Foro El secreto de Puente Viejo
Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!
#0

07/03/2012 15:08
Fann3 me ha dado la idea de hacer esto, consiste en elaborar nuestra propia historia de Puente Viejo todos juntos. Cada forer@ va a ser un personaje de Puente Viejo.
Espero que os guste esta idea, me parece que lo podemos pasar muy bien.Si teneis alguna duda me lo deciis, y antes que nada si os parece bien, decidme que personaje quereis cada unos y yo los iré poniendo antes de empezar a elaborar la historia. Yo me pido Pepa si no os parece mal, si alguien quiereel personaje de Pepa yo me cojo otro y no pasa nada. Muchas gracias.



PERSONAJES PARA LA HISTORIA:
miri1309- Raimundo
Ruthlovetristan-Pepa
musicintheair13-Emilia
emshdopv-Soledad
Mariaesdpv-Tristán
Fann3-Alfonso
CristinaESDPV- Gregoria Casas
Franrai-Francisca
Triestrellasara-Mariana
Jessicavalido-Rosario
Laury93-Salvador Castro
Nhgsa- Sebastian Ulloa
Esdpvluna- D.Anselmo
¡PODEIS SEGUIR UNIENDOOS AUNQUE YA HAYAMOS EMPEZADO!
Aviso!! Por favor si os comprometeis a hacer un personaje, intentad escribir regularmente para darle continuidad a la historia y no quedar estancados. Muchas Gracias.
Y si quereis participar , informadnos con antelación, sino esto se desmadra y sería un caos. GRACIAS.
Espero que os guste esta idea, me parece que lo podemos pasar muy bien.Si teneis alguna duda me lo deciis, y antes que nada si os parece bien, decidme que personaje quereis cada unos y yo los iré poniendo antes de empezar a elaborar la historia. Yo me pido Pepa si no os parece mal, si alguien quiereel personaje de Pepa yo me cojo otro y no pasa nada. Muchas gracias.



PERSONAJES PARA LA HISTORIA:
miri1309- Raimundo
Ruthlovetristan-Pepa
musicintheair13-Emilia
emshdopv-Soledad
Mariaesdpv-Tristán
Fann3-Alfonso
CristinaESDPV- Gregoria Casas
Franrai-Francisca
Triestrellasara-Mariana
Jessicavalido-Rosario
Laury93-Salvador Castro
Nhgsa- Sebastian Ulloa
Esdpvluna- D.Anselmo
¡PODEIS SEGUIR UNIENDOOS AUNQUE YA HAYAMOS EMPEZADO!
Aviso!! Por favor si os comprometeis a hacer un personaje, intentad escribir regularmente para darle continuidad a la historia y no quedar estancados. Muchas Gracias.
Y si quereis participar , informadnos con antelación, sino esto se desmadra y sería un caos. GRACIAS.
Vídeos FormulaTV
#381

07/04/2012 14:56
Había permanecido callada mientras Salvador y Raimundo discutían. Buscando una solución, algo en lo que refugiarme para que ese malnacido no pudiese hacer nada contra nosotros. Pero no lo encontraba. Ese… monstruo era capaz de cualquier cosa y otra vez se saldría con la suya.
La situación se me escapó de las manos y, tras intentar que Raimundo dejase de golpear a Salvador, salí del despacho atacada por los nervios y la impotencia. Miré a Soledad y a Sebastián, desechando la idea de pedirles a ellos ayuda. Rosario tampoco podría separarlos. Y justo cuando me vi sin salidas para hacer nada, mi hijo salió por la puerta de la cocina.
-Tristán. Tristán.- me acerqué a él. –Tienes que hacer algo, hijo, tu padre…- dejé la frase suspendida al darme cuenta que había pronunciado aquello refiriéndome a la persona contraria a la que él pensó. –Se van a matar, Tristán.- volví a pronunciarme alterada.
Mi hijo se dirigió al despacho al escuchar allí ruido. Quizás el mismo que le había hecho subir.
Tomó a Raimundo de los brazos y, no sin esfuerzo, logró tranquilizarlo. Salvador se levantó del suelo al sentirse liberado y limpió con sus manos la sangre que surgía de las múltiples heridas que había en su rostro.
Todos quedamos callados. Y Raimundo, tras tranquilizarse, y ver mi enojo se acercó dispuesto a darme una explicación a su comportamiento.
-Vete.- le dije sin mirarlo siquiera. –Tristán, acompáñalo a…- cerré los ojos pues aquello me iba a doler más que nada. –Acompáñalo a la Calesa y por sus cosas que no se preocupe, en cuanto pueda pediré a Mauricio que las vuelva a llevar a la Posada.- pronuncié al tiempo que agachaba la cabeza para que las lágrimas que brotaban en mis ojos no fueran vistas.
Tristán le hizo ver a Raimundo que lo mejor era no rechistar y ambos salieron del despacho.
Levanté la mirada una vez que lo hicieron y me encontré de frente a Salvador. Quien se regocijaba con una sonrisa victoriosa en el rostro.
-Tú.- casi le escupí con lágrimas en los ojos. –Imbécil. Malnacido. Infeliz.- le dije de la misma manera. –Te odio.- saboree aquellas dos palabras. –Te odio.- le repetí al tiempo que cogía un abrecartas que había en una de las repisas de la biblioteca. –Y mi odio no es como el tuyo, Salvador, mi odio no es gratuito. –me acerqué a él peligrosamente. Apretando con fuerza el mango del abrecartas. –Hiciese de mi vida un infierno. Me engatusaste con tu palabrería barata, aprovechándote de mí debilidad y cuando me tenías no dudaste en quitarte el antifaz que mostrabas ante todos para enseñar como realmente eres, Salvador, un monstruo.- una lágrima rodó por mi mejilla. –Alguien sin entrañas que es capaz de pegar, abusar y matar a quien se le antoja. Un ser despiadado que no reparó en violentarme las veces que te dio la gana. Aquel que me separó de mi hijo.- otra más. -¿Tanto te molestaba que solo tuviese ojos para él? ¿Tanto te dolía? ¿Tanto me odiabas como para utilizar todas tus triquiñuelas para alejarlo me mí?- mi voz se rompió quebrada por el llanto. –Te odio.- volví a pronunciar. Colocando el puñal a la altura de su pecho. –No solo disfrutaste con mi dolor sino que también lo hiciste con el de mis hijos.- la punta del abrecartas se hundió entre sus ropas. –No sabes cuantas veces mi alma se partió al escuchar a Soledad llorar tras acompañarte en tus… paseos.- mis uñas se clavaban en la madera del mango por no clavar el hierro justo donde apuntaba. En su corazón. –No has hecho más que daño.- le dije fijando mis ojos en los suyos. Turbada, yo, por la rabia y el dolor que me consumían. –Y aun así pretendes que te recibamos con una sonrisa. ¿Vas a querer un beso de buenas noches también?- le pregunté irónica. –Debería matarte. Cegar tu vida en este instante e impedir que hagas más daño.- vi el miedo en sus ojos. Verdaderamente me creía capaz de matarlo. –Esto es poca cosa, pero te haría una herida lo suficientemente importante como para morir desangrado.- él me miró quizás suplicante. Pero no atendí a sus ruegos. –Nadie te socorrería, Salvador. Todos te odian.- Miré hacia atrás buscando respaldo pero las lágrimas me impidieron ver nada.- Nadie ayudaría a una rata moribunda.- le dije apretando con más fuerza si cabe en su pecho.
Los segundos se hicieron eternos para todos. También para mí. Pero yo no era como él. Y hube de decírselo para convencerme de ello.
-He ordenado muertes, Salvador. He pasado estos años creyendo que mostrar ser fuerte, dura, despiadada me ayudaría en algo. Pero no.- pronuncié. –No soy como tú. Y no quiero empezar a serlo ahora.- bajé el puñal dando un par de pasos hacia atrás.
Noté como un suspiró se escapó de su garganta. Mientras yo cerraba los ojos asimilando lo que había estado a punto de hacer. Reflexionando lo que estaba a punto de decir.
-Salvador,- capturé de nuevo su atención. –te juro que como algún daño vuelvas a hacer a mí- recalqué aquella silaba. –familia, no tendré ni la más mínima consideración contigo. Te mataré y esta vez esperaré junto a ti hasta que des tu último suspiro de vida.- lo miré a los ojos diciéndole con ellos que no había un ápice de chanza en mis palabras. –Tus cosas fueron calcinadas en cuanto desapareciste y tu habitación pasó a ser la de invitados, así que supongo que podrás quedarte allí.- permití. Me fui a girar dando por terminada la conversación. –Eso sí, -recordé. –aquí la señora de la casa sigue siendo Francisca Montenegro.- recalqué. –Aquí la única que puede poner una palabra más alta que la otra soy yo. La que puede ordenar al servicio soy yo. La única que decide quien se va o se queda soy yo. Tú aquí eres un mero huésped.- con aquello di por terminado todo lo que quería decirle y me giré, sin soltar aún el abrecartas. No quería que Salvador pudiese cogerlo.
En cuanto salí del despacho noté como Raimundo me cogía del brazo.
-Te he dicho que te vayas.- no quería que lo hiciese. No ahora que era cuando más lo necesitaba. Pero no quería condenarlo a vivir bajo el mismo techo que aquel monstruo al que aun tenía como marido.
Me zafé de su agarre y como pude subí las escaleras. Dirigiéndome después a mi alcoba. Refugiándome allí de todos los sentimientos que me acechaban.
Cerré la puerta a mi espalda y lancé el abrecartas tratando de liberar así toda la rabia que me consumía. Después, sin ánimos y apenas fuerzas me acerqué a la cama. Rompiendo a llorar.
La situación se me escapó de las manos y, tras intentar que Raimundo dejase de golpear a Salvador, salí del despacho atacada por los nervios y la impotencia. Miré a Soledad y a Sebastián, desechando la idea de pedirles a ellos ayuda. Rosario tampoco podría separarlos. Y justo cuando me vi sin salidas para hacer nada, mi hijo salió por la puerta de la cocina.
-Tristán. Tristán.- me acerqué a él. –Tienes que hacer algo, hijo, tu padre…- dejé la frase suspendida al darme cuenta que había pronunciado aquello refiriéndome a la persona contraria a la que él pensó. –Se van a matar, Tristán.- volví a pronunciarme alterada.
Mi hijo se dirigió al despacho al escuchar allí ruido. Quizás el mismo que le había hecho subir.
Tomó a Raimundo de los brazos y, no sin esfuerzo, logró tranquilizarlo. Salvador se levantó del suelo al sentirse liberado y limpió con sus manos la sangre que surgía de las múltiples heridas que había en su rostro.
Todos quedamos callados. Y Raimundo, tras tranquilizarse, y ver mi enojo se acercó dispuesto a darme una explicación a su comportamiento.
-Vete.- le dije sin mirarlo siquiera. –Tristán, acompáñalo a…- cerré los ojos pues aquello me iba a doler más que nada. –Acompáñalo a la Calesa y por sus cosas que no se preocupe, en cuanto pueda pediré a Mauricio que las vuelva a llevar a la Posada.- pronuncié al tiempo que agachaba la cabeza para que las lágrimas que brotaban en mis ojos no fueran vistas.
Tristán le hizo ver a Raimundo que lo mejor era no rechistar y ambos salieron del despacho.
Levanté la mirada una vez que lo hicieron y me encontré de frente a Salvador. Quien se regocijaba con una sonrisa victoriosa en el rostro.
-Tú.- casi le escupí con lágrimas en los ojos. –Imbécil. Malnacido. Infeliz.- le dije de la misma manera. –Te odio.- saboree aquellas dos palabras. –Te odio.- le repetí al tiempo que cogía un abrecartas que había en una de las repisas de la biblioteca. –Y mi odio no es como el tuyo, Salvador, mi odio no es gratuito. –me acerqué a él peligrosamente. Apretando con fuerza el mango del abrecartas. –Hiciese de mi vida un infierno. Me engatusaste con tu palabrería barata, aprovechándote de mí debilidad y cuando me tenías no dudaste en quitarte el antifaz que mostrabas ante todos para enseñar como realmente eres, Salvador, un monstruo.- una lágrima rodó por mi mejilla. –Alguien sin entrañas que es capaz de pegar, abusar y matar a quien se le antoja. Un ser despiadado que no reparó en violentarme las veces que te dio la gana. Aquel que me separó de mi hijo.- otra más. -¿Tanto te molestaba que solo tuviese ojos para él? ¿Tanto te dolía? ¿Tanto me odiabas como para utilizar todas tus triquiñuelas para alejarlo me mí?- mi voz se rompió quebrada por el llanto. –Te odio.- volví a pronunciar. Colocando el puñal a la altura de su pecho. –No solo disfrutaste con mi dolor sino que también lo hiciste con el de mis hijos.- la punta del abrecartas se hundió entre sus ropas. –No sabes cuantas veces mi alma se partió al escuchar a Soledad llorar tras acompañarte en tus… paseos.- mis uñas se clavaban en la madera del mango por no clavar el hierro justo donde apuntaba. En su corazón. –No has hecho más que daño.- le dije fijando mis ojos en los suyos. Turbada, yo, por la rabia y el dolor que me consumían. –Y aun así pretendes que te recibamos con una sonrisa. ¿Vas a querer un beso de buenas noches también?- le pregunté irónica. –Debería matarte. Cegar tu vida en este instante e impedir que hagas más daño.- vi el miedo en sus ojos. Verdaderamente me creía capaz de matarlo. –Esto es poca cosa, pero te haría una herida lo suficientemente importante como para morir desangrado.- él me miró quizás suplicante. Pero no atendí a sus ruegos. –Nadie te socorrería, Salvador. Todos te odian.- Miré hacia atrás buscando respaldo pero las lágrimas me impidieron ver nada.- Nadie ayudaría a una rata moribunda.- le dije apretando con más fuerza si cabe en su pecho.
Los segundos se hicieron eternos para todos. También para mí. Pero yo no era como él. Y hube de decírselo para convencerme de ello.
-He ordenado muertes, Salvador. He pasado estos años creyendo que mostrar ser fuerte, dura, despiadada me ayudaría en algo. Pero no.- pronuncié. –No soy como tú. Y no quiero empezar a serlo ahora.- bajé el puñal dando un par de pasos hacia atrás.
Noté como un suspiró se escapó de su garganta. Mientras yo cerraba los ojos asimilando lo que había estado a punto de hacer. Reflexionando lo que estaba a punto de decir.
-Salvador,- capturé de nuevo su atención. –te juro que como algún daño vuelvas a hacer a mí- recalqué aquella silaba. –familia, no tendré ni la más mínima consideración contigo. Te mataré y esta vez esperaré junto a ti hasta que des tu último suspiro de vida.- lo miré a los ojos diciéndole con ellos que no había un ápice de chanza en mis palabras. –Tus cosas fueron calcinadas en cuanto desapareciste y tu habitación pasó a ser la de invitados, así que supongo que podrás quedarte allí.- permití. Me fui a girar dando por terminada la conversación. –Eso sí, -recordé. –aquí la señora de la casa sigue siendo Francisca Montenegro.- recalqué. –Aquí la única que puede poner una palabra más alta que la otra soy yo. La que puede ordenar al servicio soy yo. La única que decide quien se va o se queda soy yo. Tú aquí eres un mero huésped.- con aquello di por terminado todo lo que quería decirle y me giré, sin soltar aún el abrecartas. No quería que Salvador pudiese cogerlo.
En cuanto salí del despacho noté como Raimundo me cogía del brazo.
-Te he dicho que te vayas.- no quería que lo hiciese. No ahora que era cuando más lo necesitaba. Pero no quería condenarlo a vivir bajo el mismo techo que aquel monstruo al que aun tenía como marido.
Me zafé de su agarre y como pude subí las escaleras. Dirigiéndome después a mi alcoba. Refugiándome allí de todos los sentimientos que me acechaban.
Cerré la puerta a mi espalda y lancé el abrecartas tratando de liberar así toda la rabia que me consumía. Después, sin ánimos y apenas fuerzas me acerqué a la cama. Rompiendo a llorar.
#382

07/04/2012 15:25
La puerta del despacho se cerró dejándome solo con mis pensamientos y con las palabras de Francisca en mi mente. Cuántas veces había escuchado aquellas mismas palabras... había perdido la cuenta. Sí era un monstruo, un ser despreciable, sin entrañas, sin escrúpulos. ¿Cuántas veces había recordado aquella misma frase "eres un monstruo", cuántas veces había soñado con los ojos suplicantes de mis víctimas, con las voces desgarradas por el dolor? Muchas. Sí, Francisca tenía razón, era un monstruo, pero ella no tenía ni idea de lo que había hecho.
Me pasee airado por la habitación temiendo y a la vez queriendo recordar cada golpe que le propiné, cada noche que yací con ella contra su voluntad, con Soledad... A veces, en algunos momentos, breves momentos, he llegado a sentir pena por ellas, por tantas otras mujeres en cuyos rostros, en cuyos cuerpos buscaba los retazos de un amor perdido. Pero aquellos momentos de debilidad se evaporaban con cada nuevo amanecer que traían a mi memoria los recuerdos de Ana.
Apenas era un muchacho de dieciocho años cuando caí rendido a sus pies. Y ella, altiva, orgullosa, ambiciosa me rechazaba una y otra vez. Ana era mayor que yo, no mucho más, pero una muchacha bonita y la vida le había enseñado a usar sus encantos con quien debía.
- Ana espera, tengo un regalo para ti.- Le dije
Nos encontrábamos en la sucia habitación de pensión que Ana compartía con su familia, apenas cabían los cinco, ella, su madre enferma, su padre y sus dos hermanos, pero ella vivía en su mundo de fantasía imaginando que cualquier día, que ese mismo día, saldría a la calle cubierta de pinturas y destapada de ropa y encontraría al caballero andante que la sacara de la pobreza.
- ¿Un regalo? A ver, te escucho.
El pulso comenzó a temblarme al ver que ella me atendía. A pesar de mi corta edad era mucho lo que había vivido, lo que había conocido, no pretendo decir que a aquellas alturas de mi vida fuera un ser inocente, lo fui en un tiempo lejano en el que llegué a sentirme querido, pero mi inocencia se evaporó como aquel amor materno que creí tener y desapareció irremediablemente con la primera vida que sesgué. No, no era inocente, en la calle, en la vida, era astuto, manipulador, podía engañar a ancianas y robarles, podía mezclarme con la peor calaña de los bajos fondos. Pero con Ana todo lo que era dejaba de ser y olvidaba quién era, cómo era, pues su mera presencia inundaba mi cuerpo con el ardor juvenil y me impedía pensar con claridad. Saqué como pude una pequeña cajita y esperé ansioso a que ella la abriera para contemplar un sencillo colgante en forma de cruz adornada con piedras verdes.
- ¿Te gusta?
- Abel, es muy bonito… pero ya te he dicho que no me pongo baratijas
- No es una baratija, me ha costado mucho ahorrar para comprártelo- me había costado muchos robos
- Abel…
- ¡No me llames Abel! Ya no soy ese, Abel murió hace mucho tiempo- Aquel nombre me traía demasiados recuerdos y yo quería volver a empezar- Ahora me llamo Oriol, recuerda, Oriol Valls
- Es un nombre ridículo. Pero en fin, me voy, a esta hora los oficiales del ejército van al bar del Carmen. Adiós niño
Cada encuentro acababa igual, la rabia consumiéndome lentamente, un intenso odio que amenazaba con estallar y que solo era acallado por el deseo de su cuerpo. Cuántas veces imaginé que era a ella a quien tenía entre mis manos cuando le quitaba la vida a otra mujer, perdí la cuenta de las mujeres a las que robaba hasta su último aliento y todas habían tenido el rostro de Ana, su risa burlona, su manera de mirarme con desdén…
El recuerdo de Ana me acompañaba en cada vida que arrebataba, solo su imagen y la rabia que me producía su rechazo me daba fuerzas suficientes para hacerlo. Los periódicos ya comenzaban a hacerse eco de las extrañas muertes de ancianas, al principio pensaron, les hice pensar, que eran simples accidentes, que la muerte las encontraba sin más porque ya había llegado su hora. Pero era joven e impulsivo y no podía controlar el deseo que Ana producía en mí y con cada nuevo rechazo las ansias de matar volvía a apoderarse de mi ser nublando mi entendimiento. En el fondo les hacía un favor, no eran más que viejas a las que apenas les quedaba un suspiro de vida, yo les ahorraba mucho sufrimiento. Pero llegó el día en el que mi impulsividad me salió cara, cometí un error con una de mis víctimas, la tomé con la mujer equivocada. Una rica mujer desdentada, maltratada por los años que no pudo resistirse a mis encantos… ni yo a su fortuna. Mas justo cuando me disponía a dejar la escena del delito, una figura entró sorprendiéndome con el amoratado cuerpo de mi víctima. Lo único que recuerdo es un fuerte golpe en la cabeza y, después, que desperté en algún lugar oscuro con la boca seca.
- ¿Así que el famoso “viudo negro” tan popular en la prensa no es más que un chiquillo?
- No soy un crío- dije
- Lo que tú digas, ¿cómo te llamas?
- Oriol.
- Bien, Oriol, ¿sabes quién soy yo? Eduardo Puig
No podía ser, me dije, Puig era prácticamente el jefe de Barcelona, no había nada que no se hiciese bajo su influencia, industrias, política…. Todo estaba bajo la poderosa mano de los barrios bajos. Su “organización” se hacía llamar la Mano Negra, toda una red de corrupción que se extendía por las callejuelas de la ciudad condal.
- ¿Qué quieres de mí?- dije
- Has matado a mi madre- en aquel momento tuve la certeza de que iba a morir, pero…- y eso se merece una recompensa. Has tenido buena mano, así que trabajarás para mí. Aunque ten cuidado muchacho, esto no es como robar a mujeres indefensas, aquí te enfrentarás al verdadero mundo.
Y así fue como me convertí en uno de los acólitos del hombre más poderoso de la ciudad, y bajo su yugo aprendí a jugar mis cartas, aprendí que la venganza es un plato que se sirve mejor frío.
Pasé años al servicio de Puig, poco a poco me gané su confianza, era astuto, sagaz y no tenía remordimientos. De hecho, decía que me parecía mucho a él, quizás por eso me tomó bajo su protección y fue como un padre para mí, y quizás por eso no tuve contemplaciones a la hora de usurpar su lugar. No fue demasiado difícil, él me enseñó a esperar y a aprovechar las debilidades de mi enemigo y la suya sin duda era la ambición, quería más y más. Tanto que era cuestión de tiempo que se enemistase con otras bandas de los alrededores. Yo solo tuve que crear la duda entre sus hombres, extender falsos rumores como que Puig pretendía hacerse con nuevas zonas y esperar que estallase todo. Los propios hombres de Puig acabaron con él y me suplicaron, a mí, su pupilo, como su hijo, el más afectado por su muerte a ojos de todos, que ocupase su lugar. Y no me hice de rogar. En aquellos años hice una fortuna considerable, y pensé que el dinero, el poder y la corrupción podrían acallar aquel vacío que cada día crecía en mi interior, pero no podían.
Nadie hará que deje de pensar que fui un buen jefe, ordené innumerables muertes, pero siempre por los intereses de los que estaban a mi alrededor, perros falderos que consiguieron enriquecerse a mi sombra y que esperaban el momento de hacerme caer. Pero aún así, aquella fue una época oscura en la que no dudaba, no sentía, no pensaba, solo actuaba y ganaba. Hacía mucho que había dejado de ver los ojos recriminatorios de mi padre mientras lo abandonaba la vida, pero todo eso cambió una mañana.
Pd: querida madrilista, y todas las demás lectoras, me agrada qeu te guste, aunque para un hombre como yo, tan arrebatadoramente conquistador no sea muy importante a la pesada que escribe por mí, una tal Laura, le hace mucha ilusión. Perversamente vuestro, Salvador Castro. ;)
Me pasee airado por la habitación temiendo y a la vez queriendo recordar cada golpe que le propiné, cada noche que yací con ella contra su voluntad, con Soledad... A veces, en algunos momentos, breves momentos, he llegado a sentir pena por ellas, por tantas otras mujeres en cuyos rostros, en cuyos cuerpos buscaba los retazos de un amor perdido. Pero aquellos momentos de debilidad se evaporaban con cada nuevo amanecer que traían a mi memoria los recuerdos de Ana.
Apenas era un muchacho de dieciocho años cuando caí rendido a sus pies. Y ella, altiva, orgullosa, ambiciosa me rechazaba una y otra vez. Ana era mayor que yo, no mucho más, pero una muchacha bonita y la vida le había enseñado a usar sus encantos con quien debía.
- Ana espera, tengo un regalo para ti.- Le dije
Nos encontrábamos en la sucia habitación de pensión que Ana compartía con su familia, apenas cabían los cinco, ella, su madre enferma, su padre y sus dos hermanos, pero ella vivía en su mundo de fantasía imaginando que cualquier día, que ese mismo día, saldría a la calle cubierta de pinturas y destapada de ropa y encontraría al caballero andante que la sacara de la pobreza.
- ¿Un regalo? A ver, te escucho.
El pulso comenzó a temblarme al ver que ella me atendía. A pesar de mi corta edad era mucho lo que había vivido, lo que había conocido, no pretendo decir que a aquellas alturas de mi vida fuera un ser inocente, lo fui en un tiempo lejano en el que llegué a sentirme querido, pero mi inocencia se evaporó como aquel amor materno que creí tener y desapareció irremediablemente con la primera vida que sesgué. No, no era inocente, en la calle, en la vida, era astuto, manipulador, podía engañar a ancianas y robarles, podía mezclarme con la peor calaña de los bajos fondos. Pero con Ana todo lo que era dejaba de ser y olvidaba quién era, cómo era, pues su mera presencia inundaba mi cuerpo con el ardor juvenil y me impedía pensar con claridad. Saqué como pude una pequeña cajita y esperé ansioso a que ella la abriera para contemplar un sencillo colgante en forma de cruz adornada con piedras verdes.
- ¿Te gusta?
- Abel, es muy bonito… pero ya te he dicho que no me pongo baratijas
- No es una baratija, me ha costado mucho ahorrar para comprártelo- me había costado muchos robos
- Abel…
- ¡No me llames Abel! Ya no soy ese, Abel murió hace mucho tiempo- Aquel nombre me traía demasiados recuerdos y yo quería volver a empezar- Ahora me llamo Oriol, recuerda, Oriol Valls
- Es un nombre ridículo. Pero en fin, me voy, a esta hora los oficiales del ejército van al bar del Carmen. Adiós niño
Cada encuentro acababa igual, la rabia consumiéndome lentamente, un intenso odio que amenazaba con estallar y que solo era acallado por el deseo de su cuerpo. Cuántas veces imaginé que era a ella a quien tenía entre mis manos cuando le quitaba la vida a otra mujer, perdí la cuenta de las mujeres a las que robaba hasta su último aliento y todas habían tenido el rostro de Ana, su risa burlona, su manera de mirarme con desdén…
El recuerdo de Ana me acompañaba en cada vida que arrebataba, solo su imagen y la rabia que me producía su rechazo me daba fuerzas suficientes para hacerlo. Los periódicos ya comenzaban a hacerse eco de las extrañas muertes de ancianas, al principio pensaron, les hice pensar, que eran simples accidentes, que la muerte las encontraba sin más porque ya había llegado su hora. Pero era joven e impulsivo y no podía controlar el deseo que Ana producía en mí y con cada nuevo rechazo las ansias de matar volvía a apoderarse de mi ser nublando mi entendimiento. En el fondo les hacía un favor, no eran más que viejas a las que apenas les quedaba un suspiro de vida, yo les ahorraba mucho sufrimiento. Pero llegó el día en el que mi impulsividad me salió cara, cometí un error con una de mis víctimas, la tomé con la mujer equivocada. Una rica mujer desdentada, maltratada por los años que no pudo resistirse a mis encantos… ni yo a su fortuna. Mas justo cuando me disponía a dejar la escena del delito, una figura entró sorprendiéndome con el amoratado cuerpo de mi víctima. Lo único que recuerdo es un fuerte golpe en la cabeza y, después, que desperté en algún lugar oscuro con la boca seca.
- ¿Así que el famoso “viudo negro” tan popular en la prensa no es más que un chiquillo?
- No soy un crío- dije
- Lo que tú digas, ¿cómo te llamas?
- Oriol.
- Bien, Oriol, ¿sabes quién soy yo? Eduardo Puig
No podía ser, me dije, Puig era prácticamente el jefe de Barcelona, no había nada que no se hiciese bajo su influencia, industrias, política…. Todo estaba bajo la poderosa mano de los barrios bajos. Su “organización” se hacía llamar la Mano Negra, toda una red de corrupción que se extendía por las callejuelas de la ciudad condal.
- ¿Qué quieres de mí?- dije
- Has matado a mi madre- en aquel momento tuve la certeza de que iba a morir, pero…- y eso se merece una recompensa. Has tenido buena mano, así que trabajarás para mí. Aunque ten cuidado muchacho, esto no es como robar a mujeres indefensas, aquí te enfrentarás al verdadero mundo.
Y así fue como me convertí en uno de los acólitos del hombre más poderoso de la ciudad, y bajo su yugo aprendí a jugar mis cartas, aprendí que la venganza es un plato que se sirve mejor frío.
Pasé años al servicio de Puig, poco a poco me gané su confianza, era astuto, sagaz y no tenía remordimientos. De hecho, decía que me parecía mucho a él, quizás por eso me tomó bajo su protección y fue como un padre para mí, y quizás por eso no tuve contemplaciones a la hora de usurpar su lugar. No fue demasiado difícil, él me enseñó a esperar y a aprovechar las debilidades de mi enemigo y la suya sin duda era la ambición, quería más y más. Tanto que era cuestión de tiempo que se enemistase con otras bandas de los alrededores. Yo solo tuve que crear la duda entre sus hombres, extender falsos rumores como que Puig pretendía hacerse con nuevas zonas y esperar que estallase todo. Los propios hombres de Puig acabaron con él y me suplicaron, a mí, su pupilo, como su hijo, el más afectado por su muerte a ojos de todos, que ocupase su lugar. Y no me hice de rogar. En aquellos años hice una fortuna considerable, y pensé que el dinero, el poder y la corrupción podrían acallar aquel vacío que cada día crecía en mi interior, pero no podían.
Nadie hará que deje de pensar que fui un buen jefe, ordené innumerables muertes, pero siempre por los intereses de los que estaban a mi alrededor, perros falderos que consiguieron enriquecerse a mi sombra y que esperaban el momento de hacerme caer. Pero aún así, aquella fue una época oscura en la que no dudaba, no sentía, no pensaba, solo actuaba y ganaba. Hacía mucho que había dejado de ver los ojos recriminatorios de mi padre mientras lo abandonaba la vida, pero todo eso cambió una mañana.
Pd: querida madrilista, y todas las demás lectoras, me agrada qeu te guste, aunque para un hombre como yo, tan arrebatadoramente conquistador no sea muy importante a la pesada que escribe por mí, una tal Laura, le hace mucha ilusión. Perversamente vuestro, Salvador Castro. ;)
#383

07/04/2012 16:11
La señora salio del despacho cabizbaja,tratando de ocultar sus lagrimas,como siempre hacia.A mi se me partió el alma al verla así, subió las escaleras rumbo a su cuarto y Raimundo la siguió dispuesto a consolarla.Yo mire a los muchachos que estaban en el salón cada vez mas preocupados.
-La señora es fuerte-les dije tratando de tranquilizarles,-Podrá con esto, y nos tiene a nosotros y a Raimundo para ayudarla-.
Dirigi mi mirada hacia las escaleras deseando que se encontrara bien,"podrá con esto", recordé mis propias palabras,la que no estaba segura de si podría soportar que Salvador se quedara a vivir en la casona era yo.
-La señora es fuerte-les dije tratando de tranquilizarles,-Podrá con esto, y nos tiene a nosotros y a Raimundo para ayudarla-.
Dirigi mi mirada hacia las escaleras deseando que se encontrara bien,"podrá con esto", recordé mis propias palabras,la que no estaba segura de si podría soportar que Salvador se quedara a vivir en la casona era yo.
#384

07/04/2012 16:34
Raimundo entró en mi alcoba. Enjugué mis lágrimas, incorporándome a la vez, para que él no me viese llorar pero era demasiado tarde.
Comenzó a hablarme. A decirme que no se separaría de mí, que no se iría. Me acariciaba y me tomaba con dulzura y yo... Yo solo pude refugiarme en su pecho y romper de nuevo en el llanto. Recibiendo su apoyo, su amor, su protección.
-Raimundo.- lo llamé al empezar a tranquilizarme. –No quiero que ese malnacido te haga más daño del que un día te hizo. No quiero que te veas obligado a estar aquí. A cruzarte por los pasillos con ese ser repugnante. A…- besó mis labios con infinita ternura. –Te quiero, mi amor. Pero no quiero retenerte. Vete si quieres.- me solté esperando que lo hiciese. Deseando que no escuchase lo que decía por puro orgullo.
Comenzó a hablarme. A decirme que no se separaría de mí, que no se iría. Me acariciaba y me tomaba con dulzura y yo... Yo solo pude refugiarme en su pecho y romper de nuevo en el llanto. Recibiendo su apoyo, su amor, su protección.
-Raimundo.- lo llamé al empezar a tranquilizarme. –No quiero que ese malnacido te haga más daño del que un día te hizo. No quiero que te veas obligado a estar aquí. A cruzarte por los pasillos con ese ser repugnante. A…- besó mis labios con infinita ternura. –Te quiero, mi amor. Pero no quiero retenerte. Vete si quieres.- me solté esperando que lo hiciese. Deseando que no escuchase lo que decía por puro orgullo.
#385

07/04/2012 18:19
Tras dedicarle esas palabras a los muchachos,me encamine hacia las escaleras dispuesta a arreglar la habitación de invitados,al llegar pase mi mano por la cama en la que el dormiría.Coloque unas limpias y blancas sabanas y abri las ventanas para que la habitación se aireara,respire hondo para aliviar el nerviosismo por lo que acababa de acontecer hacia unos minutos en el despacho.Baje de nuevo y con mano temblorosa toque en la puerta del despacho,el me dio permiso para entrar y observe su rostro lleno de heridas y moratones por los golpes de Raimundo.Una mezcla de sentimientos surgió en mi interior,por un lado quería gritarle que lo merecía, merecía cada golpe y por otro quería correr a su lado y abrazarle,pero trague saliva y solo me limite a decir:
-su habitación esta lista-.
-su habitación esta lista-.
#386

07/04/2012 18:21
(Siento la parrafada que os estoy metiendo a base de recuerdos, y sobre todo, lo malo malote que soy, que conste que esta escena me costó mucho escribirla)
Mis pasos se encaminaron por aquellas calles que parecían tan lejanas en el recuerdo, pero tan vivas en mi memoria, hasta llegar a la vieja pensión, a la vieja habitación en la que Ana me esperaba. Habían pasado 7 años desde la última vez que la vi cuando yo aún era un mandado de Puig, ella una muchacha apetecible y me rechazó por última vez. La encontré sentada en una silla, maltratada por los años y probablemente, por los hombres, con lo que en otro tiempo habría sido un vestido pero que ahora no parecía más que un trapo descolorido y sus curvas, aquellas que en otros tiempo habían despertado en mí los más ardientes deseos había cedido bajo el peso del tiempo. Pero sus ojos seguían teniendo aquel brillo especial que conseguían hacerme sentir como un crío asustado. Entonces me di cuenta de que en su cuello lucía el collar que le regalé años atrás y tuve claro por qué me había citado, ahora que había dejado de ser un pobre muerto de hambre, era ella la que quería conquistarme y aquella idea me hizo sentir más poderoso que nunca.
- Hola, has cambiado mucho- me dijo
- Tú también
- No para mal, espero
- Eso depende- dije escuetamente
Ella se acercó a mí, coqueta, insinuante.
- Deseo que haya sido tu físico el único en cambiar, y no lo que sentías por mí. Estoy dispuesta a darte una oportunidad
Traté de buscar sus labios, pero ella se apartó
- No, no quiero ser tu furcia, quiero ser tu compañera en la vida. Ahora eres… distinto, podríamos ser felices juntos.
- ¿Acaso quieres jugar conmigo?
El deseo comenzó a apoderarse de mí, sentía la apremiante necesidad de hacerla mía y no podía soportar que siguiera burlándose de mí, tenía que darle una lección, enseñarle quién mandaba y calmar aquella ansiedad que durante años me había atormentado. Aprovechando su cercanía la tomé bruscamente del pelo lanzándola con violencia sobre la cama. Con un resoplido bestial, caí a su lado tras haberme soltado el cinturón de cuero. Ella quiso escapar, pero la sujeté de un manotazo. No me quité la ropa, en apenas dos tirones deshice el triste trapo que la cubría dejando aquel cuerpo que tanto tiempo había anhelado, que tantas veces había soñado al descubierto. Sin poder contener por más tiempo las apremiantes exigencias de mi apetito la acometí con fiereza incrustándome en ella sin preámbulos, moviéndome con una brutalidad inútil, obligándola a estar quieta mientras la sometía a mis deseos. Ella trató de resistirse, trató de suplicar y de zafarse de mi abrazo, pero todo en vano, hasta que aceptó su destino de perra y dejó de oponer resistencia. No se quejó, no se defendió, no cerró los ojos, se limitó a mirarme con expresión despavorida hasta que con un gemido me desplomé a su lado. Yo me alcé y comencé a vestirme, ella empezó a llorar. La miré por última vez, mientras trataba en balde de taparse a mis ojos, justo antes de marchar cerrando la puerta con la sensación de macho satisfecho. Escuchando sus últimas palabras hacia mí: “Eres un monstruo” me dijo y sonreí, porque no sabía que aquellas palabras me acompañarían el resto de mi vida.
Sí, era un monstruo ¿y qué? ¿Qué iba a ser si no? ¿Qué me habían dejado ser? El aire a mi alrededor comenzó a hacerse más denso, me costaba resppirar, me costaba pensar, solo sentía odio, y rabia, hacia Raimundo, hacia Francisca, hacia Ana, hacia mi madre... y hacia mí mismo. Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos dando paso a Rosario... mi Rosario. ¿Ella también pensaría que era un mosntruo? Probablemente. Mi habitación estaba lsita, mejor, necesitaba estar solo, alejarme de todos y todo, sobre todo, de ella. Subí corriendo las escaleras sin responderle, si quiera, necesitaba huir, al menos por un momento, de los recuerdos qeu se empeñaban en seguir atormentándome.
Mis pasos se encaminaron por aquellas calles que parecían tan lejanas en el recuerdo, pero tan vivas en mi memoria, hasta llegar a la vieja pensión, a la vieja habitación en la que Ana me esperaba. Habían pasado 7 años desde la última vez que la vi cuando yo aún era un mandado de Puig, ella una muchacha apetecible y me rechazó por última vez. La encontré sentada en una silla, maltratada por los años y probablemente, por los hombres, con lo que en otro tiempo habría sido un vestido pero que ahora no parecía más que un trapo descolorido y sus curvas, aquellas que en otros tiempo habían despertado en mí los más ardientes deseos había cedido bajo el peso del tiempo. Pero sus ojos seguían teniendo aquel brillo especial que conseguían hacerme sentir como un crío asustado. Entonces me di cuenta de que en su cuello lucía el collar que le regalé años atrás y tuve claro por qué me había citado, ahora que había dejado de ser un pobre muerto de hambre, era ella la que quería conquistarme y aquella idea me hizo sentir más poderoso que nunca.
- Hola, has cambiado mucho- me dijo
- Tú también
- No para mal, espero
- Eso depende- dije escuetamente
Ella se acercó a mí, coqueta, insinuante.
- Deseo que haya sido tu físico el único en cambiar, y no lo que sentías por mí. Estoy dispuesta a darte una oportunidad
Traté de buscar sus labios, pero ella se apartó
- No, no quiero ser tu furcia, quiero ser tu compañera en la vida. Ahora eres… distinto, podríamos ser felices juntos.
- ¿Acaso quieres jugar conmigo?
El deseo comenzó a apoderarse de mí, sentía la apremiante necesidad de hacerla mía y no podía soportar que siguiera burlándose de mí, tenía que darle una lección, enseñarle quién mandaba y calmar aquella ansiedad que durante años me había atormentado. Aprovechando su cercanía la tomé bruscamente del pelo lanzándola con violencia sobre la cama. Con un resoplido bestial, caí a su lado tras haberme soltado el cinturón de cuero. Ella quiso escapar, pero la sujeté de un manotazo. No me quité la ropa, en apenas dos tirones deshice el triste trapo que la cubría dejando aquel cuerpo que tanto tiempo había anhelado, que tantas veces había soñado al descubierto. Sin poder contener por más tiempo las apremiantes exigencias de mi apetito la acometí con fiereza incrustándome en ella sin preámbulos, moviéndome con una brutalidad inútil, obligándola a estar quieta mientras la sometía a mis deseos. Ella trató de resistirse, trató de suplicar y de zafarse de mi abrazo, pero todo en vano, hasta que aceptó su destino de perra y dejó de oponer resistencia. No se quejó, no se defendió, no cerró los ojos, se limitó a mirarme con expresión despavorida hasta que con un gemido me desplomé a su lado. Yo me alcé y comencé a vestirme, ella empezó a llorar. La miré por última vez, mientras trataba en balde de taparse a mis ojos, justo antes de marchar cerrando la puerta con la sensación de macho satisfecho. Escuchando sus últimas palabras hacia mí: “Eres un monstruo” me dijo y sonreí, porque no sabía que aquellas palabras me acompañarían el resto de mi vida.
Sí, era un monstruo ¿y qué? ¿Qué iba a ser si no? ¿Qué me habían dejado ser? El aire a mi alrededor comenzó a hacerse más denso, me costaba resppirar, me costaba pensar, solo sentía odio, y rabia, hacia Raimundo, hacia Francisca, hacia Ana, hacia mi madre... y hacia mí mismo. Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos dando paso a Rosario... mi Rosario. ¿Ella también pensaría que era un mosntruo? Probablemente. Mi habitación estaba lsita, mejor, necesitaba estar solo, alejarme de todos y todo, sobre todo, de ella. Subí corriendo las escaleras sin responderle, si quiera, necesitaba huir, al menos por un momento, de los recuerdos qeu se empeñaban en seguir atormentándome.
#387

07/04/2012 20:13
Él pasó cariñosamente su mano por mi vientre.
- ¿Venir conmigo? ¿Y dejar aquí a tu familia y amigos? ¿Qué dirían ellos? Creo que no es una buena idea.
Justo cuando me iba a contestar, miró hacia las escaleras, arriba se oía mucho barullo.
- ¿Venir conmigo? ¿Y dejar aquí a tu familia y amigos? ¿Qué dirían ellos? Creo que no es una buena idea.
Justo cuando me iba a contestar, miró hacia las escaleras, arriba se oía mucho barullo.
#388

07/04/2012 20:23
A mi no me importaba dejarlo todo y marchar con ella,cuando se lo iba a decir escuche jaleo y mire a las escaleras.
-Pepa aguarda un momento.
Subi y vi a mi madre pidiendo ayuda,corri al despacho y separe a Raimundo de Salvador,despues saque a Raimundo de la sala que se fue tras mi madre,yo volvi a bajar a la cocina.
-Gracias por aguardarme Pepa..
-Pepa aguarda un momento.
Subi y vi a mi madre pidiendo ayuda,corri al despacho y separe a Raimundo de Salvador,despues saque a Raimundo de la sala que se fue tras mi madre,yo volvi a bajar a la cocina.
-Gracias por aguardarme Pepa..
#389

07/04/2012 20:25
-No importa. ¿Qué ha ocurrido?- le dije algo desconcertada por el ruido.
#390

07/04/2012 20:29
-Raimundo y Salvador..se estaban pegando,pero ya esta,parece que dentro de lo que cabe se calmo la cosa...pero volvamos a nuestro tema..
#391

07/04/2012 20:34
-¿Pero, están bien? ¿No están heridos?- pregunté preocupada
#392

07/04/2012 20:36
-No ,no lo estan,algun rasguño..pero nada importante,tranquila
Me quede uno instantes pensativo planteandome de verdad el marchar con ella.
Me quede uno instantes pensativo planteandome de verdad el marchar con ella.
#393

07/04/2012 20:40
-Bueno, esta bien.-dije ya algo más tranquila
-Respecto a tu idea de dejar Puente Viejo... No puedo hacerlo, no puedo hacerte renunciar a tu vida aquí por mí. Tu sitio está aquí Tristán, con tu familia- le dije
-Respecto a tu idea de dejar Puente Viejo... No puedo hacerlo, no puedo hacerte renunciar a tu vida aquí por mí. Tu sitio está aquí Tristán, con tu familia- le dije
#394

07/04/2012 20:42
-Mi vida eres tu, y mi sitio esta donde tu estes, porque me da igual que seas mi hermana,mis sentimientos no van a cambiar y...si tu te vas, nada tendria sentido,nada -dije agachando la mirada-
#395

07/04/2012 20:44
-Tristán...-dije emocionada ante sus bonitas palabras
-Pero si tu madre se enterara... Te deseredaría. Te dejaría sin nada- le dije cogiendole de la cara
-Pero si tu madre se enterara... Te deseredaría. Te dejaría sin nada- le dije cogiendole de la cara
#396

07/04/2012 20:49
-Poco me importa la herencia -dije poniendo mi mano sobre la suya- si te tengo a ti..aunque sea..como...bueno ya sabes,lo que somos...no te voy a dejar sola Pepa, nunca...
#397

07/04/2012 20:51
-Soldado...-le dije sonriendo
No pude evitarlo y me lancé a sus brazos para darle un fuerte y tierno abrazo.
No pude evitarlo y me lancé a sus brazos para darle un fuerte y tierno abrazo.
#398

07/04/2012 20:55
La estreche entre mis brazos,abrazandola,con una sonrisa mientras le acariciaba el pelo, ahi la tenia en mis brazos,sin poder besarla, a veces me daban ganas de mandarlo todo al carajo,de pasar por alto nuestra condicion de hermano,pero no,no era correcto.
#399

07/04/2012 21:54
Escuché sus palabras y saboreé sus besos aún destrozada por los acontecimientos. Él me repitió una y otra vez que se quedaría en la Casona, y para más inri en mi alcoba. Sonreí ante su tono, mas apenas unos segundos después el temor volvió a recorrer todo mi cuerpo ante la idea de que Raimundo volviese a lanzarse sobre Salvador. Pero rápidamente volvió a tranquilizarme. A besarme. A decirme las únicas palabras que quería escuchar.
-Te amo.- le dije tomando su rostro entre mis manos. –Te amo.- repetí. Me acerqué a él atrapando sus labios entre los míos. Envolviéndonos en un lento y pausado beso. Cargándolo con una ternura infinita. Con todo el amor que tenía para él. Acariciando su barba con la yema de mis dedos mientras él. Al separar mis labios de los suyos lo abracé con fuerza. Como una niña pequeña que necesita protección.
Perdí la noción del tiempo así, con la cabeza apoyada en su hombro y mis manos colocadas en su espalda, abrazada a él.
-Te quiero.- le susurraba junto a su oído. Dejando cálidos besos sobre su cuello.
De repente me separé. Mirándolo seriamente a los ojos.
-No creas que he pasado por alto lo que has hecho.- pronuncié del mismo modo. -No vuelvas ha hacerlo.- le advertí. –Y menos con esa herida, no te has dado cuenta que podrías haberte hecho daño.- regañe. Mas él mi miró haciendo un dulce mohín, impidiéndome enfadarme. Meneé la cabeza y sonreí. –Héroe.- le espeté dándome por cendida.
-Te amo.- le dije tomando su rostro entre mis manos. –Te amo.- repetí. Me acerqué a él atrapando sus labios entre los míos. Envolviéndonos en un lento y pausado beso. Cargándolo con una ternura infinita. Con todo el amor que tenía para él. Acariciando su barba con la yema de mis dedos mientras él. Al separar mis labios de los suyos lo abracé con fuerza. Como una niña pequeña que necesita protección.
Perdí la noción del tiempo así, con la cabeza apoyada en su hombro y mis manos colocadas en su espalda, abrazada a él.
-Te quiero.- le susurraba junto a su oído. Dejando cálidos besos sobre su cuello.
De repente me separé. Mirándolo seriamente a los ojos.
-No creas que he pasado por alto lo que has hecho.- pronuncié del mismo modo. -No vuelvas ha hacerlo.- le advertí. –Y menos con esa herida, no te has dado cuenta que podrías haberte hecho daño.- regañe. Mas él mi miró haciendo un dulce mohín, impidiéndome enfadarme. Meneé la cabeza y sonreí. –Héroe.- le espeté dándome por cendida.
#400

08/04/2012 11:29
Me acariciaba cariñosamente el pelo, intentaba disfrutar lo mayor posible de aaquel precioso momento, pero no podía olvidar lo que me había propuesto. Me separé poco a poco de él.
-Será mejor que subamos-le dije
- Igual está ocurriendo algo malo y están en problemas- repetí
-Será mejor que subamos-le dije
- Igual está ocurriendo algo malo y están en problemas- repetí