mis hijos.- mi mirada se entristeció y con la mía la suya. Suspiré. -Pero a veces, y a escondidas, me acercaba a la plaza para mirar como tu padre jugaba con Sebastián y su inseparable compañero, mi hijo.- sonreí. -Raimundo sin saberlo se portó como lo que era para Tristán, su padre.- ella me miró con cariño, diciéndome que pronto su padre tendría un nuevo hijo con el que jugar. -No veo el momento.- bromeé.

Han pasado seis meses,seis largos meses en los que Salvador seguía en coma y lo único que me hacia feliz era mi preciosa nieta Laura y los embarazos de la señora y de Pepa que estaban muy avanzados.Me moría por tener a esas criaturas en mis brazos y colmarlas de mimos.Como el sol aun no se había escondido y en la casona estaba todo en orden,me encamine a la casa de comidas deseosa de ver a mi nieta.

Pasaron seis meses,no me podia creer que el tiempo pasara tan rapido, era feliz, cada dia que pasaba lo era más. Emilia tuvo a Laura,una preciosa niña. Salvador estaba en coma,y ya no teniamos esperanza de que despertara. Martin se vino a vivir con nosotros, y cada vez me sentia más dichoso.

Amaneciò,y yo estaba al lado de Pepa,observandola con una sonrisa,observando su abultado vientre,pues ya estaba de ocho meses y algunos días, no la dejaba hacer practicamente nada,me estuve informando y en el ultimo mes de embarazo sobretodo hay que guardar reposo,despertó y continué con mi sonrisa.

-Que bella eres -le dije-

Me dijo que a sus ocho meses no estaba bella.

-Te equivocas. Yo cada vez te veo mas y mas bella. -le di con el dedo en la nariz sonriendo- ¿Te ha dejado dormir bien hoy,o te ha dado mucha guerra? -pose mi mano sobre su abultado vientre.-

Le sonreí y le acaricié la mejilla con cariño.

-He dormido bien, de verdad- le sonreí

En ese instante entró Martín por la puerta corriendo feliz y gritando:

-¡Padreeeeees!

Y se tiró encima nuestro, en la cama.

-Cuidado Martincillo, no querrás dañar a tu hermanito- le dije dándole un sonoro beso en la mejilla y acariciándole el pelo cariñosamente.

Foreros una cosa... Recuerdo que a Don Anselmo lo tengo yo que estamos ahí investigando junto a Sole y una cosa... cuidado con lo de la nulidad que si no... pobre sebas ahí trabajando para ná jejejeje

Seguid por favor! Os leo todos los días y cuando acabo solo voy actualizando la página para ver si habéis seguido escribiendo. Buenoo... no sabéis na'. Estay engancha'!