Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Salí de la habitación de Sebastian tras despedirme de los muchachos, cerré la puerta detrás de mi y me quede pensando en lo que acababa de hacer.¿Si era lo correcto,porque me sentía tan mal?las lagrimas empezaban a brotar de mis ojos,me las enjugue tratando de disimular cuando me encontré con Tristan y Pepa.Le pregunte a la muchacha que como se encontraba,ella me sonrió y me dijo que se encontraba bien,pero yo le notaba la mirada triste.Tristan me miro y me pregunto si me ocurria algo.

-No,señor no se preocupe,es solo que estoy algo aturdida por los últimos acontecimientos-le respondí.

Y tras despedirme de ellos y sin querer interrumpirlos mas,me encamine a la cocina.

Se colocó sobre mí y quedó mirándome. Buscando mi conformidad. Preguntándome con la mirada para después hacerlo con palabras.

-Tanto como que ahora es de día- respondí. –Te quiero, Raimundo.-añadí tomando después el oxígeno que me faltaba. –Te quiero.-volví a decir antes de poseer sus labios.

Note como sus mano apartaba como podía mis faldones para acariciar la piel desnuda de mis muslos. Un gemido salió por mi garganta y, mientras yo trataba de desabrochar su camisa, él continuaba colmándome de besos. Susurrándome las palabras más hermosas que mis oídos podían escuchar.

-Te necesito.- pronuncié junto a su oído mientras, una vez terminada mi tarea para con los botones, lo desposeía de su camisa.

Cumpliendo con mis deseos, que no eran sino los suyos propios, comenzó a moverse sobre mí en un baile tan mágico como placentero.

Se quejó y mi rostro se volvió como la cal ante la idea de haber abierto, de nuevo, su herida. Pero él, que había temido lo mismo que yo, me tranquilizó al mostrarme la venda sin mancha alguna.

Besé sus labios con dulzura. Volviendo a entregarnos de nuevo al amor que ambos nos profesábamos. Llegando a un punto de absoluta satisfacción en el que pudimos sentir completa nuestra felicidad junto al otro.

Se dejó caer sobre la hierba. Tratando de recuperar así el ritmo natural de nuestras respiraciones.

Volvió a decirme que me quería y termino aquella frase que rato antes, yo, había dado por entendida.

Pasamos la tarde así. Hablando. Riendo. Susurrándonos palabras de amor y gritando a todo aquello que nos rodeaba que nos amábamos con locura. Pasamos la tarde juntos. Acariciándonos. Deseando que el tiempo hiciese aquel momento eterno.

Pero no lo hizo. Y la luz anaranjada que anunciaba lo próximo del ocaso me hizo acabar con nuestra alegre charla.

-Deberíamos irnos, mi amor.- le dije cariñosa. –Nos hemos librado de dar explicaciones de nuestra salida pero ahora habremos de dar excusas de nuestra tardanza.- apunté pensando en nuestros hijos. –Además, está empezando a refrescar.- añadí al sentir un suave aire gélido. Pasando una de mis manos por el brazo contrario en un típico gesto para corroborarlo.

Cuando faltaba poco para llegar a nuestro destino, le tapé los ojos, ayudándola a deslizarse entre las rocas hasta que llegamos. Un pequeño claro del bosque por el que pasaba un riachuelo, un paraíso perdido entre la agreste maleza. Como parte de mi alma escondida entre retazos de dolor, como ella, un alma pura en un mundo de locura… algo imposible de encontrar.

- En el pueblo en el que me crié- le dije- había un lugar muy parecido a este en el que mis hermanos y yo solíamos pescar- sonreí con amargura al recordarlos.- Eran dos críos con mucha vida, me metían en muchos líos- mi voz se quebró y la miré por primera vez tratando de ocultar mi dolor- No se merecían lo que les pasó. Rosario, dices que te he mentido, pero eres la primera y única persona con la que he sido sincero. Abel era mi nombre hasta que el mundo se empeñó en borrar de mí todo lo que pudo haber de niño inocente y me convirtió en lo que soy ahora, Salvador Castro, un nombre se ha erigido en sinónimo de monstruo. Pero no siempre fui así.
Le relaté mi historia, cómo mi madre nos dejó, las palizas de mi padre, la muerte de mis hermanos. Pero no pude hablarle de Barcelona, ni de Ana ni de tantas otras mujeres que habían llevado su rostro pues no podría soportar ver en aquellos ojos que eran mi vida, mi trampa y mi condena, en aquellos ojos no podía ver reflejado el odio que me merecía, el que en ocasiones, incluso yo me profesaba.

- Rosario – le dije- he sido un monstruo, lo sé. He hecho mucho daño, no sabes cuánto, he causado mucho sufrimiento, pero es que nunca había conocido otra cosa, nunca había sentido algo distinto al odio o a la traición hasta que tú entraste en mi vida, y la iluminaste con tu mirada llena de vida. Toda mi vida me han hecho creer que estaba destinado a ser un pobre diablo y yo quería engarme del destino pero no podía jugar en su contra. Y me dije que el mundo, la vida, mi madre… tenían la culpa de todo porque no podía aceptar las palabras de mi padre repitiéndome que yo era el culpable, que mi madre había huido de mí, que mis hermanos habían muerto porque no había podido protegerlos, que él me golpeaba y me… para castigarme. Que lo merecía. Yo era un crío, era un niño, yo solo me perdí en la trampa que crearon para mí.
- Pero ¿por qué? ¿por qué les diste la razón? Salvador… o Abel o quién quiera qei seas, cada vez que violentabas a alguien, cada vez que dabas una paliza eras tú y no tu madre, eras tú dándole la razón al malnacido de tu padre.
Desprotegido, indefenso ante la verdad de sus palabras, me desmoroné, cayendo al suelo, luchando contra las lágrimas que pugnaban por escapar de su prisión.
- Solo tenía 8 años, era un niño… lo sé, sé que tienes razón y lo siento mucho. Y cada noche oigo sus voces en mi cabeza, oigo sus súplicas, sus gritos, sus lamentos y me atormentan y me torturan y sufro mi castigo. Rosario, yo sé que no he hecho nada para merecer la felicidad que siento a tu lado, pero tampoco había hecho nada para nerecer tanto dolor, era un crío, era un crío solo, sin nadie, sin nada
Ella se acercó a mí dejándome que me perdiera entre sus brazos.
- Perdóname- le supliqué.
- Se hace tarde-. Dijo ella por toda contestación

-¡Vaya soldado! ¡No te hagas el mártir! ¿Pegarte yo? ¡Cualquiera que te oiga!-le dije riendome

-Me ha parecido oír arriba algo de barullo, igual lo mejor es esperar a que todo esté más tranquilo para subir a hblar con él. ¿Qué opinas?-le pregunté

Rei ante el comentario de Pepa.

-T¡enes razon, aguardemos, y mientras podrias comer algo, desde tu desmayo no has comido nada en todo el dia, y tienes que alimentarte bien -le sonrei-

-Sí, la verdad esque me rugen las tripas del habre que tengo. Prepararé algo. ¿Qué te apetece?- le pregunté

-De eso nada, tu ahi sentadita, que ya lo preparo yo -le guiñe un ojo y me levante, buscando algo para preparar-

-¡Vaya! ¡Esto si que es una sorpresa! ¡Tú cocinando! ¡Pero, adelante, no seré yo quién me prive de tan interesante escena!- le dije riendo

-Oye, que te piensas? ¡que yo soy un hombre muy apañado! -dije entre risas- No sabes las veces que tuve que cocinar en la milicia, si no queria morirme de hambre! -cogi varias patatas y me sente, comenzando a pelarlas- Ya veras ya, te voy a hacer unos filetes con patatas, que te vas a chupar los dedos -volvi a reir-

-¡No digo nada, jajaja! ¡Y yo que me alegro, soldado! Así ya sabré que contigo, nunca nos moriremos de hambre.-le dije guiñándole un ojo y posando mi mano suavemente sobre el vientre.

Sonrei mirando como se acariciaba el vientre, cada vez que nombraba a nuestro hijo, una sensacion de felicidad me recorria todo el cuerpo.

-Por supuesto que no!

Acabe de pelar las patatas y cortarlas y comence a hacerlas, despues corte unos ajitos, y los puse en otra cazuela poniendo ahi los filetes. Mientras sentia la sonriente mirada de Pepa,me gire.

-Pero una cosa le voy a decir, honorable partera...¡no se acostumbre! -dije en tono de chanza-

Miraba sonriente a Tristán, como cocinaba.

-No se preocupe capitán, me bastará con memorizar este momento en mi cabeza, ¡Qué no es poco1- le dije sin borrar mi sonrisa

-Bueno... ¿Y ya están esos filetes?- le pregunté algo impaciente

Rei, mientras acababa de cocinarla.

-Tenga paciencia mujer!

Acabe de hacerlo, se lo puse en un plato y se lo servi, sonriente,despues le puse agua.

-Aqui tiene señorita Pepa, espero que todo este de su agrado -y me sente a su lado, para observar su reaccion.-

Me lo sirvió en el plato y yo le miré sonriendo.

-Muchísimas garcias caballero.

Lo probé, lo cierto es que estaba muy bueno.

-Mmm... ¡Delicioso! ¿Nunca ha pensado en dedicarse a esto?- le pregunté

-Dedicarme a eso? que va, que va -rei- Ese plato me ha salido tan bueno, porque el ingrediente que mas cuenta es el amor con el que se hace. -y la mire a los ojos con una media sonrisa-

Le devolví la sonrisa.

-¿Y tu no vas a comer nada? Prueba un poco, ¡Qué te han quedado muy bien!

Le partí un pequeño trozó, pinché en él con él tenedor y se lo ofrecí.

Lo cierto es que no tenía demasiada hambre, pero a ella no le podia negar nada, asi que abri la boca, y me comi en trozo que me habia ofrecido.

-Mmm...si que me ha quedado rico si!

Y sonrei mirando como comia, daba gusto verla comer.

Se lo comió sonriente y depsués le sguí yo, pues daba gusto somer ese plato.

Noté que me miraba fijamente, la verdad esque en el fondo me encantaba que estuviera tan pendiente de mí.

¿A qué me miras tanto, soldado? ¿Acaso tengo algo en la cara?- le pregunté

Segui embelesado, mirandola,mientras me quede unos segundos recordando los bellos momentos que ambos vivimos, cuando sus palabras me devolvieron a la realidad.

-Tu cara? tu cara es la mas hermosa que he visto jamas. -despues de decir estas palabras,supe que no estaba bien, e intente cambiar de tema- Bueno, quieres mas agua?

No dije nada, qué más podía decir, qué podía hacer para que me comprendiera si ni yo mismo lograba hacerlo. Subimos a mi caballo y sentí cómo sus manos me rodeaban, su cabeza se apoyó en mi espalda y podía sentir la humedad de sus lágrimas sobre mi camisa y la intensidad de aquel abrazo con el amargo sabor de la despedida. Pero no podía permitirlo, porque ella era lo único bueno y real que había conocido, porque ella era todo lo que tenía y no sabía como había llegado a aquel punto ni cómo había sido tan idiota como para dejar que el amor me conquistase de aquella forma, lo único que sabía era que lo hubiera dado todo por ella, todo lo que tenía hasta quedar en deuda conmigo mismo, que hubiera hecho cualquier cosa, por ella, todo por ella.
- Fuguémonos, vayámonos juntos- No pude evitar suplicar, no podía separarme de ella- Te prometo que me olvidaré de todo, de mi pasado, de mi venganza, lo olvidaré todo.
- No podemos cambiar lo que somos Salvador
Un “no” no me hubiera dolido tanto como escuchar aquel nombre salir de sus labios, aquel nombre que significaba que aceptaba que yo era el monstruo en el que me había convertido y no la persona que podría haber llegado a ser.
- Sí si en realidad no somos quienes creemos ser.
- Sería muy difícil, somos de mundos distintos y tengo obligaciones, mi madre…
Ya habíamos llegado. Bajé del caballo en silencio para después rodear su cintura con mis manos, sintiendo la ligereza de su cuerpo ayudándola a deslizarse del animal hasta que nuestros rostros quedaron a la misma altura.
- Te quiero. – susurré
- Pero ¿por qué? Si soy una campesina analfabeta, y tú un señor que ha conocido a miles de mujeres
- Pero ninguna como tú- Aparté un mechón oscuro que tapaba sus ojos empañados por la tristeza- No es necesario que lo entiendas, nadie puede entender los designios de este mundo desquiciado, pero es que nunca le ha servido la razón al corazón, pues el corazón no piensa. Y yo, necio de mí, llegué a creerme a salvo de estos sentimientos, a pensar que tras tantos envistes de la vida había logrado doblegar mi alma hasta ser incapaz de sentir. Y me prometí a mí mismo que nunca volvería a caer en la trampa del amor, pues al final solo te lleva al más profundo abismo. Y aún así me has cegado con tu luz, con tu inocencia y ya no encuentro la manera de seguir, ni de vivir si no estás a mi lado.
- Abel…- susurró ella
Y aquella simple palabra, aquel nombre que quedaría olvidado en los anales del tiempo me hizo recuperar la esperanza en ella, en nosotros, por un instante, en el mundo.
- Te esperaré… siempre- le prometí y me prometí a mí mismo poniendo en palabras lo que mi alma marchita ya sabía