Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Sus palabras querían aliviarme pero no hicieron sino aumentar aún más el dolor que me provocaba seguir ocultándole la verdad.

Tras separar mis labios de los suyos, bajé de la Calesa avanzando sin esperar a Raimundo. Tratando de evitarlo pues me sentía incapaz de contarle la verdad en aquel momento. Pero él, apretando el paso, consiguió alcanzarme y justo cuando subía el último escalón antes de llegar a la puerta consiguió pararme.

-Raimundo…- pronuncié tras su pregunta. –Yo…- meneé la cabeza sin verme con fuerzas para hablar.

Emilia parecía estar más tranquila a medida que charlábamos. De pronto mi padre entró por la puerta y le dio un beso a Emilia en la mejilla. Al preguntarnos por lo ocurrido miré a Emilia y empezamos a relatarle solamente lo del aborto. Yo también le encontré mal. Le pregunté qué le pasaba pero él dijo que simple cansancio.

En cuanto se despidió miré a Emilia que ahora estaba preocupada por él.

- No te preocupes Emilia. Nuestras heridas no nos dan ninguna tregua así que seguro que es solo cansancio.

Ella me preguntó si estaba bien y yo le contesté que sí. Al anochecer Alfonso y D. Julián entraron en la habitación y volvió a revisar a Emilia. Gracias a Dios todo acabó bien. Me despedí de ellos diciendo que tenía que volver a la Casona. Rosario y Soledad estuvieron presentes cuando tuve mi ataque y quería decirles que estaba bien y averiguar si le pasaba algo a mi padre. Pepa me dijo que la calesa que la trajo estaba esperando por mí.

Emilia me pidió enseguida que mañana viniera a verla si era grave. Yo me acerqué a ella y le dije:

- Pierde cuidado. Mañana vendré a verte sin falta ¿de acuerdo?

Le di un beso en la mejilla para despedirme y un "te quiero". D. Julián me dijo que marchara tranquilo. Me despedí de ellos y me fui.

El viaje a la Casona fue intranquilo. Ojalá no le pasara nada a mi padre. Bañado por la luz del ocaso me sentí en paz mientras caminaba rumbo a la Casona.

A mi llegada vi que Soledad estaba en el salón y se acercó a mi preocupada. Me preguntó cómo estaba y yo le dije que hablaríamos después. Tenía que contárselo a ella ya que al fin y al cabo era la razón por la que empezaríamos a preparar la que sería nuestra gran aventura. Pregunté por mi padre y me dijo que llegó la calesa pero ellos no habían entrado.

- Estarán dando un paseo. - dije sonriendo al pensar en lo que seguro que estaría pasando. - Ven, subamos arriba. Tengo que hablar contigo de nuestra... investigación.

Esas palabras hicieron que enseguida Soledad se pusiera a mi lado y que me ayudara a subir las escaleras.

Me di ceunta de que me estaba comportando de forma egoísta. Yo bien sabía lo que era perder a un hijo, y no poder llamarle así, hijo. No podía separarle de Tristán, no podía.

Me puse cada vez más nerviosa.

Empecé a caminar de un lado a otro del despacho, cada vez más lágrimas brotaban de mis ojos y repetía una y otra vez:

-Tiene que haber algo más que podamos hacer.

Sin los arrestos necesarios para decírselo allí mismo accedí a dar un paseo con él. Esperando a que la brisa pudiese darme la valentía que necesitaba para relatarle a Raimundo aquello que me oprimía el pecho impidiéndome casi respirar.

Me abrazó por detrás hablándome de cuan hermoso era el paisaje. Alagándome después y diciéndome que me amaría pasase lo que pasase. Sin decir más se acercó a mis labios tomándolos sin pedir permiso, negándome a ellos en un último esfuerzo. Mas prosiguió y deseosa por refugiándome en sus besos cedí.

Los besos y las caricias aumentaron de intensidad. Sentí las manos de Raimundo en mis muslos y como ansioso comenzaba a desabrochar los botones de mi vestido.

-Para.- grité. Siendo que me faltaba el aire y no por nuestro alocado comportamiento. No podía seguir. No sin decirle la verdad. Mis ojos enrojecieron y noté como las lágrimas se acumulaban en ellos. –Para.- repetí en un tono más considerable.

Preguntó por qué motivo me había alejado y decidí no pensarlo más.

-Tristán es tu hijo.- pronuncié al tiempo que una lágrima caía por su propio peso dibujando una línea recta en mitad de mi mejilla.

Raimundo quedó parado. Con la mirada clavada en mis ojos. Desconcertado. Y quizás también dolido.

Meneé la cabeza.

-Lo siento. Siento...- no sabia ciertamente por qué disculparme. Por ocultárselo todos estos años... o por tener que ser ese el momento elegido para contárselo. -Lo siento.- volví a decir al tiempo que un par de lágrimas más recorrían mis mejillas.

Vi a Sebastian que empezaba a subir las escaleras con Soledad,y pensé en desahogarme con el muchacho,ya que si no descargaba mi alma sentía que iba a morir de dolor.

Sebastian,disculpa,¿puedo hablar un momento contigo?.

El muchacho asintió con una sonrisa y le dijo a Soledad que lo esperara. Después me diriji con el al jardín

-Sebastian yo,,,-trague saliva intentando aliviar el nudo que tenia en la garganta.

-anoche me entregue a Salvador-dije soltándolo todo de golpe.

Sebastian me miraba desconcertado sin saber que decirme y yo continué hablando.

-Lo siento Sebastian,pero necesitaba contárselo a alguien para aliviar mi alma,se que no debería,se que es una locura pero..pero lo amo mas que a mi vida-dije abrazando a Sebastian sin poder contener las lagrimas.

Rosario me pidió antes de llegar a la habitación, que habláramos.

- Claro Rosario. - le dije. Soledad me dijo que me esperaría arriba.

Rosario me cogió del brazo y me llevó al jardín donde me soltó una bomba que no me esperaba. Salvador y ella... no, no podía ser.

- ¿Cómo?

Ella me contó que lo amaba se lanzó a mis brazos. Yo siempre había querido a Rosario como una madre y me dolió enormemente su sufrimiento. Me quedé abrazándola fuerte contra mi pecho.

- Rosario... - le dije suspirando. - mi querida Rosario...

Llegaba al salón,cuando vi a Raimundo en el salón con Tristan y Pepa,al verme me dijo ahogado en llanto que necesitaba hablar conmigo.Yo asentí preocupada al verlo así y me diriji con el a la cocina.Al llegar,le invite a que se sentara y yo hice lo propio frente a el.

-Raimundo,¿Que ocurre?,¿donde esta la señora?-.

Raimundo me miro con una tristeza que solo había visto cuando la señora y el estuvieron separados.

Rosario oyó que alguien entraba a la Casona dando un buen portazo y se recompuso enseguida. Tenía que preparar la cena así que se despidió de mí no sin antes pedirme que no le dijera nada a nadie.

- Pierde cuidado Rosario. Cuando quieras hablar cuenta conmigo.

Ella me dio un beso en la mejilla, se enjugó las lágrimas y se fue. Yo me quedé un rato en el jardín asimilando lo que acababa de ocurrir. Era más de lo que podía imaginar ¿Rosario enamorada de Salvador? De pronto recordé que Soledad me estaba esperando así que me levanté dispuesto a volver a la habitación con Soledad.

Cuando entré vi en el salón a Tristán que preparaba todo para irse.

- ¿Ha ocurrido algo?

Mi pregunta pasó inadvertida así que les dejé tranquilos. Me encantaba verles felices. Después subí a ver a Soledad. Ella me esperaba ansiosa de nuevas noticias. Le conté media verdad: que era un simple soplo al corazón curable. Ella me miró más tranquila.

Desgraciadamente todo se tornó oscuro esa noche. Después de unos minutos hablando oímos unas pisadas rápidas que se dirigían a nosotros. Salvador entró como una exhalación en el cuarto y forzaba a Soledad a salir de la habitación gritándole que "qué era eso que decían los del pueblo sobre ella" y que pasaba demasiado tiempo conmigo. La agarró del brazo pero yo me encaré a él.

- ¡Suéltala ahora mismo! - grité con todas mis fuerzas.

Él se giró mirándome con un profundo odio soltando con desprecio a Soledad encima de la cama. Me encaró diciéndome que si tramábamos algo y que no iba a permitir que un descastado Ulloa le arrebate a su hija. Él intentó coger del brazo a Soledad para sacarla de ahí y lo le di con el bastón en la cabeza. Cuando intenté volver a darle con el bastón él me cogió el brazo y aprovechó para darme una patada en la pierna herida. Yo me desequilibré y me caí. Después él pasó un brazo alrededor de mi cuello y apretó. "Soy el señor de la casa. No vuelvas a darme órdenes Ulloa o haré que tu padre viva el infierno que yo he vivido." Después me soltó dejándome en el suelo y llevándose a Soledad que le suplicaba que le dejara conmigo. Oí un sonido de algo rompiéndose y supuse que era el bastón que me regaló Soledad. Después oí un portazo.

Yo me recompuse como pude y me senté en la alcoba sintiendo cómo mi fuerza se multiplicaba. Ya no había miedo a mi posible muerte sino que lo convertí en una fuente de fuerza. Si iba a morir no tenía nada que perder y cuando eso ocurre se es más fuerte.

- Acabaré contigo Salvador. Juro que acabaré contigo... aunque sea lo último que haga. - dije respirando aún con dificultad.

Ambos estabamos angustiados, desconsolados.
Justo en ese instante vi aparecer a Raimundo con los ojos llenos de lágrimas.

-¿Qué ha ocurrido Raimundo?- preguntamos ambos

Él dijo que tenía que hablar con nosotros. Dijo que... ¿Tristán era su hijo?
Estaba totalmente desconcertada. Padre e hijo se abrazaron, ambos llorando de emoción.
Raimundo me acarició el rostro y nos dijo que no tendríamos que alejarnos, que por fin podríamos ser felices. Acto seguido se fue.
En ee momento caí en la cuenta de que si Tristán no era hijo de Salvador, no eramos hermanos. ¡Podríamos amarnos!

Iba a responderle a Pepa, cuando de repente entró Raimundo, con el rostro lleno de lágrimas, pero no nos dio tiempo a hablar, porque empezó él,comenzó a decir que no teníamos que marchar que podíamos amarnos, yo no entendía nada y Pepa aún menos,cuando de repente dijo "soy tu padre" ¿mi padre? ¿cómo? ¿Raimundo mi padre? me repetía dentro de mí sin creermelo, me abrazó y le correspondí, mientras mis lágrimas caían seguidamente, mi padre, siempre lo había visto como tal,pero jamás me pude imaginar que realmente lo fuera, estaba realmente emocionado, cuando me dijo que podíamos ser felices y marchó.
En ese momento miré a Pepa, dándome cuenta de lo que estaba pasando, Raimundo era mi padre, Raimundo y no Salvador...¡Pepa no era mi hermana! La mire aun en estado de shock, todo eso significaba que nada nos impedía estar juntos, que la podia besar, tocar,amar,que amarla ya no era un pecado. Sin dudarlo un instante la abracé, la estreché entre mis brazos, con mis lágrimas resbalando por mis mejillas, acto seguido la cogi de la cara, juntando mis labios con los suyos, besándola como nunca.

Sentía el peor de los puñales clavado en mi pecho. Frotaba mis mejillas con mis temblorosas manos tratando de enjugar en mar de lágrimas que allí había. Mas ellas, en mi incesante llanto, volvían una y otra vez a empapar mi rostro. “Yo te amaba. Te quería.” Aquellas palabras hacían sangrar mi corazón. Un gemido salió por mi garganta mientras quedaba finalmente sentada sobre mis piernas, tras haber hincado previamente mis rodillas en el suelo.

“Se acabó para siempre. Jamás podré perdonártelo. Jamás.” Otro llanto desesperado desgarró mi garganta. Había temido a aquello más que a nada y ahora él había decidido acabar con todo.

-Lo siento.- se movieron mis labios en silencio.

Sus palabras en pasado, su negativa a perdonarme y su fiel postura a romper con todo, se repetían en mi cabeza. Atormentándome. Como si el mismo que movió las fichas hacia 30 años ahora se encargase de susurrármelas al oído para que no pudiese olvidarlas.

Miré hacia arriba queriendo encontrar las fuerzas para maldecir a quien estuviese allí observándolo todo. Y en cielo no encontré sino la misma oscuridad y tristeza que había en mi alma. Había anochecido y unas negras nubes terminaban de hacer aún más oscura la noche.

-¡Te odio!- grité como pude. Notando como mis lágrimas, debido a la posición de mi cabeza, surcaban mis sienes y se perdían entre las hebras de mi cabello.

Solo entonces noté como una gota de lluvia se estrellaba en mi rostro. Sola. Indefensa.

Bajé la cabeza, meneándola a su vez. Tratando de poner orden a lo que sentía. Pero no se puede poner orden al dolor. A la angustia. Al sufrimiento que provoca que al persona a la que más amas sobre la faz de la tierra pronuncie un “te quería”.

La lluvia apretó desatándose la tormenta. Encontrando en el tiempo la similitud perfecta de mis sentimientos.

Debía volver a la Casona. Resguardarme al menos del frío y la lluvia, si no quería morir en mitad de la noche. Pero, ¿qué sentido tenia ahora mi vida sin él? ¿Qué sentido tenia volver a aquella casa en la que nadie me quería? Raimundo ya le habría contado la verdad a Tristán y él se habría sumado al odio que sentía hacia mí su padre.

Mi ropa empezó a calarse y los dedos de mis manos comenzaron a congelarse por el frio. Empecé a tiritar. Pero nada me importaba. Mi vida estaba acabada sin él.

Raimundo me contó que la señora le había confesado que Tristan era su hijo,estaba desesperado diciéndome que la amaba a pesar de todo,yo agarre su mano intentando reconfortarlo,no me lo podía creer,que la señora hubiera guardado semejante secreto tantos años.Raimundo cayendo en la cuenta de que le habia preguntado por ella,me dijo si no se encontraba en la casa, negué con la cabeza,En ese momento se oyo un trueno y Raimundo salio corriendo a buscarla dejándome a mi preocupada y deseando que nada malo le hubiera ocurrido.

La alegría y la felicidad inundaban mi alma. No podía parar de sonreir. En ese momento Tristán, que se había dado cuenta como yo de que ya de nada más teníamos que preocuparnos me besó.
Yo también lo hice, cuando nuestros labios se separaron le dije:

-Te quiero, te quiero, te quiero, mi amor.

Como le amaba, como le quería, en ese momento mi corazón estaba lleno de dicha y felicidad.

Ella me correspondió el beso, la besaba una y otra vez, sin separarla de mí, cuando nuestros labios se separaron, pero seguía aferrándola a mí,sonriendo, siendo feliz como hacía mucho tiempo que no lo había sido.

-Y yo a tí mi amor, -dije acariciándole la cara- Mi vida...

volví a besarla, cogiéndola en brazos, no me iba a cansar nunca de besarla, de amarla, este tiempo pensando que eramos hermanos había hecho que mi amor hacia ella creciera aun más, desearla con más fuerza, ahora sí nos podíamos amar.

-Y yo a ti mi amor- me respondió.

En aquel momento sentí que estabamos solos en el mundo, solo él y yo.

-Este niño va a tener todo el amor del mundo, el de su padre y el de su madre, que podrán estar juntos y ser felices junto a él. ¡Y con Martín! Seguro que le agrada tener un hermanito- dije colocando su mano sobre mi vientre.

Me recompuse y salí de la habitación. Fui a la de Soledad pero no estaba. Me temí lo peor. Fui a bajar las escaleras y la vi en el recibidor.

- ¡Soledad! - exclamé.

Ella, al verme sin el bastón subió las escaleras y me abrazó.

- ¿Estás bien? - ella asintió. Yo le acaricié el rostro preocupado. - ¿Seguro?

En ese momento mi padre entró con Francisca en brazos. Fue raudo hacia las escaleras para dejar a Francisca en su habitación. Pepa y Tristán le siguieron.

Mientras Pepa examinaba a Francisca, ya en su cama noté como se desvanecía todo motivo que pudiera tener para contarle a mi padre mi salud. Viendo su preocupación por Francisca supe que tenía que afrontar esto solo.

Salí de la habitación caminando a la mía. Ese día no cenaría. Estaba decidido. Mañana prepararía mi "muerte". Tendría que hablar con D. Julián y con Mauricio pero no sería un problema. La mayor dificultad sería Emilia.

-Seguro que sí -le dije, poniendo mi mano en su vientre,sonriente.-

En ese instante Raimundo entró con mi madre, ambos completamente empapados, Pepa y yo fuimos apresuradamente hacia ellos, que subieron a la habitación, y ella comenzó a examinarla, mientras yo esperaba fuera. Estaba preocupado, pero me vino a la mente algo en lo que no me había percatado hasta ahora, mi madre me había ocultado que mi padre era Raimundo, mi propia madre me hizo pasar meses se un sufrimiento que no se lo deseaba ni al peor enemigo, sabiendo lo que amaba a Pepa, y no dijo nada, me lo ocultó, viendo como cada día sufría. De repente salió Pepa.

-Mi amor ¿como está? -le dije-

Tristán sonrió ante mis palabras y me dio un tierno beso en los labios.
La puerta de la Casona se abrió y de ella salió Raimundo, empapado, con Francisca en los brazos, subió por las escaleras y Tristán y yo le seguimos preocupados.
Sebastián y Rosario, tambien subieron.
Raimundo colocó a Francisca en la cama de su alcoba y les pedí a todos menos a Rosario que salieran para poder examinarla.
Rosario estaba muy nerviosa y la calmé, ciciendo que su señora se pondría bien.
Así se lo transmití a los demás.

-No tiene nada grave.- les dije.
-Además, parece que poco a poco va recuperando la temperatura corporal, eso sí, ha estado a punto de coger una pulmonía. Ahora lo único que necesita es descanso.- hablé

Pepa comenzó a explicar que no tenía nada grave, aquello me dejó mucho más tranquilo.

-¿Está despierta? -pregunté-

Escuche la puerta del salón desde la cocina y subí las escaleras,al llegar vi a Raimundo que subia las escaleras con la señora en sus brazos.Todos subimos detrás de el,Pepa hizo salir a todos de la habitación y me pidió a mi que me quedara.

-Pepa,por Dios,dime que se pondrá bien-dije observando a la señora mientras la cambiábamos de ropa.

Pepa me dijo que no me preocupara,que se pondría bien,yo respire tranquila y salimos de la habitación para que Pepa informara del estado de la señora.