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Confía en mí (segunda parte)

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#0
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
15/01/2013 15:21
¡Hola, chicas!

¿Qué tal? Publico a partir de hoy la segunda parte de "Confía en mí". Os agradezco vuestro apoyo y espero que os siga gustando. Besosssssssssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#21
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/01/2013 16:33
Gonzalo suspiró. Pasaron casi toda la tarde apoyados en uno de los muros de la iglesia cristiana. Comieron varios mendrugos de pan con queso y bebieron vino que el postillón compró en una tasca cercana. Cuando el crepúsculo comenzaba a abrazar al firmamento y las teas empezaban a iluminar las calles de la antigua judería, un hombrecillo de mediana estatura, cabeza rasurada y aspecto desaliñado apareció de repente por uno de los recovecos. El héroe de la Villa se irguió.
-¿Justo Martín? –le preguntó.
El hombre se giró y parpadeó, arrugando el ceño.
-¿Quién le busca?
-¿Es usted?
-Depende para qué...
-Me llamo Gonzalo de Montalvo y únicamente quiero saber dónde se hospeda su hermano Abelardo en Sevilla.
-¿Abelardo? ¿Qué le ha hecho?
-Nada. No le conozco, pero un familiar mío viaja en el carromato de su hermano y necesito encontrarle.
-Apenas tengo trato con él; sin embargo, recuerdo que siempre que iba a Sevilla se alojaba por la zona del puerto o por Triana. No sé si le servirá de algo…
-Me ha ayudado mucho, se lo agradezco. –Le sonrió.
Satur intervino en la conversación:
-¿Quiere un consejo, amigo?
El hermano de Abelardo le miró fijamente.
-¡Cuide más a su familia, hombre, que los hijos son lo mejor que uno tiene!
Justo se llevó una mano a la cabeza y se la rascó.
-¿Mi familia?
-Sí, que tiene usted una esposa muy hermosa y unos niños preciosos…
-Satur… -comenzó a decir Gonzalo.
-Hágame caso, Justo, y ya verá que todo le irá mejor.
-Satur… -volvió a repetir su amo.
-Ya voy, ya voy… A más ver.
-A más ver… -musitó Justo Martín asombrado.
El hermano de Abelardo Martín les contempló mientras se marchaban. Después se encogió de hombros y entró en su casa. Suspiró al oír la voz de su enojada esposa.
Gonzalo y Satur fueron a la posada donde descansarían aquella noche. Vieron a Viento y a Roble y, a continuación, prepararon, meticulosamente, el recorrido al que se enfrentarían a partir del amanecer…

Continuará... Besosssssssssssssssssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#22
Kaley
Kaley
21/01/2013 17:35
confiaenmisegundaparte
#23
littlenanai
littlenanai
21/01/2013 21:39
Genial, sigue así, espero la siguiente parte! ;)
#24
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:09
¡¡¡Buenas noches, preciosas!!!

Muchas gracias, Kaley, Littlenanai... Sois unos soletes. Publico la continuación. Besosssssssssssssssssssssss para vosotras y para las demás chicas del foro. MJ. A más ver.
#25
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:10
CONFÍA EN MÍ

Alonso removía con su cucharón las migas que esa mañana Anabel había preparado para desayunar. El niño se encontraba apático y apenas hablaba. Laura y su hija se miraron sin disimular la preocupación que ambas sentían por él. La dama francesa se sentó junto a su nieto.
-¿No te gustan las migas, Alonso?
Él la miró.
-Sí, están riquísimas.
-Pues no lo parece porque no te veo comer.
Alonso suspiró.
-Estoy preocupado, Lorelle…
-Lo sé, cielo –le acarició la frente con ternura-, aunque estoy segura de que todo se arreglará.
-¿Y si mi tía se ha ido a Sevilla con la intención de embarcarse para las Américas?
-Ya oíste a Luis, eso no es posible en estas fechas…
-Pero Álvaro dijo que la flota no había salido por unos problemas, ¿y si lo hace en este mes?
Anabel habló:
-Alonso, no pienses en eso. Seguramente Margarita irá a casa de su tía y tu padre y Satur la encontrarán, ¿verdad, Lorelle?
Laura asintió.
-Claro, es lo más probable.
-Mi tía no se habla con esa señora…
Madre e hija se miraron y arquearon las cejas.
-¿Por qué? –preguntó Laura de Montignac.
-No lo sé. Algo pasó entre ellas…
-¿Y por qué no se lo dijiste a tu padre antes de que partiera? –le inquirió Anabel.
-Porque lo recordé anoche –dijo Alonso con gesto abatido-. Mi tía encontró aquel papel en el que estaban escritas las señas de su pariente y lo rompió. No quería saber nada de su tía Elvira.
-Tu padre preguntará por Sevilla y hallará la casa, Alonso –manifestó Laura.
-Mi tía Margarita no va a estar allí, lo sé. Tengo un mal presentimiento –murmuró con los ojos brillantes.
Laura le abrazó y le confortó con sus palabras.
#26
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:10
-Sé que ahora mismo todo parece complicado y que estás triste, pero vendrán días con sol, risas y mucho amor, Alonso. Tu padre y Margarita se aman muchísimo y esto que está sucediendo en sus vidas sólo es un nubarrón que se alejará.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo. –Le sonrió, apartando las lágrimas con las yemas de los dedos.
Anabel volvió a hablar:
-Además, en la primavera Álvaro y yo nos casaremos y queremos que tú lleves las arras.
-¿Yo? –preguntó Alonso asombrado.
-Sí. Álvaro dice que le hubiese gustado tener un hermano como tú, y yo siento algo muy especial por ti, Alonso. Eres como un sobrino para mí.
El hijo de Gonzalo y Anabel se abrazaron. Laura parpadeó sorprendida. “Anabel se ha comprometido y se va a desposar con Álvaro en unos meses…”, se dijo, intentando asimilar la noticia.
-Termina de desayunar que pronto Lorelle y tú os tenéis que ir a la escuela –habló la joven, tras besar las mejillas del niño.
Alonso asintió. Laura le preguntó a su hija:
-¿Cuándo te pidió Álvaro, que te casaras con él?
-Anoche y yo le acepté, Lorelle. Le amo tanto…
La joven suspiró recordando el momento…

“Acababan de finalizar la jornada en el hospital. Álvaro le comentó que Juan y él habían contratado a varios mozos para que trabajaran en San Felipe y a un médico que llegaría a la Villa la semana siguiente, pues estaban saturados de trabajo.
-Mañana llegará la comadrona.
-¡Qué bien!
-Isabel Olmedo es una mujer increíble. Te agradará cuando la conozcas.
-Estoy segura de que así será, mi amor.
Se sonrieron. Luego Anabel se llevó una mano al cuello y lo estiró.
-¿Te duele?
-Un poco.
-Ven…
Su novio le dio un masaje.
-¿Mejor?
-Sí.
#27
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:11
Álvaro la abrazó.
-Estás agotada… -musitó, depositando un suave y casto beso en la frente femenina.
-Sí, pero merece la pena ayudar a los demás.
-Lo sé, mi amor.
Se miraron y se besaron con dulzura. Después, Álvaro la invitó a subir a un lugar que ella desconocía.
-¿Adónde vamos?
-Ya verás… -le contestó misterioso.
El silencio se convirtió en el cómplice de aquella inesperada aventura. Entraron en el despacho de Juan de Calatrava y cerraron la puerta. Álvaro se acercó hasta la pared derecha y se agachó al lado de la estantería repleta de libros de medicina. Tocó un resorte que se hallaba en el rodapié. Anabel oyó un crujido y después ante sus asombrados ojos se abrió una abertura en el muro. Álvaro le sonrió e irrumpió en el hueco. Anabel vio una escalera de caracol.
-¿Subes? –le preguntó.
Ella asintió y asió la mano que él le ofrecía. La oscuridad les envolvía y les brindaba intimidad. El corazón de Anabel latía desbocado dentro del pecho. Cuando llegaron hasta el lugar deseado una tenue luz, que penetraba por un techo de cristal, les dio la bienvenida. Álvaro prendió los pabilos de las velas y la joven vio con claridad aquel misterioso lugar.
-¡Es un desván! –exclamó, sorprendida.
-Sí. Juan lo descubrió cuando estaban haciendo la obra y este es su refugio cuando necesita estar solo, estudiar, pensar…
Anabel contempló el colchón que hacía las veces de cama, la pequeña estantería con algunos libros, el arcón que era utilizado como mesa, el brasero con el picón… Sus azules ojos se fijaron después en una parte del techo acristalado, que bajaba en pendiente, y en los copos de nieve que caían y se deslizaban hasta morir en el canalón. Álvaro dijo:
-Me hubiese gustado que esta noche las estrellas pintasen el firmamento y que la luna nos regalara su luminosidad, pero nieva y ellas estarán acunando el sueño de otros enamorados…
-Álvaro… -Le sonrió.
El doctor Osuna se puso de rodillas, buscó en uno de los bolsillos de su chaqueta una pequeña cajita y luego la miró fijamente.
-¿Quieres, Anabel, casarte conmigo esta próxima primavera? –le preguntó.
Anabel se llevó las manos a los labios.
-Sí –le contestó emocionada.
El médico soltó una risa nerviosa y se puso de pie. Deslizó un anillo de diamantes y zafiros en el dedo anular de la mano izquierda femenina. Ella lo contempló embelesada. Luego se miraron y se besaron apasionadamente…”
#28
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:11
Anabel suspiró y enseñó la sortija a su protectora.
-Es preciosa, ¿verdad?
-Sí, lo es. –Le sonrió. Después Laura se puso seria y le preguntó-: ¿Y su familia? ¿Ellos saben que os vais a desposar?
-No. Álvaro ha escrito a su padre y espera su respuesta. No sé qué pasará, Lorelle. Tengo miedo de que Álvaro se enfade con sus padres y que por mi culpa…
-No. No tienes que temer nada, mi niña –le habló con dulzura- en cuanto te conozcan, te querrán. Y si no es así, estoy segura de que Álvaro luchará por vuestro amor y nadie impedirá que os caséis.
-Le quiero tanto, Lorelle, tanto…
-Lo sé. –Le sonrió-. Amar y ser correspondida lo es todo, no lo olvides nunca, Anabel.
-No lo haré. Tus consejos son para mí muy especiales.
Laura acarició con ternura el rostro de su hija.
-Siempre me tendrás a tu lado, Anabel. Pase lo que pase…
Se abrazaron mientras Alonso las contemplaba con una sonrisa en los labios.
#29
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:12
Juan de Calatrava tenía que escribir varias anotaciones en uno de sus libros de medicina, pero no se concentraba y tuvo que dejarlo. Apoyó la espalda en el respaldo del asiento y se llevó las manos a la cabeza. “¿Qué me está pasando?”, se preguntó. “Irene…”, murmuró. La joven no había regresado al hospital tras lo sucedido entre ellos. La comprendía. Recordó el beso y las sensaciones que le había provocado. Resopló. Después de romper su compromiso con Margarita jamás pensó que volvería a sentir algo parecido. Sin embargo, aquella relación era un imposible. Ella estaba casada con el Comisario de la Villa y él… Entornó los párpados. “Siempre te complicas la vida, Juan”, se dijo, poniéndose de pie. Abrió la puerta de su despacho e hizo la ronda que le correspondía entre los enfermos. Luego bajó a la primera planta del hospital. Se encontró a Cipri en las cocinas.
-Buenos días, Cipri –le saludó.
-Buenos días, Juan. Aquí estoy preparando un caldito para entrar en calor. –Sonrió-. ¿Te apetece?
-Pues sí, te lo agradecería.
Juan cogió una escudilla y se sirvió. Se sentó a la mesa y se lo tomó a pequeños sorbos.
-¿Sabes si ha venido hoy la señora Irene?
Cipriano negó con un gesto de su cabeza.
-Pues no lo sé, aún no he salío de los fogones. El doctor Álvaro ha contratado a dos mozos para que hagan mi anterior trabajo. –Sonrió-. Me ha dicho que a partir de ahora yo me dedicaré a hacer solamente las comidas.
-Sí, lo sé. Eres un buen cocinero, Cipri. A todos les gustan tus guisos.
-Gracias, Juan. Pero éstos saben mejor cuando llevan todos los avíos y en San Felipe no se escatima en eso.
-Los enfermos sanan antes si comen bien.
-Lo malo es que muchos van a querer enfermar para que ustedes les asistan. –Rió.
Juan le emuló.
-Esperemos que no.
-¡Ah, se me olvidaba comentarte…! El doctor Álvaro está en su despacho con la nueva partera.
Juan dejó la escudilla vacía en uno de los fregaderos y asintió.
-Gracias, Cipri. El caldo estaba buenísimo. Voy a ver qué tal es y cuánta experiencia tiene en su oficio.
El enamorado de Catalina sonrió.
Juan salió de las cocinas y se dirigió a la zona donde Álvaro tenía su privado. Se detuvo al ver a Irene, que conversaba con Anabel. Las dos sonreían mientras la sobrina del cardenal Mendoza asía la mano de su amiga.
-Es precioso -le decía- sé que serás muy feliz, Anabel.
-Sí, Álvaro es… -Vio al amigo de su prometido y le sonrió-. ¡Buenos días, Juan!
Irene se ruborizó cuando sus ojos se encontraron con los del médico.
-Buenos días… -pronunció él intentando no mostrar el nerviosismo que sentía en ese momento-. Irene, ¿has estado enferma? Te echábamos de menos y…
-No. No he podido venir estos días, doctor… -musitó con la mirada huidiza.
Anabel arqueó las cejas. “¿Qué les pasaba?”, se preguntó. Juan e Irene parecían dos extraños que no se conocían. Les miró sin comprender.
-Una mujer casada tiene muchas obligaciones…
-Sí.
Juan se aclaró la garganta y luego miró a la prometida de su amigo.
-Álvaro me comentó vuestro compromiso, Anabel. Me alegro mucho por ti y por él.
-Gracias, Juan.
Él asintió. Después señaló una de las puertas del pasillo y dijo:
-Tengo que ir… La matrona ha llegado por fin y…
-Sí, está con Álvaro.
-Si me disculpáis…
Anabel le sonrió. Irene no se atrevió a mirarle a la cara. Cuando él pasó por su lado, su cuerpo tembló.
#30
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:13
Isabel Olmedo era una de las parteras con las que Álvaro había trabajado en el pasado. Él tuvo la suerte de conocerla en el hospital de Salamanca. Ambos habían compartido conversaciones, alumbramientos y una amistad sincera y agradable. Ella siempre estuvo de acuerdo con sus interesantes sugerencias para que los partos fueran menos dolorosos y las criaturas y las madres sufrieran lo menos posible. Cuando él le escribió para proponerle que trabajara en la villa de Madrid en un hospital de barrio, no se lo pensó dos veces. Cogió sus pocas pertenencias, le dio la mano a su hijo Manuel y se subieron a un carromato. Ella y su pequeño de siete años acababan de llegar a la Villa y Corte.
-¿Y qué tal el viaje, Isabel?
-Pesado, doctor, pero mi Manué y yo estamos muy contentos, ¿verdad, hijo?
El niño asintió y luego observó con detenimiento las láminas que colgaban en las paredes. Sus vivarachos y negros ojos parpadearon al ver uno de los dibujos. Un feto, al que aún le quedaban unos meses para nacer, se formaba en un útero femenino. El pequeño se acercó hasta la pared y, sorprendido, captó todos los detalles de aquella fascinante pintura.
Su madre seguía hablando con el médico.
-A ver si encuentro un alojamiento cerca de aquí, sobre todo por mi Manué. No me gustaría que se quedara solo muchas horas.
-No te preocupes por eso, Isabel. Conozco a una vecina que vive muy cerca y que suele alquilar habitaciones en su casa. Se llama Catalina y estoy seguro de que no pondrá ningún inconveniente en arrendarte un cuarto. Ella también es viuda y tiene un hijo como tú.
-Me parece una excelente idea, doctor. –Le sonrió.
-¿Cuándo me vas a llamar por mi nombre de pila, Isabel?
-No me sale, doctor…
Ambos rieron. Así estaban cuando Juan de Calatrava llamó a la puerta y entró en el despacho. Manuel miró al desconocido, que le saludó.
-Hola…
El niño corrió a los brazos de su madre.
-Manué, que el señor va a pensar que eres un maleducao.
-No, no se preocupe –dijo Juan-, los niños son así.
-Isabel, te presento a mi socio, Juan de Calatrava.
-Juan, ella es Isabel Olmedo, la mejor partera que he conocido nunca.
Álvaro y su amiga se pusieron de pie. El duque de Velasco y Fonseca le ofreció su mano e Isabel la apretó con firmeza. Juan observó a aquella mujer joven, de aspecto menudo, ojos oscuros, sonrisa afable y curvas poderosas.
-Encantado, señora Olmedo.
-Lo mismo digo, doctor Calatrava –le respondió con un ligero acento del sur.
-¿Es usted andaluza?
-Sí –le sonrió- nací en Sevilla, pero he vivido gran parte de mi vida en Salamanca con una tía que me enseñó el oficio de matrona.
-Y este jovencito, ¿quién es? –musitó Juan revolviéndole los oscuros cabellos.
-Es Manué, mi hijo.
-¿Qué tal, Manuel?
El niño no le respondió. Se ocultó tras su madre.
-Discúlpele, doctor. Manué es muy tímido y…
-No importa –sonrió- cuando tengamos más confianza se hará mi amigo, ¿verdad?
Manuel asomó su cabeza durante unos segundos, después volvió a esconderse. Álvaro y Juan se sonrieron.
-Siéntese por favor.
-Gracias.
Isabel Olmedo se acomodó de nuevo en el asiento y sentó a su pequeño en sus rodillas. Álvaro habló:
#31
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:13
-Te decía Juan, que Isabel tiene una gran experiencia como comadrona, y lo más importante es que sabe cómo trabajo y lo que espero de mis ayudantes.
-Perfecto.
Isabel asintió.
-Cuando conocí al doctor Osuna, él acababa de regresar de las Américas. Allí había visto cómo las indias parían a sus hijos y sus estudios me sorprendieron. Resulta que las mujeres en la antigüedad y hasta prácticamente el siglo pasado tenían a sus bebés de cuclillas, sentadas, de pie, de manera vertical, según me enseñó el doctor Álvaro en unos antiguos grabados, ¿recuerda? –Él asintió-. Luego todo eso se cambió por la posición horizontal y las complicaciones surgieron. Es verdad que para los médicos esta es la postura más fácil, pero las madres y las criaturas sufren más. Por eso yo estoy de acuerdo con lo que el doctor Osuna propone, ya que la naturaleza es muy sabia y todo tiene su porqué.
-Lo importante es que las madres se sientan cómodas y sean partícipes de ese momento tan maravilloso y que el alumbramiento sea lo más natural posible. Siempre les recomiendo que caminen tras la rotura de aguas, que se recuesten para soportar el dolor de las contracciones, que busquen las posturas más cómodas… El médico y la partera son meros aliados para que todo llegue a buen fin.
Isabel asintió.
-Eso mismo decía mi tía Enriqueta. Yo procuro seguir todos sus consejos para que mi labor sea lo más sencilla posible y darle todo el protagonismo a la madre y a la criatura que va a nacer.
Juan sonrió. Le gustaba aquella mujer y su sinceridad. Se puso de pie y todos le imitaron.
-Álvaro y yo le damos las gracias por venir a San Felipe. Estoy seguro de que trabajar con usted va a ser una experiencia muy interesante.
-Gracias, doctor Calatrava, lo mismo le digo.
-Por cierto, ¿tiene un lugar donde quedarse?
-No, aún no.
Álvaro habló:
-Le he comentado a Isabel, que Catalina alquila habitaciones en su casa.
-Es verdad. Yo viví durante un tiempo en su hogar y le aseguro que es una buena casera. Su hijo y usted estarán muy a gusto allí.
-A ver si mi Manué y yo tenemos suerte y la señora nos arrienda un cuarto. Nosotros nos conformamos con uno pequeñito, ¿verdad, hijo?
Manuel le sonrió.
-Ahora Catalina tiene que estar en palacio… -murmuró Juan.
Isabel Olmedo arqueó las cejas. Álvaro le dijo:
-Catalina es el ama de llaves de la marquesa de Santillana, una de las nobles más respetadas e importantes de la Villa.
-Comprendo.
-Algunas veces Catalina regresa al mediodía a su casa, pero otras es ya de noche cuando vuelve. Le preguntaremos a Cipri, nuestro cocinero, que es un buen amigo de la familia y él nos lo dirá –habló Álvaro.
-De todas formas, ahora le mostraremos el hospital y si hoy fuera imposible hablar con Catalina, mi habitación está disponible para usted y para su hijo, señora Olmedo.
-Se lo agradezco, doctor Calatrava, pero…
-Esta noche me toca quedarme al cuidado de los pacientes, así que no hay ningún problema.
La nueva comadrona de San Felipe le sonrió. Manuel salió de detrás de las faldas de su madre. Una sonrisa picaruela se formó en sus labios.
#32
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:14
Lucrecia se sumergió en la bañera y después suspiró feliz. Su piel estaría suave como la de un bebé y olería a aquel carísimo perfume que le había regalado el duque de Medina y Salcedo. Las damas que acudirían a la fiesta de la marquesa de Sotomayor la envidiarían, sin duda. Y cuando la vieran con el traje de dos piezas de color oro que madame Jeannette le había confeccionado… Sonrió. Su entrada en el palacete de los marqueses de Urdijo y Sotomayor sería comentada durante semanas. Se mordió el labio inferior al pensar en lo que sucedería aquella noche. Catalina y Marta se movían por el cuarto sin que ella les prestara atención, de pronto, un pensamiento nubló su alegría. “¡Hernán! ¿Qué le habrá ocurrido?”, se preguntó. Movió los pies en el agua perfumada con pétalos de rosas rojas y notó que ésta se estaba enfriando.
-¡Catalina, que traigan agua caliente! –exclamó, frunciendo el ceño- ¡Me estoy congelando!
-Sí, señora. –Cata miró a la muchachita-, Marta, ve a por el agua…
-Enseguida la traigo, señora… -Marta hizo una reverencia-. Y salió rápidamente del aposento.
Lucrecia dio una mano a su ama de llaves para que se la masajeara. Catalina se sentó en un escabel y comenzó a hacer lo que la marquesa le había indicado. Lucrecia entornó los párpados y suspiró de nuevo. Luego los abrió y miró fijamente a su criada.
-¿Sabes algo de Margarita? –le preguntó.
La madre de Murillo se sobresaltó al oírla y le pellizcó la piel.
-¡Ten cuidado, Catalina!
-Lo siento, señora… -Sus miradas se encontraron-. No, no sé nada. Me imagino que estará ya cerca de Sevilla.
-Margarita… Seguro que le irá bien. Ella posee muchos recursos para encandilar a cualquier hombre… -murmuró maliciosa- Gonzalo no se merece a una mujer así a su lado.
Catalina frunció el ceño. En ese instante lo supo. Lucrecia de Santillana y la inglesa habían planeado la separación de sus amigos. Y Gonzalo se había marchado a… Entornó los párpados para contener la rabia y el dolor que le produjo saber la verdad. “¿Qué hago? ¿Espero a que Gonzalo regrese de Sevilla o le cuento a Margarita lo que acabo de descubrir?”, se preguntó tras dar la vuelta a la bañera y comenzar a masajear la otra mano de Lucrecia de Santillana. Miró a la marquesa. “¿Cómo puede ser tan cruel e hipócrita?”, se dijo tras tragar la saliva que se le había acumulado en la boca. Catalina sintió repugnancia, aborrecimiento, aversión… Por unos segundos tuvo la tentación de hundir aquella maquiavélica cabeza en el agua, pero la sensatez se impuso a la sinrazón.
-¿Qué te pasa, Catalina?
-Nada, señora.
-Pues acaba pronto porque tengo que elegir las joyas que me pondré esta noche.
Catalina se puso de pie.
#33
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
28/01/2013 22:14
-Voy a ver qué está haciendo Marta…
-Sí, dile a esa inútil que como no esté aquí en…
Marta abrió la puerta. Venía sofocada y trataba de no quemarse las manos con el asa, aunque había puesto un lienzo debajo de ésta.
-Siento la tardanza, señora, pero es que en las cocinas no…
-Se me está entumeciendo la piel… -habló enojada.
-Yo echo el agua, Martita. Anda, vete a ayudar a las demás.
La muchacha le sonrió y se fue del cuarto. Catalina se giró. El agua borboteaba en el cubo. El ama de llaves se acercó lentamente a la bañera. Lucrecia asió uno de los pétalos de rosas y se lo llevó a los labios. Lo besó. Catalina, sin previo aviso, arrojó el humeante líquido en la tina.
-¡Catalina, que me quemas! –gritó la marquesa-. Si no llego a levantar las piernas me achicharras…
-Discúlpeme, señora. No me di cuenta.
-¡Vete! ¡Sal de aquí!
Catalina hizo una reverencia. Temblaba cuando salió del aposento. Pegó la espalda a la pared y sollozó. “¡Dios mío! He estado a punto de hacer una locura…”, se dijo asustada. Se santiguó y rezó para que el Altísimo la perdonase. “¡No puedo esperar! ¡Tengo que hablar con Margarita!” “¡Ella lo tiene que saber!”, exclamó decidida. Comenzó a andar, pero detuvo sus pasos segundos después. Oyó un tintineo. Miró hacia el techo. Las lámparas se mecían al compás del viento que, impetuoso, silbaba y recorría con descaro el amplio pasillo. Catalina sintió un estremecimiento. Se acercó hasta la ventana. Respiró hondo y cerró los postigos. “No. No le diré nada a Margarita, aún no…”, recapacitó. Si la marquesa descubría el embarazo y el engaño posterior, el bebé de su amiga estaría en peligro. Lucrecia era capaz de cualquier cosa, incluso de provocar un accidente para que Margarita perdiera a su hijo. “Esperaré a que Gonzalo regrese. Sí. Él les protegerá”, se dijo tras suspirar.


Continuará... Muchos besosssssssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#34
Kaley
Kaley
29/01/2013 10:17
bravobravo bravo bravo
#35
littlenanai
littlenanai
29/01/2013 20:46
Esto se pone interesante! a ver si vuelve pronto Gonzalo y Catalina le cuenta todo por dios! que ganas de leer la escena en la que Gonzalo se entera del embarazo de Margarita! jajaja
#36
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/02/2013 16:51
¡¡¡Buenas tardes, preciosas!!!

Muchas gracias, Kaley, Littlenanai. Sois unos soletes. Enseguida publico la continuación de "Confía en mí". Besosssssssssssssssssssssssssss. MJ.
#37
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/02/2013 16:51
CONFÍA EN MÍ

Hernán llegó a la casona donde se ocultaba Beatriz de Villamediana. Pelayo le salió al encuentro cuando cerró la puerta.
-Comisario… -le saludó con una media sonrisa.
-¿Cómo está la duquesa? –le preguntó.
-Enfadada, señor. Cree que usted la ha abandonado a su suerte… Yo he tratado de convencerla de lo contrario, pero…
-¿Dónde está ahora?
-En su cuarto.
El Comisario miró las escaleras que conducían a la parte alta de la casa. Se quitó los guantes y los dejó encima del mueble-recibidor.
-Voy a verla. –El hombre asintió-. De todas formas, no dejes de vigilarla cuando yo no esté. Ya sabes, Pelayo, eres la única persona en la que confío plenamente y esta misión es muy importante para mí.
-Lo sé, señor –sonrió-, la dama no saldrá de aquí sin su permiso, se lo juro.
Hernán asintió. Después subió los peldaños de madera, que crujieron lastimosamente. Pelayo volvió a las cocinas.
La segunda planta de aquel palacete mostraba toda la decadencia que los años habían producido en sus entrañas. Las paredes rezumaban las lágrimas que sus anteriores habitantes habían derramado; los muebles, roídos por las ratas, gritaban a su paso, pero él no oía aquellos desgarradores gritos. Lo hilos hilvanados por los arácnidos temblaban por culpa de las corrientes de aire, pero aun así, las telarañas se mantenían firmes, asidas a todos los rincones de aquel lugar. Hernán recorrió el pasillo y se detuvo en la cuarta puerta. Llamó y luego entró. Unos irritados ojos azules le dieron la bienvenida.
-¿Cómo te has atrevido a dejarme sola durante tres días? –chilló desesperada y luego le abofeteó.
Se miraron durante unos segundos con la tensión flotando en el ambiente. Después el Comisario la atrajo hasta su cuerpo y la besó con ardor. La duquesa le correspondió con la misma desesperación que él había apreciado cuando le habló segundos antes. El lecho les recibió, cómplice de una mentira que Hernán ya había comenzado a tejer alrededor de la hija de Lope de Villamediana. Después de los momentos de pasión que habían compartido, Beatriz apoyaba su dorada cabeza en el torso masculino y acariciaba los musculosos brazos del Comisario. Él tenía fija la vista en el enmohecido techo, ajeno a aquellas suaves caricias. Beatriz se movió y Hernán la miró a los ojos.
-Siempre pensé que Lucrecia era una exagerada hablando de ti, pero tengo que reconocer que sabes satisfacer a una mujer en la cama.
-Te dije que te habías equivocado de hombre. –Le sonrió, asiendo un mechón rubio entre sus dedos.
-Ya…
-¿Por qué te fijaste en el maestro? –le preguntó, intrigado.
-Gonzalo de Montalvo es muy atractivo, ¿no crees?
-No soy mujer para opinar sobre la belleza masculina, pero supongo que algo tendrá para que todas os alborotéis en su presencia.
#38
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/02/2013 16:52
-¡Vaya, Lucrecia, tiene razón! Los celos te reconcomen por dentro.
Hernán frunció el ceño.
-No quiero seguir hablando de Montalvo, me interesa más tu relación con Mendoza.
Beatriz se recostó en los almohadones y se tapó con las mantas y la colcha que Pelayo había encontrado en uno de los arcones del desván. Hernán oyó cómo ella suspiraba y también el crepitar de los leños que ardían en la chimenea.
-Mendoza es una víbora traidora, eso ya lo sabes. ¿Por qué te interesa tanto ahondar en su pasado?
-Es el tío de mi esposa y uno de los hombres más influyentes del reino.
-Y te gustaría conocer todas sus miserias para destruirle, ¿verdad?
Hernán sonrió.
-Digamos que me gusta ser precavido con ciertas personas.
Beatriz de Lancaster le devolvió la sonrisa.
-¿Qué me das a cambio si te entrego a Mendoza?
-Tu libertad y un viaje para tu amada Inglaterra.
Beatriz dejó de sonreír.
-¿Soy tu prisionera?
-No, querida, eres mi invitada. No puedo ofrecerte un palacio como el de Lucrecia, pero sí la oportunidad de salir de las Españas. El rey ha puesto precio a tu hermosa cabeza, Beatriz. ¡Quinientos ducados de oro! Yo podría entregarte; sin embargo, no lo haré. Me interesa más la información que posees que esa pequeña fortuna. Mendoza hará todo lo posible por encontrarte y moverá todos sus hilos en la Villa. Aquí estás segura y yo te ayudaré a volver a tu lluvioso y verde país.
Beatriz se mordió el labio inferior. El Comisario la observó con detenimiento. La hija de Lope de Villamediana habló segundos después:
-Mendoza chantajeó a Felipe IV con la carta de Laura de Montignac.
-¿Se la robó al rey?
-Sí. Creo que existe un secreto que ellos ocultan…
-¿Un secreto? –le preguntó, arqueando las cejas.
-Sí, un secreto relacionado con la familia Montignac. Mi padre no me lo reveló, pero intuyo que por él, su majestad, renunció a tener a sus hijos a su lado y a abandonar a Laura a su suerte.
-¿Es cierto que Laura de Montignac se desposó con el rey? –le preguntó, temblándole la voz.
#39
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/02/2013 16:53
-Sí. Ella se convirtió en reina de las Españas por casamiento real, pero Laura reinó solamente en las sombras… y sus herederos, aun teniendo sangre real, fueron ocultados a la corte por intereses de Estado, pero todo cambiaría si ellos salieran a la luz…
-¿Quieres decir que los hijos de Laura de Montignac tienen derecho sobre el trono español?
-Si viviesen, sí.
El Comisario parpadeó. “Yo soy el primogénito de Felipe IV. Me corresponde el trono de las Españas, pero nunca lo aceptaré. Ese maldito sitial está manchado de sangre y de dolor…”, se dijo con gesto impertérrito. Se aclaró la garganta antes de volverle a preguntar:
-¿Mendoza sigue poseyendo esa carta?
-Creo que sí.
La duquesa de Cornwall mintió porque aquella misiva era su seguro de vida. Estaba dispuesta a todo, incluso a ofrecérsela al mejor postor. El rey, Mendoza y hasta Hernán Mejías ansiaban tenerla en su poder. Esperaría una semana, después… Él volvió a hablar:
-Espero que no me estés mintiendo, Beatriz.
Ella arqueó las cejas.
-¿Por qué tendría que hacerlo? Eres mi protector, Hernán.
Él apartó las mantas y la colcha y comenzó a vestirse.
-Sí, tienes razón. Pero a mí no me gustan los traidores, Beatriz.
-A mí tampoco.
-Voy a hacerte una pregunta y quiero que seas sincera…
La duquesa asintió.
-¿Has enviado cartas a Felipe IV y a Mendoza para chantajearles con lo que sabes de Laura de Montignac?
-No.
-¿Estas segura, Beatriz?
-Lo estoy, Hernán. ¿Les están chantajeando? ¿Quién o quiénes? –le inquirió con interés.
-Si no has sido tú, no lo sé.
-No he sido yo, te lo juro por la memoria de mi padre.
-De acuerdo.
Hernán se puso su chaqueta de cuero y cogió sus armas. Beatriz de Villamediana se quedó unos segundos pensativa. Luego miró al Comisario y le sonrió seductora.
#40
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/02/2013 16:53
-¿Vendrás esta noche?
-Soy un hombre muy ocupado. Ahora tengo que buscar a una espía inglesa que ha robado importantes y valiosos documentos a la Corona española. Dicen que se oculta en la Villa. -Le sonrió-. Como comprenderás, querida, no puedo permitirme el lujo de disfrutar de tu compañía mientras esa ingrata se burla del rey Planeta y de sus súbditos.
-¿Valiosos documentos?
-Es la excusa que han puesto para buscarte, Beatriz. El vulgo te desprecia…
-Me apasiona convertirme en el centro de atención.
-Lo sé.
Le dio un beso rápido.
-Vendré en cuanto me sea posible.
-¿Cuándo podré irme a mi país?
-Lo prepararé todo y dentro de unos días te lo diré.
-Está bien.
-Cualquier cosa que necesites se la pides a Pelayo.
Beatriz asintió. Hernán salió del aposento. Ella se levantó del lecho. Abrió su pequeño maletín de viaje. Cogió la carta y la volvió a leer. Sonrió. Después miró la habitación detenidamente. “¿Dónde la oculto?”, se preguntó. Una sonrisa iluminó su rostro al ver los objetos que se hallaban encima del tocador. Cogió una cajita que le había traído Pelayo y que estaba repleta de polvos para el cutis. Los vertió encima del mueble. Luego dobló el papel y lo introdujo dentro de la caja. A continuación, cubrió con los polvos la misiva. Beatriz de Villamediana sintió que tenía el poder en sus manos.
Hernán entró en las cocinas donde se hallaba su hombre de confianza. Éste al verle dejó de preparar la comida y se acercó.
-¿Ya se marcha, Comisario?
-Sí. No sé cuándo volveré, Pelayo. Estate atento a cualquier cosa, no me fío de Beatriz de Lancaster.
-No se preocupe, la vigilaré.
-Creo que ella tiene una carta que es importante para mí, pero antes tengo que hablar con otra persona. Registra su habitación y sus pertenencias, sin que se dé cuenta.
-Así lo haré, señor.
-Bien, Pelayo. Nos vemos.
El antiguo soldado asintió y le acompañó hasta la entrada de la casa. Hernán se marchó. Pelayo oyó unos pasos ligeros detrás de él. Sonrió al darse la vuelta. El pequeño gato que había hallado en el callejón se le acercó y ronroneó pegado a sus piernas. El hombre lo cogió en sus brazos.
-Voy a darte un poco de leche. Espero que a la duquesa no le importe compartirla contigo.
El minino maulló.
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