Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#121
01/07/2012 16:11
-Sí. Se lo agradezco a la señora Irene y a usted.
Una sonrisa irónica curvó los labios del Comisario de la Villa.
-A cambio mi esposa y yo tendríamos que ser los padrinos de vuestro primer hijo, ¿no?
Lucrecia se acercó hasta donde se hallaban ambos.
-¡Los suspiros de monjas están riquísimos! –exclamó, lamiéndose el dedo índice de su mano derecha.
Gonzalo y Hernán la miraron. El Comisario le habló:
-Le decía al maestro, Lucrecia, que sería justo que mi esposa y yo fuéramos los padrinos del primer hijo que tuvieran Margarita y él, ¿qué opinas, querida?
Los ojos oscuros de la marquesa brillaron por la ironía.
-Estoy de acuerdo contigo, Hernán. A Irene le encantaría tener a una criatura entre sus brazos, como perdió el vuestro…
Hernán frunció el ceño y Gonzalo estuvo a punto de decir algo, pero no lo hizo porque Margarita y la esposa del Comisario interrumpieron la incipiente conversación. Irene asió el brazo de su marido y Margarita se dejó abrazar por Gonzalo, feliz. La sobrina del cardenal Mendoza, habló:
-Ha sido un día maravilloso, ¿verdad?
El maestro le contestó:
-Sí, señora Irene. Muchas gracias por todo.
-Ha sido un gusto ayudaros, Gonzalo.
Él le sonrió.
Hernán miró a Margarita y le dijo:
-Está muy bella, señora de Montalvo. Espero que sea muy feliz en su matrimonio.
-Gracias, señor Comisario.
Lucrecia, que se había mantenido en segundo plano, observándoles, manifestó:
-¡Las bodas me entusiasman, sobre todo, si los novios se quieren tanto!... Aunque si os soy sincera… -se dirigió a Hernán y a Irene-, eché en falta en vuestro desposorio la complicidad y la emoción que hoy reflejan las caras de Gonzalo y de Margarita. –Los recién casados se miraron sin saber qué decir-. Pero, claro, cada uno es como es… -musitó con malicia.
Irene, azorada, bajó la mirada al verdoso suelo. Hernán Mejías no pudo contenerse y respondió a la madre de su hijo de la misma forma.
Una sonrisa irónica curvó los labios del Comisario de la Villa.
-A cambio mi esposa y yo tendríamos que ser los padrinos de vuestro primer hijo, ¿no?
Lucrecia se acercó hasta donde se hallaban ambos.
-¡Los suspiros de monjas están riquísimos! –exclamó, lamiéndose el dedo índice de su mano derecha.
Gonzalo y Hernán la miraron. El Comisario le habló:
-Le decía al maestro, Lucrecia, que sería justo que mi esposa y yo fuéramos los padrinos del primer hijo que tuvieran Margarita y él, ¿qué opinas, querida?
Los ojos oscuros de la marquesa brillaron por la ironía.
-Estoy de acuerdo contigo, Hernán. A Irene le encantaría tener a una criatura entre sus brazos, como perdió el vuestro…
Hernán frunció el ceño y Gonzalo estuvo a punto de decir algo, pero no lo hizo porque Margarita y la esposa del Comisario interrumpieron la incipiente conversación. Irene asió el brazo de su marido y Margarita se dejó abrazar por Gonzalo, feliz. La sobrina del cardenal Mendoza, habló:
-Ha sido un día maravilloso, ¿verdad?
El maestro le contestó:
-Sí, señora Irene. Muchas gracias por todo.
-Ha sido un gusto ayudaros, Gonzalo.
Él le sonrió.
Hernán miró a Margarita y le dijo:
-Está muy bella, señora de Montalvo. Espero que sea muy feliz en su matrimonio.
-Gracias, señor Comisario.
Lucrecia, que se había mantenido en segundo plano, observándoles, manifestó:
-¡Las bodas me entusiasman, sobre todo, si los novios se quieren tanto!... Aunque si os soy sincera… -se dirigió a Hernán y a Irene-, eché en falta en vuestro desposorio la complicidad y la emoción que hoy reflejan las caras de Gonzalo y de Margarita. –Los recién casados se miraron sin saber qué decir-. Pero, claro, cada uno es como es… -musitó con malicia.
Irene, azorada, bajó la mirada al verdoso suelo. Hernán Mejías no pudo contenerse y respondió a la madre de su hijo de la misma forma.
#122
01/07/2012 16:12
-¡Qué curioso, Lucrecia, a mí me ocurre lo mismo que a ti! Recuerdo tu boda y sólo aprecié esas emociones en el semblante del desaparecido marqués de Santillana... Tu rostro solamente evidenciaba ambición y triunfo.
Lucrecia parpadeó con gesto serio, pero después dijo:
-¡Ay, Hernán, no soportas ninguna broma!
El Comisario sonrió sarcástico.
-Tú tampoco, querida.
El maestro carraspeó y ambos se fijaron en él. La marquesa le habló:
-Gonzalo, Nuño y yo nos vamos ya. Me ha encantado acompañarte en este día tan especial para ti y para tu esposa. –Le besó junto a la comisura de los labios, sin que él pudiera evitarlo. Luego apenas rozó las mejillas de Margarita y prosiguió-. Querida, disfruta tu noche de bodas… -Descarada miró a Gonzalo-, yo lo haría.
-Lucrecia… -murmuró Gonzalo a modo de despedida.
La marquesa suspiró.
-Nosotros también nos vamos –manifestó el Comisario.
-Señora de Montalvo, maestro…
-Señor Comisario… -dijeron los novios al unísono.
Irene les besó sonriente y luego siguió a su marido. Ambos subieron al carruaje de la marquesa de Santillana y, pronto, éste se perdió entre la arboleda.
Margarita suspiró y abrazó a su marido.
-¡Qué situación tan incómoda!
-Lucrecia es así, si no es el centro de atención no es feliz. –Se sonrieron-. Por muchas sedas que utilice y joyas que posea, jamás podrá competir contigo. –Acarició el rostro de su mujer-. Te amo.
-Yo también a ti.
Se besaron mientras sus amigos bailaban, comían y disfrutaban del día más feliz de sus vidas.
Continuará... Me quedo a las puertas de la noche de bodas... Je,je,je. Besos a todas. Con Dios. MJ.
Lucrecia parpadeó con gesto serio, pero después dijo:
-¡Ay, Hernán, no soportas ninguna broma!
El Comisario sonrió sarcástico.
-Tú tampoco, querida.
El maestro carraspeó y ambos se fijaron en él. La marquesa le habló:
-Gonzalo, Nuño y yo nos vamos ya. Me ha encantado acompañarte en este día tan especial para ti y para tu esposa. –Le besó junto a la comisura de los labios, sin que él pudiera evitarlo. Luego apenas rozó las mejillas de Margarita y prosiguió-. Querida, disfruta tu noche de bodas… -Descarada miró a Gonzalo-, yo lo haría.
-Lucrecia… -murmuró Gonzalo a modo de despedida.
La marquesa suspiró.
-Nosotros también nos vamos –manifestó el Comisario.
-Señora de Montalvo, maestro…
-Señor Comisario… -dijeron los novios al unísono.
Irene les besó sonriente y luego siguió a su marido. Ambos subieron al carruaje de la marquesa de Santillana y, pronto, éste se perdió entre la arboleda.
Margarita suspiró y abrazó a su marido.
-¡Qué situación tan incómoda!
-Lucrecia es así, si no es el centro de atención no es feliz. –Se sonrieron-. Por muchas sedas que utilice y joyas que posea, jamás podrá competir contigo. –Acarició el rostro de su mujer-. Te amo.
-Yo también a ti.
Se besaron mientras sus amigos bailaban, comían y disfrutaban del día más feliz de sus vidas.
Continuará... Me quedo a las puertas de la noche de bodas... Je,je,je. Besos a todas. Con Dios. MJ.
#123
03/07/2012 09:38
¡Qué bonito!!!!, por cierto, me encanta Lucrecia, es como si la estuviera viendo y oyendo, qué mala malísima, y que ella disfrutaría de la noche de bodas, puntazo total!!!!!!!!!!!!!!!, Lucrecia en esencia.
Tú sigue, sigue, no pares.
Tú sigue, sigue, no pares.
#124
03/07/2012 14:25
texto:¡¡¡¡Qué romántica la bodaaaaaaaaaaaaaaa!!!!! ¡¡¡¡¡¡Qué enamoraícos Gonzalo y Margarita!!!! ME ENCANTA
Identifico totalmente a los personajes, me gustan todos, pero con Lucrecia lo bordas . Tienes la habilidad de transmitir en tu relato la personalidad de cada uno de ellos a la perfección. Eres muy observadora, pero también ocurre una cosa y creo que es lo más importante de todo, que tú, MJ tienes TALENTO , por eso te resulta tan fácil hacer lo difícil. Te doy mi más sincera enhorabuena .
Continúa, please. Besitos, a más ver.
Identifico totalmente a los personajes, me gustan todos, pero con Lucrecia lo bordas . Tienes la habilidad de transmitir en tu relato la personalidad de cada uno de ellos a la perfección. Eres muy observadora, pero también ocurre una cosa y creo que es lo más importante de todo, que tú, MJ tienes TALENTO , por eso te resulta tan fácil hacer lo difícil. Te doy mi más sincera enhorabuena .
Continúa, please. Besitos, a más ver.
#125
04/07/2012 17:22
¡Hola, guapas!
Gede, besossssssssssssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
Montalvina, besosssssssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
Muchas gracias a las dos por vuestras palabras. Me alegro de verdad que os guste tanto "Confía en mí". Ahora voy a colgar la prometida "NOCHE DE BODAS". A ver qué os parece. He tratado de ser muy romántica...
Por cierto, antes de publicarla, voy a colgar antes unas frases que me comí el otro día. El despite convive conmigo desde siempre... Je,je,je. Seguramente le di a borrar y yo que creía que esas frases estaban escritas... ¡¡¡Ay, Dios mío!!!! Je,je,je. Esa parte ocurre en la iglesia, cuando Laura de Montignac está hablando con su nieto. Las pongo:
-Tienes razón. El primer amor nunca se olvida; sobre todo, si la persona a la que amas te corresponde. –Le sonrió-. ¿Cómo te llamas?
-Alonso.
-Un nombre muy bonito.
-Gracias, señora.
Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
Gede, besossssssssssssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
Montalvina, besosssssssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
Muchas gracias a las dos por vuestras palabras. Me alegro de verdad que os guste tanto "Confía en mí". Ahora voy a colgar la prometida "NOCHE DE BODAS". A ver qué os parece. He tratado de ser muy romántica...
Por cierto, antes de publicarla, voy a colgar antes unas frases que me comí el otro día. El despite convive conmigo desde siempre... Je,je,je. Seguramente le di a borrar y yo que creía que esas frases estaban escritas... ¡¡¡Ay, Dios mío!!!! Je,je,je. Esa parte ocurre en la iglesia, cuando Laura de Montignac está hablando con su nieto. Las pongo:
-Tienes razón. El primer amor nunca se olvida; sobre todo, si la persona a la que amas te corresponde. –Le sonrió-. ¿Cómo te llamas?
-Alonso.
-Un nombre muy bonito.
-Gracias, señora.
Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
#126
04/07/2012 17:23
CONFÍA EN MÍ
Catalina ayudó a Margarita a quitarse su vestido de novia y le cepilló el cabello hasta dejárselo sedoso y brillante. Después, el ama de llaves le entregó un tarro de color lapislázuli.
-¿Qué es? –le preguntó.
-Es una crema de la marquesa. Te dejará la piel suave y con olor a rosas.
-¡Cata! ¿Y si se da cuenta…?
-Ella tiene muchas, así que no la echará en falta.
Margarita le sonrió y, a continuación, se echó la crema por todo el cuerpo.
Su amiga, pícara, le dijo:
-Ya verás como le gusta a Gonzalo…
Margarita rió. Después se puso el camisón que se había confeccionado con los retales que le habían sobrado.
-¡Qué bonica estás, alma mía!
-¿De verdad, Cata?
La madre de Murillo le acarició el rostro.
-Tu cara refleja todo lo que sientes y esta noche tus sueños se van a realizar. ¡Ay, a cuántas les gustaría cambiarse por ti!
-¡Cata! –exclamó, sonriente, Margarita.
-¡Hija, con ese hombre que tienes como marido, ya me dirás! Con esa boca, esos ojos, ese cuerpo…
Las dos rieron. Luego Catalina la abrazó con ternura, como si fuera una madre que se despide de su hija sabiendo que al casarse ya todo será distinto.
-Sé muy feliz, te lo mereces.
-Gracias, Cata.
Posteriormente, su amiga se dirigió a la puerta. Antes de salir se giró y le sonrió. Margarita le correspondió. Cuando se quedó sola miró la habitación de Gonzalo, la suya ahora. Prendió los pabilos de las velas y una atmósfera de intimidad y de relajación la envolvió. “Gonzalo…”, susurró su nombre. Rozó con los dedos sus libros, sus objetos personales, el lecho… Suspiró. Luego se acercó hasta la puerta por la que se salía al patio. Se apoyó en ésta y contempló el plenilunio de la luna.
Catalina ayudó a Margarita a quitarse su vestido de novia y le cepilló el cabello hasta dejárselo sedoso y brillante. Después, el ama de llaves le entregó un tarro de color lapislázuli.
-¿Qué es? –le preguntó.
-Es una crema de la marquesa. Te dejará la piel suave y con olor a rosas.
-¡Cata! ¿Y si se da cuenta…?
-Ella tiene muchas, así que no la echará en falta.
Margarita le sonrió y, a continuación, se echó la crema por todo el cuerpo.
Su amiga, pícara, le dijo:
-Ya verás como le gusta a Gonzalo…
Margarita rió. Después se puso el camisón que se había confeccionado con los retales que le habían sobrado.
-¡Qué bonica estás, alma mía!
-¿De verdad, Cata?
La madre de Murillo le acarició el rostro.
-Tu cara refleja todo lo que sientes y esta noche tus sueños se van a realizar. ¡Ay, a cuántas les gustaría cambiarse por ti!
-¡Cata! –exclamó, sonriente, Margarita.
-¡Hija, con ese hombre que tienes como marido, ya me dirás! Con esa boca, esos ojos, ese cuerpo…
Las dos rieron. Luego Catalina la abrazó con ternura, como si fuera una madre que se despide de su hija sabiendo que al casarse ya todo será distinto.
-Sé muy feliz, te lo mereces.
-Gracias, Cata.
Posteriormente, su amiga se dirigió a la puerta. Antes de salir se giró y le sonrió. Margarita le correspondió. Cuando se quedó sola miró la habitación de Gonzalo, la suya ahora. Prendió los pabilos de las velas y una atmósfera de intimidad y de relajación la envolvió. “Gonzalo…”, susurró su nombre. Rozó con los dedos sus libros, sus objetos personales, el lecho… Suspiró. Luego se acercó hasta la puerta por la que se salía al patio. Se apoyó en ésta y contempló el plenilunio de la luna.
#127
04/07/2012 17:23
En la sala de la casa y sentados a la mesa se encontraban, además de Gonzalo y de Alonso, Sátur y Murillo. Padre e hijo conversaban animadamente mientras Saturno García y el benjamín de Catalina trataban de no quedarse dormidos. El ama de llaves del palacio de Santillana salió de la habitación.
-¡Ea, ya está todo listo! La novia te espera, Gonzalo…
Él se puso de pie y los otros le emularon.
-Gracias, Cata.
-No hay de qué. –Le sonrió-. Luego miró a Sátur y a los dos niños y les dijo-: ¡Vámonos que ya es hora de dormir!
-Buenas noches, hijo –musitó Gonzalo.
-Buenas noches, padre.
Ambos se abrazaron. Catalina asió la mano de Murillo que, adormecido, la acompañó hasta la puerta. Pero como ni Sátur ni Alonso la siguieron, la vecina de los Montalvo volvió a aparecer en el salón.
-¡Venga que pronto amanecerá!
-Espera, Catalina, que Alonsillo ha ido a su habitación –manifestó Saturno García.
-¿Y qué se le ha perdió a esa criatura allí?
Alonso regresó con un paquete envuelto y se lo dio a su progenitor. Gonzalo arqueó las cejas, sorprendido.
-¿Y esto?
-Es un regalo de Sátur y mío para ti.
-¿Para mí?
-Sí –contestaron a la misma vez los dos.
Su hijo y su fiel ayudante le miraron con expectación. Gonzalo abrió el paquete y ante sus acaramelados ojos apareció una camisola de color blanco y un jabón de tomillo.
-Ya que la tía estrena un camisón, es justo que tú también tengas una camisola nueva, ¿no?
Gonzalo les sonrió.
-Muchas gracias, hijo, es preciosa.
-Y el jabón es un regalo mío para que usted huela como un príncipe… -Sátur sonrió- ¡Qué digo un príncipe, igual que el rey de las Españas! -Rió.
Gonzalo no pudo contener la risa por la ocurrencia de su amigo. Ambos le abrazaron y Catalina, con una sonrisa en los labios, les contempló. Segundos después, la madre de Murillo se aclaró la garganta antes de decir:
-Es tarde…
-Venga, que Murillo se cae de sueño… -musitó Gonzalo.
-Amo, deje usted el pabellón bien alto, ¡eh! –Le guiñó un ojo-. Que ese soldadito triunfe esta noche… -le dijo, mirándole las partes nobles.
-Sátur… -Le regañó el maestro con los brazos en jarra.
-¿A qué soldadito te refieres, Sátur? ¿Qué pabellón…? –le preguntó Alonso, sin comprender.
-¡Ea, ya está todo listo! La novia te espera, Gonzalo…
Él se puso de pie y los otros le emularon.
-Gracias, Cata.
-No hay de qué. –Le sonrió-. Luego miró a Sátur y a los dos niños y les dijo-: ¡Vámonos que ya es hora de dormir!
-Buenas noches, hijo –musitó Gonzalo.
-Buenas noches, padre.
Ambos se abrazaron. Catalina asió la mano de Murillo que, adormecido, la acompañó hasta la puerta. Pero como ni Sátur ni Alonso la siguieron, la vecina de los Montalvo volvió a aparecer en el salón.
-¡Venga que pronto amanecerá!
-Espera, Catalina, que Alonsillo ha ido a su habitación –manifestó Saturno García.
-¿Y qué se le ha perdió a esa criatura allí?
Alonso regresó con un paquete envuelto y se lo dio a su progenitor. Gonzalo arqueó las cejas, sorprendido.
-¿Y esto?
-Es un regalo de Sátur y mío para ti.
-¿Para mí?
-Sí –contestaron a la misma vez los dos.
Su hijo y su fiel ayudante le miraron con expectación. Gonzalo abrió el paquete y ante sus acaramelados ojos apareció una camisola de color blanco y un jabón de tomillo.
-Ya que la tía estrena un camisón, es justo que tú también tengas una camisola nueva, ¿no?
Gonzalo les sonrió.
-Muchas gracias, hijo, es preciosa.
-Y el jabón es un regalo mío para que usted huela como un príncipe… -Sátur sonrió- ¡Qué digo un príncipe, igual que el rey de las Españas! -Rió.
Gonzalo no pudo contener la risa por la ocurrencia de su amigo. Ambos le abrazaron y Catalina, con una sonrisa en los labios, les contempló. Segundos después, la madre de Murillo se aclaró la garganta antes de decir:
-Es tarde…
-Venga, que Murillo se cae de sueño… -musitó Gonzalo.
-Amo, deje usted el pabellón bien alto, ¡eh! –Le guiñó un ojo-. Que ese soldadito triunfe esta noche… -le dijo, mirándole las partes nobles.
-Sátur… -Le regañó el maestro con los brazos en jarra.
-¿A qué soldadito te refieres, Sátur? ¿Qué pabellón…? –le preguntó Alonso, sin comprender.
#128
04/07/2012 17:24
-¡Anda, tirad pa´lante los dos! –exclamó Catalina, tras dar una colleja al criado.
-¡Ay! –Sátur se llevó la mano a la cabeza.
-¿Ves lo que hace beber tanto vino, Saturno García? ¡Anda, que no sé dónde te voy a meter!
-En un rinconcito, Catalina…
-¿Un rinconcito…? ¡Ya te voy a dar yo un rinconcito!... ¡Vamos, tira… tira…!
Gonzalo y su vecina se sonrieron antes de que los niños, ella y Sátur salieran de la casa. El maestro suspiró y contempló la puerta de su alcoba. Margarita le estaba esperando… ¡Cuánto la amaba y la deseaba!... Pero antes cogió la camisola y el jabón que su hijo y su ayudante le habían regalado y se dirigió al cuarto de Alonso. Allí se aseó y se cambió la camisa. Cuando irrumpió en su habitación, el corazón le galopaba dentro del pecho. Frenó su caminar y la contempló. En ese momento el tiempo se detuvo… Margarita miraba, absorta, a la luna que, atrevida, proyectaba su misterioso resplandor por toda la estancia. Las luces de las velas parpadeaban y brincaban con las sombras que se habían formado en la pared; la brisa acariciaba los negros mechones; el olor de las madreselvas, que crecían en la tapia del vecino, penetraba por la ventana abierta… Margarita cerró los párpados al sentir que los brazos masculinos rodeaban su cintura. Un suspiro escapó de su boca cuando Gonzalo mordisqueó el lóbulo de su oreja derecha.
-Hueles a rosas… -murmuró, tras besar el cuello femenino.
Ella se giró y le sonrió.
-¿Te gusta?
-Sí, pero más me gustan tus ojos, tu boca, tú… -Acarició los carnosos labios femeninos con el deseo flameando en sus pupilas, que se habían tornado de color castaño oscuro. Luego la besó con pasión. La respuesta de Margarita no se hizo esperar. Sujetó la nuca de su marido y enredó sus dedos entre los lacios cabellos, besándole de la misma forma. Las respiraciones se aceleraron. Un ronco gemido brotó de la garganta masculina, y la estrechó aún más a su cuerpo. El duelo de lenguas les dejó sin aliento. Gonzalo la separó un instante para fundirse en su mirada.
-Te quiero… -murmuró ella, complacida.
-Eres tan hermosa… Me vuelves loco… -susurró él, posando la ardiente boca en los hombros y en la curva de sus senos.
-¡Ay! –Sátur se llevó la mano a la cabeza.
-¿Ves lo que hace beber tanto vino, Saturno García? ¡Anda, que no sé dónde te voy a meter!
-En un rinconcito, Catalina…
-¿Un rinconcito…? ¡Ya te voy a dar yo un rinconcito!... ¡Vamos, tira… tira…!
Gonzalo y su vecina se sonrieron antes de que los niños, ella y Sátur salieran de la casa. El maestro suspiró y contempló la puerta de su alcoba. Margarita le estaba esperando… ¡Cuánto la amaba y la deseaba!... Pero antes cogió la camisola y el jabón que su hijo y su ayudante le habían regalado y se dirigió al cuarto de Alonso. Allí se aseó y se cambió la camisa. Cuando irrumpió en su habitación, el corazón le galopaba dentro del pecho. Frenó su caminar y la contempló. En ese momento el tiempo se detuvo… Margarita miraba, absorta, a la luna que, atrevida, proyectaba su misterioso resplandor por toda la estancia. Las luces de las velas parpadeaban y brincaban con las sombras que se habían formado en la pared; la brisa acariciaba los negros mechones; el olor de las madreselvas, que crecían en la tapia del vecino, penetraba por la ventana abierta… Margarita cerró los párpados al sentir que los brazos masculinos rodeaban su cintura. Un suspiro escapó de su boca cuando Gonzalo mordisqueó el lóbulo de su oreja derecha.
-Hueles a rosas… -murmuró, tras besar el cuello femenino.
Ella se giró y le sonrió.
-¿Te gusta?
-Sí, pero más me gustan tus ojos, tu boca, tú… -Acarició los carnosos labios femeninos con el deseo flameando en sus pupilas, que se habían tornado de color castaño oscuro. Luego la besó con pasión. La respuesta de Margarita no se hizo esperar. Sujetó la nuca de su marido y enredó sus dedos entre los lacios cabellos, besándole de la misma forma. Las respiraciones se aceleraron. Un ronco gemido brotó de la garganta masculina, y la estrechó aún más a su cuerpo. El duelo de lenguas les dejó sin aliento. Gonzalo la separó un instante para fundirse en su mirada.
-Te quiero… -murmuró ella, complacida.
-Eres tan hermosa… Me vuelves loco… -susurró él, posando la ardiente boca en los hombros y en la curva de sus senos.
#129
04/07/2012 17:25
Margarita le desabrochó los botones de la camisola. El torso del maestro quedó al descubierto. Ella lo besó y le embriagó su olor, el sabor a tomillo, la fuerza de sus músculos… A continuación, Gonzalo la cogió en sus brazos y, sin dejar de mirarla, la llevó hasta el lecho. El colchón de paja crujió al recibirles. Sus manos, entrelazadas, rodaron entre las sábanas… Cautivados por el delirio se despojaron de las ropas y sus pieles se reconocieron. Comenzaron a amarse con aquel primitivo y salvaje deseo que les había atrapado en la juventud. Ella le sonrió cuando sus miradas se encontraron. Margarita rozó con las yemas de los dedos el lunar que él tenía en la mejilla izquierda.
-Nunca dejé de amarte, nunca… -le dijo, entreabriendo los labios e invitándole a que la besara de nuevo.
Y Gonzalo la besó, dejando escapar un gemido de placer. Ella se apretó a su poderosa anatomía, mordisqueándole el cuello que era tibio, fuerte, sensual… Acarició sus hombros, su musculosa espalda, sus nalgas... Margarita sintió que él se derretía con sus caricias. Después Gonzalo deslizó su boca por aquellos senos que tanto le fascinaban, lamió el vientre femenino, la curva de sus perfectas caderas, sus torneados muslos… Y ella se retorció jadeante, sumida en una embriagadora sensación de plenitud que se intensificó cuando sus cuerpos se unieron. Luego, llegó el éxtasis… Volaron juntos hacia ese lugar donde no existe el tiempo, donde el palpitar de la vida y el corazón del Universo se fusionan en un orgasmo de eternidad… Sin aliento, unidos aún en ese abrazo intemporal, volvieron a la Tierra. Sus miradas se encontraron. El sol había derramado su miel en la de él, las estrellas se habían fundido en la negrura de las pupilas femeninas.
-Te amo… -murmuró Gonzalo con la respiración entrecortada.
-Mi amor… -susurró Margarita abrazándolo.
Cuando se separaron, Gonzalo descansó la cabeza en la almohada. Su piel estaba perlada por la transpiración, aún le costaba respirar con normalidad. Ella rozó su frente con ternura. Él se giró y besó con delicadeza los hinchados labios. Extenuados, se miraron sin que las palabras acudieran. Ambos sabían que sus manos, sus bocas, sus ojos, sus pieles se habían dicho todo lo que sus corazones sentían desde hacía tanto tiempo. Más tarde ella dijo:
-Para mí ha sido mi primera vez…
Gonzalo la atrajo hasta él y, emocionado, le contestó:
-Para mí, también.
Besó su morena cabeza. Margarita suspiró y, feliz, se acurrucó en sus brazos. Lentamente cerró los párpados. Poco después, Gonzalo oía su respiración acompasada y sentía que las piernas de ella se enredaban entre las suyas. Tapó con las sábanas la desnudez de su esposa, y luego se durmió con una sonrisa en los labios.
Continuará... Besitos a tod@s y feliz tarde. A más ver. MJ.
-Nunca dejé de amarte, nunca… -le dijo, entreabriendo los labios e invitándole a que la besara de nuevo.
Y Gonzalo la besó, dejando escapar un gemido de placer. Ella se apretó a su poderosa anatomía, mordisqueándole el cuello que era tibio, fuerte, sensual… Acarició sus hombros, su musculosa espalda, sus nalgas... Margarita sintió que él se derretía con sus caricias. Después Gonzalo deslizó su boca por aquellos senos que tanto le fascinaban, lamió el vientre femenino, la curva de sus perfectas caderas, sus torneados muslos… Y ella se retorció jadeante, sumida en una embriagadora sensación de plenitud que se intensificó cuando sus cuerpos se unieron. Luego, llegó el éxtasis… Volaron juntos hacia ese lugar donde no existe el tiempo, donde el palpitar de la vida y el corazón del Universo se fusionan en un orgasmo de eternidad… Sin aliento, unidos aún en ese abrazo intemporal, volvieron a la Tierra. Sus miradas se encontraron. El sol había derramado su miel en la de él, las estrellas se habían fundido en la negrura de las pupilas femeninas.
-Te amo… -murmuró Gonzalo con la respiración entrecortada.
-Mi amor… -susurró Margarita abrazándolo.
Cuando se separaron, Gonzalo descansó la cabeza en la almohada. Su piel estaba perlada por la transpiración, aún le costaba respirar con normalidad. Ella rozó su frente con ternura. Él se giró y besó con delicadeza los hinchados labios. Extenuados, se miraron sin que las palabras acudieran. Ambos sabían que sus manos, sus bocas, sus ojos, sus pieles se habían dicho todo lo que sus corazones sentían desde hacía tanto tiempo. Más tarde ella dijo:
-Para mí ha sido mi primera vez…
Gonzalo la atrajo hasta él y, emocionado, le contestó:
-Para mí, también.
Besó su morena cabeza. Margarita suspiró y, feliz, se acurrucó en sus brazos. Lentamente cerró los párpados. Poco después, Gonzalo oía su respiración acompasada y sentía que las piernas de ella se enredaban entre las suyas. Tapó con las sábanas la desnudez de su esposa, y luego se durmió con una sonrisa en los labios.
Continuará... Besitos a tod@s y feliz tarde. A más ver. MJ.
#130
06/07/2012 11:22
ay madressssssssssssssssssss.... qué atracón de llorar que me he pegado... estoy ya que ni sé... me encanta, es precioso....
#131
06/07/2012 14:35
Selene, cielo. Yo también me he emocionado muchísimo con la NOCHE DE BODAS. Podría haberlo hecho más erótico, pero pensé que Gonzalo y Margarita después de tanto sufrimiento y de tanto tiempo alejados el uno del otro, necesitaban una noche más romántica que erótica. Por eso he descrito tanto lo de las miradas, para mí hablan cada vez que sus ojos se encuentran y después el contacto con sus cuerpos, la poesía que destilan sus movimientos, las sensaciones... Ainssssssssssssss... Ojalá viéramos algo parecido en la serie, ¿verdad? Bueno, mientras nos lo imaginamos y ya está. Je,je,je... Ya verás el despertar... Besitos, guapetona. MJ.
#132
09/07/2012 17:46
¡Hola, guapas!
¿Qué tal el finde? Yo vengo con las pilas recargadas de la playita, así que os cuelgo la continuación de "Confía en mí". Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
CONFÍA EN MÍ
Apenas había amanecido cuando Laura de Montignac salió de la alcoba que ocupaba en la hacienda del duque de Villalba. Casi no había dormido aquella noche, ya que su mente no la dejó descansar. Los nombres de Gonzalo y de Hernán y los rostros del maestro y del Comisario de la Villa la perseguían desde el día anterior. “¿Serían sus hijos?”, se preguntó, mirando el horizonte por una de las ventanas. “¿Por qué Agustín nunca le reveló sus identidades?”, se volvió a preguntar con gesto triste. Deseaba tanto encontrarles y decirles cuánto les quería y por qué tuvo que abandonarles… Un pálpito convivía con ella desde el mismo momento en el que el carcelero le dio la libertad. Laura pensaba que sus hijos estaban muy cerca, y que ambos la ayudarían a buscar a Ana. Sí. Su corazón latía con esa ilusión, pero antes… Antes pondría en funcionamiento su plan para vengarse de todos los que la habían hecho tanto daño. No tendría piedad con sus verdugos... Entornó los párpados y suspiró. La brisa de la mañana le golpeó el rostro y los oscuros pensamientos se perdieron en la lejanía.
Laura de Montignac entró en el salón comedor con gesto meditabundo. No esperaba encontrarse allí a Luis ni tampoco a su invitado. El duque de Villalba le sonrió y poniéndose de pie, asió su mano. El hombre le imitó, sonriéndole.
-Eminencia… Tengo el gusto de presentaros a mi buena amiga mademoiselle Gaudet, la persona de la que os he hablado.
El cardenal Mendoza le sonrió abiertamente.
-Mademoiselle Gaudet, estoy encantado de conoceros.
Laura sintió que el aire huía de sus pulmones y que sus piernas temblaban al tener delante de ella a uno de sus enemigos, pero aun así compuso la mejor de sus sonrisas. Hizo una reverencia y después besó el anillo cardenalicio. Mendoza asintió.
-El gusto es mío, eminencia.
-Sentaos, mademoiselle.
Luis la ayudó y fue el cardenal quién retomó la conversación que se había interrumpido cuando ella entró en la sala.
-Me decía don Luis, que habéis sufrido una terrible tragedia en vuestra familia y que la ruina os ha asediado desde entonces.
-Así es, eminencia. La desgracia hace tiempo que convive conmigo.
¿Qué tal el finde? Yo vengo con las pilas recargadas de la playita, así que os cuelgo la continuación de "Confía en mí". Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
CONFÍA EN MÍ
Apenas había amanecido cuando Laura de Montignac salió de la alcoba que ocupaba en la hacienda del duque de Villalba. Casi no había dormido aquella noche, ya que su mente no la dejó descansar. Los nombres de Gonzalo y de Hernán y los rostros del maestro y del Comisario de la Villa la perseguían desde el día anterior. “¿Serían sus hijos?”, se preguntó, mirando el horizonte por una de las ventanas. “¿Por qué Agustín nunca le reveló sus identidades?”, se volvió a preguntar con gesto triste. Deseaba tanto encontrarles y decirles cuánto les quería y por qué tuvo que abandonarles… Un pálpito convivía con ella desde el mismo momento en el que el carcelero le dio la libertad. Laura pensaba que sus hijos estaban muy cerca, y que ambos la ayudarían a buscar a Ana. Sí. Su corazón latía con esa ilusión, pero antes… Antes pondría en funcionamiento su plan para vengarse de todos los que la habían hecho tanto daño. No tendría piedad con sus verdugos... Entornó los párpados y suspiró. La brisa de la mañana le golpeó el rostro y los oscuros pensamientos se perdieron en la lejanía.
Laura de Montignac entró en el salón comedor con gesto meditabundo. No esperaba encontrarse allí a Luis ni tampoco a su invitado. El duque de Villalba le sonrió y poniéndose de pie, asió su mano. El hombre le imitó, sonriéndole.
-Eminencia… Tengo el gusto de presentaros a mi buena amiga mademoiselle Gaudet, la persona de la que os he hablado.
El cardenal Mendoza le sonrió abiertamente.
-Mademoiselle Gaudet, estoy encantado de conoceros.
Laura sintió que el aire huía de sus pulmones y que sus piernas temblaban al tener delante de ella a uno de sus enemigos, pero aun así compuso la mejor de sus sonrisas. Hizo una reverencia y después besó el anillo cardenalicio. Mendoza asintió.
-El gusto es mío, eminencia.
-Sentaos, mademoiselle.
Luis la ayudó y fue el cardenal quién retomó la conversación que se había interrumpido cuando ella entró en la sala.
-Me decía don Luis, que habéis sufrido una terrible tragedia en vuestra familia y que la ruina os ha asediado desde entonces.
-Así es, eminencia. La desgracia hace tiempo que convive conmigo.
#133
09/07/2012 17:47
-¡Una auténtica pena, mademoiselle Gaudet! Siempre me ha gustado la forma de vida del distinguido pueblo francés. Me considero un afrancesado. -Rió. Laura y Luis le imitaron-. Si puedo ayudaros en algo…
El duque habló:
-Sé que sus majestades están buscando una institutriz para el príncipe heredero. Os aseguro, eminencia, que Lorelle sería el aya perfecta para su Alteza Real –le dijo, tras entregarle un documento.
Mendoza lo leyó y luego la escrutó con sus ojos codiciosos. Una sonrisa hipócrita curvó los labios masculinos. A continuación, se dirigió a Laura:
-Os prometo, mademoiselle, que hablaré mañana con la reina Mariana y que haré todo lo posible para que instruyáis al heredero de la corona. Vuestras referencias son excelentes.
-Como habéis comprobado, eminencia, algunos niños que Lorelle educó, hoy son importantes ministros de la corte francesa y otros embajadores de…
-No hace falta, don Luis, que tratéis de convencerme. Tengo el presentimiento de que a su majestad le agradará mademoiselle Gaudet.
Laura le sonrió.
-Me gustaría preguntaros algo, mademoiselle… -Ella hizo un gesto para que prosiguiera-. ¿Por qué habláis tan bien nuestro idioma?
Laura de Montignac ni siquiera parpadeó al contestarle.
-Mi madre era española y quería que yo hablara su lengua. Aprendí a la misma vez los dos idiomas.
Mendoza asintió.
-Sin duda, fue una idea extraordinaria.
-Sí, lo fue.
El silencio se adueñó durante unos segundos del salón. Luis de Ceballos carraspeó.
-Avisaré al servicio para que nos traiga el desayuno. ¿Me acompañan a la mesa?
-¡Estupendo, don Luis! –exclamó el cardenal levantándose de su asiento.
Laura le imitó mientras el duque de Villalba cogía una campanita que se encontraba en uno de los veladores y la hacía sonar. Anabel y otra criada se personaron en el salón. Ambas traían sendas bandejas repletas de dulces y de frutas recién recolectadas. Laura le sonrió. La joven le correspondió y después colocó los platos y los cubiertos en la mesa de caoba. Un sirviente dejó la jarra de la leche y las hogazas de pan en el lugar correspondiente.
El duque habló:
-Sé que sus majestades están buscando una institutriz para el príncipe heredero. Os aseguro, eminencia, que Lorelle sería el aya perfecta para su Alteza Real –le dijo, tras entregarle un documento.
Mendoza lo leyó y luego la escrutó con sus ojos codiciosos. Una sonrisa hipócrita curvó los labios masculinos. A continuación, se dirigió a Laura:
-Os prometo, mademoiselle, que hablaré mañana con la reina Mariana y que haré todo lo posible para que instruyáis al heredero de la corona. Vuestras referencias son excelentes.
-Como habéis comprobado, eminencia, algunos niños que Lorelle educó, hoy son importantes ministros de la corte francesa y otros embajadores de…
-No hace falta, don Luis, que tratéis de convencerme. Tengo el presentimiento de que a su majestad le agradará mademoiselle Gaudet.
Laura le sonrió.
-Me gustaría preguntaros algo, mademoiselle… -Ella hizo un gesto para que prosiguiera-. ¿Por qué habláis tan bien nuestro idioma?
Laura de Montignac ni siquiera parpadeó al contestarle.
-Mi madre era española y quería que yo hablara su lengua. Aprendí a la misma vez los dos idiomas.
Mendoza asintió.
-Sin duda, fue una idea extraordinaria.
-Sí, lo fue.
El silencio se adueñó durante unos segundos del salón. Luis de Ceballos carraspeó.
-Avisaré al servicio para que nos traiga el desayuno. ¿Me acompañan a la mesa?
-¡Estupendo, don Luis! –exclamó el cardenal levantándose de su asiento.
Laura le imitó mientras el duque de Villalba cogía una campanita que se encontraba en uno de los veladores y la hacía sonar. Anabel y otra criada se personaron en el salón. Ambas traían sendas bandejas repletas de dulces y de frutas recién recolectadas. Laura le sonrió. La joven le correspondió y después colocó los platos y los cubiertos en la mesa de caoba. Un sirviente dejó la jarra de la leche y las hogazas de pan en el lugar correspondiente.
#134
09/07/2012 17:48
El cardenal Mendoza le habló:
-Hija mía, Dios nos da la oportunidad de saborear sus delicias… -Volvió a mirar a Anabel-. No seamos ingratos con los obsequios que nos brindan la naturaleza y nuestro Señor.
-Soy, eminencia, muy frugal con la comida… Ya sabéis, mi tragedia…
-¡Ah, sí! En palacio recuperareis vuestras fuerzas y el apetito, os lo aseguro.
-No tengo dudas, eminencia.
Le sonrió.
-Por cierto, sería conveniente que una de estas muchachas os acompañara y os ayudara en vuestra labor. Las ayas que están al servicio de sus majestades tienen criadas que se ocupan del bienestar de éstas.
-Por mí no hay ningún problema –musitó Luis de Ceballos-. Además, Anabel ya es la doncella de Lorelle en esta hacienda.
La joven sonrió feliz al oír aquellas palabras.
-Yo no creo que… -comenzó a decir Laura con gesto inseguro.
-¿Qué opinas, hija mía? –le preguntó Mendoza a la joven.
-Para mí sería un honor asistir a mademoiselle en el palacio real.
-Entonces no se hable más. –Sonrió el duque de Villalba.
Laura suspiró. Su rostro no expresaba ninguna alegría.
El cardenal llegó a su residencia. Sonreía satisfecho porque había conseguido que la reina aceptara a mademoiselle Gaudet como a una de las institutrices del príncipe heredero. Su persuasión y sus intereses seguían intactos. El duque de Villalba era un respetado noble y sus contactos en Italia y Francia le permitirían acrecentar su fortuna para lograr su ansiado postulado al papado. Uno de los criados le entregó una misiva y él entró en su privado. Se quitó el anillo, los guantes de color rojo y la birreta. Leyó la carta y luego con gesto enojado la partió en mil pedazos. Se sentó en su silla. Llamaron a la puerta.
-¡He dicho que nadie me moleste!...
El sirviente irrumpió en la estancia con una bandeja.
-Eminencia, os traigo lo que me habéis pedido… -musitó con gesto asustado.
-¡Dejadlo encima de la mesa y marchaos! –le gritó su eminencia, irritado.
El muchacho hizo lo que el cardenal le pedía. Mendoza destapó la bandeja y cogió un trozo de queso. Lo masticó con rabia. Posteriormente, se sirvió una copa de vino y la bebió de un solo trago. Cerró los ojos intentando recuperar la sensatez. “¿Dónde demonios se hallaba aquel maldito Cáliz?”, se preguntó, observando los trozos de papel esparcidos por el suelo. Luego buscó la llave que abría el cajón secreto. Ante sus ojos apareció un viejo y gastado libro de oraciones. Separó las hojas con cuidado y luego leyó lo que Laura de Montignac había escrito allí. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el versículo 13:4-13 de los Corintios. Deslizó su rollizo dedo índice por la amarillenta hoja. Su voz sonó trémula al decir:
-El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. No hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres. Pero el mayor de ellos es el amor.
Tragó saliva y luego cogió el prendedor de plata. Lo besó con desesperación. Después volvió a entornar sus lascivos ojos. No sabía el por qué, pero aquella criada que asistía a mademoiselle Gaudet en la hacienda del duque de Villalba, le había recordado a Laura, a su Laura… Hizo sonar la campanita y su secretario apareció en el privado.
-Ve en busca de una furcia, pero ya sabes… Sé discreto.
-Sí, eminencia.
Mendoza suspiró cuando el joven cerró la puerta.
Continuará... Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
-Hija mía, Dios nos da la oportunidad de saborear sus delicias… -Volvió a mirar a Anabel-. No seamos ingratos con los obsequios que nos brindan la naturaleza y nuestro Señor.
-Soy, eminencia, muy frugal con la comida… Ya sabéis, mi tragedia…
-¡Ah, sí! En palacio recuperareis vuestras fuerzas y el apetito, os lo aseguro.
-No tengo dudas, eminencia.
Le sonrió.
-Por cierto, sería conveniente que una de estas muchachas os acompañara y os ayudara en vuestra labor. Las ayas que están al servicio de sus majestades tienen criadas que se ocupan del bienestar de éstas.
-Por mí no hay ningún problema –musitó Luis de Ceballos-. Además, Anabel ya es la doncella de Lorelle en esta hacienda.
La joven sonrió feliz al oír aquellas palabras.
-Yo no creo que… -comenzó a decir Laura con gesto inseguro.
-¿Qué opinas, hija mía? –le preguntó Mendoza a la joven.
-Para mí sería un honor asistir a mademoiselle en el palacio real.
-Entonces no se hable más. –Sonrió el duque de Villalba.
Laura suspiró. Su rostro no expresaba ninguna alegría.
El cardenal llegó a su residencia. Sonreía satisfecho porque había conseguido que la reina aceptara a mademoiselle Gaudet como a una de las institutrices del príncipe heredero. Su persuasión y sus intereses seguían intactos. El duque de Villalba era un respetado noble y sus contactos en Italia y Francia le permitirían acrecentar su fortuna para lograr su ansiado postulado al papado. Uno de los criados le entregó una misiva y él entró en su privado. Se quitó el anillo, los guantes de color rojo y la birreta. Leyó la carta y luego con gesto enojado la partió en mil pedazos. Se sentó en su silla. Llamaron a la puerta.
-¡He dicho que nadie me moleste!...
El sirviente irrumpió en la estancia con una bandeja.
-Eminencia, os traigo lo que me habéis pedido… -musitó con gesto asustado.
-¡Dejadlo encima de la mesa y marchaos! –le gritó su eminencia, irritado.
El muchacho hizo lo que el cardenal le pedía. Mendoza destapó la bandeja y cogió un trozo de queso. Lo masticó con rabia. Posteriormente, se sirvió una copa de vino y la bebió de un solo trago. Cerró los ojos intentando recuperar la sensatez. “¿Dónde demonios se hallaba aquel maldito Cáliz?”, se preguntó, observando los trozos de papel esparcidos por el suelo. Luego buscó la llave que abría el cajón secreto. Ante sus ojos apareció un viejo y gastado libro de oraciones. Separó las hojas con cuidado y luego leyó lo que Laura de Montignac había escrito allí. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el versículo 13:4-13 de los Corintios. Deslizó su rollizo dedo índice por la amarillenta hoja. Su voz sonó trémula al decir:
-El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. No hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres. Pero el mayor de ellos es el amor.
Tragó saliva y luego cogió el prendedor de plata. Lo besó con desesperación. Después volvió a entornar sus lascivos ojos. No sabía el por qué, pero aquella criada que asistía a mademoiselle Gaudet en la hacienda del duque de Villalba, le había recordado a Laura, a su Laura… Hizo sonar la campanita y su secretario apareció en el privado.
-Ve en busca de una furcia, pero ya sabes… Sé discreto.
-Sí, eminencia.
Mendoza suspiró cuando el joven cerró la puerta.
Continuará... Besitos a tod@s. A más ver. MJ.
#135
11/07/2012 09:44
¡¡Mis más sinceras FELICITACIONES!!
Preciosos,preciosos,preciosos el de la noche de bodas una pasada a ver si los Globomedios se pasan por aquí y lo leen para que en la TV sea igual, me encantaría.
Y el de Laura con el cardenal Mendoza tambien me ha gustado mucho.
GRACIAS.
Preciosos,preciosos,preciosos el de la noche de bodas una pasada a ver si los Globomedios se pasan por aquí y lo leen para que en la TV sea igual, me encantaría.
Y el de Laura con el cardenal Mendoza tambien me ha gustado mucho.
GRACIAS.
#136
11/07/2012 17:26
¡Hola, Campello!
Muchas gracias, guapa, por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando tanto. Pues fíjate que soy tan despistada que ahora que estoy releyendo lo que he colgado con anterioridad y me acabo de dar cuenta de que me he comido una parte importante de la historia... ¡¡¡No tengo arreglo!!! Je,je,je. Bueno, voy a colgarla para que veais lo que le ocurre al Cardenal cuando ve a Anabel por primera vez y también lo que siente Laura al recordar a alguien de su pasado. Perdonarme por el error. A más ver. MJ.
Besitos a todas. MJ.
Muchas gracias, guapa, por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando tanto. Pues fíjate que soy tan despistada que ahora que estoy releyendo lo que he colgado con anterioridad y me acabo de dar cuenta de que me he comido una parte importante de la historia... ¡¡¡No tengo arreglo!!! Je,je,je. Bueno, voy a colgarla para que veais lo que le ocurre al Cardenal cuando ve a Anabel por primera vez y también lo que siente Laura al recordar a alguien de su pasado. Perdonarme por el error. A más ver. MJ.
Besitos a todas. MJ.
#137
11/07/2012 17:30
CONFÍA EN MÍ
(Esto sucede después de que el sirviente coloca el pan y la leche en la mesa. Y antes de que el Cardenal le dice a Laura que Dios da la oportunidad de saborear las delicias que ofrece la naturaleza...)
-Gracias… -musitó Laura a su doncella cuando ésta le sirvió.
El cardenal se dispuso a desplegar su servilleta y, en ese instante, Anabel le preguntó:
-¿Quiere su eminencia un poco de leche?
-Sí, gracias.
Mendoza la miró. Los ojos de la joven le recordaron las serenas aguas de un lago; sus labios, henchidos y sensuales, le provocaron un estremecimiento en las ingles; su piel aparentaba ser tan suave como la seda, su cuerpo era una invitación al hedonismo… Mendoza deseó poseerla en aquel momento, pero contuvo su lascivia y le sonrió.
-Pareces un ángel, hija mía… ¿Cómo te llamas?
-Anabel, eminencia.
-Hermoso nombre.
-Gracias.
La joven echó la leche en un vaso de cristal de Bohemia y luego esperó a que Matilde, la otra criada, terminara de servir al duque. El sirviente se marchó a las cocinas con las bandejas vacías, pero las muchachas permanecieron erguidas junto a la consola, por si los señores las necesitaban.
Los ojos de Mendoza buscaron a Anabel, que mantenía los suyos fijos en un punto de la sala, mientras conversaba con Luis de Ceballos. Laura comenzó a masticar la fruta que llenaba su plato; sin embargo, sus nervios se crisparon al ver cómo aquel malnacido devoraba con su libidinosa mirada el cuerpo y el rostro de Anabel Sánchez. Tembló de asco, de miedo, de dolor… Y entonces recordó otra mirada similar, la de un criado que trabajaba en el palacete de su padre. Aquel joven la espiaba constantemente, vigilaba todos sus movimientos, se hacía el encontradizo en los corredores… Una madrugada se despertó asustada porque alguien la manoseaba oculto en la oscuridad. Sus gritos despertaron a toda la casa. Su padre le dijo que había tenido una pesadilla y la abrazó, pero ella sabía que no lo había soñado. El roce de aquellos indecorosos dedos asuró, vejó y abrasó su piel. Desde aquella noche no consintió dormir sola. Su aya la acompañó hasta que el muchacho fue detenido y llevado a galeras, pues se descubrió que había robado a los Montignac. Cuando el alguacil se lo llevaba preso, se giró y le gritó que regresaría. El hombre le golpeó en la cabeza y él perdió el sentido. Su familia recuperó las joyas, los candelabros y la cubertería de oro, pero Laura jamás volvió a tener en sus manos su libro de oraciones ni su prendedor de plata…
-Lorelle, ¿no te gusta la fruta? –le preguntó Luis arqueando las cejas.
-Sí. Está exquisita, pero no tengo apetito.
(Esto sucede después de que el sirviente coloca el pan y la leche en la mesa. Y antes de que el Cardenal le dice a Laura que Dios da la oportunidad de saborear las delicias que ofrece la naturaleza...)
-Gracias… -musitó Laura a su doncella cuando ésta le sirvió.
El cardenal se dispuso a desplegar su servilleta y, en ese instante, Anabel le preguntó:
-¿Quiere su eminencia un poco de leche?
-Sí, gracias.
Mendoza la miró. Los ojos de la joven le recordaron las serenas aguas de un lago; sus labios, henchidos y sensuales, le provocaron un estremecimiento en las ingles; su piel aparentaba ser tan suave como la seda, su cuerpo era una invitación al hedonismo… Mendoza deseó poseerla en aquel momento, pero contuvo su lascivia y le sonrió.
-Pareces un ángel, hija mía… ¿Cómo te llamas?
-Anabel, eminencia.
-Hermoso nombre.
-Gracias.
La joven echó la leche en un vaso de cristal de Bohemia y luego esperó a que Matilde, la otra criada, terminara de servir al duque. El sirviente se marchó a las cocinas con las bandejas vacías, pero las muchachas permanecieron erguidas junto a la consola, por si los señores las necesitaban.
Los ojos de Mendoza buscaron a Anabel, que mantenía los suyos fijos en un punto de la sala, mientras conversaba con Luis de Ceballos. Laura comenzó a masticar la fruta que llenaba su plato; sin embargo, sus nervios se crisparon al ver cómo aquel malnacido devoraba con su libidinosa mirada el cuerpo y el rostro de Anabel Sánchez. Tembló de asco, de miedo, de dolor… Y entonces recordó otra mirada similar, la de un criado que trabajaba en el palacete de su padre. Aquel joven la espiaba constantemente, vigilaba todos sus movimientos, se hacía el encontradizo en los corredores… Una madrugada se despertó asustada porque alguien la manoseaba oculto en la oscuridad. Sus gritos despertaron a toda la casa. Su padre le dijo que había tenido una pesadilla y la abrazó, pero ella sabía que no lo había soñado. El roce de aquellos indecorosos dedos asuró, vejó y abrasó su piel. Desde aquella noche no consintió dormir sola. Su aya la acompañó hasta que el muchacho fue detenido y llevado a galeras, pues se descubrió que había robado a los Montignac. Cuando el alguacil se lo llevaba preso, se giró y le gritó que regresaría. El hombre le golpeó en la cabeza y él perdió el sentido. Su familia recuperó las joyas, los candelabros y la cubertería de oro, pero Laura jamás volvió a tener en sus manos su libro de oraciones ni su prendedor de plata…
-Lorelle, ¿no te gusta la fruta? –le preguntó Luis arqueando las cejas.
-Sí. Está exquisita, pero no tengo apetito.
#138
11/07/2012 17:38
¡Hola, guapas!
¿Qué tal estais? A pesar de los recortes y de la mala lesche que se ha instalado en mí por las noticias tan "agradables" que nos han dado hoy. Me muerdo la lengua para no decir barbaridades... He decidido alegraros un poquito este 11 de julio de 2012, así que sigo colgando mi historia. El despertar de los tortolitos es muy románticoooooooooooooooooooooooooooooo y con las ocurrencias de Sátur espero al menos brindaros una sonrisa. Besitossssssssssssssssssssssss... A más ver. MJ.
¿Qué tal estais? A pesar de los recortes y de la mala lesche que se ha instalado en mí por las noticias tan "agradables" que nos han dado hoy. Me muerdo la lengua para no decir barbaridades... He decidido alegraros un poquito este 11 de julio de 2012, así que sigo colgando mi historia. El despertar de los tortolitos es muy románticoooooooooooooooooooooooooooooo y con las ocurrencias de Sátur espero al menos brindaros una sonrisa. Besitossssssssssssssssssssssss... A más ver. MJ.
#139
11/07/2012 17:39
CONFÍA EN MÍ
Margarita se estiró con una sonrisa en los labios. Rodó una de sus manos por la cama buscando a Gonzalo. Abrió los ojos al darse cuenta de que él no estaba allí. Oyó un ruido y se medio incorporó, tapándose con la sábana. Miró hacia el patio. En el vano de la puerta se hallaba su esposo, que la contemplaba fijamente. Gonzalo vestía sus calzones y se había aseado. Tenía el cabello mojado y todavía las gotas de agua surcaban, atrevidas, su torso. Le sonrió.
-Buenos días, dormilona- habló, acercándose hasta el lecho.
-Buenos días, mi amor… -le contestó ella, abriendo sus brazos para recibirle.
Se besaron con lentitud, saboreándose mutuamente. Luego ella le preguntó:
-¿Por qué no me has despertado?
-Porque quería verte así –sus manos rozaron las suaves mejillas-, y despertarte con mis besos.
Margarita le acarició los musculosos brazos. Él volvió a besarla, mordisqueándole los labios con deseo. Se miraron con las respiraciones aceleradas.
-Estoy hambriento… -profirió en un susurro.
-¿Te preparo el desayuno?
Gonzalo negó con un movimiento de su cabeza.
-Tengo hambre de ti –le dijo de forma sensual.
Ella le sonrió seductora, y luego le arrastró a la cama.
-¡Amo! ¡Señora!
-¡Padre! ¡Tía Margarita!
Las voces de su ayudante y de su hijo interrumpieron aquel dulce despertar.
-Sátur… Alonso… -murmuró, frunciendo el ceño.
-Anda, ve con ellos –le dijo, riendo su mujer.
Gonzalo suspiró y se levantó del lecho. Se puso la camisa de color azul y comenzó a abrocharse los botones, sin dejar de mirarla. Parecía una diosa con los oscuros mechones esparcidos por la almohada; su piel, aceitunada, resplandecía… El maestro se inclinó y le dio un beso rápido.
-Te prometo que más tarde…
Ella asintió, mordiéndose el labio inferior.
-Te quiero… -murmuró, tocándole la carnosa boca.
-Y yo a ti.
Suspiró cuando Gonzalo abandonó la alcoba. Margarita, henchida de felicidad, se levantó de la cama y fue a hacer sus necesidades a la cuadra. Luego se aseó y se vistió.
Margarita se estiró con una sonrisa en los labios. Rodó una de sus manos por la cama buscando a Gonzalo. Abrió los ojos al darse cuenta de que él no estaba allí. Oyó un ruido y se medio incorporó, tapándose con la sábana. Miró hacia el patio. En el vano de la puerta se hallaba su esposo, que la contemplaba fijamente. Gonzalo vestía sus calzones y se había aseado. Tenía el cabello mojado y todavía las gotas de agua surcaban, atrevidas, su torso. Le sonrió.
-Buenos días, dormilona- habló, acercándose hasta el lecho.
-Buenos días, mi amor… -le contestó ella, abriendo sus brazos para recibirle.
Se besaron con lentitud, saboreándose mutuamente. Luego ella le preguntó:
-¿Por qué no me has despertado?
-Porque quería verte así –sus manos rozaron las suaves mejillas-, y despertarte con mis besos.
Margarita le acarició los musculosos brazos. Él volvió a besarla, mordisqueándole los labios con deseo. Se miraron con las respiraciones aceleradas.
-Estoy hambriento… -profirió en un susurro.
-¿Te preparo el desayuno?
Gonzalo negó con un movimiento de su cabeza.
-Tengo hambre de ti –le dijo de forma sensual.
Ella le sonrió seductora, y luego le arrastró a la cama.
-¡Amo! ¡Señora!
-¡Padre! ¡Tía Margarita!
Las voces de su ayudante y de su hijo interrumpieron aquel dulce despertar.
-Sátur… Alonso… -murmuró, frunciendo el ceño.
-Anda, ve con ellos –le dijo, riendo su mujer.
Gonzalo suspiró y se levantó del lecho. Se puso la camisa de color azul y comenzó a abrocharse los botones, sin dejar de mirarla. Parecía una diosa con los oscuros mechones esparcidos por la almohada; su piel, aceitunada, resplandecía… El maestro se inclinó y le dio un beso rápido.
-Te prometo que más tarde…
Ella asintió, mordiéndose el labio inferior.
-Te quiero… -murmuró, tocándole la carnosa boca.
-Y yo a ti.
Suspiró cuando Gonzalo abandonó la alcoba. Margarita, henchida de felicidad, se levantó de la cama y fue a hacer sus necesidades a la cuadra. Luego se aseó y se vistió.
#140
11/07/2012 17:40
-Buenos días… -pronunció Gonzalo al ver a su postillón y a Alonso, que se hallaba sentado con un libro a la mesa.
Saturno García, que estaba agachado y avivaba el fuego del hogar, le sonrió y se irguió, expectante.
-Buenos días, amo…
El niño se puso de pie y se arrojó en sus brazos. Su padre le besó con cariño.
-Buenos días, padre. ¿Y la tía?
-Está en el patio, aseándose.
-¿Dormisteis bien?
-Sí. Muchas gracias, hijo.
El criado movió el cucharón de madera dentro de la olla, y murmuró entre dientes:
-Dormir lo que se dice dormir, me parece a mí que no…
Gonzalo le miró.
-¿Qué dices, Sátur?
-Que a usted se le ven ojezas en la cara…
-Sátur, no empieces… Y se dice ojeras.
-¡Pues lo que he dicho yo! –exclamó, escogiéndose de hombros.
Alonso rió y ayudó a su progenitor a poner la mesa.
-¿Y la leche? ¿Y el pan?
-No hay, hijo. Habrá que ir a comprarlos, ¿no?
-Sí.
-Anda, Alonsillo, coge el cántaro pequeño y ve a la lechería. Dile a la Faustina que te dé la de siempre y no la aguá… Y a la mujer del panadero le dices que los chuscos sean al menos de tres días, que esa es muy lista y te vende los de la semana pasá…
-Sí, ya lo sé.
Gonzalo, sonriente, le entregó a su hijo unas monedas. Alonso salió de la casa. Saturno García miró al héroe de la Villa.
-Bueno… ¿Y qué?
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Qué de qué?
-¿No me va a contar ná, amo? –le preguntó, acercándose hasta él con el cucharón de madera.
-No.
-¿Cómo que no? ¡Qué yo quiero saber si usted puso la pica en tó lo alto! –Gesticuló, moviendo la cuchara como si ésta fuera una auténtica garrocha.
-Sátur… -comenzó a decir Gonzalo con los brazos en jarra.
-Que usted no me puede dejar a mí así… -Le siguió por la cocina. Gonzalo cogió un vaso del estante y lo llenó de agua. Bebió un sorbo sin dejar de mirarle-. Amo, que me he pasao toda la noche rezando al Todopoderoso para que su soldadito funcionase… -Se persignó varias veces seguidas.
-No te voy a contar mis intimidades, Sátur.
-¿Por qué no? Yo soy su hombre de confianza, su postillón, su ayudante… ¡Qué somos un equipo, hombre!
-¡Shhh!
-Falló, ¿no? Me lo temía… ¡Claro, cómo llevaba tanto tiempo sin darle uso! –exclamó con gesto desazonado.
-Sátur… -Gonzalo susurró el nombre de su amigo con el ceño fruncido.
Saturno García, que estaba agachado y avivaba el fuego del hogar, le sonrió y se irguió, expectante.
-Buenos días, amo…
El niño se puso de pie y se arrojó en sus brazos. Su padre le besó con cariño.
-Buenos días, padre. ¿Y la tía?
-Está en el patio, aseándose.
-¿Dormisteis bien?
-Sí. Muchas gracias, hijo.
El criado movió el cucharón de madera dentro de la olla, y murmuró entre dientes:
-Dormir lo que se dice dormir, me parece a mí que no…
Gonzalo le miró.
-¿Qué dices, Sátur?
-Que a usted se le ven ojezas en la cara…
-Sátur, no empieces… Y se dice ojeras.
-¡Pues lo que he dicho yo! –exclamó, escogiéndose de hombros.
Alonso rió y ayudó a su progenitor a poner la mesa.
-¿Y la leche? ¿Y el pan?
-No hay, hijo. Habrá que ir a comprarlos, ¿no?
-Sí.
-Anda, Alonsillo, coge el cántaro pequeño y ve a la lechería. Dile a la Faustina que te dé la de siempre y no la aguá… Y a la mujer del panadero le dices que los chuscos sean al menos de tres días, que esa es muy lista y te vende los de la semana pasá…
-Sí, ya lo sé.
Gonzalo, sonriente, le entregó a su hijo unas monedas. Alonso salió de la casa. Saturno García miró al héroe de la Villa.
-Bueno… ¿Y qué?
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Qué de qué?
-¿No me va a contar ná, amo? –le preguntó, acercándose hasta él con el cucharón de madera.
-No.
-¿Cómo que no? ¡Qué yo quiero saber si usted puso la pica en tó lo alto! –Gesticuló, moviendo la cuchara como si ésta fuera una auténtica garrocha.
-Sátur… -comenzó a decir Gonzalo con los brazos en jarra.
-Que usted no me puede dejar a mí así… -Le siguió por la cocina. Gonzalo cogió un vaso del estante y lo llenó de agua. Bebió un sorbo sin dejar de mirarle-. Amo, que me he pasao toda la noche rezando al Todopoderoso para que su soldadito funcionase… -Se persignó varias veces seguidas.
-No te voy a contar mis intimidades, Sátur.
-¿Por qué no? Yo soy su hombre de confianza, su postillón, su ayudante… ¡Qué somos un equipo, hombre!
-¡Shhh!
-Falló, ¿no? Me lo temía… ¡Claro, cómo llevaba tanto tiempo sin darle uso! –exclamó con gesto desazonado.
-Sátur… -Gonzalo susurró el nombre de su amigo con el ceño fruncido.