Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

-La más bella que jamás han visto mis ojos, y que jamás verán. -sonreí-

Le besé. Cogí el pañuelo que me había regalado la noche anterior y se lo tendí.

-¿Me lo pones? - le dije

Sonreí.

-Por supuesto. -lo cogí y se lo puse- Estás.....-le dije, sin salirme las palabras-

Me lo puso y se lo agradecí.

-Muy agraciada no creo que este, con estas ropas de partera.- dije mirándolas

-Pero el pañuelo es precioso- le sonreí.

-Tú estás agraciada te pongas lo que te pongas, y esas ropas a mí me encantan, así que ¡estás preciosa! y no hay más que hablar. -sonreí-

-No seré yo quién ose contradecirte- le dije

-Claro que no. -sonrío y te beso- Mi madre aún estará desayunando..¿porqué no te quedas un ratito más? -le dijo con una sonrisa pícara-

-Mmm...-dije pensativa

-Esta bien, pero que conste que lo hago por ti. Por pasar más tiempo contigo, soldado- le dije riendome

La volví a besar, cogiéndola en brazos- Todo tiempo es poco. -sonreí-

-Tenemos toda una vida juntos, Tristán- le dije

-Que bonito suena, toda una vida. -sonrío- ¿sabes? he estado pensando que podríamos organizar una cena, para contar lo del embarazo, y para que la gente se entere de una vez que estamos juntos de una vez y para siempre.

-Es una buena idea. Pero que sepas que a mi no me hace falta nadie más mientras que tu estes a mi lado, soldado. Pero, que todo el mundo se entere de que tu eres mía y yo tuyo soy.-le dije enamorada como nunca.

Sonreí, abrazándola, más feliz que nunca.

-Pues daré aviso, y haremos la cena. -la miré y antes de besarla le dije.- Siempre.

Asentí feliz y dije:

-Bueno, ¿Bajamos ya? De seguro que todos ya han desayunado.

Entrecerré los ojos al ver como llevaba sus manos hacia la espalda. Ocultando algo. Quizás aquella preciada joya que yo, intencionadamente, había dejado caer en su bolsillo el día anterior.

Me preguntó por mi estado. Y me limité a contestarle lo que ya había reiterado el día anterior.

-Estoy bien.- respondí con seguridad. Aunque yo misma me había extrañado de lo que Raimundo apuntó acto seguido. –Es solo que estoy un poco fatigada.- sí, eso había de ser. Recordé el vino que tomé con Salvador, y casi hubiese colocado la mano en el fuego porque se trataba de ello. Aunque una vocecilla interior, me indicaba que no estuviese tan segura de ello. Meneé la cabeza. –Algo me habrá sentado mal, supongo.- añadí, finalizando así aquel tema. Al menos, de momento.

Tomé asiento, tras ver como él se sentaba en la silla contraria a la mía. Notando como su mirada se clavaba cual aguja en mi cuerpo haciéndome sentir un terrible cosquilleo, que se hacía incluso incomodo al saber que no me permitiría besarlo.

El olor a té me asqueó de nuevo. Produciéndome una arcada que pude contener. Cogí la taza, aun humeante, y la aparté un poco. Justo donde no me llegaba el aroma, que en otro momento me hubiese sabido a gloria.

Me cogió la mano. Haciendo que toda mi columna vertebral se irguiese. Acarició con su pulgar mi muñeca y justo en ese momento dejó caer el pendiente. Recordando el pasado. Pasado en el que utilizábamos cualquier excusa para simplemente vernos.

-Raimundo…- pronuncié casi sin voz. Agachando la mirada. Tal vez en un gesto de vergüenza. ”Vamos, Francisca, no te achantes ahora.” Me reprendió mi conciencia. Mas, no pude evitar ignorarla. Y aunque en aquel momento levanté la mirada mostrándome todo lo más tranquila que podía. Apartando mi mano de la suya, esperando que no notase que temblaba. –Vaya, muchas gracias.- le agradecí. –Ya creía que lo había…- meneé la cabeza tras encontrarme con la mirada de incredulidad de Raimundo. Desechando la idea de seguir haciéndome la sorprendida.

Suspiré. Reclinándome hacia atrás en el mismo momento.

-¿Te apetece tomar algo?- le pregunté. –Si quieres puedes beberte mi té.- le ofrecí. Mostrándole a su vez una bonita sonrisa. -Aún ha de estar caliente y… ni siquiera lo he tocado.- terminé explicándole.

Rechazó mi ofrecimiento. Regalándome, eso sí, una sonrisa bien parecida a la mía. Apremiándome a hablar de nuevo.

-Raimundo, yo…- no supe cómo empezar. -¿De veras lo recordabas?- le pregunté refiriéndome a aquella vez en la que di un pendiente a Raimundo para que pudiese presentarse en la Casona con una excusa, aunque ciertamente no muy convincente. –Por aquel entonces no concebía la vida sin estar a tu lado a cada segundo. Y la misma me enseñó años después a pasar los años alejada de ti. Enfrentados. 30 largos años, Raimundo.- le dije. Tomándole la mano que antes le había retirado. –Eternos.- apunté con la mirada perdida. –Creí haberme acostumbrado a las frías noches, pero, tras pasar un par a tu lado…- cerré los ojos. –Sé que te es difícil perdonarme, y lo entiendo.- continué comprensiva. –Enterarte de que tienes un hijo no debe ser fácil, y menos cuando se te ha ocultado tanto tiempo.- proseguí. –Pero yo ya te expliqué mis motivos.- apreté su mano. –No te pido que me comprendas pero sí que me entiendas. –Tampoco fue fácil para mí, Raimundo. –Y si ahora quieres irte ningún rencor te guardaré por ello.- sonreí. –Pero no me odies.

-Sí bajemos,aunque espera, tengo que hacer algo...

Sonreí encaminandome hacia la puerta, pero me paré dándole un apasionado beso.

-Ya podemos marchar. -dije sonriente-

Antes de salir dijo que se le había olvidado algo y me dio un tierno y largo beso.

Luego sonrió

-Pero serás ladrón- le dije sonriendo un poco

-¿Ladrón?- dijo él extrañado

Le cogí de las solapas de la chaqueta y lo traje hacia mí.

-Sí, ladrón. Porque me has robado el corazón- le besé de nuevo

Finalmente bajamos al salón.

Estuvimos casi toda la noche rumbo a la Puebla. Tuve que parar un par de veces para que los caballos descansaran y para que Soledad y don Anselmo pudieran acomodarse y dormir. Les tapé con la manta y vigilé que no viniera nadie. Gracias a Dios no se oía ninguna pisada ni ningún murmullo. Estábamos solos.

En la última parada, a causa de la ansiedad acumulada por la situación empecé a tener problemas. Volví a sufrir otro de mis problemas para respirar. El corazón latía demasiado fuerte y lento. Agarré el frasco de las pastillas que me dio don Julián y me tomé una sin dudarlo. Afortunadamente el efecto fue rápido: pude relajarme y respirar mejor.

Llegado el amanecer vi la Puebla cerca de nosotros así que decidí parar para avisar a los polizones. Los caballos tenían que descansar y tanto Soledad como don Anselmo tenían que recuperar fuerzas. Subí al carro y me acerqué a Soledad que dormía plácidamente. Lamenté haberla metido en esto pero no podía permitir dejarla a merced de Salvador. Le acaricié el rostro con dulzura y la besé. Ella se movió soltando un gemido que me supo a gloria y lentamente se despertó.

- Hola princesa.

Ella me contestó con una sonrisa y con otro beso en mis labios. Desgraciadamente don Anselmo se despertó en esos momentos y nos interrumpió.

- Buenos días padre.

- Buenos días hijo. ¿Dónde estamos?

- En la Puebla padre. - dije señalando el pueblo con la cabeza. - Pero antes creo que necesita alguna explicación.

- Ni lo dudes. - dijo incorporándose y mirándome serio. Se recompuso como pudo y prosiguió. - ¿Qué hacéis lejos de Puente Viejo y con esas ropas? Espero que no haya sido solo por vuestra lujuria de juventud porque puedo excomulgaros a los dos.

- Tranquilo padre que no es por eso. La razón es simple y llanamente investigar a su secuestrador.

Empecé a relatarle nuestras intenciones. Don Anselmo, como es normal, nos miró como si estuviéramos locos pero Soledad intervino diciéndole que ella quiso seguirme. Si había alguna posibilidad de liberar a Francisca de una vida de maltrato con Salvador iba a perseguirla. Esas palabras hicieron reflexionar a Don Anselmo que nos miró sin saber qué hacer.

- No os creáis que no os entiendo hijos. Ese Salvador... es el diablo. Pero eso no quita para que lo que estáis haciendo sea una locura. Yo debería volver a Puente Viejo y contar lo que me hizo.

- Padre eso sería un suicidio. Sería la única prueba contra él... ¿cuánto cree que tardará en silenciarle? Además... Virtudes me contó lo que pasó en Asturias. - don Anselmo palideció de repente. - No le juzgo pero la gente lo hará. Si vuelve a Puente Viejo no conseguirá nada. Y le necesitamos para pasar desapercibidos. Tendremos que ir a Valencia y a partir de ahí encontrar las pruebas de Juan. Para eso necesitaremos alojamiento y usted conoce los monasterios donde podremos ir. Padre... le necesitamos. Sólo así liberaremos al pueblo de ese diablo.

Don Anselmo nos miró inquieto pero finalmente contestó.

- Está bien, supongo que tenéis razón. ¿Cuál es el plan ahora?

- De momento reponer fuerzas y después coger un tren hasta Madrid. De ahí partiremos a Valencia.

Cada uno cogió algo para desayunar y comimos en silencio.

Me agarró de la camisa y me volvió a besar, y sonrientes bajamos al salón.

-¿te apetece desayunar aquí o prefieres fuera? -le pregunté-

Una vez hubimos bajado Tristán me preguntó por donde quería desayunar.

-Donde tu elijas estará bien- le dije