Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Hacía ya un rato desde que había llegado a la casona y con toda mi ilusión me dispuse a preparar el desayuno para Sebastián. Ya cuando acabe comencé a subir las escaleras hasta llegar hasta la puerta de la habitación de Sebastián. Como pude abrí la puerta y fue entrando entonces fue cuando le vi, estaba en el suelo.

-¡Sebastián¡-grite nada más verle. Y me fui acercando hasta el. Ya cuando estaba a su lado me agache y le pregunte.-¡¿Qué a pasado?!

Rosario me tendió la mano y yo la solté sobre la mesita de noche del lado de Raimundo.

Me volví hacia ella, mientras me decía, afirmándome a su manera, que con él sería feliz.

-Mi corazón siempre le perteneció, Rosario.- le dije. –Ni un segundo de mi vida he dejado de amarlo y mi tristeza y amargura no vino sino provocada por no saberlo cerca de mi.- mi mirada vagó perdida en el tiempo mientras hablaba. –Créeme si te digo que los golpes de Salvador no dolieron ni lo más mínimo comparado con las malas palabras de Raimundo. Ellas se me clavaban en el alma y me impedían respirar. Mil noches he llorado tras nuestras disputa. Y tú lo sabes bien, mi Rosario. Mi fiel compañera.- pronuncié clavando mis ojos en los suyos. Ella sonrió tranquilizadora. –Siento todo el mal que te he podido causar.- me disculpé realmente arrepentida. –Tu siempre has estado ahí y hasta ahora no me he dado cuenta de lo injusta que he sido contigo.- continúe. Rosario me miraba sin comprender demasiado bien a que venía este arranque. Y como respuesta miré a Raimundo. –No quiero seguir siendo el reflejo de Salvador. Él no lo merece.- terminé entristecida.

La señora me abrió su corazón diciéndome todo lo que sentía por Raimundo y cuanto había sufrido por no tenerlo cerca,yo lo sabia bien pues siempre habia estado a su lado.Le sonreí para tranquilizarla,-Ahora llego el momento de ser feliz señora-le dije sabiendo que merecían la felicidad que acababan de conseguir.Su mirada se entristeció de pronto y me pidió disculpas por todo el mal que me hubiera causado.-No tengo nada que perdonarle,usted actuaba así por todo el dolor que sentía y la comprendo-.Ella dirigió su mirada a Raimundo y dijo que no quería seguir siendo el reflejo de salvador,entonces le agarre el rostro para que me mirara-Usted nunca ha sido como el señora,en el fondo jamas ha dejado de ser aquella muchacha que conocí-le dije con una sonrisa.

-Gracias, Rosario.- le dije. -Gracias por estar ahí.- volví a agradecerle. Ella sonrió restándole importancia a aquello. Y poco después se despidió al sentirse un tanto fuera de lugar en aquella alcoba.

Vi como Rosario entraba en la habitación contigua y cerré la puerta sin demasiada rapidez. Una vez cerrada me apoyé en ella. Dirigiendo después mi mirada hacia él. Observando cómo se removía al no sentirme a su lado.

Sonreí, acercándome entonces a la cama.

-Buenos días, mi príncipe.- le dije cariñosa sentándome a su lado.

Salia de la habitación de la señora cuando escuche los gritos de mi hija que provenían de la habitación de sebastian-¿pero muchacho que hacías?-dije ayudando a mariana a levantarlo y sentarlo en la silla de ruedas.El me contesto que intentaba llegar a la silla de ruedas pero que apoyo demasiado la pierna herida-A ver esa herida-dije viendo como el vendaje comenzaba a sangrar,-voy a buscar algo para curarte,demonio de muchacho-.Dije sonriendo, y mirando a mi hija le dije-Mariana quédate con el, enseguida vuelvo- y salí de la habitación en busca de lo necesario para curar a sebastian.

Llegue a la casona, cogi el cabballo, y rapidamente volvi al rio, donde Pepa me aguardaba, a la lejania vi un hombre, que no podia distinguir bien, cuando me iba acercando mas lo vi, era Salvador Castro, llevaba la camiseta desabrochada y Pepa estaba en el suelo, echa un mar de lagrimas, y probablemente mas debil de lo que antes estaba. Mis ojos se volvieron llenos de furia, me baje del caballo y me tire encima de salvador, golpeandolo una y otra vez mientras gritaba.
-Que le has hecho puerco? que le has echo??

Salvador consiguió que los hombres me soltaran. Estuvo a punto de matar a uno de ellos, pero no lo hizo. Ambos salieron huyendo. Una vez se fueron mi padre me miró fijamente a los ojos y yo, totalmente desconcertada por lo ocurrido, no podía dejar de llorar, por el gran susto que me había llevado.

A lo lejos vi llegar a Tristán con un caballo. En sus ojos se podía percibir el pánico. Pensó que Salvador había intentado propasarse conmigo. Se lanzó sobre él y comenzó a pegarle.

-¡No Tristán! ¡Él no me ha hecho nada! ¡Déjale!-le grité

Él no me oía, así que me intenté levantar y caminando malamente hasta él les separé, pero todo esto era demasiado para mí. Tantos heridos, muertes, crímenes... No aguanté más la presión y me desmayé.

Mariana entró rauda en mi cuarto al verme en el suelo. Me preguntó qué había pasado pero yo no le contesté ya que estaba esforzándome en levantarme sobre una pierna cosa que resultaba complicado sin apoyar la que estaba herida. Después entró Rosario y entre las dos me llevaron a la silla de ruedas. Miré mi pierna y vi que empezaba a sangrar.

- Lo siento Rosario. Quise levantarme y apoyé demasiado la pierna herida. Ya sabe como soy de inquieto. - le dije intentando bromear.

Rosario se fue a buscar algo para curarme mientras que Mariana se quedaba conmigo.

- Esto de estar impedido me va a costar lo suyo. - le dije bromeando. Mariana se rió conmigo. Paciencia, me dijo que tenía que tener. - Ese es el problema, que los Ulloa tenemos poco de eso. Y menos aún cuando no pegamos ojo en toda la noche. - dije mientras en mi mente se repetía una y otra vez el recuerdo del beso con Soledad.

Me acerqué a él recibiendo el que me pareció el más dulce de los besos. Coló sus manos atrevidas bajo la bata, en torno a mi cintura.

-¿Has dormido bien?- le pregunté con la ternura típica de toda enamorada. Él asintió respondiéndome cariñosamente y atrayéndome hacia si volvió a besar mis labios.

Al separarnos un poco intentó erguirse, haciendo fuerza con sus brazos para conseguirlo. Y yo, tratando de que no se volviese a hacer daño, me levanté de la cama, ayudándolo más fácilmente a incorporarse. Cogí un par de cojines y los coloqué en su espalda, velando por su comodidad.

Me senté de nuevo junto a él. Y Raimundo agradeció mis atenciones y sonreí a modo de respuesta.

Lo vi relamerse los labios, cuando supuse que el olor que desprendía la bandeja que tenía a su lado había llegado a su olfato.

-Rosario nos ha subido el desayuno.- le expliqué. –Chocolate con churros.- apunté al tiempo que cogía la bandeja y la colocaba sobre las piernas tendidas de él. –Nada más dulce para empezar el día ¿no crees?- añadí sonriente.

Regrese a la habitación con todo lo necesario para curar a sebastian,Empape un algodón en alcohol y lo pase suavemente por la herida.Pero no pude evitar que Ssebastian diera un respingo al escocerle la herida-Lo siento sebastian,tienes que aguantar un poco, ya casi esta-y tras colocarle un vendaje nuevo lo acerque a la mesita para que pudiera desayunar-Aliméntate bien que tienes que reponer fuerzas-le dije en tono cariñoso.El muchacho me agradeció las atenciones y me dedico una amplia sonrisa-Bueno marcho ya a preparar el almuerzo-Mariana cuando sebastian termine lleva la bandeja a la cocina-y tras decir esto y dedicarles un gesto cariñoso a los muchachos marche a la cocina a preparar el almuerzo.

¿Por qué?¿Por qué no podía moverme, no podía actuar? ¿Qué tenían aquellos ojos que desgarraban mi alma hasta hacerme olvidar quién era, hasta hacerme sentir como un muchacho perdido e indefenso?
Sacudí la cabeza al darme cuenta de que mis propios pensamientos me traicionaban, tenía que marcharme de allí, pero antes de que pudiera dar un paso el repiqueteo de los cascos de un caballo llamaron mi atención. Sobre él, el mojigato de mi hijo con los ojos enrojecidos de la rabia y creo que incluso de lágrimas...estaba claro qeu había salido a su madre. Aquel niñato se abalanzó sobre mí cebándose de nuevo en mi rostro propinándome toda clase de golpes... suerte que también golpease como una mujer.
Justo cuando me disponía a deshacerme de él por mi propia cuenta, y no tenía pensado ser nada delicado, la débil voz de Pepa llegó a nosotros, diciéndole que me soltara justo antes de desvanecerse. Tristán apenas la escuchó, solo el ver que ella perdía la conciencia lo obligó a soltarme para centrar su atención en ella. No paraba de acusarme, de gritarme, de preguntarme qué le había hecho tratando de hacerla reaccionar. De nuevo volvía a llorar, que decepción de hijo... no tenía el arrojo de ella. Ella...
- Deja de lloriquear como una muchacha asustada- le espeté- ¿no ves que necesita ayuda? ¿Es que un padre no puede preocuparse por su hija?- dije ante su mirada de asombro- Date prisa y llévala al consultorio. Yo te... te ayudaré a llevarla si es necesario.

Estaba pegandole con todas mis fuerzas cuando de repente, oi la voz de Pepa, apenas escuche lo que ella dijo, despues oi un golpe, me aparte al instante, cuando vi que se habia desmayado, corri a socorrerla.
-Pepa, Pepa! -la agarre entre mis brazos-- Mi amor...reacciona -empeze a gritar dandole suaves golpes en la cara, despues mire a Salvador.
-No necesito tu ayuda para nada, puerco.
Me levante, cogiendola en brazos.

- ¿Puerco? Voy a tener que pedirle a tu recién descubierta hermana que te enseñe modales. Pero no digas tonterías, ¿no ves que el pueblo está demasiado lejos para que la lleves tú solo?

Traté de acercarme a ellos para tomar a Pepa entre mis brazos, pero Tristán se alejó de mí cual madre leona que protege a sus cachorros... patético.

- Está bien, si quieres cargarla tú solo adelante, tampoco es que me importe demasiado que cuando quieras presentarte ante el doctor sea demasiado tarde o que te quedes tirado en mitad del bosque. De hecho, sí, hazlo, llévatela al pueblo en vez de a la Casona que está a apenas unos minutos y donde de seguro que el médico se presencia en un momento. Por cierto ten cuidado hijo porque con ese soponcio de niño chico que llevas encima podrás tropezar con cualquier cosa.

Cuando pude leer en sus ojos la indecisión y la duda que habían sembrado en él mis palabras, giré sobre mí mismo dándole la espalda y esperando a que mis palabras acabaran de hacer mella. Tres, dos, uno...

Estaba dispuesto a ir al consultorio, Salvador se acerco y yo me eche para atras mirandolo con repugna, aunque habia de reconocer que por una vez en la vida tenia razon, el medico acudiria presto a la casona, y la atenderian antes que yendo yo solo hacia el pueblo, cuando se giro, le dije friamente.
-Esta bien, iremos a la casona, pero tu a dos metros de ella.

La estreche mas entre mis brazos y lo mire.

Me fui presto a mi habitación con las mejillas sonrojadas. ¡Sebastián me ha besado! No me lo podía creer, pero… Soledad no vuelvas a caer en los brazos de otro hombre, pensé. Primero Juan y luego Olmo. ¿Y si Sebastián también me hacía daño? Sé que él es diferente pero, ¿quién me puede asegurar que no me hará daño? No, no y no. No podía volver a caer en las garras de un hombre. Prometí a Sebastián que le ayudaría a dar con Salvador, mi padre, y no solo por él, sino también por mí. Necesitaba enterrar todos los malos recuerdos de mi pasado. De ahora en adelante Sebastián y yo seremos solo amigos, aunque sé muy bien que me va a costar porque le amaba, le amaba con todo mi corazón.
Al día siguiente, cuando desperté, bajé al salón para desayunar con madre y Tristán como siempre habíamos hecho pero mi hermano no estaba, y en su lugar estaba Raimundo. Estuvimos conversando los tres tranquilamente. La verdad es que nunca me había sentido tan dichosa. Cuando entró Mariana con la bandeja, se tropezó y la bandeja se cayó al suelo. Ella estaba asustada por la bronca que mi madre le iba a echar pero yo conseguí evitarla y la ayudé a recoger todo el estropicio que había montado. Siempre había sentido a Mariana como a una hermana y, aunque cuando me separé de Juan y me junté con Olmo la traté realmente mal, siempre la había sentido como si de mi propia familia se tratara. Cuando acabamos de recogerlo todo me dirigí al pueblo. El día anterior le había encargado al carpintero que construyera un bastón para Sebastián que quería regalarle y así podría moverse y pasear. La Soledad del principio, la Soledad simpática y dicharachera que ayudaba a todo el mundo sin importarle nada, ha vuelto.
Llegué a la Casona y subí rápidamente a la habitación de Sebastián. Esta vez llamé a la puerta y me dio permiso para pasar. Cuando me vio sonrió y se puso rojo, al igual que yo.
-Buenos días Sebastián, ¿qué tal has descansado?- me dijo que la pierna le había dolido bastante ya que intentó levantarse.
-Bueno, pues ahora ya no tienes por qué preocuparte.-le enseñé el bastón que había encargado para él- He mandado que fabricaran un bastón para ti. Así podrás pasearte y nosotros podremos empezar la investigación, ¿no crees?
Sebastián sonrió y me dio un beso en la mejilla. Este beso me dio aún más ganas de lanzarme a sus labios y besarle, pero sabía que eso no era lo correcto.

Me hizo dirigir mi mirada hacia la bandeja y aprovechando mi despiste hundió su dedo índice en chocolate, dando después un toque en mi nariz con él para dejar allí su dulce huella.

Lo miré asimilando su chanza. Y viendo que no paraba de reír decidí continuar con normalidad.

Esbocé una sonrisa tan amplia como falsa. Tomé un churro y lo mojé en el chocolate para después llevármelo a la boca.

Raimundo dejó de reír aunque no de sonreír al verme con la nariz manchada de chocolate y sin intención alguna de limpiármela.

Al terminar de comer cogí entre mis manos una de las tazas. Bebiendo un sorbo de su contenido. Me mordí el labio con una inocencia fingida. Solté la taza en la bandeja, para después coger esta última y soltarla encima de la mesita. Me acerqué a él.

-¿Quieres?- le pregunté en un delirante susurro colocando mis labios a apenas unos milímetros de los suyos.

Mucho antes de que Tristán respondiera ya sabía que lo había convencido, aún así sentí un gran alivio al ver que entraba en razón.

Sin decir nada más, esperé a que emprendiese la marcha quedando tras él, caminando entre las sombras, solo tras sus huellas, como siempre he hecho... Solo, pensando en que volvería a entrar a la que fue mi casa, que no mi hogar, durante tantos años, pensando en lo que encontraría allí o más bien en quién encontraría allí. Su recuerdo, el recuerdo de Rosario, me golpeó de pronto cortándome la respiración. La había tenido tan cerca, tan cerca... todavía sentía el tacto de su piel, su cálido aliento,la humedad de sus lágrimas, hubiera dado cualquier cosa por haber vuelto a probar sus labios. Pero no, me decía, no lo pienses, no debía pensarlo. Ella era una ramera como todas las demás, me hizo creer que me amaba, me hizo pensar que podía ser distinto, que podía significar algo más que un mosntruo para alguien, todo para dejarme por aquel desarrapado... ¡NO! No lo recuerdes, no te atormentes. Todas las mujeres son unas rameras, todas lo son, me decía, y se merecen lo que les he hecho, todas lo son... pero si todas lo son, no pude evitar preguntarme ¿Por qué he salvado a Pepa?

La imagen de la Casona alzándose imponente ante mí me sacó de mis cavilaciones. Era la hora de volver, era mi hora.

Camine con Pepa en brazos, mirandola, mientras le acariciaba la cara, pensando -Mi amor...te pondras bien,te lo juro- segui caminando vigilando a Salvador, hasta que al fin vimos la casona, me acerque a el.
-Piensas entrar?

Después de que Rosario me curara desayuné solo por desgracia. "Por lo menos alguien estará pasando un momento feliz" - me dije a mí mismo pensando en mi padre. Soledad no apareció hasta unos minutos después preguntándome que tal había pasado la noche.

- Bien, dentro de lo que cabe aunque por la terquedad Ulloa me he querido levantar y la pierna ahora me duele bastante. - dije intentando restar importancia a lo que supuso el beso para mí cosa que me costó bastante.

Ella me sonrió y me enseñó el bastón que había mandado hacer para mí. Estaba hecho a medida. Le sonreí y le di un beso en la mejilla. Con miedo a que me rechazara me aparté enseguida pero ella me sonrió y me preguntó por la investigación.

- Soledad ¿aún quieres hacer esto? Mira que esto puede ser peligroso teniendo en cuenta el historial de Salvador.

Ella me contestó decidida. Quería seguir y enterrar de una vez los fantasmas de su pasado.

- Está bien. Pero por el momento tendremos que aplazar lo de ver que hay en su tumba hasta que sepamos algo de su paradero. Sería lo más prudente. Hablaré con mi padre para saber qué contó sobre sí mismo. A partir de ahí empezaremos a investigar ¿de acuerdo?

Ella me contestó conforme. Pero después la tensión volvió entre nosotros. Ella la rompió intentando hablar sobre lo del beso. Diciéndome que no quería otra relación. "Amigos", esa palabra me resultó demasiado dura para mis oídos pero lo tuve que aceptar. Entendía cómo se sentía. Si tenía que haber algo entre nosotros tendríamos que esperar.

- Si, será lo mejor. - dije aceptándolo.

Escuche voces en la entrada y subí las escaleras de la cocina para comprobar de quien se trataba,al llegar comprobé aterrada que se trataba de Tristan que traía entre sus brazos a pepa.

- Señor póngala en el sofá-

Tristan me obedeció y deposito a pepa delicadamente en el sofá.

- voy a decir a Mauricio que avise a don Julian -

al girarme hacia la puerta un escalofrió recorrió mi cuerpo al encontrarme frente a Salvador Castro, mi mente voló hacia el momento en que sus manos recorrieron mis labios.Menee la cabeza para apartar ese pensamiento.

-¿Que le ha hecho a Pepa?- le recrimine.