Creemos nuestro propio Puente Viejo. ¡TODOS JUNTOS!

Fue ahora él el que hizo acople de su orgullo herido. Provocándome. Mas no pude dejar de sonreír al ver como a duras penas trataba de continuar con una expresión molesta en su rostro.
Volvió a depositar un beso en mis labios y haciéndolo esta vez más profundo que el anterior. Poseyéndolos. Haciendo suyos mis labios. Como nunca habían dejado de serlo, suyos. Me acerqué a él sin cortar el beso. Haciendo que se recostase mientras el beso comenzaba a subir de intensidad. Puse toda mi atención en no hacerle daño, mientras sus manos recorrían mi cuerpo de una manera poco pudorosa. Llevé mis labios hasta su cuello. Dejando un reguero de besos por el camino. Volviendo después a su boca y comenzando de nuevo a devorarla.

Soltó un gemido al notar como mi lengua se colaba atrevida en su boca, enredándose con la suya. Dejé caer entonces todo mi peso sobre él, sin acordarme en ese justo momento de su herida.

El gesto de dolor que cruzó su rostro me hizo apartarme rápidamente.

-Lo siento. Lo siento.- me disculpé dejándome caer de lado sobre la cama. –No pretendía…- Raimundo llevó su mano a la herida y, tras soltar el aire en un suspiro, sonrió. -¿Te duele mucho?- pregunté cariñosa a la vez que preocupada, acercando mi mano a la venda. El negó con la cabeza haciéndome entender a su vez de que aquella molestia no era grata precisamente.

Meneé la cabeza. Y pasamos segundos sumergidos en un cómodo silencio. Segundos en los que no dejé de acariciar el vendaje con ternura.

-Y por cierto, la próxima vez que quieras “enfadarte”- dije haciendo un cómico gesto. –espera un poco antes de besarme. Sino esto pierde toda la credibilidad.- terminé explicándole como si de la cantidad de sal que había de echarle al puchero se tratase. –Además,- pronuncié al tiempo que hundía el codo en el colchón para utilizar mi brazo como soporte mientras lo miraba a los ojos. -¿quién ha dicho que la persona a la que más quieres en este mundo se vaya a alejar de ti?- pronuncié esbozándole una irresistible sonrisa. Provocando así la de Raimundo.

Mil mariposas revoloteaban en mi estómago ante sus palabras. ¿Cómo se podía amar tanto a alguien? Cerré los ojos sintiendo que, aunque quisiera, no podría cruzar el umbral de la puerta sin él. El aire me asfixiaría y mi ser quedaría incompleto. El sol se apagaría, dando paso a la oscuridad en la que todos estos años había estado sumida. Y Salvador volvería a atraparme entre sus alas negras. Volviendo mi vida a sumergirse en el mismísimo infierno.

Me acerqué a sus labios asustada por mis propios sentimientos. Pegando, tras un fugaz beso, su frente a la mía. Queriendo sentirlo tan cerca como fuese posible. Sintiendo como su aliento se mezclaba con el mío.

Raimundo me agarró por los hombros. Obligándome a mirarlo a los ojos. Tranquilizándome con su sonrisa. Preguntándome el motivo de mi repentina actitud.

-Nada.- respondí. Negando a su vez con la cabeza. –No ha sido nada.- sonreí forzosamente mientras el acariciaba mi rostro con una ternura infinita.

Alejé todo cuanto pude mis negros pensamientos.

-Te quiero.- le dejé claro. -Y si quieres venir a la Casona, no seré yo quien te lo impida.- pronuncié orgullosa cuando me moría por gritarle que no había otra cosa que me hiciese más ilusión. –Pero no esperes que te haga de enfermera ni nada por el estilo.- le advertí risueña.

Me sente a su lado,cogiendole la mano,le explique lo de Martin y de repente oi aquellas palabras "irme de PuenteViejo" mi rostro empalidecio y la mire con la mirada triste,con miedo.No se podia ir,no me podia dejar.
-Que? Irte de PuenteViejo? nonono no puedes hacer eso...no puedes...

Cuando Mariana entró me aparte, pero enseguida Sebastián me preguntó porque me apartaba, así que me volví a sentar a su lado. Mariana se fue y nos volvimos a quedar a solas.
- Sebastián, no me creo que te hayas hecho daño en la conservera. ¿Por que no me lo cuentas? ¿Es que acaso no confías en mi?
Sebastián me dijo que era mejor que fuera madre quien me lo contara y accedí. Nos pusimos a hablar y a reír, y nos pasaron las horas volando, tanto que se nos hizo de noche. Con Sebastián me sentía a gusto, sabía que podía confiar en él plenamente. Era el único que, en mucho tiempo, me ha hecho sonreír y reír a carcajadas. Deseaba que los momentos que pasaba con él no se acabaran nunca. Era una sensación extraña que nunca había sentido. Mi corazón latía a mil por hora. Sebastián me pidió que me quedara a cenar a su habitación, ya que él no podía bajar al salón y no quería cenar solo, y... ¡suerte que me lo pidió!, porque estaba buscando la manera de pedirle si me podía quedar con él. Mis labios esbozaron una leve sonrisa y él me la devolvió. ¿Podía ser posible que Sebastián, el mejor amigo de mi hermano Tristán y un muchacho que conocía des de pequeñita, fuera el hombre de mi vida? No conocía la respuesta a esa pregunta pero lo que si sabía era que por primera vez en mucho tiempo volvía a estar ilusionada por un hombre.

Tras el gesto de sorpresa inicial, me retuve las ganas de asesinarlo con la mirada ante la última insinuación, si así se podía llamar. Me incorporé, quedando sentada sobre la cama, mientras él no dejaba de reírse a carcajadas.

-No sé de qué ríes, Ulloa.- pronuncié sin siquiera mirarlo. –No olvides que sigo casada con ese malnacido y tienes suerte de ser un condenado hereje y que no tengas que confesarte por ello.- continué hablando enfadada. Haciendo uso de toda la fortaleza que en aquel instante no tenía para no lanzarme sobre él y llevar a cabo lo que ambos deseábamos más que a nada.

Lo miré con la misma expresión de enfado en mi rostro.

-Vamos, tabernero.- le dije moviendo levemente la cabeza. Indicándole que se levantara. -¿No eras tú el que quería venirse a la Casona?- hice una breve pausa antes de seguir. –Pues ale. Y por si no habías caído en ello, en la Calesa ha salido Sebastián.- sonreí mirándolo desde la puerta. Esperándolo.

Mientras que todo Puente Viejo certificaba que Soledad se había vuelto fría distante como su madre yo no la veía así. Soledad se quedó conmigo y seguimos hablando y riendo tranquilamente como dos buenos amigos. Fue más que agradable. Cuando llegó la hora de la cena me atreví a decirle:

- Soledad ¿quieres cenar conmigo? Es que por mi herida no es conveniente que ande mucho por el momento y no quiero quedarme solo.

Soledad me sonrió de la manera que recordaba antes de que estuviera con Olmo. Creí ver en sus ojos un atisbo de felicidad y eso me animó. Me alegraba que volviera esa Soledad de antaño que sentía las fuerzas suficientes para comerse el mundo. A su lado me encontraba tranquilo y feliz. Ojalá todos pudieran ver a esta Soledad.

Me dirigía a la casona dejando a la señora en la mejor compañía que la podía dejar,me sentía muy feliz por ellos,que al fin alcanzaran la felicidad que tanto se merecían aunque la amenaza de salvador castro se cernía sobre ellos.Sumida como estaba en mis pensamientos no me di cuenta de que alguien me seguía,pero el crujido de una rama seca me sobresalto-¿Quien anda ahí?-pregunte asustada.

-Escucha Tristán, solo serán algunas semanas, quizá un par de meses. Nos vendrá bien a los 2 para mentalizarnos y aceptar todo lo nuevo que nos ha pasado. No partiré mañana mismo pero sí, cuando todo se estabilice, en algunos días.

Se disculpó cariñoso. Pensando quizás que me había molestado lo que había dicho, cuando resultaba todo lo contrario. Quería tanto como él que me hiciese suya. Pero no era el momento. Él estaba herido y me negaba rotundamente a hacerle algún daño.

Cogí la muleta que Pepa le había dejado de donde Raimundo me indicó. Tendiéndosela sin mirarlo. Continuando “molesta”. Se levantó con dificultad. Con un gesto de dolor que me preocupó más de lo que me hubiese gustado. Le ayudé a ponerse la camisa y, con el mismo orgullo al que había recurrido antes, me separé de él.

De nuevo un terrible gesto de dolor cruzó su rostro y esta vez no pude sino lanzarme a sus brazos para ayudarlo. Quizás no fuese una buena idea llevarlo así a la Casona. Al menos no obligarlo a caminar hasta allí.

Sentí el latido de su corazón bajo la palma de mi mano. Y como sus dientes mordían tiernamente el lóbulo de mi oreja mientras me susurraba hermosas palabras. Un gemido salió de mi garganta y un segundo después volví a escuchar la misma indecorosa insinuación. Pero esta vez me resultó deliciosamente atractiva.

Besó mis labios en un beso tan pasional como deseado. Y cuando me tenía justo a su merced se separó de mí. Dejándome turbada. Perdida. Esperando otro beso que él no había planteado darme.

Tragué saliva al darme cuenta de la situación, y esta vez sí. Lo hubiese hecho cenizas con la mirada. Moví mis labios tratando de balbucear pero rápidamente me di cuenta de que aquello no era una buena idea. ¿Qué vas a decirle, Francisca? Se burló mi conciencia.

-Tabernero del tres al cuarto.- musité enfadada. Y con la misma rabia apreté los dientes y salí del cuarto.

Bufé soltando mi enfado y el aire al mismo tiempo. Me giré al recordar que Raimundo no podía andar bien solo. ”Pues vaya ayuda se ha buscado”. Volvió a decirme una voz interior.

Me acerqué a él y con poco tiento lo agarré como había hecho antes. Ayudándolo a caminar. Raimundo me miró de reojos, satisfecho porque su maravillosa venganza le había salido rodada.

Salimos de la Posada. Miré hacia los lados buscando a Rosario, pues la criada me había dicho que me esperaría, pero no estaba. Supuse que se habría ido y, sin darle mayor importancia, con un lento y dificultoso paso tomamos rumbo hacia la Casona.

Permanecimos largo rato en silencio. Yo por puro enfado y él por temor a que lo terminase dejando en mitad del campo solo.

-En otro momento te habría ofrecido una habitación para ti solo, pero hay demasiada gente en la Casona y… Me temo que la vas a tener que compartir.- le dije seria. Parándome para poder mirarlo a la cara. Tener la mano justo a la altura de su corazón tenía sus ventajas, y en ese momento pude sentir como saltaba de júbilo al errar en la compañía que había pensado para él. – Supongo que no tendrás problema en compartir habitación con tu hijo.- le dije con normalidad.

Una carcajada terminó saliendo por mi garganta al observar la expresión que Raimundo me regaló.

Aparté mi mirada antes de que otro más de sus pucheros me hiciese derretirme. Meneé la cabeza mientras lo escuchaba. Haciendo que siguiese intentando convencerme.

Lo solté una vez que hubo terminado. Mirándolo a los ojos. Seria. Sin salir de mí firme postura. Raimundo esperaba estoicamente mi respuesta. Y, sorprendiéndolo, me lancé a sus labios. Devorándolos. Mordiéndolos suavemente. Enredando mi lengua con la suya.

-¿De verdad creías que te iba a dejar dormir con Sebastián?- le pregunté una vez que puse distancia entre nuestras bocas. Él me sonrió y sin responder volvió a lanzarse a por mis labios.

Agache la mirada,preguntandome porque nos tenia que pasar todo a nosotros, no podia estar dos meses mas sin ella.
-No me hagas esto Pepa...*dije con un hilo de voz* en estos dos meses tu recuerdo ha sido lo que me ha mantenido con vida,las ansias por volver a verte,no puedes irte ahora,no lo soportaria....

-Tristán para mí tampoco es fácil pero es lo mejor. De todas formas, ahora será mejor que te vayas a la Casona que se está haciendo muy de noche. Mañana os haré una visita y así también veo a Sebastián. ¿De acuerdo?

¿Cuántas veces la había observado oculto entre la maleza? ¿Cuántas veces la había perseguido entre las sombras, mirándola, recorriendo su cuerpo... pero oculto, siempre oculto?
Yo era un ser despiadado y así quería seguir siendo, así debía seguir siendo. Pero algo en mi interior se rompía cada vez que la veía, algo se debilitaba al contemplar el brillo de sus ojos castaños y era algo qeu odiaba y que me desquiciaba pero que a la vez anhelaba, deseaba, buscaba... Pues solo ella conseguía hacer que mi mundo dejase de girar descontrolado, solo ella me hacía sentir en paz.
Por eso, no pude soportar más la distancia, había pasado demasiados años separados, y aunque no quisiera cambiar (porque no quería quede claro), y aunque supiera que tenerla de nuevo frente a mí solo conseguiría confundirme, necesitaba verla una vez más.
- Ha pasado mucho tiempo Rosario.

-Esta bien...
le solte la mano y sin decir nada mas sali de la habitacion,ya habia anochecido,emprendi camino hacia la casona pensando en el telegrama que me habia llegado,una peticion de reincorporacion al ejercito,en un principio pense rotundamente que no,pero la verdad me lo estaba replanteando.

Tristán marchó y yo me quedé pensando.
En... Salvador. ¿Volvería a aparecer? Si había planeado su venganza durante tantos años, no creo que fuera para retirarse a la mínima de cambio. Regresaría y su aparición nos iba a traer desgracias, de eso estaba segura.
Me tumbé en la cama e intenté conciliar el sueño, no podía, no dejaba de darle vueltas a todo lo que estaba ocurriendo.

Un escalofrió recorrió mi cuerpo cuando ante mi se presento Salvador Castro,aunque gritara estaba demasiado lejos para que nadie pudiera oírme,me quede paralizada por el miedo y ni el mas leve sonido salia de mi garganta.Estaba segura de que querría vengarse de mi por haberle disparado,se acerco hasta mi mostrando una siniestra sonrisa,unas lagrimas surcaron mi rostro pensando que mi final estaba cerca y pensé en mis hijos,en mi esposo y en todas las personas a las que amaba y mentalmente me despedí de ellos.

Mariana entró para avisarnos de que Francisca había llegado junto a mi padre. Yo sonreí abiertamente al pensar en la alegría que debía sentir mi padre sabiendo que dormiría con ella. Soledad se levantó para ir a hablar con su madre. Sabía que le ocultábamos algo y estaba deseando conocerlo.

Mariana me miró más inquieta.

- ¿Qué ocurre Mariana?

Finalmente se atrevió a hacerme la gran pregunta. Se había enterado por los rumores del pueblo de que Salvador había vuelto. Temblaba de terror. Le tendí la mano oara que se sentara a mi lado.

- Tranquila Mariana. Te juro que no dejaré que te haga daño ni a ti ni a nadie. - le dije con voz dulce.

La acerqué a mi para darle seguridad y me parecía que se tranquilizaba. Siempre hemos sido buenos amigos y no quería que nadie le hiciera daño.

Mariana llamó a la puerta para avisarnos de la llegada de mi madre con Raimundo. No me extrañé mucho de la presencia de Raimundo en la Casona ya que Sebastián me contó que se habían reconciliado. Bajé las escaleras y los vi a los dos, sentados en el sofá del salón hablando y riendo juntos. Hacía muchísimo tiempo que no veía a mi madre tan feliz, y si ella era feliz yo también. Cuando se percataron de mi presencia le pregunté a Raimundo como estaba y me dijo que estaba mucho mejor y le guiñó un ojo a mi madre, la cual se sonrojó. Le pedí a Raimundo si nos podía dejar a solas y no se opuso. Cuando al fin estábamos solas le dije a mi madre:
- Madre, sé que algo malo ha ocurrido. Raimundo y Sebastián están heridos y casi mueren. He intentado que Sebastián me lo contara pero me dijo que era mejor que fuera usted quien me lo explicara. ¿Qué ha ocurrido en mi ausencia?
Madre se puso blanca de golpe y accedió a contármelo. Me relató todo lo ocurrido con mi padre, Salvador Castro. No me lo podía creer. ¿Mi padre, el que todos creíamos muerto, estaba vivo? Sin pensarlo salí corriendo. Necesitaba sentir a Sebastián a mi lado, dándome todo su apoyo y protegiéndome. Sabía que con él nada malo podía ocurrirme. Llegué a su habitación y sin llamar ni nada entré, pero me lleve una sorpresa. Encontré a Sebastián abrazando a Mariana. Las lágrimas empezaron a brotar en mis ojos. No, no podía creerlo. Quería salir corriendo de allí pero Sebastián me pidió que me quedara.
-Yo… yo… yo lo siento mucho, no quería interrumpir…-la voz no me salía y al escuchar la voz de Sebastián, más lágrimas volvieron a mí. Mariana salió de la habitación, y, en cuanto cerró la puerta, me fui corriendo al lado de Sebastián. Ahora sabía que era lo que me ocurría con él. Al verlo abrazado a Mariana me quería morir. Ahora sabía que me estaba empezando a enamorar perdidamente de Sebastián Ulloa.

Estaba frente a mi sonriendo y diciéndome que había pasado demasiado tiempo, yo no dejaba de temblar-Pues no se le ha echado de menos-dije con la voz temblorosa-demasiados años de dolor y sufrimiento por su culpa-.A medida que hablaba el miedo iba desapareciendo dando paso a una rabia contenida demasiado tiempo,-¿sabe cuantas veces cure a la señora de las heridas que usted le provocaba?-a mi mente vinieron imágenes de una joven Francisca llena de magulladuras y ahogada en llanto,-¿y la señorita soledad?-grite furiosa-¿como pudo causarle ese daño a su propia hija?-Salvador me miraba en silencio mientras yo hablaba hasta que finalmente me respondió.

Al cabo de unos minutos Mariana se tranquilizó. Empezábamos a hablar de otra cosa cuando oí unas pisadas que se acercaban corriendo. Alguien abrió la puerta y vi a Soledad con lágrimas en los ojos. Sin duda ya se había enterado de lo ocurrido. Algo en mí se sobrecogió al verla así.Mariana se sobresaltó y se levantó recomponiéndose como pudo delante de ella.
Soledad intentó disculparse e hizo ademán de querer salir pero yo no podía dejar que se fuera así. Quería que supiera que estaba dispuesto a desenmascarar a Salvador.

- Espera Soledad.

Mariana se disculpó diciendo que ya era tarde y que su madre le estaría esperando para la cena. En cuanto Mariana se fue Soledad corrió a mis brazos presa del pánico.

- Tranquila Soledad. Haré todo lo que esté en mi mano para desenmascarar a ese cerdo. Te doy mi palabra.

Soledad me miró emocionada y me dijo que me ayudaría. Lucharíamos juntos para acabar con ese demonio.