Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Asentí. Tristán le cogió en brazos para poder llevarle con más facilidady nos dirigimos hacia la Casona, a prisa.

Por el camino pudimos comprobar que Salvador estaba muy grave y que en la Casona yo no tendría los utensilios necesarios para atenderle. Así que decidimos ir al consultorio, D.Julián sabría que hacer.

Sentía una sensación de angustia en el pecho que ni yo misma comprendía. No era para mí un ser querido, ni mucho menos, o al menos eso intentaba hacerme creer a mi misma.

Finalmente llegamos al consultorio, a duras penas, pues Salvador no pesaba precisamente poco y Tristán se cansó mucho llevándole. Yo le decía que me dejara llevarle un rato a mi, pero él se negaba en rotundo.

Llegamos y tuvimos suerte. Pues D.Julián no estaba con ningún paciente. Nos preguntó que había ocurrido y le relatamos todo lo sucedido.

Al principio no quiso ayudarnos. Sentía un gran odio hacia Salvador. Pero, finalmente y tras nuestras insistencias, dijo que no dejaría morir a nadie, si podía intentar salvarle la vida.

Dijo que la herida era muy grave, porque la bala le había traspasado el pulmón, pero que intentaría sanarle.

-¿Y vosotros no tendríais que estar en el "entierro de Sebastián y Soledad"?- preguntó Don Julián

-¡Cierto!- dijimos a la vez

-Pues id, no os preocupeis, yo os mantendré al tanto de todo lo que ocurra. Haré todo lo posible para salvarle la vida, os lo prometo.-nos dijo sinceramente

Tristán y yo marchamos corriendo hacia la Casona.

-¡Menudo día llevamos!- le dije jadeando por el cansancio

Él asintió sonriendo y me tendio la mano como muestra de su apoyo.

Al fin llegamos a la Casona y nos encontramos a Francisca y a Raimundo.
Nos miraron sorprendidos al ver nuestro aspecto, empapados de arriba a abajo y preguntaron por Salvador, pero les dijimos que luego se lo explicaríamos todo.

Subimos a cambiarnos de ropa para el entierro. Tristán me dejo un vestido negro de Soledad.

Bajamos al salón. Mauricio avisó de que la calesa estaba lista, los cuatro nos dirigimos hacia el entierro, intentando mostrar la mayor tristeza posible.

Llegue al cementerio y vi a Alfonso y a Emilia, me sentí morir al ver la mirada de reproche que me dedico mi hijo nada mas verme y se dirigió a mi.

-Solo quiero decirle que no se acerque a mi mujer ni a mi hijo,jamas le perdonare el dolor que me ha causado-.Yo senti que el mundo se me caía encima ante esas palabras.

-No puedes pedirme eso te lo ruego,no me prives de ver crecer a mi nieto,Alfonso perdóname yo..- Antes de que pudiera acabar la frase se alejo con Emilia que me miro apenada.

Yo sentí que el alma se me desgarraba,mi hijo jamas me perdonaría y no podría ver crecer a mi nieto aquello era mas de lo que podía soportar. Rompí a llorar desconsolada,llanto que los vecinos achacaron a la muerte de los muchachos,En ese momento vi llegar a la señora acompañada de Raimundo,Tristan y Pepa.Al llegar a mi altura la señora me pregunto donde había estado.

-Lo siento señora,pase por la casa de comidas a ver a Alfonso y Emilia y se me fue el santo al cielo- Ella pareció quedar convencida y nos adentramos todos en el cementerio.

Llegamos al consultorio a duras penas puesto que Salvador pesaba mucho, Pepa se ofreció a cogerlo, pero me negué tajantemente, cuando llegamos el doctor no quiso ayudarle, odiaba demasiado a Salvador, pero tras nuestra insistencia aceptó y nos dijo que marcharamos para el entierro, así lo hicimos, por el camino noté a Pepa exhausta, era verdad, llevábamos un día realmente cansada, la cogí de la mano.

Cuando llegamos a la casona vimos a mi madre y mi padre, se extrañaron por nuestro aspecto, y nos preguntaron que había ocurrido y por Salvador, les dijimos que se lo explicaríamos todo más tarde, subimos, y le dí una toalla a Pepa para que pudiera secarse, y le presté un vestido de Soledad, cuando nos cambiamos bajamos, y la calesa estaba lista, los cuatro subimos intentando mostrar tristeza, por el camino Pepa se apoyó en mi pecho, mientras le acariciaba el pelo.

Tras el almuerzo, en el que apenas comimos nada, fuimos a descansar un rato a mi alcoba. Sin dejar de hacernos, eso sí, mil y un arrumacos. Al llegar la hora conveniente, nos dispusimos a vestirnos. Por suerte Raimundo no se había llevado toda su ropa y, entre lo que quedaba, encontró lo necesario para asistir al "funeral" de nuestros hijos.

Yo revisé entre la multitud de negros trajes que tenía, tomando el más apropiado. Una vez que me lo hube puesto me dirigí hacia el tocador. Colocándome entonces el tradicional velo. El cual, en este momento me serviría para poder ocultar con más comodidad mis verdaderos sentimientos. Que no eran de tristeza sino de alegría.

Cuando ambos estuvimos listos bajamos hacia el salón dispuestos esperar a Tristán y a Pepa. Lo que no hizo falta, pues allí los encontramos. Con un particular atuendo y varias cosas que explicar.

Los jóvenes subieron a cambiarse y al bajar, tras una chanza de Raimundo, nos dirigimos hacia la Calesa. Empezando así nuestro teatro.


Al llegar a las puertas de la iglesia, en la que se celebraría la misa, pudimos ver que casi todo el pueblo estaba allí reunido. Los Castañeda. Los Mirañar. Amigos de Raimundo. Y conocidos míos.

-No sé si podré con esta farsa, Raimundo.- le susurré viendo como Pepa y Tristán, delante de nosotros entraban en la casa de Dios. Observando como los primeros pueblerinos se acercaban a ellos para darle el pésame.

Llegamos a la Iglesia, estaba practicamente todo el pueblo. Tristán y yo entramos delante de Raimundo y Francisca.

Los Mirañar fueron los primeros que se acercaron a darnos el pésame. Se les encontraba verdaderamente dolidos.

En ese momento por mi cabeza pasaban gran cantidad de preguntas y no estaba en absoluto centrada en lo que tenía que estar. Mi mente estaba con Salvador. No hacía mas que darle vueltas a la cabeza, pensar en por qué le habían disparado. Ciertamente, el por qué me lo imaginaba, Salvador no era precisamente la persona más querida de Puente Viejo. Ese hombre... Su rostro, me resultaba tan familiar, aún así no conseguía adivinar quien era.

No sabía que sentir. ¿Alivio? Porque la vida del hombre que había matado a grabn cantidad de personas, incluída mi madre, pendía de un hilo. ¿Tristeza? Porque se trataba de mi padre, y muy en el fondo, en lo poco que había estado con él, había experimentado algún sentimiento que ni yo misma entendía. ¿Cariño? No lo podría llamar así, tener cariño a un asesino...

No sabía ni que hacer, ni que pensar, ni que sentir. Estaba como ida.

En ese instante Tristán me dio un cariñoso golpecito con el codo para llamar mi atención.

-Pepa, La Señora Mirañar te estaba preguntando por como te encuentras- dijo Tristán

En ese instante salí de mi nube de pensamientos y me di cuenta de que, efectivamente, Dolores se había dirigido hacia a mí. Intenté poner el gesto triste, no me costó mucho, pues en el fondo lo estaba y la contesté:

-Bueno, todo lo bien que se puede encontrar uno después de una pérdida como esta- dije

Ellos asintieron y se despidieron. Tristán me agarró fuerte del brazo, como muestra de su apoyo y seguimos recibiendo las condolencias de todas las personas del pueblo.

Cuando llegamos los mirañar fueron los primeros en darnos sus condolencias, yo intenté poner el gesto más triste que podía,miré a Pepa de reojo pues parecía que estuviera en otro mundo.

-¿Como están? -nos preguntó Dolores a Pepa y a mí-

-yo agaché la cabeza- Sin creérmelo todavía. -le respondí-

-Dolores y yo miramos a Pepa que estaba con la mirada fija en algún sitio, dolores le volvió a preguntar- ¿Y tu Pepa,como estás?

Pero ella no respondía, le dí un suave golpecito con el codo para llamar su atención.

-Pepa, La Señora Mirañar te estaba preguntando por como te encuentras- le dije.-

Y Pepa, al fin bajando de su nube, le contestó, la agarré fuerte del brazo mostrándole mi apoyo, y la gente seguía viniendo a darnos el pésame.

Me estaba comenzando a cansar de tanto teatro, la verdad que por dentro estaba feliz, muy feliz, Pepa y yo nos ibamos a casar ¿hay mayor felicidad que esa?. Pero en ese instante, me vino Salvador a la cabeza, yo jamás desearía la muerte de nadie, ni siquiera de aquel ser tan despreciable, que me pegaba, y violentaba a mi madre y a mi hermana, pero no quería que muriera. Cogí una copa y me senté en una de las sillas, con un lío de pensamientos rondando mi sesera.

Contuve mis ganas de reír cuando Raimundo hizo referencia a su ateísmo. Y agaché aún más la cabeza al escuchar un “amor mío”, evitando así que la sonrisa que inevitablemente apareció en mis labios.

Rosario se acercó a nosotros acompañada por sus hijos, quienes educadamente nos saludaron y nos dieron su más sentido pésame. Mostrándose educados conmigo y atentos y cercanos con Raimundo.

Tras ellos vinieron los Mirañar. Y ellos si pasaron un poco de Raimundo para centrarse en asegurarse la alcaldía conmigo. Aguanté cada una de sus palabras como pude. Haciéndome la hundida. Y después de darle las gracias por su atención, pasaron decirle a Raimundo cuanto sentían la perdida de Sebastián.

Sin embargo, el joven de los Mirañar se quedó mirándome mientras sus padres hablaban con el Ulloa. Y, al tiempo que me decía que no imaginaba cuán difícil seria la pérdida de una hija, se acercó a mí. Abrazándome como si de un igual se tratase.

Quedé sin aire en aquel momento. Sintiéndome, ciertamente, divertida ante aquella situación. Los padres de Hipólito no tardaron en agarrarlo y amonestarlo por su comportamiento, al tiempo que tomaban rumbo había los bancos de la iglesia para escuchar la misa.

EDITADO: Que estaba repetido.

-Raimundo…- susurré negándome a fingir nada. Negándome a dar más espectáculo del que ya estábamos dando. Mas, volvió a suplicar y suspiré como respuesta.

Di un par de pasos hacia delante, donde estaban los bancos. Y, sabiendo que Raimundo estaba detrás de mí, cerré los ojos y me dejé caer poco a poco. Como si fuese uno de los mareos que el día anterior, mismo, me habían sobrevenido.

Me senté en una silla junto a Tristán. La misa no tardaría mucho en comenzar. Pero de pronto vimos un cúmulo de gente congregada al lado de los bancos de la izquierda de la Iglesia. Y a Francisca en los brazos de Raimundo, parecía haberse desmayado. Nos íbamos a dirigir hacia allí cuando Raimundo nos guiñó el ojo, cómplice.

Dijo que se iría con ella para que pudiera tomar el aire. Nos ofrecimos a ir con ellos pero Raimundo se opuso, dijo que era mejor que se quedase alguien en nombre de la familia. Aceptamos y volvimos a nuestros sitios, como todas las demás gentes.

La misa, dada por el cura de La puebla había comenzado ya.

Me acorraló contra la puerta. Disculpándose al tiempo que me mordía el lóbulo de mi oreja y llevaba sus manos hacia el final de mi espalda. Acercándome a él y diciéndome que no había nada que nos impidiese hacerlo.

Golpee su pecho, entonces. Intentando alejarlo.

-¡Te has vuelto loco!- exclame. -Raimundo aquí no.- casi le suplique. -Estamos en un la casa de Dios, por favor, no.- me negaba. Viendo en sus ojos aquella picara mirada que él no estaba dispuesto a quitar. -¡Eres un maldito hereje!- le dije empleando un tono más alto. –Un…- pero aquel nuevo insulto quedó recogido en los mismos labios que Raimundo había comenzado a besar apasionadamente.

Me tumbó en la cama mientras decía una de sus chanzas. Y después, poseyó nuevamente mis labios. Llevé mis manos hacia su pecho dispuesta a apartarlo. Cuando sentí como los labios de Raimundo recorrían el camino que había desde mis labios hasta mi cuello. Notando entonces como atrapaba suavemente mi piel entre sus dientes, para después acariciarla con la punta de la lengua.

-Raimundo.- gemí.

Provocando que él volviese a poseer mis labios, al tiempo que buscaba el extremo de la falda para levantarla.

Mis manos. Que aún estaban colocadas en su pecho bajaron hacia sus pantalones. Desabrochando los botones de él. Haciéndole ver que en aquel momento me daba igual estar en una iglesia.

Me dejé hacer por las caricias que Raimundo iba dejando en mis muslos. Mientras yo, entre gemidos y respiraciones aceradas, llevaba mi boca hasta su oreja.

-Déjame a mí.- pronuncié. Y antes de que él relacionase a que me refería. Me giré hasta quedar sobre él.

Miri eres lo mas¡¡¡¡
la escena de GOZOCHOZO en la iglesia
hace 10 min que lo he leido y aun sigo riendome ¡¡¡
sigue asi, eres una artista

La misa comenzo,se hizo un tanto larga,y cuando al fin acabo,decidimos Pepa y yo ir a avisar a mis padres,cuando entramos de golpe y sin llamar mis ojos se abrieron como platos,al observas aquella incomoda situacion,ambos se taparon como pudieron,yo seguia atónito cuando Pepa dijo entre dientes que seria mejor que nos fueramos,asi pues salimos cerrando la puerta a nuestro paso.

-¡Dios mio! -le dije a Pepa,soltando una leve risa-

Cundo acabó la misa Tristán y yo decidimos ir a avisar a Francisca y a Raimundio. Entramos sin llamar y les encontramos... Bueno... Me imagino que ya os haceis la idea... Entré dientes, le dije a Tristán que debíamos salir y así lo hicimos tras ver el gesto de Raimundo pidiendonos que les dejásemos solos de nuevo. Cerramos la puerta corriendo y nos miramos sonriendo.

-¡Dios mio!- dijo Tristán riendo

-Parece que el desmayo de tu madre era grave- le dije tapandome la boca con las manos sin poder parar de reirme.

Reí con Pepa, cuando ironizó diciendo que el desmayo de mi madre parecía grave.

-Sí,sí, yo la he visto mal muy mal...-seguí riendo a carcajada limpia-

-Debimos aver llamado-dije llevando mis dedos al tabique nasal, pero soltando una carcajada tras otra

-Que situación mas vergonzosa...- dije mirando a Tristán

-¿Lo siento? ¿Lo siento?- exclamé una vez que conseguí¬ pronunciarme. Roja aún de vergüenza por la situación vivida y el enfado que en aquel momento incrementaba hacia Raimundo.


Me levanté de la cama tan rápido como él lo había hecho segundos antes. Cogiendo mi ropa y comenzando a vestirme. Manteniendo un incómodo silencio y mostrando en enojo que sentía con mis movimientos. Mas, poco tardé en romper en reproches.


-Vamos, Francisca, confía en mi.- lo imité por lo bajo irritada. -Ningún pecado cometemos...- seguía¬ parodiándolo. -Nos dará tiempo a repetir.- continué. Terminado entonces de abrocharme el vestido y dirigiéndome a él. -Claro,- dije más fuerte y, ésta vez, sin usar su tono. -solo la partera y mi hijo, nuestro hijo,- apunté. -han entrado en la habitación, que resulta ser de Don Anselmo, y nos han visto...- suspiré dejando aquella frase tal y como estaba. Evitando así¬ entrar en detalles. -Y por supuesto,- pronuncié al caer en la cuenta de ello.-da gracias a todo aquello en lo que no crees por que no haya sido el párroco de la Puebla, que si no nos hubiese excomulgado a los dos. ¡O peor! Dolores Mirañar, que ahí no solo hubiésemos terminado excomulgados sino también en todos los periódicos de la comarca.- proseguía con mi enfado. Haciendo mil y un aspavientos con mis manos. Sin mirarlo realmente, ya que andaba demasiado ensimismada en mi propio pudor. Yo también había tenido mi parte de culpa en aquella situación. Pero, ¿y qué? Aun así no iba a reconocer que me había dejado llevar por un arrebato. Por la pasión que él me provocaba.


Me alejé entonces de él. Dispuesta a buscar mis zapatos. Encontrándolos y sentándome en la cama para ayudarme a ponérmelos. No tardé demasiado en hacerlo. Y al levantarme, las siguientes palabras que pronuncié fueron para él.


- Has sido un completo insensato, Ulloa.

Tristán sonrió ante mi respuesta. Por la puerta salieron Francisca y Raimundo, ya vestidos y listos.

No pudimos evitar reirnos al verles, sobre todo al contemplar el rostro de Francisca, era todo pudor.

Teníamos que ir hasta el cementerio para allí, enterrar los cuerpos. Reímos de camino por alguna de las chanzas de Raimundo. Eso sí, intentábamos que no se notara nuestra alegría en demasía.

Llegamos al cementerio y el entierro comenzó, yo lo único que tenía ganas en ese momento es que terminara todo aquel teatro, no era agradable ir a un entierro, y mucho menos tener que fingir pena cuando por dentro estás lleno de alegría, le hacía arrumacos a Pepa, pero con medida, para que los pueblerinos no lo notaran, porque no era lo más acorde en ese momento.

Después de un largo rato, el entierro al fin acabó, le dije a Francisca y a Raimundo, que nosotros volveríamos a pie, ellos asintieron y nos fuimos caminando, atajando por el bosque, cuando estabamos lejos de las miradas de la gente, al fin pude sonreir con tranquilidad y abracé a Pepa.

-¡Al fin! Se me ha hecho eterno. -le dije rodando los ojos-