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El enviado

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bandofan
bandofan
17/06/2012 20:14
Buenassss. Dicen que no hay dos sin tres, y a mí me va la marcha y me gusta escribir, así que aquí estoy de nuevo para quien quiera leer.

El relato se llama “El enviado” y NO es la continuación de Destino y Éxodo. Es algo nuevo.

A Lyra22, Coldcase, Charitito, begojigamo, coco250, farruquita - las que habéis leído mis dos relatos anteriores, tengo que decir que no descarto escribir la lucha de Sara contra el Ku Klux Klan en el futuro (que se ha quedado pendiente después de Éxodo). Pero ahora no es el momento por una razón: que la Jimena que he creado en mis relatos es demasiado buena persona y me apetece que Sara le dé una buena patada voladora a la nuestra, a la que tenemos que sufrir cada día jajaja. Me apetece más ahora mismo escribir un fic sobre la Bandolera actual, y en el que le dé una vuelta de tuerca a algunos “suicidios de guionismo” que estamos viendo últimamente (por supuesto, esta vuelta de tuerca es MI vuelta, y cada uno ya puede estar de acuerdo o no).

Tardará unos trozos en ponerse interesante, ya sabéis cómo son estas cosas…

A este fic no voy a ponerle etiquetas, ni sobre él voy a dar indicaciones, porque espero que sorprenda. Juro solemnemente que con él no pretendo herir sensibilidades; simplemente, así es como fantaseo yo con la continuación de Bandolera (una fantasía que jamás vería la luz si no la escribiera, y que por eso escribo).

Tomo prestado este poema para abrir el relato. Se llama “Invocación” ;-) No es mío, es de Carlos Marzal. Dedicado a las que os animéis a leer la historia:

Que otras vidas más hondas sofoquen mi nostalgia
y que el don del valor me sea concedido.
Que el amor se engrandezca y sea fiel y dure
y que ajenos paisajes impidan la tristeza.
Que el olvido y la muerte, que el tiempo y el dolor
formen por esta vez en el bando vencido.
Que las luces se apaguen, y en la noche del cine
una breve mentira nos convierta en más vivos.




Empezamos.
#1
bandofan
bandofan
17/06/2012 20:17
EL ENVIADO[/i]
por bandofan




1. Disputas internas

Sara regresó a casa más tarde que nunca desde hacía tiempo. Traía el pelo revuelto, al igual que el alma. Volvía con el pecho aún agitado y la sensación indescriptible de quien ha hecho algo prohibido, pero deseado. Trataba de esconder ese gesto pícaro, ese palpitar semejable al de un niño que ha cometido una travesura y se ha salido con la suya. Deseaba estar a solas, regodeándose en esa emoción, pero Jimena estaba en el salón hojeando un libro, y Sara lamentó tener que dar explicaciones aquella noche.

Jimena: Al fin llegas. ¿De dónde vienes?
Sara: Se me hizo tarde en las cuevas –dijo aún azogada, y mientras se quitaba la chaqueta trataba de esconder el rubor de sus mejillas-. ¿Miguel está bien?, ¿ha estado inquieto durante mi ausencia?
J: No, no. Todo bien. Gloria se lo llevó a dormir hace rato.
S: Voy a verle –declaró resuelta, pero Jimena la retuvo-.
J: Sara, si no estás muy cansada, me gustaría comentarte algunos planes que he hecho para la boda. Ya he empezado a pensar en el vestido…

La inglesa sonrió con algo de desgana y se sentó a su lado. La miró fijamente a los ojos, como debe hacer alguien que da un consejo si espera que éste surta algún efecto. Claro que Sara sabía que sólo es posible ayudar a quien aprecia tu ayuda.
S: Sé que estás muy ilusionada… pero debo manifestarte mis reservas. Has descubierto el amor y eso es maravilloso, pero ¿cuánto lleváis de novios? ¿un mes? Además, eres menor. Como tu tutora, yo tendría que autorizar esa boda.
J: ¿Y no piensas autorizarla? –inquirió, revolviéndose en el asiento y adoptando una pose defensiva-.
S: Sí, claro que sí. Si te digo esto es porque quizá os vendría bien algo más de reflexión al respecto. Sé que lo pasaste mal cuando le dieron el tiro a Jairo, y él aún peor cuando te secuestraron…
Sara se detuvo al comentar lo del secuestro del Chino e hizo una pausa, pensando que más tarde debería volver a ese tema.
S: …Pero eso no debe ser la base de vuestra decisión –completó-. Deberíais casaros cuando realmente estéis preparados, y cuando ese paso parta de una reflexión muy meditada.
J: Jairo y yo nos queremos, Sara. Quisiera que respetases eso, y respetases mi decisión –declaró, de nuevo con algo de hostilidad-.
Sara la contempló detenidamente sin reconocerla. De vez en cuando se preguntaba cuándo la chica dulce a la que decidió acoger se había convertido en una persona arisca.
S: La respeto, la respeto… -aclaró, y decidió zanjar el tema-. ¿Seguro que todo bien en mi ausencia? ¿sin novedad?
J: Sí. ¡Bueno, no! –corrigió-. Se me olvidaba… Ha estado aquí Eusebio Garmendia.
S: ¡Jimena, haber empezado por ahí! –la reprendió, y adoptó un gesto de alerta al oír el nombre del terrateniente-. ¿Qué quería ese indeseable? ¿Te ha insultado?
J: No, no. Ha sido muy civilizado, muy… frío. Ha venido a proponernos un trato. Es sobre las acequias. Nos propone que le ayudemos a frenar las protestas de los jornaleros, y a cambio nos permitiría mantener el regadío de los viñedos.

Sara enarcó las cejas y puso los brazos en jarra, preparando ya una respuesta belicosa.
S: ¿Que no nos cortará el agua si me alío con él para quitársela al resto del pueblo?
J: Sí, creo que ese sería un buen resumen.
S: Esto clama al cielo... ¡¿Pero este señor qué se ha creído?! –exclamó, exacerbada e incrédula- ¡¿que puede comprarme?!
J: Asumir el regadío de los viñedos por nuestra cuenta en vez de con el agua pública está siendo muy caro y él lo sabe. Espera que piques.
Sara se sentó en una de las sillas en torno a la mesa, agachó la cabeza y la colocó entre las manos para tranquilizarse. Respiró hondo para no perder la calma y empezó a pensar rápidamente.
S: Aun así, nosotras somos las que mejor estamos. Al menos hemos podido permitirnos traer ese cargamento de agua de Berrocalejo, pero ¿y los hortelanos del pueblo? Si no hacemos algo pronto, la gente se rebelará.
J: Y con razón –opinó-.
S: Sí, pero eso sólo generaría más violencia.
J: ¿Y qué vas a hacer?
Sara miró al suelo e hizo una pausa de varios segundos.
S: Pedir ayuda –dijo al fin-. Pásame papel y pluma del buró, si eres tan amable.

Jimena asintió y se los acercó a Sara, que mojó la pluma en el tintero de inmediato y, tras esperar unos instantes con la pluma en alto comenzó a escribir. Jimena permaneció de pie y leyó sus primeras palabras: Estimado Adolfo:
J: ¿Vas a escribirle a Adolfo Castillo? Ya le mandaste un telegrama para lo de la manipulación de las elecciones.
S: Ajá. Por eso le debo una carta. Voy a darle las gracias por lo del artículo, y un telegrama es demasiado impersonal –explicó-. De paso le contaré lo de las acequias, por si puede publicar alguna reseña o conoce algún caso.

Sara meditaba sobre cómo continuar la misiva, cómo formular aquella petición, cuando su propia mente la distrajo. De pronto, recordó lo que había pasado con el Chato. Aquel encuentro furtivo en la cueva había sido una inyección de adrenalina, algo diferente y arrebatado. Por primera vez en mucho tiempo se había dejado llevar, se había permitido perder la compostura y el control durante un rato. Jimena observó cómo su mano se quedaba parada y encontró en el rostro de Sara aquella expresión agitada, y al mismo tiempo taciturna.
J: ¿Qué te pasa?
S: Nada, nada…
J: ¿En serio? ¿entonces por qué ocultas la mirada?

La bodeguera la miró por un momento y luego sintió deseos de esquivar sus ojos de nuevo, y se dio cuenta de que la chica tenía razón. Había prometido al Chato que la pasión que se habían entregado el uno al otro esa noche quedaría como sus besos, sepultada en sus labios, pero por otro lado se volvería loca si no tenía con quién comentar el mar de dudas que empezaba ya azotar su mente sin piedad, y que sin duda sería peor al despertar al día siguiente, si es que podía pegar ojo.
S: A ti te lo puedo contar… -musitó al fin, tras un largo suspiro-. Ha pasado algo entre el Chato y yo esta noche…
J: ¿Habéis reñido? –preguntó seria-. Sara, ya sé que a veces es muy testarudo, pero es el Chato.
S: No, no… No ha sido una pelea, ha sido… Uf, no sé qué ha sido… -balbuceó torpemente-. Hemos... hemos estado juntos.
La cabrera enarcó las cejas, sin entender bien al principio el significado de aquel “juntos”, pero el sonrojo en el rostro de su mentora le confirmó sus sospechas.
J: ¿Quieres decir… juntos, juntos? ¿El Chato y tú? –replicó boquiabierta, tan sorprendida que sin darse cuenta alzó el tono-.
S: Shhh. Baja la voz –susurró preocupada-.
#2
bandofan
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17/06/2012 20:18
La inglesa miró en derredor para comprobar que Chelo no estuviera dando un paseo de los suyos, y antes de continuar hizo sentarse a su protegida y la miró fijamente.
S: Jimena, óyeme bien: nadie, NADIE puede enterarse de esto.
J: Perdona –dijo ya con un murmullo-. Es que me ha pillado por sorpresa…
S: Y a mí -declaró, de nuevo a medio camino entre la sonrisa y la preocupación-.
J: Pero… ¿qué vas a hacer? ¿quieres estar con él?
S: No sé, Jimena, no sé…. No sé qué voy a hacer, ni lo que quiero, ni por qué lo he hecho. Sólo sé que durante un rato me he olvidado de todo… de los pesares, de la soledad, de los problemas… Y eso ha estado bien. Lo necesitaba.
J: (asintió) Nunca te permites bajar la guardia. Y es estupendo que el Chato te haya ayudado a hacerlo… pero Sara, sois compañeros de partida. ¿Qué va a pasar cuando lo veas mañana, o pasado mañana?
S: No lo sé. No sé qué va a pasar –pronunció con gravedad, pero al poco aquel fulgor risueño iluminó sus mejillas nuevamente y negó con la cabeza al continuar, mostrando que lo que iba a decir era incomprensible hasta para ella misma-. Pero eso me gusta, no saber por una vez qué va a pasarme con alguien.

Su pupila entrecerró los ojos, sin lograr comprenderla del todo.
J: Tampoco puedes decir que tu vida no sea excitante. Eres jefa de una partida de bandoleros.
Sara asintió, y recordó la importante charla que ambas tenían pendiente.
S: Sobre eso Jimena, debo decirte algo… -y aún se calló unos instantes, temiendo la reacción de la joven-. No quisiera que te enfades conmigo, pero es algo que no te va a gustar.
J: ¿Es sobre lo del Chino, no? –inquirió, tras bajar la cabeza avergonzada-.
S: (asintió) El otro día, cuando te ordené que te quedaras aquí, me desobedeciste.
J: Y ya te he pedido perdón por ello –replicó-.
S: Lo sé, y sé que ya tuviste bastante castigo con lo mal que te lo hizo pasar el Chino. Es por eso que no quise ser dura contigo ese día. Pero no me queda más remedio que hacer esto… -susurró, y tomó aire antes de seguir-. Jimena, desde hoy mismo quedas expulsada de la banda.
La joven abrió mucho los ojos, y su expresión pasó de la sorpresa a la rabia en cuestión de milésimas de segundo.
J: ¡¿Pero por qué?!
S: Has desobedecido una orden. Es el código bandolero.
J: ¡Sara, eso no es justo! –protestó-. Alejandro desobedeció órdenes también en su día. ¿Y qué me dices del Chato?
S: Es distinto Jimena…
J: ¿Por qué? ¿por qué eres mi tutora?
S: No niego que me desconcentra saber que puedes estar en peligro, y sobre todo pensar que puedes no obedecer mis órdenes.
J: Sara, no se volverá a repetir.
S: Por supuesto que no. Porque voy a asegurarme de que así sea.
La chica fue a quejarse de nuevo, pero Sara no le permitió réplicas.
S: Jimena, esa relación con Jairo te distrae continuamente. No pudiste soportar tu ira contra el Chino después de que éste le disparara. Hiciste todo lo contrario a lo que te pedí. Te internas en la sierra sola andando por ahí suelto el chino, ¿qué crees que esta serranía, un bosque encantado?
J: No soy ninguna niña, Sara –se rebeló indignada-.
S: Pues a veces lo pareces –la reprendió, y volvió a hacerle señas para que bajara la voz mientras hablaban de la banda-. No estás preparada para lo que requiere formar parte de esta banda. Además, si de verdad planeas casarte con Jairo, lo mejor es que lo dejes ahora, antes de que sea tarde. Escúchame bien: algún día me agradecerás esto. El amor con un guardia civil y la banda no pueden ir a la par. Te lo digo por experiencia.
J: Que a ti se te muriera Miguel no quiere decir que a mí me vaya a pasar lo mismo con Jairo.

Sara echó completamente el cuerpo hacia atrás y su boca quedó tan abierta como la herida sangrante del recuerdo que su propia amiga acababa de sacar a relucir de un modo lastimero y cruel. Podría haberle contestado tranquilamente que Jairo estaría muerto ya de no haber sido por su intervención en la sierra, cuando tuvo que renunciar a todos sus principios para disparar a sangre fría al Chino. Pero no sentía rabia ni ganas de herirla, sólo una lacerante tristeza. El ahogo de su garganta tardó unos segundos en dejarla articular palabra. Sabía que Jimena le había espetado aquello desde su cólera por el abandono forzoso de la banda, pero pese a ello no pudo evitar ser totalmente seca al responderle.
S: Eso espero… porque no te puedes ni imaginar lo que es eso. Y ahora, si no tienes que contarme nada más, me voy con mi hijo.

Sara cogió las octavillas, la pluma, el tintero y lo que se dejaba en él, y con todo a ello a cuestas marchó a su habitación. No tenía fuerzas para redactar aquella carta. Ya lo haría mañana.
#3
bandofan
bandofan
17/06/2012 20:19
2. Bajo los efectos de Hobbes

Al día siguiente, tras aquel reproche agresivo de Jimena, los dolores de cabeza de Sara seguían ahí: lo sucedido con el Chato la noche anterior continuaba causándole sensaciones contradictorias, y el amago de chantaje de Garmendia padre era igual de indignante. Decidió que saldría al pueblo y resolvería al menos una de esas cuestiones.

Apenas un rato más tarde, estaba sentada frente al escritorio del capitán Roca y le exponía lo ocurrido. Para colmo de su irritación, el agente usaba eufemismos para darle evasivas y explicarle que poco podía hacer. Morales presenciaba la conversación y desde la mesita auxiliar los miraba alternativamente.
S: Le digo que Eusebio Garmendia me está extorsionando –insistió-.
Roca: Hablaré con él, pero a ojos de la ley no ha hecho nada sino proponerle una alianza comercial. Mi margen de actuación es muy limitado.
S: ¿Cómo lo fue cuando Garmendia compró los votos de los vecinos?
Roca encajó el reproche estoicamente y bajó la vista unos segundos.
R: En Arazana hay ciertas cuestiones que se salen de la legalidad, pero no todas pueden atajarse con la velocidad que me gustaría. Me siento atado de pies y manos y es muy frustrante… No puedo actuar más que en los límites que nuestras leyes me lo permiten. Por eso hay veces que prefería no saber.

Sara asintió mientras escuchaba su explicación, pero los lamentos del capitán no le parecieron convincentes y endureció sus palabras todavía más. La enervaba aquella obsesión de Roca por “los límites de la legalidad”. Poco podía intuir entonces que esa fijación por la rectitud no tenía que ver con lo profesional, sino con lo personal.
S: No ha querido saber, capitán, pero ha sabido… Ha sabido y no ha hecho nada para evitarlo –y recordó entonces aquella conversación en la que Emilio había citado a Hobbes-. Creo que debería de cambiar su libro de cabecera y sustituir el Leviatán por algo más optimista y más útil.
R: ¡Bueno, ya está bien! ¡No toleraré más insinuaciones suyas! ¿Cree que he llegado a capitán del cuerpo por mi cara bonita?
Sara alzó las cejas y esperó su continuación. Al menos esta vez Roca había sacado su carácter.
R: Desmantelar la corrupción de los poderosos no es fácil. Hay que meditar muy bien la estrategia, y se lo digo por experiencia –e hizo una pausa antes de empezar a ilustrar su comentario-. Cuando no era más que teniente y estaba destinado en Cádiz descubrimos una red de tráfico de sustancias que se traían clandestinamente desde el norte de África. Sustancias como las que consumía el Chino, ¿entiende? ¿Sabe quién estaba detrás de esa red?
Sara negó con la cabeza, con los nervios ya aplacados, y escuchando con interés aquella historia.
R: Los señoritos más ricos de la provincia. Dediqué todo mi esfuerzo a desmantelar aquel negocio, ¿y sabe lo que sucedió? Que para mantener el nivel de vida de sus cortijos empezaron a dedicarse a otros delitos aún peores: robo de niños, secuestros…
La inglesa tragó saliva, empezando a entender la magnitud de las malas experiencias de Roca.
R: Se me ascendió y condecoró por aquella operación, pero ¿de verdad fue beneficiosa para las gentes de la comarca?
S: Debió de ser muy frustrante… -replicó a los pocos segundos, mostrándose más comprensiva con él-.
R: Lo fue. Por eso afirmo con tanta seguridad que Eusebio Garmendia es peligroso y debemos tratar este asunto con cautela. ¿No le ha dado por pensar qué pasará si empujamos a don Eusebio a dejar el negocio de las reses y se empieza a dedicar a asuntos más turbios? Sé que ha hecho mucho daño despidiendo a tanta gente y sustituyéndola por ganado, pero sus represalias podrían ser peores si lo acusamos de algo sin pruebas. ¿Cree que no lo he calado ya? Es cuestión de tiempo que cometa un delito flagrante, y entonces podremos meterlo entre rejas.
S: Comprendo sus razones, capitán. Pero hasta entonces el pueblo podría sufrir mucho con sus abusos. Lo que me lleva a pedirle de nuevo que reconsidere otra opción para pararle los pies a ese explotador.

Entonces, el agente Morales se atrevió a intervenir.
Morales: Bueno, en realidad ya tenemos una posible estrategia, Milady.
R: ¡Cabo, guarde silencio! –le reprendió-.
Morales: Perdone, capitán, pero se nota que la señorita Reeves está sinceramente preocupada, y todas sus sugerencias han sido muy razonables. ¿Por qué no le cuenta en qué está usted pensando?
Sara dejó de mirar a Morales para fijarse de nuevo en el capitán.
S: Seré discreta, se lo juro.
R: Está bien –concedió a regañadientes y la miró con solemnidad mientras se lo explicaba-. Me ha costado mucho asumirlo… pero esos bandoleros de la sierra, esa partida encabezada por el Chato… y el propio Chato, han hecho algunas cosas buenas por este pueblo.
La bandolera pestañeó muy deprisa, y procuró elegir bien las palabras para no delatar sus nervios.
S: Estoy de acuerdo con usted.
R: (asintió) Es por eso que estoy considerando la idea de reclutar al Chato, para que nos preste sus servicios.
S: ¿Habla usted de un indulto? –preguntó esperanzada, conteniendo la respiración-.
#4
bandofan
bandofan
17/06/2012 20:19
R: Sé que puede resultarle chocante… Pero el Chato conoce bien la sierra; podría ayudarnos a atrapar a otros asaltantes, controlar los trapicheos que se dan por esos montes e incluso dar algún susto a los tipos como Garmendia si fuera necesario.
S: Creo que es una idea muy sensata.
R: Me alegra que al fin apruebe una de mis acciones –comentó sarcástico-. Pero no sé cuándo podremos llevarlo a cabo. Todas nuestras batidas para encontrar al Chato han sido inútiles. ¿Cómo podremos proponerle el trato si no hablamos con él?

Sara gesticuló con la cara y las manos, inquieta por no poder confesar que ella podía hacer algo al respecto, que podía proponerle aquello al Chato ahora mismo si así lo quería Roca.
R: Pero no se preocupe por eso -replicó mirándola, malentendiendo la cara de circunstancia de Sara-. Y ahora, si nos disculpa, tenemos trabajo acumulado.
S: Por supuesto…
La bandolera se levantó y se marchó a paso lento, meditabunda.

Roca se quedó entonces a solas con Morales y el cabo se levantó y caminó hasta la mesa de su superior.
Morales: No se preocupe por Milady; guardará el secreto –aseguró-. Por cierto, se me ocurre una idea de cómo localizar al Chato.
R: Diga, cabo –le instó, intrigado-.
Morales: Acabo de recordar un artículo que escribió el licenciado Castillo hace mucho tiempo, cuando aún vivía en Arazana.
R: ¿Adolfo Castillo? ¿Ese periodista que Garmendia quería que apresáramos?
Morales: Ajá. Resulta que antes de irse de aquí estuvo implicado en un golpe militar que detuvieron los bandoleros. Recuerdo que en su artículo los describía con mucho detalle, sobre todo refiriéndose al Chato y al bandolero del rifle. Creo que se vio metido por casualidad en la escena y fue testigo de todo.
R: ¿Por casualidad? Eso es muy raro, cabo… -musitó, pellizcándose la barbilla con dos dedos-.
Morales: Eso mismo pensó Olmedo cuando se publicó, e incluso intentó apresarle por ello, pero Castillo estaba protegido por… la libertad profesional y el secreto de prensa.
R: Querrá decir por el secreto profesional y la libertad de prensa.
Morales: Pues eso. Desde aquel artículo, Olmedo siempre sospechó que el señor Castillo conocía la identidad de los bandoleros, e incluso su guarida.
Roca pareció reflexionar al respecto y finalmente dio una orden a Morales.
R: Consígame ese artículo, y consiga la dirección de ese periodista.

~

Sara llegó a la imprenta, donde había estado anteriormente para enviar una carta, la que había dejado pendiente la noche anterior. Había llevado a Miguel consigo y Adela le había hecho el favor de cuidarlo mientras tanto. Al entrar saludó al niño y Adela se lo pasó por encima del mostrador.
S: Ey, hola cariño.
Adela: Mira, Miguel, mamá ya está de vuelta.
S: Gracias por echarle un ojo, Adela.
Adela: Gracias a ti. Cuando le tengo a él cerca no hecho tanto de menos al pequeño Mario.
S: ¿Se ha portado bien?
Adela asintió sonriente e iba ya a contestar cuando unos pasos acompañados de un bastón se escucharon en la puerta. Sara se giró con Miguel en brazos y comprobó que se trataba de Eusebio Garmendia.
Eusebio: Buenos días –saludó y en seguida fijó en Sara sus ojos inflexibles-. Vaya, señorita Reeves. Con usted precisamente quería hablar…
S: Pues menuda casualidad… Yo también tengo algo que decirle.
Eusebio: ¿Es sobre la oferta que le hice ayer a la señorita García? –preguntó modulando la voz, tras comprobar que Adela había bajado la vista y estaba absorta, enviando telegramas-. ¿Tiene ya una respuesta?
S: Sabe perfectamente cuál es mi respuesta. Es más, creo que sólo me ha hecho esa proposición para provocarme.

Miguel empezó entonces quejarse en los brazos de su madre, por el dolor que le producían los dientes al salir. Ésta trataba de calmarle, pero era difícil por el estado de nervios en el que ella misma se encontraba. Garmendia no ocultó su gesto de desilusión.
Eusebio: Tenía la esperanza de que, ahora que he interrumpido el riego en sus viñedos, hubiese comprendido ya que los terratenientes debemos aliarnos. Juntos podemos hacer más.
S: Jamás me asociaría con usted.
Eusebio: Las cosas serían distintas si hubiese un señor Reeves con el que tratar… Pero claro, no lo hay –murmuró sarcástico, y mientras lo hacía miró con desprecio al bebé, que seguía inquieto y balbuceando-. Todo esto nos pasa por permitir que las mujeres tengan negocios propios. Piensan ustedes con las vísceras; no saben tomar las decisiones con la cabeza.
S: La buena marcha de mis negocios y los premios que he recibido indican lo contrario. Pero desde luego no voy a obsequiarle con una clase de buenas prácticas empresariales así, de gratis -bromeó, y eso sacó de sus casillas a Garmendia-.
Eusebio: Tarde o temprano su hacienda acusará pérdidas por el corte del agua –aseguró-. Debería seguir el consejo que le di una vez. Véndame esas tierras y dedíquese a cuidar de su hijo, que falta le hace.
Sara apretó los labios con rabia. Se centró en sostener bien a Miguel para que dejara de llorar y le clavó una mirada al ganadero entre ceja y ceja.
S: No se atreva a pronunciar una palabra más sobre mi hijo, sobre mis tierras o sobre mí. Otros antes que usted ya han cometido el error de subestimarme, y de ésos no queda ni uno que pueda contarlo.

Ambos se dedicaron miradas de fiereza, pero en un momento dado, Sara volvió a sonreír, mirando aún a Garmendia, y luego se volvió para decirle adiós a Adela con una risa radiante.
S: Hasta más ver, Adela.
Eusebio rechinó entonces los dientes, y trató de que no se notara su histeria, que había aumentado cuando Sara se despidió de la telegrafista, pero no de él.
#5
Charitito
Charitito
17/06/2012 20:56
Vaya sorpresa !!!!!! No nos dejas descansar, Bandofan... cuando ya empiezas otro relato... jajajajaja. Me parece genial que continúes con la trama actual, que por cierto estos dos primeros capítulos ya están mejor que lo que nos están largando en la serie todos los días. Me encanta como "tu" Sara trata a Jimena... es que no se merece otra cosa...por petarda. Gracias por escribir, soy tu fan !!!! si bravo
#6
ColdCase
ColdCase
17/06/2012 23:35
Escribes las escenas que me gustaría ver en la serie :)
#7
farruquita
farruquita
17/06/2012 23:47
Me gusta!!! ayyy esto está más emocionante que la serie, sin duda! Me encanta el punto de intriga que le das! ;)
#8
begojigamo
begojigamo
18/06/2012 00:00
me gusta mucho y gracias por acordarte,sera un placer de leer tus relatos por que sin ti esto seria muy aburrido.No escribo antes por que en mi pueblo son fiestas hasta el martes y entre las peñas y casetas y toros encierros ect no tengo tiempo,solo duermo horas ,gracias y sigue escribiendo te esperamos con lo brazos abiertos
#9
bandofan
bandofan
18/06/2012 17:45
Buenas tardes y gracias por la acogida sonriente

Charitito, aquí de descansar nada!! carcajada

Voy a invocar al gran J. Sabina (aunque en una voz bastante más bonita) para que explique y embellezca esta relación Sara-Chato. Esta canción me recuerda a ellos en cada frase. A ver si a vosotros os evoca lo mismo.

Besis
#10
bandofan
bandofan
18/06/2012 17:46
3. Noches perdidas

Cuando Sara regresó a casa, aún alterada por las conversaciones con Roca y Garmendia, encontró a Jimena en el salón haciendo un bordado. Levantó la cabeza apenas unos segundos de su labor y la saludó con frialdad. Gloria se le acercó en seguida para ayudarle con el niño, a quien traía dormido en brazos.
Gloria: ¿Quiere que me quede con él, señorita?
S: Descansa un rato si quieres. Luego le daré de comer y jugaré con él, pero más tarde necesitaré que te lo quedes un rato. Debo resolver un asunto.
Gloria: Como quiera, señorita Sara.
Sara le dedicó una sonrisa para darle las gracias, pero en seguida volvió a mirar a Jimena, que seguía muy esquiva y ni la miraba.
S: ¿En qué andas?
J: Estoy bordando un pañuelo para Jairo. ¿No querías que me dedicara a esos menesteres?
La inglesa suspiró largamente y se sentó a su lado.
S: ¿Sigues enfadada conmigo?
Jimena no contestó al principio, y Sara se sintió algo estúpida por aquella pregunta. Era ella quien tenía todo el derecho a estar airada con Jimena.
J: Sigue sin parecerme justo que me saques así de la banda.
S: Es lo mejor para ti. Ya lo entenderás –insistió tras una pausa, y se levantó con hastío-.
J: Yo puedo quedarme con Miguel si quieres. Digo, si tienes que salir luego.
Sara sonrió al fin, entendiendo aquello como una bandera blanca entre ambas y, tras dedicarle una media sonrisa, contestó.
S: Gracias. Cuatro ojos me producen más tranquilidad que dos, así que te agradezco que le eches un ojo aunque esté con Gloria.
Jimena asintió, algo menos crispada, y Sara se perdió en el interior de la casa con Miguel en brazos.

~

El capitán Roca decidió que haría lo único que podía hacer en realidad sobre la situación que Sara había denunciado sobre Garmendia. Hacerle una visita, sondear el terreno y dejar caer una advertencia contundente.

El problema estribaba en que sus nervios vibraban a ras de piel desde que puso el primer pie en el cortijo. No había visto a Pablo desde aquella confesión atropellada del día anterior, aquel “Te quiero” que había pronunciado de una sola vez, sin preocuparse de si resultaba correcto o no, precipitado o no, conveniente o no. Deseó no cruzarse con Pablo hasta que hubiera cumplido el cometido que verdaderamente lo había llevado hasta allí, y tuvo la suerte de que así fuera. Cuando fue recibido en el cortijo, Pablo parecía no estar allí, y pasó directamente al despacho de Eusebio.
R: Buenas tardes, señor Garmendia.
El terrateniente lo esperaba de pie, sin entender cuál podría ser el motivo de su llegada.
Eusebio: Buenas tardes, capitán. ¿A qué debo su presencia aquí? Todo está muy tranquilo por sus tierras.
R: (asintió) De hecho, usted es el único propietario que puede estar tranquilo en esta comarca. Es el único que no tiene que preocuparse por el abastecimiento de agua.
Eusebio: Capitán, ya hemos hablado de este tema... Los poderes que me confiere mi cargo me legitiman para controlar la distribución.
R: Lo sé. ¿Pero de verdad cree que va a llegar muy lejos arruinando la vida de los pequeños terratenientes del pueblo? Nadie puede hacerle la competencia usted, señor Garmendia. Sus tierras son muchos más vastas que las de cualquiera. Su extensión incluso dobla los terrenos de la señorita Reeves. Es por eso que no entiendo por qué se afana tanto en hostigarla, a ella y a todos los vecinos.
Eusebio: Vaya… Así que esa inglesita le ha ido con el cuento.
R: Sólo le digo que deje de jugar con los límites de la ley. Cuando se camina sobre una línea es muy fácil salirse de ella. Y yo estaré aquí, avizor y vigilante, para cuando eso ocurra.
Eusebio asintió y sonrió con ironía, sin dejarse amilanar.
Eusebio: Es su obligación, al igual que la mía es hacer prosperar mi negocio.
R: No olvide que es también su obligación como alcalde proteger los intereses de los arazanenses y que, como con todo, cuando uno no hace bien su trabajo acaba saliendo por la puerta de atrás.
Garmendia fue a replicar, pero Roca se puso de pie, indicando que el propósito de su visita había concluido.
R: Recuerde estas palabras. Pase buena tarde, señor Garmendia.

El capitán cogió el tricornio y con él en la mano salió de la habitación. A la salida se encontró con Pablo, que venía con ropa de montar, el pelo algo alborotado y una fusta en la mano. Sin duda, venía de las caballerizas, se dijo Emilio, y notó su boca secarse cuando posó los ojos sobre él. Pablo tragó saliva y lo miró con la boca entreabierta, víctima de las mismas sensaciones que experimentaba Roca.
Pablo: Capitán, ¿a qué debemos su visita? ¿algún problema?
R: Sí, pero ya los he resuelto con tu padre.
El capitán seguía mirándolo. Esperaba una sonrisa, un gesto, algo que le indicara que Pablo había reaccionado a su declaración de la noche anterior… Pero, por los propios nervios, aquella sonrisa por la que Roca aguardaba no apareció en los labios de Pablo.
R: Bueno, será mejor que me vaya.
Pablo: Espera -dijo agarrándolo por la mano, cuando ya se iba-. Déjame acompañarte a la puerta. O mejor aún, ¿por qué no me acompañas a las caballerizas? Me gustaría mostrarte el purasangre por el que bebo los vientos, mi caballo favorito.
Roca sonrió al fin, al ver en Pablo ese entusiasmo de siempre, y echó a caminar con él.
R: Debe ser un animal formidable para que le profeses ese afecto.
Pablo: (asintió) Yo sólo me fijo en los mejores.
Al decir aquellos, sus ojos se fijaron en los de Roca con profundidad. Ambos miraron a un lado y a otro para ver que nadie del cortijo los oía, y decidieron callar hasta llegar a las caballerizas.

R: Me alegra volver a verte animado y sonriente –le dijo, una vez que estaban allí-.
Pablo: Anoche todo cambió para mí –admitió sin tapujos-.
Pablo lo tomó de ambas manos, y el capitán miró al suelo, algo cohibido y abrumado por aquel contacto.
R: Quizá mis palabras te parecieron exageradas. Quizá nos conocemos desde hace demasiado poco tiempo como para que sonaran con tanta seguridad en mi boca. Pero es lo que siento –explicó; sus miradas permanecían fijas la una en la otra, como si éstas pudieran acariciarse, al igual que lo hacían las yemas de sus dedos-. Es lo más verdadero que he dicho en mucho tiempo.
Pablo: Antes sólo había escuchado esas palabras de boca de mi madre y de Elisa. En los labios de Elisa me producían el rechazo de saber que la estaba engañando, y cuando pienso en las palabras de mi madre me produce tristeza el saber que no podré volver a verla nunca más. En cambio, escucharlo de tu boca ha sido…. como música celestial, como la paz que me produce acabar un cuadro.
R: Eso es un todo un halago –murmuró derretido-.

En cuestión de un segundo que pareció una eternidad para ambos, los dos cubrieron la escasa distancia que los separaba. Se besaron con una pasión que casi los hizo perder el equilibrio. Sus manos se recorrían de arriba abajo, y Pablo fue capaz de abandonar por un momento aquella sensación de estar flotando para actuar de un modo inteligente. Detuvo sus besos y tras susurrarle al capitán un tierno Espera, corrió hacia una de las enormes y pesadas puertas de las caballerizas y la cerró con trabajo, echando a continuación el cerrojo. Emilio le ayudó con la otra puerta y los dos supieron entonces que estaban solos, seguros y dispuestos a materializar aquel naciente sentimiento en algo tangible y bello.

Emilio puso la mano sobre el corazón de Pablo, y lo notó galopante dentro su pecho, y llevó la mano del joven a su propio corazón, para que Pablo sintiera aquella misma revolución latiendo en sus entrañas. Los dos estaban a punto de descubrir que quien dice que el amor no se puede tocar, es porque nunca lo ha probado realmente.

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#11
bandofan
bandofan
18/06/2012 17:47
Al caer la tarde, Sara llegó a las cuevas. Inquietudes bandoleras y personales la habían llevado hasta allí a lomos de Capricho. Encontró a más gente de la que esperaba en la guarida. Allí estaban el marqués y el duque, casi listos para salir, y Rafalín y el Chato, sentados junto al fuego. Silbó para anunciar su presencia y entró hasta dentro. Cruzó sonrisas con todos, y miradas algo más tensas con el Chato. Los dos se contemplaron por unos segundos y en seguida se evitaron. Afortunadamente, en medio del Sita Sara, sita Sara de Rafaelín y sus ruidosas bienvenidas habituales, todo parecía menos solemne.
Juan: Qué alegría verte, jefa… pero ¿es visita de cortesía u “oficial”? Lo digo porque Alejandro y yo estábamos a puntos de irnos a Villareja… Nos espera una partida legendaria.
S: Pues... un poco de ambas. Oficial, en cierto sentido. Pero no os preocupéis, no os quitaré mucho tiempo –dijo ocupando asiento en un tronco junto al Chato y Rafaelín. Estaba ya más sosegada, y podía mirar al Chato con normalidad-. Quería que supierais por mí que Jimena ya no pertenece a la banda.

Alejandro fue el más sorprendido por la noticia, y el primero en atreverse a preguntar.
Alejandro: ¿Por qué, jefa? ¿por el asunto del Chino?
S: (asintió) No es el único motivo. Se casa con Jairo, y es incapaz de ver que el único camino posible es dejarnos.
Juan: ¿Y piensas obligarla a que lo vea?
S: Cuando miro atrás, es lo que me hubiese gustado que alguien hiciese conmigo.
Juan: No es justo que te culpes de la muerte del teniente. Ni por un segundo.
S: No lo hago, Juan –lo tranquilizó-. Pero las cosas podían haber sido de otra manera. Y quiero que lo sean para Jimena.
Ch: Las cosas son como son por una razón -intervino al fin-, al menos eso creo yo. Así que no te atormentes más, inglesa.

Sara mantuvo unos instantes los ojos fijos en los suyos y unos segundos transcurrieron en silencio, sin que nadie mediara palabra. Cuando ella misma fue consciente de aquel mutismo en el que flotaban las miradas de los dos, como si no hubiera nadie más allí, se sintió avergonzada e incómoda.
S: Bueno, también he venido para convocaros a una reunión mañana en mis bodegas. Hay un asunto que quiero que tratemos sin prisas -musitó, mirando al padre y el hijo, que ya tenían puesto los pañuelos, e incluso los gabanes, para salir-.
Juan: ¿Pero estás bien, jefa?
S: Perfectamente. Más tranquila de hecho al saber que el Chino ya no anda por ahí hasta las orejas de opio. Pero a estas alturas ya sabéis que los problemas nunca se acaban… -Juan iba a pedirle entonces que continuara, pero Sara hizo un gesto de negación con las manos-. Los detalles mañana.
Juan: (asintió) Está bien. Entonces, si no hay nada que podamos hacer por ti esta noche, nos iremos.
S: Descuida, marchaos.

Los dos abandonaron la cueva tras una rápida despedida, y el Chato y Sara se quedaron en torno al fuego, con Rafaelín sentado en medio.
Rafaelín: ¿Y… y cómo está el pequeñín, sita? ¿Ya tiene todos los dientes dentosos… malignos… esos que duelen tanto cuando salen externamente?
S: (sonrió) Alguno queda por ahí, dándole guerra, pero lo he dejado muy tranquilito.
Ch: Pobre… Pero ya queda menos, no desesperes.
El bandolero volvió a contemplar tiernamente a la jefa, pero el torrente de Rafaelín interrumpía sus reflexiones.
Rafaelín: Yo…yo no me acuerdo de si… me dolieron mucho los dientes dentosos… E…era muy pequeño, pequeñísimo, sita.
S: Es normal, Rafaelín –replicó sin saber qué decir, y el Chato estalló sin poder contener sus nervios-.
Ch: ¡Rafaelín!, ¿hoy no tienes que coger ni cangrejos ni higos chumbos ni ná?
El cuervo negro negó vehementemente con cabeza.
Rafaelín: Los… los chumbos aún no es temporá, siñor Chato. Y los cangrejos cangrejosos no salen a la orilla del río cuando hay luna llena.
Ch: ¿Y qué me dices de las sardinas? Ya sabes que el mejor momento de pescarlas es ahora, cuando se va el sol. Y luego, bien que te gustan hechas en moraga, al calor de las brasas.
Rafaelín: Si… si las pesco, ¿usted promete guisarlas mañana, siñor Chato?
Ch: Y te daré la ración más grande.
Rafaelín se limitó a dar unas palmadas de felicidad y a entonar su famoso ¡Ere, ere, ere! mientras cogía los enseres para pescar y salía corriendo.
#12
bandofan
bandofan
18/06/2012 17:47
Sara sonrió mirando cómo se iba, y luego miró al Chato, con expresión mitad cómica y mitad enojada.
S: Qué forma de echarle…
Ch: Tó los días doy gracias por su compañía, pero bien sabe dios que de vez en cuando necesito un respiro –repuso, y Sara asintió comprendiendo-.
S: Nos viene bien. Hay una cosa que tengo que decirte a ti, a solas.
Ch: Ya… Ya sé que tenemos que hablar de lo que pasó.
S: Ahora no me refería a eso –replicó, haciendo al bandolero ladear la cabeza con algo de decepción-.
Sara se sentó más cerca de él, en el tronco que acababa de dejar libre Rafaelín, y lo miró con gesto de ceremonia.
S: Hoy he tenido una conversación con el capitán Roca, y en esa charla me ha dejado entrever que estaría dispuesto a concederte un indulto con la condición de que colabores con la guardia civil.
El Chato se quedó con los ojos como platos, y la ausencia de una sonrisa que Sara esperaba ver de inmediato en su boca delataba los recelos que aquello le producía.
S: Podrías salir de estas cuevas, pasearte por el pueblo... Serías libre.
Ch: Sí, Sara –convino, mostrando que sí asimilaba las ventajas de aquel pacto-. Pero a cambio de bailarle el agua a la guardia civil.
S: ¿Por qué bailarle el agua? Roca es un hombre íntegro. No te hará hacer nada deshonesto ni nada que no vayas a sentirse orgulloso de hacer.
Ch: Pero estaría a sus órdenes.
S: Bueno, ahora lo estás a las mías. ¿Eso te hace sentir mal?
Ch: Es distinto…
S: No lo es, Chato. Es una gran oportunidad.
Ch: Sara, yo me siento libre encerrao en estas cuevas, aunque parezca mentira.
S: Lo sé, pero no te cierres en banda en probar otras cosas que quizá te harían sentir incluso mejor.
Ch: No sé, no sé... Tendría eso yo que pensarlo -dijo con tono y expresión de cascarrabias-.
Sara sonrió, pero al mismo tiempo esa obstinación la hacía sentir impotente.
S: A veces me pregunto si esa ingobernabilidad tuya es de verdad parte de ti, de tu personalidad rebelde, o es una mera cabezonería…
Ch: Igual es un poco de las dos cosas –admitió en un susurro-.

El bandolero dejó ver al fin una dulce sonrisa, y pronto contagió a Sara con ella. Aquel gesto bajó el velo de tirantez que se erguía transparente entre ellos hasta ahora. Volvía a germinar en ellos aquel revolotear de emociones, esas emociones que estaban en el interior de ambos, como las balas alojadas en el tambor de un arma, esperando a ser disparadas. Las miradas de ambos no eran más que el disparador, ese movimiento sutil que las dejaba escapar y cumplir aquella función para la que existían. Sus labios se unieron en un tierno beso con el que ambos apretaban conscientemente aquel gatillo.

Cuando se separaron, sus miradas estaban ávidas de una continuación como la de la noche anterior, pero la del Chato dejaba entrever también un cierto desvelo y tomó las manos de Sara entre las suyas.
Ch: Deberíamos hablar de qué es esto. Si es pasión, si es sólo una diversión, si vamos a dejar abierta la puerta por si pudiera ser algo más…
La inglesa asintió, entendiendo su zozobra, pero sólo podía darle una respuesta en aquel momento.
S: Puede que por forzarlo se estropee.

El Chato bajó la cabeza por un segundo y asintió, cediendo la razón a su compañera. Estaban uno frente al otro, y eran dos personas que se amaban, cualquiera que sea el significado que queramos darle a la palabra "amar", con mucho afecto que dar y mucha necesidad de recibir cariño. Los dos se sonrieron de nuevo, y esta vez era una sonrisa impregnada de sensualidad. Volvieron a besarse y concedieron permiso a su piel, sus labios y sus dedos para cumplir sus deseos. Al igual que Pablo y Emilio, a lo largo de su vida ambos habían perdido ya demasiadas noches.

#13
farruquita
farruquita
18/06/2012 18:19
bravobravo Entre lo bien que escribes, la historia bonita que cuentas y encima me pones a Sabina!!!! Me tienes de admiradora de por vida! y "las noches perdidas" es buena cuando la canta Joaquín , pero la versión de Pasión Vega es tremenda!!! Gracias!!! sonriente
#14
bandofan
bandofan
18/06/2012 18:43
Gracias farruquita. Soy admiradora de los dos. Muy admiradora, de hecho. A Pasión tengo la suerte de conocerla personalmente y voy a verla cantar rigurosamente cada año cuando viene por mi tierra. Igual os doy un poco de lata con ella en este fic, porque es de esas artistas que tiene una canción adecuada para cada caso ;-)
#15
Charitito
Charitito
18/06/2012 19:57
Fantástico.... aquí si que "dan rienda suelta a la pasión" jajajajaaa. Están tan bien definidos los personajes que parece que los estoy viendo bravo Yo creo que vamos a tener que mandárselo a los guionistas de Bandolera y que te fichen si lengua
#16
Lyanna
Lyanna
18/06/2012 20:24
Creo que a partir de ahora pase lo que pase diré ''Siempre nos quedara este fic'' xDD. Tienes muchísimo talento escribiendo y eso es siempre de agradecer, además lo haces muy fiel a los personajes, a rafaelin ha habido un momento en que lo estaba visualizando y al chato exasperado porque no se iba jajaja
#17
coco250
coco250
18/06/2012 23:47
Madre mía Bandofan, Roca y Pablo besandose jajajaj yo es que no termino de imaginarme a Emilio en el papel de gay ....muy buena pinta el relato .. gracias.
#18
ColdCase
ColdCase
19/06/2012 13:16
Te copio Lyanna: ''Siempre nos quedara este fic''
#19
bandofan
bandofan
19/06/2012 17:50
4. Secreto a voces

Sara bajó a la bodega cuando ya esperaban en ella todos los bandoleros. La inglesa no traía esta vez vino ni agasajos. Se sentó sin aspavientos y cruzó miradas con todos ellos.
S: Caballeros, os he convocado aquí por un asunto grave. El otro día, Juan oyó por casualidad una conversación de Garmendia con Olmedo.
Juan: (asintió) Yo entraba en el despacho del alcalde para pedirle autorización para organizar una timba y estaban reunidos. Me quedé junto a la puerta.
Ch: Garmendia y Olmedo compinchaos... –musitó con rabia, tras chasquear la lengua contra el paladar-
Al: Debimos habérnoslo olido desde el principio –completó el duque-.
Rafaelín: ¿Qué… qué vamos a hacer, sita? –preguntó-.
S: Vamos por partes… El caso es que no tenemos pruebas que lo demuestren. Y por si eso fuera poco, en esa conversación Garmendia le pedía a Olmedo que reclutara a gente para sus trapicheos.
Al: ¿Mercenarios?
Ch: ¡¿Otra vez?! –replicó con cansancio-.
S: Así es. Pero tranquilos –susurró y miró entonces al Chato con una tierna sonrisa, y gesto de ilusión-, que en medio de todo este caos, hay una esperanza, o al menos yo espero que la haya...
El Chato bajó la mirada. Sabía a que se refería Sara en aquella ocasión, pero no podía evitar que aquellos ojos llenos de dulzura le recordaran lo otro, lo que empezaba a cocerse entre ellos desde hacía unos días.
S: El capitán Roca está dispuesto a conceder al Chato un indulto si él se compromete a colaborar con la guardia civil.

Hubo un silencio por parte de todos, y Sara miró con asombro a Rafaelín, el marqués y al duque. Esperaba que todos animarían al Chato para que aceptara aquella proposición ipso facto, pero en vez de ello, mostraron sus reservas.
Rafaleín: No sé yo... Me huele a chamusquina chamusquinosa.
Juan: ¿Vamos a confiar en Roca hasta ese punto? Por lo poco que lo veo por el pueblo, va mucho con el Garmendia hijo.
Al: No estaría yo tan seguro de que Roca no acabe de parte de los caciques…
S: (negó con la cabeza) Os aseguro que Pablo Garmendia es cordial. Me parece muy buena persona. No tiene nada que ver con su padre.
Al: Se portará bien contigo, Sara, porque lo que es con Elisa… -replicó Alejandro, que no podía evitar verse afectado por el sufrimiento de su amada cada vez que se mencionaba el nombre de Pablo-.
S: Bueno, ya está bien. Esto no es una novela de Jane Austen. ¿Podemos ceñirnos a los asuntos de la banda?
Todos asintieron y dejaron la palabra a la líder, pero su réplica se vio interrumpida cuando Jimena abrió la puerta y comenzó a descender las escaleras.
S: Lo del indulto del Chato es una oportunidad magnífica, y hay que sopesarla. Jimena ¿qué haces aquí? –preguntó cuando volvió la vista atrás, buscando a ver lo que miraban todos-.
J: Estáis todos los bandoleros reunidos, así que yo tengo que estar también.

Sara resopló agobiada. No entendía por qué su protegida le hacía esto, por qué la obligaba a ser severa con ella y a tener que repetirle lo que ya debía de haber quedado cristalino.
S: Tú ya no formas parte de esta banda, lo sabes de sobra.
J: ¿Por qué no se negocia eso con el resto de la banda?
Ch: Yo no pondré en duda ninguna decisión que tome Sara –replicó al instante-.
Juan: Ni yo.
Rafaelín: Yo tampoco, sita Jimena.
Al: Ni yo –convinieron a los pocos segundos-.
Jimena suspiró abatida, y le llamó la atención que fuera precisamente el Chato el primero en apoyar a Sara, especialmente porque era sabedora de lo que había ocurrido entre ellos. La inglesa la miró a los ojos y trató de exponerle lo más suavemente posible lo que ya le había sido explicado.
S: Me desobedeciste, y no es la primera vez. Pusiste tu propia vida y la de otra persona en peligro. Lo siento, pero eso no es propio de alguien que cabalgue conmigo.
J: Algunos cabalgan contigo y otros cabalgan sobre ti.

Sara giró la vista hacia ella con una lentitud que contrastó con la rapidez con que Jimena le había incrustado sus palabras despectivas y humillantes, como si se tratasen de chuchillos. Entreabrió la boca, aún sin poder creer que le hubiese clavado esos cristales afilados allí, delante de todos. Negó con la cabeza y la miró con una decepción que no recordaba sentir por nadie desde que Lola interrumpiese su boda con el teniente.

Por su parte, Juan Caballero y los demás trataban de hallar una explicación al comentario de la ex-bandolera. El marqués miró a Rafaelín, pero su vista pasó de largo, luego a su hijo, que negó con la cabeza arrugando la frente, y por último posó sus ojos en el Chato, que se mordía los nudillos, miraba al suelo con cara de circunstancia.

Sara resopló sin que aquel enfado y aquella desilusión se borraran de su rostro, y sin más salió corriendo escaleras arriba.
Ch: ¡Sara!, ¡Sara espera! –exclamó, y fue detrás de ella, pero antes se paró delante de Jimena y alzó el dedo índice mirándola-. La has armao buena, niñita.

El Chato desapareció escaleras arriba y Jimena se quedó inmóvil en medio de la habitación, reflexionando sobre lo que acababa de hacer. El duque y su padre se miraban sin asimilar aún la información.
Juan: No puede ser…
Al: Es increíble –coincidió, y Rafaelín los miraba alternativamente-.
Rafaelín: ¿Pero qué es lo que ha pasao?

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#20
bandofan
bandofan
19/06/2012 17:51
Pablo llegó a casa del capitán Roca a la hora que con él había fijado, cuando éste terminó su turno. En cuanto Roca le abrió lo saludó y sacó del interior de su chaqueta una única flor, un espléndido ejemplar de flor de la pasión.

elenviado

P: Te he traído esto. Espero que no te parezca una fanfarronada que un hombre te regale una flor…
R: Cualquier detalle que provenga de ti será hermoso. Tú lo impregnas con tu hermosura -declaró, dejando ya aflorar toda su dulzura cuando todavía ni si quiera habían pasado del recibidor-. Pero ven, pasa.
P: No puedes ni imaginar la sugestión que me hace sentir estar aquí, en tu territorio, los dos a solas –susurró, y le dio la mano al capitán mientras caminaban-.
R: Eso pretendía cuando te propuse venir.

Pablo logró pintar en el rostro severo del capitán una sonrisa que costaba trabajo imaginar en él. Sin embargo, de inmediato Roca logró reunir la entereza para que la conversación tornara seria de nuevo, hacia los cauces por los que quería llevarla ahora, para zanjar por completo todos aquellos interrogantes que quedaban entre los dos. No quería seguir aferrándose al silencio cada vez que tocaba hablar del pasado. No con Pablo.

R: Antes de que se diga otra palabra o nos demos un beso más, quiero que sepas todo sobre mí –anunció, y Pablo asintió, no sin antes notar un estremecimiento-.
El capitán le hizo un gesto para que se sentara en una de las dos sillas que había en torno a la mesa, y con un gesto rápido cambió la otra de orientación y se sentó enfrente de él, con una mano de Pablo entre las suyas.
R: Verás… Cuando vivía en Cádiz tuve una... relación con un sargento de mi cuartel.
Pablo enarcó las cejas, sorprendido, y agudizó los oídos. Presentía que tras aquella declaración entendería por completo el carácter de aquel hombre que empezaba a enamorarle.
R: Yo ya estaba casado con mi mujer para aquel entonces, pero no pude evitarlo… como no puedo evitar estar hoy aquí, sintiendo lo que siento. Rosa era muy observadora y pronto nos descubrió. Cuando lo supo me sentí avergonzado. Estaba tan preocupado porque esto llegara a saberse que me centré más en disuadirla de que desvelara mi secreto que en curar sus heridas. No supe ver lo mucho que la había agraviado con mi conducta. Unos días después de saber mi verdad, cogió mi arma reglamentaria una noche, mientras yo dormía, y se suicidó.

Pablo sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y apretó las manos de Emilio.
Pablo: Debió de ser horrible.
R: Ha sido lo peor de mi vida.
P: Tenías cara de ser una persona que había sufrido mucho... Lo supe en cuanto te vi.
R: Eso es porque compartimos el mismo sino –susurró con emoción-.
P: Adivino que te culpas por ello…
R: Presientes bien. Si no fuera por mí, Rosa no habría perdido las ganas de vivir. Es por eso que no puedo permitir que lo nuestro haga sufrir a Elisa. Tienes una esposa fantástica. No es justo que nuestra felicidad sea la antesala de su dolor.

Pablo lo miró con solemnidad, embriagado por los buenos sentimientos que Emilio era capaz de exhibir, y por su espíritu de sacrificio. Se dio cuenta entonces de que lo que sentía por aquel hombre, un buen hombre, no debía ser para él motivo de bochorno ni apocamiento, sino de orgullo. Se aproximó más a él y tomó sus mejillas entre las manos para acercar su cara.
P: Escúchame bien: no quiero que te preocupes por eso. Tengo un plan que va a funcionar, y si no funciona trazaremos otro... Sea como sea, yo no me voy a morir sin vivir esto contigo.
Roca sonrió, y se encogió de hombros, sin poder ocultar su expectativa. Pablo se lo explicaría, se lo explicaría todo, pero después de darle los besos y abrazos que traía para él, y que guardaba con celo desde el día anterior.

~

Jimena había pasado toda la tarde encerrada en su habitación. No se atrevía a acercarse a la de Sara, aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo para disculparse con ella, pero sabía por Chelo que su mentora llevaba todo el día allí con su niño. Cuando menos los esperaba, unos nudillos se escucharon en su puerta y un suave ¿Puedo pasar? desveló la presencia de Sara en el pasillo.
J: Claro. Adelante –dijo, y se sentó bien en la cama, algo apurada porque al final la propia Sara hubiese decidido ir en su busca-.
S: Pensé que saldrías a cenar.
J: Imaginaba que no tendrías ganas de verme –murmuró, mostrando ahora una actitud totalmente doblegada-.
Sara no lo negó, simplemente le pasó un papel, uno que Jimena esperaba con ansia.
S: Te he firmado la autorización. Puedes casarte con Jairo cuando te plazca, y espero sinceramente que seas muy feliz con él.
La inglesa hizo ademán de retirarse, pero Jimena se puso de pie y la retuvo.
J: Espera. No debí decir lo que dije –reconoció a los pocos segundos-. Te ruego que me perdones.
Sara miró al suelo por unos instantes y dejó escapar un suspiro risueño en el que encerraba dolor e ironía.
S: ¿Sabes? Que la gente del pueblo murmure es un poco frustrante a veces. Pero uno siempre puede consolarse pensando que la gente que dice o piensa esas cosas no te quiere de verdad. Pero tú… tú me has hecho daño, Jimena –declaró vehemente, y de nuevo se hizo el silencio entre ambas-. NADIE tiene derecho a meterse en mi vida ni juzgarla, ni si quiera tú.
Jimena bajó la vista, empezando a comprender la magnitud del agravio causado.
S: Además, has vuelto a traicionar mi confianza. Te pedí explícitamente discreción con lo del Chato...
J: Lo sé -musitó avergonzada-.
S: Todo lo que hay aquí es tuyo, y no me refiero sólo a las cosas materiales, sino a mi cariño, mi compañía, la compañía de Miguel, de Chelo... Sólo te he pedido un poco de lealtad, pero por lo visto es mucho pedir.
Sara se dio la vuelta al borde de las lágrimas, y Jimena anduvo los pasos que la separaban de ella y la sujetó del antebrazo. Trató de retenerla con un ruego, pero Sara le respondió con otro.
J: Sara, por favor…
S: No, de verdad… No trates de arreglarlo; no ahora. Me has hecho daño –repitió-.
Las palabras malheridas de Sara resonaron en la habitación y vibraron como las ondas de la puerta al cerrarse.
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