Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Posé mi frente con la suya, y mirándola a los ojos le dije.

-No te lo prometo, te lo juro, siempre Pepa, siempre.

Posó su frente contra la mía y pronunció esas palabras que hicieron que me tranquilizara, y me rindiera al sueño entre sus brazos.

Se durmió en mis brazos, y yo, dificultosamente logré coger una manta que nos había dejado el doctor y la tapé bien, volviéndola a recostar entre mis brazos, yo intentaba coger el sueño, pero no podía,Carlos podía aparecer en cualquier momento, aunque me daba igual no poder dormir, viéndola a ella, me daba por satisfecho.

De pronto Carlos abrió la puerta y entró en la habitación, me separó de Tristán tirándome al suelo y le apuntó con una pistola. Le supliqué que no le hiciera nada pero disparó. Uno, dos, tres, cuatro veces. El dolor me embargaba, el dolor por haber perdido al amor de mi vida.

Al fin me había dormido, cuando en mitad de la noche desperté, Pepa estaba gritando mi nombre, lloraba,estaba teniendo una pesadilla.

-¡Mi amor, mi amor, eh tranquila! -le dije intentando despertarla,abrazándola a mí-

Sentí que alguien me hablaba, decía mi nombre, abrí los ojos y era Tristán.

-¡Tristán! ¡Estás vivo! ¡Mi amor!- dije abrazándole con todas mis fuerzas.

-Tranquila mi amor, era una pesadilla, ya pasó -le dije secándole las lágrimas y abrazándola fuerte, estaba muy nerviosa-

-Mas me parecía real- le dije

-Era Carlos, estaba aquí, Tristán, había venido a por nosotros. -dije abrazándole

-Carlos- Pensé, maldito bastardo. ¿No tuvo suficiente con el daño que le había hecho a Pepa años atrás? ahora ella volvía a sufrir, y era por su culpa. Me levanté, y encendí un candil, para que hubiera luz, volví a recostarme con ella, sin dejar de abrazarla.

-Sosiégate mi vida, no hay nadie aquí, y no va a venir. -le dije acariciándole la cara de preocupación y miedo que tenía-

-Abrazame, Tristán, y no me sueltes nunca- le dije con mucho miedo

Cerré los ojos y me dormí, intentando, esta vez, que en mis sueños solo entraran cosas bellas.

-Nunca mi amor, nunca. -le dije abrazándola-

La velé durante un rato largo, hasta que me volví a dormir, sin dejar de abrazarla.

“Sentía sus manos sobre mi cuerpo, acariciándolo, poseyéndolo. Besaba mis labios con ansia. Con amor. Con la lujuria propia de dos jóvenes enamorados.

-Te amo.- me repetía una y otra vez. Y me limitaba a sonreírle y devorar su boca con más fuerza incluso que la vez anterior. –Nada podrá separarnos.- proseguía diciendo mientras yo seguía ensimismada en su cuerpo y en su ser, escuchando aquellas palabas como la más dulce de las melodías.

-Raimundo…- sonó mi voz indecisa.

-¿Qué ocurre, amor?- me preguntó. Separándose entonces un poco de mí, lo suficiente para poder mirarme con aquellos oscuros ojos desbordantes de juventud y entusiasmo.

-Verás… quizás lo que te voy a contar repercuta, en cierta forma, a nuestros planes de boda.- comencé a explicar pero sintiendo que iba a dar demasiados rodeos. Fruncí el ceño en un gesto reflexivo que hizo a Raimundo temerse lo peor.

-No me asustes, mi vida.- pronunció realmente preocupado. Sonreí tranquilizándolo y acaricié su rostro.

-Nada malo ocurre, en todo caso… tendremos que adelantar la boda si no quieres que…- ensanché mi sonrisa tanto como feliz me hacia la buena nueva.

-Si no quiero que… ¿qué?- casi gritó de intriga y desasosiego. Solté una carcajada y tomé su mano. Llevándola tiernamente hacia mi vientre.

-Si no quieres que esto crezca tanto que no quepa en el traje de novia.- mi corazón latía con fuerza desbordante de felicidad mientras que el de Raimundo parecía ir a parársele en cualquier momento.

-No te entiendo.- murmuró avergonzado por reconocer que por primera vez no seguía lo que le decía.

-Raimundo- dije haciendo que me mirase. Acaricié con mis dedos la mano que aun tenia pegada a mi vientre. –estoy embarazada.- terminé por confesar con una imborrable sonrisa.

-Eso no…- negó con la cabeza. Confundido y reacio a creerlo. Por un momento dudé si la noticia fuera tan buena para él como para mí pero no me dio tiempo a planteármelo por más tiempo. Se abalanzó a mí tomando mis labios con infinita ternura. –Pero cómo…- atisbó a medio preguntar tras separarse.

-No me hagas explicártelo, Ulloa.- respondí con una pícara sonrisa ladeada que Raimundo supo responder con otro dulce beso.

-Adivinas acaso cuan feliz me hace saber que tú… que yo…- quedó parado un momento pues de puro nervio las palabras quedaban anidadas en su boca. –¡Un hijo tuyo, Francisca!- exclamó entusiasmado. –Y los que vendrán.- se corrigió al instante haciéndome la mujer más dichosa sobre la faz de la tierra.

-Raimundo…- lo llamé. Tratando de sacarlo de su particular universo.

-¿Hay algo más?- preguntó. Mas no me dio tiempo a contestar cuando prosiguió con sus elucubraciones. –No me dirás ahora que son gemelos, ¿lo puedes saber ya?- abrí los ojos como platos ante su ocurrencia. Y me eché hacia atrás, topando con el árbol que tenía a mis espaldas, aguardando a que Raimundo se tranquilizase. –Pero dime algo, mi pequeña.- dijo imperativo. –No ves que el corazón se me sale casi del pecho desbordante de felicidad.- sonreí. –Así que son dos.- afirmó sin dejarme entender qué tipo de ciencia había utilizado para aquella teoría.

-¡Pero puedes dejar de decir tonterías!- le pedí. Él quedó callado entonces. –No son dos, Raimundo.- lo corregí. -Y si lo son ¿cómo crees que lo iba a saber?- continué devolviéndolo de nuevo a la cordura. Un alegre suspiro mientras meneaba la cabeza lo hizo sumarse a mi sonrisa.

-¿Entonces qué querías decirme?- me preguntó acercándose aún más a mí.

-Que te quiero.- respondí. Besando brevemente sus labios. Sintiendo que nada podría separarnos.”

La oscuridad hizo acto de presencia tiñéndolo todo de negro. Me removí en la cama sintiendo un leve dolor en mi garganta. Mas, sin ganas de enfrentarme a la dura realidad, continué con los ojos cerrados esperando al próximo sueño. Aunque quizás este tuviese más de crudeza que de fantasía.

“Avanzó dispuesto a marcharme. Y yo, sin querer que lo hiciese, tomé su brazo, aferrándolo con fuerza.

-Raimundo, yo te quiero… Te amo. Lo siento, lo siento. Perdóname. Por favor.- casi suplicaba.- Escúchame, mi amor.- le decía desesperada e irremediablemente en un impulso quise llegar a sus labios. Uniéndolos. Notando como él me respondía. Pero se apartó y mí que dolor tan grande que creí morir en aquel instante.

- ¡No! - gritó desesperado - ¡No, Francisca! ¡He dicho que se acabó! Tú y yo. Se acabó para siempre. Jamás podré perdonártelo. Jamás.”

¡Jamás! ¡Se acabó para siempre!

Me incorporé en la cama rápidamente. Sofocada. Sintiendo que el aire me asfixiaba. Mis manos temblaban quizás por miedo a volver a sumergirme en el infierno al no volver a sentir su calor junto a mí. Mi existencia nunca había tenido sentido sin la suya y en aquel momento así lo sentía.

Amargas lágrimas surcaron mi rostro y solo la interrupción de Rosario en mi alcoba consiguió detener mi llanto.

-¿Dónde están? ¿Cómo están?- le pregunté sin entusiasmo. A sabiendas de que en ella podría confiar. Dejando la mirada perdida en algún punto de la habitación.

Habló primero de Tristán y después de Raimundo. En el que hube de apremiarla para que prosiguiese. Noté como el corazón y el alma me eran definitivamente arrancados al escuchar en palabras lo que ya sabía. Quedando solo un destrozado y viejo cuerpo que solo pudo llorar a los brazos de una fiel amiga.

Me portó la calma que necesitaba. Mas, aquella mínima tranquilidad se vio truncada al ver en su brazo una fea mancha amoratada.

-¿Qué es esto, Rosario?- pregunté preocupada. -¿Quién ha hecho semejante cosa en tu brazo?- volví a formular, de forma distinta. –Y no me mientas.- añadí seriamente. Rompiendo a toser después. Reiterándole la pregunta una vez que me hube calmado.

Desperté y ella aún dormía, entre mis brazos, sonreí y tras darle un beso, me levanté, arropándola bien, me toque el brazo, aún me dolía bastante, decidí ir a la casa de comidas para llevarle el desayuno, cuando volví a la consulta ella aún dormía, así que decidí comenzar a servir el desayuno para que estuviera listo cuando despertara.

Me desperté y busqué a Tristán con la mirada junto a mí. Pero no estaba. Me froté un poco la cara para desperezarme y al alzar la cabeza le vi. ¿Preparando el desayuno?

Me levanté.

-¿Pero qué haces, soldado? Tu tienes que descansar. ¿Por qué no me has despertado?

La señora volvió a preguntarme por el morado de mi brazo y me pidió que no le mintiera,entonces ante su mirada y con todo el dolor de mi alma tuve que contarle la verdad.

-Fue..-sentía un nudo en la garganta al recordar lo vivido hacia apenas unos minutos en la cocina-Fue don Salvador-dije ante la horrorizada mirada de la señora que se llevo una mano a la boca.

-Pero el no quería..el no pretendía hacerme daño se lo juro-le dije tratando de defenderlo.

-En realidad fue culpa mía,le conteste de mala forma y me agarro del brazo,pero al darse cuenta de lo que hacia me soltó inmediatamente-ella me miraba con gesto serio y preocupado, al darse cuenta de que una lagrima rodaba por mi mejilla, cogió mi mano y me pregunto por que lo defendía.

-De verdad señora,no tiene importancia,usted preocúpese por mejorar y no piense en nada mas-. le dije mientras trataba de disimular ante ella el dolor que sentía y que era tan parecido al suyo propio.

Mientras lo estaba preparando, ella despertó.

- Porque estabas durmiendo tan agusto..-sonreí- además anoche no cenaste, y tienes que alimentarte bien! -le dije-

Moví la cabeza sin acabar de creerme lo que estaba viendo.

-Tristán eres... Eres... Eres único, soldado. Único y muy grande -le dije sonriendo y yendo hacia él.

-Anda, deja que te ayude.- le dije, ya que el mal se podía apañar con un solo brazo.

En ese momento me mareé. Me apoyé en Tristán para no caerme y cerré los ojos para no perder el equilibrio.

Eres único, me dijo, yo la miré sonriendo, cuando se iba a acercar a mí, se mareó y la cogí.

-¡Pepa! ¿qué tienes? ¿estás bien? -le dije mirándola preocupado, poniéndome en lo peor, sin siquiera pensar que esos eran síntomas normales.-

Pasé una tarde tranquila junto con mi familia. Nunca imaginé que echaría tanto de menos mi querido pueblo. Me entretuve, mientras ellos servían a la gente, escribiendo una carta para mis amigos de Valencia que entregaría a don Julián para que la enviara a Valencia.

El tiempo pasó volando o al menos eso me pareció ya que enseguida anocheció. Mauricio llegó alegando que Soledad había pedido una calesa para mí. Me despedí de mi familia como pude ya que tenía ganas de ver a Francisca. Mi padre me sonrió y me dio un abrazo muy fuerte pidiéndome que le hiciera saber cómo estaba.

- Padre pero ¿por qué no viene usted? Seguro que es lo que necesita en estos momentos.

Pero mi padre se negó. "Cabezón hasta la médula" - pensé para mis adentros. Me despedí de Emilia y Alfonso y puse rumbo a la Casona ya bien entrada la noche.

Durante el viaje Mauricio me comentó que Soledad ya había hablado con él sobre el plan y que estaba de acuerdo. Yo le conté el altercado que sufrió Pepa con Carlos.

- Es la ocasión perfecta. - dijo él.

- Eso pienso yo.

Al llegar Soledad me recibió algo inquieta. Fuimos al salón donde me contó que Tristán y Pepa no estaban y que Francisca seguía en cama. Pero lo que más me impactó fue el dinero que consiguió para el viaje. Me contó que había falsificado la firma de Salvador y que con ello había conseguido lo necesario. Era su venganza personal. Yo le miré sonriente.

- Eres más valiente de lo que imaginas ¿lo sabes?

Me intenté acercar a ella pero Soledad, algo tímida al verme, se apartó.

- Lo siento Soledad no debí hacerlo.

Ella le restó importancia y me dijo que fuéramos a descansar. Mañana sería un día duro. Pero yo antes debía hablar con Rosario. Ella se despidió de mí y se fue a su cuarto.

Fui a la cocina pero no estaba. Cuando me disponía a irme me la encontré de frente. Ella se sorprendió al verme.

- Rosario, he de hablar contigo. Siéntate.

Ella se sentó a mi lado y me preguntó lo que me pasaba.

- Rosario lo primero quiero darte las gracias por la confianza que me has brindado contándome... tu relación con Salvador y lo de tu hijo. - dije viendo que Rosario se sonrojaba. - No debe ser fácil para tí.

-Tranquilo - le dije llevándome los dedos a mi tabique nasal para poder estabilizarme

Cuando la sensación de mareo disminuyó le dije:

-Mi amor, es algo normal. Y a lo que tendrás que acostumbrarte- le dije sonriendo