Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Llegamos al salón.

-Pues preferiría afuera. -sonreí- Hace un tiempo buenísimo.

¿Tiempo? Queria tiempo. Tiempo para pensar. Para aclarar sus ideas. Suspiré. Imitando su gesto y reclinándome hacia atrás. “Tiempo” resonaba en mis oídos. Pero, ¿cuánto? Aquella era la pregunta que me punzaba el alma. Sí, había estado 30 años separada de él, años para mí habían sido suficientes. Mas… Esto… Era diferente. Cómo pasar los días alejada de Raimundo a sabiendas de que me seguía amando. Cómo sobrevivir sin besarlo, sin tocarlo, sin sentirlo. “Solo será un tiempo, Francisca”. Me reprendí ante la actitud extremista que mis pensamientos estaban tomando.

Alcé la ceja al escuchar como acababa aquella frase que había empezado antes de soltar mi mano y acomodarse en la silla. Si las miradas matasen hubiese caído fulminado en aquel mismo instante. Pero, por suerte, no lo hacían y solo conseguí que una carcajada saliese por su garganta.


-Te dejo solo entonces.- le dije medio enfadada medio alicaída. –No quiero molestarte ni entretenerte mientras piensas en cómo le dirás a todas esas mujeres que tu corazón está ocupado.- solté socarrona. Levantándome entontes más rápido de lo que debía y apoyándome, al perder la estabilidad, en la mesa. Cerrando los ojos un segundo para que Raimundo tampoco se preocuparse en demasía.

Respiré hondo. Girándome, una vez que me vi con fuerzas, hacia la salida del jardín. Pero, Raimundo se adelantó. Tomándome la mano y haciendo que de nuevo me volviese hacia él. Diciéndome que solo había sido una chanza.

-Lo sé. Pero como comprenderás no me es fácil saberte frente a mí, escuchando que me amas, que me entiendes…- a mis ojos vino el picor típico del llanto. -No quiero perderte, mi amor.- pronunciaron tiernamente mis labios. A sabiendas de que llamarlo por aquel apelativo quizás sería un error. –Si quieres tiempo lo tendrás.- le sonreí calmando la pequeña lágrima que en mis ojos brotó. -Aunque enloquezca en el intento de aplacar mis ganas de sentirte.- añadí en un tono más bajo. Casi susurrado.

-Vayamos afuera pues- le dije

Salimos al jardín, cierto era, el día era magnífico, el sol lucía y daba un calor agradable. En el jardín nos encontramos a Raimundo y a Francisca.

Si solo su cercanía me resultaba un tormento, en aquel momento estaba muriendo.
Escuché sus palabras mientras sus gestos decían lo contrario. Noté sus caricias mientras seguía explicando aquello que yo ya había entendido y se empeñaba en recordarme. Besó mi mejilla pronunciando acto seguido un “te quiero”. ¿A qué se suponía que había de atender ahora? Me pedía tiempo y ahora… Ahora casi sentía como su corazón bombeaba pegado a mi pecho.

Llevé mi mano hacia su mejilla cuando, tras separarnos un poco, clavó su mirada en la mía. Y poco después pude ver como cerraba los ojos. Acercando, peligrosamente, sus labios a los míos. Me estremecí ante la cercanía. Para sentir, tras un eterno segundo, sus labios junto a los míos. Tanteándonos antes de disponernos a hacer más profundo aquel beso. Notando como un terrible cosquilleo me recorría de pies a cabeza.

Pero aquel dulce beso se vio interrumpido por las voces y risas de Tristán y Pepa. Las cuales hicieron que el cosquilleo que sentía se tornase en rubor en milésimas de segundo.

-Buenos días.- los saludé. Aun me extrañaba verlos juntos sin pudor alguno. Mostrando su amor a todos. Y haciéndonos, odiosamente, participe de él a aquellos que los rodeaban. Pero había de reconocer que mi hijo mostraba la mejor de las sonrisas con ella y su felicidad, había de ser mi felicidad.

Estaban muy juntos, muy pegados el uno al otro. Me extrañó pues supuse que después de contarle la verdad a Raimundo, el tendría que pensar en muchas cosas. Pero no sería yo quien les juzgara, tal vez no era lo que a mi me más me hubiera gustado para Raimundo, pero se notaba que le amaba, y eso era lo verdaderamente importante.

Francisca nos saludó, algo seria.

-Buenos días- les saludé yo también

-¿No hace una mañana preciosa?- dije para romper el hielo

Raimundo tuvo la genial idea de que Pepa me examinase. Idea a la cual me mostré totalmente reticente.

-Pepa, estoy bien.- le aseguré a la partera tras su ofrecimiento. –Te lo dije ayer y el día de hoy no ha mostrado cambio alguno, estoy bien.- repetí moviéndome un tanto nerviosa. Nerviosismo que ni yo misma entendí.

Entramos en la Casona. Detrás de Raimundo y Tristán, que por petición de este último se dirigían hacia el despacho.

La joven prosiguió en su intento de convencerme. Diciéndome que nada perdería por hacerme aquel simple examen.

-Pero… Estoy bien,- incluso yo llegaba a cansarme de aquella repetición. –no he de hacerme ninguna prueba.- Pepa me miró exasperada. Provocándome pues achacó aquello a cobardía. –Partera.- la nombré haciendo que se callase antes de arrepentirse de sus palabas. Asintiendo después tras su mirada. –Que quede claro que si realmente estuviese enferma iría al consultorio.- aclaré orgullosa. Subiendo las escaleras y llegando a mi habitación con aquella misma pose. Seguida de Pepa, quien paró un instante para coger su maletín.

Bajamos al jardín,allí se encontraban mi madre y Raimu...mi padre, sonreí para mis adentros, el silencio se hizo un poco incómodo, pero Pepa lo rompió diciendo que hacía una mañana preciosa, si es cierto, desde que supe que podía volver a estar con ella, todos los días me parecían preciosos. Raimundo me dijo que quería hablar conmigo, y que Pepa iría a examinar a mi madre, asentí y marchamos, no sin antes darle un dulce beso a Pepa, llegamos al despacho y lo miré sonriente.

-No tan maravillosa- me contestó Raimundo

Me sentí triste por su comentario, aunque sabía que tenía razón, todo dependía de los ojos desde donde se mirara.

Raimundo nos contó que Francisca no se encontraba bien y me pidió si podría examinarla.

Insistí a Francisca en que era lo mejor, y que no perdía nada por intentarlo, pero ella seguía diciendo que no, a la defensiva.

Finalmente aceptó a regañadientes, soltando uno de sus amables comentarios hacia mi persona. Raimundo y Tristán fueron a hablar al despacho y yo me dirigí con Francisca hacia su alcoba.

Saqué de mi maletín las herramientas necesarias para examinarla y una vez lo hube hecho, ya supe lo que la ocurría.

-¿Hace cuánto tiene estos síntomas?- le dije

Le miraba expectante, escuchando atentamente sus palabras, calló y yo me crucé de brazos esperando que prosiguiera. Cuando habló de quedarse, sonreí,pensando que me encantaría que se quedara, me senté frente a él y me dijo: "Gracias,hijo". me encantaba que me llamara así. Le pregunté por el estado de mi madre,cuando me dijo no convencido que seguro que no era nada,cuando me habló de Pepa, de los planes que teníamos, sonreí de oreja a oreja.

-En unos días vamos a hacer una cena para anunciar lo del embarazo, y allí me gustaría...pedirle matrimonio, sé que no se lo va a esperar y quiero darle una sorpresa, quiero decirle delante de todo el mundo que la amo más que a nada en esta vida, y que no aguanto un segundo más en hacerla mi esposa.

Pepa había soltado su maletín encima de la mesilla más cercana. Al tiempo que, por indicación suya me tumbaba en la cama. La joven se acercó entontes a mí con los utensilios que vio pertinentes y permanecí callada mientras observaba como me examinaba.

Pareció terminar y me preguntó por el tiempo que llevaba sintiendo aquel malestar.

-Desde hace ya unos días.- respondí tras reflexionarlo fríamente. –Aunque hasta ayer no fue cuanto creí desfallecer, alguna que otra fatiga sí que he tenido estos últimos días.- apunté.

Vi como la partera fruncía el ceño y se disponía a volver a examinarme.

-¿Ocurre algo malo, Pepa?- formulé asustada al ver su gesto.

Ella levantó la mirada mostrándome una tranquilizadora sonrisa. Volviendo entonces a preguntarme para, supuse, llegar a algún diagnóstico.

Francisca me dijo que se sentía así, desde hace ya algunos días. Pero que hasta el día de ayer no fue a peor. No hacía más que confirmarme mis sospechas.

Noté que temía que fuera algo malo. Le regalé una sonrisa para tranquilizarla y no pude evitar que se me escapara una pequeña risita. Aunque ya estaba complemente convencida de su diagnóstico, la examiné por última vez y finalmente llegué a una conclusión. Aun así, quise asegurarme preguntandola.

-Francisca, ¿Cúando es la última vez que usted...? Ya me entiende- dije con un poco de verguenza dandome cuenta de que ella se sonrojaba

Sonreí al escuchar aquellas palabras de Raimundo,pero me entristecí cuando me dijo que le gustaría haber estado cuando yo nací, a mi también me hubiera gustado disfrutar de mi infancia con él,yo también hubiera sido mucho más feliz.

-Aún no lo he hablado con Pepa, pero estoy seguro que estará de acuerdo conmigo en que usted sea nuestro padrino en la boda. -le sonreí- Y no, no nos marcharemos del pueblo, la criatura nacerá y vivirá aquí en Puente Viejo...padre. -le dije orgulloso de pronunciar esa palabra-

Sonreí ante las palabras de Raimundo, y lo abracé fuerte.

-Yo también estoy orgulloso. -le dije-

Nos separamos y me dio un cachete cariñoso.

-¿cómo iba a privar a mi hijo de tener el privilegio de criarse junto al mejor abuelo de todos? -sonreí-

Mis mejillas ardieron de repente por pura vergüenza.

-¿La última vez que yo...?- pronuncié esperando que no se refiriese a lo que mi mente había pensado en un primer momento.

Pero su mirada resultaba demasiado significativa y trague saliva intentando buscar la mejor manera de enfrentarme a aquella pregunta.

-Yo...- no podía. Se me hacía impronunciable la respuesta. Por un momento pensé en terminar con aquello con alguna de mis típicas borderias, pero no. –La última vez fue la noche antes a que Raimundo se enterase de lo de Tristán.- preferí confesar. Apartándole la mirada en señal de rubor.

Noté como ella suspiraba, aliviada quizás al ver que no la iba a fulminar por su atrevimiento.

-Partera…- la llamé en un susurro. -¿Qué tiene que ver esa pregunta con mi malestar?- le pregunté. Pepa sonrió de la misma forma en la que lo había hecho cuando le pregunté por si algo malo ocurría. Aunque noté como seguía un tanto nerviosa.

Noté que cada vez se ponía más nerviosa y se ruborizaba a cada palabra que salía de mi boca. Finalmente me confesó que su última vez fue un día antes de contar a Tristán la verdad. Todo cuadraba pero... ¿Cómo se lo iba a decir?

Me preguntó la relación entre eso y sus síntomas.

-Bueno... Tiene que ver, pero no se apure que la repito que nada malo es.- la dije algo nerviosa

Ella se incorporó y se levantó de la cama diciendome que fuera clara con ella.

Trataba de tranquilizarme pero no podía. Me levanté de la cama, recolocando bien mis ropas. Dirigiéndome entonces hacía ella.

-Vamos, Pepa.- la apuré. –No he consentido que me hicieses esta absurda revisión para que ahora te quedes callada.- proseguí en un tono de voz elevado.

Y entonces vi como retorcía nerviosa sus manos. Pensando en una manera de dar su diagnóstico. ¿Desde cuándo la Partera no tenía los arrestos suficientes como para dar las noticias a las claras?

Fruncí entonces el ceño. Y si era un tema demasiado comprometido. Tanto como lo había sido su pregunta anterior. Empalidecí un poco ante la idea que cruzaba mi mente.

-Creía que…- suspiré. –Que los primeros síntomas tardarían en llegar.- ella me miró extrañada sin comprender a que me refería. O quizás temiendo que yo sospechase que me ocurría. –Y, ciertamente, pensaba que serían bien diferentes, pero…-proseguía. -supongo que la edad no perdona y…- levanté entonces mi mirada hacia la joven. Quien, al entender a que me refería, no tardó en interrumpirme.

Me dijo que fuera clara y se lo dijera de una vez. Después dijo que creía que ya sabía lo que la ocurría, pero que pensaba que los síntomas serían distintos, dijo que la edad no perdonaba.

-No, no es lo que piensa Francisca- le dije

Lo cierto es que me daba pudor contarle la verdad y me extrañaba a mi misma, pues miles de veces había dado la noticia, siempre un motivo de alegría.

Me cansé cuando Francisca soltó una bordería de las suyas asi que no aguanté más. Puse los brazos en jarra, el ceño fruncido y dije:

-¿No quería verdades? ¡Pues ea! ¡Francisca, está embarazada!

¿Embarazada? No podía ser.

Deseé que el suelo se abriera bajo mis pies. Fruto del rubor que sentí ante tal afirmación.

-Eso no…- traté de refutar. –Pepa esto no tiene ninguna gracia.- le dije tratando de mantener un poco la compostura. Pero ella negó que se tratase de una chanza y volvió a pronunciar su conclusión.

Me separé entonces de su lado. Dirigiéndome de nuevo hacia la cama. Sentándome en ella en busca de estabilidad.

-¿Pero cómo…?- musité. Claro que sabía cómo podía haber ocurrido pero… Ni se me había pasado por la cabeza semejante idea. -¿A mi edad?- pronuncié en el mismo tono. Encontrándome con la respuesta de Pepa. Diciéndome que a mi edad, era menos probable pero no imposible quedar embarazada. –Pero…- de nuevo un “pero” salía por mi boca. Provocando que la muchacha decidiese acercarse a mí. Tomando la palabra.

Francisca me miró extrañada, mas pareciera que jamás se hubiera imaginado lo de su estado.
La expliqué que quedarse embarazada, a su edad, no era lo más normal del mundo, pero sin embargo podía llegar a pasar, como esta vez había ocurrido.

-Pero... Pero... -no hacía más que repetir.

Se sentó en la cama para poder calmarse, no terminaba las frases, se quedaba a la mitad. Yo la interrumpí.

-¿Pero qué, Francisca? Usted bien sabrá como va esto. ¿Acaso no tuvo los mismos síntomas cuando se quedó embarazada de Tristán y de Soledad?- dije alzando un poco el tono

-Pepa, recuerdo las náuseas, los mareos y fatigas que tuve cuando quedé embarazada de mis hijos… pero…- suspiré. –Soy demasiado mayor, partera.- terminé diciendo. Justificándome así por no haber pensado antes en que aquellos síntomas eran los mismos que tuve antaño.

Ella me sonrió. Calmándome con sus palabras.

-¿Estás segura de que esto no tiene demasiados riesgos a mi edad?- le pregunté alzando cómica una ceja tras sus palabras. Provocando así su risa, que contagió a la mía.